En la cárcel, pero libres

Carta pastoral del Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo Vallejo. La cárcel, como privación de libertad, es algo casi tan antiguo como la vida del hombre. Lo cual, entre otras cosas, nos dice que la libertad es un bien muy grande y que el mayor castigo, aparte de quitarle a uno la vida, es el de privarle de libertad.

El concepto de libertad, para un cristiano, está muy unido al de la justicia, al del perdón, al de la penitencia y al de la reconciliación. Como la justicia es inseparable del reconocimiento de los derechos que asisten a cada persona, la primera obra de autojusticia es la de cuidar de los propios derechos, sin hacer nada que pueda llevar a que esos derechos se pierdan o quede muy limitado su libre ejercicio.

Entre ellos, el de ser una persona libre, no hipotecada por el odio, los deseos de venganza, la ofensa o la aversión a los demás. Una persona puede estar en la cárcel, pero no por ello deja de tener obligación de ser libre como persona, aunque tenga que vivir condicionado en sus movimientos por un espacio limitado.

Al lado de la justicia está el perdón. Hay que perdonar a los demás y, también hay que perdonarse a uno mismo. Reconocer la maldad, los errores y los delitos que se pueden haber cometido, y limpiar el corazón de todo resentimiento. Con frecuencia, el perdón se considera poco menos que como una debilidad, una claudicación, una cobardía. Cuando en realidad es todo lo contrario. El perdón se ofrece y se acepta como un gesto de superación personal, de valentía, de reconocimiento de la necesidad de perdonar y de ser perdonado.

Si se ha cometido el mal, habrá que hacer penitencia. Para un cristiano, la penitencia es la conversión del corazón, volver a la amistad con Dios, desandar el camino del mal y del pecado. Y, por último, la reconciliación, que es acercar lo que se había distanciado. Reconciliación con la sociedad. Y para ello se trabaja en la integración del recluso; la reconciliación con uno mismo, ayudándole a vivir con la dignidad de una persona que respeta la ley. Y, sobre todo, la reconciliación con Dios: acercarse a Él, escuchar su palabra, pedirle perdón.

El apóstol Pedro estaba en la cárcel, pero la Iglesia no lo olvidaba y rezaba por él, para que recibiera el consuelo de Dios y pronto pudiera volver a la comunidad. Igual hace la Iglesia con sus hermanos y hermanas que están en la cárcel, pide a Dios por ellos y les ofrece la ayuda que pueda prestarles.
La oración es uno de los mejores caminos para ofrecer al hombre libertad personal, pues acerca a Dios, tiene a su lado a Alguien que le acompaña y guía, que le da aliento y fuerzas para seguir adelante, que le lleva a un espacio de libertad en el que no caben ni rejas ni murallas.

Animo a nuestros agentes de pastoral penitenciaria, que realizan una labor tan eficaz como admirable, a que ayuden a los reclusos y reclusas a sentir la necesidad de la oración, que les enseñen a orar, que les acompañen en esta experiencia de acercamiento a Dios.

Aprovecho la fiesta de Nuestra Señora de la Merced para agradecer, a los directores y funcionarios de las instituciones penitenciarias, todas las facilidades que nos ofrecen para llevar a cabo los programas de nuestra Delegación Diocesana de Pastoral Penitenciaria. Que Dios les guarde y les bendiga.

Al Delegado diocesano, capellanes, voluntarios y colaboradores, el reconocimiento y la gratitud de la diócesis. A los reclusos y reclusas, mi bendición y afecto en el Señor.

+ Carlos, Cardenal Amigo Vallejo
Arzobispo de Sevilla

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