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MAGISTERIO DE JUAN PABLO II

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La vida cristiana y la Trinidad: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo

 

El Papa Juan Pablo II ha querido hacer evidente desde el inicio de su pontificado la relación existente de la vida de la Iglesia (y de cada uno de sus hijos) con la Trinidad, dedicando sus primeras encíclicas a profundizar en cada una de las tres personas de la Trinidad: una a Dios Padre, rico en misericordia (1980); otra al Hijo, Redentor del mundo (1979); y otra al Espíritu Santo, Señor y dador de vida (1986). Este es el misterio central de la fe cristiana: Dios es uno solo, pero a la vez tres Personas. Recuerda así las bases de la verdadera fe, y con ello el fundamento de la auténtica vida de la Iglesia y de cada uno de sus hijos: en efecto, no se entiende la vida del cristiano si no es en relación con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Comunión de Amor.

 

«Totus Tuus»… un Papa sellado por el amor a la Madre

Totus Tuus, o Todo tuyo (con evidente referencia a María), fue el lema elegido por Su Santidad Juan Pablo II al asumir el timón de la barca de Pedro. De este modo se consagraba a Ella, se acogía a su tierno cuidado e intercesión, invitándola a sellar con su amorosa presencia maternal la entera trayectoria de su pontificado. Con ocasión de la Eucaristía celebrada el 18 de octubre de 1998, a los veinte años de su elección y a los 40 años de haber sido nombrado obispo, reiterará en la Plaza de San Pedro ese «Totus Tuus» ante el mundo católico.

 

En otra ocasión dijo él mismo con respecto a esta frase: «Totus Tuus. Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal se afirmó en mí en el período en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención. Así pues, redescubrí con conocimiento de causa la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la Redemptoris Mater y la Mulieris dignitatem».

 

Otro signo de su amor filial a Santa María es su escudo pontificio: sobre un fondo azul, una cruz amarilla, y bajo el madero horizontal derecho, una «M», también amarilla, representando a la Madre que estaba «al pie de la cruz», donde -a decir de San Pablo- en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo. En su sorprendente sencillez, su escudo es, pues, una clara expresión de la importancia que el Santo Padre le reconoce a Santa María como eminente cooperadora en la obra de la reconciliación realizada por su Hijo.

 

Su escudo se alza ante todos como una perenne y silente profesión de un amor tierno y filial hacia la Madre del Señor Jesús, y a la vez, es una constante invitación a todos los hijos de la Iglesia para que reconozcamos su papel de cooperadora en la obra de la reconciliación, así como su dinámica función maternal para con cada uno de nosotros. En efecto, «entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano: «La acogió en su casa». Así el cristiano, trata de entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los pies de la Cruz y en el cenáculo».

 

La profundización de la teología y de la devoción mariana -en fiel continuidad con la ininterrumpida tradición católica- es una impronta muy especial de la persona y pontificado del Santo Padre.

 

Hombre del perdón; apóstol de la reconciliación

 

Atentado que el Santo Padre sufrió el 13 de mayo de 1981, a manos de un joven turco, de nombre Alí Agca. Entonces, guardándolo milagrosamente de la muerte, se manifestó la Providencia divina que le concedía a su elegido una invalorable ocasión para experimentar en sí mismo el dolor y sufrimiento humano -físico, psicológico y también espiritual- para poder mejor asociarse a la cruz del Señor Jesús y solidarizarse más aún con tantos hermanos dolientes. Fruto de esta experiencia vivida con un profundo horizonte sobrenatural será su  Carta Apostólica Salvifici doloris.

