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NOTA DE LA VICARÍA GENERAL DE LA DIÓCESIS NIVERIENSE

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NOTA DE LA VICARÍA GENERAL DE LA DIÓCESIS NIVARIENSE

 

 

Día durísimo para todos. Hoy nos hemos levantado, sin apenas dormir, con fe y ánimo firme. Los medios materiales de los servicios diocesanos han sido reducidos a ceniza, pero quedamos lo más importante: las personas.

 

Los que trabajamos en cada uno de los servicios diocesanos, hemos de trabajar hoy y mañana, y estos meses, con todas nuestras fuerzas para que los servicios que prestamos a los Católicos de El Hierro, La Gomera, La Palma y Tenerife y a la entera sociedad Canaria desde esta sede de La Laguna, sean reestablecidos. El trabajo es ingente, pero las llamas no van a acabar con nuestra determinación de reestablecernos de las ingentes pérdidas patrimoniales y “administrativas que hemos, estamos padeciendo.

 

            Nuestro Obispo nos decía ayer, “ésto comenzó en Belén y aquí estamos”. Pues eso. Aquí estamos. A trabajar, a luchar, a mantenernos unidos, a vivir más austeros, a reforzar la fe y esperanza de todas y todos, a interpretare  adecuadamente lo que Dios nos está diciendo con todo esto. Convirtamos la tragedia en una oportunidad saludable para mejorar.

 

Que no tiemble nuestro corazón ni se acobarde. No estamos solos. Él está, si cabe, más cercano a nosotros en estos momentos.

 

A nivel práctico, hoy se ha abierto una cuenta en Cajacanarias  con el nombre de “Restauración del Obispado”. El Obispo, los Vicarios Generales y de Economía, provisionalmente estos días, estaremos situados en las oficinas del Archivo histórico en la calle Anchieta. La administración se ubica en la sede de la central de peregrinaciones, situada en la Casas de la Juventud, frente el Casino de La Laguna.

 

Gracias a todas y todos. Administraciones, empresas, instituciones, particulares, por tantas muestras de solidaridad y cercanía.

 

 

Antonio Pérez Morales

Vicario General

ANDIAMO AVANTI, CARTA DE D. CARMELO J. PÉREZ

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ANDIAMO AVANTI. PROSIGAMOS

 

 

Prosigamos!, ¡andiamo avanti! Fueron algunas de las primeras palabras del recién estrenado Papa, Benedicto XVI, tras su elección. Y son las palabras que me vinieron a la cabeza cuando conseguí reponerme un poco de las noticias que me llegaban desde Tenerife.


Hemos perdido el Obispado. La tragedia arquitectónica es incuestionable. Pero mucho más difícil será calibrar el alcance del drama humano y diocesano que esta desgracia entraña en toda su magnitud.


Aquellas venerables piedras se han dañado irremisiblemente. Yo conozco bien cada rincón, cada esquina del difunto palacio, y no me hago a la idea de que ya no queda nada. Pero hay mucho más… y peor. Pienso en John, el bedel, que se ha quedado sin casa y sin todo. Y en Elsa y sus compañeras, que han perdido mucho más que su lugar de trabajo con la desaparición de la Librería. Tengo presente a Óscar, el nuevo secretario, recién instalado. Pienso en mis compañeros de la Vicaría de Justicia, y en tantas historias personales que recogían los expedientes aniquilados. Y en los trabajos pendientes sobre las mesas y en los ordenadores, finalmente devastados. No consigo apartar la imagen de la que fue mi oficina durante trece años… y me duele muy dentro todo.


También pienso en las ironías del destino. Ayer tenía que haber llovido en La Laguna. Y ayer, casi por casualidad, nuestro obispo emérito, don Felipe, estaba a pocos metros del incendio. Él, que pisaba por primera vez Tenerife tras la renuncia por razones de enfermedad, también tuvo que asistir al indeseable espectáculo de ver como su hogar y su Obispado desaparecían para siempre. No es justo. No es la imagen de bienvenida que merecía ver el viejo y sabio pastor.


Sin embargo, ¡andiamo avanti!, ¡prosigamos! Me suenan ahora con una inesperada conveniencia aquellas palabras del Papa. Apropiadas para quienes sentimos algo, mucho, por la Iglesia Católica en Tenerife.


Seguro que el mismo sentimiento del Pontífice es el que ahora acuna el obispo, don Bernardo. Por dentro estará dando forma ya a lo que tenemos que hacer, con el empuje que distingue a quienes saben que la Iglesia es mucho más que un edificio. El fuego no ha perdonado nada, pero don Bernardo no permitirá que las llamas arrasen la esperanza. Irá delante, seguro, con otra antorcha: la que ilumina los pasos en medio de la noche a quienes se han dejado abrasar por el calor de la fe.


Si ahora no tenemos piedras que acojan los organismos diocesanos, renovemos nuestra confianza en que las piedras vivas de la diócesis somos nosotros. No perdamos tiempo en echar la vista atrás, otros habrá que se abonen al desaliento. Nosotros, los creyentes, no.


Desafortunadamente, el día de ayer está escrito ya en la crónica de sucesos de la Historia de Canarias. Hoy ha amanecido triste, es inevitable. Pero bien estaría que sobre la derrotada estructura del edificio quemado pusiéramos nosotros las bases de un nuevo comienzo. Una etapa nueva que otros recordarán con orgullo porque no sucumbimos a nuestro ánimo caído.


No se ha quemado la Iglesia. El fuego no ha arrasado ni la fe ni la esperanza. Irrumpamos en la calle, envueltos por el humo, como el obispo, el último en salir. Todavía conmocionados, aprovechamos la ocasión para experimentar, y compartir con quienes nos contemplan, que la fe es un aliento que nos empuja adelante en medio de la contrariedad. Que no se quema. Que no depende de espacios para vivir. Que vive por dentro y se nota por fuera.



Carmelo J. Pérez Hernández
es sacerdote y ha dirigido la Oficina de Prensa del Obispado.

 

(Publicado en Diario de Avisos el 24/01/05)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

D. FRANCISCO CASES ANDREU, OBISPO DE LA DIÓCESIS DE CANARIAS

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Las Palmas de Gran Canaria. 27 / 01 / 2006. – El nuevo Obispo de la Diócesis de Canarias, D. Francisco Cases Andreu, ha pronunciado hoy su primera homilía como Obispo de la Diócesis de Canarias ante unas cuatro mil personas en la Catedral de Santa Ana.

 

Entre las 4.000 personas testigos de su toma de posesión como obispo de la Diócesis  se encontraba el Nuncio del Papa en España, Mons. Monteiro; el obispo saliente, D. Ramón Echarren, y el Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo.

