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SEVILLA. SEMBRADOR DE LA PALABRA Y LA MISERICORDIA

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Sembrador de la palabra y la misericordia es el nombre de la última Carta Pastoral escrita por el Cardenal Arzobispo de Sevilla, Mons. Carlos Amigo Vallejo, sobre el sacerdote en nuestra Iglesia. La presentó el viernes 30 de septiembre en el curso de las Jornadas de Formación Sacerdotal que se celebraron en el Seminario Metropolitano de Sevilla los días 28, 29 y 30 de septiembre.

 

En Noticias / Especiales de la página web de Odisur se puede leer íntegra: www.odisur.com

TENERIFE. MIRÁNDOLO CON CARIÑO

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Con este lema, se celebra el domingo 9 de octubre en la Diócesis de Tenerife el Día de la Catequesis, una jornada diocesana  que pretende servir de ayuda para tomar conciencia de la importancia de esta labor que ejercen más de 2500 catequistas, atendiendo a más de 22.000 personas (adultos, jóvenes, adolescentes, niños y niñas). La catequesis en todos sus niveles es, sin duda, la actividad eclesial que involucra a un mayor número de personas en las islas que comprenden la Diócesis.

 

El lema escogido, Mirándolo con cariño, es una invitación a que todos los que desempeñan esta tarea imiten la actitud de Cristo en la transmisión de la fe: comprometiéndose realmente a conocer las circunstancias en que se desarrolla la vida de las personas a las que se propone la fe, ofreciendo con alegría y sencillez el mensaje del evangelio.

 

Más información y materiales en la página web de la Diócesis Nivariense: www.obispadodetenerife.es

LA FACULTAD DE TEOLOGÍA DE GRANADA COMIENZA EL CURSO

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El monasterio de la Cartuja acogió la celebración de la Eucaristía con motivo del inicio de curso de la Facultad de Teología. La celebración fue presidida por el Arzobispo de Granada, D. Javier Martínez, y concelebrada por el Obispo de Guadix-Baza, D. Juan García-Santacruz Ortiz. También estuvieron presentes un gran número de sacerdotes y profesores de la Facultad de Teología, así como el rector de la misma, Idelfonso Camacho.

Fue una misa muy íntima y participativa. Los sacerdotes, religiosos, novicios y seminaristas participaron en los cantos, lecturas y moniciones. En la homilía, el Arzobispo habló de la paz y la esperanza. La paz como “afirmación teologal  que tiene su fundamento en lo único que puede sostenerlo que es Cristo en medio de nosotros, paz que nos da la posibilidad de construir nuestra vida sobre la roca” subrayó. A partir de esta afirmación hizo una reflexión sobre la “extrañeza del mundo” ante el “Evangelio y las palabras grandes que contiene”. En opinión del Arzobispo, esto se debe a un dilema que expuso muy bien el filósofo Alasdair MacIntyre, al abandonar la Iglesia presbiteriana y unirse posteriormente a la católica. El dilema consistiría en lo siguiente: “o los teólogos hablan de sí mismos y de sus preocupaciones, o cuando traducen sus preocupaciones a “la voz del mundo” carecen de interés, la Iglesia no tiene nada que decir” expresó el Arzobispo. “La solución a este dilema viene -siguió D. Javier Martínez– a lo que dio lugar al Concilio Vaticano II: un retorno a las fuentes de donde mana la vida de la Iglesia y donde las vidas de las personas pueden ser iluminadas”. Tras la misa se trasladaron a la Facultad de Teología donde tuvo lugar el Acto Académico por el comienzo de curso.

 

MIRÁNDOLO CON CARIÑO

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Con este lema, se celebra el domingo 9 de octubre en la Diócesis de Tenerife el Día de la Catequesis, una jornada diocesana  que pretende servir de ayuda para tomar conciencia de la importancia de esta labor que ejercen más de 2500 catequistas, atendiendo a más de 22.000 personas (adultos, jóvenes, adolescentes, niños y niñas). La catequesis en todos sus niveles es, sin duda, la actividad eclesial que involucra a un mayor número de personas en las islas que comprenden la Diócesis.

 

El lema escogido, Mirándolo con cariño, es una invitación a que todos los que desempeñan esta tarea imiten la actitud de Cristo en la transmisión de la fe: comprometiéndose realmente a conocer las circunstancias en que se desarrolla la vida de las personas a las que se propone la fe, ofreciendo con alegría y sencillez el mensaje del evangelio.

 

Más información y materiales en la página web de la Diócesis Nivariense: www.obispadodetenerife.es

D. ANTONIO CEBALLOS. JÓVENES SEDUCIDOS POR JESUCRISTO

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Mis queridos diocesanos:

Amadísimos jóvenes, recibid un cordial y cariñoso saludo.

La Iglesia del Señor que peregrina hacia el Reino en Cádiz y Ceuta sueña con una juventud seducida por Jesucristo. Sueña con que toda la juventud grite en este siglo XXI: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, fuiste más fuerte que yo y me pudiste» (Jr 20,7). Este será uno de los signos de que la Iglesia está viva.

1 – JÓVENES SEDUCIDOS POR JESUCRISTO

1.- Sé que el mundo de los jóvenes es complejo. Cada joven es un mundo pero, sí, sé que podemos descubrir en los jóvenes de hoy que viven seducidos por la noche, lo gregario, el sexo, el dinero, el bienestar… pero, también, son seducidos por muchos otros aspectos positivos. El mismo Jesús les seduce. Incluso lo que creemos que puede ser negativo, también tiene su lado positivo. Creo que no se puede evangelizar a los jóvenes si no se les ama, y creo que no se les puede amar si no tratamos de conocerlos y descubrir en ellos sus inmensas posibilidades, con deseos sinceros de ponernos a su servicio. Esta es una de las asignaturas pendientes que tiene la Iglesia y, sobre todo, nuestra Iglesia de Cádiz y Ceuta en este tercer milenio: evangelizar a los jóvenes.

2.- Queridos jóvenes, os escribo, pues, como cristiano obispo, es decir, como decía San Agustín: con vosotros soy cristiano y para vosotros, vuestro obispo: os escribo no desde otra experiencia sino desde la de Jesús y desde la vida verdadera que es desde donde observo, pienso, siento y rezo cada día. Vengo del camino de la vida y desde ahí vivo mi espiritualidad evangélica, no sin dificultades y esfuerzo. Porque la vida cristiana auténtica no se fragua desde la prisa y la ausencia de intimidad sino desde la reflexión personal y compartida sobre la vida real, la que ayuda a encontrar al Dios de Jesucristo en la entraña del mundo. Es lo que la bendita Teresa de Jesús decía hermosamente: «Fuera de ti no hay buscarme, / porque para hallarme a mi / bastara sólo llamarme; / que a ti iré sin tardarme, / y a mi buscarme en ti» (Poesía 4ª, estrofa 6).

3.- Estoy convencido de que el joven cristiano de hoy y de mañana tendrá que permanecer en la montaña de la contemplación, seducido por la presencia de Jesús, y a la vez, implicado en los problemas del mundo, siempre cercano a los pobres y a los que sufren. Sé bien que sois sensibles y escucháis más a los testigos que a los que sólo enseñan. Por eso los que hablan teniendo detrás la entrega de sus vidas tienen atractivo porque lo que dicen lo viven, se hacen testigos creíbles del Evangelio y del amor de Dios en el mundo.

2 – OBJETIVO PASTORAL 2005 – 2006

4.- El camino seguido durante estos años, una vez que finalizó el Sínodo diocesano, se ha ido configurando con los objetivos que para cada año me fueron propuestos por el Consejo Diocesano de Pastoral y el Consejo del Presbiterio. Y si durante el curso 2004-2005 hemos trabajado ilusionadamente con vosotros y vosotras sobre la tarea de «Posibilitar a los jóvenes la experiencia de Dios», este curso 2005-2006 continuamos con el mismo objetivo, pero tratando de compartir por todos los medios para que, dicha experiencia de Dios, se afiance y extienda sus influencias en vuestro entorno y en el de toda la comunidad diocesana.

5.- El Papa Juan Pablo II, de feliz recuerdo, al dirigirse a vosotros, en más de una ocasión, ha dicho: «La Iglesia que es experta en humanidad se ofrece para acompañar a los jóvenes, ayudándoles a elegir con libertad y madurez el rumbo de su propia vida y ofreciéndoles los auxilios necesarios para abrir el corazón y el alma a la trascendencia. La apertura al misterio de lo sobrenatural les hará descubrir la bondad infinita, la belleza incomparable, la verdad suprema, en definitiva, la imagen que Dios ha querido grabar en cada hombre» (Cuba 1988). Este es nuestro deseo y esfuerzo pastoral en este curso 2005-2006

6.- El proyecto marco de Pastoral de Juventud, aprobado por la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, insiste que es necesaria una espiritualidad que inserte la fe en la vida. En él se nos dice que no deben faltar en la formación de esa espiritualidad:

! El misterio de nuestra comunión de fe y amor con el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.

! La configuración con Cristo en su obediencia filial al Padre y en su compromiso con el Reino.

! El sentido de la comunión con la Iglesia y la participación en su acción evangelizadora.

! La participación en la liturgia, especialmente en los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.

! La devoción a María, Madre de la Iglesia y modelo de vida de fe.

! La vida de oración.

! La Alegría como la manifestación de la salvación.

! La aceptación cristiana de la cruz en su propia vida.

! El compromiso en la práctica del mandamiento nuevo del amor fraterno en unión con Cristo.

! La contemplación esperanzada y comprometida del mundo con sus luces y sus sombras (Orientación Pastoral Juvenil nº 55. C.E.C. 1991).

7.- En el trato con los diferentes grupos diocesanos, movimientos, asociaciones, e instituciones se percibe con claridad una creciente preocupación por este aspecto de la pastoral de jóvenes, que se traduce en la puesta en marcha de iniciativas que se caracterizan por su exigencia. El joven que conoce a Cristo y quiere seguirlo opta con libertad y quiere responder a la llamada a la santidad que ello implica, iniciando así un cambio en el que la formación humana y teológica son importantes, pero que debe tener unos pilares en la oración y formación del espíritu: «Seducidos por Cristo».

8.- Os anticipo que toda mi carta la he escrito desde la experiencia y cariño que os profeso. Reconozco que entre Cristo y los jóvenes siempre ha habido una cordial complicidad. Los jóvenes no tienen problemas con Cristo, ni tampoco con la Iglesia, si viven en fidelidad el Evangelio. Deseáis dar lo mejor que lleváis dentro y vale la pena. Se impone, pues, una espiritualidad desde la vida. Estoy convencido de que a los jóvenes hay que hablarles con claridad, exigirles y acompañarles. Así que, a partir de lo aprendido de vosotros, a través de nuestras convivencias, y de los agentes de pastoral de adolescentes y jóvenes, puedo ofreceros en esta carta varias dimensiones de la espiritualidad Juvenil.

3 – DIMENSIONES DE LA ESPIRITUALIDAD JUVENIL.

La espiritualidad del joven del siglo XXI tiene que ser:

3.1.- Una espiritualidad Cristocéntrica y Trinitaria

9.- Fijos los ojos en Jesús: Cristo es el gran Pastor y Guía de nuestras vidas, el que lleno de vida surgió del abismo, como lucero de la mañana. Vosotros, queridos jóvenes, ponéis vuestra fe y esperanza en Jesucristo, vuestro guía hacia un futuro que quiere ser mejor, y dar a entender así que la fe cristiana no es una cosa anticuada, destinada a desaparecer. Cristo, verdadero Pastor y Guía nos dice: «Yo he venido para que tengáis vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).

A lo que Jesús llama «vida», oís que la gente lo rechaza. Muchos opinan que la «vida» que nos ofrece «Jesús», es cosa triste, enemiga de la buena vida , pasada de moda y que ya no se lleva. Pero juzgad por vosotros mismos. De lo que se lleva hoy: la exclusiva preocupación por ganar dinero, triunfar y pasarlo bien sin colaboración con nada ni con nadie; la huida del compromiso, de la fidelidad, de la entrega y del servicio, nacen situaciones especialmente dolorosas que afectan a los jóvenes que, de no remediarse, preparan un futuro bastante sombrío. Los miles de drogadictos, los muchos reclusos jóvenes, los enfermos de SIDA, los jóvenes sin trabajo, y, a veces, sin esperanza de tenerlo, el gran número de embarazos no deseados y de abortos, los niños y jóvenes desaparecidos, el fracaso escolar en todos los niveles, el alcoholismo de jóvenes y adolescentes y, como remate de todo: la difusión de una conciencia de vacío y sin sentido en la vida, son situaciones que llevan, frecuentemente, a no saber para qué se vive. La experiencia de Jesús y su conocimiento es el «todo» en la vida del joven y la llena de sentido y de esperanza.

