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VÍSPERAS DE ORACIÓN PARA JÓVENES

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Sevilla. La Delegación Diocesana de Pastoral de Jóvenes, que dirige D. Rafael García Galán, ha organizado para el viernes 19 de mayo, unas Vísperas Joven en la céntrica iglesia parroquial de Santa Cruz (entrada por calle Ximénez de Enciso). El acto se celebrará entre ocho y nueve de la tarde. Estas son las cuartas jornadas que se celebran en este curso pastoral. Las anteriores se celebraron en noviembre de 2005 y enero y febrero de este año.

 

Según destaca el delegado diocesano, «se trata de un espacio de oración y comunión que trata de reforzar los objetivos planteados por la diócesis en su plan pastoral». El propósito que persigue la Delegación con estas jornadas es celebrar cada dos meses un encuentro con los jóvenes de la diócesis. La organización de cada Víspera corre a cargo de una institución. La primera fue dirigida por la Vicaría 1 de la Archidiócesis; la segunda por el Movimiento de Jóvenes de Acción Católica; la tercera por Villa Teresita, congregación religiosa que se dedica a la atención de mujeres relacionadas con el ámbito de la prostitución. Esta Víspera será organizada por las Juventudes Marianas Vicencianas.

 

D. BERNARDO ÁLVAREZ RECIBE EL ALTA HOSPITALARIA

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Tenerife. 20/04/2006. – Tras ser ingresado en el Hospital Universitario el pasado lunes, a última hora de la mañana de ayer, el Obispo pudo abandonar el centro sanitario tras recuperarse satisfactoriamente de la úlcera duodenal de carácter vírico que padece.

 

D. Bernardo Álvarez deberá proseguir un tratamiento médico en su residencia de La Laguna y, progresivamente, se irá incorporando a sus actividades habituales.

 

El Prelado Nivariense manifestó su agradecimiento a los responsables y personal del Hospital donde ha sido atendido con gran cariño, profesionalidad y cortesía. Álvarez se despidió de quien había sido su compañero de habitación agradeciéndole la compañía mutua y asimismo se mostró muy confortado por tantas muestras de solidaridad llegadas de todas partes y la oración de los fieles y comunidades Católicas de la diócesis.

 

El Obispo comenzará inmediatamente a desarrollar algunas reuniones y a asistir a algunas citas pendientes a nivel diocesano, como son el aniversario de S. Francisco Javier o la fiesta del Hermano Pedro

 

D. CARLOS AMIGO. DEL RELATIVISMO A LA MISERICORDIA

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                Se ha considerado, el relativismo, como una de las grandes amenazas actuales para integridad moral. Es carcoma que destruye la misma conciencia, dejándola sin la seguridad necesaria para elaborar un sólido criterio moral. El relativismo conduce a la indiferencia generalizada, en la que no existe escala de valores alguna. Todo ha quedado puesto en el mismo rasero de equivalencia, aunque mejor sería decir: sin valor alguno.

 

                El relativismo, ha dicho Benedicto XVI, es un obstáculo particularmente insidioso, pues deja a la persona prisionera del propio yo con sus caprichos. «Por consiguiente, dentro de ese horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de  la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común» (Al congreso sobre familia 6-6-05).

 

                El relativismo es una especie de desgana interior que ha matado la capacidad de amar, de reconocer el valor de las acciones y de la dignidad de las personas. Es la muerte de la conciencia y la tala de cualquier motivación y raíz de trascendencia.

 

                Más que opuesto, la superación y la cura del relativismo es la misericordia, que es valoración grande de la persona, hasta el punto de dar la vida por ella. Porque la misericordia es poner vida donde se ha perdido la esperanza. Es abrir caminos nuevos, en la seguridad de que podemos llegar al encuentro con la verdad y con la paz. Es querer asumir las cargas y fatigas de los demás como si propias fueran. Y llevarlas con el convencimiento de que el valor del hombre merece todos los esfuerzos. La misericordia, en fin, es conciencia segura de que la persona de Jesucristo es el más seguro y auténtico modelo de ejemplaridad y seguimiento.

 

                Si la fe y la razón son las dos alas con las que el hombre se eleva a las alturas del conocimiento de Dios, el relativismo, por el contrario, es lastre y plomo que impide el mirar y subir a cualquier horizonte de trascendencia, pues ha olvidado que la aceptación de lo que Dios nos ha revelado de sí mismo en Jesucristo, es el único camino, y prefiere no tener senda alguna para caminar. Todos los caminos son iguales, afirma indiferente el relativismo. Es decir, que carecen del interés necesario para llegar a alguna parte.

 

                De la razón, ni le hables al relativismo. Son enemigos irreconciliables, pues mientras una busca la verdad, el otro se ha asentado, definitivamente, en la indiferencia.

 

                Tendremos que buscar la mediación de la misericordia, no para componer lo irreconciliable, sino para hacer comprender que la luz y la verdad solamente están en Dios, que es lo absoluto y completo. Pero para ver a Dios hace falta tener el corazón limpio. Y tal limpieza solamente se consigue frotando el corazón con el paño suave de la misericordia.

