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ARCIPRESTES EN JAÉN

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El Obispo de Jaén, D. Ramón del Hoyo López,  firmó el pasado día 9 de diciembre los nombramientos de los arciprestes de la Diócesis de Jaén:

 

D. José Antonio Maroto Expósito, arcipreste del Arciprestazgo “Virgen de la Capilla” de Jaén.

 

D. Francisco Rosales Fernández, arcipreste del Arciprestazgo “Nuestra Señora del Valle” de Jaén.

 

D. Gabriel Susí Lara, arcipreste del Arciprestazgo de Alcalá la Real.

 

D. José María Saeta Fernández, arcipreste del Arciprestazgo de Martos-Torredonjimeno.

 

D. Eusebio Figueroa Mora, arcipreste del Arciprestazgo de Úbeda.

 

D. Alfonso Garzón Vera, arcipreste del Arciprestazgo de Baeza.

 

D. José Antonio García Romero, arcipreste del Arciprestazgo de Mágina.

 

D. Carmelo Lara Mercado, arcipreste del Arciprestazgo de Sierra de Segura.

 

D. Miguel Ángel Jurado Arroyo, arcipreste del Arciprestazgo del Condado-Las Villas.

 

D. Antonio Vela Aranda, arcipreste del Arciprestazgo de Cazorla.

 

D. Antonio Garrido de la Torre, arcipreste del Arciprestazgo de Andújar.

 

D. Juan Jesús Cañete Olmedo, arcipreste del Arciprestazgo de La Carolina-Bailén.

 

D. Francisco Javier Díaz Lorite, arcipreste del Arciprestazgo de Linares.

 

D. Manuel Alfonso Pérez Galán, arcipreste del Arciprestazgo de Arjona.

D. BERNARDO ÁLVAREZ. NAVIDAD

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LA MULA Y EL BUEY” NOS PONEN EN EVIDENCIA

 

Carta de D. Bernardo Álvarez Afonso

 

 

La Navidad es una fiesta muy popular. La fiesta del Nacimiento de Jesucristo ha penetrado hondamente en la vida y en cultura donde ha llegado el cristianismo e incluso más allá, convirtiéndose en una fiesta universal, de tal forma que ha llegado a ser una fiesta de consumo desorbitado. Curiosamente, en el siglo IV, los cristianos “cristianizaron” la fiesta pagana del “nacimiento del sol” en el solsticio de invierno, aplicándolo al nacimiento de Jesús, ya que Él es verdadero sol de justicia, que nace de lo alto y vence a las tinieblas del mal, como hace notar el evangelio de San Lucas. Ahora, en el siglo XXI, se está produciendo el fenómeno a la inversa, una fiesta cristiana ha sido en gran parte paganizada o secularizada; se mantienen la formas pero sin referencia a su sentido profundo, e incluso se sustituyen los signos del nacimiento de Cristo (el niño Jesus, María y José, los pastores, los Magos, los ángeles…) por otros sin apenas referencia al sentido propiamente religioso de la Navidad (paisajes de invierno, el árbol, el “Papá Noel”, la flor de pascua…).

 

Eso sí, lo que más caracteriza actualmente nuestras navidades son las “luces” y “las compras”. Todo un síntoma que refleja las ansias y, a la vez, la desorientación en que estamos embarcados los hombres y mujeres de la sociedad actual: “Buscamos la luz que no guíe y encendemos bombillas de colores”, “buscamos la paz que sacia el corazón y queremos conseguirla consumiendo cosas”. Mientras tanto, ignoramos las palabras de Jesús: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn. 8,12) y olvidamos que “El es nuestra paz”. Es triste decirlo, pero hay que denunciarlo, los mismos que nos llamamos cristianos, con nuestras acciones y omisiones, estamos “descristianizando” la Navidad.

 

Valen para nosotros, los cristianos de hoy, aquellas palabras que Dios dirigió al pueblo de Israel, en el siglo V antes de Cristo, por boca del profeta Isaías: “Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí. Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne. ¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de culpa, semilla de malvados, hijos de perdición! Han dejado al Señor, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto de espaldas a El” (Is. 1,2-4). La “mula y el buey” que colocamos en nuestros nacimientos nos ponen en evidencia y son una tremenda interpelación a nuestra condición de cristianos. La figura simpática de esos animales junto al pesebre del Niño Jesús aparece desde muy antiguo en todas las representaciones del nacimiento del Hijo de Dios. Como dice el profeta Isaías, ellos “conocen a su dueño” y están junto al niño, adorándolo y dándole calor con su aliento. Nosotros en cambio, nos hemos vuelto de espaldas a El. Se pasa la Navidad y apenas invocamos su nombre, ni nos esforzamos por aferrarnos a El.

