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UNIVERSI DOMINICI GREGIS 2/4

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CAPÍTULO IV FACULTADES DE LOS DICASTERIOS DE LA CURIA ROMANA DURANTE LA VACANTE DE LA SEDE APOSTÓLICA 24. Durante la Sede vacante, los Dicasterios de la Curia Romana, excepto aquéllos a los que se refiere el n. 26 de esta Constitución, no tienen ninguna facultad en aquellas materias que, Sede plena, no pueden tratar o realizar sino facto verbo cum SS.mo, o ex Audientia SS.mi o vigore specialium et extraordinarium facultatum, que el Romano Pontífice suele conceder a los Prefectos, a los Presidentes o a los Secretarios de los mismos Dicasterios. 25. En cambio, no cesan con la muerte del Pontífice las facultades ordinarias propias de cada Dicasterio; establezco, no obstante, que los Dicasterios hagan uso de ellas sólo para conceder gracias de menor importancia, mientras las cuestiones más graves o discutidas, si pueden diferirse, deben ser reservadas exclusivamente al futuro Pontífice; si no admitiesen dilación (como, entre otras, los casos in articulo mortis de dispensas que el Sumo Pontífice suele conceder), podrán ser confiadas por el Colegio de los Cardenales al Cardenal que era Prefecto hasta la muerte del Pontífice, o al Arzobispo hasta entonces Presidente, y a los otros Cardenales del mismo Dicasterio, a cuyo examen el Sumo Pontífice difunto las hubiera confiado probablemente. En dichas circunstancias, éstos podrán decidir per modum provisionis, hasta que sea elegido el Pontífice, todo lo que crean más oportuno y conveniente para la custodia y la defensa de los derechos y tradiciones eclesiásticas. 26. El Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica y el Tribunal de la Rota Romana, durante la vacante de la Santa Sede, siguen tratando las causas según sus propias leyes, permaneciendo en pie lo establecido en el art. 18, puntos 1 y 3 de la Constitución apostólica Pastor Bonus.(1)(8) CAPÍTULO V LAS EXEQUIAS DEL ROMANO PONTÍFICE 27. Después de la muerte del Romano Pontífice, los Cardenales celebrarán las exequias en sufragio de su alma durante nueve días consecutivos, según el Ordo exsequiarum Romani Pontificis, cuyas normas, así como las del Ordo rituum Conclavis ellos cumplirán fielmente. 28. Si la sepultura se hiciera en la Basílica Vaticana, el correspondiente documento auténtico es extendido por el Notario del Capítulo de la misma Basílica o por el Canónigo Archivero. Sucesivamente, un delegado del Cardenal Camarlengo y un delegado del Prefecto de la Casa Pontificia extenderán separadamente los documentos que den fe de que se ha efectuado la sepultura; el primero en presencia de los miembros de la Cámara Apostólica y el otro ante el Prefecto de la Casa Pontificia. 29. Si el Romano Pontífice falleciese fuera de Roma, corresponde al Colegio de los Cardenales disponer todo lo necesario para un digno y decoroso traslado del cadáver a la Basílica de San Pedro en el Vaticano. 30. A nadie le está permitido tomar con ningún medio imágenes del Sumo Pontífice enfermo en la cama o difunto, ni registrar con ningún instrumento sus palabras para después reproducirlas. Si alguien, después de la muerte del Papa, quiere hacer fotografías para documentación, deberá pedirlo al Cardenal Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, el cual, sin embargo, no permitirá que se hagan fotografías del Sumo Pontífice si no está revestido con los hábitos pontificales. 31. Después de la sepultura del Sumo Pontífice y durante la elección del nuevo Papa, no se habite ninguna parte del apartamento privado del Sumo Pontífice. 32. Si el Sumo Pontífice difunto ha hecho testamento de sus cosas, dejando cartas o documentos privados, y ha designado un ejecutor testamentario, corresponde a éste establecer y ejecutar, según el mandato recibido del testador, lo que concierne a los bienes privados y a los escritos del difunto Pontífice. Dicho ejecutor dará cuenta de su labor únicamente al nuevo Sumo Pontífice. SEGUNDAPARTE LA ELECCIÓN DEL ROMANO PONTÍFICE CAPÍTULO I LOS ELECTORES DEL ROMANO PONTÍFICE 33. El derecho de elegir al Romano Pontífice corresponde únicamente a los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, con excepción de aquellos que, antes del día de la muerte del Sumo Pontífice o del día en el cual la Sede Apostólica quede vacante, hayan cumplido 80 años de edad. El número máximo de Cardenales electores no debe superar los ciento veinte. Queda absolutamente excluido el derecho de elección activa por parte de cualquier otra dignidad eclesiástica o la intervención del poder civil de cualquier orden o grado. 34. En el caso de que la Sede Apostólica quedara vacante durante la celebración de un Concilio Ecuménico o de un Sínodo de los Obispos, que tengan lugar, bien sea en Roma o en otra ciudad del mundo, la elección del nuevo Pontífice debe ser hecha única y exclusivamente por los Cardenales electores, indicados en el número precedente, y no por el mismo Concilio o Sínodo de los Obispos. Por tanto, declaro nulos e inválidos los actos que, de la manera que sea, intentaran modificar temerariamente las normas sobre la elección o el colegio de los electores. Es más, quedando a este respecto confirmados el can. 340 y también el can. 347 2 del Código de Derecho Canónico y el can. 53 del Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, el mismo Concilio o el Sínodo de los Obispos, sea cual sea el estado en el que se encuentren, deben considerarse inmediatamente suspendidos ipso iure, apenas se tenga noticia cierta de la vacante de la Sede Apostólica. Por consiguiente, deben interrumpir, sin demora alguna, toda clase de reunión, congregación o sesión y dejar de redactar o preparar cualquier tipo de decreto o canon o de promulgar los confirmados, bajo pena de nulidad; tampoco podrá continuar el Concilio o el Sínodo por ninguna razón, aunque sea gravísima y digna de especial consideración, hasta que el nuevo Pontífice canónicamente elegido no haya dispuesto que los mismos continúen. 35. Ningún Cardenal elector podrá ser excluido de la elección, activa o pasiva, por ningún motivo o pretexto, quedando en pie lo establecido en el n. 40 de esta Constitución. 36. Un Cardenal de la Santa Iglesia Romana, que haya sido creado y publicado en Consistorio, tiene por eso mismo el derecho a elegir al Pontífice según el n. 33 de la presente Constitución, aunque no se le hubiera impuesto la birreta, entregado el anillo, ni hubiera prestado juramento. En cambio, no tienen este derecho los Cardenales depuestos canónicamente o que hayan renunciado, con el consentimiento del Romano Pontífice, a la dignidad cardenalicia. Además, durante la Sede vacante, el Colegio de los Cardenales no puede readmitir o rehabilitar a éstos. 37. Establezco, además, que desde el momento en que la Sede Apostólica esté legítimamente vacante los Cardenales electores presentes esperen durante quince días completos a los ausentes; dejo además al Colegio de los Cardenales la facultad de retrasar, si hubiera motivos graves, el comienzo de la elección algunos días. Pero pasados al máximo veinte días desde el inicio de la Sede vacante, todos los Cardenales electores presentes están obligados a proceder a la elección. 38. Todos los Cardenales electores, convocados por el Decano, o por otro Cardenal en su nombre, para la elección del nuevo Pontífice, están obligados, en virtud de santa obediencia, a dar cumplimiento al anuncio de convocatoria y a acudir al lugar designado al respecto, a no ser que estén imposibilitados por enfermedad u otro impedimento grave, que deberá ser reconocido por el Colegio de los Cardenales. 39. Pero, si algunos Cardenales electores llegasen re integra, es decir, antes de que se haya procedido a elegir al Pastor de la Iglesia, serán admitidos a los trabajos de la elección en la fase en que éstos se hallen. 40. Si, acaso, algún Cardenal que tiene derecho al voto se negase a entrar en la Ciudad del Vaticano para llevar a cabo los trabajos de la elección o, a continuación, después que la misma haya comenzado, se negase a permanecer para cumplir su cometido sin una razón manifiesta de enfermedad reconocida bajo juramento por los médicos y comprobada por la mayor parte de los electores, los otros procederán libremente a los procesos de la elección, sin esperarle ni readmitirlo nuevamente. Por el contrario, si un Cardenal elector debiera salir de la Ciudad del Vaticano por sobrevenirle una enfermedad, se puede proceder a la elección sin pedir su voto; pero si quisiera volver a la citada sede de la elección, después de la curación o incluso antes, debe ser readmitido. Además, si algún Cardenal elector saliera de la Ciudad del Vaticano por otra causa grave, reconocida por la mayoría de los electores, puede regresar para volver a tomar parte en la elección. CAPÍTULO II EL LUGAR DE LA ELECCIÓN Y LAS PERSONAS ADMITIDAS EN RAZÓN DE SU CARGO 41. El Cónclave para la elección del Sumo Pontífice se desarrollará dentro del territorio de la Ciudad del Vaticano, en lugares y edificios determinados, cerrados a los extraños, de modo que se garantice una conveniente acomodación y permanencia de los Cardenales electores y de quienes, por título legítimo, están llamados a colaborar al normal desarrollo de la elección misma. 42. En el momento establecido para el comienzo del proceso de la elección del Sumo Pontífice, todos los Cardenales electores deberán haber recibido y tomado una conveniente acomodación en la llamada Domus Sanctae Marthae, construida recientemente en la Ciudad del Vaticano. Si razones de salud, previamente comprobadas por la competente Congregación Cardenalicia, exigen que algún Cardenal elector tenga consigo, incluso en el período de la elección, un enfermero, se debe proveer que a éste le sea asignada una adecuada habitación. 43. Desde el momento en que se ha dispuesto el comienzo del proceso de la elección hasta el anuncio público de que se ha realizado la elección del Sumo Pontífice o, de todos modos, hasta cuando así lo ordene el nuevo Pontífice, los locales de la Domus Sanctae Marthae, como también y de modo especial la Capilla Sixtina y las zonas destinadas a las celebraciones litúrgicas, deben estar cerrados a las personas no autorizadas, bajo la autoridad del Cardenal Camarlengo y con la colaboración externa del Sustituto de la Secretaría de Estado, según lo establecido en los números siguientes. Todo el territorio de la Ciudad del Vaticano y también la actividad ordinaria de las Oficinas que tienen su sede dentro de su ámbito deben regularse, en dicho período, de modo que se asegure la reserva y el libre desarrollo de todas las actividades en relación con la elección del Sumo Pontífice. De modo particular se deberá cuidar que nadie se acerque a los Cardenales electores durante el traslado desde la Domus Sanctae Marthae al Palacio Apostólico Vaticano. 44. Los Cardenales electores, desde el comienzo del proceso de la elección hasta que ésta tenga lugar y sea anunciada públicamente, deben abstenerse de mantener correspondencia epistolar, telefónica o por otros medios de comunicación con personas ajenas al ámbito del desarrollo de la misma elección, si no es por comprobada y urgente necesidad, debidamente reconocida por la Congregación particular a la que se refiere el n. 7. A la misma corresponde reconocer la necesidad y la urgencia de comunicar con los respectivos dicasterios por parte de los Cardenales Penitenciario Mayor, Vicario General para la diócesis de Roma y Arcipreste de la Basílica Vaticana. 45. A todos aquellos que, no estando indicados en el número siguiente, y que casualmente, aunque presentes en la Ciudad del Vaticano por justo título, como se prevé en el n. 43 de esta Constitución, encontraran a algunos de los Cardenales electores en tiempo de la elección, está absolutamente prohibido mantener coloquio, de cualquier forma, por cualquier medio o por cualquier motivo, con los mismos Padres Cardenales. 46. Para satisfacer las necesidades personales yde la oficina relacionadas con el desarrollo de laelección, deberán estar disponibles y, por tanto, alojados convenientemente dentro de los límites a los que se refiere el n. 43 de la presente Constitución, el Secretario del Colegio Cardenalicio, que actúa de Secretario de la asamblea electiva; el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias con dos Ceremonieros y dos religiosos adscritos a la Sacristía Pontificia; un eclesiástico elegido por el Cardenal Decano, o por el Cardenal que haga sus veces, para que lo asista en su cargo. Además, deberán estar disponibles algunos religiosos de varias lenguas para las confesiones, ytambién dos médicos para eventuales emergencias. Se deberá también proveer oportunamente para que un número suficiente de personas, adscritas a los servicios de comedor y de limpieza, estén disponibles para ello. Todas las personas aquí mencionadas deberán recibir la aprobación previa del Cardenal Camarlengo y de los tres Asistentes. 47. Todas las personas señaladas en el n. 46 de la presente Constitución que por cualquier motivo o en cualquier momento fueran informadas por quien sea sobre algo directa o indirectamente relativo a los actos propios de la elección y, de modo particular, de lo referente a los escrutinios realizados en la elección misma, están obligadas a estricto secreto con cualquier persona ajena al Colegio de los Cardenales electores; por ello, antes del comienzo del proceso de la elección, deberán prestar juramento según las modalidades y la fórmula indicada en el número siguiente. 48. Las personas señaladas en el n. 46 de la presente Constitución, debidamente advertidas sobre el significado y sobre el alcance del juramento que han de prestar antes del comienzo del proceso de la elección, deberán pronunciar y subscribir a su debido tiempo, ante el Cardenal Camarlengo u otro Cardenal delegado por éste, en presencia de dos Ceremonieros, el juramento según la fórmula siguiente: Yo N. N. prometo y juro observar el secreto absoluto con quien no forme parte del Colegio de los Cardenales electores, y esto perpetuamente, a menos que no reciba especiales facultades dadas expresamente por el nuevo Pontífice elegido o por sus Sucesores, acerca de todo lo que atañe directa o indirectamente a las votaciones y a los escrutinios para la elección del Sumo Pontífice. Prometo igualmente y juro que me abstendré de hacer uso de cualquier instrumento de grabación, audición o visión de cuanto, durante el período de la elección, se desarrolla dentro del ámbito de la Ciudad del Vaticano, y particularmente de lo que directa o indirectamente de algún modo tiene que ver con lasoperaciones relacionadas con la elección misma. Declaro emitir este juramento consciente de que unainfracción del mismo comportaría para mí aquellas penas espirituales y canónicas que el futuro SumoPontífice (cf. can. 1399 del C.I.C.) determine adoptar. Así Dios me ayude y estos Santos Evangelios que toco con mi mano.

