PRESENTACIÓN
En la Navidad de 1975, los obispos del sur de España ofrecían, a pastores y fieles, un instrumento de estudio, de diálogo y de acción apostólica titulado El catolicismo popular en el sur de España. En aquel documento se abordaba, en profundidad y extensión, la realidad de las expresiones de nuestro catolicismo popular. En él se describen algunas actitudes pastorales y se proponen objetivos para llevar a cabo en la región una “educación popular en la fe”. Sus apreciaciones y sugerencias constituyen un patrimonio básico para quienes deseen acercarse, comprender y servir, con respeto y objetividad, al pueblo cristiano en esta tierra.
Dado que la adaptación es la ley fundamental de la evangelización, se deduce con facilidad que la acción pastoral exige aquí conocer, tomar conciencia y contar con las peculiaridades características del pueblo. El documento de 1975 sigue siendo válido y necesario para la formación y la actualización pastoral y para la acción apostólica de los educadores y dirigentes seglares. Esta realidad de nuestro pueblo pide ser integrada en todo proyecto de misión y de evangelización.
Transcurridos más de nueve años, los obispos de las Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, atentos a la situación particular de la vida de fe de sus diocesanos, tras analizar la evolución de las expresiones de la piedad popular en el contexto general de la sociedad actual, ofrecen estas nuevas orientaciones pastorales, en línea de continuidad con las anteriores. Se pone así de manifiesto la importancia de la educación en la fe del pueblo cristiano y la necesidad de responder, a tiempo y de manera adecuada, a las situaciones peculiares de las expresiones religiosas, desde la caridad pastoral, el discernimiento y la efectiva evangelización.
Este servicio de nuestros obispos se inserta en el empeño colegial asumido por el episcopado español, respondiendo a las orientaciones y sugerencias recibidas del papa Juan Pablo II en su visita apostólica a España. Consiste en “el propósito firme de potenciar la vida cristiana de nuestro pueblo”. Comprende un aprendizaje para “vivir como comunidad concreta y bien definida, dentro de un ámbito social y cultural que no siempre comparte nuestra fe ni nuestros criterios morales”; la promoción de “una clara conciencia de lo que somos como cristianos y como miembros de la familia católica”. A tal fin se establece, entre otros objetivos, la prioridad de la catequesis integral, en sus diversas modalidades, para fundamentar una fe verdaderamente personal, clarificada y arraigada.
Nuestros obispos asumen colegialmente con el resto del episcopado español los grandes temas de la Iglesia y de la sociedad española, al par que afrontan los aspectos particulares que vienen exigidos por las circunstancias de sus diocesanos.
Las nuevas consideraciones pastorales sobre el catolicismo popular quieren señalar algunos datos concretos que reclaman la atención especial de los agentes de la evangelización. Se recuerdan los análisis que hoy se hacen sobre religiosidad popular y se indican criterios y orientaciones concretas para la actuación de cuantos se relacionan con la piedad popular: sacerdotes, organizaciones, dirigentes seglares, educadores y catequistas.
El documento quiere ser un instrumento de estudio y un punto de partida para el discernimiento, la tutela y promoción de la identidad cristiana, la educación popular en la fe y la organización de actos religiosos, romerías, procesiones, etc. Prestará, sin duda, un servicio a quienes deseaban criterios autorizados para actuar con la prudencia y la coherencia que merece el respeto al pueblo y exige la evangelización. Y es, sobre todo, un nuevo impulso para acometer con realismo y adecuada pedagogía la educación en la fe del pueblo cristiano.
El respeto al servicio a los fieles que, de una u otra manera, participan de la piedad popular, comprende:
– Cuidar el carácter religioso y eclesial de las manifestaciones y celebraciones religioso-populares.
– Garantizar la identidad cristiana en el actual contexto cultural y social.
– Tutelar la libertad de los creyentes, ante posibles manipulaciones, para que sean y se expresen como tales.
– Valorar la dimensión cultural de tales expresiones desde la autenticidad religiosa, sin reduccionismos.
– Promover vías de discernimiento eclesial al servicio de nuestro pueblo y de su evangelización.
Los obispos salen al paso de una necesidad pastoral, tan ligada a la vida de fe de nuestro pueblo, poniendo en manos de sacerdotes y fieles un documento breve y sencillo, al par que claro, oportuno y sugerente, de cuyo estudio y acogida cabe esperar nuevas iniciativas en el interior de las comunidades parroquiales, de las asociaciones y hermandades para cooperar conjuntamente al objetivo común de la educación popular en la fe.
ANTONIO HIRALDO VELASCO
Secretario General del Episcopado del Sur de España
I. PUNTO DE PARTIDA
El documento de trabajo de 1975
Hace ya diez años que los obispos del sur de España presentamos un documento de trabajo sobre el Catolicismo popular. Fue publicado como “instrumento de estudio, de diálogo y de acción apostólica”. Sin el “carácter de una carta pastoral colectiva”, pero sin quedarse en un “estudio privado de los muchos y valiosos que se publican continuamente”
Un repaso detenido a este documento nos descubre la permanente actualidad y validez de sus puntos de vista, de sus análisis, de las sugerencias pastorales que contiene, de su visión sobre la evolución de los hechos. Es muy interesante saber qué incidencia ha tenido en los planteamientos generales de la pastoral de nuestras diócesis, en nuestros sacerdotes, religiosas y seglares relacionados con el tema.