 

Los cristianos no podemos descuidar el verdadero sentido de la Navidad, ni vivirla en vano. Como dice un sermón de Navidad del siglo IX: “En este día del nacimiento de Cristo, corrija cada uno eso que encuentra reprensible en sí mismo: el que ha sido lujurioso, que se empeñe en la castidad; quien avaro, prometa generosidad; quien derrochador y hedonista, sobriedad; quien soberbio, humildad; quien difamador, caridad; quien rencoroso, perdón; quien perezoso, diligencia; quien dejó la oración, vuelva al diálogo con el Señor… Prometa  mantenga la promesa. Sería muy injusto que alguno no diese nada al Señor. Hacemos regalos a los familiares y amigos y ¿no damos nada al Creador y dueño de todo que viene a nosotros? Y Él pide sobre todo nuestro corazón. Regalémonos, por tanto, nosotros mismos para que, libres por su misericordia de todo mal, podamos ser plenamente felices”.

 

A ti, hermano, amigo, que has tenido la paciencia de leer estos párrafos, mi más sincero deseo de una feliz navidad y un nuevo año lleno de paz y progreso. Mi regalo, estas palabras que Dios mismo nos dice a todos, recordándonos que, aunque le demos la espalda, El se interesa por nosotros y nos busca para darnos la felicidad que tanto ansiamos: “Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: «Aquí estoy, aquí estoy» a gente que no invocaba mi nombre. Alargué mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde que sigue un camino equivocado en pos de sus pensamientos” (Isaías. 65, 1-2).

 

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense

 

 

 

 

D. ANTONIO DORADO. ESTAD ALEGRES

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ESTAD ALEGRES

 

Carta Pastoral Navidad 2005

 

 

Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, religiosas, religiosos y miembros todos de la Diócesis de Málaga: “estad alegres; que vuestra bondad sea conocida de todos, porque el Señor está cerca.” Estas palabras de San Pablo a los cristianos de Filipo expresan admirablemente mis sentimientos y deseos para todos ante la próxima celebración de Navidad, pues dicha efemérides no sólo nos recuerda el acontecimiento más importante de la historia, sino el fundamento principal y primero de nuestra fe. Nos preparamos a celebrar que el Hijo unigénito de Dios nació en Belén para compartir nuestra condición humana y hacernos partícipes de su condición divina. Por eso es natural que estemos alegres y contagiemos a todos nuestra gratitud, nuestra alegría y nuestra fe.

 

Al hacerse hombre, aceptó el riesgo de que muchas personas no reconocieran su identidad más profunda y pasaran de largo junto a Él. Es lo que sucede también hoy con los que han convertido estas fechas en una ocasión más para sus negocios y su evasión. En lugar de quejarnos y dejarnos arrastrar, los cristianos tenemos que aprovechar todo lo bueno que tiene el sentido de la fiesta y de la familia, mientras hundimos las raíces en el misterio profundo del nacimiento del Señor. Es algo que se tiene que notar en nuestra alegría serena, en nuestra apuesta por el hombre y en nuestra bondad humilde.

Lejos de ser ocasión para el desaliento o para malgastar energías en la crítica de lo que hacen los demás, la Navidad ha de ser un tiempo propicio para la contemplación, la conversión y la gratitud, porque el Señor en persona viene a buscarnos. Dejad que el asombro emocionado inunde vuestro corazón y broten de él la oración de alabanza y de gratitud ante la cercanía sorprendente de Dios.

 

Y al adorar al mismo Dios en la persona de un niño pobre que nace al margen de los hogares habituales, no olvidéis lo que nos dijo Jesucristo sobre su presencia en los marginados y los pobres, porque Él nos sigue esperando en la soledad de los mayores, en el frío de los que no tienen casa y viven hacinados, en el sufrimiento de las personas maltratadas y en la desesperanza de los que han perdido las ganas de vivir.

Os invito a pedir al Señor que reavive nuestra esperanza y nos conceda los ojos de la fe para abrir el espíritu a los dones de la paz, la gratitud, el amor y la alegría, pues está cerca y vamos a celebrar su nacimiento en Belén. Que San Juan no tenga que decir de nosotros aquello de que “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”, sino que nos contemos entre los que le reciben y acogen la gracia maravillosa de convertirse en hijos de Dios.