 

Uno de los momentos más emotivos de la celebración fueron las palabras de Cases dirigidas al Obispo de la Diócesis de Tenerife, D. Bernardo Álvarez,  declarando que está a su lado tras el incendio en La Laguna y que fomentará la unidad en Canarias. La colecta de hoy ha ido destinada a la rehabilitación de la sede del obispado tinerfeño.

 

Para seguir la ceremonia se habían colocado pantallas gigantes a ambos lados de la plaza y en el interior del templo.

 

 

En la tarde de ayer jueves 26 de enero, Mons. Cases llegó al aeropuerto de Gran Canaria, procedente de Madrid; acudieron a recibirle Mons. Echarren, ahora ya Obispo Emérito de la Diócesis de Canarias, y una nutrida representación de sacerdotes de distintos municipios de la Isla.


Aseguró que su primera tarea en la Isla será la de empadronarse. También anunció que el próximo miércoles comenzará una gira por las islas de Fuerteventura, Lanzarote y La Graciosa «en principio para que me vean y me conozcan, y luego ya empezaremos a trabajar».


D. Francisco Cases sustituirá, por razones de edad, al anterior obispo de Canarias, D. Ramón Echarren, de 76 años, que culminó, con el nombramiento de su sucesor, con 37 años de ejercicio como obispo, de los que 27 los desempeñó en el archipiélago canario.

 

D. ANTONIO CEBALLOS. MANOS UNIDAS

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“OTRO MUNDO ES POSIBLE, DEPENDE DE TI”

  

Carta Pastoral de D. Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta

 

 

Mis queridos diocesanos:

 

                Cada año en los primeros días del mes de febrero la Campaña contra el Hambre en el Mundo y el día del Ayuno Voluntario, que ella promueve, es para todos como una fuerte llamada a la solidaridad. El lema de este año es muy elocuente: “Otro mundo es posible, depende de ti”. Os exhorto a todos los miembros de la Iglesia del Señor en Cádiz y Ceuta a ser solidarios. A poner nuestro granito de arena en este proyecto solidario Norte-Sur.

 

1. Tejer  la solidaridad entre todos

 

                Este año “Manos Unidas”, además de esperar nuestra colaboración económica para cientos de proyectos, con sus nombres y apellidos, que esperan nuestra generosidad, nos llama a participar en el mejor de sus proyectos, el de tejer la solidaridad entre todos.

 

                Como católicos, podemos contribuir a que dicha celebración sea una interpelación a la solidaridad, que tal y como nos lo enseña el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Sollicitudo rei socialis”, es una “determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien a todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (SRS 38).

 

2. Entrañas de misericordia

 

         Esta Campaña contra el Hambre en el Mundo está muy metida dentro del corazón de los gaditanos y los ceutíes, que muestran sus entrañas de misericordia y amor. Observo como cada año crece su atención a este grave problema que trata de devolver su dignidad a miles de seres humanos y procurarles unas condiciones mejores de vida. No es cosa de repetir cifras un año más, que denotan la injusticia y la falta de solidaridad de este mundo inhumano en que vivimos. Unos pocos gozan de la mayor parte de los recursos económicos del planeta en los países del Norte, mientras que en los países del Sur de la Tierra las gentes se mueren de hambre y miseria.

3. Sé solidario: otro mundo es posible

 

                   La palabra solidaridad está hoy día cargada de muchas resonancias y referencias. La palabra solidaridad traduce la actitud del buen samaritano que se manifiesta como prójimo del hombre que se encuentra en el camino de la vida de cada día (cf. Lc 10,29). Es necesario hacerse débil entre los débiles…

 

                   Os facilito unos datos significativos: en el año 2004 se han recaudado 46.347,30 euros, y aprobados 720 proyectos de desarrollo en 60 países, repartidos entre las siguientes prioridades y continentes: – África: 282; – Asia: 233; – América: 205. Como veis, estos sencillos datos exigen de nuestra parte una mayor solidaridad.

 

                   Tenemos que ser solidarios. Ser solidarios con nuestros hermanos más débiles y necesitados, y esto no por un sentimiento superficial de compasión, sino por un cambio de actitud, una conversión. Por encima de los vínculos humanos y naturales tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse, en última instancia, la solidaridad: “Esta solidaridad debe aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue su consumación” (GS 32).

 

4. Determinación de trabajar por el bien común

 

                   Es amenazadora y pavorosa la distancia entre quienes pueden consumir de todo hasta la saciedad y el derroche, y aquellos que carecen de lo más necesario. Puestos frente a frente, los unos no podrían sostener la mirada de los otros. Sólo puede salvarse lo ancho y lo profundo de esta separación si nos sentimos de veras responsables los unos de los otros “y tomamos la determinación de trabajar por el bien común, es decir, por el bien de todos y de cada uno, porque somos verdaderamente responsables de todos”, como nos decía el Papa Juan Pablo II. Para ello es necesario que entre nosotros se reavive la conciencia moral, embrutecida por esta sociedad de consumo que impide escuchar responsablemente el grito de tantos necesitados que nos reclama.

 

5. Millones de seres humanos nos miran a la cara 

 

                   Es necesario que para remediar el hambre en el mundo haya un cambio en las relaciones estructurales entre las naciones y los pueblos. Este cambio lento por fuerza nos pedirá que influyamos en él por todos los medios pacíficos que estén a nuestro alcance. Pero hay, ya ahora, millones de seres en extrema necesidad que se dirigen a nosotros pidiendo una ayuda inaplazable.

 

                   Manos Unidas nos pone en relación inmediata, sin intermediarios, con hombres y mujeres con nombres y apellidos propios, y con sus necesidades y proyectos para salir con su trabajo y esfuerzo de su miseria, y así recuperar su dignidad humana. Estos hombres y mujeres, gracias a los inapreciables oficios de Manos Unidas están inmediatamente junto a nosotros, y nos miran a la cara. No podemos negar una ayuda que con toda seguridad llegará a ellos, para que construyan viviendas, caven pozos, compren maquinaria agrícola, levanten un dispensario, una escuela, etc.

 

6. La solidaridad tiene un nombre: Caridad

 

                   En esta jornada, día 12 de febrero, me dirijo particularmente, a los cristianos. Aquí la solidaridad tiene un nombre: Caridad. La celebración de la Eucaristía está íntimamente vinculada a las exigencias de justicia y amor. Es el “memorial” de la muerte de Cristo por salvar entre otros, el abismo del que hemos hablado. Nadie puede participar seriamente en él sin dar algún paso con Cristo hacia el hermano que nos reclama desde su miseria y necesidad. En este día quiero que pidáis, en el nombre del Señor, una conversión del corazón para todos.

 

                   Reza por vosotros, os quiere y bendice,

 

 

+ Antonio Ceballos Atienza

    Obispo de Cádiz y Ceuta

 

Cádiz, 12 de enero de 2006.

