Dios es amor
ABC / Carlos Amigo Vallejo. Cardenal Arzobispo de Sevilla
… El amor humano y el ágape cristiano pueden formar una maravillosa síntesis expresada en el matrimonio. La relación entre el amor y la justicia ocupa la segunda parte de la encíclica. Sin amor no es posible la justicia y sin la justicia es imposible la paz…
POCOS han sido los días y muy bien recibido el magisterio. Aunque Benedicto XVI no se haya distinguido por una proliferación de mensajes, sí los suficientes para conocer su pensamiento y trazar lo que pueden ser las líneas maestras de su pontificado. Llega ahora la primera y muy esperada carta encíclica del Papa: Deus caritas est. Dios es amor. Esperábamos el título y el contenido, pues, desde el inicio de su ministerio pontificio, el Papa no cesaba de repetir que Cristo es la fuente de la vida cristiana, que nada había de anteponerse al amor de Cristo, pues donde Él está siempre florece la caridad, el amor cristiano.
Nadie puede extrañarse del tema elegido y del contenido de esta encíclica, pues toda la doctrina de
Ha sido el mismo Benedicto XVI quien, al anunciar la fecha de la publicación, avanzaba que con esta encíclica no pretendía sino «iluminar y ayudar a nuestra vida cristiana». Por eso, ni se requiere hacer un análisis profundo sobre el tema elegido ni mucho menos pretender encontrar gestos implícitos y prejuzgadas intenciones. Benedicto XVI sigue fiel a lo que fueron sus primeras intervenciones como Pontífice. A largo de estos meses, se ha podido ver cómo el Papa subrayaba con frecuencia unos principios fundamentales: «Lo que redime no es el poder, sino el amor». «Si el mundo se salva será por quienes se entregan generosamente al servicio de los demás». «El amor es el que impulsa a la persona al servicio de la verdad, a la justicia y al bien». Son ideas que aparecen en sus primeros mensajes y que se hacen ahora estribillo que se va a ir repitiendo en cada uno de los capítulos de esta carta pontificia: el amor todo lo puede, sin el amor nada es posible, en el amor está el camino de la justicia y de la bondad.
En el discurso anual al cuerpo diplomático acreditado ante
Dios es amor y quien ama está en Dios y Dios está en él. No podía ser más claro ni dejar mejor asentado, desde el principio, el propósito de esta encíclica: el amor une a Dios y al hombre. En el estilo más propio del Papa Benedicto XVI, las cosas de Dios aparecen siempre como un regalo, un don gratuito y generoso del Señor. Después vienen las consecuencias, el deber y las responsabilidades morales que esa aceptación de la fe suponen. Contenido y lenguaje se van ajustando a esa intención de unir la teología del amor de Dios con la urgencia moral de la caridad.
Después de una pequeña introducción, en la que el Papa subraya cuáles sean los propósitos contenidos en esta encíclica, se abre la carta en dos capítulos, que son como un esmerado desplegable que va señalando la peregrinación por la que discurre el amor cristiano. La primera parte se detiene en la figura de Cristo y en las diferencias entre un amor egoísta y el verdadero amor, que es entrega generosa y reciprocidad. El amor humano y el ágape cristiano pueden formar una maravillosa síntesis expresada en el matrimonio. La relación entre el amor y la justicia ocupa la segunda parte de la encíclica. Sin amor no es posible la justicia y sin la justicia es imposible la paz.
De alguna manera, podríamos decir que esta carta es como el manual que ha de llevarse en esa singular y obligada peregrinación a realizar entre el santuario del amor de Dios y el encuentro con aquellos que se quedaron a la intemperie, sin otro cobijo que la marginación y la pobreza. La fe, ha recordado Benedicto XVI, no es una teoría que uno puede asumir o arrinconar, sino el criterio que marca la propia vida.
Decía el Papa que «una primera lectura de la encíclica podría suscitar quizás la impresión de que está quebrada en dos partes, que no tienen mucha relación entre sí: una primera parte, teórica, que habla de la esencia del amor, y una segunda parte que trata de la caridad eclesial, de las organizaciones caritativas. Sin embargo, lo que a mí me interesaba era precisamente la unidad de los dos temas, que sólo pueden comprenderse adecuadamente si se ven como una sola cosa».
Una reflexión teológica y pastoral, con el acostumbrado estilo de Benedicto XVI: profunda en la reflexión y expuesta con claridad para comprender el eros y el ágape, el amor humano y caridad cristiana como reflejo de esa unidad entre Dios y los hombres, el matrimonio y la familia, el hombre y la sociedad, la fe y los sacramentos. Amor grande por lo inagotable -«la medida del amor es un amor sin medida»- y universal, porque a todos ha de llegar y ninguno puede quedar excluido en esta mesa del amor de Dios manifestado en Jesucristo y presente en
Por demás importante y actual es el epígrafe dedicado a la justicia y a la caridad. «Una norma fundamental del Estado -dice el Papa- debe ser perseguir la justicia y que el objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno, respetando el principio de subsidiaridad, su parte de los bienes comunes» (n. 26), subrayando, después, dos situaciones de hecho: que el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política; que el amor siempre será necesario incluso en la sociedad más justa, pues desentenderse del amor es desentenderse del hombre. «Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio.
Un tema, en fin, fundamental, éste del amor cristiano, e imprescindible en la vida y acción de cuantos quieren seguir fielmente a Cristo. En unos momentos de no pocos desconciertos ideológicos, de convulsiones sociales y de ambigüedades religiosas, es particularmente importante que una voz autorizada, como es la del Papa, proclame a todos los vientos que lo más importante es un amor que se hace historia en la entrega de uno mismo al servicio de los demás. Pero, explica y aclara el Papa, la caridad cristiana no tiene afanes proselitistas. «El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos. Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de