 

 

 

Carlos Amigo Vallejo

Cardenal Arzobispo de Sevilla

 

PUBLICADO EN RS21 (MARZO 2006)

 

 

D. CARLOS AMIGO. MITO POR DUPLICADO

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                Se nos recomienda hacer una sincera reflexión acerca de las causas que están en el origen de tantas críticas negativas sobre la Iglesia. Oportuna parece la sugerencia. Pero, inmediatamente asalta la duda. Una doble duda. ¿Es que estamos verdaderamente denostados? ¿Esa crítica no será precisamente una señal de nuestra identidad como conciencia moral de la sociedad?

 

                Hablamos, naturalmente, de la Iglesia y de la comunidad cristiana. Porque también aquí hay algunas precisiones que hacer. No solo es la jerarquía, los obispos y el clero los que han caído en el abismo del descrédito. Mucho me temo que podrá decirse lo mismo de los cristianos en general. Excepto, naturalmente, esos pequeños grupos que, con arrogancia poco evangélica, se atribuyen el tanto de no ser como los demás, y que nos recuerda la parábola del que fuera Dios para pedir que remediara su miseria y del que llegó para presumir de su arrogante fidelidad.

 

                Pero volvamos a lo primero: tenemos que analizar las causas. Y ello resulta incómodo. No porque no existan comportamientos que se deban cambiar, sino porque la conversión y el cambio no pueden tener su razón de ser en un simple criterio de aceptación social, sino que lo han de ser por fidelidad al evangelio. La credibilidad, mejor que prestigio, ha de estar en esa inestimable coherencia entre lo que se cree y lo que se vive, entre lo que se piensa y lo que se hace, entre evangelio y la conducta.

 

                No suele faltar, en tertulia alguna que se precie, ese señor que se empeña en afirmar que hay que desterrar el «mito de la religión» que, en su opinión, es el causante del frenazo al desarrollo y al progreso. Es decir, que este contertulio lleva todavía consigo el «mito del mito de la religión» y repite, como disco rayado, el argumento de que la religión es una fantasía perjudicial. Ya está. Lo dice él. Sin demostrar nada, por supuesto.

 

                La religión ni es un mito, ni un estorbo para el desarrollo y el progreso. Más bien, todo lo contrario. Un auténtico creyente no puede por menos que desear sinceramente la felicidad y bienestar del hombre. Son bien conocidas y recomendaciones de Pablo VI: el hombre puede organizar el mundo sin tener en cuanta a Dios, pero, al final, acaba haciéndolo todo en contra del hombre. En el fondo, una gran tentación: la del ateísmo humanizante, que es pensar que Dios es poco menos que un estorbo.

  

 

                                                                        Carlos, Cardenal Amigo Vallejo

                                                                                  Arzobispo de Sevilla

 

PUBLICADO EN RS21  (febrero 2006)

 

D. CARLOS AMIGO. NUEVAS CATACUMBAS

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                La autoridad tiene estos riesgos. Si el poderoso abusa de ella y acosa y constriñe y persigue, casi no hay más opción que meterse en el refugio y aguardar que pase el tornado. Lo cual más que prudencia, puede ser irresponsabilidad y apocamiento. Presentar legítima y no violenta batalla es deber de conciencia para defender las convicciones y los derechos maltratados.

 

                Siempre ha de quedar abierto el camino de la libertad, que es aquel en el que cada uno puede vivir con arreglo a su conciencia y a su fe y poder expresarla abiertamente sin que por ello sea molestado. Pero, al mismo tiempo, quien acepta tal libertad, como valor a compartir, se siente en la obligación de ayudar al otro, por muy diferente que sea, a que pueda vivir conforme a su creencia y comportamiento religioso. Los únicos que no tienen derecho a la libertad son quienes se empeñan en ultrajarla no dejando vivir a los demás. San Pablo, en la carta a los Filipenses, ofrece unas palabras que pueden asumirse como regla de oro para la convivencia y el diálogo: nada de rivalidad, ni vanagloria. Cada uno que considere al otro como superior a sí mismo. Y buscando siempre, no el bien propio sino el de los demás.

 

                Con este principio por delante, no harían falta esas nuevas catacumbas construidas por el miedo, la cobardía, los acosos de la aconfesionalidad mal entendida, el hacer de las creencias una cosa privada. Lo mejor que nos podía ocurrir es que desapareciera esa nueva promoción de catacumbas, ofrecidas como refugio para el libre ejercicio de la libertad religiosa, y que se pueda vivir en el campo abierto del reconocimiento de la dignidad y de los derechos de cada persona, en el que los hombres y las mujeres hicieran uso de esa libertad para el bien y lo justo, que para eso se nos diera el hermoso regalo de la libertad.

 

                Todas estas reflexiones que venimos haciendo, no se refieren a una situación determinada, a unos poderes públicos ejercientes, a unas normas impuestas desde grupos sociales de presión… Se trata, ante todo, de la catacumba, de la indiferencia y el relativismo. Un oscuro refugio en el que uno se pone y defiende ante la responsabilidad de un comportamiento leal y coherente. Puede ser que el acoso a lo religioso haya provocado esta actitud. Si una persona es consecuente con su fe, sobre todo cristiana, se puede ver sometida a un constante bombardeo de descréditos intelectuales y hasta cívicos, como si fuera un individuo de poco nivel y peligroso, pues el prejuicio lo considera, sin más comprobación, como intransigente y hasta cavernícola y trasnochado. Y, todo ello, enaborlando la bandera de la libertad. Que, como es evidente, más aparece en ella el prejuicio y la exclusión que el verdadero respeto al derecho de cada uno.