10.- Fijos los ojos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La dimensión Trinitaria en la que Dios no es soledad sino familia y comunión. Los cristianos somos bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). En la celebración del bautismo, el sacerdote pregunta por tres veces a los padrinos si creen y ellos responden: «creo». Confiesan su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad. La espiritualidad cristiana parte de la Trinidad:

! El Padre, cuya ternura nos hace descubrir el gozo de ser hijos. Todo el plan del Padre es que vivamos como hijos, no como esclavos. Cuando yo descubrí vivencialmente esta paternidad de Dios entendí la oración del P. Carlos de Foucauld, porque verdaderamente creyendo en la paternidad de Dios nos abandonaríamos totalmente en sus manos.

! El Hijo, Nuestro Salvador, nos revela que somos todos hermanos. El Hijo, la segunda persona de la Trinidad, nos invita a que vivamos como hijos y alcancemos la santidad, pues como decía San Ireneo, «la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios».

! El Espíritu Santo es Nuestro Santificador por eso la vida espiritual es la vida vivida en el Espíritu; teniendo «los sentimientos de Cristo» y dejándonos moldear por quien formó el corazón de Cristo en el seno de la Virgen María. Sin el Espíritu Santo no hay santidad, no existe vida, sería imposible caminar en el amor. El Espíritu Santo es comunión entre el Padre y el Hijo. Esta comunión nos lleva a vivir la comunión entre nosotros.

3. 2.- Una espiritualidad encarnada en la vida.

11.- La espiritualidad cristiana es vivir la vida desde Cristo vivo: con Él, por Él y en Él. Una vida de pleno sentido como quería Jesús: «que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10.10).

A menudo constato que muchos jóvenes tienen miedo de acercarse a conocer más a Jesús, porque creen que el Señor les va a apartar de su compromiso con el mundo. Pero es todo lo contrario: cuanto más nos acercamos a las entrañas del Evangelio, más nos pide el Señor acercarnos a este mundo. La espiritualidad cristiana consiste en orar, trabajar, celebrar, compartir, vivir y comprometerse desde la Pascua de Cristo, el don del Espíritu y la comunidad eclesial. El cristiano maduro procura seguir a Jesús sin perder su propia autonomía, potenciando la trascendencia de lo humano. «Los laicos como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo» (LG 34).

La espiritualidad encarnada quiere decir que hay que vivir en el mundo con los mismos sentimientos de Cristo. En cierta ocasión oí a un joven cristiano algo que coincide totalmente con mi propia experiencia cristiana: «Conocer a Cristo me llevó a los que sufren, la Iglesia me ha enseñado a amar a los que nadie ama». Hermoso y radical ¿verdad?

12.- La visión cristiana de la vida lleva a:

! 3.2.1.- Amar todo lo humano, a vivir con gratuidad y generosidad una vida que integra el sufrimiento, el riesgo por una buena causa, el placer y las propias limitaciones.

! 3.2.2.- Participar en la comunidad de fe creadora de fraternidad: en el mundo y en la historia el seguidor de Jesús aprende y colabora (GS 21; 75), discierne los signos de los tiempos (GS 44), y procura mejorar las relaciones y estructuras humanas (GS 37).

! 3.2.3.- Imbuirse de que la opción por los pobres no es como antes una «cuestión social» que se resolvía desde la moral o la acción caritativa, sino un lugar teológico donde se puede vivir el encuentro con el Dios de Jesús y la liberación de los hermanos. Esta opción implica entender el compromiso político como algo propio de la vocación cristiana (GS 75): lo que comporta recuperar la dimensión pública de la fe cristiana.

! 3.2.4.- Esforzarse en la vocación universal a la santidad que pasa por la mediación de las realidades terrenas: los estudios, el trabajo, la ética profesional, la afectividad, el estilo de vida, el uso del dinero, el empleo del tiempo libre, la militancia.

! 3.2.5.- Armonizar lo afectivo y lo reflexivo con la apertura a la Palabra de Dios. Muchos jóvenes viven la relación con Dios centrada en Jesús, modelo de creyente y ejemplo de persona comprometida por una causa. Se sienten más vinculados a la causa de Jesús que a su persona. Aquí es muy importante descubrir el absoluto de Dios en la persona y mensaje de Jesús para identificarse con los misterios de su vida y vincularse a Cristo resucitado, Señor de la historia. Así que cuantos trabajamos con vosotros en el camino de la fe y del compromiso cristiano hemos de saber que el presupuesto de cualquier tipo de pastoral está en el diálogo crítico con la cultura y la antropología, porque la revelación cristiana pide a los creyentes que tengamos como horizonte la construcción del Reino de Dios «aquí y ahora». Evidentemente no significa que la espiritualidad se reduzca a madurez humana, pero no se da sin ella.

Así que vuestra espiritualidad cristiana podría mostrar que es capaz de romper ataduras, de dejarse seducir por Jesucristo para ser instrumento de justicia y de paz. Una espiritualidad sin vida, sin esfuerzo, sin la previa contemplación de Jesucristo, difícilmente conduciría a una vida llena de sentido: como Jesús, que habló, sintió, preguntó, escuchó, creó grupo y compartió, «que pasó haciendo el bien y curando toda dolencia y sanando a todos» (Hech 10,38).

3.3.- Una espiritualidad evangelizadora.

13.- En efecto, evangelizar es misión de todos los bautizados. La Iglesia existe para evangelizar (EN 14). La misión de la Iglesia es portadora de esa Buena Noticia a los jóvenes. Y, después de haber experimentado que el estar seducidos por Cristo es Buena Noticia, hace de vosotros evangelizadores de los mismos jóvenes en sus propios ámbitos de amistad, trabajo, inquietudes o problemas y ocio.

Así que la espiritualidad cristiana está irremediablemente unida a la evangelización. Ahora bien, un joven que no tiene una profunda experiencia de Dios es difícil que pueda evangelizar. Para ser evangelizadores de jóvenes es necesario dejarse evangelizar por la Palabra, por los Sacramentos y por la oración. Sin la fuerza del Espíritu Santo de Jesucristo es imposible la evangelización. La espiritualidad cristiana es irradiante, lo que uno vive no se lo puede quedar para sí, es necesario gritarlo, llevarlo a todos, «proponer sin imponer» como dijo el Papa a los jóvenes españoles en Cuatro Vientos (Madrid, 2002).

14.- Necesitáis, pues, queridos jóvenes, una espiritualidad que, por una parte, os lleve a vivir en sintonía con Cristo y, por otra, a estar dispuestos a dar la vida al servicio del Evangelio; una evangelización que vaya transformando el mundo según el corazón de Dios. La espiritualidad cristiana tiene que plasmarse en una evangelización que tiene mucho que ver con el anuncio explícito de Jesucristo, sin miedos, sin ambigüedades. Un anuncio que tiene que ser Buena Noticia para los jóvenes más marginados por causa del paro laboral, el desaliento, la droga, la secta o la cárcel. En definitiva los más pobres del siglo que vivimos.

15.- Ya veis. queridos jóvenes, que «la mies es mucha» (Mt 9,37). Mas, aunque hay muchos jóvenes que buscan a Cristo, hay todavía pocos apóstoles capaces de anunciarlo de modo creíble. Se necesitan muchos sacerdotes, maestros y educadores en la fe y, también, jóvenes animados por el Espíritu misionero, ya que son jóvenes quienes pueden convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes. Esta es una pedagogía básica de la fe. ¡Esta es nuestra gran tarea! (Juan Pablo II, Mensaje JMI, Roma 1992).

Sí, es la hora de la misión, también en nuestra Diócesis: en nuestras parroquias, en nuestros movimientos, asociaciones, comunidades, colegios, universidad. Cristo os llama, la Iglesia os acoge como casa y escuela de comunión y de oración. Día tras día recibiréis nuevo impulso, que os permitirá confortar a los que sufren y llevar la paz al mundo (Juan Pablo II JMI. Toronto 2002).

3.4.- Una espiritualidad que apuesta por los pobres.

16.- Para ello, lo primero es desear esa opción. Los que deseamos evangelizar el mundo de los pobres estamos viviendo ya la «opción por los pobres». Sí, a menudo los jóvenes sois, también, los más pobres entre los pobres de nuestra sociedad: sin trabajo, a veces, sin salida, ni esperanza, incomprendidos, muchas veces utilizados, pocas veces queridos por vosotros mismos. Sin embargo, dedicarse a los jóvenes es ir al corazón del Evangelio que es siempre Buena Noticia para los pobres.

17.- En efecto, como ya he indicado anteriormente, no existe ningún campo de la pobreza real e involuntaria que no os afecte directa o indirectamente a vosotros, jóvenes: marginación, paro, Sida, alcohol, ludopatía, soledad y crisis diversas que os afectan de una manera u otra. De ahí que la espiritualidad juvenil recoja pros y contras para que descubráis, con los agentes de pastoral, la situación real en la que se encuentran muchos compañeros y amigos, y así dedicarles toda la fuerza de una entrega personal. Una pastoral juvenil debe encarnarse en el servicio de los más pobres entendiendo como pobres no sólo a los marginados, sino también aquellos que no saben amar.

La espiritualidad que apuesta por el servicio de los pobres tiene que luchar por la justicia, por implantar la paz, por una lucha contra el hambre, la esclavitud infantil, los malos tratos, la violencia, la guerra, el terrorismo, e implantar la cultura del amor. Pero es el estar con Jesús en la oración personal y colectiva lo que os llevaría a vivir sembrando esperanza.

3.5.- Una espiritualidad fundamentada en los Sacramentos de la Eucaristía, la Reconciliación y la Confirmación.

3.5.1.- En la Eucaristía.

18.- Necesitáis vivir de Cristo y él está vivo en la Eucaristía. Si no tenemos necesidad de la Eucaristía celebrada, comulgada y adorada, generaría la muerte de vuestra vida espiritual. Sin Eucaristía, sin encuentro de tú a tú con el Señor, es difícil dejarse seducir por Él. Lo mismo que necesitamos el alimento para vivir, así sin alimentarse de Cristo Vivo es imposible que exista vida cristiana. La Eucaristía es como fuente de agua viva que sacia en el tiempo y para la eternidad: «¡Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, / aunque es de noche! … Esta eterna fuente está escondida / en este vivo pan por darnos vida, /aunque es de noche … /Esta viva fuente que deseo / en este pan de vida ya lo veo, / aunque es de noche» (San Juan de la Cruz. Cántico. Ms. Sanlúcar de Barrameda).

Se constata que en donde sigue habiendo vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada y donde se forman matrimonios cristianos es en los lugares donde sigue siendo la Eucaristía como centro de sus vidas. Sin vida Eucarística tenemos el peligro de ponernos nosotros en el centro. Sin la Eucaristía no hay espiritualidad cristiana porque falta la vida que es esencial en la relación con Cristo.

3.5.2.- En la Reconciliación.

19.- Donde no se dé la reconciliación con Dios, con la Iglesia, con la gente, no hay proyecto cristiano posible. El Sacramento de la Penitencia, también llamado de la reconciliación, de la alegría, o sencillamente de la confesión, puede haceros descubrir la capacidad inmensa que tiene el Señor de hacernos descubrir su misericordia. La misericordia significa que Dios cambia el corazón del «miserable». Esta es la clave del sacramento, que tú también descubras que se nos da Jesús como don de perdón y de paz. Nunca pienses mal de ti aunque tu pasado hubiera sido reprochable, porque entonces viene la instalación en la culpa, y el peligro de la culpa por el pasado es lo que inutiliza para comprometerse con el futuro. Si es necesario perdonar, también lo es sentirse perdonado y aceptar el perdón que se da.

Lo lamentable, al abandonar el Sacramento de la Penitencia por parte de jóvenes cristianos, es que pierden el horizonte de la conversión. Tenemos que partir de la realidad de que somos pecadores (1Jn 1,10). A través de este Sacramento nos reconciliamos con nuestro pasado, con nuestros hermanos, con los que sufren, con toda la comunidad. Es un esfuerzo de reemprender siempre la marcha: «En todas partes te busco / sin encontrarte jamás; / en todas partes te encuentro, sólo por irte a buscar» (A. Machado, 1913).

3.5.3.- En la Confirmación.

20.- Es en vuestra edad cuando se toman opciones y se desarrolla el sentido de pertenencia. Por eso el Concilio Vaticano II presentaba el Sacramento de la Confirmación como el que «vincula más estrechamente con la Iglesia…, enriquece con una fuerza especial del Espíritu Santo» (LG 11), «alma de la Iglesia» (LG 7) para conducirse con un estilo de vida nuevo, como había asegurado Jesús a Nicodemo (Jn 3,5-6). Es el sacramento que induce a «difundir y a defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo» (LG 11) y a «practicar la justicia» con la fortaleza que procura el propio Espíritu. Confirmarse significa, en este sentido, disponerse activamente a la realización del apostolado y al compromiso por la justicia (AG.11). Como sacramento de iniciación cristiana, la Confirmación está inseparablemente unida al Bautismo y a la Eucaristía.