Cuando concluye dicho documento manifestando que “no quiere ser otra cosa que una modesta aportación y una encarecida exhortación al trabajo de todos, para clarificar un hecho religioso tan complejo, para encontrar la actitud y el tratamiento pastorales más adecuados al esfuerzo de su promoción evangélica”, un camino a recorrer queda abierto. Es fácil responder que ese camino no se ha recorrido, si nos lo preguntamos. Pero es más difícil saber hasta qué punto se está recorriendo.
La evolución posterior de los acontecimientos parece exigir que hoy se entre con decisión por este camino. Mientras las manifestaciones del catolicismo popular se presentan cada vez más como signo de maduración cultural y de identificación de nuestro pueblo, una pastoral incompleta puede desaprovechar cauces favorables de auténtica religiosidad, empleando energías en luchar contra corrientes en sí legítimas o coadyuvando el vaciamiento religioso de las manifestaciones populares.
Urge, pues, volver a la reflexión pastoral sobre el catolicismo popular. Porque es necesaria la permanente reflexión de la Iglesia sobre sí misma, y el catolicismo popular es parte del ser eclesial. Porque sigue sintiendo la necesidad de equilibrar la atención pastoral a la masa y el cultivo de minorías activas que late en el fondo del catolicismo popular. Porque, finalmente, éste sufre constante transformación, influido por los más diversos factores de nuestro entorno.
Documentos del Magisterio, estudios e informes posteriores
No ha faltado, por otra parte, en estos diez años, una evidente continuidad en la preocupación de la Iglesia sobre este tema. Buena prueba son las diversas enseñanzas de Pablo VI y Juan Pablo II, la serie de nuevos documentos episcopales, de estudios y de informes que han visto la luz desde entonces. Todos ellos dan material y orientaciones muy útiles par la necesaria reflexión pastoral .
Criterio pastoral que guía esta reflexión
El criterio que nos guía al reemprender hoy nuestra reflexión está contenido en estas palabras de Juan Pablo II a todos los obispos de ambas provincias eclesiásticas en la visita ad limina: “La religiosidad de vuestro pueblo merece vuestra atención continuada, vuestro respeto y cuidado, a la vez que vuestra incesante vigilancia, a fin de que los elementos menos perfectos se vayan progresivamente purificando y los fieles pueden llegan a una fe auténtica y una plenitud de vida en Cristo” .
Está también esta reflexión dentro de los objetivos que la Conferencia Espiscopal Española ha señalado en su actual Programa Pastoral. Se refiere en su conjunto al criterio quinto de las directrices pastorales aprobadas por la XXXVIII Asamblea Plenaria el día 24 de junio de 1983: “Clarificar los contenidos de la fe para asegurar la identidad del mensaje cristiano y su adaptación al hombre de hoy”. Este criterio es desarrollado con las siguientes ideas: “En época de cambios rápidos y profundos, como dice el Vaticano II, el mensaje cristiano tiene una doble exigencia: la de conservar fielmente su identidad y la de ser un mensaje vivo para el hombre histórico, es decir, capaz de orientar su vida en cualquier circunstancia. Juan Pablo II subraya la necesidad de llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la altura y de las culturas” .
Vamos, pues, en las páginas siguientes, a describir cómo ha evolucionado la situación del catolicismo popular en nuestro pueblo, cuáles son las claves a través de las que suele ser interpretado y valorado, para, en fin, intentar dar una visión pastoral y trazar unas orientaciones prácticas sobre el tratamiento pastoral con que creemos conviene enfocarlo.
Lo hacemos como pastores de las catorce diócesis encuadradas en las provincias eclesiásticas de Granada y Sevilla, que comprenden toda la región andaluza, Murcia y el sur de Extremadura, más el archipiélago canario .
II. SITUACIÓN ACTUAL
Auge de las expresiones del catolicismo popular
Todos conocemos el gran número de expresiones del catolicismo popular existentes desde antiguo en la España meridional y en las Islas Canarias. Lo nuevo en nuestra región quizás sea la revitalización y el auge que se está dando en todas ellas, pero de una manera especial en las celebraciones de Semana Santa, en las romerías y fiestas patronales.
El pueblo sencillo ve este crecimiento con gozo y alegría, participando religiosa y activamente en su expansión y en las celebraciones a que da lugar. Pero unas veces por falta de capacidad crítica y otras por exceso de fervor religioso, el hecho es que los fieles católicos no llegan a descubrir las manipulaciones a que algunas tendencias, determinados grupos y ciertos partidos políticos tratan de someter a muchas celebraciones religiosas.
Buena parte de esa novedad se hace visible en el gran número de asociaciones religiosas y culturales que vienen surgiendo en torno a determinadas manifestaciones concretas del catolicismo popular. Pero más llamativo todavía resulta el interés de los jóvenes por crear, integrarse y participar en las asociaciones que las protagonizan y, sobre todo, en las celebraciones que promuevan.
Se observa igualmente un progresivo trasplante de elementos de la religiosidad popular a las celebraciones sacramentales, rodeándolas del aire colorista y festivo propio de aquéllas.
Fomento por parte de las autoridades civiles
Otro dato nuevo en la España actual es el interés que nuestras autoridades políticas vienen manifestando por la religiosidad popular. Procuran participar en los actos, los promocionan y hasta en ocasiones los subvencionan.