 

Aquel hecho fue también una magnífica oportunidad para mostrar al mundo entero que él, fiel discípulo del Maestro, es un hombre que no sólo llama a vivir el perdón y la reconciliación, sino que él mismo lo vive: una vez recuperado, en un gesto auténticamente cristiano y de enorme grandeza de espíritu, el Santo Padre se acercó a su agresor -recluido en la cárcel- para ofrecerle el perdón y constituirse él mismo en un testimonio vivo de que el amor cristiano es más grande que el odio, de que la reconciliación -aunque exigente- puede ser vivida, y de que éste es el único camino capaz de convertir los corazones humanos y de traerles la paz tan anhelada.

Servidor de la comunión y de la reconciliación

El deseo de invitar a todos los hombres a vivir un proceso de reconciliación con Dios, con los hermanos humanos, consigo mismos y con la entera obra de la creación ha dado pie a numerosas exhortaciones en este sentido. Ocupa un singular lugar su Exhortación Apostólica Post-Sinodal Reconciliatio et paenitentiae -sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia hoy (se nutre de la reflexión conjunta que hicieron los obispos del mundo reunidos en Roma el año 1982 para la VI Asamblea General del Sínodo de Obispos)-, y tiene un peso singularmente importante la declaración que hiciera en el Congreso Eucarístico de Téramo, el 30 de junio de 1985: «Poniéndome a la escucha del grito del hombre y viendo cómo manifiesta en las circunstancias de la vida una nostalgia de unidad con Dios, consigo mismo y con el prójimo, he pensado, por gracia e inspiración del Señor, proponer con fuerza ese don original de la Iglesia que es la reconciliación».

 

La preocupación social de S.S. Juan Pablo II

La encíclica Centessimus annus, que conmemora el centésimo año desde el inicio formal del Magisterio Social Pontificio con la publicación de encíclica Rerum novarum de S.S. León XIII, se ha constituido en el último gran aporte de S.S. Juan Pablo II en lo que toca a dicho Magisterio. En ella escribía: «… deseo ante todo satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia entera ha contraído con el gran Papa (León XIII) y con su «inmortal Documento». Es también mi deseo mostrar cómo la rica savia, que sube desde aquella raíz, no se ha agotado con el paso de los años, sino que, por el contrario, se ha hecho más fecunda».

 

Indudablemente enriquecido por su propia experiencia como obrero, y en su particular cercanía con sus compañeros de labores, la gran preocupación social del actual Pontífice ya había encontrado otras dos ocasiones para manifestarse al mundo entero en lo que toca al magisterio: la encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano, y la encíclica Sollicitudo rei socialis, sobre los problemas actuales del desarrollo de los hombres y de los pueblos.

 

 La nueva evangelización: tarea principal de la Iglesia

Desde el inicio de su pontificado el Papa Juan Pablo II ha estado empeñado en llamar y comprometer a todos los hijos de la Iglesia en la tarea de una nueva evangelización: «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».

 

Pero, como recuerda el Santo Padre, «si a partir de la Evangelii nuntiandi se repite la expresión nueva evangelización, eso es solamente en el sentido de los nuevos retos que el mundo contemporáneo plantea a la misión de la Iglesia» … «Hay que estudiar a fondo -dice el Santo Padre- en qué consiste esta Nueva Evangelización, ver su alcance, su contenido doctrinal e implicaciones pastorales; determinar los «métodos» más apropiados para los tiempos en que vivimos; buscar una «expresión» que la acerque más a la vida y a las necesidades de los hombres de hoy, sin que por ello pierda nada de su autenticidad y fidelidad a la doctrina de Jesús y a la tradición de la Iglesia«.

 

En esta tarea el Papa Juan Pablo II tiene una profunda conciencia de la necesidad urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia, preocupación que se refleja claramente en su Encíclica Christifideles laici y en el impulso que ha venido dando al desarrollo de los diversos Movimientos eclesiales. Por eso mismo, en la tarea de la nueva evangelización «la Iglesia trata de tomar una conciencia más viva de la presencia del Espíritu que actúa en ella (…) Uno de los dones del Espíritu a nuestro tiempo es, ciertamente, el florecimiento de los movimientos eclesiales, que desde el inicio de mi pontificado he señalado y sigo señalando como motivo de esperanza para la Iglesia y para los hombres».

