Mis queridos diocesanos:
Amadísimos jóvenes, recibid un cordial y cariñoso saludo.
La Iglesia del Señor que peregrina hacia el Reino en Cádiz y Ceuta sueña con una juventud seducida por Jesucristo. Sueña con que toda la juventud grite en este siglo XXI: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, fuiste más fuerte que yo y me pudiste» (Jr 20,7). Este será uno de los signos de que la Iglesia está viva.
1 – JÓVENES SEDUCIDOS POR JESUCRISTO
1.- Sé que el mundo de los jóvenes es complejo. Cada joven es un mundo pero, sí, sé que podemos descubrir en los jóvenes de hoy que viven seducidos por la noche, lo gregario, el sexo, el dinero, el bienestar… pero, también, son seducidos por muchos otros aspectos positivos. El mismo Jesús les seduce. Incluso lo que creemos que puede ser negativo, también tiene su lado positivo. Creo que no se puede evangelizar a los jóvenes si no se les ama, y creo que no se les puede amar si no tratamos de conocerlos y descubrir en ellos sus inmensas posibilidades, con deseos sinceros de ponernos a su servicio. Esta es una de las asignaturas pendientes que tiene la Iglesia y, sobre todo, nuestra Iglesia de Cádiz y Ceuta en este tercer milenio: evangelizar a los jóvenes.
2.- Queridos jóvenes, os escribo, pues, como cristiano obispo, es decir, como decía San Agustín: con vosotros soy cristiano y para vosotros, vuestro obispo: os escribo no desde otra experiencia sino desde la de Jesús y desde la vida verdadera que es desde donde observo, pienso, siento y rezo cada día. Vengo del camino de la vida y desde ahí vivo mi espiritualidad evangélica, no sin dificultades y esfuerzo. Porque la vida cristiana auténtica no se fragua desde la prisa y la ausencia de intimidad sino desde la reflexión personal y compartida sobre la vida real, la que ayuda a encontrar al Dios de Jesucristo en la entraña del mundo. Es lo que la bendita Teresa de Jesús decía hermosamente: «Fuera de ti no hay buscarme, / porque para hallarme a mi / bastara sólo llamarme; / que a ti iré sin tardarme, / y a mi buscarme en ti» (Poesía 4ª, estrofa 6).
3.- Estoy convencido de que el joven cristiano de hoy y de mañana tendrá que permanecer en la montaña de la contemplación, seducido por la presencia de Jesús, y a la vez, implicado en los problemas del mundo, siempre cercano a los pobres y a los que sufren. Sé bien que sois sensibles y escucháis más a los testigos que a los que sólo enseñan. Por eso los que hablan teniendo detrás la entrega de sus vidas tienen atractivo porque lo que dicen lo viven, se hacen testigos creíbles del Evangelio y del amor de Dios en el mundo.
2 – OBJETIVO PASTORAL 2005 – 2006
4.- El camino seguido durante estos años, una vez que finalizó el Sínodo diocesano, se ha ido configurando con los objetivos que para cada año me fueron propuestos por el Consejo Diocesano de Pastoral y el Consejo del Presbiterio. Y si durante el curso 2004-2005 hemos trabajado ilusionadamente con vosotros y vosotras sobre la tarea de «Posibilitar a los jóvenes la experiencia de Dios», este curso 2005-2006 continuamos con el mismo objetivo, pero tratando de compartir por todos los medios para que, dicha experiencia de Dios, se afiance y extienda sus influencias en vuestro entorno y en el de toda la comunidad diocesana.
5.- El Papa Juan Pablo II, de feliz recuerdo, al dirigirse a vosotros, en más de una ocasión, ha dicho: «La Iglesia que es experta en humanidad se ofrece para acompañar a los jóvenes, ayudándoles a elegir con libertad y madurez el rumbo de su propia vida y ofreciéndoles los auxilios necesarios para abrir el corazón y el alma a la trascendencia. La apertura al misterio de lo sobrenatural les hará descubrir la bondad infinita, la belleza incomparable, la verdad suprema, en definitiva, la imagen que Dios ha querido grabar en cada hombre» (Cuba 1988). Este es nuestro deseo y esfuerzo pastoral en este curso 2005-2006
6.- El proyecto marco de Pastoral de Juventud, aprobado por la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, insiste que es necesaria una espiritualidad que inserte la fe en la vida. En él se nos dice que no deben faltar en la formación de esa espiritualidad:
! El misterio de nuestra comunión de fe y amor con el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
! La configuración con Cristo en su obediencia filial al Padre y en su compromiso con el Reino.
! El sentido de la comunión con la Iglesia y la participación en su acción evangelizadora.
! La participación en la liturgia, especialmente en los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.
! La devoción a María, Madre de la Iglesia y modelo de vida de fe.
! La vida de oración.
! La Alegría como la manifestación de la salvación.
! La aceptación cristiana de la cruz en su propia vida.
! El compromiso en la práctica del mandamiento nuevo del amor fraterno en unión con Cristo.
! La contemplación esperanzada y comprometida del mundo con sus luces y sus sombras (Orientación Pastoral Juvenil nº 55. C.E.C. 1991).
7.- En el trato con los diferentes grupos diocesanos, movimientos, asociaciones, e instituciones se percibe con claridad una creciente preocupación por este aspecto de la pastoral de jóvenes, que se traduce en la puesta en marcha de iniciativas que se caracterizan por su exigencia. El joven que conoce a Cristo y quiere seguirlo opta con libertad y quiere responder a la llamada a la santidad que ello implica, iniciando así un cambio en el que la formación humana y teológica son importantes, pero que debe tener unos pilares en la oración y formación del espíritu: «Seducidos por Cristo».