3.5.4.- ¿Dónde conducirá el Espíritu Santo a los jóvenes? Sin el Espíritu Santo no es posible vivir la vida cristiana.

21.- El Espíritu Santo es siempre creativo; conduce a la Encarnación, a Nazaret, al desierto, a la Cruz, a la Resurrección, al Cenáculo, a la Iglesia y, en definitiva, a lo mismo que vivió Jesús. A muchos chicos y chicas que recibís el sacramento de la Confirmación el Espíritu Santo puede conduciros a una vida entregada y amorosa; Él os conduce al desierto como lugar de encuentro con Dios, como lo hizo con Jesús (Lc 4,1-13), a caminar descalzos por los caminos de la contemplación como Moisés ante la zarza ardiendo (Ex 3), para volver a encontrarse con Cristo.

22.- El Espíritu Santo os impulsará a ser «Buena Noticia» para los pobres, a anunciar a los cautivos la libertad … el año de gracia del Señor (Lc 4,17-20). Donde hay pobreza, asumida como don de Dios, está el Espíritu Santo. Como decía Madre Teresa de Calcuta: «Allí donde existan pobres, aunque sea en la luna, allí está nuestra misión y pobre es todo carente de amor».

El Espíritu Santo condujo a Jesús a tener misericordia con los caídos en el camino de la vida como nos habló en la parábola del Samaritano (Lc 10,29-37). Sin misericordia no es posible la evangelización. Los jóvenes cristianos de este siglo XXI podéis ser expresión del corazón misericordioso de Jesús, como verdaderos samaritanos.

23.- El Espíritu Santo condujo a Jesús al cenáculo (Jn 13,1-4) donde tuvieron lugar los cuatro grandes regalos como recuerdo de amor: la Eucaristía, el Sacerdocio, el amor fraterno, el servicio en el lavatorio de los pies. El cenáculo es el lugar de encuentro con Jesús, donde se verifica la misión y donde se recibe el aliento del Espíritu Santo para el camino del seguimiento de Jesús. El Espíritu Santo conducirá al joven por este camino.

El Espíritu Santo puede conducirnos hasta dar la vida en la cruz. Decía Madre Teresa de Calcuta, que la autenticidad de un amor se demuestra si somos capaces de sacrificarnos por los que amamos. Un cristiano sin cruz no es de Cristo. Los jóvenes sabéis muy bien que lo que vale la pena cuesta esfuerzo y sacrificio, pero con la ayuda del Señor todo es posible.

24.- El Espíritu Santo conduce a los jóvenes de este nuevo siglo al gozo desbordante de la Resurrección. Cristo resucitado nos da su Espíritu Santo, para que todos vivamos desde el amor. Por eso os invito a que viváis la experiencia de resucitados, del gozo de mirar con ojos nuevos y positivos nuestra tierra, para lo que se requiere hacer síntesis entre oración y lucha, entre ser Iglesia y estar en el mundo.

El Espíritu Santo os conducirá a vivir en la Iglesia cenáculo permanente. Allí están los apóstoles con María y otras mujeres orando. Allí está la Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Allí vive la Iglesia su experiencia de comunión. Muchos jóvenes estáis descubriendo esta experiencia del cenáculo en la Jornadas Mundiales de Juventud. El Espíritu Santo es el artífice de esta experiencia eclesial que es siempre secundada por miles de jóvenes de toda raza y cultura.

3.6.- Dimensión Escatológica.

25.- Lo esencial del cristianismo es Cristo que ha muerto y resucitado por nosotros y ya no muere más. Nos acompaña con la fuerza del Espíritu Santo y nos espera para llenarnos de una alegría completa.

Hoy se hace poco hincapié en la vida de la gracia por la que el Señor ha venido a divinizarnos, a que vivamos una vida de hijos para que «seamos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1,4).

La persona de Jesucristo debe ser centro de la vida, del corazón del joven. De una ideología es difícil enamorarse, pero de una persona viva podemos enamorarnos: así surgiría la entrega de la vida, el compromiso. Sin enamorarse de Cristo vivo el compromiso resulta insoportable e increíble, apareciendo un voluntarismo que sólo puede durar por poco tiempo, para dejarlo finalmente abandonado. Tengo comprobado que cuando a los jóvenes se les lleva a tener una experiencia profunda del amor de Jesucristo, la mayoría fragua un compromiso estable, duradero hasta el final.

Cuando en retiros o convivencias seriamente preparados se os lleva a tener un trato de amistad con Jesús, que ama a cada uno como es, acabáis planteándoos el seguimiento de Jesús desde la llamada a la vida laical o, incluso, sacerdotal; vuestras vidas manifiestan, entonces el ‘ya, pero todavía no’ de la manifestación última del Señor Jesús, el que viene y que vendrá al final del tiempo vivido.

3.7.- Dimensión Litúrgica.

26.- A través de la liturgia uno adquiere una espiritualidad completa y rica, universal y objetiva, equilibrada y novedosa que acompaña el devenir del trabajo y de los días.

Necesitáis, pues, de la experiencia de una liturgia viva, la que nos hace partícipes a todos, de manera activa y consciente, del amor a Cristo Redentor, pues su amor por todos late en el ‘gran Sacramento de nuestra fe’. En la Eucaristía se culmina la gracia recibida en el bautismo; la Eucaristía es el sacramento de Jesucristo que se entregó por nosotros «de una vez para siempre»; ella es el centro de la comunidad creyente y la que da sentido al vivir diario de cada cristiano, y se realiza en la liturgia que la comunidad celebra alegremente. En el sacramento de la Eucaristía se reúnen todas las dimensiones de la vida espiritual del cristiano.

La espiritualidad litúrgica es completa y rica por lo central y variado de sus elementos; universal porque es para todas las vocaciones y para todas las latitudes de la Iglesia; objetiva porque no es fruto del subjetivismo devocional sino del realismo mismo de cuanto Dios nos da en su Palabra hecha hombre (Jn 1,14), ‘memoria’ y conmemoración de su paso por la vida.

3.8.- Dimensión Eclesial.

27.- Necesitáis descubrir el gozo de vivir en una familia, en una comunidad, en la Iglesia, pueblo itinerante de Dios. El Señor nos ama a cada uno como somos, pero también es verdad que Jesús nos quiere salvar en la Iglesia, que camina en este mundo entre los consuelos de Dios y las incomprensiones de los hombres. Es imposible nacer y crecer sin una comunidad: es una exigencia antropológica. Lo mismo sucede con la vida de fe de un joven, o de un adulto. Así lo quiso Jesús, pues «llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar» (Mc 3,14).

Y es que una fe no compartida, no crece, no resiste. Cierto, la fe tiene una estructura íntima y personal, pero su elaboración y sostenimiento llega por el grupo eclesial creyente. Cuando se oye decir por doquier -seguramente como un mecanismo de defensa y un pretexto para el abandono- ‘creo en Dios pero no en los curas’, se está diciendo algo bastante fuera de lugar, porque, efectivamente, a nadie se manda creer en los curas, -tampoco en los padres, ni en los amigos, ni en las instituciones-, sino en Jesucristo. El objeto de una fe no son los curas ni la estructura eclesial como tal, a veces deficientes ni antitestimoniales como demuestra la historia, sino Jesucristo, el Señor. Además, por esa regla de tres, se podría argumentar a quienes ‘creen en Dios pero no en la Iglesia o en los curas’ -que, por cierto, ellos solos no son la Iglesia- que se fijen en los grandes hombres y mujeres que han dado testimonio de fe a través del ejemplo diario en la familia, en el compromiso social, en la política, en la vida consagrada, e incluso, unos y otros han corroborado su fe en Jesucristo por medio del martirio. Por tanto, queridos jóvenes, se trata de descubrir la necesidad, la belleza y el gozo de pertenecer y compartir la fe en una comunidad eclesial, pues si decís que la Iglesia no, afirmáis sin querer que Cristo tampoco. ¡Bendita Iglesia que es también para pecadores, porque si fuese sólo para perfectos, yo, seguramente, no podría estar en ella! Luego Cristo sí; e Iglesia también.

Para mantener viva esta dimensión eclesial, os propongo que en cada parroquia exista un grupo de jóvenes animado por toda la Comunidad.

3.9.- Dimensión Vocacional.

28.- Como decía el Papa Juan Pablo II hay que ir creando una civilización de la vocación, una cultura de la llamada. Y la principal llamada es a la santidad: «Todos estamos llamados a la santidad» (LG 5,39). La Iglesia en nuestro tiempo nos recuerda que existe una llamada a la santidad que es la vocación de todo bautizado y que nos lleva a vivir el amor. La vocación laical es la identificación con el seguimiento a Cristo. El laico está llamado a transformar el mundo, allí donde se encuentra, según el corazón de Dios. Una llamada a vivir lo que podíamos llamar la ‘caridad laical política’ que es vivir a Cristo en las entrañas del mundo, para evangelizar desde la familia, la cultura, el trabajo, lo social, lo político.

Dentro de esta llamada universal a la santidad, queridos jóvenes, los religiosos y las religiosas consagrados están llamados a seguir y a imitar a Cristo de una manera más radical, si me permitís decirlo así, con un corazón eternamente joven. Se trata de vivir la perfecta caridad. Esta caridad consiste en identificarse con Cristo a través del voto de pobreza, que es tener a Cristo como riqueza de nuestra vida; el voto de castidad, que es vivir sin falsificar nunca el amor, tratar de responder con el mismo amor con que hemos sido amados de una manera única; el voto de obediencia, que consiste en asumir que a través de las mediaciones humanas el Señor actúa para que cumplamos la voluntad del «que se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz» (Flp 2,5). Esta llamada se vive a través del carisma del fundador o la fundadora, que aprobados por la Iglesia, es una manera particular de vivir el Evangelio.

Existe también una vocación que el Señor se ha comprometido a que no falte nunca en su Iglesia y es la vocación sacerdotal, que es la llamada al seguimiento de Cristo, Buen Pastor que da la vida por las ovejas (Jn 10,1-16). Esta llamada se concreta en el ministerio apostólico en vivir la CARIDAD PASTORAL y hace que muchos jóvenes manifiesten el deseo de entregar la vida en el servicio evangelizador de todos los seres humanos, especialmente de los más pobres. Ser sacerdote es ponerse a los pies de la humanidad con los sentimientos del corazón de Cristo. Sin sacerdote no hay Eucaristía y sin Eucaristía no se nace, crece y culmina la labor evangelizadora de la Iglesia.

3.10.- Dimensión Mariana.

29.- Los jóvenes siempre se han sentido atraídos por la Virgen María, madre del Señor, cualquiera que sea la advocación con la que se la venere por doquier.

María siempre ha sido madre-amiga en los caminos de la fe: «Dichosa tú, porque has creído» (Lc -1, 45). Cuando le preguntaban al teólogo alemán Karl Rahner por qué había decaído en algunos ambientes cristianos la devoción a la Virgen respondía: «Muchos cristianos viven hoy de ideas, y las ideas no tienen madre». Por eso los que en la vida espiritual desconocen a María, en el fondo son huérfanos espirituales. Muchas veces he repetido en mi vida la frase de San Jerónimo: «Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo». Es verdad, pero también en el fondo desconocer a María es desconocer en plenitud a Cristo.

La Iglesia desea ser y vivir esta sencilla experiencia de la relación con la Virgen. A María hay que: venerarla, amarla, invocarla e imitarla. Vosotros y vosotras, jóvenes, enseguida descubrís que María os lleva a vivir un cristianismo con radicalidad. En efecto, descubrir a María es descubrir el camino más recto para llegar a Jesús.

Y digo venerarla, porque a ella no hay que adorarla, pues no es Dios, pero sí que es la madre de Dios, por tanto nuestra veneración lleva a tenerle un culto especial; y amarla, porque la espiritualidad mariana lleva siempre a amar más, y amar a la Virgen es encontrar el camino que nos lleva a Jesús; e invocarla, pues como decía San Bernardo, «Cuando la barquilla de tu vida parezca que va a hundirse, mira a la estrella, invoca a María». Invocar a María en nuestros claroscuros es encontrar el camino que nos conduce a Jesús, es estar siempre al lado de los que sufren y de cuantos nos quieren; e imitarla, pues a muchos jóvenes cristianos les gusta más el venerarla, el amarla, el invocarla, pero cuando llega el momento de vivir como ella se echan atrás. Vivir su fe intrépida, su esperanza gozosa, su ardiente caridad, echa atrás a muchos, y no digamos nada cuando se trata de vivir la castidad que como lo decía Juan Pablo II a los jóvenes, consiste en «no falsificar el amor», la pobreza que nos tiene que llevar a tener como riqueza a Cristo, o vivir la obediencia del que busca en todo cumplir la voluntad de Dios. Finalmente, creo que lo específico que deben ver los jóvenes en la Iglesia, al identificarse con la experiencia de la Virgen, es la alegría. Los jóvenes podéis descubrir en María el rostro alegre del cristianismo.