Es difícil hacer un discernimiento general de las motivaciones últimas de este hecho. Siempre, en épocas pasadas, antiguas y recientes, la religiosidad popular ha vivido el riesgo de ser usada con objetivos no religiosos, y hoy, como ayer, las motivaciones últimas de los participantes son tan variadas como las actitudes íntimas ante la fe, desde el rechazo combativo hasta la identificación total, pasando por otras más complejas que ponen en relación los valores religiosos con los demás aspectos que tan variadas conexiones tienen con la religiosidad popular.
Con todo, no parece que este comportamiento sea siempre consecuencia de una fervorosa fe cristiana. Porque no pocos de los que así actúan se manifiestan abiertamente no creyentes y algunos públicamente hostiles y en desacuerdo con la actuación y enseñanzas de la Iglesia católica.
Si esta observación es real, se seguiría que muchos políticos se interesan por las expresiones del catolicismo popular más bien en cuanto son manifestaciones culturales. Celebraciones periódicas pertenecientes a la tradición del grupo social que, a lo largo del año, las organiza. Pero sin que perciban las experiencia espiritual, las creencias religiosas, las exigencias morales y la comunión eclesial que tales celebraciones comportan en la vida del pueblo cristiano.
Es evidente, por otra parte, que la religiosidad popular católica ofrece a los políticos una excelente plataforma para conectar con los sentimientos profundos de los pueblos y ciudades que ellos representan. Y esto explicaría, al menos muchas veces, el interés, no precisamente religioso, con que presiden las procesiones, asisten a las misas patronales, etc., así como el deseo de organizarlas y la frecuente disposición para subvencionarlas.
Otras veces la promoción de esta religiosidad popular aparece muy relacionada con los intereses económicos y comerciales que sus celebraciones y festejos movilizan en los núcleos urbanos y rurales en que se celebran.
Preciso es decir que estas actitudes contribuyen eficazmente a producir un efecto secularizador, tendente a eliminar, en muchos actos religiosos de nuestro pueblo, su contenido espiritual y de fe. Ciertamente, la religión entre nosotros no queda oculta, invisible, no ha desaparecido de la vida social. Al contrario, se está haciendo más presente en la vida pública. Pero, mientras en otras ciudades la secularización se ha producido a través de un progresivo vaciamiento de lo sagrado en la sociedad, en la cultura y en las conciencias, en nuestro ambiente social este vaciamiento está manifestándose, paradójicamente, en la misma religiosidad. Al menos en las celebraciones religiosas populares. Se fomentan, se subvencionan y se cuidan, pero como si se tratase solamente de manifestaciones culturales del pueblo, de actos folclóricos, de días de grandes beneficios económicos, como si careciesen de sustancia espiritual, moral y eclesial, que son el auténtico origen y soporte de todo rito sagrado y, consiguientemente, de toda vivencia religiosa cristiana, personal o colectiva.
El interés científico por la religiosidad popular
Nuevo es también el interés de muchos estudiosos por el análisis científico de los hechos reales a través de los cuales se presentan la religiosidad popular.
Es éste un hecho que pensamos se puede relacionar con la autonomía política alcanzada por nuestro pueblo. La cual, como es sabido, ha suscitado un movimiento de búsqueda y promoción de cuantos elementos caracterizan nuestra cultura y nuestra historia.
Historiadores, filósofos, antropólogos, sociólogos, psicólogos, literatos, teólogos y políticos se han puesto desde hace poco a estudiar las raíces culturales sobre las que se asientan la identidad del pueblo. Bastantes de estas investigaciones, según se extienden, terminan estudiando determinados aspectos del catolicismo popular.
Como en casi toda España, en el sur de la Península y en el archipiélago canario las manifestaciones religiosas populares son tal vez las que mejor expresan y diferencias lo que es la cultura auténtica en cada zona o comarca geográfica. Sus celebraciones siguen ofreciendo, a creyentes y no creyentes, el marco dentro del cual viven y crecen tanto realidades profundamente religiosas como otras realidades sociales de la población.
Los obispos apreciamos y valoramos positivamente muchos de estos estudios, que pueden iluminar en estas diócesis nuestro trabajo pastoral. Pero hemos de decir también que no pocos de ellos adolecen de parcialidad y parecen brotar de unas motivaciones puramente arqueológicas, a saber: el afán por descubrir y revitalizar tradiciones perdidas y el mero deseo de conservar las existentes.
La preocupación pastoral de la Iglesia va más allá de los objetivos que estos estudios sobre el catolicismo popular se proponen. Lo importante para la Iglesia es que el simbolismo religioso contenido en sus celebraciones sea comprendido y vivido por los fieles católicos. Por eso hemos de dudar en introducir en ellas cuantas modificaciones y adaptaciones sean necesarias para que promuevan, en cada época, la comprensión y la vivencia religiosa profunda que debe ser su origen y su futuro.
Esta ha sido y es la práctica pastoral de la Iglesia cuando la fe cristiana entra en contacto con las diferentes culturales. Procura expresar y celebrar su fe con el lenguaje y los símbolos del pueblo que se acerca a ella. Así, la cristianización de antiguas fiestas paganas es una muestra de este esfuerzo de inculturación. Esto, por sí solo, no le quita valor cristiano a su celebración actual. En nuestra tierra, estas fiestas se han vivido y viven como fiestas cristianas que ofrecen una respuesta válida a la necesidad de manifestar la fe cristiana. Tienen el mérito de saber expresar lo genuino de la fe con los moldes propios de la tierra, de la manera propia de ser. Forman parte de nuestro patrimonio cultural y cristiano.