 

Pero S.S. Juan Pablo II no entiende la nueva evangelización simplemente como una «misión hacia afuera»: la misión hacia adentro (es decir, la reconciliación vivida en el ámbito interno de la misma Iglesia) ha sido también destacada por el Santo Padre como una urgente necesidad y tarea, pues ella es un signo de credibilidad para el mundo entero. Desde esta perspectiva hay que comprender también el fuerte empeño ecuménico alentado por el Santo Padre, muy en la línea del rumbo marcado por los pontífices precedentes y por los Padres conciliares.

Rvdo. P. Jürgen Daum, S.S. Juan Pablo II 

 «Que todos sean uno»

El Santo Padre, como Cristo el Señor hace dos mil años, sigue elevando también hoy al Padre esta ferviente súplica: «¡Que todos sean uno (Ut unum sint)… para que el mundo crea!». Como incansable artesano de la reconciliación, el actual Sucesor de Pedro ha venido trabajado desde el inicio de su pontificado por lograr la unidad y reconciliación de todos los cristianos entre sí, sin que ello signifique de ningún modo claudicar a la Verdad: «El diálogo -dijo Su Santidad a los Obispos austriacos, en 1998-, a diferencia de una conversa-ción superficial, tiene como objetivo el descubrimiento y el reconocimiento co-mún de la verdad. (…) La fe viva, transmitida por la Iglesia universal, representa el fundamento del diálogo para todas las partes. Quien abandona esta base común elimina de todo diálo-go en la Iglesia la posibilidad de conver-tirse en diálogo de salvación. (…) nadie puede desempeñar since-ramente un papel en un proceso de diá-logo si no está dispuesto a exponerse a la verdad y a crecer en ella».

 

 Renovado impulso a la catequesis

Como dice el Santo Padre, la Encíclica Redemptoris missio quiere ser -después de la Evangelii nuntiandi- «una nueva síntesis de la enseñanza sobre la evangelización del mundo contemporáneo».

 

Por otro lado, la Exhortación Apostólica Catechesi tredendae es un intento -ya desde el inicio de su pontificado- de dar un nuevo impulso a la labor pastoral de la catequesis.

 

El Santo Padre, desde que asumió su pontificado, ha mantenido las catequesis de los miércoles iniciadas por su predecesor Pablo VI. En ellos ha desarrollado principalmente el contenido del «Credo».

 

En este mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica -aprobado por el Santo Padre en 1992- ha querido ser «el mejor don que la Iglesia puede hacer a sus Obispos y a todo el Pueblo de Dios», teniendo en cuenta que es un «valioso instrumento para la nueva evangelización, donde se compendia toda la doctrina que la Iglesia ha de enseñar».

 

El Papa peregrino

Quizá más de uno se ha preguntado sobre el sentido de los numerosos viajes apostólicos que ha realizado el Santo Padre (más de doscientos, contando sus viajes al exterior como al interior de Italia):

 

«En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san Pablo («Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio!»). Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad a la cual dedico la presente Encíclica (Redemptoris missio)».

 

Asimismo dirá el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias: «la experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene visitar personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias. Éste no es un deber exclusivo, desde luego, pero yo le concedo una importancia primordial. Veinte años de experiencia me han hecho comprender que, gracias a las visitas parroquiales del obispo, cada parroquia se inscribe con más fuerza en la más vasta arquitectura de la Iglesia y, de este modo, se adhiere más íntimamente a Cristo».