 

D. ANTONIO CEBALLOS. SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

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“Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20)

 

Carta Pastoral de D. Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta

 

 

                Mis queridos diocesanos:

 

                Con particular afecto dirijo un caluroso saludo a todos los cristianos, católicos y no católicos, que desean la unidad y se preocupan de que esta aspiración se traduzca en una fidelidad al mensaje de Jesucristo, el cual oró al Padre por la unidad de todos los que creen en su nombre. Os invito a participar en la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, que tendrá lugar del 18 al 25 de enero de 2006.

 

1. Donde dos o tres….

 

                Hace sólo unas semanas celebrábamos todos los cristianos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, designado por el evangelista san Mateo como Jesús, el “Salvador” y el “Dios con nosotros” (cf. Mt 1,21-23). En este contexto se expresa la promesa de Jesús, que sirve de tema para la Semana de Oración por la unidad de los cristianos en este año: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Y tengamos también presente las palabras de Jesús en la llamada oración sacerdotal: “Que todos sean uno, para que el mundo crea” (cf. Jn 17).

 

2. Son más las cosas que nos unen que las que nos separan

 

                Esta confesión unánime y muchos otros elementos comunes que enumeró el Concilio Vaticano II en su Decreto sobre el Ecumenismo fundamentan las relaciones de buena hermandad que deben mantener las diferentes Iglesias cristianas, a pesar de las prolongadas discordias y enemistades que marcaron largas etapas del pasado. El buen Papa Juan XXIII nos recordó, una y otra vez, que son más fuertes las cosas que nos unen que aquellas que nos separan.

 

 

 

 

3. Pedir la gracia y el don de la unidad

 

                Durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos y en nuestra oración por la unidad durante todo el año, os invito a tomar conciencia de que la unidad es una gracia y de que debemos invocar sin cesar este don. Para ello nada  mejor que confiar en la presencia de Jesús que ha prometido a sus discípulos: “Os digo  también: si dos de vosotros, estéis donde estéis, os ponéis de acuerdo para pedir algo en oración, mi Padre celestial os lo concederá” (Mt 18,19). Y también tener presente el capítulo 17 del evangelio de san Juan, que nos habla de la centralidad que los cristianos de todos los tiempos descubren en la plegaria y en la  oración  por la unidad : “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado” (Jn 17,21).

 

4. Unidad cristiana y unidad de la humanidad

 

                En el contexto de esta semana y dadas las divisiones eclesiales, ninguna oración como ésta para obedecer e identificarnos con el deseo de Jesús. La oración al Padre será asumida por todos los cristianos de tantas tradiciones diversas y, sin duda, será escuchada por Aquel que concede toda dádiva y todo don.

 

                Vale la pena recordar que la oración por la unidad no puede ni debe representar una preocupación marginal entre otras muchas. Toca el fondo de la obra redentora de Cristo. La unidad de sus discípulos es vital para hacer creíble el mensaje de salvación a todos los hombres y mujeres del mundo. Por eso, unidad cristiana y unidad de la humanidad son realidades que se implican mutuamente. No cabe la segunda sin la primera. Es el sentido profundo del que “todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21).

 

5. Restauración de la unidad visible

 

                Las dificultades por las que atraviesa el movimiento ecuménico son obvios. Pero este hecho no debe hacernos rebajar la guardia, antes al contrario, debería estimularnos a todos a proseguir en esa búsqueda de unidad visible.

 

                Todos conocemos las dificultades y diferentes niveles en el que se mueve el trabajo ecuménico. El doctrinal, el institucional, el “de base”. Pero hay uno que envuelve, de alguna manera, a todos los demás: la plegaria, que es como el “alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual” (UR 8).

 

                Al dirigiros estas líneas tengo muy presentes los gestos y palabras del Papa Benedicto XVI, y más concretamente de su antecesor, el Papa Juan Pablo II: “Contra el fondo de la desunión humana la difícil marcha hacia la unidad cristiana debe ser continuada con determinación y coraje, aunque se perciben obstáculos que bloquean la senda. Aquí y de forma solemne, nos comprometemos de nuevo, con nosotros mismos y con los que representamos, a la restauración de la unidad visible y la plena comunión eclesial, en la confianza de buscar algo menos sería traicionar la intención del Señor por la unidad de su pueblo” (Juan Pablo II y el Primado Anglicano, 1989).

 

6. Convertir esta urgencia en un reto

 

                Nuestra Diócesis de Cádiz y Ceuta, poco a poco, va asumiendo la tarea ecuménica. Durante la celebración de nuestro Sínodo Diocesano se hicieron verdaderos gestos en este sentido.

 

                Os invito a todos, un año más, a convertir esta urgencia en un reto. Del día 18 al 25 de enero nos uniremos a la misma oración del Señor: “Que todos sean uno para que el mundo crea”, y sabiendo también que “donde dos o tres se reúnen en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Esta será la plegaria y la experiencia cristiana de nuestras parroquias, de nuestras comunidades religiosas, de nuestros grupos juveniles. Esta será nuestra valiosa aportación al movimiento ecuménico. Cuando nos reunimos para orar juntos por la unidad, la unidad se siente cercana. Oremos, pues, unidos “para que todos sean uno”.

 

                Reza por vosotros, os quiere y bendice,

 

 

                                                               + Antonio Ceballos Atienza

                                                             Obispo de Cádiz y Ceuta

 

 

Cádiz, 10 de enero de 2006.

D. ANTONIO DORADO. MANOS UNIDAS

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CAMPAÑA DE MANOS UNIDAS

CONTAMOS TAMBIÉN CONTIGO

 

Carta Pastoral de D. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga

 

A mediados del mes de diciembre se celebró la sexta Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio. Dirigentes políticos del mundo se reunieron para decidir sobre una posible reforma de las pautas que rigen el comercio, con el fin de que los países más pobres tuvieran la posibilidad de vender sus productos en nuestros mercados a un precio razonable. A pesar de las hermosas promesas de los 189 Jefes de Estado y Gobierno que se reunieron en la ONU el año 2.000, en esta sexta reunión no se logró dar pasos importantes. Y es que en torno a 1.200 millones de personas malviven con menos de un euro al día, mientras que percibe dos cualquier vaca de la Comunidad Económica Europea. En el año 2000, dirigentes de todo mundo se propusieron acabar con esta pobreza severa antes del 2015. Sin embargo, después de lo visto, esta meta parece alejarse más cada día.

 

En el mundo hay recursos suficientes, si queremos poner remedio esta situación de injusticia, que tiene sumidos en la pobreza a millones de personas y que provoca una emigración creciente. No piden limosna, sino justicia. La mayoría vive de la tierra, pero el sistema de subsidios a la agricultura en los países ricos impide que sus productos lleguen a nuestros mercados. El hambre, la falta de higiene, la carencia de agua potable y de medios para beneficiarse de los avances médicos hace que cada día mueran miles de personas, especialmente niños que son los más vulnerables.