III. ALGUNOS ANÁLISIS ACTUALES: SU VALIDEZ Y SUS LÍMITES
Estos modos de ver los hechos religiosos que estamos señalando son para muchos pautas de interpretación que están interfiriendo notablemente en el modo de tratar la vida religiosa de nuestro pueblo y que, por ello mismo, invitan a una consideración más atenta y profunda.
Todo el mundo sabe que existen pautas propiamente religiosas para la interpretación de estos hechos. Nos las proporciona la llamada “fenomenología de la religión”, y a ella acudíamos en nuestro anterior documento del año 1975. El sentido de los sagrado, lo simbólico, lo festivo, lo místico …; los rasgos experenciales, los elementos rituales y devocionales, etc. Pero ahora se nos invita a atender a nuevos factores interpretativos, provenientes de otros campos: de algunas ciencias humana, de ciertas ideologías y de las aportaciones de una “teología crítica”, muy atenta a los postulados que de las anteriores se derivan. Se hace preciso, por tanto, un discernimiento riguroso entre componentes “religiosos” meramente naturales, muchas veces deformados y mezclados con elementos extraños y, por otra parte, el componente inconfundible de la fe cristiana, con sus exigencias claras y no adulterables.
Interpretaciones culturalistas
La antropología cultural estudia el lado folclórico, lo que hay de peculiar en el genio de cada pueblo. Las ciencias sociales, las ciencias del lenguaje, las ciencias psicológicas, consideran cada una su propia perspectiva en los hechos religiosos. No hay, en principio, nada censurable en esta reducción metodológica desde el campo científico; sí hay que rechazar toda manipulación deformadora del hecho religioso, por muy científico que sea el instrumento que se use.
Los hechos y costumbres de la vida religiosa de los pueblos están ciertamente sujetos a posibles procesos de deterioro. Van pediendo su intencionalidad religiosa y pueden quedar reducidos a costumbre o rito social: fiestas populares que tuvieran evidente sentido religioso; usos del santoral o del lenguaje relativo a la escatología como mero recurso ornamental; conmemoraciones de los difuntos como mero recuerdo familiar, etc., etc.
Es evidente que si los fenómenos y las costumbres religiosas se estudian sólo con interés esteticista y se los fomenta sólo en esa perspectiva, o quienes los fomentan y toman parte en ellos se van imbuyendo de este enfoque reduccionista y parcial, irán perdiendo su mordiente religioso. Caerá en el vacío y en un rechazo progresivo todo intento de subrayar los contenidos religiosos que provengan de los pastores y aun de los mismos cristianos que todavía participan en ellos con verdadera fe. Las propuestas para potenciar con una catequesis adecuada las celebraciones de Semana Santa, por ejemplo, o de prolongarlas en una dinámica de compromiso cristiano, ¿no encuentran con frecuencia demasiadas dificultades y rémoras por parte de los grupos que las protagonizan, con el pretexto de que su finalidad en organizar “el culto externo”? ¿Es que acaso es legítimo en la Iglesia potenciar un “culto externo” si no va acompañado a un tiempo de las disposiciones internas que lo animan?.
Contribuyen también, y a veces no poco, a esta desacralización creciente los medios de comunicación social. Acompañan en ocasiones a la retransmisión de procesiones u otras celebraciones católicas comentarios que, o bien las despojan de sus contenidos cristianos, o incluso las equiparan con las celebraciones paganas. Todo ello produce un impacto relativizador y aun de franca depreciación en la presentación de las ceremonias religiosas; bastan ciertos afectos hábiles de montaje, en la sucesión o contaste de las imágenes, para llegar a resultados muy negativos en el tratamiento de los temas religiosos.
Se da también el fenómeno contrario: a ciertos períodos de concreta desacralización siguen períodos de recuperación religiosa. Y es claro que muchos elementos de nuestro folclore son susceptibles de ser asumidos en las catequesis, y aun en la liturgia, para nutrir la fe del pueblo; hay expresiones del lenguaje corriente popular en las que cabe subrayar su fuerza religiosa o por el contrario denunciar su deformación; ejemplos del santoral y de la Biblia que subsisten como meros motivos ornamentales; símbolos tan válidos teológicamente como el de las Cruces de Mayo o la celebración pascual y festiva de la Cruz, como “exaltación”, valdría la pena representarlos y explicarlos en el interior de las iglesias, ya que como fiesta externa popular es meramente secular.
Posiciones ideológicas
Hay sistemas que llegan a configurar una concepción deformada del mundo y de la religión, afectando fuertemente a la conciencia religiosa. Son las ideologías. Particularmente cabe referirse aquí a las materialistas. Tanto el materialismo de signo capitalista, centrado en el interés económico, como el llamado materialismo histórico repercuten con sus planteamientos en la manera de ver y tratar la religiosidad popular.
Las interpretaciones que el materialismo histórico hace del hecho religioso, ampliamente difundidos hoy, sirven de plataforma operativa a algunos militantes imbuidos de esa ideología. Para lo cual encuentran pábulo en ciertas deformaciones reales de las manifestaciones religiosas. Tales críticas, por tanto, pueden y debe ayudarnos a descubrirlas.