8.- Os anticipo que toda mi carta la he escrito desde la experiencia y cariño que os profeso. Reconozco que entre Cristo y los jóvenes siempre ha habido una cordial complicidad. Los jóvenes no tienen problemas con Cristo, ni tampoco con la Iglesia, si viven en fidelidad el Evangelio. Deseáis dar lo mejor que lleváis dentro y vale la pena. Se impone, pues, una espiritualidad desde la vida. Estoy convencido de que a los jóvenes hay que hablarles con claridad, exigirles y acompañarles. Así que, a partir de lo aprendido de vosotros, a través de nuestras convivencias, y de los agentes de pastoral de adolescentes y jóvenes, puedo ofreceros en esta carta varias dimensiones de la espiritualidad Juvenil.
3 – DIMENSIONES DE LA ESPIRITUALIDAD JUVENIL.
La espiritualidad del joven del siglo XXI tiene que ser:
3.1.- Una espiritualidad Cristocéntrica y Trinitaria
9.- Fijos los ojos en Jesús: Cristo es el gran Pastor y Guía de nuestras vidas, el que lleno de vida surgió del abismo, como lucero de la mañana. Vosotros, queridos jóvenes, ponéis vuestra fe y esperanza en Jesucristo, vuestro guía hacia un futuro que quiere ser mejor, y dar a entender así que la fe cristiana no es una cosa anticuada, destinada a desaparecer. Cristo, verdadero Pastor y Guía nos dice: «Yo he venido para que tengáis vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).
A lo que Jesús llama «vida», oís que la gente lo rechaza. Muchos opinan que la «vida» que nos ofrece «Jesús», es cosa triste, enemiga de la buena vida , pasada de moda y que ya no se lleva. Pero juzgad por vosotros mismos. De lo que se lleva hoy: la exclusiva preocupación por ganar dinero, triunfar y pasarlo bien sin colaboración con nada ni con nadie; la huida del compromiso, de la fidelidad, de la entrega y del servicio, nacen situaciones especialmente dolorosas que afectan a los jóvenes que, de no remediarse, preparan un futuro bastante sombrío. Los miles de drogadictos, los muchos reclusos jóvenes, los enfermos de SIDA, los jóvenes sin trabajo, y, a veces, sin esperanza de tenerlo, el gran número de embarazos no deseados y de abortos, los niños y jóvenes desaparecidos, el fracaso escolar en todos los niveles, el alcoholismo de jóvenes y adolescentes y, como remate de todo: la difusión de una conciencia de vacío y sin sentido en la vida, son situaciones que llevan, frecuentemente, a no saber para qué se vive. La experiencia de Jesús y su conocimiento es el «todo» en la vida del joven y la llena de sentido y de esperanza.
10.- Fijos los ojos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La dimensión Trinitaria en la que Dios no es soledad sino familia y comunión. Los cristianos somos bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). En la celebración del bautismo, el sacerdote pregunta por tres veces a los padrinos si creen y ellos responden: «creo». Confiesan su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad. La espiritualidad cristiana parte de la Trinidad:
! El Padre, cuya ternura nos hace descubrir el gozo de ser hijos. Todo el plan del Padre es que vivamos como hijos, no como esclavos. Cuando yo descubrí vivencialmente esta paternidad de Dios entendí la oración del P. Carlos de Foucauld, porque verdaderamente creyendo en la paternidad de Dios nos abandonaríamos totalmente en sus manos.
! El Hijo, Nuestro Salvador, nos revela que somos todos hermanos. El Hijo, la segunda persona de la Trinidad, nos invita a que vivamos como hijos y alcancemos la santidad, pues como decía San Ireneo, «la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios».
! El Espíritu Santo es Nuestro Santificador por eso la vida espiritual es la vida vivida en el Espíritu; teniendo «los sentimientos de Cristo» y dejándonos moldear por quien formó el corazón de Cristo en el seno de la Virgen María. Sin el Espíritu Santo no hay santidad, no existe vida, sería imposible caminar en el amor. El Espíritu Santo es comunión entre el Padre y el Hijo. Esta comunión nos lleva a vivir la comunión entre nosotros.
3. 2.- Una espiritualidad encarnada en la vida.
11.- La espiritualidad cristiana es vivir la vida desde Cristo vivo: con Él, por Él y en Él. Una vida de pleno sentido como quería Jesús: «que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10.10).
A menudo constato que muchos jóvenes tienen miedo de acercarse a conocer más a Jesús, porque creen que el Señor les va a apartar de su compromiso con el mundo. Pero es todo lo contrario: cuanto más nos acercamos a las entrañas del Evangelio, más nos pide el Señor acercarnos a este mundo. La espiritualidad cristiana consiste en orar, trabajar, celebrar, compartir, vivir y comprometerse desde la Pascua de Cristo, el don del Espíritu y la comunidad eclesial. El cristiano maduro procura seguir a Jesús sin perder su propia autonomía, potenciando la trascendencia de lo humano. «Los laicos como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo» (LG 34).
La espiritualidad encarnada quiere decir que hay que vivir en el mundo con los mismos sentimientos de Cristo. En cierta ocasión oí a un joven cristiano algo que coincide totalmente con mi propia experiencia cristiana: «Conocer a Cristo me llevó a los que sufren, la Iglesia me ha enseñado a amar a los que nadie ama». Hermoso y radical ¿verdad?
12.- La visión cristiana de la vida lleva a:
! 3.2.1.- Amar todo lo humano, a vivir con gratuidad y generosidad una vida que integra el sufrimiento, el riesgo por una buena causa, el placer y las propias limitaciones.
! 3.2.2.- Participar en la comunidad de fe creadora de fraternidad: en el mundo y en la historia el seguidor de Jesús aprende y colabora (GS 21; 75), discierne los signos de los tiempos (GS 44), y procura mejorar las relaciones y estructuras humanas (GS 37).