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JUAN PABLO II SUMO PONTÍFICE CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA UNIVERSI DOMINICI GREGIS SOBRE LA VACANTE DE LA SEDE APOSTÓLICA Y LA ELECCIÓN DEL ROMANO PONTÍFICE JUAN PABLO II SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS PARA PERPETUA MEMORIA JUAN PABLO II siervo de los siervos de Dios para perpetua memoria Pastor de todo el rebaño del Señor es el Obispo de la Iglesia de Roma, en la cual el Bienaventurado Apóstol Pedro, por soberana disposición de la Providencia divina, dio a Cristo el supremo testimonio de sangre con el martirio. Por tanto, es comprensible que la legítima sucesión apostólica en esta Sede, con la cual «cada Iglesia debe estar de acuerdo por su alta preeminencia»,(1) haya sido siempre objeto de especial atención. Precisamente por esto los Sumos Pontífices, en el curso de los siglos, han considerado como su deber preciso, así como también su derecho específico, regular con oportunas normas la elección del Sucesor. Así, en los tiempos cercanos a nosotros, mis Predecesores san Pío X,(2) Pío XI,(3) Pío XII,(4) Juan XXIII(5) y por último Pablo VI,(6) cada uno con la intención de responder a las exigencias del momento histórico concreto, proveyeron a emanar al respecto sabias y apropiadas reglas para disponer la idónea preparación y el ordenado desarrollo de la reunión de los electores a quienes, en la vacante de la Sede Apostólica, les corresponde el importante y arduo encargo de elegir al Romano Pontífice. Si hoy me dispongo a afrontar por mi parte esta materia, no es ciertamente por la poca consideración de aquellas normas, que más bien aprecio profundamente y que en gran parte quiero confirmar, al menos en lo referente a la sustancia y a los principios de fondo que las inspiraron. Lo que me mueve a dar este paso es la conciencia de la nueva situación que está viviendo hoy la Iglesia y la necesidad, además, de tener presente la revisión general de la ley canónica, felizmente llevada a cabo, con el apoyo de todo el Episcopado, mediante la publicación y promulgación primero del Código de Derecho Canónico y después del Código de los Canones de las Iglesias Orientales. De acuerdo con esta revisión, inspirada en el Concilio Ecuménico Vaticano II, he querido sucesivamente adecuar la reforma de la Curia Romana mediante la Constitución apostólica Pastor Bonus.(7) Por lo demás, precisamente lo dispuesto en el canon 335 del Código de Derecho Canónico, y propuesto también en el canon 47 del Código de los Canones de las Iglesias Orientales, deja entrever el deber de emanar y actualizar constantemente leyes específicas, que regulen la provisión canónica de la Sede Romana cuando esté vacante por cualquier motivo. En la formulación de la nueva disciplina, aun teniendo en cuenta las exigencias de nuestro tiempo, me he preocupado de no cambiar sustancialmente la línea de la sabia y venerable tradición hasta ahora seguida. Indiscutible, verdaderamente, es el principio según el cual a los Romanos Pontífices corresponde definir, adaptándolo a los cambios de los tiempos, el modo en el cual debe realizarse la designación de la persona llamada a asumir la sucesión de Pedro en la Sede Romana. Esto se refiere, en primer lugar, al organismo al cual se le pide el cometido de proveer a la elección del Romano Pontífice: la praxis milenaria, sancionada por normas canónicas precisas, confirmadas también por una explícita disposición del vigente Código de Derecho Canónico (cf. can. 349 del C.I.C.), lo constituye el Colegio de los Cardenales de la Santa Iglesia Romana. Siendo verdad que es doctrina de fe que la potestad del Sumo Pontífice deriva directamente de Cristo, de quien es Vicario en la tierra,(8) está también fuera de toda duda que este poder supremo en la Iglesia le viene atribuido, «mediante la elección legítima por él aceptada juntamente con la consagración episcopal».(9) Muy importante es, pues, el cometido que corresponde al organismo encargado de esta elección. Por consiguiente, las normas que regulan su actuación deben ser muy precisas y claras, para que la elección misma tenga lugar del modo más digno y conforme al cargo de altísima responsabilidad que el elegido, por investidura divina, deberá asumir mediante su aceptación. Confirmando, pues, la norma del vigente Código de Derecho Canónico (cf. can. 349 C.I.C.), en el cual se refleja la ya milenaria praxis de la Iglesia, ratifico que el Colegio de los electores del Sumo Pontífice está constituido únicamente por los Padres Cardenales de la Santa Iglesia Romana. En ellos se expresan, como en una síntesis admirable, los dos aspectos que caracterizan la figura y la misión del Romano Pontífice. Romano, porque se identifica con la persona del Obispo de la Iglesia que está en Roma y, por tanto, en estrecha relación con el Clero de esta ciudad, representado por los Cardenales de los títulos presbiterales y diaconales de Roma, y con los Cardenales Obispos de las Sedes suburbicarias; Pontífice de la Iglesia universal, porque está llamado a hacer visiblemente las veces del invisible Pastor que guía todo el rebaño a los prados de la vida eterna. La universalidad de la Iglesia está, por lo demás, bien reflejada en la composición misma del Colegio Cardenalicio, formado por Purpurados de todos los continentes. En las actuales circunstancias históricas la dimensión universal de la Iglesia parece expresada suficientemente por el Colegio de los ciento veinte Cardenales electores, compuesto por Purpurados provenientes de todas las partes de la tierra y de las más variadas culturas. Por tanto, confirmo como máximo este número de Cardenales electores, precisando al mismo tiempo que no quiere ser de ningún modo indicio de menor consideración el mantener la norma establecida por mi predecesor Pablo VI, según la cual no participan en la elección aquellos que ya han cumplido ochenta años de edad el día en el que comienza la vacante de la Sede Apostólica.(1)(0) En efecto, la razón de esta disposición está en la voluntad de no añadir al peso de tan venerable edad la ulterior carga constituida por la responsabilidad de la elección de aquél que deberá guiar el rebaño de Cristo de modo adecuado a las exigencias de los tiempos. Esto, sin embargo, no impide que los Padres Cardenales mayores de ochenta años tomen parte en las reuniones preparatorias del Cónclave, según lo dispuesto más adelante. De ellos en particular, además, se espera que, durante la Sede vacante, y sobre todo durante el desarrollo de la elección del Romano Pontífice, actuando casi como guías del Pueblo de Dios reunido en las Basílicas Patriarcales de la Urbe, como también en otros templos de las Diócesis del mundo entero, ayuden a la tarea de los electores con intensas oraciones y súplicas al Espíritu Divino, implorando para ellos la luz necesaria para que realicen su elección teniendo presente solamente a Dios y mirando únicamente a la «salvación de las almas que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia».(11) Especial atención he querido dedicar a la antiquísima institución del Cónclave: su normativa y praxis han sido consagradas y definidas, al respecto, también en solemnes disposiciones de muchos de mis Predecesores. Una atenta investigación histórica confirma no sólo la oportunidad contingente de esta institución, por las circunstancias en las que surgió y fue poco a poco definida normativamente, sino también su constante utilidad para el desarrollo ordenado, solícito y regular de las operaciones de la elección misma, particularmente en momentos de tensión y perturbación. Precisamente por esto, aun consciente de la valoración de teólogos y canonistas de todos los tiempos, los cuales de forma concorde consideran esta institución como no necesaria por su naturaleza para la elección válida del Romano Pontífice, confirmo con esta Constitución su vigencia en su estructura esencial, aportando sin embargo algunas modificaciones para adecuar la disciplina a las exigencias actuales. En particular, he considerado oportuno disponer que, en todo el tiempo que dure la elección, las habitaciones de los Cardenales electores y de los que están llamados a colaborar en el desarrollo regular de la elección misma estén situadas en lugares convenientes del Estado de la Ciudad del Vaticano. Aunque pequeño, el Estado es suficiente para asegurar dentro de sus muros, gracias también a los oportunos recursos más abajo indicados, el aislamiento y consiguiente recogimiento que un acto tan vital para la Iglesia entera exige de los electores. Al mismo tiempo, considerado el carácter sagrado del acto y, por tanto, la conveniencia de que se desarrolle en un lugar apropiado, en el cual, por una parte, las celebraciones litúrgicas se puedan unir con las formalidades jurídicas y, por otra, se facilite a los electores la preparación de los ánimos para acoger las mociones interiores del Espíritu Santo, dispongo que la elección se continúe desarrollando en la Capilla Sixtina, donde todo contribuye a hacer más viva la presencia de Dios, ante el cual cada uno deberá presentarse un día para ser juzgado. Confirmo, además, con mi autoridad apostólica el deber del más riguroso secreto sobre todo lo que concierne directa o indirectamente las operaciones mismas de la elección: también en esto, sin embargo, he querido simplificar y reducir a lo esencial las normas relativas, de modo que se eviten perplejidades y dudas, y también quizás posteriores problemas de conciencia en quien ha tomado parte en la elección. Finalmente, he considerado la necesidad de revisar la forma misma de la elección, teniendo asimismo en cuenta las actuales exigencias eclesiales y las orientaciones de la cultura moderna. Así me ha parecido oportuno no conservar la elección por aclamación quasi ex inspiratione, juzgándola ya inadecuada para interpretar el sentir de un colegio electoral tan extenso por su número y tan diversificado por su procedencia. Igualmente ha parecido necesario suprimir la elección per compromissum, no sólo porque es de difícil realización, como ha demostrado el cúmulo casi inextricable de normas emanadas a este respecto en el pasado, sino también porque su naturaleza conlleva una cierta falta de responsabilidad de los electores, los cuales, en esta hipótesis, no serían llamados a expresar personalmente el propio voto. Después de madura reflexión he llegado, pues, a la determinación de establecer que la única forma con la cual los electores pueden manifestar su voto para la elección del Romano Pontífice sea la del escrutinio secreto, llevado a cabo según las normas indicadas más abajo. En efecto, esta forma ofrece las mayores garantías de claridad, nitidez, simplicidad, transparencia y, sobre todo, de efectiva y constructiva participación de todos y cada uno de los Padres Cardenales llamados a constituir la asamblea electiva del Sucesor de Pedro. Con estos propósitos promulgo la presente Constitución apostólica, que contiene las normas a las que, cuando tenga lugar la vacante de la Sede Romana, deben atenerse rigurosamente los Cardenales que tienen el derecho-deber de elegir al Sucesor de Pedro, Cabeza visible de toda la Iglesia y Siervo de los siervos de Dios. PRIMERA PARTE VACANTE DE LA SEDE APOSTÓLICA CAPÍTULO I PODERES DEL COLEGIO DE LOS CARDENALES MIENTRAS ESTÁ VACANTE LA SEDE APOSTÓLICA 1. Mientras está vacante la Sede Apostólica, el Colegio de los Cardenales no tiene ninguna potestad o jurisdicción sobre las cuestiones que corresponden al Sumo Pontífice en vida o en el ejercicio de las funciones de su misión; todas estas cuestiones deben quedar reservadas exclusivamente al futuro Pontífice. Declaro, por lo tanto, inválido y nulo cualquier acto de potestad o de jurisdicción correspondiente al Romano Pontífice mientras vive o en el ejercicio de las funciones de su misión, que el Colegio mismo de los Cardenales decidiese ejercer, si no es en la medida expresamente consentida en esta Constitución. 2. Mientras está vacante la Sede Apostólica, el gobierno de la Iglesia queda confiado al Colegio de los Cardenales solamente para el despacho de los asuntos ordinarios o de los inaplazables (cf.n.6), y para la preparación de todo lo necesario para la elección del nuevo Pontífice. Esta tarea debe llevarse a cabo con los modos y los límites previstos por esta Constitución: por eso deben quedar absolutamente excluidos los asuntos, que sea por ley como por praxis- o son potestad únicamente del Romano Pontífice mismo, o se refieren a las normas para la elección del nuevo Pontífice según las disposiciones de la presente Constitución. 3. Establezco, además, que el Colegio Cardenalicio no pueda disponer nada sobre los derechos de la Sede Apostólica y de la Iglesia Romana, y tanto menos permitir que algunos de ellos vengan menguados, directa o indirectamente, aunque fuera con el fin de solucionar divergencias o de perseguir acciones perpetradas contra los mismos derechos después de la muerte o la renuncia válida del Pontífice.(1)(2) Todos los Cardenales tengan sumo cuidado en defender tales derechos. 4. Durante la vacante de la Sede Apostólica, las leyes emanadas por los Romanos Pontífices no pueden de ningún modo ser corregidas o modificadas, ni se puede añadir, quitar nada o dispensar de una parte de las mismas, especialmente en lo que se refiere al ordenamiento de la elección del Sumo Pontífice. Es más, si sucediera eventualmente que se hiciera o intentara algo contra esta disposición, con mi suprema autoridad lo declaro nulo e inválido. 5. En el caso de que surgiesen dudas sobre las disposiciones contenidas en esta Constitución, o sobre el modo de llevarlas a cabo, dispongo formalmente que todo el poder de emitir un juicio al respecto corresponde al Colegio de los Cardenales, al cual doy por tanto la facultad de interpretar los puntos dudosos o controvertidos, estableciendo que cuando sea necesario deliberar sobre estas o parecidas cuestiones, excepto sobre el acto de la elección, sea suficiente que la mayoría de los Cardenales reunidos esté de acuerdo sobre la misma opinión. 