               

Es lo que os deseo a todos, junto con las comunidades a las que servís y con las personas que comparten vuestra vida diaria. Confío en que también vosotros recéis por mí, a quien Dios llamó un día para que os presidiera en la caridad.

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

 

D. RAMÓN DEL HOYO. A LOS NIÑOS EN NAVIDAD

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Carta del Obispo a los niños y niñas de Jaén

  

Muy queridos amigos/as:

 

Prometí que volvería a escribiros después de la carta que os mandé al principio de curso, y aquí me tenéis de nuevo para felicitaros la Navidad. Me acuerdo mucho de vosotros y rezo a Jesús y a la Virgen María por todos.

 

¿Qué tal el colegio, la catequesis, tus amigos? Pronto llegan las vacaciones de Navidad, tan preciosas para todos, sobre todo para los que conocemos a Jesús y celebramos su nacimiento.

 

Quiero felicitarte en estas Fiestas y animarte para que le acompañes a Jesús Niño en el portal de Belén, desde tu corazón.

 

Cuando yo era, poco más o menos, como tú, el sacerdote de mi pueblo nos contaba cuentos en su casa a los monaguillos, después de ayudarle a Misa, porque estábamos de vacaciones de Navidad. Aún me acuerdo de uno, que no sé si te lo habrán contado. Era así:

 

«Cuando nació Jesús se acercó a Belén un lobo, que no estaba a gusto con lo que era, porque no era feliz haciendo daño a los demás. Se enteró del nacimiento de Jesús, se fue a la cueva de Belén y llamó a la puerta.

 

– ¡Tan…! ¡Tan…!

Salió San José y le preguntó, un poco asustado:

– ¿Qué quieres?

Y el lobo contestó:

– Quiero ver al Niño Jesús, pues sé que cuando lo vea me convertiré en cordero y ya no haré daño a nadie.

San José entró a consultar a la Virgen María y volvió en seguida más contento para decirle al lobo que pasara.

 

El lobo, al ver al Niño Jesús, se convirtió en cordero y le dio un beso.

¿Sabes qué pasó luego… Pues que se fue con los pastores, que habían visitado también al Niño, y fue ya el mejor de los corderos».

 

Como todos los cuentos, también este es fantasía y nunca ha sucedido; pero me sirve para decirte que quien se acerca al Niño Jesús y lo adora en su corazón, cambia su vida, se hace mejor, se parece más a Él.

 

Y tú, ¿vas a visitarle en el nacimiento? ¿vas a comulgar con alma limpia a Jesús? Eso sí que es celebrar la Navidad.

 

Además te invito a escribir una oración a través de esta pregunta: «¿Qué le vas a decir a Jesús cuando te acerques al Portal de Belén o a comulgar? ¿Por qué no dibujas un Nacimiento y te pones tú entre las figuras?» Me gustaría me enviaras tu trabajo para verlo.

 

Quiero que pases unos días muy felices de Navidad junto a tus padres y familia. Salúdales de mi parte y lo mismo a tu sacerdote y catequistas, que te darán esta carta. Te encargo que reces al Niño Dios por todos, uno por uno, y pido a los Reyes Magos que sean muy generosos contigo.

 

Un fuerte abrazo de tu Obispo,

 

+ Ramón, Obispo de Jaén

 

 

 

D. RAMÓN DEL HOYO. NAVIDAD

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Mensaje del Obispo de Jaén, D. Ramón del Hoyo

 

 

Acercaos al Niño de Belén

 

El gran reloj de la historia nos conduce y se aproxima a una nueva Navidad. En nuestros Templos arde una cuarta vela que anuncia ya la gran fiesta de la luz y de la paz: el nacimiento del Niño Dios.

 

Dios se acerca en silencio, como en la primera Navidad, y quiere inundar de luz nueva nuestros hogares y nuestras vidas, como sucedió hace ya más de veinte siglos en el establos de Belén y en aquellos sencillos pastores. La creación que comenzó por la luz (Gn 1, 3) llega a su plenitud con el nacimiento en Belén del Autor de la Luz.

 

Un Niño envuelto en pañales, Príncipe de la paz, trae al hombre un futuro nuevo, trae una paz interior capaz de orientar sus pasos inciertos y titubeantes, viene a orientar a pueblos y naciones por el camino del amor. Solidaridad y esperanza.  