4 – OTRAS SEDUCCIONES

30.- Es ahora cuando podéis entender cuán fácil es dejarse llevar por la seducción multicolor:

! 4.1. Seducción de la noche. No es que la Iglesia sea ajena a la noche. Es más, los grandes acontecimientos de la vida de Jesús se dieron en la noche: Navidad y Pasión. Es en la noche, en las «Vigilias» donde la Iglesia ora y espera que venga el Señor, «que vendrá en la noche»… Esa plenitud que le hacía salir una y otra noche, al encuentro de aquella Iglesia abierta, que le llenó el corazón y le descubrió una manera distinta de vivir ‘la movida’;

! 4.2. Seducción de lo inmediato. Dicen los psicólogos que los jóvenes se dejan llevar más por lo inmediato que por lo importante. Es una cultura de lo urgente, de lo rápido, del ahora mismo y del «ya». ¿No veis por doquier a hombres y mujeres sin intimidad, como hechos deprisa? Esto se nos ha metido hoy hasta en la pastoral juvenil. No obstante sigue siendo válida la pastoral juvenil que se apoya en la imagen del trípode: la «primera pata» es llevar al joven a una vida interior: Vivir en Cristo, Cristo vivo. Gozarse de la vida de la gracia… La «segunda pata» es el «ser acompañado». Si no somos acompañados tenemos peligro de perdernos. Sin guía, sin acompañantes, sin maestro interior es imposible llegar muy lejos. Y la «tercera pata» es tener una comunidad de referencia. El joven tiene que descubrir que no está solo, que hay otros jóvenes que están dispuestos a compartir su fe y esperanza;

! 4.3. Seducción por la sospecha continua hacia todo lo que diga algo de institucional. La única institución que toleráis los jóvenes es la familia, pero siempre a vuestro estilo y porque en ella se vive confortablemente. Por otra parte la sospecha hacia la institución eclesial crece a pasos agigantados. Esta seducción por la sospecha nos lleva a plantearnos que la única solución es invitaros, tal y como hacía Jesús en el Evangelio: «Venid y lo veréis» (Jn 1,39). Es necesaria una pastoral juvenil de «ven y verás».

5 – ESPIRITUALIDADES INSUFICIENTES

Sí, queridos jóvenes, es ahora cuando entendéis perfectamente las actitudes corrientes y negativas para una espiritualidad de seducidos por Jesucristo. Pienso por ejemplo:

5.1. Voluntarismo pelagiano.

31.- Pelagio era un monje irlandés que decía, que no necesitamos para nada la gracia de Cristo, que Jesús era sólo un modelo, nosotros y sólo nosotros somos los artífices de nuestra santidad, de nuestro crecimiento espiritual. Es una espiritualidad hinchada de juicios, en vez de acogida de la gracia del Señor. San Agustín criticaba a Pelagio porque éste insistía en la gracia como iluminación del entendimiento, como si el cristianismo coincidiera solamente con la exposición de una doctrina, moral o no, como si uno para hacerse cristiano simplemente tuviera que aprender una doctrina; San Agustín, en cambio, insistía en una gracia que toca, seduce el corazón, que requiere un testimonio real. La gracia llega cuando descubrimos que «si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles» (Salmo 127), porque «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros» (Salmo 130). ¡Lástima que la espiritualidad cristiana siempre haya tenido la tentación del voluntarismo! Como decía Santa Teresita, «subir las escaleras» con solo nuestro esfuerzo, mientras la clave es entrar en el ascensor, en colaborar confiando en la gracia de Dios. La vida espiritual da un paso de gigante cuando confiamos en Él desde nuestra pobreza. Decirle al Señor: «no puedo, pero quiero» es la clave que han vivido otros santos.

5.2. Quietismo.

32.- Es decir, creer que los jóvenes no sois capaces de nada. Jesús nunca fue duro, porque la dureza es un fallo que denota amor propio, pero sí fue exigente, porque la exigencia es creer en el otro. La espiritualidad quietista en el fondo es una espiritualidad de entretenimiento, porque no creemos en la fuerza transformadora de Dios en nuestras vidas. Hay que esforzarse, pero poniendo los ojos en Cristo. Hay que pedir fuerza, su gracia, para alcanzar a quien pretendemos alcanzar, a Cristo. Pero la vida cristiana ni es pelagianismo (sólo voluntad), ni quietismo (cruzarse de brazos sin hacer nada). Se necesita la gracia «sin mi no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Y también se necesita nuestro ofrecimiento. El milagro lo hace Él.

5.3. Descafeinismo.

33.- Es decir, no exigir nada, porque si no huyen los jóvenes. Nos contentamos con entreteneros con charlas de un evangelio a la medida y, sobre todo, descafeinamos el mensaje y la persona de Jesús. Descafeinar el Evangelio ha sido siempre la tentación de todos los que acompañan a los jóvenes. La espiritualidad descafeinada se realiza con animadores y acompañantes mediocres que no han experimentado en su vida la cercanía de Jesús, el gozo de su evangelio, y que confunden compasión y misericordia con debilidad. La espiritualidad descafeinada es la que va siempre proponiendo la exigencia para otro momento. Pero os traigo a la memoria los versos del poeta: «Sangre que no se desborda, / juventud que no se atreve, / ni es sangre ni es juventud, / ni reluce ni florece» (Miguel Hernández ‘Juventud’).

6 – SEDUCIDOS POR JESUCRISTO.

Del joven de la parábola al joven del compromiso cristiano.

34.- El primer objetivo de la pastoral juvenil debe ser: ayudar a los jóvenes a que descubran la persona de Jesús, para que les lleve a vivir toda su vida desde él. Hay que conducir a los jóvenes a hacer una profunda experiencia. Podemos verlo en la parábola del joven rico.

Como podéis calibrar, queridos jóvenes, en tales casos se trata de un seguimiento insuficiente, cuando no falso y corrosivo. No pocos jóvenes han acabado quemados, porque tienen la impresión de que no han sido respetados suficientemente en sus itinerarios. La vida cristiana, la vida interior, la santidad es don y tarea. El don siempre lo da el Señor cuando nosotros deseamos construir desde nuestra limitación. La espiritualidad cristiana está llamada a formar una persona madura, con una fe viva, una esperanza cierta y un amor que se hace realidad en la transformación del mundo. La pastoral juvenil, a veces, ha transmitido una espiritualidad llamada cristiana, pero insuficiente.

6.1. En la busca de una profunda experiencia de Jesús.

35.- Sí, el primer objetivo de la pastoral juvenil es ayudar a los jóvenes a que descubran la persona de Jesús a fin de que les lleve a vivir toda su vida desde Él. Es necesaria una profunda experiencia de Jesús. En la parábola del joven rico, podemos descubrir la actitud que tiene Jesús con los jóvenes y las motivaciones que ellos tienen para seguirle.

La parábola del joven rico recuerda cual es la actitud de Jesús con los jóvenes. Aparentemente a Jesús no le fue bien en su pastoral con los jóvenes. El joven rico se le fue triste. Es bueno recordar que nosotros debemos ofrecer siempre la radicalidad en el seguimiento de Jesús.

Este texto del «joven rico» lo narran los tres evangelistas sinópticos (Mt 19,16-22; Lc 18,18 y Mc 10,17-22). Los jóvenes saben mucho de tesoros, le encantan lo que verdaderamente vale en la vida. Muchas veces se nos dice que Jesús tiene que ser nuestro tesoro y esto es verdad, pero existe una verdad más profunda y es que el joven es el tesoro del corazón de Cristo.

6.2. Jesús habla, siente y mira desde la realidad.

36.- Un joven se acerca a Jesús. Las dos claves de su vida al hablar son poseer y hacer. A vosotros y vosotras hay que enseñaros a ser, a creer, a vivir, no solo a hacer y tener. La actitud de Cristo es maravillosa: Jesús lo corrige con amabilidad. No lo rechaza. Jesús lo miró con amor, con ternura, le ofrece cambiar el poseer por un entrar en la vida, en el misterio del amor. El joven ‘bueno’, ambicioso, acaso tenía un brillante porvenir pero estaba vacío. Es un joven que se puede identificar con los jóvenes de hoy, que son generosos pero les cuesta entregar su vida día a día por la buena causa del Evangelio. Lo veis bien: Jesús va al fondo. Dice al joven: una cosa te falta: vende lo que tienes, dalo a los pobres y «ven y sígueme». Aquí Jesús no sólo se refiere a una vocación a la vida sacerdotal o religiosa. Se refiere a toda vocación, también a la del seglar, pues en todas hay que estar dispuestos a ‘venderlo todo’. ¡Ah, pero el joven se fue entristecido! Oigo al poeta: «Cuerpos que nacen vencidos /, vencidos y grises mueren. / viene con la edad de un siglo / y son viejos cuando vienen. (Miguel Hernández (Loc.cit).

Juan Pablo II os decía a los jóvenes en Cuatro Vientos: «Tenemos que proponer y nunca imponer». Una pastoral de juventud con futuro será la que desde la total libertad ofrece la salvación del día a día.

6.3. Tendencia a la santidad.

37.- La espiritualidad del «tender» es siempre sana, porque es exigente, pero nunca es dura. Comprender al joven en su situación concreta, pero confía que el joven puede llegar a mucho más de lo que a veces pensamos. La espiritualidad que os proponemos es gozosa y exigente a la vez, siempre dejando el corazón «esponjado y nunca agobiado»; una espiritualidad que posibilita el encuentro personal con Cristo. Sin una fe profunda que nos lleve al encuentro con Cristo no forjaremos evangelizadores de hoy y del mañana. Hay que saber buscar a la vez momentos y espacios para vivirlo todo desde Cristo. La espiritualidad debe ofrecer a la pastoral juvenil lo que dice el evangelio: «A vino nuevo, odres nuevos». La espiritualidad cristiana nace de la revelación. Hunde sus raíces en la Palabra de Dios, en Cristo, Verbo encarnado y resucitado. La espiritualidad es la vida en el Espíritu. No existe espiritualidad cristiana sin referencia a Cristo y al Espíritu Santo que nos transmite el amor del Padre. En fin, la espiritualidad cristiana que debe vivir los jóvenes se alimenta de los sacramentos y de la oración, es camino de identificación con Cristo y se realiza en la vida diaria. Es fundamental descubrir el camino cristiano como proceso, como un itinerario de progreso espiritual. (CIC 2014).

7 – LA HORA DE LA MISIÓN

38.- Termino, queridos jóvenes, con las palabras del Papa Juan Pablo II a los jóvenes en Toronto: «Sí, es la hora de la misión. En vuestras diócesis y en vuestras parroquias, en vuestros movimientos, asociaciones y comunidades, Cristo os llama, la Iglesia os acoge como casa y escuela de comunión y de oración. Profundizad en el estudio de la Palabra de Dios y dejad que ella ilumine vuestra mente y vuestro corazón. Tomad fuerza de la gracia sacramental de la Reconciliación y de la Eucaristía. Tratad asiduamente con el Señor en ese «corazón con corazón» que es la adoración eucarística. Día tras día recibiréis nuevo impulso, que os permitirá confortar a los que sufren y llevar la paz al mundo.

D. ANTONIO CEBALLOS. DOMUND 2005

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DOMUND 2005
MISIÓN: PAN PARTIDO PARA EL MUNDO

Mis queridos diocesanos:

La Iglesia celebra el día 23 de octubre la Jornada Mundial de la Propagación de la Fe, día del Domund, día de las misiones.

1. Lema apasionante

El lema de este año es apasionante. Nos lo entregó el Papa Juan Pablo II, antes de su vuelta al Padre. Este mensaje ha sido asumido por el Papa Benedicto XVI y lo ha entregado a la Iglesia. Reza así: «Misión: Pan partido para el mundo«.

Considero que pocos lemas podrían resultar tan estimulantes como éste para animarnos a la reflexión y oración sobre lo que es la misión, el misionero y sobre lo que ha de aportar a los hombres En este mensaje se contempla la reciprocidad entre misión y eucaristía. No sólo la Eucaristía conduce a la misión sino que ésta lleva a la Eucaristía.

2. Pan partido para la vida del mundo

Este lema nos recuerda que Jesucristo se sigue partiendo por nosotros y compartiendo su amor total para toda la humanidad. Jesucristo es para los cristianos pan partido para la vida del mundo, porque con su vida y su palabra, con su muerte en cruz y su resurrección, nos manifiesta la verdad de Dios y del hombre, el amor infinitamente misericordioso del Padre y el amor fraterno.

Es interesante que el Papa al final de su mensaje haga una invitación para que las comunidades eclesiales sean auténticamente «católicas» donde la espiritualidad misionera permanezca abierta a la voz del Espíritu y a las necesidades de la humanidad y donde los creyentes se hagan pan partido para la vida del mundo.