6. Del mismo modo, cuando se presente un problema que, a juicio de la mayor parte de los Cardenales reunidos, no puede ser aplazado posteriormente, el Colegio de los Cardenales debe disponer según el parecer de la mayoría. CAPÍTULO II LAS CONGREGACIONES DE LOS CARDENALES PARA PREPARAR LA ELECCIÓN DEL SUMO PONTÍFICE 7. Durante la Sede vacante tendrán lugar dos clases de Congregaciones de los Cardenales: una general, es decir, de todo el Colegio hasta el comienzo de la elección, y otra particular. En las Congregaciones generales deben participar todos los Cardenales no impedidos legítimamente, apenas son informados de la vacante de la Sede Apostólica. Sin embargo, a los Cardenales que, según la norma del n. 33 de esta Constitución, no tienen el derecho de elegir al Pontífice, se les concede la facultad de abstenerse, si lo prefieren, de participar en estas Congregaciones generales. La Congregación particular está constituida por el Cardenal Camarlengo de la Santa Iglesia Romana y por tres Cardenales, uno por cada Orden, extraídos por sorteo entre los Cardenales electores llegados a Roma. La función de estos tres Cardenales, llamados Asistentes, cesa al cumplirse el tercer día, y en su lugar, siempre mediante sorteo, les suceden otros con el mismo plazo de tiempo incluso después de iniciada la elección. Durante el período de la elección las cuestiones de mayor importancia, si es necesario, serán tratadas por la asamblea de los Cardenales electores, mientras que los asuntos ordinarios seguirán siendo tratados por la Congregación particular de los Cardenales. En las Congregaciones generales y particulares, durante la Sede vacante, los Cardenales vestirán el traje talar ordinario negro con cordón rojo y la faja roja, con solideo, cruz pectoral y anillo. 8.En las Congregaciones particulares deben tratarse solamente las cuestiones de menor importancia que se vayan presentando diariamente o en cada momento. Si surgieran cuestiones más importantes y que merecieran un examen más profundo, deben ser sometidas a la Congregación general. Además, todo lo que ha sido decidido, resuelto o denegado en una Congregación particular no puede ser revocado, cambiado o concedido en otra; el derecho de hacer esto corresponde únicamente a la Congregación general y por mayoría de votos. 9. Las Congregaciones generales de los Cardenales tendrán lugar en el Palacio Apostólico Vaticano o, si las circunstancias lo exigen, en otro lugar más oportuno a juicio de los mismos Cardenales. Preside estas Congregaciones el Decano del Colegio o, en el caso de que esté ausente o legítimamente impedido, el Vicedecano. En el caso de que uno de ellos o los dos no gocen, según la norma del n. 33 de esta Constitución, del derecho de elegir al Pontífice, presidirá las asambleas de los Cardenales electores el Cardenal elector más antiguo, según el orden habitual de precedencia. 10. El voto en las Congregaciones de los Cardenales, cuando se trate de asuntos de mayor importancia, no debe ser dado de palabra, sino de forma secreta. 11. Las Congregaciones generales que preceden el comienzo de la elección, llamadas por eso «preparatorias», deben celebrarse a diario, a partir del día establecido por el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana y por el primer Cardenal de cada orden entre los electores, incluso en los días en que se celebran las exequias del Pontífice difunto. Esto debe hacerse para que el Cardenal Camarlengo pueda oír el parecer del Colegio y darle las comunicaciones que crea necesarias u oportunas; y también para permitir a cada Cardenal que exprese su opinión sobre los problemas que se presenten, pedir explicaciones en caso de duda y hacer propuestas. 12. En las primeras Congregaciones generales se proveerá a que cada Cardenal tenga a disposición un ejemplar de esta Constitución y, al mismo tiempo, se le dé la posibilidad de proponer eventualmente cuestiones sobre el significado y el cumplimiento de las normas establecidas en la misma. Conviene, además, que sea leída la parte de esta Constitución que hace referencia a la vacante de la Sede Apostólica. Al mismo tiempo, todos los Cardenales presentes deben prestar juramento de observar las disposiciones contenidas en ella y de guardar el secreto. Este juramento, que debe ser hecho también por los Cardenales que habiendo llegado con retraso participen más tarde en estas Congregaciones, será leído por el Cardenal Decano o, eventualmente por otro presidente del Colegio (conforme a la norma establecida en el n. 9 de esta Constitución) en presencia de los otros Cardenales según la siguiente fórmula: Nosotros, Cardenales de la Santa Iglesia Romana, del Orden de los Obispos, del de los Presbíteros y del de los Diáconos, prometemos, nos obligamos y juramos, todos y cada uno, observar exacta y fielmente todas las normas contenidas en la Constitución apostólica Universi Dominici Gregis del Sumo Pontífice Juan Pablo II, y mantener escrupulosamente el secreto sobre cualquier cosa quede algún modo tenga que ver con la elección del Romano Pontífice, o que por su naturaleza, durante la vacante de la Sede Apostólica, requiera el mismo secreto. Seguidamente cada Cardenal dirá: Y Yo, N.Cardenal N. prometo, me obligo y juro. Y poniendo la mano sobre los Evangelios, añadirá: Así me ayude Dios y estos Santos Evangelios que toco con mi mano.13. En una de las Congregaciones inmediatamente posteriores, los Cardenales deberán, en conformidad con el orden del día preestablecido, tomar las decisiones más urgentes para el comienzo del proceso de la elección, es decir: a)establecer el día, la hora y el modo en que el cadáver del difunto Pontífice será trasladado a la Basílica Vaticana, para ser expuesto a la veneración de los fieles; b)disponer todo lo necesario para las exequias del difunto Pontífice, que se celebrarán durante nueve días consecutivos, y fijar el inicio de las mismas de modo que el entierro tenga lugar, salvo motivos especiales, entre el cuarto y el sexto día después de la muerte; c)pedir a la Comisión, compuesta por el Cardenal Camarlengo y por los Cardenales que desempeñan respectivamente el cargo de Secretario de Estado y de Presidente de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano, que disponga oportunamente tanto los locales de la Domus Sanctae Marthae para el conveniente alojamiento de los Cardenales electores, como las habitaciones adecuadas para los que están previstos en el n. 46 de la presente Constitución, y que, al mismo tiempo, provea a que esté dispuesto todo lo necesario para la preparación de la Capilla Sixtina, a fin de que las operaciones relativas a la elección puedan desarrollarse de manera ágil, ordenada y con la máxima reserva, según lo previsto y establecido en esta Constitución; d)confiar a dos eclesiásticos de clara doctrina, sabiduría y autoridad moral, el encargo de predicar a los mismos Cardenales dos ponderadas meditaciones sobre los problemas de la Iglesia en aquel momento y la elección iluminada del nuevo Pontífice; al mismo tiempo, quedando firme lo dispuesto en el n. 52 de esta Constitución, determinen el día y la hora en que debe serles dirigida la primera de dichas meditaciones; e)aprobar bajo propuesta de la Administración de la Sede Apostólica o, en la parte que le corresponde, del Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano-, los gastos necesarios desde la muerte del Pontífice hasta la elección del sucesor; f)leer, si los hubiere, los documentos dejados por el Pontífice difunto al Colegio de Cardenales; g)cuidar que sean anulados el Anillo del Pescador y el Sello de plomo, con los cuales son enviadas las Cartas Apostólicas; h)asignar por sorteo las habitaciones a los Cardenales electores; i) fijar el día y la hora del comienzo de las operaciones de voto. CAPÍTULO III ALGUNOS CARGOS DURANTE LA SEDE APOSTÓLICA VACANTE 14. Según el art. 6 de la Constitución apostólica Pastor Bonus,(1)(3) a la muerte del Pontífice todos los Jefes de los Dicasterios de la Curia Romana, tanto el Cardenal Secretario de Estado como los Cardenales Prefectos y los Presidentes Arzobispos, así como también los Miembros de los mismos Dicasterios, cesan en el ejercicio de sus cargos. Se exceptúan el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana y el Penitenciario Mayor, que siguen ocupándose de los asuntos ordinarios, sometiendo al Colegio de los Cardenales todo lo que debiera ser referido al Sumo Pontífice. Igualmente, de acuerdo con la Constitución Apostólica Vicariae Potestatis (n. 2 1),(1)(4) el Cardenal Vicario General de la diócesis de Roma no cesa en su cargo durante la vacante de la Sede Apostólica y tampoco cesa en su jurisdicción el Cardenal Arcipreste de la Basílica Vaticana y Vicario General para la Ciudad del Vaticano. 15. En el caso de que a la muerte del Pontífice o antes de la elección del Sucesor estén vacantes los cargos de Camarlengo de la Santa Iglesia Romana o de Penitenciario Mayor, el Colegio de los Cardenales debe elegir cuanto antes al Cardenal o, si es el caso, los Cardenales que ocuparán su cargo hasta la elección del nuevo Pontífice. En cada uno de los casos citados la elección se realiza por medio de votación secreta de todos los Cardenales electores presentes, por medio de papeletas, que serán distribuidas y recogidas por los Ceremonieros y abiertas después en presencia del Camarlengo y de los tres Cardenales Asistentes, si se trata de elegir al Penitenciario Mayor; o de los citados tres Cardenales y del Secretario del Colegio de los Cardenales si se debe elegir al Camarlengo. Resultará elegido y tendrá ipso facto todas las facultades correspondientes al cargo aquél que haya obtenido la mayoría de los votos. En el caso de empate, será designado quien pertenezca al orden más elevado y, dentro del mismo orden, quien haya sido creado primero Cardenal. Hasta que no haya sido elegido el Camarlengo, ejerce sus funciones el Decano del Colegio o, en su ausencia o si está legítimamente impedido, el Vicedecano o el Cardenal más antiguo según el orden de precedencia conforme al n. 9 de esta Constitución, el cual puede tomar sin ninguna dilación las decisiones que las circunstancias aconsejen. 16. En cambio, si durante la Sede vacante falleciese el Vicario General de la Diócesis de Roma, el Vicegerente en funciones ejercerá también la función propia del Cardenal Vicario además de su jurisdicción ordinaria vicaria.(1)(5) Si también faltase el Vicegerente, el Obispo Auxiliar más antiguo en el nombramiento desempeñará las funciones. 17. Apenas recibida la noticia de la muerte del Sumo Pontífice, el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana debe comprobar oficialmente la muerte del Pontífice en presencia del Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, de los Prelados Clérigos y del Secretario y Canciller de la Cámara Apostólica, el cual deberá extender el documento o acta auténtica de muerte. El Camarlengo debe además sellar el estudio y la habitación del mismo Pontífice, disponiendo que el personal que vive habitualmente en el apartamento privado pueda seguir en él hasta después de la sepultura del Papa, momento en que todo el apartamento pontificio será sellado; comunicar la muerte al Cardenal Vicario para la Urbe, el cual dará noticia al pueblo romano con una notificación especial; igualmente al Cardenal Arcipreste de la Basílica Vaticana; tomar posesión del Palacio Apostólico Vaticano y, personalmente o por medio de un delegado suyo, de los Palacios de Letrán y de Castel Gandolfo, ejerciendo su custodia y gobierno; establecer, oídos los Cardenales primeros de los tres órdenes, todo lo que concierne a la sepultura del Pontífice, a menos que éste, cuando vivía, no hubiera manifestado su voluntad al respecto; cuidar, en nombre y con el consentimiento del Colegio de los Cardenales, todo lo que las circunstancias aconsejen para la defensa de los derechos de la Sede Apostólica y para una recta administración de la misma. De hecho, es competencia del Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, durante la Sede vacante, cuidar y administrar los bienes y los derechos temporales de la Santa Sede, con la ayuda de los tres Cardenales Asistentes, previo el voto del Colegio de los Cardenales, una vez para las cuestiones menos importantes, y cada vez para aquéllas más graves. 18. El Cardenal Penitenciario Mayor y sus Oficiales, durante la Sede vacante, podrán llevar a cabo todo lo que ha sido establecido por mi Predecesor Pío XI en la Constitución apostólica Quae divinitus, del 25 de marzo de 1935,(1)(6) y por mí mismo en la Constitución apostólica Pastor Bonus.(1)(7) 19. El Decano del Colegio de los Cardenales, sin embargo, apenas haya sido informado por el Cardenal Camarlengo o por el Prefecto de la Casa Pontificia de la muerte del Pontífice, tiene la obligación de dar la noticia a todos los Cardenales, convocándolos para las Congregaciones del Colegio. Igualmente comunicará la muerte del Pontífice al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y a los Jefes de Estado de las respectivas Naciones. 20. Durante la vacante de la Sede Apostólica, el Sustituto de la Secretaría de Estado así como el Secretario para las Relaciones con los Estados y los Secretarios de los Dicasterios de la Curia Romana conservan la dirección de la respectiva oficina y responden de ello ante el Colegio de los Cardenales. 21. De la misma manera, no cesan en el cargo y en las propias facultades los Representantes Pontificios. 22. También el Limosnero de Su Santidad continuará en el ejercicio de las obras de caridad, con los mismos criterios usados cuando vivía el Pontífice; y dependerá del Colegio de los Cardenales hasta la elección del nuevo Pontífice. 23. Durante la Sede vacante, todo el poder civil del Sumo Pontífice, concerniente al gobierno de la Ciudad del Vaticano, corresponde al Colegio de los Cardenales, el cual sin embargo no podrá emanar decretos sino en el caso de urgente necesidad y sólo durante la vacante de la Santa Sede. Dichos decretos serán válidos en el futuro solamente si los confirma el nuevo Pontífice.