 

“Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres que Dios ama” (Lc 2, 14) cantaron los ángeles en aquella noche y sigue proclamando una legión del ejercito celestial.  

 

Queridos amigos: Corramos a encontrarnos con ese Niño, dejemos todo, está reclinado en un pesebre junto a José y María. Quedémonos tiempo ante tanto Misterio, por que no hay mejor escuela para aprender el amor a Dios y a nuestros hermanos, y, al separarnos del portal, sigamos cantando con los ángeles, “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres…”, al tiempo que nuestra mente recorre los rincones de la tierra, a donde aún no ha llegado esta noticia, y pensamos con preocupación, que aún hay personas sin techo y abandonadas, niños con hambre y explotados, que se valora más lo que tenemos que los que somos…  

 

Misioneros que dejasteis vuestras casas como Jesús la del Padre para vivir lejos junto a los más necesitados, sin que os importen apellidos, geografías, ni colores. Entendéis como nadie la Navidad.  

 

Enfermos de la Noche Buena. Podéis vivir la Navidad más auténtica. Quisiéramos acompañaros especialmente en esta noche, como a los privados de libertad, ancianos, niños, a todos los que sufrís, porque sois los preferidos del Señor. Sois los primeros, como los pastores de Belén.  

Inmigrantes que para encontrar el pan habéis llegado a estas tierras generosas buscando un futuro mejor. También Jesús lo hizo un día en Egipto.  

 

Trabajadores todos como José, allí estaba en el portal con su familia. No había sitio para ellos, pero hizo lo que pudo y sacó adelante a su esposa e hijo. Perfecta su Navidad.  

 

¡Encendamos todos una luz de esperanza, donde quiera que nos encontremos, desde la llama luminosa de aquel portal! ¡Que nos inunde de paz interior a todos el Príncipe de la Paz , y llevemos esta alegre noticia a otros para compartirla! ¡Feliz Navidad!

 

+ Ramón, Obispo de Jaén

 

 

D. ADOLFO GONZÁLEZ. SANTA MARÍA

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Santa María

 

Carta a los diocesanos

               

 

Queridos diocesanos:

 

                El pasado año de 2004, a los 150 años de la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción de María, comenzábamos el año de la Inmaculada que ahora termina. Ha sido un año de gracia para caminar de la mano de Santa María, por la senda del Evangelio. Durante estos doce meses transcurridos se han sucedido los actos marianos y acrecentado el fervor de los fieles a la Madre del Redentor. María ha sido contemplada con complacencia como la criatura soñada por Dios, libre de toda mancha de pecado «desde el primer instante de su purísimo ser natural».

 

Criatura redimida por anticipado para ser madre del Hijo de Dios, María es el prototipo de la nueva humanidad lavada por la sangre de Cristo y recreada por el poder del Espíritu. En ella tenemos el espejo de lo que estamos llamados a ser: fe en el poder de Dios, que «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes», como ella proclama respondiendo al saludo de Isabel, mujer entrada en años y de trayectoria estéril,  pero que en su ancianidad «ha concebido un hijo, porque para Dios nada hay imposible»; docilidad al designio divino, haciendo vocación y cometido el cumplimiento de la palabra divina en la vida humana, porque «Dios quiere que el hombre se salve y llegue al conocimiento de la verdad»; y confianza plena en su amor, que todo lo creó por amor y «no odia nada de cuanto ha creado»; y, «recordando su bondad», mantiene su compromiso de no dejar caer la vida de él nacida en el vacío de la muerte.

 

El fervor por Santa María ha de alentar el cristianismo del  nuevo siglo para caminar sin ambigüedad alguna por la vida como testigos del Hijo nacido de sus entrañas, destinado a salvar un mundo perdido por el pecado que en ella no tuvo éxito alguno. Frente a la corrupción de la vida amarrada por la mentira como estilo y la dominación como método, para sujetar al propio poder a quien estamos prestos a declarar rival cuando en realidad es nuestro hermano, María es el ejemplo fehaciente de la verdad de una vida que no esquivó ni la oscuridad de la fe ni el dolor de la soledad en que la dejó José, el esposo amado muerto antes de que la vida pública del hijo la envolviera en un manto de perplejidad, por todo pertrecho para afrontar un futuro incierto sin otro horizonte conocido que el desarrollo de los acontecimientos, pero apoyada en Dios cuya palabra sostiene el universo.