3. Situaciones dramáticas y cooperación económica

Hoy la humanidad vive situaciones difíciles y, en ocasiones, dramáticas. A las provocadas por las catástrofes naturales se unen las originadas por el egoísmo y el pecado de los hombres. Junto a estas realidades hay que añadir que los bienes de la tierra están injustamente repartidos entre los hombres. Así la pobreza afecta a millones de hombres. Sobre todo, afecta de modo escalofriante a los más indefensos, especialmente a los niños, que mueren de hambre o carecen de recursos necesarios para poder alcanzar una digna madurez personal.

La humanidad padece hambre: hambre de pan, hambre de Dios, hambre de cultura, hambre de salud, hambre de vivienda, hambre de paz, de eucaristía y de perdón.

España durante el año 2004, con el dinero recaudado en el día del Domund del 2003, distribuido en los cinco continentes, ha cooperado económicamente con un total general de 14.921.302,50 €. Espero que este año seáis tan generosos o más que el año pasado. Porque los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo, de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias, de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.

4. Es la hora de la misión

Este grito de que es la «hora de la misión» ha de resonar en la conciencia y en el corazón de todos y cada uno de los diocesanos, en el marco del «octubre misionero» con la oración, el sacrificio, la limosna y el fomento de las vocaciones misioneras.

El Papa ha recordado estas ideas en su Mensaje para la Jornada del Domund 2005. En la Eucaristía nos disponemos a acoger el don del cuerpo y la sangre del Señor, muerto y resucitado, para alimentarnos y para llevar a los demás el «pan» de la salvación, de la solidaridad y de la evangelización.

La Eucaristía es, también, proyecto de solidaridad para toda la humanidad. Esta solidaridad tiene su origen en Dios. En Jesús se ha manifestado como el hombre débil y pecador, y en la Eucaristía «continúa a lo largo de los siglos manifestando compasión hacia la humanidad que se encuentra en la pobreza y en el sufrimiento» (Mensaje, n. 2).

El camino del Evangelio es un servicio de gran valor para que los hombres y los pueblos lleguen a vivir plenamente su dignidad de persona y de hijos de Dios. La Eucaristía, en la que se proclama con fuerza que Jesús se entrega por todos, nos «apremia a una generosa acción evangelizadora y a un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna» (Mensaje, n. 3).

En la Eucaristía se halla el fundamento de toda acción evangelizadora y misionera de la Iglesia. El cristiano, cuando contempla a Jesús «pan de vida», «pan vivo», «pan partido», no puede menos de ofrecerse para «dar la vida por los hermanos, especialmente las más necesitados» (cf. Mensaje, n. 1).

Los misioneros movidos por una espiritualidad eucarística y mariana son testigos del Evangelio. Ellos mismos se hacen «pan partido» para los hermanos, llegando a veces hasta el sacrificio de la vida» (Mensaje, n. 4). Ellos abren el camino de la misión y nos estimulan a tomar conciencia de la necesidad de una colaboración más activa y generosa en la misión evangelizadora. Ellos son ejemplo a seguir y modelo a imitar para que los cristianos, especialmente los jóvenes, se conviertan en «pan partido para la vida del mundo«.

Nuestra Iglesia de Cádiz y Ceuta tiene al Padre Antonio Diufaín en la Diócesis de San Pedro de Macorís (República Dominicana), que es un testimonio de pan partido para la vida del mundo.

5. María, «mujer eucarística»

María, la «mujer eucarística» (Ecclesia de Eucharistia, 53) que ofreció su vida al pie de la cruz, junto con la de su Hijo, para la vida del mundo, nos alienta y ayuda con su maternal intercesión para que nos ofrezcamos al Señor y hagamos de nuestras vidas pan partido para la vida del mundo.

Os estimulo a que oréis en favor de las misiones y de los misioneros, y lo hago con las mismas palabras del Papa: «Pido a todos los creyentes que rueguen insistentemente al dueño de la mies, para que envíe operarios a anunciar la Buena Nueva de la salvación en Cristo. Dirijo esta mi petición de una manera particular a los jóvenes: que se muestren abiertos a la vocación misionera y dispuestos a convertirse en mensajeros del Evangelio».

Que la Santísima Virgen María, mujer eucarística, bendiga las preocupaciones misioneras de nuestra Diócesis en favor de toda la Iglesia y acompañe con su maternal cuidado a cuantos entre nosotros o lejos de nosotros trabajan por la difusión del Evangelio.

Reza por vosotros, os quiere y bendice,

+ Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta

Cádiz, 1 de octubre de 2005.

 

D. JUAN DEL RÍO. DOS CONCEPCIONES DE LA LIBERTAD

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 APUNTES PARA LA VIDA. 02/10/2005

 

En algunos sectores de la política española el laicismo es notorio y manifiesto.

Este verano hemos podido leer estas declaraciones de uno de nuestros gobernantes: “No es cierto que la verdad nos hace libres, sino que libertad es la que nos hace verdaderos”. (cf. El Mundo, 17.7.05, p. 8). Con lo cual parece que quiere enmendarle la plana al mismo Jesucristo (“la verdad os hará libres”, Jn 8,32). La frase puede parecer banal y carente de solvencia intelectual, pero no podemos quedarnos en eso; el tema es muy revelador y hay que preguntarse qué conceptos de verdad y libertad laten en esa afirmación. Pues, sencillamente, que la libertad no tiene carácter espiritual. El hombre es autónomo por antonomasia, y no tiene nada que ver con la bondad, con la felicidad, o con la verdad. Por supuesto que la libertad se puede unir a cualquier cosa menos a Dios, que es presentado como enemigo de esa concepción de libertad que el ser humano se da a sí mismo. La verdad como reflejo de lo divino, inscrita en el ser del hombre, no puede darse, porque para los laicistas la persona no tiene dimensión espiritual, de ahí que la libertad sea una simple intencionalidad, algo puramente utilitario que no tiene referencia al ethos y telos, es decir se evita toda cuestión ética y de fin superior. Las consecuencias que trae esta concepción materialista de la libertad y de la verdad son claras: relativismo moral, libertinaje, cinismo, pesimismo existencial, arbitrariedad en el poder, etc…

 

En cambio, la concepción cristiana de la libertad y de la verdad es mucho más humana y no se presta a la manipulación de los poderosos. Porque Dios aparece como el garante de la auténtica libertad y verdad del hombre, creado a imagen y semejanza de su Creador. Esa dignidad originaria de la persona humana está impregnada de un impulso innato hacia la verdad, la bondad y felicidad que constituye el núcleo más profundo de nuestra naturaleza humana. Ésta es la verdad del hombre que antecede al uso de su libertad, la cual -mediante el mecanismo de nuestra inteligencia y voluntad- nos lleva a actuar para conquistar la perfección por el camino del bien. Así, vivir en libertad es crecer en la virtud, es decir, saber elegir adecuadamente lo que de veras contribuye a nuestra felicidad personal y al bien común. Las consecuencias de esta visión cristiana son manifiestas: estamos hechos para alcanzar la excelencia, el mal no tiene la última palabra, la libertad es el medio por el que llegamos a ser la clase de gente a la que nos llaman nuestros más nobles instintos, la clase de gente que crea sociedades libres y democráticas, donde el otro es el semejante y por lo tanto sus derechos han de ser respetados y el bien común salvaguardado. Por eso, la libertad que nace de la verdad crece en nuestro interior; sino podemos tener libertad social, pero a la vez ser esclavos de nosotros mismos

por la mentira del pecado. Por eso Cristo es la única Verdad que nos hace auténticamente libres (cf. Jn 14,6; Gál 4,21-31;5,13).

 

D. CARLOS AMIGO. SEMBRADOR DE LA PALABRA Y DE LA MISERICORDIA

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Carta pastoral del Cardenal Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla, sobre el sacerdote en nuestra Iglesia

 

Sevilla, septiembre 2005

 

Que la memoria del Señor, su doctrina y palabra, sirvan para vuestra mutua ayuda. Así lo

recomienda San Pablo ( Cf. 1Tes 4,18). Y este es el espíritu con el que vamos a contemplar la vida y misión del sacerdote en nuestra Iglesia. Bien podíamos decir también a los sacerdotes, teniendo en cuenta nuestro Plan pastoral diocesano: animaos mutuamente con palabras de fe en una Iglesia impulsada por el Espíritu. Precisamente, el objetivo prioritario para el presente año, es el de: “profundizar en el servicio pastoral del presbítero como presidente, animador y acompañante de la comunidad parroquial”.

 

Este cometido, de tanta importancia y responsabilidad, le viene dado al sacerdote en

razón de su identificación vocacional con Jesucristo, y de la gracia que ha recibido del Espíritu para desempeñar este ministerio en la Iglesia. Solamente, pues, desde la luz y la

contemplación del misterio de Dios Padre, se puede comprender y valorar cometido tan importante como el que tiene que desarrollar el sacerdote, y que hunde, razones y motivos en el mismo misterio trinitario. A la hora, pues, de revisar la vida y ministerio del sacerdote en nuestra Iglesia, no podemos alejarnos, en manera alguna, de esta visión contemplativa en la fe.

 

No son pocas, y muy legítimas, las ocupaciones del sacerdote: la vida espiritual de los

fieles, la transmisión de la fe, la vida sacramental, la participación en la Eucaristía, el cuidado de los pobres… Se podrían añadir muchas más, entre ellas las relacionadas con la vida personal del sacerdote y su formación permanente, pero precisamente por su ministerio de entrega incondicional al servicio de la Iglesia, esas preocupaciones personales sólo han de verse desde la razón de esa dedicación a la comunidad y la de una mayor fidelidad a la vocación recibida.

 

Necesita ciertamente el sacerdote de muchas ayudas y apoyos para cumplir su misión.

Pero no hay que olvidar que la más importante e imprescindible es la que le va a llegar desde “las palabras de la fe”.

En esa seguridad, en la existencia y acompañamiento del Espíritu del Señor, vive el sacerdote. En esa misma confianza realiza su ministerio, sabiendo que la siembra dará siempre su  fruto, aunque no conozca ni el día, ni la forma en la que se ha de manifestar.

 

Cuando se deja caer la semilla en el campo, hay que ser conscientes de que, muchas veces, ni siquiera se va a ver apuntar la planta. Habrá que contar también con las piedras, las zarzas, las durezas del camino y la posible cizaña que se puede dejar en los surcos (Cf. Mt 13, 3s).

Que sean muchas las preocupaciones, y no pocos los acosos a los que incita el relativismo, la indiferencia y la dificultad para anunciar y celebrar la fe, no justifica actitudes desesperanzadas. Por una parte, sería en desdoro de la confianza en el Señor. Por otro lado, esa disposición pesimista podría conducir a anclarse en el fundamentalismo como última salida.

 

El sacerdote tendrá siempre, como el mejor aliado en su vida y trabajo ministerial, la caridad pastoral, que no sólo dará unidad a sus muchos y variados trabajos y preocupaciones, sino que será la justificación permanente de la vida y razón de su sacerdocio.

Quiero que sirva, esta carta pastoral, de ayuda a los sacerdotes, y en aquello que proceda

también a los diáconos, en las reflexiones que vamos a ir haciendo durante este año y

que culminarán con la Asamblea diocesana del clero.

 

1. HIJOS Y SERVIDORES DE LA IGLESIA

 

Estar con la Iglesia no puede consistir simplemente en pertenecer a una peculiar organización. La Iglesia es algo más, mucho más. No es una comunidad meramente humana, la Iglesia está guiada por el Espíritu Santo, aunque necesita de las mediaciones humanas para actuar en la historia (Benedicto XVI, Regina coeli 15-5-05), y vive en la seguridad de que el Señor no la abandonará en el momento de la prueba.

En palabras de Benedicto XVI, la Iglesia, ni esta encerrada en sí misma, ni vive para sí misma, ni está envejecida, ni permanece inmóvil (Pentecostés 15-5-05). Juan Pablo II nos

ha dejado “una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro” (A los Cardenales 20-4-05).

Hemos de comprender que la Iglesia no puede estar obsesionada por adaptarse al

mundo, claudicando de sus convencimientos más profundos. La Iglesia está en el mundo

para evangelizar. Pues la Iglesia, ni se pertenece a sí misma, ni existe para ella misma,

sino que es de Cristo y tiene que hablar del evangelio de Cristo.

 

La Iglesia tiene que presentarse ante la humanidad como es. Con su originalidad evangélica. Sin complejos ni arrogancias. Pero sin olvidar que su obligación es la de hacer presente a Jesucristo en obras y en palabras.

 

En el momento actual, no son pocos los motivos de preocupación sobre la vida cristiana en nuestra diócesis. Esas dificultades, muy lejos de ser motivo de desilusión y agobio, deben ser acicate para un mayor empeño evangelizador, para la confianza en el Señor, para sentirnos más unidos y para una constante y entusiasmada labor pastoral. Entre otras actividades señalamos las siguientes:

 

– El mantenimiento de la fe. Muchas personas pretenden vivir como si Dios no existiera.

Organizan su vida al margen de la ley de Dios. El resultado es la desorientación, la indiferencia, el no encontrar sentido a una existencia de la que hay que disfrutar sin pensar en más. Solamente la fe en Dios puede hacernos llenar el vacío que deja el pecado en el corazón del hombre.