CARTA DEL OBISPO DE MÁLAGA ANTE LA MUERTE DEL SANTO PADRE

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Un espléndido testimonio de amor a la vida Carta del Obispo de Málaga Juan Pablo II ha muerto, aunque los católicos sabemos que “ha nacido a la Vida”, porque mientras estamos celebrando la resurrección de Jesucristo, ha pasado al hogar de Dios, nuestro querido Padre. Y en “la hora de la verdad” nos ha dejado un espléndido testimonio sobre la manera de afrontar la enfermedad, la ancianidad y la muerte. Dicen los especialistas que, entre los ciudadanos de las sociedades modernas, ha disminuido el nivel de tolerancia frente al fracaso, a la contrariedad y al sufrimiento. O lo que es lo mismo, que hoy son muchos los que carecen de la fortaleza interior que les permita vivir y disfrutar de la vida sin caer en la frustración y la desesperanza ante las dificultades. La legítima lucha contra el sufrimiento y a favor del bienestar y la calidad de vida se está convirtiendo en lo que algunos expertos han denominado ya “la religión de la salud”. Muchas personas jóvenes, educadas en un clima de permisividad y abundancia, tienen dificultad para asumir con realismo la existencia cotidiana con su precariedad y sus limitaciones intrínsecas, porque nadie les ha enseñado a afrontar los problemas y controlar sus impulsos a la luz de un proyecto. Esta falta de fortaleza interior y de una escala de valores repercute negativamente sobre su capacidad para aceptar los fracasos, resolver las dificultades de la convivencia y asumir esa cuota normal de sufrimiento que conlleva toda existencia humana. En este contexto cultural, ha resultado luminoso y alentador el testimonio del Papa Juan Pablo II. No sólo ha proclamado el Evangelio de la vida cuando era joven y fuerte, sino que lo ha seguido haciendo desde la debilidad. Cargado de años y de achaques físicos, ha afrontado el sufrimiento y la ancianidad sin perder la alegría de vivir y la fuerza de la esperanza que procede de la fe. Lejos de aislarse y encerrarse en sí mismo, ha querido permanecer atento a las cuestiones diarias para vivirlas desde la sabiduría que le han proporcionado el Evangelio de Jesucristo y el trato asiduo con Dios. Ha sido en estos últimos años, en la cima de la edad, cuando sus palabras, apenas inteligibles desde el punto físico, han alcanzado esa autoridad que dan los años vividos y la proximidad al acontecimiento decisivo de toda vida humana. Mediante mensajes breves y profundos, que frecuentemente tenían que leer otros, nos ha seguido hablando de Dios, de su amor incondicional al hombre, de la fuerza redentora de la cruz de Jesucristo, de la fe que ilumina el dolor, del valor de la ancianidad y de la esperanza en la vida eterna. Los numerosos mensajes de esperanza que, a lo largo de sus casi veintisiete años de pontificado, ha dirigido a los enfermos, a los que sufren, a los que no pueden valerse por sí mismos, a los ancianos y a los que presienten la proximidad de la muerte, han alcanzado su mayor grandeza y autenticidad en este momento de su vida. Como dijo a todos en su día y ha repetido sin cesar a los jóvenes, ha vuelto a proclamar, con su vida, a los enfermos, a los ancianos, a todos los que sufren y cuantos han querido escucharle: “No tengáis miedo”, “abrid de par en par las puertas a Jesucristo”. Sólo él y Dios conocen los motivos últimos de sus decisiones finales, pero seguramente han tenido mucho que ver con esas palabras que dijo a las personas mayores, durante su visita a Nigeria el año 1982: “Los que estáis en edad avanzada sois los primeros ciudadanos. Habéis soportado el ardor del día en la lucha de la vida y acumulado mucho conocimiento, sabiduría y experiencia. Compartido con la generación más joven. Vosotros tenéis algo muy importante que ofrecer al mundo y vuestra contribución se purifica y enriquece a través de la paciencia y el amor cuando estáis unidos a Cristo”. Es lo que ha hecho con su palabra y su vida hasta el último aliento. + Antonio Dorado Soto Obispo de Málaga

GRANADA: ANTE LA MUERTE DEL SANTO PADRE

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GRANADA. 2/04/2005. Tras la noticia del fallecimiento de SS Juan Pablo II, esta noche 2 de abril a las 21:37, el arzobispo de Granada, D.Javier Martínez Fernández ha realizado las siguientes declaraciones: “En estos momentos de dolor, por una parte, y también de gratitud inmensa al Señor, yo quiero expresar sobre todo esa gratitud. El Señor nos ha concedido al Pueblo cristiano y al mundo entero, un hombre de una humanidad excepcional, justamente porque su vida era por entero, como decía su propio lema, “Todo Tuyo”; su vida era por entero de Dios. Y eso le ha hecho posible amar al hombre, a todos los hombres, y a cada uno de una manera especial, de un modo extraordinario hasta el fin de su vida, dando testimonio de amor a la humanidad. Y eso es una gracia enorme, en un mundo tan sin referencias, y en un mundo tan sin figuras a las que mirar, como el nuestro. Hemos tenido un Padre excepcional. Un hombre de Dios, excepcional. Un gran santo de cerca. Porque todos hemos podido ver el don de su vida. Y eso es un regalo que nunca le agradeceremos a Dios bastante. Luego, en un momento así, hay también para muchas personas, a lo mejor, la preocupación por el futuro. Y yo ahí quisiera decir, sencillamente, que el Señor no ha dejado jamás de darle a su Iglesia lo mejor en cada momento. Entonces, no hay lugar para la tentación. Hay que orar por aquellos que tienen la responsabilidad de elegir al nuevo pontífice para que el Señor les dé sabiduría, pero con la certeza de saber que el Señor no abandona a su Iglesia: no la ha abandonado nunca y no la abandonará nunca jamás. Y en esa certeza y en esa alegría vivimos quienes tenemos Fe”. En estos momentos se está celebrando una vigilia de oración en la Parroquia del Sagrario de Granada. El sonido de las campanas de la catedral inunda la noche de toda la ciudad tocando a duelo.