    

                                                                        Carlos, Cardenal Amigo Vallejo

                                                                                  Arzobispo de Sevilla

 

PUBLICADO EN RS21 (ENERO 2006)

D. JUAN DEL RÍO. SÁBADO SANTO: LA HORA DE LA MADRE

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Apuntes para la vida. 16 de abril de 2006

 

Sellado el sepulcro y dispersados los discípulos sólo “María Magdalena y la otra María estaban allí, sentadas frente al sepulcro” (Mt 27,61). El discípulo amado acompaña a la Virgen en su soledad, mientras que los judíos celebraban el Sabbat, día que recuerda el descanso de Dios en la semana de la creación. Ahora, en la nueva creación que se ha dado en el Calvario, el sábado será el día de la Madre que, unida con toda la Iglesia, “permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y en el ayuno su Resurrección”1. Mientras el Hijo redime las entrañas de la humanidad, María vive esos momentos en una soledad contemplativa, reflexionando sobre las experiencias que guardaba en su corazón.

 

Podemos afirmar que la soledad es la enfermedad de nuestros días. ¿De qué soledad estamos hablando cuando nos referimos a la Madre del Señor? Tengamos presente que se puede estar solo a cualquier edad o en cualquier situación. La ausencia o abundancia de compañía no pone o quita soledad. Se puede estar rodeado de mucha gente y sentirse solo o habitar en una soledad sonora: la del monje que en su celda se siente asistido y unido a los otros seres. Por ello, podemos decir que hay diversos tipos de soledad. La más común es la enfermiza, que nace de nuestra debilidad y de nuestra ansia de construir la vida según nuestros deseos. Otro tipo de soledad es la que viene impuesta por las circunstancias, o por los otros, donde la persona tiene la oportunidad de crecer interiormente, de ser más libre de afectos y de valerse por sí misma.

 

Por último, está la soledad creativa de la fe, que supera la enfermedad, la ausencia del ser querido, la misma muerte. Ésta es la soledad que descubrimos cada Sábado Santo en la Hora de la Madre, cuando Ella, mirando al sepulcro donde está su Hijo muerto, ve hechas realidad sus palabras: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto” (Jn 12, 24). Sí, ese tipo de soledad mariana da muchos frutos de vida eterna porque esclarece la mente, dulcifica el corazón y nos predispone para buscar el retiro de la oración, para hacernos “trigo diario” comiendo la Eucaristía,  y para saber estar más cerca de nuestros semejantes.

 

A los que están en comunión con la Virgen en ese instante de la muerte y sepultura de su Hijo se les conmueve el alma viendo las lágrimas de la Madre. En la soledad de su llanto, son movidos a buscar el fecundo grano de trigo que es el Resucitado; a dejar la levadura vieja del pecado y convertirse en “panes pascuales de la sinceridad y de la verdad” (I Cor 5,8). Y por ello, como centinelas en la noche, en cada Vigilia Pascual, la Iglesia espera con María la luz del Resucitado para poder cantar llenos de gozo:

 

La mañana celebra tu resurrección
y se alegra con claridad de Pascua.
Se levanta la tierra como un joven discípulo
en tu búsqueda, sabiendo que el sepulcro está vacío2.

1 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, Roma 2001, n. 146. 2 Himno de Laudes del tiempo pascual, Liturgia de las Horas, II, p. 460.

MEJORÍA DE D. BERNARDO ÁLVAREZ

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Tenerife. 19/04/06. – D. Bernardo Álvarez, Obispo de Tenerife, probablemente abandone el hospital a lo largo del día de hoy.

Mons. Álvarez fue ingresado el pasado lunes en el Hospital Universitario tras serle detectada una úlcera en el estómago con erosiones gástricas. Las pruebas que le fueron practicadas al Obispo han determinado que padece una úlcera duodenal de origen vírico. Como consecuencia de la misma, desde el viernes el Obispo fue experimentando una progresiva debilidad que le llevó al centro hospitalario a primeras horas de la tarde del lunes.

 

Una vez que le sea realizada una nueva analítica, si todo va bien como se prevé, D. Bernardo Álvarez podrá abandonar el Hospital Universitario y reincorporarse progresivamente a sus actividades habituales, siguiendo el tratamiento que le han prescrito. El Obispo, por lo tanto, irá recuperando poco a poco el ritmo de trabajo a medida que se recupere, sobre todo, de la pérdida de sangre que ha sufrido.

 

El  prelado estaá muy animado con las noticias que le facilitaban los facultativos y muy agradecido por el trato dispensado por todo el personal del centro médico, así como por las muestras de cariño y cercanía de muchas personas e instituciones.

 

D. Bernardo quiso tranquilizar a los diocesanos sobre su estado y compareció, muy brevemente, ante los micrófonos de COPE Tenerife y La Palma, para expresar que “se estaba recuperando y esperaba que los médicos le indicasen los próximos pasos”. El Obispo ha agradecido tantas muestras de afectos y solidaridad y ha manifestado que se encontraba cansado y era debido a las pérdidas de sangre.

