D. Santiago Gómez Sierra, en la Eucaristía de la Virgen de la Merced, celebrada con las Instituciones penitenciarias de Sevilla, en la Basílica de la Macarena.
La Virgen de la Merced es invocada como patrona de las Instituciones Penitenciarias. Esta advocación de María tiene su origen en S. Pedro Nolasco, un joven mercader de telas de Barcelona, que empezó a actuar en la compra y rescate de cautivos, vendiendo cuanto tenía y fundando la Orden Religiosa de la Merced para la redención de cautivos. Muchos de los miembros de la orden canjeaban sus vidas por la de presos y esclavos.
Con razón, este comportamiento puede ser tomado como modelo de servicio que inspire el quehacer de los trabajadores y voluntarios en los centros penitenciarios. Hoy en las cárceles viven hombres y mujeres privados temporalmente de libertad, pero no de su dignidad humana. Son personas en debilidad que necesitan ayuda, compañía, recursos para poder reintegrarse de nuevo en la sociedad como ciudadanos libres. Nunca pueden ser tratados como desechos, en términos del Papa Francisco, «sobrantes».
Entre los débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes se niega su dignidad humana, quitándoles la vida y manteniendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Hoy es causa de profunda tristeza y decepción saber que el gobierno de la nación desiste de la reforma sustancial de la ley del aborto. Es un paso más en la promoción de la cultura del «descarte». Como dice el papa Francisco, los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes». Es un sarcasmo que se presente como progresista pretender resolver los problemas de la mujer u otros eliminando una vida humana; y en España se quita la vida a unos trescientos veinte seres humanos cada día del año por medio del aborto. Es una trágica realidad ante la que toda persona de buena voluntad, creyente o no, tiene la obligación de reaccionar.