TENERIFE CON EL PAPA

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El obispo de Tenerife, D. Felipe Fernández, pidió ayer 1 de abril, ante el agravamiento del estado de salud del Papa, a todos los diocesanos que recen por el Pontífice porque «es la mejor manera de estar unidos a Juan Pablo II».

Una nota del Obispado de Tenerife indica que Felipe Fernández continúa con el desarrollo de su agenda aunque está puntualmente informado de la evolución del estado de salud del Papa.

En sus visitas de ayer a un colegio religioso, el obispo oró públicamente por el Pontífice «con el rezo del Ave María, pues Juan Pablo II siempre ha comunicado su intensa devoción por la Virgen».

El obispo indica en la nota que ha insistido en la parte de la oración «en que pedimos a la Virgen que nos auxilie ahora y en la hora de nuestra muerte, rogándole que ayude al Papa a entregar su vida a Dios en estos momentos finales con serenidad».

De producirse el fallecimiento del Pontífice, la Diócesis comunicará la celebración de un funeral por su eterno descanso y solicitará que todas las campanas doblen en señal de duelo una vez que exista confirmación oficial de la muerte.

JUAN PABLO II EN ANDALUCÍA EN 1993

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El 12 de junio de 1993 el Papa Juan Pablo II realizó su cuarta visita a España con motivo del Cuadragésimo Quinto Congreso Eucarístico Internacional. Sevilla tuvo la oportunidad de pasar unos intensos días con SS Juan Pablo II.


Juan Pablo II fue recibido en el aeropuerto por Sus Majestades los Reyes y el arzobispo de Sevilla, Mons. Carlos Amigo Vallejo. Tras una breve conversación con Don Juan Carlos, el Papa escuchó junto a los Reyes el Himno Pontificio y la Marcha Real. Entre cánticos, Juan Pablo II saludó al legado pontificio, el Nuncio de España y los representantes de la Conferencia Episcopal Española, así como también a las autoridades civiles.

 

Tras las el protocolo de bienvenida, el Rey dirigió unas palabras al Papa: “Permitidme expresaros la satisfacción y el honor que sentimos al recibiros hoy… Los Sevillanos y los onubenses, en nombre de esta noble región de Andalucía, como los habitantes de Madrid, encrucijada de los caminos de una España que se enriquece con la diversidad de sus pueblos, están deseosos de recibir a Vuestra Santidad, portador de un mensaje de paz universal y esperanza, que habéis llevado infatigablemente por todos los itinerarios del mundo”.

 

En el primer discurso del viaje apostólico recordó a los “amadísimos hermanos y hermanas de Sevilla, de Andalucía y de España entera” su primera visita a Sevilla: “Al llegar de nuevo a esta bendita tierra, viene espontáneamente a mi memoria el recuerdo de mi primera visita el 5 de noviembre de 1982, cuando tuve la dicha de compartir una inolvidable jornada de fe y esperanza con los hijos e hijas de Sevilla y declarar Beata a Sor Ángela de la Cruz, ejemplo luminoso de santidad de amor al prójimo”. Acto seguido mostró su intención de “celebrar con vosotros este misterio del Amor eucarístico para insertarlo más profundamente en la vida y en la historia de este noble pueblo, sediento de Dios de valores espirituales, de hermandad… Vengo como peregrino de amor y esperanza, con el deseo de alentar el impuso evangelizador y apostólico de la Iglesia en España. Vengo también para compartir vuestra fe, vuestros afanes, alegrías y sufrimientos.”

 

Al mediodía Juan Pablo II llegó a la plaza Virgen de los Reyes, donde miles de personas le esperaban para verle y animarle. Inmediatamente después se dirigió a la Giralda donde le esperaban el entonces arzobispo de Madrid, Ángel Suquía, y el arzobispo de Sevilla junto a otras autoridades civiles como el también entonces alcalde de Sevilla, Alejandro Rojas-Marcos. Su discurso de apenas diez minutos fue interrumpido hasta en diez ocasiones por las aclamaciones de los feligreses. Juan Pablo II tuvo palabras para “las dos devociones” sin las cuales la historia de la Iglesia hispalense no se entendería: “la devoción al Santísimo Sacramento y la devoción a la Virgen María”. Y añadió el deseo de “invitar a todos a rogar a María que conserve y acreciente siempre, en esta Sevilla suya, la riqueza, a la vez profunda y popularmente arraigada, del culto y de la piedad eucarística”. 

 

Juan Pablo II llegó a la catedral con casi una hora de retraso,  través de la puerta interior de la Giralda. En un acto privado oró ante la imagen de la Patrona de la Diócesis junto al arzobispo de Sevilla. Después se inició la adoración al Santísimo, cuando llegó el momento de la homilía pronunció: “es importante que vivamos y enseñemos a vivir el misterio total de la Eucaristía, sacramento del sacrificio, del banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador” y continuó “la eucaristía es fuente y culmen de toda evangelización”. Para esta evangelización rogó “que surjan muchas vocaciones de apóstoles, de misioneros, para llevar este evangelio de salvación hasta los confines del mundo”.

A las cinco de la tarde presidió en el Palacio de los Deportes de Sevilla la Santa Misa de Ordenaciones Sacerdotales. Desde dos horas antes se reunieron miles de personas esperando al Santo Padre. Exhortó a los presbíteros recién ordenados a ser “pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo, no a la fuerza, sino también de buena gana como Dios quiere”. Por otra parte Juan Pablo II definió al sacerdote como hombre de oración y citó a san Juan de Ávila, patrono del clero secular español. Respecto al celibato dijo “desde la plena configuración a Cristo es como se entiende la Iglesia latina, que exige a todos los sacerdotes el celibato”, y añadió “esta voluntad de la Iglesia encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia”.

 

Juan Pablo II también tuvo un encuentro con los jóvenes en la Plaza Virgen de los Reyes a las nueve menos veinte de la tarde. El Papa dijo a los jóvenes: “somos jóvenes creyentes que queremos seguir a Jesús. Aquél que se hace presente en la Eucaristía, y nos llama a vivir como El vivió: haciendo el bien hasta dar la vida. Creemos hoy más que nunca que Él es la verdadera respuesta a Dios y a toda la humanidad”.

 

El día 13 de Junio estuvo dedicado por completo al Cuadragésimo Quinto Congreso Eucarístico Internacional, que concluyó el mismo día. El Papa clausuró el congreso junto a la familia Real. El congreso estuvo dedicado a las injusticias y desigualdades que afectan al mundo. Las palabras del Papa estuvieron empapadas de su encíclica sobre doctrina social “Solicitudo rei socialis”. Juan Pablo II partió de la Eucaristía y del misterio de la comunión que conlleva el hecho de pertenecer a una misma familia humana para dar respuesta a los problemas del mundo. Durante la Eucaristía dijo que “no se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos. El sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. Es una contradicción inaceptable comer indignamente el Cuerpo de Cristo desde la división y la discriminación”. También tuvo unas palabras para los trabajadores, pidiendo a los empresarios y dirigentes del país que hicieran todo lo que estuviera en sus manos para “luchar contra la pobreza y el paro humanizando las relaciones laborales y poniendo siempre a la persona humana por encima de los intereses del grupo”. El primer acto social que realizó después de este Congreso fue inaugurar en la localidad de Dos Hermanas una residencia de ancianos.

 

El 14 de junio Juan Pablo II estuvo en el Santuario de Ntra Señora del Rocío. El Papa oró largamente ante la imagen de la Blanca Paloma, rodeado de un impresionante silencio de todos los rocieros que aguardaban en el exterior del Santuario. Luego recorrió la nave central del templo, a lo largo de la que se habían colocado los simpecados de todas las Hermandades filiales, y que el Papa fue bendiciendo a su paso.

 

Fue la visita del Papa a la diócesis de Huelva una visita «bajo el signo de María». Los tres actos esenciales tuvieron lugar ante veneradas imágenes de Nuestra Señora. Y en los tres el Papa propuso a María como modelo acabado y perfecto de vida evangélica, faro y guía de la «nueva evangelización», a la que la Iglesia entera es hoy llamada en los umbrales del tercer milenio cristiano.

Pocos días después de su regreso a Roma, el 19 de junio, el Santo Padre dirigió al Obispo de Huelva y a su Obispo Coadjutor un telegrama en el que agradece la cariñosa acogida y el vivo afecto que en todo momento le demostraron los fieles de Huelva, Moguer, Palos, La Rábida y El Rocío. Junto con el aprecio y filial devoción a la persona del Vicario de Cristo, y la atención a su magisterio, el Papa pudo valorar el fervor mariano de su gente, y la conciencia viva del pasado histórico del nacimiento de la América actual.

«Al finalizar mi visita pastoral a esa diócesis quiero expresar mi profunda gratitud a usted obispo coadjutor sacerdotes religiosos religiosas y fieles por cariñosa acogida y vivo afecto que han acompañado cada momento de mi estancia en Huelva Moguer Palos La Rábida y El Rocío. Stop.A tales muestras de adhesión a mi persona correspondo con mis oraciones al Señor para que siga alentando vida cristiana de esa Iglesia particular que se precia de ser cuna del descubrimiento y que tan generosamente contribuyo en evangelización del nuevo mundo. Stop. Mientras invoco intercesión maternal de la Santísima Virgen para que la arraigada devoción mariana del querido pueblo onubense sea fuente de testimonio cristiano imparto de corazón la bendición apostólica»

Ioannes Paulus PP II»


El por aquel entonces Sr. Obispo, Rafael González Moralejo y su Obispo Coadjutor, D. Ignacio Carmona (hoy obispo titular de la Diócesis de Huelva) por su parte, interpretando el unánime sentir de la comunidad diocesana, respondieron con el siguiente texto remitido por telefax:

«Santidad:

Profundamente emocionado por las muchas muestras de afecto de Vuestra Santidad a esta diócesis, quiero manifestaros nuestro sincero agradecimiento por vuestra bendición apostólica a todo el Pueblo de Dios en Huelva, y por vuestras oraciones a María en su favor. En nombre propio y de mi obispo coadjutor, de los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, de todas las familias cristianas, y de las autoridades de nuestra ciudad y provincia, deseo reiteraros nuestro afecto y reconocimiento por vuestra visita pastoral, explícitamente realizada en acción de gracias al señor por la contribución de nuestros cristianos a la gesta descubridora y a la evangelización de las américas. Nunca olvidará este pueblo vuestra admirable peregrinación apostólica por los históricos lugares colombinos, Huelva, Moguer, Palos, La Rábida y El Rocío, así como el rico magisterio impartido por Vuestra Santidad, que nos hace sentirnos comprometidos, de cara al futuro, a avanzar por los caminos de la nueva evangelización.