! 3.2.3.- Imbuirse de que la opción por los pobres no es como antes una «cuestión social» que se resolvía desde la moral o la acción caritativa, sino un lugar teológico donde se puede vivir el encuentro con el Dios de Jesús y la liberación de los hermanos. Esta opción implica entender el compromiso político como algo propio de la vocación cristiana (GS 75): lo que comporta recuperar la dimensión pública de la fe cristiana.
! 3.2.4.- Esforzarse en la vocación universal a la santidad que pasa por la mediación de las realidades terrenas: los estudios, el trabajo, la ética profesional, la afectividad, el estilo de vida, el uso del dinero, el empleo del tiempo libre, la militancia.
! 3.2.5.- Armonizar lo afectivo y lo reflexivo con la apertura a la Palabra de Dios. Muchos jóvenes viven la relación con Dios centrada en Jesús, modelo de creyente y ejemplo de persona comprometida por una causa. Se sienten más vinculados a la causa de Jesús que a su persona. Aquí es muy importante descubrir el absoluto de Dios en la persona y mensaje de Jesús para identificarse con los misterios de su vida y vincularse a Cristo resucitado, Señor de la historia. Así que cuantos trabajamos con vosotros en el camino de la fe y del compromiso cristiano hemos de saber que el presupuesto de cualquier tipo de pastoral está en el diálogo crítico con la cultura y la antropología, porque la revelación cristiana pide a los creyentes que tengamos como horizonte la construcción del Reino de Dios «aquí y ahora». Evidentemente no significa que la espiritualidad se reduzca a madurez humana, pero no se da sin ella.
Así que vuestra espiritualidad cristiana podría mostrar que es capaz de romper ataduras, de dejarse seducir por Jesucristo para ser instrumento de justicia y de paz. Una espiritualidad sin vida, sin esfuerzo, sin la previa contemplación de Jesucristo, difícilmente conduciría a una vida llena de sentido: como Jesús, que habló, sintió, preguntó, escuchó, creó grupo y compartió, «que pasó haciendo el bien y curando toda dolencia y sanando a todos» (Hech 10,38).
3.3.- Una espiritualidad evangelizadora.
13.- En efecto, evangelizar es misión de todos los bautizados. La Iglesia existe para evangelizar (EN 14). La misión de la Iglesia es portadora de esa Buena Noticia a los jóvenes. Y, después de haber experimentado que el estar seducidos por Cristo es Buena Noticia, hace de vosotros evangelizadores de los mismos jóvenes en sus propios ámbitos de amistad, trabajo, inquietudes o problemas y ocio.
Así que la espiritualidad cristiana está irremediablemente unida a la evangelización. Ahora bien, un joven que no tiene una profunda experiencia de Dios es difícil que pueda evangelizar. Para ser evangelizadores de jóvenes es necesario dejarse evangelizar por la Palabra, por los Sacramentos y por la oración. Sin la fuerza del Espíritu Santo de Jesucristo es imposible la evangelización. La espiritualidad cristiana es irradiante, lo que uno vive no se lo puede quedar para sí, es necesario gritarlo, llevarlo a todos, «proponer sin imponer» como dijo el Papa a los jóvenes españoles en Cuatro Vientos (Madrid, 2002).
14.- Necesitáis, pues, queridos jóvenes, una espiritualidad que, por una parte, os lleve a vivir en sintonía con Cristo y, por otra, a estar dispuestos a dar la vida al servicio del Evangelio; una evangelización que vaya transformando el mundo según el corazón de Dios. La espiritualidad cristiana tiene que plasmarse en una evangelización que tiene mucho que ver con el anuncio explícito de Jesucristo, sin miedos, sin ambigüedades. Un anuncio que tiene que ser Buena Noticia para los jóvenes más marginados por causa del paro laboral, el desaliento, la droga, la secta o la cárcel. En definitiva los más pobres del siglo que vivimos.
15.- Ya veis. queridos jóvenes, que «la mies es mucha» (Mt 9,37). Mas, aunque hay muchos jóvenes que buscan a Cristo, hay todavía pocos apóstoles capaces de anunciarlo de modo creíble. Se necesitan muchos sacerdotes, maestros y educadores en la fe y, también, jóvenes animados por el Espíritu misionero, ya que son jóvenes quienes pueden convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes. Esta es una pedagogía básica de la fe. ¡Esta es nuestra gran tarea! (Juan Pablo II, Mensaje JMI, Roma 1992).
Sí, es la hora de la misión, también en nuestra Diócesis: en nuestras parroquias, en nuestros movimientos, asociaciones, comunidades, colegios, universidad. Cristo os llama, la Iglesia os acoge como casa y escuela de comunión y de oración. Día tras día recibiréis nuevo impulso, que os permitirá confortar a los que sufren y llevar la paz al mundo (Juan Pablo II JMI. Toronto 2002).
3.4.- Una espiritualidad que apuesta por los pobres.
16.- Para ello, lo primero es desear esa opción. Los que deseamos evangelizar el mundo de los pobres estamos viviendo ya la «opción por los pobres». Sí, a menudo los jóvenes sois, también, los más pobres entre los pobres de nuestra sociedad: sin trabajo, a veces, sin salida, ni esperanza, incomprendidos, muchas veces utilizados, pocas veces queridos por vosotros mismos. Sin embargo, dedicarse a los jóvenes es ir al corazón del Evangelio que es siempre Buena Noticia para los pobres.