 

FALLECE D. JOSÉ MÉNDEZ, ARZOBISPO EMÉRITO DE GRANADA

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Granada. 15 /04 / 2006. – D. José Méndez Asensio, conocido por todos como Padre Méndez, ha llegado a la casa del Padre en las primeras horas de este Sábado Santo, tras vivir una larga enfermedad. Contaba con 85 años de edad y el cariño de todas las personas de las Diócesis en las que ejercido como Pastor, especialmente de los fieles granadinos, de cuya Diócesis fue Arzobispo entre los años 1978 y 1996. Al frente de esta Diócesis recibió la visita de Juan Pablo II en 1982 y llevó a cabo el III Sínodo Diocesano.

 

Mons. Méndez descansa desde las 9:30 horas de este Sábado Santo, junto al Padre. Desde hace unos días, y debido al agravamiento del estado de su salud, se encontraba hospitalizado en la Clínica Nuestra Señora de la Salud de Granada.

 

Biografía

 

Nacido en la localidad almeriense de Vélez Rubio el 21 de marzo de 1921 fue ordenado sacerdote el 13 de abril de 1946, fue canónigo en la Catedral  almeriense, y Director Espiritual y Rector de su Seminario Mayor.

 

Fue nombrado obispo de Tarazona el 22 de julio de 1968 y consagrado obispo de dicha Diócesis el 3 de septiembre de 1968. El 3 de diciembre de 1971 fue nombrado arzobispo de Pamplona – Tudela (Navarra)

 

El 31 de enero de 1978 fue nombrado arzobispo de Granada, siendo el número 43 de los arzobispos de la Iglesia de Granada, reinstaurada tras la Reconquista, y de la que su primer Obispo fue fray Hernando de Talavera.

 

Durante un período de su ministerio episcopal en Granada tuvo como Obispo Auxiliar, a D. Fernando Sebastián Aguilar (1998-1993). Durante un año (1988-1989) fue Administrador Apostólico de la sede de Almería por enfermedad del Obispo, D. Manuel Casares.

 

El 10 de diciembre de 1996 el Santo Padre le acepta la renuncia, por razones de edad, pasando a ser Arzobispo  Emérito de esta archidiócesis. Le sucedió Mons. Antonio Cañizares Llovera (1997-2002).

 

En la historia  más reciente, la que corresponde a su ministerio episcopal en esta archidiócesis, tuvo el honor  e inmenso gozo de recibir en Granada, como Arzobispo, al Santo Padre Juan Pablo II, el 5 de noviembre de 1982.

 

Por su iniciativa y bajo su suprema moderación se llevó a cabo en Granada el Tercer Sínodo Diocesano, clausurado en el año 1990 y en el que se trazaron las líneas de renovación de la Diócesis para los nuevos tiempos.

 

D. José o el Padre Méndez, como era conocido en muchos sectores de esta Iglesia, fue, ante todo, un pastor bueno, un administrador fiel, amigo de los sacerdotes, acompañante en la vida espiritual de gran cantidad de religiosas y consagrados en general; promotor decidido del apostolado de los laicos.

 

 

D. CARLOS AMIGO. HOMILÍA MISA CRISMAL

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Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo Vallejo

 

Sevilla, martes santo 2006

 

  En la sinagoga de Nazaret, entregaron a Jesús el libro del profeta Isaías para que lo leyera. Y todos los ojos estaban fijos en él (Lc 4, 16-21). En la Iglesia, es al sacerdote, al diá­cono, a quienes se les pone en las manos, en los labios, en el corazón y en la vida, la pala­bra de Dios, para que, a tiempo y destiempo, con ocasión y sin ella, anuncien la buena noti­cia del Señor (2 Tim 4, 3).

 

 Antes de leerla y proclamarla, el sacerdote, el diácono, tendrán que seguir el ejemplo del profeta (Ez 3, 1-3) y “comerse” la palabra de Dios. Solamente con estas ansias, con este entusiasmo, con este convencimiento se puede anunciar. El pan con el que nos alimentamos es aquel que ofrecemos. 

 

 Nuestro plan pastoral diocesano se propone, de una manera particular, y para este año, fijar su atención en el sacerdote como presidente, animador y acompañante de la comunidad parroquial. Quien preside ha de hacerlo con solicitud (Rom 12, 8). El que anima y exhorta tendrá que realizar su trabajo con paciencia y doctrina (2 Tim 4, 2), y el que acompaña y hace oficio de pastor, que no se canse y perse­vere en el trabajo hasta lograr que “lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios (Ef 4, 13).