 

Maestro de ética y valores

También en nuestro siglo, y con sus particulares notas de gravedad, el Santo Padre ha notado con paternal preocupación como el hombre ha «cambiado la verdad por la mentira». Consecuencia de este triste «cambio» es que el hombre ha visto ofuscada su capacidad para conocer la verdad y para vivir de acuerdo a esa verdad, en orden a encontrar su felicidad en la plena realización como persona humana. La publicación de la Encíclica Veritatis splendor constituye la plasmación de un testimonio ante el mundo del esplendor de la Verdad. En ella se descubren las enseñanzas de quien fuera un notable profesor de ética, que en su calidad de Sumo Pontífice sale al encuentro del relativismo moral a que ha llegado la cultura de hoy: «Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta sólo es posible gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más íntimo del espíritu humano… La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo… Él es «el Camino, la Verdad y la Vida«. Por esto la respuesta decisiva de cada interrogante del hombre, en particular de sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún, como recuerda el Concilio Vaticano II, la respuesta es la persona misma de Jesucristo: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…»». A lo largo de toda su encíclica el Santo Padre, con desarrollos magistrales, se ocupa de presentar un horizonte ético -en íntima conexión con la verdad sobre el hombre- para el pleno desarrollo de la persona humana en respuesta al designio divino.

 

 

Incansable Servidor de la fe y de la Verdad

A los veinte años de su elevación al Solio Pontificio, el Papa Juan Pablo II -como un incansable Maestro de la Verdad- ha dado a conocer al mundo entero su decimotercera encíclica: Fides et ratio, fe y razón. En ella presenta en forma positiva la búsqueda de la verdad que nace de la naturaleza profunda del ser humano. Sale al paso de múltiples errores que actualmente obstaculizan el acceso a la verdad, y más aún a la Verdad última sobre Dios y sobre el hombre que como don gratuito Dios mismo ha ofrecido a la humanidad entera a través de la revelación. La verdad, la posibilidad de conocerla, la relación entre razón y fe, entre filosofía y teología son temas que va tocando en respuesta a la situación de enorme confusión, de relativismo y subjetivismo en la que se encuentra inmersa nuestra cultura de hoy.

 

Trabajando por la consolidación de los frutos del Concilio Vaticano II

El Santo Padre ha sido un incansable artesano que ha trabajado, a lo largo de los ya veinte años de su fecundo pontificado, en favor de la profundización y consolidación de los abundantísimos frutos suscitados por el Espíritu Santo en el Concilio Vaticano segundo. Al respecto ha dicho él mismo: «Es indispensable este trabajo de la Iglesia orientado a la verificación y consolidación de los frutos salvíficos del Espíritu, otorgados en el Concilio. A este respecto conviene saber «discernirlos» atentamente de todo lo que contrariamente puede provenir sobre todo del «príncipe de este mundo». Este discernimiento es tanto más necesario en la realización de la obra del Concilio ya que se ha abierto ampliamente al mundo actual, como aparece claramente en las importantes Constituciones conciliares Gaudium et spes y Lumen gentium».

 

Con S.S. Juan Pablo II hacia el tercer milenio

El Papa Juan Pablo II, mediante su Carta apostólica Tertio millenio adveniente, ha invitado a toda la cristiandad a prepararse para lo que será una gran celebración y conmemoración: tres años han sido dedicados por deseo explícito del Sumo Pontífice a la reflexión y profundización en torno a cada una de las Personas divinas del Misterio de la Santísima Trinidad: 1997 ha sido dedicado al Hijo, 1998 al Espíritu Santo y 1999 al Padre. De este modo la Iglesia se prepara a celebrar con un gran Jubileo los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, el Hijo eterno del Padre que -de María Virgen y por obra del Espíritu Santo- «nació del Pueblo elegido, en cumplimiento de la promesa hecha a Abraham y recordada constantemente por los profetas».

 

De Él, y del cristianismo, nos ha recordado en su misma Carta el Papa: «Estos (los profetas de Israel) hablaban en nombre y en lugar de Dios. (…) Los libros de la Antigua Alianza son así testigos permanentes de una atenta pedagogía divina. En Cristo esta pedagogía alcanza su meta: Él no se limita a hablar «en nombre de Dios» como los profetas, sino que es Dios mismo quien habla en su Verbo eterno hecho carne. Encontramos aquí el punto esencial por el que el cristianismo se diferencia de las otras religiones, en las que desde el principio se ha expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo. (…) El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana».