 

Sobre el icono de Santa María los hijos hemos proyectado amor y lágrimas hemos enjugado en sus haldas de mujer y madre, sabedores de que ella puede acercarnos a Cristo el «hombre nuevo» y principio de nueva humanidad, libre de todas las miserias que ha acarreado la complicidad con el Maligno, perturbador y padre de la mentira, permanente rival de la dicha humana y serpiente tentadora que el pie de la Virgen aplastó para victoria nuestra. Una humanidad curada y regenerada, sin enfermedad ni muerte, enteramente transformada en carne nueva, sin concupiscencias ni los vicios que ahora esclavizan y envenenan la convivencia y desatan el odio y la incomprensión entre hermanos, a los que Dios llama al amor recíproco y la reconciliación perfecta.

 

¡Bendita, Santa María, Madre del Redentor y Virgen fecunda, puerta del cielo siempre abierta, que en tu virginal maternidad nos diste al Autor de la vida y eres esperanza nuestra!

 

Almería, 8 de diciembre de 2005

 

                                                                              X Adolfo González Montes

                                                                                     Obispo de Almería

 

D. JUAN JOSÉ ASENJO. HOMILÍA INMCAULADA CONCEPCIÓN

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                                                       SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 

                                                                             Ordenación de Diáconos

                                                                        Córdoba, Catedral, 8, XII, 2005

 

 

                               1.            «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas». Con estas palabras del salmo 97 la liturgia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción alaba a Dios por las maravillas obradas en la mujer elegida para ser la Madre de su Hijo y Madre nuestra. Con ellas ensalza su hermosura y su belleza y todos los dones con que Dios la adornó desde el primer instante de su concepción.

 

                               En esta mañana parece oportuno recordar que lo que la Iglesia ha afirmado siempre sobre el culto a los santos, puede aplicarse con más propiedad a la Santísima Virgen. Ni ellos ni ella sustituyen al Señor Jesús. No acudimos a ellos porque el Evangelio nos sepa a poco o porque Cristo nos parezca inaccesible o lejano. En ellos y en ella, la Palabra del Hijo y la belleza de su rostro se nos muestran con toda su fuerza y suprema verdad. Como ha escrito un gran teólogo del siglo XX, María y los santos son la mejor exégesis del Evangelio, la más bella explicación hecha experiencia de vida de la Buena Noticia de Jesús.

 

                               La solemnidad de la Inmaculada Concepción, en el corazón del Adviento, es como una cálida invitación a fijar nuestra mirada en María, la llena de gracia y limpia de pecado desde su concepción. Si el camino del Adviento nos prepara para recibir la luz sin ocaso que es y que nos trae el Señor, María es la aurora que precede a la luz. Ella es el modelo acabado del Adviento. Ella esperó y acogió como nadie al Señor prometido y es para nosotros paradigma de la espera y la acogida.

 

                               2.            La fe de la Iglesia nos recuerda en esta mañana  que la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, por los méritos de Jesucristo y por el poder de su muerte redentora, fue favorecida por Dios desde el primer instante de su existencia con el don de la gracia divina y, por consiguiente, no conoció aquel estado que nosotros llamamos pecado original.

 

                               Esta verdad de fe, que hunde sus raíces en la Escritura Santa, ha sido creída desde siempre por la Iglesia, vivida en la liturgia y en la piedad popular, expresada en las obras de los Santos Padres y de los teólogos, esculpida y pintada en las creaciones de nuestros más esclarecidos artistas, cantada por nuestros más inspirados poetas y definida como dogma de fe por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854.

 

                               3.            En la oración colecta hemos confesado esta verdad dirigiéndonos al Padre: “Oh Dios, que por la concepción inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado”. Pero al mismo tiempo que hemos levantado acta de las maravillas obradas por Dios en María, le hemos pedido que este privilegio singular se convierta en bendición para nosotros, que no habiendo sido preservados del pecado como ella, tenemos la triste experiencia de la inclinación al mal y de los pecados personales. Por eso, hemos terminado la oración con esta plegaria: “concédenos por su intercesión llegar a ti limpios de todas nuestras culpas”.

 

                               La concepción inmaculada de María significa que el eterno proyecto de Dios, un proyecto de bondad y belleza, no fue del todo frustrado ni fatalmente aniquilado con la aparición del tentador y sus malas artes ante las que Eva sucumbe. Los Santos Padres han visto en el relato bíblico del pecado de Eva, que hemos escuchado en la primera lectura (Gén 3,9-15.20), la antítesis de la escena evangélica de la anunciación, de manera que, como nos dice San Ireneo, lo que Eva destruyó negándose a colaborar en el proyecto de Dios, María lo restauró obedeciendo su plan de salvación.