 

Por eso, el lema de Manos Unidas para la campaña de este año nos dice a todos y a cada uno: Otro mundo es posible, depende de ti. Esta organización católica es suficientemente conocida, porque está presente en todas las parroquias y comunidades cristianas de la diócesis a través de sus enlaces. Y lo que intenta este año es implicar a más personas; decir sencillamente que cuenta con todos para seguir trabajando en favor de la justicia y de la paz. Pues aparte de poner en marcha proyectos de desarrollo con la colaboración directa de los más pobres, pretende que no caigamos en el desaliento a la hora de trabajar a favor de una humanidad más libre, más fraterna y más justa.

 

Cuando la cultura postmoderna nos invita a que cada uno viva placenteramente y se ocupe sólo de sí mismo, Manos Unidas nos propone vivir una existencia solidaria y esperanzada. Porque la mayor contribución para que se perpetúe el presente estado de pobreza y de injusticia consiste convencernos de que no hay nada que hacer. Esta falta de esperanza arruina toda iniciativa y esfuerzo, y perpetúa las estructuras de pecado en que vivimos.

Manos Unidas cuenta conmigo y contigo para frenar la ola de conformismo y desaliento que se expande entre los ciudadanos de los pueblos ricos. Muchos pueden echar una mano para recaudar fondos; otros disponen de medios que compartir; y todos tenemos acceso a ese gran bien que es la palabra para denunciar la injusticia y mantener viva la esperanza. Los proyectos que crean riqueza y futuro en los lugares más pobres son como el grano de mostaza del que nos habló Jesucristo: impulsos liberadores que un día crecerán para dar cobijo humano a mucha gente.

 

Ante el conformismo de los pesimistas, nosotros sabemos que nuestro trabajo con los pobres y nuestra certeza de que es posible vencer la injusticia hunde sus raíces en la fe. Esa fe que nos enseña que Jesucristo ha vencido el mal y nos cambia el corazón para continuar hoy su tarea; esa fe que, en la Eucaristía de cada domingo, anuncia la resurrección del Señor, como garantía de que también la muerte de miles de personas que carecen de lo más necesario puede ser vencida mediante el amor que hemos recibido del Espíritu; un amor que nos sostiene y nos moviliza en favor de los pobres.

 

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

 

EL FUEGO CONSUME EL OBISPADO DE TENERIFE

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El Palacio de Salazar, magnífico edificio del siglo XVII sede del Obispado de Tenerife desde el siglo XIX, ha sufrido un devastador incendio que comenzó a las 12:00 h. de hoy lunes 23 de enero. El Gobierno de Canarias ha manifestado que el fuego pudo comenzar por un cortocircuito en la biblioteca. La madera de tea favoreció el rápido avance de las llamas.

  

Afortunadamente no hay que lamentar desgracias personales. El edificio, sede de las oficinas del Obispado y residencia del Obispo, D. Bernardo Álvarez Afonso, puede darse, prácticamente, por perdido. Se ha perdido todo lo que había en su interior. No ha sido pasto de las llamas el Archivo Histórico Documental, al encontrarse en una cámara ignífuga.

 

En el momento en el que comenzó el incendio Mons. Álvarez Afonso, Obispo de la Diócesis Nivariense, estaba reunido en el edificio con los vicarios. Al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, intentaron sofocar el mismo, aunque ya era de tal magnitud que nada se pudo hacer; D. Bernardo junto al Vicario General siguió intentando apagar el incendio y fue el último en abandonar el edificio.

 

El Palacio de Salazar tiene un gran valor arquitectónico y forma parte del conjunto histórico declarado Bien Cultural Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999. El edificio está situado en la calle San Agustín de La Laguna, en la isla de Tenerife.

 

 

 

 

 

D. ANTONIO DORADO. JORNADA EMIGRANTE Y REFUGIADO

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DIOS NOS HABLA EN LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

 

Carta de D. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga

 

 

Dicen los evangelistas que Jesucristo reprochó a sus oyentes que no escuchaban a Dios, cuando les hablaba en los “signos de los tiempos”. Con la expresión, “signos de los tiempos”, el Señor se refería a los acontecimientos importantes de aquel momento histórico, que exigían adoptar una postura decidida y acorde con la fe, porque Dios sale al encuentro de sus hijos en la historia de cada día y juzga nuestro amor a Él por lo que hacemos o dejamos de hacer con el otro. Pues enseña el Evangelio que la sinceridad y la hondura de nuestro amor a Dios pasa por nuestro amor a los demás.

 

No podemos olvidarlo ante la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebra el 15 de Enero, porque este fenómeno, como dice en su Mensaje para esta ocasión el Papa Benedicto XVI, forman parte de “los signos de los tiempos reconocibles hoy”. Durante el siglo XX, España ha vivido, y sigue viviendo hoy, el fenómeno de las migraciones en sus carnes. Durante décadas, fueron muy numerosos los conciudadanos nuestros que tuvieron que emigrar. Unos, para buscar refugio por motivos políticos; y otros, para conseguir un trabajo y un salario que aquí no tenían. Pero durante las últimas décadas ha cambiado esta tendencia migratoria y hoy somos nosotros los que recibimos a numerosas personas de otros pueblos.

 

El tradicional espíritu acogedor de España, y más concretamente de Andalucía, ha puesto de manifiesto sus mejores cualidades durante este tiempo. Sin embargo, a medida que la inmigración ha aumentado, vemos que surgen nuevas dificultades de todo tipo, relacionadas con el trabajo, con la vivienda, con la reunificación de las familias y con la convivencia en general. Es verdad que la mayoría de los ciudadanos saben dar un trato justo a los inmigrantes, pero no faltan los que se aprovechan indignamente de su situación de inferioridad para obtener ventajas injustas.

 

Por su parte, los que llegan en busca de un trabajo o de asilo político tienen sus defectos, igual que los españoles, pero podemos caer en la tentación de aplicar a todos ellos los actos delictivos de unos pocos. Es una tendencia muy minoritaria todavía, que empieza a despuntar en aquellos lugares en los que la inmigración ha crecido más y la Jornada de este año tiene que ayudarnos a hacer examen de conciencia. Pues defender su dignidad y sus derechos es también una manera de vivir la democracia y de confesar nuestra fe.

 

Aunque los seguidores de Jesucristo no podemos conformarnos con ofrecer ese mínimo que es un trato respetuoso y justo, sino que nos debemos acercar a todos estos hombres y mujeres con amor evangélico y ayudarlos a integrarse. En especial, cuando constatamos que nuestros seres queridos más débiles, como los mayores y los enfermos crónicos, dependen en gran medida del trabajo, los cuidados y el cariño de las mujeres inmigrantes. Su contribución al bienestar de las personas más indefensas es algo digno de encomio, que honra a la inmensa mayoría de estas trabajadoras.