 

Este acontecimiento histórico central para la humanidad entera, acontecimiento por el que Dios que se hace hombre para decir «la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia», es lo que la Iglesia se prepara a celebrar con un gran Jubileo, y de este modo se prepara a trasponer el umbral del nuevo milenio. Su Santidad, el «dulce Cristo sobre la tierra», como icono visible del Buen Pastor va a la cabeza de la Iglesia que peregrina en este tiempo de profundas transformaciones, constituyéndose para todos sus hijos e hijas que con valor quieren escucharle y seguirle, en roca segura y guía firme … «¡No tengáis miedo!»… son las palabras que también hoy brotan con insistencia de los labios de Pedro, hombre de frágil figura, pero elegido y fortalecido por Dios para sostener el edificio de la Iglesia toda con una fe firme y una esperanza inconmovible.

 

Su Magisterio pontificio

Es verdaderamente abundante la enseñanza que ha salido de su pluma, o más bien, del espíritu de Su Santidad, quien, nutrido de la palabra de la Escritura que permanece viva en el corazón de la Iglesia, nutrido de la bimilenaria tradición de la Iglesia y llevando el sello del Concilio Vaticano II, nutrido también del aporte de tantos hermanos suyos en el episcopado, ha sabido ponerse a la escucha de las mociones del Espíritu Santo para volcar una vasta enseñanza en su prolífico magisterio.

 

Todo este legado escrito, en el que se revela un hondo conocimiento del corazón humano, es sin duda un testimonio que por sí mismo habla de la gran preocupación paternal y pastoral de Juan Pablo II.

 

BIOGRAFÍA DE KAROL WOJTYLA

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Karol Wojtyla nació en 1920 en Polonia. Después de afrontar la prematura muerte de sus padres y de su hermano, comenzó a mostrar inquietud por la literatura, el teatro y la filosofía. Al sentir la vocación al sacerdocio ingresó en el seminario y comenzó los estudios de teología. Fue ordenado sacerdote a los 26 años y más tarde obispo y cardenal. Ejerció su ministerio entre los emigrantes polac

os y los universitarios, promoviendo la integración de los laicos en las labores pastorales de la Iglesia. Tras la muerte de Juan Pablo I, se convirtió en el primer Papa de origen eslavo de la historia de la Iglesia.


Karol Josef Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, al sur de Polonia. Hijo de Karol Wojtyla, un oficial del ejército austro-húngaro, y Emilia Kaczorowsky, una profesora de origen lituano. Tenía un hermano llamado Edmund.

Wojtyla fue bautizado a los pocos días de nacer en la Iglesia de Santa María de Wadowice. A los 9 años de edad tuvo que afrontar el fallecimiento de su madre, que murió al dar a luz a una niña que nació sin vida. Años después falleció su hermano Edmund, y en 1941 murió su padre.

Comenzó a estudiar literatura y filosofía, escribió poesía y mostró una gran inquietud por el teatro y la literatura polaca. Cuando pensaba seriamente en la posibilidad de continuar estos estudios, un encuentro con el cardenal Sapieha durante una visita pastoral le hizo considerar la posibilidad de seguir la vocación que ya empezaba a sentir: el sacerdocio.

Cuando estalló la II Guerra Mundial, los alemanes cerraron todas las universidades de Polonia. Karol Wojtyla y un grupo de jóvenes organizaron una universidad clandestina en donde estudió filosofía, idiomas y literatura.

Poco antes de decidir su ingreso en el seminario, el joven Karol tuvo que trabajar como obrero en una cantera y luego en la fábrica química Solvay para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

Según palabras del Pontífice, esta experiencia le ayudó a conocer de cerca el cansancio físico, así como la sencillez, sensatez y fervor religioso de los trabajadores y los pobres.