 

 

1. Lo bueno es estar junto a Dios (Sal 73, 28)

 

 El sacerdote preside la celebración de los misterios del Señor. Y sirve en el amor de Cristo a sus hermanos, para que todos se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (1 Tim 2, 4). Por tanto, si el que pre­side en la Iglesia ha de ser el servidor de la verdad, ¿qué duda puede caber que acercar los hombres a Jesucristo es la primera y más importante de nuestras ocupaciones? A veces, nos empeñamos en buscar lo que ya tenemos y hemos encontrado. Para nosotros, fuera de Jesucristo no hay otro camino, ni otra meta a conseguir, ni otro trabajo mejor que realizar. La identidad y razón de la existencia sacerdotal no puede tener otra explicación que esta unión con Cristo. Solamente en la luz de Jesucristo se puede ver todo lo demás. Si falta esa luz, caminaremos entre el desconcierto, la incerti­dumbre, la incomodidad de la duda, la tristeza y desesperanza que produce la oscuridad.

 

 Hermosas son estas palabras de San Ber-nardo: “¿Qué mucho les sea común a todos los cristianos el ayuno de Cristo? ¿Qué mucho que sigan a su cabeza los miembros? Si hemos recibido de esta cabeza los bienes, por qué no sufriremos también los males? ¿Queremos acaso no sentir lo triste y participar sólo de lo gustoso? Si así fuera, daríamos pruebas de que éramos indignos de participar cosa alguna de esta cabeza. Todo cuanto ella padece, por nosotros lo padece. Si en la obra de nuestra salvación nos da pena trabajar con Él, ¿en qué otra cosa podremos mostrarnos coadjutores suyos? No es cosa muy grande que ayune con Cristo el que se ha de sentar un día a la mesa del Padre con Él. No es cosa grande que el miembro padezca juntamente con la cabeza, con la cual ha de ser glorificado. Dichoso miembro el que vive junto en todo con esta cabeza y la sigue a donde quiera que vaya” (En el principio del ayuno).

 

 Para mí, puede decir el sacerdote con el salmista, lo bueno es estar junto Dios (Sal 73, 28). Que su palabra sea como fuego ardiente prendido en mis huesos (Jr 20,9). Y si todas las obras de Dios son buenas y cumplen su función a su tiempo, el sacerdote habrá de mantenerse en fidelidad, para que en la caridad pastoral refleje siempre la bondadosa misericordia de Dios, que cuida de su pueblo y envía el Espíritu para poder anunciar el año de gracia a los más desfavorecidos, para que nadie quede excluido de la oración del sacerdote, para que su caridad pastoral llegue a todos.

 

 Programa pastoral admirable es éste, pero no habrá que olvidarse que en el evangeliza­dor abundarán los sufrimientos de Cristo (2 Cor 1, 5), que han de soportarse ayudados por la fuerza de Dios (2 Tim 1, 8). Pero, con fre­cuencia, queridos hermanos, más que aceptar los sufrimientos que puede acarrear el vivir y predicar el evangelio, buscamos la manera de evadirnos de esa cruz, con pretextos y excusas para no implicarnos y comprometernos en una decidida y valiente entrega a Jesucristo y a su Iglesia.

 

 Benedicto XVI nos lo ha recordado: la Iglesia tiene que mostrar su cara original, sin comple­jos ni arrogancias, pues la Iglesia no es de ella, ni para ella. Es de Cristo y habla de Cristo. Una Iglesia que mira con serenidad al pasado y no tiene miedo al futuro. Una Iglesia que no vive tanto para adaptarse al mundo sino para evangelizar el mundo (Mensaje 20-4-05). Igual podríamos decir, aplicándoselo al sacerdote: ni acomplejado ni arrogante; es de Cristo y habla de Cristo; vive con fidelidad lo que recibido en su vocación y ministerio; mira con esperanza el futuro y confía en las promesas de quien le ha llamado a presidir en la caridad a la comunidad, ofreciendo el ejemplo de Cristo sacerdote.

 

 

2. Gozaré haciendo el bien (Jr 32, 41)

 

 El sacerdote preside y sirve a sus hermanos. Pero también ha de ser levadura y fermento que estimule y fortalezca la vida cristiana de la comunidad. Entre las obras de caridad, una que nunca puede descuidar es la de animar al gozo de sentir el amor de Dios y la alegría de la esperanza. Sobre todo en unos momen­tos proclives al desaliento y al cansancio ante el poco fruto que aparentemente produce la acción pastoral. El sacerdote tendrá que recor­dar con frecuencia las palabras del salmo: Dios ha hecho todas las cosas con sabiduría (Sal 104, 24). Y Él sabe que cada una cumple con su función a su tiempo (Eclo 39, 16). Nuestros días también son tiempo de Dios.

 

 Esa seguridad en Dios es la que lleva al sacerdote a buscar a su hermano y servirle en unos momentos en los que tanto aliento espi­ritual necesita. El corazón tiene que dar un vuelco y conmoverse las entrañas, según pala­bras del profeta Oseas (Os 11, 8), al contem­plar, tanto vacío de Dios y, al mismo tiempo, no pocas ganas de acercarse al Señor. El fuego de la caridad sacerdotal, la obligación de evangelizar, ha de llevarle al ejercicio de ese oficio tan sacerdotal de reconciliador entre Dios y el hombre

 

 ¡Tu gracia vale más que la vida! (Sal 62, 2). Y sin esa presencia de Dios, la misma existen­cia carece de sentido y horizonte. Como lo ha dicho Benedicto XVI: sólo el anuncio radical de Cristo puede responder a los grandes proble­mas de la humanidad (A los sacerdotes. Aosta 25-7-05).