17.- En efecto, como ya he indicado anteriormente, no existe ningún campo de la pobreza real e involuntaria que no os afecte directa o indirectamente a vosotros, jóvenes: marginación, paro, Sida, alcohol, ludopatía, soledad y crisis diversas que os afectan de una manera u otra. De ahí que la espiritualidad juvenil recoja pros y contras para que descubráis, con los agentes de pastoral, la situación real en la que se encuentran muchos compañeros y amigos, y así dedicarles toda la fuerza de una entrega personal. Una pastoral juvenil debe encarnarse en el servicio de los más pobres entendiendo como pobres no sólo a los marginados, sino también aquellos que no saben amar.
La espiritualidad que apuesta por el servicio de los pobres tiene que luchar por la justicia, por implantar la paz, por una lucha contra el hambre, la esclavitud infantil, los malos tratos, la violencia, la guerra, el terrorismo, e implantar la cultura del amor. Pero es el estar con Jesús en la oración personal y colectiva lo que os llevaría a vivir sembrando esperanza.
3.5.- Una espiritualidad fundamentada en los Sacramentos de la Eucaristía, la Reconciliación y la Confirmación.
3.5.1.- En la Eucaristía.
18.- Necesitáis vivir de Cristo y él está vivo en la Eucaristía. Si no tenemos necesidad de la Eucaristía celebrada, comulgada y adorada, generaría la muerte de vuestra vida espiritual. Sin Eucaristía, sin encuentro de tú a tú con el Señor, es difícil dejarse seducir por Él. Lo mismo que necesitamos el alimento para vivir, así sin alimentarse de Cristo Vivo es imposible que exista vida cristiana. La Eucaristía es como fuente de agua viva que sacia en el tiempo y para la eternidad: «¡Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, / aunque es de noche! … Esta eterna fuente está escondida / en este vivo pan por darnos vida, /aunque es de noche … /Esta viva fuente que deseo / en este pan de vida ya lo veo, / aunque es de noche» (San Juan de la Cruz. Cántico. Ms. Sanlúcar de Barrameda).
Se constata que en donde sigue habiendo vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada y donde se forman matrimonios cristianos es en los lugares donde sigue siendo la Eucaristía como centro de sus vidas. Sin vida Eucarística tenemos el peligro de ponernos nosotros en el centro. Sin la Eucaristía no hay espiritualidad cristiana porque falta la vida que es esencial en la relación con Cristo.
3.5.2.- En la Reconciliación.
19.- Donde no se dé la reconciliación con Dios, con la Iglesia, con la gente, no hay proyecto cristiano posible. El Sacramento de la Penitencia, también llamado de la reconciliación, de la alegría, o sencillamente de la confesión, puede haceros descubrir la capacidad inmensa que tiene el Señor de hacernos descubrir su misericordia. La misericordia significa que Dios cambia el corazón del «miserable». Esta es la clave del sacramento, que tú también descubras que se nos da Jesús como don de perdón y de paz. Nunca pienses mal de ti aunque tu pasado hubiera sido reprochable, porque entonces viene la instalación en la culpa, y el peligro de la culpa por el pasado es lo que inutiliza para comprometerse con el futuro. Si es necesario perdonar, también lo es sentirse perdonado y aceptar el perdón que se da.
Lo lamentable, al abandonar el Sacramento de la Penitencia por parte de jóvenes cristianos, es que pierden el horizonte de la conversión. Tenemos que partir de la realidad de que somos pecadores (1Jn 1,10). A través de este Sacramento nos reconciliamos con nuestro pasado, con nuestros hermanos, con los que sufren, con toda la comunidad. Es un esfuerzo de reemprender siempre la marcha: «En todas partes te busco / sin encontrarte jamás; / en todas partes te encuentro, sólo por irte a buscar» (A. Machado, 1913).
3.5.3.- En la Confirmación.
20.- Es en vuestra edad cuando se toman opciones y se desarrolla el sentido de pertenencia. Por eso el Concilio Vaticano II presentaba el Sacramento de la Confirmación como el que «vincula más estrechamente con la Iglesia…, enriquece con una fuerza especial del Espíritu Santo» (LG 11), «alma de la Iglesia» (LG 7) para conducirse con un estilo de vida nuevo, como había asegurado Jesús a Nicodemo (Jn 3,5-6). Es el sacramento que induce a «difundir y a defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo» (LG 11) y a «practicar la justicia» con la fortaleza que procura el propio Espíritu. Confirmarse significa, en este sentido, disponerse activamente a la realización del apostolado y al compromiso por la justicia (AG.11). Como sacramento de iniciación cristiana, la Confirmación está inseparablemente unida al Bautismo y a la Eucaristía.
3.5.4.- ¿Dónde conducirá el Espíritu Santo a los jóvenes? Sin el Espíritu Santo no es posible vivir la vida cristiana.
21.- El Espíritu Santo es siempre creativo; conduce a la Encarnación, a Nazaret, al desierto, a la Cruz, a la Resurrección, al Cenáculo, a la Iglesia y, en definitiva, a lo mismo que vivió Jesús. A muchos chicos y chicas que recibís el sacramento de la Confirmación el Espíritu Santo puede conduciros a una vida entregada y amorosa; Él os conduce al desierto como lugar de encuentro con Dios, como lo hizo con Jesús (Lc 4,1-13), a caminar descalzos por los caminos de la contemplación como Moisés ante la zarza ardiendo (Ex 3), para volver a encontrarse con Cristo.
22.- El Espíritu Santo os impulsará a ser «Buena Noticia» para los pobres, a anunciar a los cautivos la libertad … el año de gracia del Señor (Lc 4,17-20). Donde hay pobreza, asumida como don de Dios, está el Espíritu Santo. Como decía Madre Teresa de Calcuta: «Allí donde existan pobres, aunque sea en la luna, allí está nuestra misión y pobre es todo carente de amor».
El Espíritu Santo condujo a Jesús a tener misericordia con los caídos en el camino de la vida como nos habló en la parábola del Samaritano (Lc 10,29-37). Sin misericordia no es posible la evangelización. Los jóvenes cristianos de este siglo XXI podéis ser expresión del corazón misericordioso de Jesús, como verdaderos samaritanos.