 

– La transmisión de la fe. Es uno de los temas más importantes y urgentes. En la familia es donde tradicionalmente se ha recibido la primera y más inolvidable catequesis, donde se ha aprendido a rezar, donde se ha ido formando la conciencia cristiana. Hoy, parece que esa cadena de transmisión se ha roto. Muchos padres ya no comunican la fe a sus hijos. Simplemente por que no la tienen o porque, en el mejor de los casos, delegan este cometido al colegio o a la parroquia. En la transmisión de la fe, los Padres, la familia, son siempre insustituibles.

 

– Una catequesis para todos. Se necesita oír hablar de Dios, de Cristo, del evangelio, de los deberes y de las esperanzas del cristiano. En esto consiste la catequesis: en dejar caer la palabra de Dios sobre la propia vida. Esta pastoral no puede limitarse a una etapa de la existencia, como puede ser la infancia y la juventud, sino que tiene que extenderse a lo largo de la vida, aunque los métodos y las formas sean distintos y adecuados según la situación de cada uno.

 

– Acción caritativa y social. La caridad siempre ha de figurar en la primera línea de nuestros convencimientos cristianos. Si no tenemos caridad, si no vivimos el amor fraterno, muy poco somos y de nada servimos. Gracias a Dios, se puede decir que nuestra diócesis tiene una gran sensibilidad en este tema de la caridad, pero todavía nos queda mucho camino por recorrer.

 

– Las vocaciones sacerdotales y religiosas. Uno de los temas de mayor preocupación.

Aunque, por gracia del Señor, tenemos en nuestro Seminario un numeroso grupo de jóvenes que se preparan para recibir el sacerdocio, todavía es insuficiente para las necesidades ministeriales de la diócesis. Por otra parte, las vocaciones, tanto sacerdotales como para la vida religiosa, son una señal, un síntoma de la vitalidad cristiana de las parroquias, de las comunidades cristianas, que deben pedir insistentemente a Dios esta gracia de las vocaciones, pero también comprometerse en una adecuada y constante pastoral vocacional.

 

– El diálogo con el mundo. Si vivimos en medio de la realidad de este mundo, allí donde

nos encontremos hemos de llevar y ofrecer lo que se nos ha dado como gracia de Dios: nuestra fe cristiana. No se trata de echar discursos a nadie, sino de vivir en coherencia con nuestros convencimientos, y así ofrecérselo a quien nos pida las razones de nuestra esperanza.

 

En todos estos capítulos tiene una función y un protagonismo especial el sacerdote. Pero

no solo de una manera individual, sino como miembro de esa fraternidad, viva y operante

en la Iglesia local, que es el presbiterio. Al reafirmar nuestra pertenencia a una diócesis,

a una Iglesia particular, no solamente no nos olvidamos de la incólume unidad en la Iglesia universal, sino que reafirmamos la comunión y la solidaridad fraterna con todas las Iglesias que forman el nuevo Pueblo de Dios, guiado y servido en la caridad por el Papa.

 

Es importante que recordemos estas palabras: “Esta dimensión eclesial reviste modalidades, finalidades y significados particulares en la vida espiritual del presbítero, en razón de su relación especial con la Iglesia, basándose siempre en su configuración con Cristo, Cabeza y Pastor, en su ministerio ordenado, en su caridad pastoral. En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular, lo cual no está motivado solamente por razones organizativas y disciplinares; al contrario, la relación con el Obispo en el único presbiterio, la coparticipación en su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de la Iglesia particular, son elementos de los que no se puede prescindir al dibujar la configuración

propia del sacerdote y de su vida espiritual” (PDV 31).

 

2. EL SACERDOTE: SEMBRADOR DE LA PALABRA Y DE LA MISERICORDIA

 

En un encuentro con sacerdotes de la diócesis de Aosta (25-7-05), Benedicto XVI, en un

lenguaje coloquial y muy cercano, se refirió al sacerdote como el “sembrador de la palabra”. El que anuncia la palabra de Dios, que predica, pero que le parece que el mundo, su comunidad, no toma cuenta de la predicación. “¿Qué hacer? La gente da la impresión de no necesitar de nosotros; parece inútil todo lo que hacemos. Y, sin embargo, la palabra del Señor nos enseña que sólo esta semilla transforma siempre de nuevo la tierra y la abre a la verdadera vida… A la gente, sobre todo a los responsables

del mundo, la Iglesia les parece un poco anticuada; nuestras propuestas no les parecen

necesarias. Se comportan como si pudieran y quisieran vivir sin nuestra palabra, y piensan siempre que no tienen necesidad de nosotros. No buscan nuestra palabra” (Benedicto XVI, Aosta 25-7-05).

 

El sacerdote es portador de la misericordia de Dios. El que acoge perdona, el testigo del

Señor compasivo y misericordioso. San Pablo repetía: por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Cor 15, 10). Y esa gracia de Dios nos llama y envía en una misión de misericordia. La falta de misericordia puede indicar que nos hemos olvidado de Dios. Qué en nuestra vida no hay experiencia de Dios.

 

La misericordia es dolerse en el alma con el sufrimiento, con la miseria de los demás. Es

sentida compasión que obliga a salir de uno mismo y meterse e identificarse en la realidad

sufriente del otro. San Juan de Ávila, maestro, guía y patrono, decía a los sacerdotes: sois

pastores y criadores, ojos y faz de la Iglesia, misión de Cristo, honra y contentamiento de

Dios” (Plática 2). De esta forma, el Maestro Ávila descubre, lo que podríamos llamar la

identidad, misión y testimonio del sacerdote, pues ha de ser “siervo de todos para ganarlos a todos” y débil con los débiles, según expresión de San Pablo (1 Cor 9,20). Pero todo con el único deseo de ser fiel al Evangelio. El sacerdote se ha sentido herido por el grito de quienes estaban desalentados y sin pastor (Mt 9, 26), y también llamado para apacentar “en los pastos de ciencia y de doctrina, aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo: este tal es el buen pastor” (Plática 1).

 

El perfil humano y sacerdotal ha de verse en una vida rebosante de misericordia. Lleno

de misericordia según el corazón de quien es el Misericordioso. El sacerdote que contempla la misericordia se siente atrapado por ella y se hace testigo, administrador y repartidor de misericordia.

 

Si “relicarios somos de Dios, casas de Dios y, a modo de decir, criados de Dios” – seguimos con San Juan de Ávila – también “somos diputados para la honra y contentamiento de Dios y guardas de las leyes” (Plática, 1, 2). Por eso mucho se ha de contemplar la primera ley que hay en la casa de Dios, que es la del amor. Mirar mucho a Dios y poco a uno mismo, no siendo que mirándose uno a sí mismo, desmaye (Sermón 48). Es mejor sentirse atrapado por la misericordia de Cristo, pues somos representación

de su persona, propagación de su acción apostólica e imitación de su misma vida. Una representación tan auténtica, que el sacerdote se transforme en Cristo, porque está todo entero consagrado al Señor.

 

Si administrador y repartidor de misericordia, el sacerdote ha de ser como los ojos para llorar los males, como abogado del pueblo ante Jesucristo, contemplando en Él el misterio

del Padre misericordioso y del Espíritu que nos llama y nos envía. El secreto de tan  admirable programa está en “mirar a los demás como Cristo te mira a ti”, pues quien ofrece a Cristo está llamado a ofrecerse con él y poner los ojos en Cristo, porque si se han de “ganar a las ánimas enajenadas” sólo podrá hacerse desde la compasión, que es mirar el dolor de Dios en sus hijos. Y hacerse pan para Cristo, manjar que Él comiere, vestidos que Él vistiere, casa donde Él morase (Sermón 48).

 

Buenos ejemplos tenemos, en la historia de nuestra diócesis, de modelos ejemplares de esta misericordia sacerdotal. Basta recordar a los beatos Marcelo Spínola y Manuel González, así como a tantos otros que están en nuestra memoria.

 

El sacerdote es hombre que ha experimentado la misericordia del Padre, y ministro que

la ofrece en el sacramento de la reconciliación. Perdonando y necesitado de perdón, administrando el sacramento y recibiéndolo, administrando la misericordia del Padre y suplicándola constantemente para sus propios pecados.

 

3. SACERDOTE: PORTADOR DE ESPERANZA

 

Quien ha recibido misericordia, testigo ha de ser del Misericordioso y hacerse señal de

esperanza para el mundo. “El Evangelio de la esperanza, entregado a la Iglesia y asimilado por ella, exige que se anuncie y testimonie cada día. Esta es la vocación propia de la Iglesia en todo tiempo y lugar… Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo” (EIE 45).

 

Ante misión tan importante, el sacerdote quiere ser sinceramente consciente de sus limitaciones: soy un muchacho, no sé hablar (Jr 1, 6). Le invade una sensación de inseguridad.  No se considera preparado para superar las dudas, para moverse entre opiniones diferentes. Padece el síndrome de un cansancio motivado por tener que realizar un trabajo del que no aprecia unos resultados eficaces: toda la noche trabajando y nada hemos conseguido (Lc 5, 5). Le duelen las promesas incumplidas, igual que a los discípulos de Emaús pensaban en el fracaso de la resurrección, y el Resucitado estaba a su lado. En fin, falta de confianza en la acción del Espíritu: el Espíritu del Señor ya no está sobre mí…

 

Así que si deseas, hermano sacerdote, que Cristo sea en verdad tu Pastor, acepta que sea tu servidor. Recibe su palabra, sigue su ejemplo y déjate lavar los pies con el agua de su misericordia, como Él lo hizo con los discípulos. Deja que Jesucristo sea para ti la vara y el cayado que te den seguridad. Que en su banquete te alimentes y veas con gusto la compañía de su bondad. ¡El Señor es mi pastor, nada me falta! (Salmo 22).

 

La esperanza es siempre una llamada a la fidelidad y a saber permanecer perseverante

en los más hondos convencimientos, más allá de los vientos contrarios que zarandean

las mismas existencias. Ahora que nos aburre, por demás, el reiterado discurso de los malos tiempos, de las inclemencias que debemos padecer, de la intemperie e indefensión en la que nos encontramos ante el acoso de leyes, políticas y ambientes nada proclives a la vida auténticamente cristiana, el sacerdote tiene que ser ese imprescindible portador de la esperanza que tanto se necesita.

 

Sin querer restarle nada de la importancia y gravedad que pueda tener el momento, es preciso, no sólo que no perdamos la compostura, que es el estilo evangélico de pensar y de vivir, sino que sepamos mantenernos en dignidad. Como dice San Pedro: dispuestos a dar razón de lo que somos, pero con bondad y respeto. Y con una conciencia recta. Y si hay que padecer algo por hacer el bien… (Cf 1Pe 3, 15-17).

 

No se trata de sobrevivir en una sociedad secularizada, sino de ofrecer lo que se tiene

y valorarlo como buena noticia para la salvación del hombre. Nuevas situaciones reclaman respuestas nuevas. Presentar el evangelio de forma personal, comprensible y entusiasmante. Como algo vivo que lo llena todo. Que es punto de referencia para todo. Es la memoria evangélica que se aduce como respuesta permanente. No es evangelismo de palabras en los labios y lejanía en el corazón, sino consecuencia: hablo porque creo (Cf. 2Cor 4, 13). Sería inadmisible la utilización del evangelio como arma presuntuosa que se usara únicamente para dejar en evidencia el comportamiento ajeno. Al contrario: es oferta de salvación, de esperanza, de gozo en la posibilidad de alcanzar los más nobles deseos.

 

El bien siempre tiene futuro. Y tendríamos que añadir: con tal de que se sepa construir

acertadamente el presente. Que la evangelización sea una tarea ardua, muchas veces imperceptible y vulnerable, y con una desproporción, al menos aparente, entre medios y resultados, hay pocos que puedan dudar. Sólo el valor de la persona humana justifica el esfuerzo.

 

También el evangelizador ha de ser consciente de que trabaja para una sociedad cam18

biante, que evoluciona, que progresa. ¿Hasta cuándo durará esta situación de cambio?

Indefinidamente. El hombre, y el dinamismo de la sociedad en la que vive, no pueden detenerse. Perderían lo mejor que poseen: capacidad de ser mañana más felices, mejores, más justos…

 

Y caminar con el hombre, ayudándole a redimirse de los señuelos de falsas esperanzas.

El esfuerzo personal y colectivo, la solidaridad, el trabajo por el bien común, la consciente y seria formación humana y profesional, la consolidación de la familia y de las instituciones fundamentales para la convivencia y el desarrollo, la lealtad a unos valores bien asumidos, el empeño por la justicia, la coherencia entre la fe y la conducta, son buenos avales para que la esperanza tenga garantía de autenticidad.