 

 Si nuestro Señor es un Dios compasivo y misericordioso, oirá los gemidos de su pue­blo y enviará profetas y evangelizadores que hagan conocer la bondad y providencia del Señor. Por tanto, el sacerdote debe vivir en el convencimiento de que Dios le necesita y por eso le ha buscado y dado la gracia del minis­terio sacramental.

 

 Que las dificultades son muchas, que se busca otra luz que no es precisamente la de la palabra Dios, que la doctrina de la Iglesia pro­voca rechazo o indiferencia, ciertamente. Pero, en Cafarnaum, Cristo anuncia el gran misterio de su amor: el pan vivo bajado del cielo. Unos y otros le abandonaron. Cristo siguió predi­cando el evangelio: el que coma de este pan vivirá para siempre (Jn 6, 50).

 

 

3. Daré pastores a mi pueblo (Jr 3, 15)

 

 Servidor de la palabra y de la caridad, ani­mador de la esperanza y cuidador del pueblo de Dios. Es que el Señor ha querido dar a su Iglesia unos ministros, elegidos y consagrados, que realicen el oficio de pastor. Y que lo hagan con tal ejemplaridad y dedicación que todos puedan ver en ellos la viva imagen del buen Pastor Jesucristo.

 

 El sacerdote, como pastor solícito, pone su corazón y sus manos cerca de aquellos que pueden estar más heridos por la injusticia, la exclusión, la desesperanza, la falta de fe, el pecado… El pastor que cuida el rebaño de Jesucristo, no sólo se pone al frente y en pri­mera línea de un compromiso evangélico, sino que intenta meterse en las mismas heridas de aquellos a los que debe servir, para poner en ellas el bálsamo de la misericordia, para que no se infecten con el odio o la desesperación. Que nunca se pueda decir del sacerdote la queja del Señor a su pueblo: me hablaban con los labios, pero su corazón está lejos de mí (Is 29, 13). Estar con Cristo, en el mejor len­guaje de nuestros místicos, consiste en meterse y refugiarse en las mismas llagas del Señor crucificado.

 

 Escuchemos a San Juan de Ávila: “Lo que tras esto habéis de sacar de la meditación de la sacra pasión, para que poco a poco vais subiendo de lo bajo a lo alto, ha de ser medici­nar las llagas de vuestras pasiones con la medi­cina de la pasión del Señor…Lo experimentaba San Agustín, y decía: “Cuando algún feo pen­samiento me combate, voyme a las llagas de Cristo. Cuando el diablo me pone asechan­zas, huyo a las entrañas de misericordia de mi Señor, y vase el demonio de mí. Si el ardor deshonesto mueve mis miembros, es apagado con acordarme de las llagas de mi Señor, el Hijo de Dios. Y en todas mis adversidades no hallé remedio tan eficaz como las llagas de Cristo; en aquellas duermo seguro, y descanso sin miedo”.

 

 Como buen pastor, el sacerdote aprenderá a llevar la pesada cruz de la enfermedad, de la pobreza, de la soledad, de la falta de espe­ranza que tienen que soportar los más débi­les, y recordar las palabras de Juan Pablo II al decir que la cruz es como “un toque del amor eterno de Dios sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre” (DM 8).

 

 Así lo bueno es estar junto Dios (Sal 73, 27), no olvidarse nunca que la bondad de Dios se refleja sobre todo en su misericordia, que es la expresión más viva de un Dios que es amor. Deus caritas est (1 Jn 4, 13). En el corazón del sacerdote se ha derramado, de la forma más generosa, la misericordia de Dios. De esa abundancia tendrá que repartir, sin medida la entrega y la dedicación, a cuantos necesiten de su ministerio. Unos, lo pedirán. A todos hay que ofrecérselo. El oficio de la misericordia no sabe de actitudes interesadas, sino del bien que se puede llevar a quienes han sido redimi­dos gracias a la sangre de Cristo.

 

 Vosotros sois mi pueblo, dice el Señor. También puede decir el sacerdote a la comuni­dad que se le ha encomendado: vosotros sois mi heredad. Tengo que cuidarlos como heren­cia que de Dios he recibido. Cristo me ha dado su tierra para que la cultive y la riegue con la Palabra de Dios. Me ha dado su gracia sal­vadora, no para que la guarde y la descuide, sino para que la ofrezca en los sacramentos, particularmente el de la reconciliación y el de la eucaristía. Dios me ha dado su mismo amor, para que hasta la vida entregue al servicio de los demás.

 

 Si Jesucristo te ha puesto al frente del pueblo redimido con su sangre, será esa misma gracia redentora la que te acompañará siempre en el ejercicio del ministerio.

 

 

4. Sacerdotes y ministros del Señor (Is 61, 8)

 

 Presidente, animador, acompañante y pas­tor… ¡Siempre sacerdote de Jesucristo! Del sacerdote puede decirse lo mismo que san Agustín afirma del mártir san Vicente: “Él sufría y era el Espíritu quien hablaba” (Sermón 276). Dura y pesada puede ser la cruz del sacerdote cuando llega a la incomprensión, el desafecto, la indiferencia e, incluso, la agresividad hacia su persona y su ministerio. Pero siempre en él ha de “hablar del Espíritu” y manifestar el amor de Cristo que le sostiene.