 

                               María, por su obediencia al plan de Dios, hace posible la Redención de Cristo. Por ello, es el modelo de la vida piadosa y santa, inmaculada e irreprochable a la que nos ha convocado el apóstol San Pablo en la segunda lectura. La santidad, que es en María una feliz realidad obra de la gracia, debe ser en nosotros un anhelo y una llamada incesante al esfuerzo y a la conversión continua confiando en la ayuda de Dios.

 

                               4.            En los comienzos de un nuevo Adviento, que nos prepara para acoger al Señor que viene, María es guía y compañera de nuestra peregrinación esperanzada. El relato de la anunciación (Lc 1,26-38), un verdadero diálogo entre la llamada de Dios y la libertad de María, nos muestra cómo lo imposible puede hacerse posible. Lo imposible se hace posible cuando aceptamos el plan singular diseñado por Dios para cada uno de nosotros, renunciando a ser como Dios, la vieja y única tentación del hombre.

 

                               Cada uno de nosotros sabemos mejor que nadie cuáles son las frutas prohibidas del árbol de nuestra vida, los sucedáneos con los que tantas veces tratamos de sustituir a Dios. Son nuestras ataduras y apegos, nuestros complejos y miedos cobardes, ante los que podemos sucumbir hasta esclavizarnos. Pero podemos también abrirnos a Dios para decirle como María: lo que Tú tienes pensado para mí, para mi propia felicidad, deseo con todas mis fuerzas que se cumpla, que se haga en mí según tu Palabra. Importa menos que yo lo entienda íntegramente y al instante. Importa únicamente que yo me deje guiar por Tí, acogiendo tu plan salvador sobre mí.

 

                               En la solemnidad de su Inmaculada Concepción, María nos enseña la docilidad y la acogida de la gracia de Dios. Por ello, esta fiesta no nos distrae en nuestro camino de Adviento. Más bien nos adentra en su verdadero significado: recibir en nuestro corazón y en nuestra vida al Dios que viene a dar respuesta a nuestras preguntas, a vendar nuestras heridas, a desatar nuestras ataduras, a poner al sol de su gracia todas nuestras ansias más nobles de felicidad, para que participando de su vida, junto con nuestros hermanos, podamos en verdad ser bienaventurados.

 

                               5.            En la oración sobre las ofrendas vamos a pedir al Señor que así como a ella [a María] la guardó con su gracia limpia de toda mancha, nos guarde también a nosotros, por su poderosa intercesión, limpios de todo pecado. Pedimos en definitiva al Señor que el pecado no sea la palabra final, fatal y última en nuestra vida, sino que haya otra palabra infinitamente más noble y hermosa que todas nuestras huidas y claudicaciones. Si la infidelidad desobediente de Eva nos condujo a la tentación y nos debilitó hasta hacer posible el pecado en nuestras vidas, la fidelidad obediente de María ha permitido que hoy y siempre recibamos el sacramento que nos robustece y repara en nosotros los efectos de aquel primer pecado del que fue preservada de modo singular en su concepción la Inmaculada Virgen María, como rezaremos en la oración postcomunión.

 

                               6.            En esta mañana reconocemos con admiración y asombro todas las maravillas obradas por la Trinidad Santa en la mujer destinada a ser madre de Dios y madre nuestra. Al mismo tiempo, nos unimos a la alegría de toda la Iglesia y damos gracias a Dios por el don de nuestra madre. En esta mañana, queridos hermanos y hermanas, tenemos un nuevo motivo para la alabanza y la gratitud a Dios, que bendice a nuestra Diócesis con seis nuevos diáconos, alumnos de nuestros Seminarios. Dentro de unos momentos, nuestros hermanos Jorge Antonio, Anibal, Antonio Orlando, Juan, Jacob y José Carlos, van a acercarse al altar de Dios para subir el último peldaño antes de recibir el don del sacerdocio. Dentro de unos instantes van a anudar públicamente su compromiso con el Señor y con la Iglesia al recibir, por el ministerio del Obispo, una participación inicial en el sacramento del orden, que los destinará a anunciar el Evangelio, predicar la Palabra de Dios, servir al altar y ejercer el ministerio de la caridad.