En la medida en que los hechos religiosos reflejan de algún modo conflictos de clases –v.gr., en algunos lugares, cofradías enfrentadas en un mismo pueblo, que a veces se corresponden con distancia y oposición entre sectores sociales-, se prestan, sin duda, a ser interpretados y utilizados en la dinámica de la lucha de clases. Pueden darse también enfrentamientos de cofradías y grupos religiosos populares con la Jerarquía de la Iglesia, que sirven de pretexto para contraponer la Iglesia popular a Iglesia jerárquica, de donde se salta a la dialéctica entre opresores y oprimidos. Si las expresiones religiosas y quienes las realizan dejan de lado el compromiso en la caridad y la acción social, dan pie a ser interpretadas como falsa confraternización o tapadera que oculta y mantiene la división o como evasión carente de fuerza humanizadora y liberadora.
Por otra parte, es preciso admitir y denunciar las deformaciones que pueden provenir del materialismo económico y sus manifestaciones de poder. Son los casos en que intereses no religiosos aparecen mezclados en la misma promoción o difusión de manifestaciones religiosas, que pueden ir desde el afán de protagonismo y exhibición, ya sea por parte de personas concretas, ya de determinadas instituciones o cuerpos sociales, hasta el afán interesado de propaganda y atracción para el turismo y otras formas de sometimiento a los intereses comerciales. Así se alteran arbitrariamente los horarios normales en ciertas conmemoraciones religiosas o su superponen procesiones de gran concurrencia son actos litúrgicos tan importantes como la Vigilia Pascual del Sábado Santo, por ejemplo, sólo en razón de meras conveniencias extrarreligiosas.
Si los intereses que se mezclan con las motivaciones religiosas son sociales o políticos, se hace precisa una labor de discernimiento, de denuncia y de purificación, por mucho que pueda en ocasiones ser doloroso hacerlo. Si el ser católico se intenta justificar sólo, como título de tradición y orgullo, por el hecho de ser español, por pertenecer a la esencia de lo hispánico –como se ha dicho algunas veces-, se corre el peligro de excluir y hasta ahogar las auténticas motivaciones de fe, quedándose en un catolicismo sociológico meramente externo.
Discernimiento entre religiosidad y fe cristiana
Esta tercera línea de interpretación surge ya desde dentro de la fe cristiana, como oferta liberadora, salvadora, frene a elementos de mera religiosidad natural, deformados en no pocas ocasiones. Y la crítica puede llegar al exceso, si de hecho se rechaza como vacía de fe toda religiosidad que no responda al esquema o si sólo se descubren en la religiosidad popular ciertos residuos de paganismo o superados, meras expresiones de subconsciente colectivo o simples manifestaciones folclóricas desprovistas de contenido cristiano.
Conviene, no obstante, considerar atentamente muchas de estas críticas para poder llegar a un discernimiento equilibrado. No puede negarse que ciertos componentes característicos de la religiosidad popular la impurifican e incluso la contradicen, y que se hace necesaria una auténtica evangelización y catequesis cristiana para superar el peligro de adulteración que encierran. Así, por ejemplo:
– La referencia aun cierto “terror sagrado”, o de miedo supersticioso a la Divinidad, que desvirtúa y olvida el mensaje evangélico de la Paternidad, del Amor de Dios.
– La obsesión ritualista, que puede deformar el uso necesario del rito hasta llevarlo a extremos mágicos y que hay que contrapesar con la explicación del verdadero contenido de vida en los ritos de la Iglesia.
– La frecuente tentación del egoísmo, de la “piedad interesada”, que instrumentaliza la religión al servicio de necesidades inmediatas de la vida y que es necesario prevenir con una seria formación evangélica acerca de la oración de petición, y especialmente con la oración de Jesús durante su agonía en el huerto y en la cruz, siempre subordinada a que “no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
– La supervaloración del culto a los muertos y del culto a los santos y la tendencia a la multiplicación de mediadores, que aconsejan destacar siempre, por parte de la Iglesia, el papel propio del único Mediador y Salvador, Jesucristo, que, por otra parte, no excluye el honor, la imitación y aun la intercesión de los santos.
– Otros componentes, como el legalismo, el celo excesivo o fanatismo, los falsos sentimientos de culpabilidad y de purificación ritual, sin verdadera conversión del corazón, etc.
Todo lo dicho muestra cuán necesaria es, por parte de los educadores y pastores y por parte de todo cristiano despierto y responsable de su fe, el cuidado constante para dar, en todos estos aspectos, el enfoque justo en que debe situarse el cristiano desde la fe, en un esfuerzo constante de maduración.
IV. VISIÓN PASTORAL
Considerando todo lo dicho hasta aquí, podría decirse, simplificando, que, en el catolicismo popular aparecen riesgos e intentos de desplazar la esencia religiosa del mismo hacia parcelar que disputan a la Iglesia el papel que sólo a ella le corresponde. Particularmente importantes son aquellos que intentan resaltar de tal modo sus valores sociales, historicistas o políticos, que ignoran o niegan los religiosos. En ambas premisas encuentra base propicia el pensamiento teológico crítico para despreciar este tipo de comportamiento religioso. Todo lo cual produce en muchos una gran sensación de ambigüedad a la hora de plantear y orientar pastoralmente el catolicismo popular, en un momento en que se produce un evidente crecimiento del mismo.