 

La Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado nos brinda una oportunidad más para profundizar en este grave fenómeno social, verdadero signo de los tiempos; para conocer mejor los hechos y revisar el trato que les damos; para ayudarlos cuando se les presenten momentos especialmente difíciles; para ofrecerles el apoyo necesario; para integrar en nuestras comunidades a los que comparten nuestra fe; para poner de manifiesto que creemos de verdad que Jesucristo muerto y resucitado sale a nuestro encuentro en todos los hombres, y de manera especial, en los hermanos que necesitan cualquier tipo de ayuda. Mediante las circunstancias históricas que estamos viviendo, Dios lo ha puesto a nuestro lado y espera en ellos nuestra respuesta evangélica.

 

+ Antonio Dorado Soto,

 Obispo de Málaga

 

D. ANTONIO DORADO. JORNADA INFANCIA MISIONERA

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LOS NIÑOS NOS EVANGELIZAN

 

Carta Pastoral de D. Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga

 

Muchos adultos no saben que gracias a la aportación de los niños misioneros se han abierto en todo el mundo y se mantienen miles de guarderías, escuelas y hospitales. Porque los niños son generosos y tenaces, cuando se sienten protagonistas y conocen los problemas de otros niños. Igual que en tiempo Navidad son capaces de destruir juguetes bélicos y de compartir algunos con los que nada tienen, a lo largo de Enero son muchos los que se movilizan con sus huchas solidarias para recaudar fondos que entregan a las misiones. El año pasado los niños españoles recaudaron 2.333.478, 08 euros, una cifra muy importante. Y lo que resulta más llamativo, según cuentan sacerdotes y padres, es que una parte notable de tal recaudación la aportaron ellos, del dinero que llaman suyo.

 

Este año, el quinto centenario del nacimiento de San Francisco Javier, nos ofrece una oportunidad maravillosa para inculcarles el espíritu misionero. Porque ellos aman la aventura, y no existe aventura más seductora y mayor que la de ser santos y misioneros. Narrarles la vida de Javier, este español universal, además de ser ameno, puede resultar francamente contagioso y ayudarles a descubrir lo que significa creer en Jesucristo y dar la vida por los demás.

 

Aún resuenan entre nosotros las hermosas palabras de Juan Pablo II, cuando dijo a propósito de la Infancia Misionera que “la Iglesia confía hoy la misión de evangelizar de un modo muy especial a los niños”. A primera vista, esta afirmación parece alejada de los hechos, pero todos conocemos a padres que han vuelto a la fe impulsados por las preguntas y el testimonio de sus hijos enrolados en las catequesis parroquiales. Pues cuando un niño se toma a Dios en serio y pregunta a sus padres, no es infrecuente que éstos se sientan desarmados e interpelados. Que no en vano una de las bienaventuranzas nos dice que los limpios de corazón, como es el caso de los niños, descubren a Dios.

 

Por otra parte, cuando se les presenta por medio de narraciones adaptadas, de dibujos animados y de imágenes reales la vida y la labor de los misioneros se sienten llamados a imitarlos. Además, en su proceso educativo humano y cristiano no debemos hurtarles la situación dramática de otros niños y lo que se puede hacer en las misiones con ese euro que ellos gastan en lo que llaman “chuches”. Quizá nos resulte difícil explicarles el lema de esta año, cuando dice: “Siente la misión en tu corazón”, pero es fácil inculcar en su espíritu lo que realmente significa la misión y el espléndido trabajo de los misioneros. Los padres y los catequistas no podéis olvidar que el conocimiento de esa página grandiosa que es la labor de los misioneros es un elemento fundamental para su buen conocimiento de la Iglesia. Pero es más necesario todavía inculcarles la pasión por la justicia frente a las carencias de millones de niños; la necesidad de compartir algo propio, como forma de amar a los demás; y la importancia de colaborar activamente en una causa noble, implicando en ello a sus padres y demás familiares, pues como dijo también Juan Pablo II, “el apoyo misionero de los niños es muy valioso”. El año pasado se recaudaron en nuestra diócesis de Málaga y Melilla 52.059, 27 euros, pues los niños tienen un corazón de oro y una voluntad de hierro cuando hacen suya una causa.

 

+ Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga Málaga

 

D. CARLOS AMIGO. JORNADA VIDA CONSAGRADA

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EXPERIENCIA DE DIOS Y VIDA EN CRISTO

 

 

      Carta pastoral del Cardenal Amigo Vallejo Arzobispo de Sevilla con motivo del día de la vida consagrada

 

 

                En palabras del santo padre Benedicto XVI, el Concilio Vaticano II es como la brújula que debe ir señalando el itinerario en el que buscamos sinceramente el rostro Dios y deseamos servir a nuestros hermanos, siempre guiados por la mano providente de la Iglesia. Queremos, en definitiva, contemplar y vivir esa increíble y gozosa experiencia del misterio de la Encarnación, pues nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3, 3).

 

                El Concilio ofreció a la vida consagrada un inapreciable documento sobre la «adecuada renovación de la vida religiosa», es el decreto Perfectae caritatis. De ello hace cuarenta años, pero, como dice también Benedicto XVI, «Con el pasar de los años, los documentos conciliares no han perdido su actualidad; al contrario, sus enseñanzas se revelan particularmente pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la sociedad actual globalizada» (Mensaje 20-4-05).

 

                En el año 1994 se celebraba la asamblea general del Sínodo de los Obispos sobre la vida consagrada y, posteriormente, en marzo 1996, Juan Pablo II nos dejaba el regalo de la exhortación Vita consecrata. Entre esos documentos fundamentales se ha movido la vida consagrada en estos años, contando también con la ayuda de no pocas e importantes orientaciones que llegaban de las más altas instituciones de la Iglesia.

 

                El documento Perfectae caritatis había señalado cinco principios generales a tener en cuenta: el seguimiento de Cristo, la fidelidad al carisma fundacional, la participación en la vida de la Iglesia, la atención a los signos de los tiempos y la renovación espiritual (PC 2). En tres amplios y significativos capítulos, la exhortación Vita consecrata irá mostrando la presencia y razón de ser, el testimonio de comunión con la Iglesia y la misión de la vida consagrada como manifestación del amor de Dios.

 

                A los cuarenta años del decreto conciliar Perfectae caritatis, y a los diez de la exhortación Vita consecrata, será muy oportuno que reflexionemos, no sólo acerca de la actualidad de esos principios de renovación, sino para reafirmarse en la fidelidad a lo que debe ser, vivir y hacer la vida consagrada en nuestra Iglesia.  Queremos hacer esta reflexión inspirados en el magisterio de Benedicto XVI. Así, uniremos lo que hemos recibido con lo que hoy y ahora quiere la Iglesia de la vida consagrada. Durante este período, entre el Concilio Vaticano II y Benedicto XVI, no ha sido poco el esfuerzo de la Iglesia, y de la misma vida consagrada, para llevar adelante la adecuada renovación que propiciaba el concilio, pero también, muchos institutos han tenido y tienen que superar cada día los efectos de unos innegables momentos críticos de cambios, adaptaciones, abandonos y estar a la espera de nuevas vocaciones que no acaban de llegar.