† Rafael, obispo de Huelva

† Ignacio, obispo coadjutor»

Días después, los Señores Obispos, D. Rafael y D. Ignacio, dirigieron a los fieles de la diócesis una carta pastoral, recordando el significado de los actos celebrados en medio de tanta emoción, y agradeciendo la colaboración desinteresada de tantas personas.

«Queridos diocesanos:

La jornada del 14 de Junio de 1993 quedará grabada en la memoria y en el corazón de los onubenses, y en la historia de esta Diócesis y Provincia. El Papa Juan Pablo II ha pisado estas tierras ribereñas del Tinto y del Odiel, las mismas que, hace cinco siglos, fueron escenario de la gestación y del comienzo de la gran epopeya descubridora y evangelizadora de América.

Juan Pablo II ha venido a Huelva a clausurar los actos conmemorativos del V Centenario de la evangelización de América. Ha celebrado la Eucaristía ante la imagen venerada de la Virgen de la Cinta, patrona de la ciudad y abogada de los marineros onubenses. Ha coronado canónicamente la imagen de la Virgen de los Milagros, Santa María de la Rábida, ante la que oraron Colón y sus compañeros, invocando su protección maternal para el viaje descubridor. Y se ha postrado a los pies de la Virgen del Rocío en el santuario de las marismas almonteñas, centro y foco de la devoción andaluza a la Madre de Dios. No sólo nos ha traído la alegría de su presencia, sino también -sobre todo- el magisterio y el aliento esperanzador de su palabra, que ha hecho del recuerdo de la evangelización de América estímulo y energía que nos ayuden a emprender una nueva evangelización de nuestra sociedad hoy y de cara al futuro siglo XXI.

Tiempo habrá para ir desgranando el mensaje –denso, luminoso y certero– que el Vicario de Cristo nos ha dirigido a los onubenses para confirmarnos en la fe. Ahora es el momento de expresar nuestra gratitud: en primer lugar, a todos los onubenses, los de la ciudad y los de la provincia entera. En Huelva, en su recorrido por Moguer y Palos, en La Rábida y en el Rocío, en todas partes, el Papa se ha visto rodeado de hombres y mujeres de nuestra tierra, cristianos de toda edad y condición, que de forma cálida y entusiasta le han manifestado su cariño y su adhesión como Vicario de Jesucristo.

Como bien sabéis, preparar una visita de esta índole, compleja y difícil en su organización, no era cosa fácil. La Comisión diocesana se hubiera sentido impotente, de no ser por las ayudas sobre todo humanas, que tan generosamente nos brindaron numerosas instituciones públicas y privadas. Queremos, por ello, agradecer las que, ante todo, provinieron de la Casa Real, del Estado y de la Comunidad Autónoma, así como de la Diputación provincial, y de los Ayuntamientos de Huelva, Moguer, Palos de la Frontera y Almonte. Pero también destacaremos la labor de los cuerpos de Seguridad nacionales y locales, Bomberos, Protección civil, Sanidad, etc., que hicieron posible el desarrollo ejemplar de todos los actos de la visita papal.

La Comisión organizadora contó en todo momento con la colaboración de las Parroquias, de sus Asociaciones y Hermandades, tanto de la ciudad como de la provincia, y de numerosas personas que nos ayudaron de forma desinteresada y entusiasta.

Llegue a todos nuestro más sincero reconocimiento y profunda gratitud, extensivos a las numerosas empresas y entidades financieras, y a tantas personas cuya enumeración es imposible hacer en el breve espacio de esta nota.

Vaya, finalmente, nuestro agradecimiento a los medios de comunicación social -prensa, radio, televisión- por la amplia y detallada información que han ofrecido de todos los actos de la visita papal.

Gracias, sobre todo, a Dios que ha querido bendecir a nuestro pueblo.

Huelva, 15 de Junio de 1993.

†Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva

†Ignacio Noguer Carmona, Obispo Coadjutor”

 

 

JUAN PABLO II EN ANDALUCÍA EN 1982

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En 1982, a los cuatro años de haber sido elegido Sumo Pontífice, Juan Pablo II iniciaba su primera Visita Apostólica a España.

 

El 5 de noviembre el Papa Juan Pablo II pisaba tierras andaluzas. La beatificación de Sor Ángela de la Cruz, en Sevilla, y un encuentro con educadores, en Granada, fueron los dos actos principales en este primer viaje a Andalucía.


 

VISITA A SEVILLA

 

A las 8:30 de la mañana aterrizaba en el aeropuerto de Sevilla, acompañado del Arzobispo de Sevilla, siendo de recibido por sevillanas, por los coros Ciudad de Sevilla y San Ildefonso de Mairena del Aljarafe. Allí le esperaban para acogerlo los obispos de Badajoz, Cádiz, Jerez, Córdoba, Huelva, Canarias, Coria-Cáceres y Guadix. A las 9:00 fue recibido en el Ayuntamiento donde en un acto muy sencillo se le hizo entrega de las llaves de la ciudad.

 

A las 9:15 comenzó el traslado en coche descubierto al recinto ferial en el que sería la beatificación de Sor Ángela. Una vez en el recinto recorrió todas las calles interiores saludando a los cerca de 500.000 fieles que le esperaban. A las 10:00 comenzó la concelebración eucarística y la bestificación de Sor Ángela.

 

A las 12:15, una vez finalizada la celebración, se trasladó a la Catedral, entrando por la Puerta de la Virgen de los Reyes. Allí visitó la Catedral y rezó ante Nuestra Señora delos Ryes, Patrona de la Archidiócesis.

 

A las 13:00 se trasladó al Arzobispado. Posteriormente veneró los restos mortales de la Beata Ángela de la Cruz. A las 16:00 llegaba al aeropuerto para partir a Granada a las 16:15.

 

Llegada al aeropuerto

A las nueve menos cuarto de la mañana llegaba a Sevilla Juan Pablo II, recibiendo los primeros testimonios de fervor y de simpatía nada más aparecer en la escalerilla del avión, acompañado de monseñor Carlos Amigo. El ilustre viajero, Peregrino de la Paz, fue recibido por el presidente deJa Junta de Andalucía, Rafael Escuredo, y otras autoridades, así como por el numeroso público desplazado al aeropuerto para darle la bienvenida. Ls mismas muestras de afecto y de gratitud por la visita las recibió el Papa a lo largo de su recorrido, durante las horas de su estancia en Sevilla, por los centenares de miles de personas que presenciaron su paso.

 

Bienvenida por sevillanas

Al llegar a San Pablo, Su Santidad presenció un baile por sevillanas como expresión jubilosa de bienvenida. A su término, el Papa se acercó a los componentes del grupo, a los que dedicó cordiales frases, recibiendo de ellos muestras inequívocas de emoción y de alegría.

 

Casi doce horas de espera

Desde las primeras horas de la noche, numerosas personas de todas las edades fueron ocupando sitio en el campo de feria y en los lugares por donde habría de pasar el Papa, con asientos o sin ellos, en una ilusionada espera que duraría hasta el inicio de la ceremonia. Una madrugada larga, vencida por el deseo de ver a Su Santidad y de participar en la memorable celebración. Al amanecer ya estaban ocupadas casi la mitad de las plazas disponibles.

 

La ilusión y el amor cubrieron la carrera

Miles de sevillanos hubieron de contentarse con ver al Papa fuera del recinto del campo de feria, en las calles de acceso, en el recorrido hasta a Catedral y en la autopista del aeropuerto. No había ni un claro en tantos kilómetros. Y abundaba la ilusión de una visión siquiera fugaz del Santo Padre, que para todos tuvo una sonrisa, una bendición y un gesto afectuoso.

 

Entrega de las llaves de la ciudad

A su entrada en Sevilla. El Papa se detuvo en la Pasarela, donde se habla instalado un estrado en el que el Ayuntamiento le daría oficialmente la bienvenida. Mientras la Banda Muncipal interpretaba marchas procesionales, el alcalde y el Ayuntamiento, bajo mazas, saludaron al Sumo Pontífice mientras le daba custodia una guardia de honor de la Policía Municipal con uniforme de gran gala. El señor Uruñuela entregó a Juan Pablo II la reproducción de las llaves árabe y judía de la ciudad, tras lo que el Papa firmó en el libro de oro de Sevilla, marchando posteriormente hacia el campo de feria.

 

Una catedral al aire libre

El campo de feria, convertido en inmensa catedral al aire libre, fue escenario de la ceremonia litúrgica más importante de las oficiadas por el Santo Padre durante su estancia en España: la beatificación de Sor Angela de la Cruz, importante por ser la primera vez que una ceremonia así se celebra fuera del Vaticano, porque el Papa tuvo la deferencia de hacerlo en español en lugar de en latin, como es habitual; porque quien subía a los altares era una monja sevillana cuyo recuerdo está vivo como cuando estaba entre nosotros, y porque la masiva asistencia superó con creces cualquier expectativa. La ceremonia tuvo el esplendor y el marco adecuado: el altar de Juan Laureano de Pina, con las imágenes de los Santos Patronos de Sevilla, el sol irradiado con el cuadro de Sor Angela, el inmenso baldaquino, la cuidada organización de la ceremonia litúrgica, la solemnidad de cada gesto tenían el sello de dignidad que la ciudad sabe darle a sus cosas cuando son excepcionales.

 

Masiva participación en la Eucaristía

Mil quinientos sacerdotes repartieron la comunión en el curso de la misa concelebrada por el Santo Padre en el campo de feria. Dada la distancia entre el altar y los asistentes situados en los últimos lugares, grupos de concelebrantes se repartieron por el recinto en camiones del Ejército para hacer accesible el sacramento al mayor número de personas. El Papa dio la comunión personalmente a un centenar de personas: treinta concelebrantes, monjas y seglares, entre los que había ancianos, jóvenes, soldados de los tres Ejércitos, impedidos…

 

Gestos de afecto con el cardenal Bueno Monreal

El Papa no desaprovechó ninguna ocasión para demostrar su afecto al cardenal Bueno Monreal, que realizó un esfuerzo físico inusitado para no perderse ni un instante de la inolvidable visita pontificia a la archidiócesis que rigiera durante un cuarto de siglo. A su llegada a1 templo al aire libre del campo de Feria, el primer saludo del Papa fue para el cardenal, a quien dio un fuerte abrazo y una bendición, gestos que repitió al terminar la ceremonia y en medio de atronadores aplausos de una multitud que agradecía al Santo Padre la deferencia para su anciano pastor. Luego, cuando salió a saludar desde e1 balcón del Palacio Arzobispal, Juan Pablo II volvió a mostrar su afecto por el Cardenal llamándolo a su lado para corresponder juntos a las ovaciones de las miles de personas que abarrotaban la plaza de la Virgen de los Reyes.

 

 

VISITA A GRANADA

 

A las 17:50 aterrizó en el aeropuerto de Granada. Allí le esperaban las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, con el Arzobispo de Granada, monseñor José Méndez Asensio, a la cabeza. Miles de fieles de todas las edades, con pancartas y banderas de España y del Vaticano, se habían acercado al aeeropuerto para dar su saludo al Papa.