 

Dios ha sido grande con nosotros, decimos con el salmo. Y si la tentación de la nostalgia

pudiere llegar en algún momento, tengamos bien cerca el libro de la Escritura y recordemos las palabras que, al hombre de fe, dice tan buena sabiduría: “Tu pasado parecerá insignificante al lado de tu espléndido futuro” (Job 8, 7).

 

4. IDENTIDAD Y MISIÓN: LA CARIDAD PASTORAL

 

Se puede decir que la caridad pastoral es aquello que configura la personalidad del sacerdote, lo que da razón de su identidad y en lo que encuentra su unidad lo diverso de las acciones que se deben realizar en el ministerio pastoral.

 

El sacerdote se siente gozoso y se considera plenamente realizado en su existencia personal y en su vocación ministerial, haciendo el bien a los demás. Para eso ha sido llamado y en ello se siente identificado con Cristo: el Espíritu del Señor está conmigo para anunciar las bendiciones  Dios (Cf. Lc 4, 19). Sin reservas ni condiciones. ¿Cómo podré olvidar a los pobres, a los pecadores, a los que buscan a Dios? Igual que a Oseas, le da un vuelco el corazón y se le conmueven las entrañas (Os 11, 8). El amor todo lo puede y supera. No puede olvidar que ha sido el misericordioso quien le ha llamado a la práctica de la misericordia. Para mí, dice el sacerdote, lo bueno es estar junto a Dios (Salmo 73, 27). Y como Dios es amor, el sacerdote no puede por menos que ser ministro y servidor de la caridad que Dios ha derramado en su corazón sacerdotal. Es don gratuito del

Señor y, al mismo tiempo, imperiosa llamada a una respuesta libre, alegre y responsable por parte del sacerdote.

Con no poca frecuencia, siente el sacerdote como una especie de vértigo al tener que realizar tantas y tantas acciones diferentes. Incluso puede llegar a la sensación de que tiene como varias personalidades: la humana e individual, la social, la carismática y ministerial… La caridad pastoral hace desaparecer ese desconcierto, dando una verdadera unidad existencial y motivando todas y cada una de las acciones que se realizan. Confiere a todo un modo de ser y de actuar en coherencia con la gracia de

Dios que se ha recibido y que se expresa en una forma de vivir y de hacer.

 

Sin una espiritualidad, vivida y profundamente sentida, la figura del sacerdote quedaría

completamente desvaída y sin razón de ser. Pero, la espiritualidad no es un adorno

añadido, sino la misma configuración de una existencia con ineludible referencia al carisma recibido. En la espiritualidad se refleja la identidad, la práctica de la caridad pastoral.

 

La caridad pastoral en el misterio de la Iglesia

 

En momento alguno, puede olvidar el sacerdote su incuestionable unión con la Iglesia,

como misterio que hunde sus raíces en lo insondable de la Santísima Trinidad: ha sido llamado por el Padre, identificado con el hijo, habiendo recibido la gracia del Espíritu.

 

Unido a la Iglesia, que es comunión en la fe y en el bautismo, y con la comunidad concreta a la que sé que pertenece y a la que se sirve. En el cuidado de esa comunidad no sólo encuentra el sacerdote su razón de ser, sino que por ella acomoda su propia vida y estilo personal para poder servir mejor a esa parte del pueblo de Dios que el obispo le ha confiado. Pero ni la Iglesia, ni la parroquia son suyas, el sacerdote es pastor y

servidor, no dueño de doctrina y modo de vivir.

 

Y con un trabajo que lleva a cabo, pues la Iglesia es misión. Existe para evangelizar, para

vivir y anunciar el misterio de Cristo en el mundo. Por eso, el sacerdote no puede olvidar que está metido en el mismo campo en el que debe dejar caer la semilla. El carácter de secularizad ni anega el campo, ni hace sucumbir al sembrador, sino que debe ayudarle a comprender y realizar mejor su misión.

 

Tomado de entre los hombres para el servicio de los hombres (Heb 5, 1). No podía ser

de otra manera. Jesucristo es el camino hacia cada hombre (RH 13) y si todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre, el hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer (RH 14). Nada, pues, es de extrañar que el sacerdote esté revestido de humanidad.

 

Officium amoris

 

Hecho a imagen y figura del Buen Pastor, el sacerdote ha sido enriquecido con ese amor

inagotable necesario para el servicio de la comunidad que le ha sido confiada. Esa misma

identificación con Cristo en el servicio ministerial en la caridad, será la más genuina y eficaz fuente de la espiritualidad sacerdotal y la que defina y de razón de ser a su propia vocación y ministerio.

 

Aquella dificultad de integración de tantas y tan diferentes motivaciones y tareas en la

misma personalidad del sacerdote, encuentra una respuesta en la caridad pastoral. Llamado para servir en la caridad a sus hermanos, busca una formación humana, espiritual, intelectual y pastoral, para poder realizar dignamente esta misión y cometido. Vida y ministerio, espiritualidad y secularidad, persona y puesto en la sociedad, han encontrado razón y unidad.

 

Esa formación, permanente y sistemática, es una responsabilidad de la misma caridad pastoral, respetuosa y atenta a la comunidad a la que debe servir y que, en la evolución y desarrollo de la misma existencia humana, surgen nuevas necesidades y desafíos pastorales.

 

La caridad pastoral, el officium amoris, es el principio interior y dinámico capaz de unificar

las múltiples y diversas actividades del sacerdote, es lo que “da vida” al ministerio. Es el

amor tal como se vive en la Iglesia, verdadera amistad sobrenatural y signo de comunión con Dios y con el prójimo. Opción fundamental y alma del ministerio. Identificación con Cristo en sus actitudes y comportamientos. Es un don del Espíritu al sacerdote.

 

La caridad pastoral puede definirse, siguiendo la exhortación Pastores dabo vobis (23),

como:

 

Principio interior de la vida espiritual del presbítero, en cuanto configurado con Cristo.

Don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y

responsable del sacerdote.

Donación total de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen. No es

sólo aquello que hacemos, sino la donación de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo por su Iglesia.

Carácter del ministerio sacerdotal. La caridad pastoral determina el modo de pensar

y de actuar en el servicio en la caridad a la Iglesia universal y a aquella porción de Iglesia

que le ha sido confiada.

Vínculo de comunión con el obispo y con los otros hermanos en el sacerdocio, que tiene

su expresión más plena en la Eucaristía, centro y raíz de la vida del sacerdote.

Criterio interior y dinámico que unifica las múltiples y diversas actividades del sacerdote.

Leal y sincera coherencia ente la vida interior y las tareas y responsabilidades del ministerio.

– Participación en el amor de Cristo pastor. La fuente de la caridad pastoral no puede ser

otra que el mismo amor de Cristo. A ese manantial hay que acudir para llenarse de tan

precioso regalo del Espíritu. Hemos conocido el amor que Dios nos tiene (1Jn 4, 16). Ese amor, manifestado en Cristo, es el que nos apremia (2Cor 5, 14). Es fuerza y sabiduría de Dios que le llega al sacerdote desde el mismo corazón de Cristo. El amor de Cristo me quema. Es el fuego de la caridad: ¡Tu amor me quemaba hasta los huesos! “Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía” Así lo expresa Jeremías (Jr 20,9).

– Identificación con las actitudes de Cristo. Son estas disposiciones las que definen y enmarcan la caridad pastoral del sacerdote, y las hace presente en una comunidad concreta de la Iglesia particular. Es el amor de Cristo pastor que se manifiesta entre los hermanos. En la vida sacerdotal está siempre presente la lógica de la cruz: Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación (Rom. 4, 25).

– Incondicional unión con Aquel que se entregó. Este es nuestro convencimiento: “con

Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2, 19-20).

 

La vida sacerdotal exige un particular desapropio: el mismo de Cristo, que no vino sino

a servir y entregarse como rescate por muchos (Mt 20, 28). El sacerdote no debe preguntarse tanto por su propia identidad sino de cómo sirve a los demás. No es un hombre para sí mismo, sino entregado en ayuda de sus hermanos. Lo importante no es saber responder a la cuestión para qué sirve un sacerdote, sino a quién sirve el sacerdote. La respuesta no puede ser otra sino que el sacerdote sirve a Jesucristo,

a la Iglesia, a los hombres necesitados del pan de la palabra, del pan de los sacramentos y del pan de la caridad.

Un amor sin medida. Actitudes de disponibilidad, desprendimiento, entrega, sacrificio,

testimonio, dedicación…, se desprenden de esta caridad pastoral. Mi vivir es Cristo (Gál 2,

20). Mi amor, puede decir el sacerdote, es el que Cristo ha tenido por mi y yo mismo doy a

mis hermanos. Por eso, la extensión de la caridad pastoral no tiene límite. A todo se ha de

llegar con el amor de Cristo. Es así que, como espiritualidad y forma de vivir, la caridad pastoral tiene una señal luminosa en ese “estado de amor”, como ha sido llamado el celibato. El decir, una existencia completamente entregada al amor de Cristo y de la Iglesia, sin reserva alguna.

Don gratuito de Dios. Si, como habíamos visto, la caridad pastoral tanta espiritualidad

encierra que se relaciona con el mismo misterio trinitario, es obligado comprender que

D. JUAN DEL RÍO. EL MINISTERIO DE LA CATEQUESIS EN LA IGLESIA PARTICULAR

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ASAMBLEA DIOCESANA DE CATEQUISTAS

 

Jerez, 1 de octubre de 2005

  

EL MINISTERIO DE LA CATEQUESIS EN LA IGLESIA PARTICULAR

  

1.-Al inicio de una institución o de una actividad humana, hay mucho que mirar hacia el futuro dejando quizás más en penumbra toda la siembra de un rico pasado. Pero no ha de ser así entre los cristianos que necesariamente bebemos de nuestro primitivo origen, que no es otro sino el acontecimiento salvador de Jesucristo, el cual es “el mismo ayer, hoy y siempre”. Así pues, en el plano de las realizaciones concretas y próximas, nuestra diócesis de Asidonia-Jerez estrena una nueva Delegación Episcopal de Catequesis en la persona de D. Eugenio Romero López, por todos conocido por su buen hacer sacerdotal y por su trayectoria teológica, pastoral y catequética. Pero él no parte de cero, ni esta solo en esa encomienda para la cual el Obispo le ha nombrado. La nueva Delegación encuentra un camino fecundo sembrado por la entrega generosa y total que la Hna. Elisa Calderón Aguilar ha prestado a esta diócesis en estos cerca de veinte años al frente del Secretariado de Catequesis. “No tenemos ni oro ni plata” para pagarle a Elisa todo el bien que ha hecho, toda la ilusión que ha puesto en la formación de catequistas y de responsables de la catequesis. Yo mismo, en estos cinco años, he podido darme cuenta de su valía humana, cristiana consagrada por el Reino de los cielos.¡Que el Evangelio sea siempre tu recompensa y que al final de tus días el Buen “Pagador”, que es únicamente Dios, te conceda la corona de la victoria final! ¡Gracias, Hna. Elisa!

 

2.- Pero surgen nuevos desafíos y “los tiempos son recios”. Es hora de revitalizar y reponer fuerzas. El relevo al frente de las instituciones es ley de vida y exigencia de la tarea. Las personas pasamos y Cristo permanece. Las estructuras, métodos y pedagogías son pasajeras pero lo importante es que la Iglesia sea siempre fiel a su misión que es buscar la gloria de Dios y no la de los hombres, porque todo trabajador de la “viña del Señor” recibe de la gratuidad divina el “denario” de la salvación, ya que nosotros, como dice el Evangelio, “somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Lo importante de todos estos años es que la labor realizada ha ido creando conciencia en todos los niveles de que la catequesis no es cosa de unos pocos “que tienen tiempo para eso”, o que la catequesis es “enseñarles a los niños catecismo”, sino que la catequesis es responsabilidad de toda la comunidad cristiana. Es una acción educativa realizada a partir de la responsabilidad peculiar de cada miembro de la comunidad y que alcanza a niños, jóvenes y adultos. Aunque todo bautizado ha de dar testimonio de su fe y comunicar el Evangelio, son solo algunos miembros de la diócesis a los que se le encomienda trasmitir orgánicamente la fe en el seno de sus parroquias. Estos sois vosotros, catequistas, los que con tanto empeño lleváis la tarea de catequización no como algo vuestro, sino sabiendo siempre que la fe que comunicáis ha de ser la fe que la Iglesia profesa, celebra y proclama; pues la finalidad específica de la catequesis es “hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo” (CT 20).

 

3. El Concilio Vaticano II pone de relieve la importancia eminente que, en el ministerio episcopal, tiene el anuncio y la transmisión de la fe: “entre las principales tareas de los obispos destaca la predicación del Evangelio” (LG 25). Por eso en la lectura proclamada San Pablo insta a su discípulo Timoteo: “predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, corrige, reprende y exhorta usando la paciencia y la doctrina” (2Tim 4,2). Por eso mismo dice el Directorio General de Catequesis: “Los obispos son los primeros responsables de la catequesis, los catequistas por excelencia… Esta preocupación por la actividad catequética llevará al obispo a asumir “la alta dirección de la catequesis” en la Iglesia particular, lo que implica entre otras cosas:

 

 Asegurar en su Iglesia particular la prioridad efectiva de una catequesis activa y eficaz.