 

                Como apoyo y aliento para este itinerario de reflexión, tendremos a nuestro lado una carta de Benedicto XVI sobre la vida consagrada, en la que el Papa dice que «las personas consagradas ofrecen a los fieles oasis de contemplación y escuelas de oración, de educación en la fe y de acompañamiento espiritual. Pero, sobre todo, continúan la gran obra de evangelización y de testimonio en todos los continentes, hasta la vanguardia de la fe, con generosidad y, a menudo, con el sacrificio de la vida hasta el martirio. Muchos de ellos se dedican totalmente a la catequesis, a la educación, a la enseñanza, a la promoción de la cultura y al ministerio de la comunicación. Están junto a los jóvenes y sus familias, a los pobres, a los ancianos, a los enfermos y a las personas solas. No existe ámbito humano y eclesial donde no estén presentes de modo a menudo silencioso, pero siempre activo y creativo, casi como una continuación de la presencia de Jesús, que  pasó  haciendo  el bien a todos (cf. Hch 10, 38). La Iglesia da gracias por el testimonio de fidelidad y de santidad dado por tantos miembros de los institutos de vida consagrada, por la oración incesante de alabanza y de intercesión que se eleva de sus comunidades, y por su vida gastada al servicio del pueblo de Dios» (27-9-05).

 

 

1. Cristo: identificación y seguimiento

 

                Regla suprema y principio fundamental es el del seguimiento de Cristo tal y como lo propone el evangelio (PC 2). Lo repetía San Benito (Regla 4) y de ello se ha hecho eco Benedicto XVI en varios documentos de su magisterio: «no anteponer nada al amor de Cristo». Él es la fuente inagotable de nuestra vida, el secreto de la santidad.

 

                Pero ese encuentro y seguimiento de Cristo es imposible sin una profunda experiencia de fe, que reconoce y vive a Cristo como hijo Dios y con el que uno desea sentirse plenamente identificado en ideas, sentimientos y conducta y, sobre todo, gustando la presencia del Espíritu Santo que habita en cada persona. En el seguimiento e imitación de Cristo, siempre han de quedar profundamente asumidos y bien reflejados los mismos sentimientos de Cristo, que no son otros que los de la humildad y donación, del desprendimiento y de la generosidad (Audiencias 1-6-05).

 

                  En Cristo se ha revelado el mismo rostro de Dios y, por tanto, también se ha manifestado la identidad y la grandeza del hombre. Cristo lo es todo para nosotros, como decía san Ambrosio (La virginidad, 49). Vida y ejemplo, aspiración y compañía, gracia y maestro. Por tanto, «caminar desde Cristo significa reencontrar el primer amor, el destello inspirador con que se comenzó el seguimiento. Suya es la primacía del amor. El seguimiento es sólo la respuesta de amor al amor de Dios. Si nosotros amamos es porque Él nos ha amado primero (1Jn 4, 10.19). Eso significa reconocer su amor personal con aquel íntimo conocimiento que hacía decir al apóstol Pablo: «Cristo me ha amado y ha dado su vida por mí» (Ga 2, 20)». La vida consagrada es, en definitiva, una vida «afianzada por Cristo, tocada por la mano de Cristo, conducida por su voz y sostenida por su gracia» (Caminar desde Cristo 22).

 

                Cuando Benedicto XVI tiene que hablar de Cristo, advierte que Jesús no quita nada de lo que hay de grande y hermoso en cada uno, sino que ofrece el verdadero significado de la vida y de la felicidad del mismo hombre. Habrá, eso sí, que dejarse sorprender por Cristo y darle el derecho de poder hablarnos, abriendo las puertas de la libertad a su amor misericordioso, para gustar la alegría de una presencia llena de vida (Colonia, Embarcadero 2). Tener los sentimientos de Cristo es abrir el corazón, llevar a la vida una firmeza perseverante en la confianza y la obediencia a Dios (Audiencia 1-6-05).

 

                Quien contempla, quien tiene la experiencia de Dios en Cristo, se siente fuertemente interpelado a llevarla a la propia vida, y tratar de entusiasmar a otros con ese gozo de una existencia plenamente identificada con el Señor. Es esa experiencia personal que hace comprender la propia vocación consagrada, sintiéndose arrebatado por el amor del Verbo Dios hecho hombre.

 

                En esa experiencia de Cristo, aparece siempre lo más amado del Señor: la Iglesia. Y con la Iglesia todos aquellos que sufren más de cerca la cruz del sufrimiento y la marginación en tantas formas distintas. El corazón de Cristo es ese espacio santo en el que nos encontramos todos y sentimos la fuerza del amor que el amor de Dios ha puesto en el corazón de todos y cada uno de los hombres y mujeres de este mundo.

 

                Estos últimos pensamientos son de especial importancia para la espiritualidad y el ministerio de la vida consagrada contemplativa y claustral. En la identificación con el amor a Cristo se rompen todas las fronteras del espacio, y se realiza un encuentro universal, íntimo y misionero con el amor misericordioso de Cristo, que se entrega para la salvación de todos.

 

2. Siguiendo el camino los fundadores

 

                Con la propia identidad e incondicionalmente fieles al propósito de los fundadores y a las sanas y legítimas tradiciones, los institutos de vida consagrada serán un bien para toda la Iglesia (PC 2). Ha sido por gracia del Espíritu que los fundadores y las fundadoras recibieron un carisma personal, que ellos vivieron con fidelidad y dejaron como herencia preciosa para que se desarrollara en la misma vida del instituto. Solamente desde ese origen espiritual se puede comprender la identidad y la misión de la vida consagrada. Es el Espíritu el que guía, orienta y se hace criterio de discernimiento en ese itinerario de fidelidad al carisma fundacional, del cual depende la misma razón de existencia de una institución de vida consagrada.

 

                En lo íntimo de la vocación religiosa, siempre hay un gran deseo de encontrarse con lo más genuino del carisma fundacional, casi visualizado, aunque sea de una forma memorial, en la vida y acciones de los fundadores, los cuales se convierten en el modelo a seguir y son referente continuo de la propia vida consagrada. La razón no puede ser más legítima, pues los fundadores acercan a Jesucristo. Ellos fueron ejemplo de un fiel seguimiento al Señor, el único que tiene la fuerza del amor necesario para hacer de toda la vida un constante deseo de identificación con Él y de seguir sus palabras.