23.- El Espíritu Santo condujo a Jesús al cenáculo (Jn 13,1-4) donde tuvieron lugar los cuatro grandes regalos como recuerdo de amor: la Eucaristía, el Sacerdocio, el amor fraterno, el servicio en el lavatorio de los pies. El cenáculo es el lugar de encuentro con Jesús, donde se verifica la misión y donde se recibe el aliento del Espíritu Santo para el camino del seguimiento de Jesús. El Espíritu Santo conducirá al joven por este camino.
El Espíritu Santo puede conducirnos hasta dar la vida en la cruz. Decía Madre Teresa de Calcuta, que la autenticidad de un amor se demuestra si somos capaces de sacrificarnos por los que amamos. Un cristiano sin cruz no es de Cristo. Los jóvenes sabéis muy bien que lo que vale la pena cuesta esfuerzo y sacrificio, pero con la ayuda del Señor todo es posible.
24.- El Espíritu Santo conduce a los jóvenes de este nuevo siglo al gozo desbordante de la Resurrección. Cristo resucitado nos da su Espíritu Santo, para que todos vivamos desde el amor. Por eso os invito a que viváis la experiencia de resucitados, del gozo de mirar con ojos nuevos y positivos nuestra tierra, para lo que se requiere hacer síntesis entre oración y lucha, entre ser Iglesia y estar en el mundo.
El Espíritu Santo os conducirá a vivir en la Iglesia cenáculo permanente. Allí están los apóstoles con María y otras mujeres orando. Allí está la Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Allí vive la Iglesia su experiencia de comunión. Muchos jóvenes estáis descubriendo esta experiencia del cenáculo en la Jornadas Mundiales de Juventud. El Espíritu Santo es el artífice de esta experiencia eclesial que es siempre secundada por miles de jóvenes de toda raza y cultura.
3.6.- Dimensión Escatológica.
25.- Lo esencial del cristianismo es Cristo que ha muerto y resucitado por nosotros y ya no muere más. Nos acompaña con la fuerza del Espíritu Santo y nos espera para llenarnos de una alegría completa.
Hoy se hace poco hincapié en la vida de la gracia por la que el Señor ha venido a divinizarnos, a que vivamos una vida de hijos para que «seamos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1,4).
La persona de Jesucristo debe ser centro de la vida, del corazón del joven. De una ideología es difícil enamorarse, pero de una persona viva podemos enamorarnos: así surgiría la entrega de la vida, el compromiso. Sin enamorarse de Cristo vivo el compromiso resulta insoportable e increíble, apareciendo un voluntarismo que sólo puede durar por poco tiempo, para dejarlo finalmente abandonado. Tengo comprobado que cuando a los jóvenes se les lleva a tener una experiencia profunda del amor de Jesucristo, la mayoría fragua un compromiso estable, duradero hasta el final.
Cuando en retiros o convivencias seriamente preparados se os lleva a tener un trato de amistad con Jesús, que ama a cada uno como es, acabáis planteándoos el seguimiento de Jesús desde la llamada a la vida laical o, incluso, sacerdotal; vuestras vidas manifiestan, entonces el ‘ya, pero todavía no’ de la manifestación última del Señor Jesús, el que viene y que vendrá al final del tiempo vivido.
3.7.- Dimensión Litúrgica.
26.- A través de la liturgia uno adquiere una espiritualidad completa y rica, universal y objetiva, equilibrada y novedosa que acompaña el devenir del trabajo y de los días.
Necesitáis, pues, de la experiencia de una liturgia viva, la que nos hace partícipes a todos, de manera activa y consciente, del amor a Cristo Redentor, pues su amor por todos late en el ‘gran Sacramento de nuestra fe’. En la Eucaristía se culmina la gracia recibida en el bautismo; la Eucaristía es el sacramento de Jesucristo que se entregó por nosotros «de una vez para siempre»; ella es el centro de la comunidad creyente y la que da sentido al vivir diario de cada cristiano, y se realiza en la liturgia que la comunidad celebra alegremente. En el sacramento de la Eucaristía se reúnen todas las dimensiones de la vida espiritual del cristiano.
La espiritualidad litúrgica es completa y rica por lo central y variado de sus elementos; universal porque es para todas las vocaciones y para todas las latitudes de la Iglesia; objetiva porque no es fruto del subjetivismo devocional sino del realismo mismo de cuanto Dios nos da en su Palabra hecha hombre (Jn 1,14), ‘memoria’ y conmemoración de su paso por la vida.
3.8.- Dimensión Eclesial.
27.- Necesitáis descubrir el gozo de vivir en una familia, en una comunidad, en la Iglesia, pueblo itinerante de Dios. El Señor nos ama a cada uno como somos, pero también es verdad que Jesús nos quiere salvar en la Iglesia, que camina en este mundo entre los consuelos de Dios y las incomprensiones de los hombres. Es imposible nacer y crecer sin una comunidad: es una exigencia antropológica. Lo mismo sucede con la vida de fe de un joven, o de un adulto. Así lo quiso Jesús, pues «llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar» (Mc 3,14).