Sacerdote, obispo y cardenal

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del «Teatro Rapsódico», también clandestino.

Tras la II Guerra Mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica.

A los 26 años, (en 1946) fue ordenado sacerdote en el seminario mayor de Cracovia y celebró su primera Misa en la Cripta de San Leonardo en la Catedral de Wavel.

Al poco tiempo, fue enviado por el Cardenal Sapieha a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en teología en 1948, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz.

En aquel período, aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.


En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos.

En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada «Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler«.

Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Ética Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

Integración de los laicos

El 13 de enero de 1964 falleció Monseñor Baziak, por lo que Monseñor Wojtyla pasó a ocupar la sede de Cracovia como titular. Dos años después, el Papa Pablo VI convierte a Cracovia en Arquidiócesis.

Durante su labor como Arzobispo, el futuro Papa se caracterizó por la integración de los laicos en las tareas pastorales, la promoción del apostolado juvenil, la construcción de templos a pesar de la fuerte oposición del régimen comunista, la promoción humana y formación religiosa de los obreros y el aliento del pensamiento y las publicaciones católicas.

En mayo de 1967, a los 47 años de edad, el Arzobispo Wojtyla fue nombrado cardenal por Pablo VI.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-65), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyla tomó parte en todas las asambleas del Sínodo de los Obispos.

Durante estos años, combinó la producción teológica con una intensa labor apostólica, especialmente con los jóvenes, y encabezó una corriente moral y social en Polonia contra el comunismo.

Primer Papa de origen eslavo

En 1978 muere Pablo VI y es elegido nuevo Papa el cardenal Albino Luciani, de 65 años. Juan Pablo I fallece a los 33 días de su nombramiento. El 15 de octubre de 1978, después de un nuevo cónclave, el cardenal polaco Karol Wojtyla es elegido sucesor de San Pedro.

Wojtyla se convirtió así en el primer Papa de origen eslavo de la historia de la Iglesia y rompió con la tradición de 455 años de papas de origen italiano. El 22 de octubre de 1978 fue investido Sumo Pontífice asumiendo el nombre de Juan Pablo II.

 

 

 

LA DIÓCESIS DE CANARIAS PIDE ORACIONES POR EL SANTO PADRE

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El Obispo de la Diócesis de Canarias y su Consejo Episcopal, piden a todos los diocesanos que en el delicadísimo estado de salud del Santo Padre Juan Pablo II, oren al Señor para que lo conforte en esta hora de su vida, le dé serenidad y lo fortalezca en la fe y en la esperanza, de la que es singular testigo.

LA DIÓCESIS DE ALMERÍA REZA POR JUAN PABLO II

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Ante las noticias llegadas de Roma sobre la salud del Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, el obispo diocesano, Mons. González Montes, ha decidido que permanezcan abiertas las puertas de la S.A.I. Catedral de la Encarnación para posibilitar que los fieles puedan orar por el Santo Padre.

 

Esta tarde a las seis treinta se celebrará una misa en la misma Catedral para orar por el Papa en este momento de sufrimiento, plegaria que nos acerca a él y lo sostiene  en la oración común.

 

Se pide a todos los párrocos y responsables de iglesias  que eleven oraciones al Dios de la  Misericordia por el Santo Padre.

 

CARLOS AMIGO PIDE ORACIONES POR EL SANTO PADRE

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Ante la extrema gravedad del estado de salud del Santo Padre, el Cardenal Arzobispo de Sevilla invita a todos los fieles a elevar súplicas y oraciones por el Papa, al mismo tiempo que pide que las Parroquias y las Comunidades Religiosas de la Diócesis hagan oraciones especiales para que el Dios de la misericordia le conceda vivir con esperanza estos momentos de dolor.

