ANDIAMO AVANTI, CARTA DE D. CARMELO J. PÉREZ

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ANDIAMO AVANTI. PROSIGAMOS

 

 

Prosigamos!, ¡andiamo avanti! Fueron algunas de las primeras palabras del recién estrenado Papa, Benedicto XVI, tras su elección. Y son las palabras que me vinieron a la cabeza cuando conseguí reponerme un poco de las noticias que me llegaban desde Tenerife.


Hemos perdido el Obispado. La tragedia arquitectónica es incuestionable. Pero mucho más difícil será calibrar el alcance del drama humano y diocesano que esta desgracia entraña en toda su magnitud.


Aquellas venerables piedras se han dañado irremisiblemente. Yo conozco bien cada rincón, cada esquina del difunto palacio, y no me hago a la idea de que ya no queda nada. Pero hay mucho más… y peor. Pienso en John, el bedel, que se ha quedado sin casa y sin todo. Y en Elsa y sus compañeras, que han perdido mucho más que su lugar de trabajo con la desaparición de la Librería. Tengo presente a Óscar, el nuevo secretario, recién instalado. Pienso en mis compañeros de la Vicaría de Justicia, y en tantas historias personales que recogían los expedientes aniquilados. Y en los trabajos pendientes sobre las mesas y en los ordenadores, finalmente devastados. No consigo apartar la imagen de la que fue mi oficina durante trece años… y me duele muy dentro todo.


También pienso en las ironías del destino. Ayer tenía que haber llovido en La Laguna. Y ayer, casi por casualidad, nuestro obispo emérito, don Felipe, estaba a pocos metros del incendio. Él, que pisaba por primera vez Tenerife tras la renuncia por razones de enfermedad, también tuvo que asistir al indeseable espectáculo de ver como su hogar y su Obispado desaparecían para siempre. No es justo. No es la imagen de bienvenida que merecía ver el viejo y sabio pastor.


Sin embargo, ¡andiamo avanti!, ¡prosigamos! Me suenan ahora con una inesperada conveniencia aquellas palabras del Papa. Apropiadas para quienes sentimos algo, mucho, por la Iglesia Católica en Tenerife.


Seguro que el mismo sentimiento del Pontífice es el que ahora acuna el obispo, don Bernardo. Por dentro estará dando forma ya a lo que tenemos que hacer, con el empuje que distingue a quienes saben que la Iglesia es mucho más que un edificio. El fuego no ha perdonado nada, pero don Bernardo no permitirá que las llamas arrasen la esperanza. Irá delante, seguro, con otra antorcha: la que ilumina los pasos en medio de la noche a quienes se han dejado abrasar por el calor de la fe.


Si ahora no tenemos piedras que acojan los organismos diocesanos, renovemos nuestra confianza en que las piedras vivas de la diócesis somos nosotros. No perdamos tiempo en echar la vista atrás, otros habrá que se abonen al desaliento. Nosotros, los creyentes, no.


Desafortunadamente, el día de ayer está escrito ya en la crónica de sucesos de la Historia de Canarias. Hoy ha amanecido triste, es inevitable. Pero bien estaría que sobre la derrotada estructura del edificio quemado pusiéramos nosotros las bases de un nuevo comienzo. Una etapa nueva que otros recordarán con orgullo porque no sucumbimos a nuestro ánimo caído.


No se ha quemado la Iglesia. El fuego no ha arrasado ni la fe ni la esperanza. Irrumpamos en la calle, envueltos por el humo, como el obispo, el último en salir. Todavía conmocionados, aprovechamos la ocasión para experimentar, y compartir con quienes nos contemplan, que la fe es un aliento que nos empuja adelante en medio de la contrariedad. Que no se quema. Que no depende de espacios para vivir. Que vive por dentro y se nota por fuera.



Carmelo J. Pérez Hernández
es sacerdote y ha dirigido la Oficina de Prensa del Obispado.

 

(Publicado en Diario de Avisos el 24/01/05)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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