 

                               Queridos candidatos: tenéis el privilegio de recibir el diaconado en la más hermosa de las fiestas marianas. Que María sea siempre el espejo en el que os miréis. Gracias a su cooperación y a su consentimiento (Lc 1,38), «el Verbo se hace carne» y «planta su tienda entre nosotros» (Jn 1,14). En la anunciación, la Virgen se deja inundar y envolver por el Espíritu, acoge en su seno al Salvador y se consagra, en una dedicación total, plena, exclusiva y definitiva a la persona y a la obra y misión de su Hijo (LG 56).

 

                               El fiat de María es el paradigma de vuestra respuesta a Dios que os ha elegido para colaborar en su proyecto de salvación. La actitud de María fue la fidelidad plena, la consagración del corazón, de la voluntad y de la mente y la obediencia de los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (Lc 8,21). María es modelo de acogida de la Palabra que la Iglesia hoy os encomienda proclamar. María es modelo de la disponibilidad que en esta mañana os pide la Iglesia al aceptar solemnemente vuestro propósito de vivir el celibato apostólico como signo de vuestra entrega a Jesucristo, con el que queréis configuraros, y de vuestra entrega al servicio de la Iglesia.

 

                               María en Caná, en la Visitación a Isabel y al pie de la Cruz, en la que tiene presente a toda la humanidad necesitada de redención, es también modelo de servicio, actitud consustancial al orden sagrado que dentro de unos momentos vais a recibir. En esta mañana, escuchad como especialmente dirigidas a vosotros estas palabras del Señor: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Este es el norte de todo ministerio ordenado en la Iglesia: ser servidores humildes y fieles de Jesucristo, el Señor; ser servidores, abnegados hasta la extenuación, de la comunidad cristiana; ser servidores de la fe, de la verdad que salva, del encuentro de los hombres con Dios; ser servidores del Evangelio de la esperanza, de la comunión, la reconciliación y la paz; ser servidores de los más débiles, de los más despreciados y necesitados, acogiéndoles y cuidándoles con el estilo del Señor.

 

                               En esta mañana tenemos otro motivo para dar gracias a Dios: hoy se cumplen cuarenta años de la clausura del Concilio, Vaticano II, el mayor acontecimiento, sin duda, en la vida de la Iglesia del siglo XX, un auténtico don de Dios para su Iglesia, que debe continuar siendo el principio inspirador y la brújula de la acción de la Iglesia en el nuevo Milenio. «Con el pasar de los años -nos dijo el Papa Benedicto XVI nada más ser elegido para el ministerio de Supremo Pastor- los documentos conciliares no han perdido actualidad; por el contrario, su enseñanzas se revelan particularmente pertinentes en relación con las nuevas necesidades de la Iglesia y de la sociedad globalizada». La finalidad del Concilio, en palabras del Papa Juan XXIII que lo convocó, fue «inyectar en las venas de la humanidad… la fuerza perenne, vital y divina del Evangelio». El punto de partida, la ruta y meta del Concilio no fue otra que Cristo, como declaró Pablo VI en la apertura de la segunda etapa conciliar: «Cristo es nuestro principio,; Cristo es nuestra guía y nuestro fin… Que no brille sobre esta asamblea otra luz sino Cristo, luz del mundo; que ninguna otra verdad atraiga nuestras mentes fuera de las palabras del Señor, nuestro único Maestro; que ninguna otra aspiración nos anime si no es el deseo de serle absolutamente fieles; que ninguna otra confianza nos sostenga sino aquella que fortalece mediante su palabra, nuestra frágil debilidad».

 

                               Cristo y la evangelización del mundo contemporáneo fue, en efecto, el programa del Concilio y debe ser también el programa, queridos candidatos, de vuestro ministerio en ciernes. Pedimos a la Virgen que seáis fieles a estos dos amores, al tiempo que os encomendamos a su maternal intercesión. Que ella nos ayude a todos a acogerlo en las fiestas que se acercan y que prepare también vuestro corazón para el gran encuentro con Él en el día ya cercano en que recibiréis el don magnífico del sacerdocio. Así sea.

 

 

                                                                        + Juan José Asenjo Pelegrina

                                                                                  Obispo de Córdoba

 

D. CARLOS AMIGO. HOMILÍA INMACULADA

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SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

 

Homilía del Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo Vallejo

  

Catedral de Sevilla, 8 de diciembre de 2005

 

¿Quién podrá haceros mal, si os entregáis con empeño a hacer el bien? (1Pe 3, 13). Pueden ser muchas las situaciones de dificultad y los motivos para la preocupación y el sufrimiento, pero San Pablo recuerda el más grande de todos los motivos para la esperanza y el consuelo: «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley,» (Gál 4, 4).