LA DIÓCESIS DE JAÉN CON EL PAPA

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El Administrador Diocesano de Jaén, D. Rafael Higueras, en la mañana de hoy, 1 de abril, se ha dirigido a  «todos los sacerdotes, religiosos y seglares de la Diócesis de Jaén, para que en estas horas eleven una oración a Dios de un modo ferviente y continuo por el Papa Juan Pablo II, poniendo por intercesora a la Virgen, Madre de la Iglesia». En el comunicado, además, se puede leer: «La devoción filial que el mundo católico profesa al Papa, nos ha de servir para elevar a Dios nuestra oración por él».

 

ALMERÍA. ENCUENTRO DIOCESANO DE LA JUVENTUD

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«Únete a Cristo… tú eres importante». Bajo este lema están convocados todos los jóvenes de la diócesis el próximo 16 de abril en el Pabellón de Deportes de El Ejido

La jornada del 16 de abril pretende ser un momento de reflexión sobre el ser cristiano y una ocasión para compartir la alegría de creer en Jesús. Este año el tema se centrará en La Comunidad y la firmeza en la fe, reflexionando sobre cómo se vive la fe y cómo se viven las dificultades.

Más información en http://www.diocesisalmeria.org

24 HORAS DE ORACIÓN POR LA PAZ Y LA VIDA

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JEREZ. 29/03/2005. Organizado por el grupo «Oración por la Vida» y en colaboración con la Adoración Nocturna de Jerez  y Grupos de Oración, todos los jerezanos están invitados a «24 horas de oración por la paz y la vida». La cita es en la Parroquia de San Marcos desde el viernes 1 de abril a las 18:00 h. hasta el sábado 2 de abril a las 18:00 h.

El obispo, D. Juan del Río, presidirá la celebración de la eucaristía el sábado a  las 12:00 h.

 

PRESENTACIÓN DE CARDENAL AMIGO. PERFIL Y PENSAMIENTO

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El libro Cardenal Amigo. Perfil y pensamiento, fue presentado el lunes 28 de marzo a las 20:00 h. por D. Antonio Burgos en la Fundación Lara de Sevilla.

Personalidad poliédrica y referente mediático en toda España, el Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo ha mantenido diversas entrevistas con los periodistas Alfonso Pedrosa y Carlos Navarro que han dado lugar a un libro de más de 200 páginas publicado por la Editorial Planeta.

  

Algo más de un año ha durado el trabajo de estos dos periodistas de Diario de Sevilla desde que el 8 de diciembre de 2003 decidieran hacer un libro “que pudiera –según palabras de Carlos Navarro ser leído por todo el mundo, en el que dieran a conocer al Cardenal y en el que él pudiera expresar su opinión sobre las cosas”

 

Tanto Alfonso Pedrosa como Carlos Navarro han pasado horas y horas junto a D. Carlos Amigo, preguntando sobre los más variados temas. “No hay ningún tema tabú” fue la consigna que les dio D. Carlos. De esta forma, el Cardenal ha podido hablar sobre moral, globalización, la España de Franco y la de los presidentes democráticos, su estancia en Tánger, las relaciones con la Junta de Andalucía,…

 

El volumen aparece prologado por el sacerdote Paulino Castañeda, Catedrático de Historia de la Iglesia de la Universidad de Sevilla. Está dividido en dos partes: una primera en la que los autores ofrecen una semblanza de la personalidad del Cardenal Amigo y una segunda, más larga, en la que se pueden leer unas preguntas muy bien estructuradas y unas respuestas exhaustivas

  

D. ADOLFO GONZÁLEZ MONTES. PASCUA DE RESURRECCIÓN

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La humanidad redimida

 

Felicitación de Pascua

 

Queridos diocesanos:

¡Jesucristo ha resucitado! Es la gran noticia de la Pascua.  Porque Cristo ha resucitado, hay esperanza cierta para una humanidad redimida por su sangre, a pesar de que la cruz  seguirá pesando sobre la vida de los hombres; a pesar de que los males físicos y el peor de los males, el mal moral, continuarán afligiendo a los seres humanos y seguirán poniendo en peligro la convivencia  social y la paz.  Mas, porque Cristo ha resucitado, hay futuro para la vida. La muerte ha sido vencida por Cristo  con su propia muerte y sepultura.