Y es que una fe no compartida, no crece, no resiste. Cierto, la fe tiene una estructura íntima y personal, pero su elaboración y sostenimiento llega por el grupo eclesial creyente. Cuando se oye decir por doquier -seguramente como un mecanismo de defensa y un pretexto para el abandono- ‘creo en Dios pero no en los curas’, se está diciendo algo bastante fuera de lugar, porque, efectivamente, a nadie se manda creer en los curas, -tampoco en los padres, ni en los amigos, ni en las instituciones-, sino en Jesucristo. El objeto de una fe no son los curas ni la estructura eclesial como tal, a veces deficientes ni antitestimoniales como demuestra la historia, sino Jesucristo, el Señor. Además, por esa regla de tres, se podría argumentar a quienes ‘creen en Dios pero no en la Iglesia o en los curas’ -que, por cierto, ellos solos no son la Iglesia- que se fijen en los grandes hombres y mujeres que han dado testimonio de fe a través del ejemplo diario en la familia, en el compromiso social, en la política, en la vida consagrada, e incluso, unos y otros han corroborado su fe en Jesucristo por medio del martirio. Por tanto, queridos jóvenes, se trata de descubrir la necesidad, la belleza y el gozo de pertenecer y compartir la fe en una comunidad eclesial, pues si decís que la Iglesia no, afirmáis sin querer que Cristo tampoco. ¡Bendita Iglesia que es también para pecadores, porque si fuese sólo para perfectos, yo, seguramente, no podría estar en ella! Luego Cristo sí; e Iglesia también.
Para mantener viva esta dimensión eclesial, os propongo que en cada parroquia exista un grupo de jóvenes animado por toda la Comunidad.
3.9.- Dimensión Vocacional.
28.- Como decía el Papa Juan Pablo II hay que ir creando una civilización de la vocación, una cultura de la llamada. Y la principal llamada es a la santidad: «Todos estamos llamados a la santidad» (LG 5,39). La Iglesia en nuestro tiempo nos recuerda que existe una llamada a la santidad que es la vocación de todo bautizado y que nos lleva a vivir el amor. La vocación laical es la identificación con el seguimiento a Cristo. El laico está llamado a transformar el mundo, allí donde se encuentra, según el corazón de Dios. Una llamada a vivir lo que podíamos llamar la ‘caridad laical política’ que es vivir a Cristo en las entrañas del mundo, para evangelizar desde la familia, la cultura, el trabajo, lo social, lo político.
Dentro de esta llamada universal a la santidad, queridos jóvenes, los religiosos y las religiosas consagrados están llamados a seguir y a imitar a Cristo de una manera más radical, si me permitís decirlo así, con un corazón eternamente joven. Se trata de vivir la perfecta caridad. Esta caridad consiste en identificarse con Cristo a través del voto de pobreza, que es tener a Cristo como riqueza de nuestra vida; el voto de castidad, que es vivir sin falsificar nunca el amor, tratar de responder con el mismo amor con que hemos sido amados de una manera única; el voto de obediencia, que consiste en asumir que a través de las mediaciones humanas el Señor actúa para que cumplamos la voluntad del «que se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz» (Flp 2,5). Esta llamada se vive a través del carisma del fundador o la fundadora, que aprobados por la Iglesia, es una manera particular de vivir el Evangelio.
Existe también una vocación que el Señor se ha comprometido a que no falte nunca en su Iglesia y es la vocación sacerdotal, que es la llamada al seguimiento de Cristo, Buen Pastor que da la vida por las ovejas (Jn 10,1-16). Esta llamada se concreta en el ministerio apostólico en vivir la CARIDAD PASTORAL y hace que muchos jóvenes manifiesten el deseo de entregar la vida en el servicio evangelizador de todos los seres humanos, especialmente de los más pobres. Ser sacerdote es ponerse a los pies de la humanidad con los sentimientos del corazón de Cristo. Sin sacerdote no hay Eucaristía y sin Eucaristía no se nace, crece y culmina la labor evangelizadora de la Iglesia.
3.10.- Dimensión Mariana.
29.- Los jóvenes siempre se han sentido atraídos por la Virgen María, madre del Señor, cualquiera que sea la advocación con la que se la venere por doquier.
María siempre ha sido madre-amiga en los caminos de la fe: «Dichosa tú, porque has creído» (Lc -1, 45). Cuando le preguntaban al teólogo alemán Karl Rahner por qué había decaído en algunos ambientes cristianos la devoción a la Virgen respondía: «Muchos cristianos viven hoy de ideas, y las ideas no tienen madre». Por eso los que en la vida espiritual desconocen a María, en el fondo son huérfanos espirituales. Muchas veces he repetido en mi vida la frase de San Jerónimo: «Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo». Es verdad, pero también en el fondo desconocer a María es desconocer en plenitud a Cristo.
La Iglesia desea ser y vivir esta sencilla experiencia de la relación con la Virgen. A María hay que: venerarla, amarla, invocarla e imitarla. Vosotros y vosotras, jóvenes, enseguida descubrís que María os lleva a vivir un cristianismo con radicalidad. En efecto, descubrir a María es descubrir el camino más recto para llegar a Jesús.
Y digo venerarla, porque a ella no hay que adorarla, pues no es Dios, pero sí que es la madre de Dios, por tanto nuestra veneración lleva a tenerle un culto especial; y amarla, porque la espiritualidad mariana lleva siempre a amar más, y amar a la Virgen es encontrar el camino que nos lleva a Jesús; e invocarla, pues como decía San Bernardo, «Cuando la barquilla de tu vida parezca que va a hundirse, mira a la estrella, invoca a María». Invocar a María en nuestros claroscuros es encontrar el camino que nos conduce a Jesús, es estar siempre al lado de los que sufren y de cuantos nos quieren; e imitarla, pues a muchos jóvenes cristianos les gusta más el venerarla, el amarla, el invocarla, pero cuando llega el momento de vivir como ella se echan atrás. Vivir su fe intrépida, su esperanza gozosa, su ardiente caridad, echa atrás a muchos, y no digamos nada cuando se trata de vivir la castidad que como lo decía Juan Pablo II a los jóvenes, consiste en «no falsificar el amor», la pobreza que nos tiene que llevar a tener como riqueza a Cristo, o vivir la obediencia del que busca en todo cumplir la voluntad de Dios. Finalmente, creo que lo específico que deben ver los jóvenes en la Iglesia, al identificarse con la experiencia de la Virgen, es la alegría. Los jóvenes podéis descubrir en María el rostro alegre del cristianismo.