 

En el recorrido hasta la Basílica de las Angustias, poco antes del cruce de la aldea de El Jau, una pancarta decía: “Juan Pablo, para a 200 metros y bendícenos”. Y, en efecto, el coche aminoró la marcha y bendijo a los lugareños que habían salido en masa a la carretera. Al llegar a La Chana, bendijo a algunos enfermos psíquicos que se hallaban a la puerta del Hospital de la Virgen. La masa de personas era inmensa en la zona. Allí el coche tuvo un problema y tuvo que parar. En vez de utilizar otro coche, prefirió subir al autobús de “Alsina”, en el que iban los obispos y autoridades, sentándose en el asiento del cobrador, para que así los fieles pudieran verle.

 

El párroco de las Angustias, Carlos Torres Quirantes, esperaba al Santo Padre a la puerta de la Basílica. El Papa, tras saludar a la multitud que aguardaba durante horas su presencia y que le vitoreaba, penetró en la Basílica junto con monseñor Casaroli, monseñor Díaz Merchant, presidente de la Conferencia Episcopal Española, el arzobispo de Granada y el resto del séquito. Una vez en el templo, el Papa se arrodilló en un reclinatorio que estaba situado al pie del altar mayor y oró recogidamente durante unos instantes. Después se cantó la Salve.

 

Una vez fuera del templo, el Santo Padre fue saludado por el Alcalde y por los miembros de la Corporación Municipal, quehabía acudido a darle la bienvenida y a ofrecerle el escudo de la ciudad. Ese momento, el alcalde le dirigió unas palabras tras las que el Papa mostró su gratitud y cariño hacia Granada, para a continuación dar su Bendición Apostólica.

 

Celebración de la Palabra

 

Más de 700.000 personas esperaban en el Polígono de Almanjayar. Desde el día anterior fueron congregándose, aunque para acceder a las primeras zonas, reservada para los educadores, era necesaria una invitación.

 

Poco despues de las seis y media, el vehículo del Papa hacia aparición en el polígono, El ambiente de júbilo que se vivió en cada momento fue indescriptible.Miles de banderas y pancartas ondearon al viento, los cánticos y los gritos enfervorecidos atronando el ambiente y los centenares de miles de personas puestos en pie era un espectáculo digno de verse.

 

Su Santidad el Papa, tras bendecir a las personas que se encontraban en las dos tribunas laterales (una para autoridades y otra para los coros y prensa), se dirigió saludando a todo el pueblo.

 

Durante las casi dos horas que duró el acto, el público interrumpió en innumerables ocasiones al Papa y al Arzobispo de Granada que le precedió en la palabra. Los gritos ya señalados se repetían sin cesar, y cada vez que se hacía una alusión a cualquiera de las diócesis allí presentes, o a la Virgen que bajo distintas advocaciones en ella se veneran, los aplausos atronaban el polígono.

 

La casi totalidad de los coros existentes en Granada cantaron en Almanjayar durante la Celebración de la Palabra.

 

El acto finalizó con la Bendición Apostólica, mientras los coros entonaban en polaco el himno que tantas veces oyera en su juventud Juan Pablo II, a la vez que una voz gritaba: “Viva la madre del Papa”. Por último, Juan Pablo II recorrió dentro de su automóvil el polígono para que todos los fieles pudieran verle mejor y sentir su bendición.

 

Al finalizar la Celebración, el Santo Padre se dirigió al aeropuerto, finalizando su visita a las nueve de la noche.

 

D. ANTONIO DORADO INVITA A LOS MALAGUEÑOS A REZAR POR EL SANTO PADRE

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Ante la situación de extrema gravedad en que se encuentra el Santo Padre Juan Pablo II, invito a todos los malagueños a rezar por él. Su figura y su aportación a la historia son ya patrimonio de todos. Pero los católicos tenemos motivos especiales para dar gracias a Dios por sus desvelos, por la riqueza doctrinal que ha aportado a la Iglesia y por el espíritu evangélico con que ha afrontado y afronta la ancianidad, la enfermedad y hasta la misma muerte, que vendrá cuando el Señor lo disponga.

Es natural que nos embargue la tristeza, a pesar de la esperanza cristiana, porque en él hemos encontrado los que hemos tenido la fortuna de tratarlo al hombre de Dios, cuya existencia coherente nos enseña a reconciliarnos con lo mejor de la condición humana.

Los jóvenes perdéis al mejor consejero y amigo; los adultos, a un padre luchador y tenaz; y los ancianos, a alguien que ha dignificado esta etapa de la vida con su forma extraordinaria de afrontarla. Pero no debemos olvidar que la fuente oculta de su energía y de su fortaleza es y ha sido siempre la confianza en Dios. Porque sin Dios, ha repetido muchas veces, no se puede ser plenamente humano.

Antonio Dorado Soto

Obispo de Málaga

MAGISTERIO DE JUAN PABLO II

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La vida cristiana y la Trinidad: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo

 

El Papa Juan Pablo II ha querido hacer evidente desde el inicio de su pontificado la relación existente de la vida de la Iglesia (y de cada uno de sus hijos) con la Trinidad, dedicando sus primeras encíclicas a profundizar en cada una de las tres personas de la Trinidad: una a Dios Padre, rico en misericordia (1980); otra al Hijo, Redentor del mundo (1979); y otra al Espíritu Santo, Señor y dador de vida (1986). Este es el misterio central de la fe cristiana: Dios es uno solo, pero a la vez tres Personas. Recuerda así las bases de la verdadera fe, y con ello el fundamento de la auténtica vida de la Iglesia y de cada uno de sus hijos: en efecto, no se entiende la vida del cristiano si no es en relación con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Comunión de Amor.

 

«Totus Tuus»… un Papa sellado por el amor a la Madre

Totus Tuus, o Todo tuyo (con evidente referencia a María), fue el lema elegido por Su Santidad Juan Pablo II al asumir el timón de la barca de Pedro. De este modo se consagraba a Ella, se acogía a su tierno cuidado e intercesión, invitándola a sellar con su amorosa presencia maternal la entera trayectoria de su pontificado. Con ocasión de la Eucaristía celebrada el 18 de octubre de 1998, a los veinte años de su elección y a los 40 años de haber sido nombrado obispo, reiterará en la Plaza de San Pedro ese «Totus Tuus» ante el mundo católico.

 

En otra ocasión dijo él mismo con respecto a esta frase: «Totus Tuus. Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal se afirmó en mí en el período en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención. Así pues, redescubrí con conocimiento de causa la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la Redemptoris Mater y la Mulieris dignitatem».

 

Otro signo de su amor filial a Santa María es su escudo pontificio: sobre un fondo azul, una cruz amarilla, y bajo el madero horizontal derecho, una «M», también amarilla, representando a la Madre que estaba «al pie de la cruz», donde -a decir de San Pablo- en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo. En su sorprendente sencillez, su escudo es, pues, una clara expresión de la importancia que el Santo Padre le reconoce a Santa María como eminente cooperadora en la obra de la reconciliación realizada por su Hijo.

 

Su escudo se alza ante todos como una perenne y silente profesión de un amor tierno y filial hacia la Madre del Señor Jesús, y a la vez, es una constante invitación a todos los hijos de la Iglesia para que reconozcamos su papel de cooperadora en la obra de la reconciliación, así como su dinámica función maternal para con cada uno de nosotros. En efecto, «entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano: «La acogió en su casa». Así el cristiano, trata de entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los pies de la Cruz y en el cenáculo».

 

La profundización de la teología y de la devoción mariana -en fiel continuidad con la ininterrumpida tradición católica- es una impronta muy especial de la persona y pontificado del Santo Padre.

 

Hombre del perdón; apóstol de la reconciliación

 

Atentado que el Santo Padre sufrió el 13 de mayo de 1981, a manos de un joven turco, de nombre Alí Agca. Entonces, guardándolo milagrosamente de la muerte, se manifestó la Providencia divina que le concedía a su elegido una invalorable ocasión para experimentar en sí mismo el dolor y sufrimiento humano -físico, psicológico y también espiritual- para poder mejor asociarse a la cruz del Señor Jesús y solidarizarse más aún con tantos hermanos dolientes. Fruto de esta experiencia vivida con un profundo horizonte sobrenatural será su  Carta Apostólica Salvifici doloris.

 

Aquel hecho fue también una magnífica oportunidad para mostrar al mundo entero que él, fiel discípulo del Maestro, es un hombre que no sólo llama a vivir el perdón y la reconciliación, sino que él mismo lo vive: una vez recuperado, en un gesto auténticamente cristiano y de enorme grandeza de espíritu, el Santo Padre se acercó a su agresor -recluido en la cárcel- para ofrecerle el perdón y constituirse él mismo en un testimonio vivo de que el amor cristiano es más grande que el odio, de que la reconciliación -aunque exigente- puede ser vivida, y de que éste es el único camino capaz de convertir los corazones humanos y de traerles la paz tan anhelada.

Servidor de la comunión y de la reconciliación

El deseo de invitar a todos los hombres a vivir un proceso de reconciliación con Dios, con los hermanos humanos, consigo mismos y con la entera obra de la creación ha dado pie a numerosas exhortaciones en este sentido. Ocupa un singular lugar su Exhortación Apostólica Post-Sinodal Reconciliatio et paenitentiae -sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia hoy (se nutre de la reflexión conjunta que hicieron los obispos del mundo reunidos en Roma el año 1982 para la VI Asamblea General del Sínodo de Obispos)-, y tiene un peso singularmente importante la declaración que hiciera en el Congreso Eucarístico de Téramo, el 30 de junio de 1985: «Poniéndome a la escucha del grito del hombre y viendo cómo manifiesta en las circunstancias de la vida una nostalgia de unidad con Dios, consigo mismo y con el prójimo, he pensado, por gracia e inspiración del Señor, proponer con fuerza ese don original de la Iglesia que es la reconciliación».

 

La preocupación social de S.S. Juan Pablo II

La encíclica Centessimus annus, que conmemora el centésimo año desde el inicio formal del Magisterio Social Pontificio con la publicación de encíclica Rerum novarum de S.S. León XIII, se ha constituido en el último gran aporte de S.S. Juan Pablo II en lo que toca a dicho Magisterio. En ella escribía: «… deseo ante todo satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia entera ha contraído con el gran Papa (León XIII) y con su «inmortal Documento». Es también mi deseo mostrar cómo la rica savia, que sube desde aquella raíz, no se ha agotado con el paso de los años, sino que, por el contrario, se ha hecho más fecunda».

 

Indudablemente enriquecido por su propia experiencia como obrero, y en su particular cercanía con sus compañeros de labores, la gran preocupación social del actual Pontífice ya había encontrado otras dos ocasiones para manifestarse al mundo entero en lo que toca al magisterio: la encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano, y la encíclica Sollicitudo rei socialis, sobre los problemas actuales del desarrollo de los hombres y de los pueblos.

 

 La nueva evangelización: tarea principal de la Iglesia

Desde el inicio de su pontificado el Papa Juan Pablo II ha estado empeñado en llamar y comprometer a todos los hijos de la Iglesia en la tarea de una nueva evangelización: «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».

 

Pero, como recuerda el Santo Padre, «si a partir de la Evangelii nuntiandi se repite la expresión nueva evangelización, eso es solamente en el sentido de los nuevos retos que el mundo contemporáneo plantea a la misión de la Iglesia» … «Hay que estudiar a fondo -dice el Santo Padre- en qué consiste esta Nueva Evangelización, ver su alcance, su contenido doctrinal e implicaciones pastorales; determinar los «métodos» más apropiados para los tiempos en que vivimos; buscar una «expresión» que la acerque más a la vida y a las necesidades de los hombres de hoy, sin que por ello pierda nada de su autenticidad y fidelidad a la doctrina de Jesús y a la tradición de la Iglesia«.