 

                En esa referencia a los fundadores hay siempre un componente de fascinación, de sentirse atraído por la vida y obra de esa persona que vive en el espíritu del instituto. La fidelidad al carisma fundacional será lo que garantice, no sólo la llegada de nuevas vocaciones entusiasmadas por la vida y el ejemplo de quienes lo siguen, sino la misma pervivencia del instituto. El testimonio de una vida entregada al Señor, alegre, desprendida, servicial y llena de confianza en Dios, ha de ser el mejor ofrecimiento a quien pida razón de una existencia plenamente consagrada

 

 

3. En la vida de la Iglesia

 

                No sólo ha sentirse la vida consagrada como en la propia casa, sino que debe ayudar a construir y enriquecer cada día, con su participación activa, la misma vida de la Iglesia y, según el carácter propio de cada instituto, hacer propias las mismas acciones eclesiales (PC 2).

 

                La Iglesia está viva porque Cristo está vivo, ha dicho Benedicto XVI (Homilía 24-4-05). Es el mismo Espíritu quien anima a esta comunidad que es el nuevo pueblo de Dios. No es, por tanto, una simple realidad humana, aunque sean mediaciones humanas de las que se sirve el Espíritu para actuar en la historia (Regina coeli 15-5-05). Y que se pueda reconocer a la Iglesia como «lugar de la misericordia y de la ternura de Dios para con los hombres» (Colonia. Embarcadero). Ninguno puede sentirse extranjero, pues Cristo ha querido formar un solo pueblo, esa gran familia que es la Iglesia. Es la característica esencial de la catolicidad, de esa universalidad tan diversa, pero que hace de todos los pueblos una admirable unidad formada por esa comunidad universal que escucha y sigue a Cristo.

 

                Decía Benedicto XVI, que mucha gente tiene la impresión de que puede vivir sin la Iglesia, a la cual presentan como algo del pasado (Aosta 25-7-05). Sin embargo, Juan Pablo II nos ha dejado «una Iglesia más valiente, más libre, más joven… Que mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro» (Mensaje 20-4-05). Bien lo comprenden los jóvenes que «no buscan una Iglesia juvenil, sino joven de espíritu; un Iglesia en la que se transparenta Cristo, Hombre nuevo» (Colonia. A los obispos, 21-8-05). Es decir, que «la Iglesia no está cerrada en sí misma, que no vive para sí misma, sino que es un punto luminoso para los hombres» (A los peregrinos alemanes 25-4-05), porque «la Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni olvidados ni despreciados. En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo» (Homilía 15-5-05).

 

 

4. Hombres y mujeres de nuestro tiempo

 

                Ha de ser necesario, decía el concilio, que los miembros de los institutos de vida consagrada conozcan la situación en la que viven los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, así como las necesidades de la Iglesia, a fin de que se pueda prestar a todos una ayuda más eficaz (PC 2). Se trata, en definitiva, de ser consecuentes con los signos de los tiempos.

 

                Benedicto XVI hablaba, en su primera homilía como Papa, de la atención de la Iglesia a los que vagan hoy por el «desierto». «Y hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. Por eso, los tesoros de la tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción» (Homilía 24-4-05).

 

                Son muchas las incertidumbres, temores, e interrogantes de cara al futuro. Sobre todo, esa amenaza de destrucción de la misma persona humana, despojándola de valores humanos y de creencias religiosas, privándole de su mismo derecho a poder vivir y de hacerlo en paz. Ante esta situación, «signos de los tiempos», hay que tomar el evangelio, su luz y sus criterios, y salir a los caminos de este mundo para encontrar en todo la huella del amor de Dios.

 

                El Señor es fiel más allá de las circunstancias del tiempo, del lugar, de la historia que vivimos los hombres. Si al desierto acudió con el maná, a nosotros llegará con su misericordia, con su justicia, con su paz, con la fuerza y la gracia del Espíritu. Dios está más allá de cualquier vicisitud humana y permanecerá siempre fiel a sí mismo. Y Él es la Bondad.

 

                Por tanto, dice el papa, en estos momentos los miembros de la vida consagrada tienen que mostrar no sólo «una atención constante a los problemas locales, sino también una valiente fidelidad al carisma peculiar. En efecto, la vida consagrada, desde sus orígenes, se ha caracterizado por su sed de Dios: quaerere Deum. Por tanto, vuestro anhelo primero y supremo debe ser testimoniar que es necesario escuchar y amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que a cualquier otra persona o cosa. Este primado de Dios es de suma importancia precisamente en nuestro tiempo, en el que hay una gran ausencia de Dios. No tengáis miedo de presentaros, incluso de forma visible, como personas consagradas, y tratad de manifestar siempre vuestra pertenencia a Cristo, el tesoro escondido por el que lo habéis dejado todo» (A la vida consagrada 10-12-05).

 

                También ha recordado el papa una tentación que se presenta ante la ausencia de nuevas vocaciones, y de las muchas dificultades para manifestar la propia misión: se piensa que las gentes ya no tienen necesidad de nosotros, que parece inútil todo lo que hacemos (Aosta 25-7-05). Pero la respuesta no puede ser más clara y más contundente, como dijo en sus primeros mensajes: «hay que adentrarse en el mal de la historia y echar las redes, llevando el evangelio y aplicándolo al mundo actual».

 

 

5. Renovación espiritual

 

                Siempre, y en primer lugar, la renovación espiritual, como lo más propio de aquellos que dedican su vida al seguimiento de Cristo y se unen a Dios por la profesión de los consejos evangélicos (PC 2). Una renovación espiritual que no puede tener como principio sino la misma fidelidad a la palabra que el Señor ha revelado. Ésta es la primera y la más imprescindible fuente para saciar cualquier sed espiritual. Pero habrá que beber con gran deseo de alimentar una vida en fidelidad al Espíritu y a los compromisos contraídos, y poder realizar la misión a la que se nos llama como personas consagradas. Si falta esta agua, aparece el señuelo de las falsas seguridades, del seguimiento de extrañas teorías sin fundamento, de dejarse arrastrar más por lo novedoso que por la firmeza de la palabra eterna de Dios.

 

                Si las comunidades cristianas deben ser auténticas escuelas de oración, cuanto más aquellas que hacen de su vida una dedicación al misterio de Dios manifestado en Jesucristo. «Esta fidelidad, como sabéis, es posible a quienes se mantienen firmes en las

 

fidelidades diarias, pequeñas pero insustituibles:  ante todo, fidelidad a la oración y a la escucha de la palabra de Dios; fidelidad al servicio de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo, de acuerdo con el propio carisma; fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, comenzando por la enseñanza acerca de la vida consagrada; y fidelidad a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía, que nos sostienen en las situaciones difíciles de la vida, día tras día» (A la vida consagrada 10-12-05).