Sobre este anuncio gozoso han pesado amenazas sin cuento a lo largo de veinte siglos de cristianismo, pero hemos que fiarnos de la palabra de Jesús: “En el mundo tendréis muchas tribulaciones, pero, ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (Juan 16,33). Cristo resucitado ha vencido el acoso del mundo y surge victorioso del sepulcro. Vacío, el sepulcro de Cristo es prueba palpable de esta victoria. Jesús resucitado sale al encuentro de aquellas valerosas mujeres que le acompañaron durante su vida pública y permanecieron junto a la cruz, para entregar un mensaje de esperanza a los discípulos desconcertados: “No temáis; id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán’” (Mateo 28,10).

Hoy parece que son muchos los que quisieran ahogar esta noticia que cambió la historia, para mejor ocultar al ser humano su destino trascendente, pero nada podrá acabar con la inquietud del corazón mientras aliente en el espíritu del hombre la búsqueda de la verdad total y la belleza.

¿Qué turbios intereses intentan difuminar la imagen de Cristo del corazón creyente de los cristianos? ¿A quiénes incomoda que Cristo esté vivo? ¿Por qué quisieran que hubiera muerto pasa siempre? ¿Por qué pretenden borrar los signos cristianos que han dado cauce a una cultura  que ha humanizado la vida? Mayor motivo para nosotros, que sabemos que Cristo ha resucitado y lo sentimos vivir en nosotros porque está vivo en Dios, para dar alas y altavoces a la noticia pascual de que Cristo vive para siempre.

Las palabras del Apóstol resuenan con particular fuerza en esta mañana pascual: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-2). Hemos de invitar a los hombres y mujeres de hoy a seguir la propuesta del Apóstol. Sólo si Cristo arrastra el mundo tras de sí, podrá la humanidad alcanzar la meta de su destino.

La Pascua nos invita a preguntarnos:  ¿cómo podrá la sociedad de hoy seguir a Cristo, si nosotros los cristianos no damos testimonio de su resurrección? La Pascua viene a fortalecer hoy la fe de los discípulos y a sostener e impulsar el testimonio público de los cristianos.  Hoy más que nunca y contra una cultura de la muerte, necesitamos coraje para el anuncio sin pudor del triunfo de Cristo sobre la muerte.

Nadie puede impedir a los cristianos vivir y comportarse de acuerdo con su fe, que alcanza la vida en totalidad, todas sus dimensiones y circunstancias. Los cristianos hemos de ser dignos del nombre que nos acredita como discípulos de Cristo en privado y en público, capaces de “dar razón a todo el que nos pida cuentas de la esperanza que alienta en nosotros” (1 Pe 3,15).

Dar razón de la esperanza es el gran reto del testimonio cristiano, para el cual hemos de prepararnos cada día, alimentando la fe con la audición y la meditación asidua de la palabra de Dios y la gracia de los sacramentos. Sin una fe vivida a la luz del Evangelio, es imposible ser discípulos de Cristo. Quiera el Resucitado llenarnos de la luz pascual que transforma la vida, para que así demos testimonio de él ante los hombres, para que todos podamos convivir en la paz y alabar a Dios, que por amor nos llamó a la vida y resucita a los muertos para una vida sin fin.

En verdad, ¡Cristo ha resucitado y la humanidad ha sido redimida! ¡Aleluya! Feliz Pascua de Resurrección a todos.

 

27 de marzo de 2005

Domingo de Resurrección

                                                                        X Adolfo González Montes

                                             Obispo de Almería

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