 Ejercer la solicitud por la catequesis… velando por la autenticidad de la confesión de la

fe y por la calidad de los textos e instrumentos que deban utilizarse.

 Suscitar y mantener una verdadera mística de la catequesis.

 Cuidar de que los catequistas se preparen de la forma debida para su función.

 Establecer en la diócesis un proyecto global de catequesis…ubicado en los planes pastorales diocesanos” (nnº 222-223).

 

4. Aunque es verdad que se puede catequizar en todas partes (familia, escuela, movimientos…), la comunidad parroquial debe seguir siendo la animadora de la catequesis y su “lugar privilegiado” (CT 67). En este sentido no hay que olvidar que los párrocos, los sacerdotes, son los primeros catequistas de la comunidad en comunión siempre con el Obispo. Estos, están llamados a suscitar la responsabilidad catequética de la misma, de ahí también el valor prioritario de su misión como ministro de la Palabra, de la Eucaristía y de la Unidad. Por eso mismo, el sacerdote es el formador fundamental de los catequistas. Estos, en cuanto grupo, son una célula de la comunidad parroquial y punto de referencia para los catequizandos. El desarrollo adecuado de esta responsabilidad es la garantía de la calidad y eficacia de la catequesis, y sobre todo de una urgente formación cristiana de los catequistas en cuanto adultos. Es más, de esta misión no debería abdicar ningún párroco como tampoco la de llevar y tocar la catequesis en directo. Los sacerdotes no deben reducir su misión catequética a la de una simple coordinación de tareas, pues de lo contrario surge el peligro de ejercer el munus docendi, recibido en la ordenación sacramental, desde los esquemas de funcionariado, alejándose de la caridad pastoral que requiere su ministerio.

 

5. En los momentos actuales no podemos olvidar hacer mención de los padres de familia como los primeros educadores de la fe de sus hijos. Éstos perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús por el testimonio de sus padres. Pero debemos estar atentos a la nueva y compleja problemática que se plantea en el terreno familiar. Hay que suplir muchas deficiencias familiares, hay que tener entrañas de comprensión con muchos padres y madres que viviendo una situación de desgarramiento o ruptura matrimonial, sin embargo desean que sus hijos conozcan la fe cristiana. Hay que ser muy equilibrados y pacientes: no debemos añadir más dolor al que ya tienen muchas familias, pero por otro lado debemos defender los principios básicos de la transmisión de la fe de aquellos planteamientos donde “el todo vale” no es sinónimo de comprensión sino más bien de comodidad y ausencia de problemas. Por eso mismo en los tiempos que corren, la fe de las nuevas generaciones pasa por la atención especialísima a los padres mediante el contacto personal, la invitación a encuentros, cursos o catequesis de adultos, teniendo siempre clara la máxima popular: “más se atrae con miel que con hiel”, es decir no son las leyes y programaciones lo que atrae a la gente, sino la caridad y la amabilidad con todos.

 

6. Hoy en la tarea de catequesis los religiosos y religiosas tienen un papel importantísimo. Muchas de las familias religiosas, masculinas y femeninas nacieron para la educación de los niños y de los jóvenes, particularmente de los abandonados. Desde sus carismas son muchos los religiosos y religiosas que colaboran en la catequesis diocesana en los diversos niveles. La historia de la catequesis demuestra la vitalidad que la vida religiosa ha proporcionado a la acción educativa de la Iglesia. A ellos y ellas va mi agradecimiento por su labor en nuestra diócesis y les exhorto a seguir trabajando en la catequesis diocesana como signo de comunión con la Iglesia local y expresión del mandato del Señor “íd por todo el mundo y haced discípulos míos a todas las gentes”. A vosotros religiosos y religiosas, por vuestra consagración especial al Reino de los cielos os pido que seáis creativos y que tengáis audacia catequética para hacer frente a los retos de la increencia actual. Cargad de espiritualidad y mística la comunicación y transmisión de la fe. Huid de los reduccionismos empobrecedores de una teología que no está en comunión con los Pastores, y recodad lo que nos dice San Pablo en la lectura de hoy: “porque vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que llevados de su propia concupiscencia, se rodearán de multitud de maestros que les dirán palabras halagadoras, apartarán los oídos de la verdad y se volverán a las fábulas” (2 Timo 4,3).

 

6. Una rica realidad en nuestra diócesis y en toda la Iglesia es la incorporación activa de los fieles laicos a las tareas pastorales y en particular a la acción catequética. La vocación del laico para la catequesis brota del sacramento del Bautismo y es robustecida por el sacramento de la Confirmación, participando así de la misión sacerdotal, profética y real de Cristo. Además de la vocación común al apostolado en medio de las tareas temporales, algunos laicos se sienten llamados interiormente por Dios para asumir la tarea de ser catequista, cuya vocación la Iglesia discierne según las características de cada uno y las posibilidades de dedicación antes de conferir la misión necesaria para ejercerla. Ciertamente, en estos años se ha avanzado mucho en la formación de buenos catequistas y gracias a ello podemos llegar a tantos niños, jóvenes y adultos. Sin vuestro trabajo catequético esta diócesis de Asidonia-Jerez no sería una “Iglesia viva y joven”. Pero en esto de la catequesis hay que huir de algunos peligros que se hacen presentes en ocasiones como pueden ser la ideologización de la fe, una catequesis alejada del magisterio de la Iglesia, o una transmisión de la fe carga de desafecto hacia la Iglesia. No debemos olvidar nunca que dar catequesis no es simplemente trasmitir unos conocimientos, ni conseguir que el catequizando sea luego un comprometido agente social, cultural o religioso. La mejor catequesis comienza con el testimonio de santidad personal del catequista. De nada nos servirían unas magníficas programaciones o un material utilísimo, si luego el catequista no practica el Día del Señor, está alejado de la comunión eclesial o no proclama la moral católica. Por eso mismo el buen catequista hace vida aquello que san Pablo decía a los responsables de la comunidad de Éfeso: “ahora os encomiendo a Dios y a su mensaje de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados… Cuidad de vosotros mismos y de todo el rebaño…porque hay más felicidad en dar que en recibir” (Hech. 20,28.32.35).

 

7. Pues bien, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos en general, os convoco a todos a seguir trabajando con ilusión renovada en una catequesis diocesana de “comunión y misión” para que Cristo sea conocido, amado y proclamado como único Señor y Salvador de los hombres. Es una tarea apasionante seguir las huellas de los Apóstoles de Jesús, de los grandes Santos y Santas que de diversas formas comunicaron gozosamente su fe a los otros. Os pido encarecidamente que trabajéis unidos con el nuevo Delegado de Catequesis, que entréis en la nueva dinámica catequética que progresivamente se irá introduciendo para responder, con mayor eficacia y unificación de tareas, a la organización diocesana, donde no debe haber ningún compartimento estanco, sino que todas las delegaciones o secretariados de curia han de trabajar de manera interdisciplinar y conjuntados bajo la dirección de la Vicaria Pastoral y General. Además de que la nueva Delegación Diocesana de Catequesis estará estrechamente unida al Instituto Superior de Ciencias Religiosas Asidonense de reciente creación de manera que vayamos unificando la formación de catequistas, profesores de religión, agentes de pastoral y fieles en general.

 

8. En esta nueva etapa nuestro principal objetivo será centrarnos cada día más en lo esencial de la fe cristina, purificando todo proyecto catequético de añadiduras que nos aleja o entorpece de lo nuclear que no es otra cosa que llevar a hombres y mujeres a una auténtica experiencia de Dios en el seno de la Iglesia Católica. Porque no podemos olvidar que el gran dilema que tenemos planteado es: ¿cómo se hace hoy un cristiano en medio de la sociedad de la increencia? Para responder a esta cuestión lo mejor es ir siempre de la mano de la Iglesia que como “Madre y Maestra” nos traza en cada momento lo que tenemos que realizar como miembros vivos que somos de su Cuerpo. Así, para estos meses venideros se impone el conocimiento, estudio e incorporación del Nuevo Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica que será publicado próximamente.

 

9. El pasado 28 de junio el Papa Benedicto XVI presentaba a la Iglesia y al mundo dicho Compendio. No se trata de un nuevo Catecismo, sino de una breve síntesis que contiene  todos los elementos esenciales y fundamentales de la fe y de la moral católicas. Con ello se responde a los deseos de pastores y catequistas, que venían demandándolo desde que, en 1992, el Papa Juan Pablo II entregase a los fieles del mundo entero el Catecismo de la Iglesia Católica, texto de referencia de este Compendio y que, por lo tanto, mantiene intactas su autoridad e importancia. En esta síntesis podremos hallar un valioso estímulo para su mejor conocimiento y empleo como instrumento fundamental de educación en la fe.

 

Muchos han sido los frutos de la catequesis postconciliar, pero a los cuarenta años de la clausura del Vaticano II es necesario y urgente que, ante la nueva situación cultural y social que vive la Iglesia al inicio de este nuevo milenio, se haga una purificación de la catequesis y con sinceridad nos preguntemos qué tipo de catequistas tenemos y en qué grado la educación en la fe que se está impartiendo en muchos sitios es en su totalidad la fe de la Iglesia. Una de las características del Compendio es su forma dialógica, que recupera un antiguo género literario catequético, presentado a través de preguntas y respuestas. Se trata de proponer un diálogo ideal entre el catequista como “maestro” y el discípulo que quiere descubrir aspectos siempre nuevos de la verdad de la fe que ve ejemplarizada en su catequista. Además, el género dialógico contribuye también a situarse en lo esencial y con ello a la asimilación y memorización de los contenidos de la catequesis. Junto al texto encontraremos imágenes que tienen como fin ilustrar el contenido doctrinal, ayudando a despertar y a alimentar la fe de los creyentes. Asimismo, puesto que estamos en la civilización de la imagen, debemos tener presente la eficacia del dinamismo de la comunicación y de la transmisión del mensaje evangélico a través de la imagen sagrada. Además, en nuestra realidad, es interesante que en la catequesis se preste más atención a la rica iconografía que se da en nuestra Religiosidad Popular.

 

Por otro lado, la estructura de este Compendio es la misma del Catecismo: la profesión de fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana. El texto también incluye al final un Apéndice, constituido por algunas oraciones comunes para la Iglesia universal y por algunas fórmulas catequísticas de la fe católica. Con ello se invita a hallar de nuevo en la Iglesia una forma de orar común no sólo a nivel personal, sino también en ámbito comunitario.

 

¡En fin! Podemos encontrar en este Compendio la belleza íntegra de la fe que la Iglesia ha profesado de generación en generación y que hay que saber trasmitir a las nuevas muchedumbres de hombres y mujeres para que hallen en Cristo “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Para ello, utilizaremos el mejor método y lenguaje catequético que será siempre el amor vivido en el corazón de la Iglesia como lo hizo la santa de hoy Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones:

 

“Entendí, decía la carmelita de Lisieux, que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que le amor es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno…” Y Santa Teresa prosigue más adelante: “Entonces, en un acceso de alegría desbordante, exclame: ¡Oh Jesús, amor mío!… ¡Por fin encontré mi vocación! ¡Mi vocación es el amor!…Sí, he encontrado mi lugar en la Iglesia. ¡Y ese lugar, Dios mío, me lo has dado tu!… ¡en el corazón de la Iglesia…yo seré el amor!..¡Y así, yo lo seré todo!… ¡Así mi sueño se hará realidad!” (Manuscrito autob.B,f3v).

 

+ Juan del Río Martín

Obispo de Asidonia-Jerez

 

D. IGNACIO NOGUER VUELVE A CASA

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Según informan en el Obispado de Huelva, D. Ignacio Noguer se recupera satisfactoriamente de la intervención sufrida hace dos semanas y ya se encuentra en su casa.

 

 

El Obispo de Huelva, D. Ignacio Noguer Carmona, recibió el pasado viernes, 30 de septiembre, el alta médica en el hospital sevillano en el que se encontraba ingresado desde finales de agosto aquejado de una lesión vertebral en la zona lumbar, de la que fue intervenido el pasado día 16, habiéndose recuperado satisfactoriamente.

 

Tras recibir el alta, varias comunidades de religiosos han ofrecido al Obispo sus casas para que en ellas pueda convalecer. El Sr. Obispo, sin embargo, ha preferido trasladarse del hospital directamente al Obispado de Huelva, donde continuará su convalecencia y recibirá la rehabilitación pertinente.

 

La recuperación del Obispo ha sido muy favorable y se encuentra con el mejor ánimo y con ganas de volver a su trabajo. D. Ignacio cumplirá en enero los 75 años.

 

D. Ignacio agradece a todos los medios de comunicación que se han interesado permanentemente por él y a todos los fieles que han ofrecido oraciones.

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