Algunos criterios
En esta situación, los responsables de la acción pastoral debemos movernos con suma discreción y guiados por criterios certeros. Son claros, ante todo, los siguientes.
Procede, en primer lugar, reafirmar y proclamar el carácter religioso de las manifestaciones de religiosidad popular entre nosotros. Esta afirmación básica no es incompatible con el reconocimiento de que, en ellas, hay elementos menos maduros y deficientes. Pero lo cierto es que en el catolicismo popular está presente la verdadera fe cristiana y precisamente ha estado siempre presente la Iglesia. Una Iglesia que, durante siglos, se ha expresado así y ha hablado de esta forma a un pueblo concreto.
Las manifestaciones del catolicismo popular tienen, además de carácter religioso, carácter eclesial; y la Iglesia, su magisterio y sus pastores tienen en ello mucho que discernir y que decir. Por eso nosotros no renunciamos a esta responsabilidad que hoy, más que nunca, nos acucia.
Como pastores de la Iglesia no debemos consentir que nuestra religiosidad popular se convierta en foco de secularización de nuestro pueblo. Si hay en ella presencia y participación de autoridades y pueblo, debe ser como consecuencia de la fe en Dios, en el Dios cristiano, en el Dios trinitario que unos y otros profesan. La ficción y la idea de que no hace falta ser creyente, ni estar en comunión con la Iglesia, para poder participar en estas celebraciones religiosas no puede generalizarse ni convertirse en norma habitual de nuestras prácticas religiosas.
Seguidamente, nos parece necesario denunciar con claridad las distorsiones con que actualmente presentan algunos aspectos de nuestro catolicismo popular. Todas ellas, de variadas motivaciones y de diversa gravedad, como hemos visto, suponen un atentado al patrimonio espiritual de los fieles. De modo especial, rechazamos las posiciones críticas que nacen dentro de la misma Iglesia y en nombre de la fe, cuando son totalmente excluyentes. Con palabras del documento de 1975, pensamos que no llevan a parte alguna lo mismo las actitudes “abandonistas o destructivas” que las “conformistas e inmovilistas”. Hemos de buscar y fomentar entre todos actitudes “constructivas y renovadoras”.
Lo cual pone de relieve la urgencia con que hemos de adoptar posturas que lleven a un mejor tratamiento pastoral del catolicismo popular. Para ello, nos parece necesaria una seria reflexión, por parte de todos los responsables pastorales interesados, sacerdotes y seglares, orientada a purificarlo de elementos extraños, a desarrollar y mejorar los insuficiente aplicados y a aprovechar bien los más válido. Entre éstos no deben olvidarse la devoción a la Eucaristía, a la Pasión de Cristo y a la Virgen María, la fuerza de asociacionismo, el encauzamiento del interés juvenil, el valor religioso de lo festivo, etc.
La preocupación predominante y meta de todo trabajo debe ser la urgente evangelización de nuestro pueblo. Ya el papa Juan Pablo II nos recordaba esto a los obispos del Sur el día 30 de enero de 1982, y los actuales programas pastorales de la Conferencia Episcopal Española apuntan a esta meta como prioritaria.
En este aspecto recordamos justamente un valioso texto del papa Pablo VI en la Evangelio nuntiandi. La descripción de los valores y límites de la religiosidad popular y su entronque con la evangelización están admirablemente descritos. Lo que él dice refiriéndose a los más variados países del mundo es aplicable a nuestro ambiente. Para Pablo VI, esta realidad es “un aspecto de la evangelización que no puede dejarnos insensibles”. Porque “bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores”, por los cuales el Papa la llama “gustosamente piedad popular, es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad” (Evangelio nuntiandi, 48).
V. ALGUNAS ORIENTACIONES PASTORALES
Queremos brindar finalmente, como resumen de las reflexiones anteriores, un elenco de orientaciones e iniciativas prácticas de tipo pastoral. Nos dirigimos con ellas a la comunidad eclesial y, en ella, a los católicos más conscientes, a los dirigentes seglares de instituciones relacionadas con el catolicismo popular, a los expertos en teología pastoral, a los responsables pastorales, entre los cuales nos encontramos. Esperamos que todos acojan su propia responsabilidad y unan su esfuerzo en esta labor común de promoción de los valores cristianos de nuestra Iglesia.
Frente a la posible ideologización y las manipulaciones del catolicismo popular
1. Es necesario poner bien de relieve el carácter religioso y eclesial de las manifestaciones del catolicismo popular, lo cual implica: afirmar el papel del ministerio jerárquico en ellas; no estar ausentes como Iglesia en su promoción, manteniendo una presencia de Iglesia que señale y evite los desvíos y apoye y mantenga su sentido original; recordar en la predicación las exigencias de coherencia entre la fe, la moral y el compromiso cristiano que comporta la participación en estos actos, y más especialmente entre sus dirigentes.
2. Hay que evitar las apropiación política de las manifestaciones del catolicismo popular, que puede manifestarse a veces en situaciones de inadecuado protagonismo de los representantes oficiales, más allá de la justa distinción con que la Iglesia siempre ha acogido su presencia como representación de las legítimas instituciones de la sociedad y del Estado; en la acción de grupos políticos y en el prurito de rendir ciertos honores políticos más o menos relevantes. Se deben evitar los propósitos de manipulación política y de instrumentalización comercial.