4 – OTRAS SEDUCCIONES
30.- Es ahora cuando podéis entender cuán fácil es dejarse llevar por la seducción multicolor:
! 4.1. Seducción de la noche. No es que la Iglesia sea ajena a la noche. Es más, los grandes acontecimientos de la vida de Jesús se dieron en la noche: Navidad y Pasión. Es en la noche, en las «Vigilias» donde la Iglesia ora y espera que venga el Señor, «que vendrá en la noche»… Esa plenitud que le hacía salir una y otra noche, al encuentro de aquella Iglesia abierta, que le llenó el corazón y le descubrió una manera distinta de vivir ‘la movida’;
! 4.2. Seducción de lo inmediato. Dicen los psicólogos que los jóvenes se dejan llevar más por lo inmediato que por lo importante. Es una cultura de lo urgente, de lo rápido, del ahora mismo y del «ya». ¿No veis por doquier a hombres y mujeres sin intimidad, como hechos deprisa? Esto se nos ha metido hoy hasta en la pastoral juvenil. No obstante sigue siendo válida la pastoral juvenil que se apoya en la imagen del trípode: la «primera pata» es llevar al joven a una vida interior: Vivir en Cristo, Cristo vivo. Gozarse de la vida de la gracia… La «segunda pata» es el «ser acompañado». Si no somos acompañados tenemos peligro de perdernos. Sin guía, sin acompañantes, sin maestro interior es imposible llegar muy lejos. Y la «tercera pata» es tener una comunidad de referencia. El joven tiene que descubrir que no está solo, que hay otros jóvenes que están dispuestos a compartir su fe y esperanza;
! 4.3. Seducción por la sospecha continua hacia todo lo que diga algo de institucional. La única institución que toleráis los jóvenes es la familia, pero siempre a vuestro estilo y porque en ella se vive confortablemente. Por otra parte la sospecha hacia la institución eclesial crece a pasos agigantados. Esta seducción por la sospecha nos lleva a plantearnos que la única solución es invitaros, tal y como hacía Jesús en el Evangelio: «Venid y lo veréis» (Jn 1,39). Es necesaria una pastoral juvenil de «ven y verás».
5 – ESPIRITUALIDADES INSUFICIENTES
Sí, queridos jóvenes, es ahora cuando entendéis perfectamente las actitudes corrientes y negativas para una espiritualidad de seducidos por Jesucristo. Pienso por ejemplo:
5.1. Voluntarismo pelagiano.
31.- Pelagio era un monje irlandés que decía, que no necesitamos para nada la gracia de Cristo, que Jesús era sólo un modelo, nosotros y sólo nosotros somos los artífices de nuestra santidad, de nuestro crecimiento espiritual. Es una espiritualidad hinchada de juicios, en vez de acogida de la gracia del Señor. San Agustín criticaba a Pelagio porque éste insistía en la gracia como iluminación del entendimiento, como si el cristianismo coincidiera solamente con la exposición de una doctrina, moral o no, como si uno para hacerse cristiano simplemente tuviera que aprender una doctrina; San Agustín, en cambio, insistía en una gracia que toca, seduce el corazón, que requiere un testimonio real. La gracia llega cuando descubrimos que «si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles» (Salmo 127), porque «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros» (Salmo 130). ¡Lástima que la espiritualidad cristiana siempre haya tenido la tentación del voluntarismo! Como decía Santa Teresita, «subir las escaleras» con solo nuestro esfuerzo, mientras la clave es entrar en el ascensor, en colaborar confiando en la gracia de Dios. La vida espiritual da un paso de gigante cuando confiamos en Él desde nuestra pobreza. Decirle al Señor: «no puedo, pero quiero» es la clave que han vivido otros santos.
5.2. Quietismo.
32.- Es decir, creer que los jóvenes no sois capaces de nada. Jesús nunca fue duro, porque la dureza es un fallo que denota amor propio, pero sí fue exigente, porque la exigencia es creer en el otro. La espiritualidad quietista en el fondo es una espiritualidad de entretenimiento, porque no creemos en la fuerza transformadora de Dios en nuestras vidas. Hay que esforzarse, pero poniendo los ojos en Cristo. Hay que pedir fuerza, su gracia, para alcanzar a quien pretendemos alcanzar, a Cristo. Pero la vida cristiana ni es pelagianismo (sólo voluntad), ni quietismo (cruzarse de brazos sin hacer nada). Se necesita la gracia «sin mi no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Y también se necesita nuestro ofrecimiento. El milagro lo hace Él.
5.3. Descafeinismo.
33.- Es decir, no exigir nada, porque si no huyen los jóvenes. Nos contentamos con entreteneros con charlas de un evangelio a la medida y, sobre todo, descafeinamos el mensaje y la persona de Jesús. Descafeinar el Evangelio ha sido siempre la tentación de todos los que acompañan a los jóvenes. La espiritualidad descafeinada se realiza con animadores y acompañantes mediocres que no han experimentado en su vida la cercanía de Jesús, el gozo de su evangelio, y que confunden compasión y misericordia con debilidad. La espiritualidad descafeinada es la que va siempre proponiendo la exigencia para otro momento. Pero os traigo a la memoria los versos del poeta: «Sangre que no se desborda, / juventud que no se atreve, / ni es sangre ni es juventud, / ni reluce ni florece» (Miguel Hernández ‘Juventud’).
6 – SEDUCIDOS POR JESUCRISTO.
Del joven de la parábola al joven del compromiso cristiano.