 

 Tiene que saber y vivir el sacerdote esa exis­tencia escondida con Cristo en Dios (Col 3, 3). Y como a una persona atrapada por el amor de Dios, que es fuego ardiente, al decir del profeta, le quema las entrañas y le hace arder en deseos de evangelizar. La explicación de su vida es Cristo y el evangelio, y sin esa motiva­ción tan radical y santa no encuentra el sacer­dote justificación alguna para su identidad, su vocación y su ministerio.

 

 Este amor de Dios Padre, manifestado en Cristo y gracias al don del Espíritu, es señal espléndida que llena de luz del misterio y hace comprender lo sublime de una vida entregada al servicio de la Iglesia. Ahora bien, como dice San Juan de Capistrano, “los que han sido llamados a ministrar en la mesa del Señor deben brillar por el ejemplo de una vida loa­ble y recta, en la que no se halle mancha ni suciedad alguna de pecado. Viviendo honora­blemente como sal de la tierra, para sí mismos y para los demás, e iluminando a todos con el resplandor de su conducta como luz que son del mundo, deben tener presente la solemne advertencia del sublime maestro Cristo Jesús, dirigida no sólo a los apóstoles y discípulos, sino también a todos sus sucesores, presbíte­ros y clérigos: Vosotros sois la sal de la tie­rra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. (…)  Pues, así como la luz no se ilumina a sí misma, sino que con sus rayos llena de resplandor todo lo que está a su alrededor, así también la vida luminosa de los clérigos virtuosos y justos ilumina y serena, con el fulgor de su santidad, a todos los que la conocen. Por consiguiente, el que está puesto al cuidado de los demás debe mostrar en sí mismo cómo deben conducirse los otros en la casa de Dios” (Espejo de clérigos, I, 2).

 

 Benedicto XVI, en unos comentarios a los salmos, recuerda que algunas veces aflora la memoria de un pasado angustioso, de amar­gura, de infelicidad. Pero Dios siempre ha permanecido fiel (Catequesis 25-5-05). En la vida del sacerdote también pueden llegar estos momentos de dificultad, la esperanza “no des­fallece ni siquiera ante el fracaso aparente, y con la humildad, que reconoce el misterio de Dios y se fía de Él incluso en la oscuridad. La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor” (DCE 39).

 

 

5.  El Señor ha hecho conmigo obras admirables (Lc 1, 49)

 

 Igual que en María, también el Magnificat es como el retrato del alma del sacerdote. Proclama la grandeza del Señor y con ello expresa todo el programa de su vida: “no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a sí misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1, 38. 48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios” (DCE 39).

 

 Y obra admirable es la que Jesucristo ha rea­lizado en el sacerdote al confiarle la Eucaristía. “En la Eucaristía, Cristo está realmente presente entre nosotros. Su presencia no es estática. Es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mis­mos para hacer de todos nosotros uno con él. De este modo, nos inserta también en la comunidad de los hermanos, y la comunión con el Señor siempre es también comunión con las hermanas y los hermanos. Y vemos la belleza de esta comunión que nos da la santa Eucaristía” (Benedicto XVI. Homilía 29-5-05).

 

 Jesús ha perpetuado el acto de su entrega mediante la institución de la Eucaristía. Y ahora, “quien ha bebido en el manantial del amor de Dios ha de convertirse a sí mismo en un manantial”. Pues “no recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega” (DCE 13, 42). “El Señor instituyó el sacramento en el Cenáculo, rodeado por su nueva familia, por los doce Apóstoles, prefiguración y anti­cipación de la Iglesia de todos los tiempos” (Benedicto XVI, Homilía 26-5-05).

 

 Ha sido Cristo, una vez más, el que nos ha convocado y reunido para celebrar la Pascua. De nuevo nos hará oír sus consoladoras pala­bras: vosotros sois mis amigos. Vosotros sois aquellos que he elegido para ser pastores de mi pueblo. Mi vara y mi cayado serán el mejor apoyo y la más fiable de las garantías de vuestra esperanza. Con vosotros estaré todos los días. Sois mis amigos y sacerdotes de mi pueblo.

NOMBRAMIENTOS CABILDO CATEDRAL DE SEVILLA

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El pasado 27 de marzo fueron elegidos miembros del Cabildo Catedral de Sevilla los siguientes presbíteros: Pedro Ybarra Hidalgo, Jesús Maya Sánchez, Manuel Mateo Fraile, Manuel Campillo Roldán, Francisco Silva Limón, Adolfo José Petit Caro, Mario Fermín Ramos Vaca, Manuel Soria Campos. Los tres últimos han sido nombrados canónigos capellanes reales de San Fernando del Cabildo Metropolitano. Además, José Luis Peinado Merchante ha sido nombrado el 31 de marzo arcipreste del Cabildo Metropolitano Hispalense.

 

A continuación se detallan algunos datos biográficos de los canónigos.