Frente a las interpretaciones culturales y su peligro reduccionista
3. No es posible, ni tampoco conveniente, separar lo cultural y lo religioso en las manifestaciones del catolicismo popular: lo primero quedaría vacío y lo segundo desencarnado. Pero, admitido esto, es necesario evitar la reducción de las mismas a mera manifestación cultural. A este propósito es oportuno brindar información adecuada sobre tales manifestaciones a los medios de comunicación social, a fin de que resalten su dimensión religiosa, y promover estudios sobre la presencia del catolicismo en la historia y en la cultura de nuestro pueblo, como contribución a una historia de la Iglesia en esta área geográfica.
4. Con el fin de evitar la secularización o vaciamiento religioso de las demostraciones religiosas populares, recomendamos:
– Un esfuerzo por recuperar el valor religioso de ciertos signos ya secularizados, fiestas, ritos y costumbres.
– El aprovechamiento de elementos tales como símbolos, lenguaje popular y fiestas populares para una adecuada catequesis.
– Hacer un elenco detallado de los recursos pastorales que ofrece la tradición popular, con sugerencias para su aprovechamiento pastoral.
– La incorporación de acciones pastorales a la dinámica de celebraciones populares, aprovechando celebraciones litúrgicas cercanas o creándolas, como preparación catequética.
– La supresión de excesos y aditamentos impropios, a fin de que lo religioso hable por sí mismo.
– El desarrollo del sentido cristiano de fiesta y fraternidad.
Discernimiento eclesial: religiosidad y fe cristiana
5. Invitamos a los pastoralistas a un estudio que aporte más luz sobre cuestiones relacionadas con el catolicismo popular; lo cual supone, entre otras cosas menos importantes:
– Buscar las posibles conclusiones pastorales nuevas que la evolución de la situación plantea, en especial la evaluación de los elementos teológicos y devocionales, de las expresiones culturales y artísticas y de las adherencias profanas inconvenientes.
– Aclarar las cuestiones referidas a los valores pastorales del catolicismo popular, entre otras:
• Posibles carencias en la cosmovisión cristiana que transmite el catolicismo popular.
• Posibilidad y métodos de incorporación de los medios propios de transmisión de la fe cristiana a nuestros esquemas de evangelización y catequesis.
• Posibilidad, oportunidad y medios de incorporación de su lenguaje y simbología a la liturgia.
• Medios para que el sentido de grupo e identidad que crea normalmente el catolicismo popular tenga las notas de lo cristiano.
• La defensa y promoción de las raíces e identidad de nuestra región como parte del compromiso cristiano con el hombre aquí y ahora; lugar de este compromiso concreto ante las formas de reivindicación política.
6. En orden a crear en la Iglesia conciencia colectiva de la importancia del catolicismo popular, recomendamos:
– – El estudio entre responsables pastorales de este tema, conociendo la documentación existente sobre el mismo, profundizando en sus valores para tutelarlos y promoverlos y en sus limitaciones y peligros de manipulación. Pertenece esto a los programas de formación permanente del clero y a la reflexión entre responsables pastorales de los diversos niveles, así como a la formación de los dirigentes seglares de Hermandades y Cofradías.
– Que los sacerdotes, en el tratamiento pastoral de los actos de catolicismo popular, sean conscientes de la posible manipulación de variadas tendencias a que pueden estar sometidos, y tengan en cuenta siempre las diferentes motivaciones que mueven en su participación a los diversos grupos: las personas sencillas, a las que hay que respetar y educar; los dirigentes seglares, acercándose por motivos menos religiosos, pueden encontrar una ocasión de ser evangelizados.
– Los responsables de organizaciones de apostolado seglar presten atención a las posibilidades que ofrecen las manifestaciones del catolicismo popular como lugar de acción y compromiso de los seglares cristianos: normalmente se aprecia un alejamiento entre ambos sectores.
7. Hay que impedir los intentos, aislados pero significativos por su notoriedad, de traspasar caprichosamente a la celebración de algunos sacramentos elementos folclóricos en un montaje artificial: pueden ser elementos que frivolizan la acción litúrgica y la distorsionan, subjetivizando la celebración. Todo ello se agudiza si se añade la ostentación y la riqueza.
8. Es necesario que los agentes de la acción pastoral, conscientes de los valores y deficiencias de la herencia de la Iglesia que hemos recibido, y que debe ser profundizada y corregida, busquemos una visión pastoral amplia que una la atención a estas formas de catolicismo popular y el esfuerzo por las formas más comunitarias y comprometidas de vida cristiana tradicionales y nuevas.
9. Una consideración especial conviene dedicar a las fiestas patronales, las procesiones y las romerías populares. En todas ellas, junt oa la masiva participación o asistencia de numerosos fieles, se echa de ver fácilmente la activa diligencia con que un reducido grupo organiza, financia y da sentido a los actos. Tres palabras son precisas a este propósito.
Ante todo hay que llamar la atención, con sincera simplicidad evangélica, sobre las posibles manipulaciones de la fe cristiana de que pueden ser objeto estos actos, como hemos dicho y anteriormente. La reflexión y la predicación deben crear conciencia de estos peligros en todos los fieles. No es tiempo de infantilismos e ingenuidades de unos ni de fácil distorsión o aprovechamientos ilegítimos de otros.
