Con el título «La Patrona, signo de esperanza».
Queridos diocesanos:
La fiesta de la Patrona llega cuando estamos sumidos, y no parece que con solución inmediata, en crisis que no cesan. Debemos pararnos a reflexionar sobre esta situación crítica en que vivimos, para que el paso de la Virgen llene nuestro corazón de esperanza y nos ayude a renovar la vida cristiana como fundamento de un futuro mejor.
Vivimos momentos de especial dificultad en la economía, que no acaba de superar sus escollos, con el consiguiente crecimiento del paro laboral, y sumidos en una crisis moral de valores, de la que se viene hablando con acierto, pero con cierta impotencia. En esta situación, parece como si faltara la necesaria solidaridad entre los pueblos y las gentes que los forman. Se dividen las opiniones sobre las soluciones deseadas y posibles, y faltan acciones decididas orientadas fundamentalmente por el principio que debe regir una sociedad justa: el bien común, y no por los intereses sectoriales.
En esta situación, el apagamiento de la conciencia religiosa de tantas personas, contribuye a hacer mayor su confusión, pues cuando todo lo creían esperar de los propios recursos humanos y del bienestar social, se encuentran con que la crisis ha devorado las esperanzas puestas en las fuerzas del hombre y en la solidez de una sociedad de progreso. El hombre es un ser frágil, que no puede olvidar su condición de criatura y que está inclinado al mal, a causa del pecado en el que nace y se desarrolla su vida. El mal moral que los actos del hombre generan, dando curso a la depravación de la vida y a la corrupción de las costumbres, tiene una causa que el cristiano conoce por la fe y sabe que ha de tener presente. El ser humano tiene capacidad para hacer el bien y el mal y en ello reside su condición de ser libre, aunque limitado, que le convierte en un ser de responsabilidades.
Continúa…