34.- El primer objetivo de la pastoral juvenil debe ser: ayudar a los jóvenes a que descubran la persona de Jesús, para que les lleve a vivir toda su vida desde él. Hay que conducir a los jóvenes a hacer una profunda experiencia. Podemos verlo en la parábola del joven rico.
Como podéis calibrar, queridos jóvenes, en tales casos se trata de un seguimiento insuficiente, cuando no falso y corrosivo. No pocos jóvenes han acabado quemados, porque tienen la impresión de que no han sido respetados suficientemente en sus itinerarios. La vida cristiana, la vida interior, la santidad es don y tarea. El don siempre lo da el Señor cuando nosotros deseamos construir desde nuestra limitación. La espiritualidad cristiana está llamada a formar una persona madura, con una fe viva, una esperanza cierta y un amor que se hace realidad en la transformación del mundo. La pastoral juvenil, a veces, ha transmitido una espiritualidad llamada cristiana, pero insuficiente.
6.1. En la busca de una profunda experiencia de Jesús.
35.- Sí, el primer objetivo de la pastoral juvenil es ayudar a los jóvenes a que descubran la persona de Jesús a fin de que les lleve a vivir toda su vida desde Él. Es necesaria una profunda experiencia de Jesús. En la parábola del joven rico, podemos descubrir la actitud que tiene Jesús con los jóvenes y las motivaciones que ellos tienen para seguirle.
La parábola del joven rico recuerda cual es la actitud de Jesús con los jóvenes. Aparentemente a Jesús no le fue bien en su pastoral con los jóvenes. El joven rico se le fue triste. Es bueno recordar que nosotros debemos ofrecer siempre la radicalidad en el seguimiento de Jesús.
Este texto del «joven rico» lo narran los tres evangelistas sinópticos (Mt 19,16-22; Lc 18,18 y Mc 10,17-22). Los jóvenes saben mucho de tesoros, le encantan lo que verdaderamente vale en la vida. Muchas veces se nos dice que Jesús tiene que ser nuestro tesoro y esto es verdad, pero existe una verdad más profunda y es que el joven es el tesoro del corazón de Cristo.
6.2. Jesús habla, siente y mira desde la realidad.
36.- Un joven se acerca a Jesús. Las dos claves de su vida al hablar son poseer y hacer. A vosotros y vosotras hay que enseñaros a ser, a creer, a vivir, no solo a hacer y tener. La actitud de Cristo es maravillosa: Jesús lo corrige con amabilidad. No lo rechaza. Jesús lo miró con amor, con ternura, le ofrece cambiar el poseer por un entrar en la vida, en el misterio del amor. El joven ‘bueno’, ambicioso, acaso tenía un brillante porvenir pero estaba vacío. Es un joven que se puede identificar con los jóvenes de hoy, que son generosos pero les cuesta entregar su vida día a día por la buena causa del Evangelio. Lo veis bien: Jesús va al fondo. Dice al joven: una cosa te falta: vende lo que tienes, dalo a los pobres y «ven y sígueme». Aquí Jesús no sólo se refiere a una vocación a la vida sacerdotal o religiosa. Se refiere a toda vocación, también a la del seglar, pues en todas hay que estar dispuestos a ‘venderlo todo’. ¡Ah, pero el joven se fue entristecido! Oigo al poeta: «Cuerpos que nacen vencidos /, vencidos y grises mueren. / viene con la edad de un siglo / y son viejos cuando vienen. (Miguel Hernández (Loc.cit).
Juan Pablo II os decía a los jóvenes en Cuatro Vientos: «Tenemos que proponer y nunca imponer». Una pastoral de juventud con futuro será la que desde la total libertad ofrece la salvación del día a día.
6.3. Tendencia a la santidad.
37.- La espiritualidad del «tender» es siempre sana, porque es exigente, pero nunca es dura. Comprender al joven en su situación concreta, pero confía que el joven puede llegar a mucho más de lo que a veces pensamos. La espiritualidad que os proponemos es gozosa y exigente a la vez, siempre dejando el corazón «esponjado y nunca agobiado»; una espiritualidad que posibilita el encuentro personal con Cristo. Sin una fe profunda que nos lleve al encuentro con Cristo no forjaremos evangelizadores de hoy y del mañana. Hay que saber buscar a la vez momentos y espacios para vivirlo todo desde Cristo. La espiritualidad debe ofrecer a la pastoral juvenil lo que dice el evangelio: «A vino nuevo, odres nuevos». La espiritualidad cristiana nace de la revelación. Hunde sus raíces en la Palabra de Dios, en Cristo, Verbo encarnado y resucitado. La espiritualidad es la vida en el Espíritu. No existe espiritualidad cristiana sin referencia a Cristo y al Espíritu Santo que nos transmite el amor del Padre. En fin, la espiritualidad cristiana que debe vivir los jóvenes se alimenta de los sacramentos y de la oración, es camino de identificación con Cristo y se realiza en la vida diaria. Es fundamental descubrir el camino cristiano como proceso, como un itinerario de progreso espiritual. (CIC 2014).
7 – LA HORA DE LA MISIÓN
38.- Termino, queridos jóvenes, con las palabras del Papa Juan Pablo II a los jóvenes en Toronto: «Sí, es la hora de la misión. En vuestras diócesis y en vuestras parroquias, en vuestros movimientos, asociaciones y comunidades, Cristo os llama, la Iglesia os acoge como casa y escuela de comunión y de oración. Profundizad en el estudio de la Palabra de Dios y dejad que ella ilumine vuestra mente y vuestro corazón. Tomad fuerza de la gracia sacramental de la Reconciliación y de la Eucaristía. Tratad asiduamente con el Señor en ese «corazón con corazón» que es la adoración eucarística. Día tras día recibiréis nuevo impulso, que os permitirá confortar a los que sufren y llevar la paz al mundo.