 

Pedro Ybarra Hidalgo

 

Nacido en Sevilla, el 5 de octubre de 1931, fue ordenado presbítero el 19 de junio de 1965. Licenciado en Derecho Civil, ha sido vicario parroquial de San José (Morón de la Frontera), párroco del Sagrado Corazón de Jesús (Los Palacios), arcipreste de Morón de la Frontera y de Centro A, rector del Seminario Metropolitano y miembro del Consejo Presbiteral. En la actualidad, entre otras responsabilidades pastorales, forma parte de la Comisión de Diaconado Permanente y es párroco de Santa Cruz, en la capital hispalense.

 

Jesús Maya Sánchez

 

Nacido en Segura de León (Badajoz) el 7 de mayo de 1941, fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1963. Su primer destino pastoral fue como vicario parroquial en San Román y Santa Catalina, y desde 1997 es párroco de San Pedro y San Juan Bautista. También ha sido vicario parroquial de Los Remedios. Entre otros cargos, es miembro del Consejo Presbiteral y arcipreste de Centro A.

 

Manuel Mateo Fraile

 

Natural de la localidad sevillana de Olivares (16/02/1940), fue ordenado presbítero el 19 de junio de 1965. Ha sido capellán de la comunidad de Capuchinas, vicario parroquial de Ntra. Sra. de la Merced (Morón de la Frontera), capellán del Hospital de Ntra. Sra. de Valme, párroco de Ntra. Sra. del Mar (Sevilla), coordinador arciprestal de área La Oliva-Bellavista y miembro de la Asamblea de la Vicaría Sevilla 2. Actualmente es miembro del Consejo Pastoral Arciprestal Centro A, párroco de San Nicolás y Santa María la Blanca y consiliario del Movimiento Vida Ascendente.

 

Manuel Campillo Roldán

 

Nacido el 1 de enero de 1937 en El Viso del Alcor (Sevilla), fue ordenado sacerdote el 19 de junio de 1965. Ha sido vicario parroquial de Ntra. Sra. de los Dolores y párroco de la Blanca Paloma (ambas parroquias en la capital). Es asesor de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis de la Conferencia Episcopal Española, delegado diocesano de Enseñanza, miembro de la Comisión Permanente de la CIECA, capellán de vida consagrada, párroco de San Andrés y San Martín, y miembro del Consejo Presbiteral.

 

Francisco Silva Limón

 

Nacido en Villanueva del Ariscal el 26 de enero de 1953, fue ordenado presbítero en su localidad de origen el 9 de septiembre de 1978. Ha sido miembro de los equipos sacerdotales de las parroquias de Ntra. Sra. de la Victoria y Sta. María Magdalena (ambas en Arahal), párroco de Sta. Cruz (Lora del Río), consiliario del Movimiento Junior, arcipreste de Lora del Río, Vicario Episcopal Norte, párroco de la Purísima Concepción (Villaverde del Río), consiliario de Acción Católica General de Adultos, cura encargado de San José (Coria del Río), delegado diocesano de Apostolado Seglar, delegado episcopal para el Jubileo del año 2000 y administrador parroquial de Ntra. Sra. de la Granada (Puebla del Río). Actualmente desempeñaba los siguientes cargos: miembro del Consejo Presbiteral y del Consejo Episcopal, Vicario Episcopal Este, canónigo ad tempus del Cabildo Metropolitano Hispalense y párroco de Ntra. Sra. de la Estrella, en Coria del Río.

 

Adolfo José Petit Caro

 

Nació en Sevilla el 5 de octubre de 1941 y fue ordenado sacerdote el 2 de julio de 1966. Licenciado en Filosofía y Teología, y doctor en Teología, ha sido párroco de San Francisco Javier. Actualmente es consiliario de Adoración Nocturna Española, vicario parroquial de San Bernardo, abad de la Universidad de Curas y miembro del Consejo Presbiteral.

 

Mario Fermín Ramos Vaca

 

Nacido el 3 de agosto de 1957, fue ordenado presbítero el 6 de octubre de 1984. Ha sido vicario parroquial y párroco de Sta. María del Alcor (El Viso del Alcor), arcipreste de Carmona, capellán de la comunidad de las Clarisas y párroco de San Fernando (Carmona). En la actualidad es director espiritual del Seminario Metropolitano y miembro del Consejo Presbiteral.

 

Manuel Soria Campos

 

Nació el 18 de mayo de 1961 en Sevilla y fue ordenado sacerdote el 12 de junio de 1993. Ha sido párroco de Santa Cruz (Lora del Río), y es delegado diocesano de Hermandades y Cofradías, párroco de Ntra. Sra. del Mayor Dolor y miembro del Consejo Presbiteral.

 

José Luis Peinado Merchante

 

Nació el 1 de noviembre de 1938 en Sevilla, y fue ordenado sacerdote el 16 de junio de 1963. Ha sido vicario parroquial de Sta. Mª de las Nieves (Villanueva del Ariscal) y de la Purísima Concepción (La Luisiana), y cura encargado de Santa Ana (Cañada Rosal). Actualmente es párroco de San Isidoro, vicario episcopal de Sevilla 1 y miembro de los Consejos Episcopal y Presbiteral. Hasta el 31 de marzo era canónigo capellán real de San Fernando del Cabildo Metropolitano Hispalense, y en esa fecha ha recibido la dignidad de arcipreste.

 

 

 

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