 

Esa mujer, la Madre de Dios, será pura y santa desde el primer momento de su concepción. Esta es la gran señal de la bondad de Dios. Nos lamentamos de los males que nos aquejan y aspiramos a encontrarnos con aquello que en verdad puede alcanzarnos la felicidad, es decir, el bien.  Pero, sin mirar hacia lo alto, se olvidan los horizontes y no se encuentran los verdaderos y propios caminos para el hombre. Por tanto:

 

Tened en el corazón los mismos sentimientos que Cristo. «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp. 2, 5-8).

 

María Inmaculada fue la mujer humilde se hizo la sierva de Dios para que ha humanidad pudiera recibir el más grande de todos los bienes: Cristo, el Redentor del hombre.

 

Tomar en cuenta todo lo que sea bueno y justo. «Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta.» (Flp. 4, 8)

 

                María Inmaculada aceptó ser la Madre de Dios. No era simplemente algo

 

bueno lo que se le ofrecía, sino el Bien más grande y perfecto.

 

                Hacer de la esperanza criterio de vida. «Siempre dispuestos a dar respuesta a todo  el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara, sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo. Pues más vale padecer por obrar el bien, si esa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal» (1Pe 3, 15-17).

 

                María Inmaculada  ofrece la razón de su esperanza mostrándose siempre dispuesta a cumplir la voluntad de Dios: ¡hágase en mi según tu palabra!

 

                Dejarse atraer por la bondad. Que la caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien, amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros. Con la alegría de la esperanza. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Atraídos más bien por lo humilde. Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres. En paz con todos los hombres. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien (Rom 12, 9-21).

 

                María Inmaculada es espejo de todas las virtudes y el modelo más acabado de una amor perfecto y del seguimiento a jesucristo, pues en ella el mal del pecado fue vencido con la gracia de Dios y la fuerza del bien.

 

                Queremos recordar  aquella primera comunidad cristiana de Jerusalén: atendían a la enseñanza de los apóstoles, celebraban la eucaristía, atendían a los pobres… Todo con alegría y sencillez. Este es nuestro deseo y nuestra súplica, en esta fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, en la que, un año más resuenan en esta santa Iglesia hispalense aquellas palabras: «Tu lo sabes, fue la gloria en Sevilla, aclamándote sin mancilla en tu pura Concepción».

 

                Aquí está la esclava del señor, dijo María. Ella puso su propia libertad al servicio de Dios. Es que, para ser discípulo de Cristo se necesita el desprendimiento. Bien lo dijo María: hágase en mi según tu palabra. Y todo se hizo nuevo en Cristo y el mal del pecado fue vencido por la gracia y la virtud

 

                Memoria y actualidad permanente de las grandes acciones de Dios es la Eucaristía. La voluntad del Señor se realiza en el pan, y es para nosotros el Cuerpo de Cristo, comida y bebida de salvación. Es que Dios Padre siempre quiere el bien de sus hijos.

 

+ Carlos Amigo Vallejo

Cardenal Arzobispo de Sevilla

ASIDONIA – JEREZ. CELEBRACIÓN DE LA NAVIDAD

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El próximo día 24, se celebrará una Eucaristía oficiada por el Obispo D. Juan del Río Martín, en el Centro Penitenciario Puerto II a las 11:00 h.

 

A esta celebración acudirán internos de los cuatro módulos así como los de enfermería que puedan desplazarse.

 

Este año se vuelve a la tradición de celebrar dicha Eucaristía todos juntos después de varios años sin celebrarse.

 

Actuará el coro navideño de la Hermandad del Rocío de Puerto Real y asistirá el equipo de capellanía que actualmente está integrado por dos sacerdotes, un diácono permanente, tres religiosas y quince seglares.

 

Al día siguiente, festividad de la Natividad del Señor,  el Obispo de la Diócesis oficiará la Eucaristía a las 12:00 h. en las Hermanitas de los Pobres.

ALMERÍA. PEREGRINACIÓN DIOCESANA AL V ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS

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La Oficina de Peregrinaciones y Años Santos está ya preparando la peregrinación que acompañará al Obispo, D. Adolfo González Montes al Encuentro Internacional de las Familias en Valencia del 5 al 9 de julio. El papa Benedicto XVI ha llamado a todos los obispos españoles a organizar esta asistencia. Se invita a todas las parroquias y comunidades a este encuentro con el nuevo Papa Benedicto XVI.

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