Décimo aniversario del primer Sínodo Diocesano Nivariense.

Artículo del Obispo de Tenerife, D. Bernardo Álvarez Afonso. El día de la Inmaculada se cumplen 10 años de la Clausura del Primer Sínodo Diocesano. Después de tres años de preparación y diez sesiones de la Asamblea Sinodal, constituida por más de 450 personas, el 8 de diciembre de 1998 tuvo lugar, en la Santa Iglesia Catedral de La Laguna, la solemne celebración que ponía fin a los trabajos del Sínodo. Posteriormente, el 2 de febrero de 1999, en la Basílica de Candelaria, el Obispo Diocesano, mi antecesor D. Felipe Fernández García, firmaba el Decreto por el que las Constituciones Sinodales se convertían en norma para el desarrollo de la actividad pastoral en nuestra Diócesis.
Bajo el lema Renovación, comunión y misión, con el Sínodo se llevó a cabo una amplia revisión de la situación de la diócesis en aquel momento y, siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y del Magisterio Pontificio posterior, se promovió una puesta al día en todos los campos de nuestra Iglesia Diocesana. Nuestro Primer Sínodo afrontó, en torno a once temas, las distintas dimensiones de la vida eclesial: la liturgia y celebraciones de la fe; la predicación de la Palabra de Dios y la formación de la fe; la acción caritativa y social de la Iglesia; la pastoral familiar y de los jóvenes; la estructura y organización de la diócesis; la piedad popular; el fenómeno de la sectas y nuestra postura ante ellas; la identidad cristiana y las vocaciones eclesiásticas; la participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia; el sostenimiento económico de la Iglesia; la vida y ministerio de los sacerdotes, etc.
Todo el trabajo del Sínodo, en el que participaron más de 12.000 personas a lo largo de las distintas etapas, ha quedado condensado en las 846 Constituciones Sinodales, en las cuales se establecen los criterios y líneas de acción que han determinado los proyectos y actuaciones pastorales de la diócesis en estos últimos diez años y que lo seguirán siendo en el futuro. Es más, lo que se dijo entonces tiene plena vigencia en las circunstancias actuales, ya que muchas de las decisiones del Sínodo se han hecho más necesarias y urgentes con el paso del tiempo.
Al iniciar la celebración de este décimo aniversario de nuestro Primer Sínodo Diocesano, que se prolongará con los distintos actos que se han programado para realizar a lo largo del curso, en el día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, invito a todos a dar gracias a Dios por los beneficios que ha concedido a nuestra Diócesis mediante la preparación, celebración y aplicación del Sínodo. Asimismo, les animo a retomar el Libro del Sínodo y leerlo de nuevo, particularmente las introducciones a los temas y las Constituciones correspondientes. Sin duda, encontraremos allí luz y aliento para afrontar las exigencias, personales y eclesiales, de nuestra vida cristiana.
Los objetivos del Sínodo fueron: “RENOVACION, COMUNIÓN Y MISIÓN”, es decir, renovar la vida de la Diócesis en sus personas e instituciones, acrecentar la comunión eclesial y la corresponsabilidad de todos en la misión de la Iglesia, e impulsar la transmisión de la fe a las nuevas generaciones y personas no creyentes. Ya han pasado diez años y creemos que es un tiempo suficientemente amplio para evaluar la incidencia que el Sínodo ha tenido en la vida diocesana y para verificar si estamos siendo fieles a lo que el Espíritu Santo dijo a nuestra Iglesia.
Esta conmemoración no pretende mirar con nostalgia al ayer sino, fundamentalmente, promover una mirada agradecida al pasado, para vivir y evangelizar con mayor pasión en el presente y con confianza secundar el mejor futuro que Dios quiere para todos los que vivimos en estas islas.

Sin duda, “tendríamos también que examinar y valorar los diferentes procedimientos que han ido apareciendo en la Iglesia durante estos últimos años para corregir los que se hayan manifestado defectuosos o insuficientes e impulsar los que están demostrando una mayor capacidad evangelizadora de conversión» (Para que el mundo crea, Plan Pastoral 1994-1997, 6c). Es necesario mirar al futuro sin miedo, con creatividad y guiados por la esperanza que no defrauda, porque, entre otras cosas, como afirma el mensaje final del Sínodo de la Palabra recientemente concluido: “Existe en la moderna ciudad secularizada, en sus plazas y en sus calles – donde parecen reinar la incredulidad y la indiferencia, donde el mal parece prevalecer sobre el bien, creando la impresión de la victoria de Babilonia sobre Jerusalén – un deseo escondido, una esperanza germinal, una conmoción de esperanza”.

El papa Pablo VI, en su alocución de la penúltima sesión del Concilio Vaticano II sostenía que: “a nosotros baste en este momento volver nuestro pensamiento sobre algunas consecuencias relativas a la culminación de este Concilio Ecuménico, pues  ¡este fin es, sin embargo, principio de tantas cosas!”. Buen momento es éste, por lo tanto, para apostar por la novedad de Dios.

Vivimos un fascinante pero arduo momento histórico. No podemos olvidar que siempre es posible abrir caminos nuevos al evangelio, porque Dios sigue actuando y sigue ofreciéndose y comunicándose a cada persona como Salvador por caminos que  están más allá de las crisis. Tenemos una oportunidad para crecer, una posibilidad para releer la historia y renacer de nuevo, con más fuerza, con más ardor y caridad, a una misión más incisiva.

Por consiguiente, a través de estas mediaciones eclesiales que han sido el primer Sínodo Diocesano de nuestra historia, los tres planes pastorales aplicados durante estos diez años, y las distintas acciones realizadas en este tiempo, nos invitan a que demos comienzo a “tantas cosas nuevas” que sólo desde una evangélica revisión de nuestra vida y misión, escrutando a fondo  los signos de los tiempos, podremos realizar efectivamente.

La celebración del Primer Sínodo Diocesano Nivariense fue un acontecimiento eclesial de primer orden, sin duda, uno de los más importantes de la historia de nuestra Diócesis. Con ánimo agradecido bendecimos a Dios porque ha estado grande con nosotros y pedimos a la Virgen Inmaculada, Madre de la Iglesia, que nos ayude a ser -como ella- miembros vivos y activos del Cuerpo Místico de Cristo.

+ Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense

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