Habrá que denunciar más seriamente aún la ostentación y la riqueza a que con excesiva frecuencia dan lugar estas manifestaciones .Ni los protagonismos y triunfalismos personales o familiares ni el despilfarro económico pueden tener cabida aquí. Sobre todo cuando entre nosotros tantos pobres y necesitados esperan una respuesta urgente y generosa de nuestra caridad y solidaridad. En este punto, la tradición cristiana de todos los siglos nos ofrece testimonios elocuentes. Hoy más todavía somos sensibles a ello. Es necesario que la sobriedad en lo ritual se convierta en ayuda efectiva a los que sufren.
Es necesario igualmente invitar y cooperar a la mayor profundidad religiosa de estos actos. En este aspecto se puede y se debe avanzar mucho. La superficialidad, la inconsciencia, la falta de autenticidad deben ser superadas. Se hace por ello necesaria, como hemos indicado, la programación de catequesis preparatorias, la oración y la celebración litúrgica que preparen adecuadamente a los participantes. Otro medio puede ser la más amplia distribución de responsabilidades organizativas, de modo que sea más visible el clima comunitario y eclesial con que los actos se preparan y se desenvuelven. En todo caso, es necesario que los asistentes a la fiesta participen en las celebraciones propiamente religiosas y litúrgicas, de modo especial en la Eucaristía, y escuchen la Palabra de Dios.
10. Mención especial merecen también, en algunas de nuestra regiones, La Hermandades y Cofradías, que canalizan asociadamente parte de la realidad que estamos considerando. Todo el Pueblo de Dios debe reconocer los valores que las adornan. Son una importante realidad de asociacionismo católico en nuestra iglesias. Tanto más cuanto que, en la sociedad, las diversas iniciativas de de asociacionismo encuentran muchas dificultades para prosperar por falta de participación ciudadana. También se nota esta dificultad en diversos ámbitos de nuestra vida eclesial. Aquí, por el contrario, se da una notable pujanza asociativa y, además, como hemos señalado, suscita la participación de los jóvenes con un entusiasmo, un desinterés y un espíritu de sacrificio notorios. Sus capellanes y dirigentes deben esforzarse más y más por mejorar su espíritu de piedad y oración, por incorporarlo a las tareas apostólicas, por desarrollar las iniciativas de caridad cristiana y por brindarles vías de de formación religiosa .Son caminos para superar sus carencias, ya que con frecuencia participan de las limitaciones y riesgos comunes a las diversas manifestaciones del catolicismo popular.
Por este camino hay que continuar. Condición necesaria es la renovación y actualización de los estatuotas que las regulan conforme a las normas vigentes en nuestras diócesis. Ellos definan y señalen los medios para que las Cofradías y Hermandades sean realmente lugares de educación en la fe, de celebración de la misma, de caridad y comunicación de bienes, de testimonio de Jesucristo en el mundo. Además de sus misiones más tradicionales y específicas que ya cumplen, deben adquirir y mantener estas otras, que son esenciales en toda comunidad cristiana. También deben sentirse llamados a integrarse en los esquemas pastorales de sus Iglesias locales, integrando su acción en los planes de pastoral de conjunto y participando en los correspondientes consejos pastorales.
VI. CONCLUSIÓN
Estas son las nuevas consideraciones pastorales sobre el catolicismo popular. Vista la evolución que se ha apreciado en estos años, quieren ser una nueva aportación a la profundización en tema tan complejo y variado: dentro de ciertas líneas comunes presenta también características propias en las diversas zonas, ciudades y pueblos. Esta constatación impone una última llamada a la sabia ponderación pastoral en el enjuiciamiento de situaciones y en la consecuente acción pastoral. Llevamos todos en el corazón la rica y cercana experiencia de la fe sincera y sencilla de tantos hombres y mujeres de nuestro pueblo que nos exige un gran respeto, amor y sensibilidad pastoral en el ejercicio de nuestra misión. Mejor que nuestras palabras, lo expresan las del papa Pablo VI en el citado texto de Evangelii nuntiandi, al hablar de los valores de la religiosidad popular y de su tratamiento pastoral:
«Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción… La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esta realidad, a la vez tan rica y tan amenazada. Ante todo hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo» (EN 48).
Pedimos a todos su colaboración en la promoción cristiana de nuestro pueblo y encomendamos este empeño a nuestro Señor y Salvador, cuyo Misterio Pascual nos preparamos a celebrar, con maría su Madre, que permaneció junto a la Cruz.
Miércoles de Ceniza, 20 de febrero de 1985.
JOSÉ MÉNDEZ ASENSIO, Arzobispo de Granada. CARLOS AMIGO VALLEJO, Arzobispo de Sevilla. RAFAEL GONZÁLEZ MORALEJO, Obispo de Huelva. JOSÉ ANTONIO INFANTES FLORIDO, Obispos de Córdoba. ANTONIO MONTERO MORENO, Obispo de Badajoz. RAMÓN ECHARREN YSTURIS, Obispos de Las Palmas. ANTONIO DORADO SOTO, Obispo de Cádiz–Ceuta. MANUEL CASARES HERVÁS, Obispo de Almería. DAMIÁN IGUACÉN BORAU, Obispo de Tenerife. JAVIER AZAGRA LABIANO, Obispo de Cartagena–Murcia. MIGUEL PEINADO PEINADO, Obispo de Jaén. RAMÓN BUXARRÁIS VENTURA, Obispo de Málaga. RAFAEL BELLIDO CARO, Obispo de Jerez. IGANCIO NOGUER CARMONA, Obispo de Guadix–Baza.