 

                Espacio por demás adecuado para esta imprescindible renovación espiritual es el de la vida fraterna. Decía Benedicto XVI, en el mismo discurso: «Parte constitutiva de vuestra misión es, además, la vida comunitaria. Al esforzaros por formar comunidades fraternas, mostráis que gracias al Evangelio pueden cambiar también las relaciones humanas, que el amor no es una utopía, sino más bien el secreto para construir un mundo más fraterno». Esa fe evangélica redime de la soledad, conduce al encuentro con la vida comunitaria. Pero, cada uno de los consagrados debe ser, también, portador de vida fraterna en la que se haga sentir la disponibilidad al amor y la entrega recíproca.

 

 

6. Icono de la Santísima Trinidad

 

                Junto a los principios fundamentales de renovación propuestos en el decreto conciliar Perfectae caritatis, debemos acercarnos a esos tres capítulos del documento Vita consecrata, que son la mejor síntesis sobre la vida y misión de la vida consagrada en la Iglesia y en el mundo: icono de la Santísima Trinidad, signo de fraternidad y servicio a la caridad.

 

                El misterio trinitario es, en expresión de Benedicto XVI, la manifestación del amor eterno e infinito de Dios. «Toda la revelación se resume en estas palabras: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8. 16); y el amor es siempre un misterio, una realidad que supera la razón, sin contradecirla, sino más bien exaltando sus potencialidades. Jesús nos ha revelado el misterio de Dios: él, el Hijo, nos ha dado a conocer al Padre que está en los cielos, y nos ha donado el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo. La teología cristiana sintetiza la verdad sobre Dios con esta expresión: una única sustancia en tres personas. Dios no es soledad, sino comunión perfecta. Por eso la persona humana, imagen de Dios, se realiza en el amor, que es don sincero de sí» (Angelus 22-5-05).

 

                La vocación a la vida consagrada es una iniciativa del Padre, que exige de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva. En la práctica de los consejos evangélicos hay una forma peculiar de participar en la misión del Hijo y en la obra del Espíritu Santo. El Espíritu suscita el deseo de una respuesta total. Guía el crecimiento de tal deseo y lo sostiene hasta su fiel realización. A los llamados los configura con Cristo y los mueve a acoger como propia le misión de su Señor, prolongando una especial presencia del Señor. «Los consejos evangélicos son, pues,

 

ante todo un don de la Santísima Trinidad. La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza» (VC 17, 18, 19, 20).

 

                El Espíritu Santo no separa la vida consagrada de las necesidades de la Iglesia y del mundo. Aunque el «primer objetivo de la vida consagrada es el de hacer visibles las maravillas que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas. Más que con palabras, testimonian estas maravillas con el lenguaje elocuente de una existencia transfigurada, capaz de sorprender al mundo. Al asombro de los hombres responden con el anuncio de los prodigios de gracia que el Señor realiza en los que ama. En la medida en que la persona consagrada se deja conducir por el Espíritu hasta la cumbre de la perfección» (VC 20).

 

               

7. Signo de comunión en la Iglesia

 

                Benedicto XVI ha exhortado a la vida consagrada a vivir y cultivar una sincera comunión «no sólo dentro de cada una de las fraternidades, sino también con toda la Iglesia, porque los carismas deben custodiarse, profundizarse y desarrollarse constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne» (A la vida consagrada 10-12-05). Las personas consagradas tienen que ser «verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva espiritualidad como testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que constituye la cima de la historia del hombre según Dios» (VC 46).

 

                Si la Iglesia es esencialmente misterio de comunión,  la vida fraterna quiere reflejar la hondura y la riqueza del misterio trinitario, pues se configura como «espacio humano habitado por la Trinidad«, en una constante vivencia del amor fraterno, poniendo de manifiesto que la participación en la comunión trinitaria puede transformar las relaciones humanas, creando un nuevo tipo de solidaridad» (VC 41). Pues la vida de comunidad es espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado (VC 42).

 

                Aunque la disminución de vocaciones provoca serias dificultades, en forma alguna se puede perder la confianza en «la fuerza evangélica de la vida consagrada», que continuará alimentando la respuesta de amor a Dios y a los hermanos. Una cosa es la situación histórica de un determinado Instituto o de una forma de vida consagrada, y otra la misión eclesial de la vida consagrada como tal. La primera puede cambiar, la segunda no puede faltar. «Las nuevas situaciones de penuria han de ser afrontadas por tanto con la serenidad de quien sabe que a cada uno se le pide no tanto el éxito, cuanto el compromiso de la fidelidad. Lo que se debe evitar absolutamente es la debilitación de la vida consagrada, que no consiste tanto en la disminución numérica, sino en la pérdida de

 

la adhesión espiritual al Señor y a la propia vocación y misión». Los dolorosos momentos de crisis representan un apremio a las personas consagradas para que proclamen con fortaleza la fe en la muerte y resurrección de Cristo, haciéndose así signo visible del paso de la muerte a la vida (VC 63).

 

                A este respecto, no pueden ser más actuales y oportunas las palabras de Benedicto XVI: «una auténtica renovación de la vida religiosa sólo puede darse tratando de llevar una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino encontrando en Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma del fundador o de la fundadora. (…) Sin ceder jamás a la tentación de encerrarse en sí mismos, sin conformarse jamás con lo conseguido y sin abandonarse al pesimismo y al cansancio» (A la Asamblea plenaria de la Congregación de los Institutos de vida consagrada, 27-9-05). 

 

 

8. Epifanía del amor de Dios en el mundo

 

                En una meditación a la asamblea del Sínodo de los Obispos, Benedicto XVI hablaba de unos mandamientos paulinos, entre los que estaban los de ayudarse mutuamente y gustar la unidad en el mismo Espíritu. Es la comunión en la Iglesia, algo esencial e imprescindible para llevar a cabo la propia misión y evangelizar con la Iglesia. «La persona consagrada está en misión en virtud de su misma consagración, manifestada según el proyecto del propio Instituto (VC 72).

 

                No se puede realizar, tan admirable y necesario cometido, sin una profunda experiencia de Dios y teniendo en cuenta los desafíos de nuestro tiempo. Pero «la vida consagrada no se limitará a leer los signos de los tiempos, sino que contribuirá también a elaborar y llevar a cabo nuevos proyectos de evangelización para las situaciones actuales. Todo esto con la certeza, basada en la fe, de que el Espíritu sabe dar las respuestas más apropiadas incluso a las más espinosas cuestiones. Será bueno a este respecto recordar algo que han enseñado siempre los grandes protagonistas del apostolado: hay que confiar en Dios como si todo dependiese de Él y, al mismo tiempo, empeñarse con toda generosidad como si todo dependiera de nosotros» (VC 73).

 

                La vida consagrada vive y manifiesta preferentemente el amor de Dios que se ha dado en el anuncio apasionado de Jesucristo y el servicio a los pobres, testimoniando, ante todo, la primacía de Dios y de los bienes futuros (VC 85).

 

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