 

En esta tarea el Papa Juan Pablo II tiene una profunda conciencia de la necesidad urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia, preocupación que se refleja claramente en su Encíclica Christifideles laici y en el impulso que ha venido dando al desarrollo de los diversos Movimientos eclesiales. Por eso mismo, en la tarea de la nueva evangelización «la Iglesia trata de tomar una conciencia más viva de la presencia del Espíritu que actúa en ella (…) Uno de los dones del Espíritu a nuestro tiempo es, ciertamente, el florecimiento de los movimientos eclesiales, que desde el inicio de mi pontificado he señalado y sigo señalando como motivo de esperanza para la Iglesia y para los hombres».

 

Pero S.S. Juan Pablo II no entiende la nueva evangelización simplemente como una «misión hacia afuera»: la misión hacia adentro (es decir, la reconciliación vivida en el ámbito interno de la misma Iglesia) ha sido también destacada por el Santo Padre como una urgente necesidad y tarea, pues ella es un signo de credibilidad para el mundo entero. Desde esta perspectiva hay que comprender también el fuerte empeño ecuménico alentado por el Santo Padre, muy en la línea del rumbo marcado por los pontífices precedentes y por los Padres conciliares.

Rvdo. P. Jürgen Daum, S.S. Juan Pablo II 

 «Que todos sean uno»

El Santo Padre, como Cristo el Señor hace dos mil años, sigue elevando también hoy al Padre esta ferviente súplica: «¡Que todos sean uno (Ut unum sint)… para que el mundo crea!». Como incansable artesano de la reconciliación, el actual Sucesor de Pedro ha venido trabajado desde el inicio de su pontificado por lograr la unidad y reconciliación de todos los cristianos entre sí, sin que ello signifique de ningún modo claudicar a la Verdad: «El diálogo -dijo Su Santidad a los Obispos austriacos, en 1998-, a diferencia de una conversa-ción superficial, tiene como objetivo el descubrimiento y el reconocimiento co-mún de la verdad. (…) La fe viva, transmitida por la Iglesia universal, representa el fundamento del diálogo para todas las partes. Quien abandona esta base común elimina de todo diálo-go en la Iglesia la posibilidad de conver-tirse en diálogo de salvación. (…) nadie puede desempeñar since-ramente un papel en un proceso de diá-logo si no está dispuesto a exponerse a la verdad y a crecer en ella».

 

 Renovado impulso a la catequesis

Como dice el Santo Padre, la Encíclica Redemptoris missio quiere ser -después de la Evangelii nuntiandi- «una nueva síntesis de la enseñanza sobre la evangelización del mundo contemporáneo».

 

Por otro lado, la Exhortación Apostólica Catechesi tredendae es un intento -ya desde el inicio de su pontificado- de dar un nuevo impulso a la labor pastoral de la catequesis.

 

El Santo Padre, desde que asumió su pontificado, ha mantenido las catequesis de los miércoles iniciadas por su predecesor Pablo VI. En ellos ha desarrollado principalmente el contenido del «Credo».

 

En este mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica -aprobado por el Santo Padre en 1992- ha querido ser «el mejor don que la Iglesia puede hacer a sus Obispos y a todo el Pueblo de Dios», teniendo en cuenta que es un «valioso instrumento para la nueva evangelización, donde se compendia toda la doctrina que la Iglesia ha de enseñar».

 

El Papa peregrino

Quizá más de uno se ha preguntado sobre el sentido de los numerosos viajes apostólicos que ha realizado el Santo Padre (más de doscientos, contando sus viajes al exterior como al interior de Italia):

 

«En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san Pablo («Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio!»). Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad a la cual dedico la presente Encíclica (Redemptoris missio)».

 

Asimismo dirá el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias: «la experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene visitar personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias. Éste no es un deber exclusivo, desde luego, pero yo le concedo una importancia primordial. Veinte años de experiencia me han hecho comprender que, gracias a las visitas parroquiales del obispo, cada parroquia se inscribe con más fuerza en la más vasta arquitectura de la Iglesia y, de este modo, se adhiere más íntimamente a Cristo».

 

Maestro de ética y valores

También en nuestro siglo, y con sus particulares notas de gravedad, el Santo Padre ha notado con paternal preocupación como el hombre ha «cambiado la verdad por la mentira». Consecuencia de este triste «cambio» es que el hombre ha visto ofuscada su capacidad para conocer la verdad y para vivir de acuerdo a esa verdad, en orden a encontrar su felicidad en la plena realización como persona humana. La publicación de la Encíclica Veritatis splendor constituye la plasmación de un testimonio ante el mundo del esplendor de la Verdad. En ella se descubren las enseñanzas de quien fuera un notable profesor de ética, que en su calidad de Sumo Pontífice sale al encuentro del relativismo moral a que ha llegado la cultura de hoy: «Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta sólo es posible gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más íntimo del espíritu humano… La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo… Él es «el Camino, la Verdad y la Vida«. Por esto la respuesta decisiva de cada interrogante del hombre, en particular de sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún, como recuerda el Concilio Vaticano II, la respuesta es la persona misma de Jesucristo: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…»». A lo largo de toda su encíclica el Santo Padre, con desarrollos magistrales, se ocupa de presentar un horizonte ético -en íntima conexión con la verdad sobre el hombre- para el pleno desarrollo de la persona humana en respuesta al designio divino.

 

 

Incansable Servidor de la fe y de la Verdad

A los veinte años de su elevación al Solio Pontificio, el Papa Juan Pablo II -como un incansable Maestro de la Verdad- ha dado a conocer al mundo entero su decimotercera encíclica: Fides et ratio, fe y razón. En ella presenta en forma positiva la búsqueda de la verdad que nace de la naturaleza profunda del ser humano. Sale al paso de múltiples errores que actualmente obstaculizan el acceso a la verdad, y más aún a la Verdad última sobre Dios y sobre el hombre que como don gratuito Dios mismo ha ofrecido a la humanidad entera a través de la revelación. La verdad, la posibilidad de conocerla, la relación entre razón y fe, entre filosofía y teología son temas que va tocando en respuesta a la situación de enorme confusión, de relativismo y subjetivismo en la que se encuentra inmersa nuestra cultura de hoy.

 

Trabajando por la consolidación de los frutos del Concilio Vaticano II

El Santo Padre ha sido un incansable artesano que ha trabajado, a lo largo de los ya veinte años de su fecundo pontificado, en favor de la profundización y consolidación de los abundantísimos frutos suscitados por el Espíritu Santo en el Concilio Vaticano segundo. Al respecto ha dicho él mismo: «Es indispensable este trabajo de la Iglesia orientado a la verificación y consolidación de los frutos salvíficos del Espíritu, otorgados en el Concilio. A este respecto conviene saber «discernirlos» atentamente de todo lo que contrariamente puede provenir sobre todo del «príncipe de este mundo». Este discernimiento es tanto más necesario en la realización de la obra del Concilio ya que se ha abierto ampliamente al mundo actual, como aparece claramente en las importantes Constituciones conciliares Gaudium et spes y Lumen gentium».

 

Con S.S. Juan Pablo II hacia el tercer milenio

El Papa Juan Pablo II, mediante su Carta apostólica Tertio millenio adveniente, ha invitado a toda la cristiandad a prepararse para lo que será una gran celebración y conmemoración: tres años han sido dedicados por deseo explícito del Sumo Pontífice a la reflexión y profundización en torno a cada una de las Personas divinas del Misterio de la Santísima Trinidad: 1997 ha sido dedicado al Hijo, 1998 al Espíritu Santo y 1999 al Padre. De este modo la Iglesia se prepara a celebrar con un gran Jubileo los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, el Hijo eterno del Padre que -de María Virgen y por obra del Espíritu Santo- «nació del Pueblo elegido, en cumplimiento de la promesa hecha a Abraham y recordada constantemente por los profetas».

 

De Él, y del cristianismo, nos ha recordado en su misma Carta el Papa: «Estos (los profetas de Israel) hablaban en nombre y en lugar de Dios. (…) Los libros de la Antigua Alianza son así testigos permanentes de una atenta pedagogía divina. En Cristo esta pedagogía alcanza su meta: Él no se limita a hablar «en nombre de Dios» como los profetas, sino que es Dios mismo quien habla en su Verbo eterno hecho carne. Encontramos aquí el punto esencial por el que el cristianismo se diferencia de las otras religiones, en las que desde el principio se ha expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo. (…) El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana».

 

Este acontecimiento histórico central para la humanidad entera, acontecimiento por el que Dios que se hace hombre para decir «la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia», es lo que la Iglesia se prepara a celebrar con un gran Jubileo, y de este modo se prepara a trasponer el umbral del nuevo milenio. Su Santidad, el «dulce Cristo sobre la tierra», como icono visible del Buen Pastor va a la cabeza de la Iglesia que peregrina en este tiempo de profundas transformaciones, constituyéndose para todos sus hijos e hijas que con valor quieren escucharle y seguirle, en roca segura y guía firme … «¡No tengáis miedo!»… son las palabras que también hoy brotan con insistencia de los labios de Pedro, hombre de frágil figura, pero elegido y fortalecido por Dios para sostener el edificio de la Iglesia toda con una fe firme y una esperanza inconmovible.

 

Su Magisterio pontificio

Es verdaderamente abundante la enseñanza que ha salido de su pluma, o más bien, del espíritu de Su Santidad, quien, nutrido de la palabra de la Escritura que permanece viva en el corazón de la Iglesia, nutrido de la bimilenaria tradición de la Iglesia y llevando el sello del Concilio Vaticano II, nutrido también del aporte de tantos hermanos suyos en el episcopado, ha sabido ponerse a la escucha de las mociones del Espíritu Santo para volcar una vasta enseñanza en su prolífico magisterio.

 

Todo este legado escrito, en el que se revela un hondo conocimiento del corazón humano, es sin duda un testimonio que por sí mismo habla de la gran preocupación paternal y pastoral de Juan Pablo II.

 

BIOGRAFÍA DE KAROL WOJTYLA

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Karol Wojtyla nació en 1920 en Polonia. Después de afrontar la prematura muerte de sus padres y de su hermano, comenzó a mostrar inquietud por la literatura, el teatro y la filosofía. Al sentir la vocación al sacerdocio ingresó en el seminario y comenzó los estudios de teología. Fue ordenado sacerdote a los 26 años y más tarde obispo y cardenal. Ejerció su ministerio entre los emigrantes polac

os y los universitarios, promoviendo la integración de los laicos en las labores pastorales de la Iglesia. Tras la muerte de Juan Pablo I, se convirtió en el primer Papa de origen eslavo de la historia de la Iglesia.


Karol Josef Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, al sur de Polonia. Hijo de Karol Wojtyla, un oficial del ejército austro-húngaro, y Emilia Kaczorowsky, una profesora de origen lituano. Tenía un hermano llamado Edmund.

Wojtyla fue bautizado a los pocos días de nacer en la Iglesia de Santa María de Wadowice. A los 9 años de edad tuvo que afrontar el fallecimiento de su madre, que murió al dar a luz a una niña que nació sin vida. Años después falleció su hermano Edmund, y en 1941 murió su padre.

Comenzó a estudiar literatura y filosofía, escribió poesía y mostró una gran inquietud por el teatro y la literatura polaca. Cuando pensaba seriamente en la posibilidad de continuar estos estudios, un encuentro con el cardenal Sapieha durante una visita pastoral le hizo considerar la posibilidad de seguir la vocación que ya empezaba a sentir: el sacerdocio.

Cuando estalló la II Guerra Mundial, los alemanes cerraron todas las universidades de Polonia. Karol Wojtyla y un grupo de jóvenes organizaron una universidad clandestina en donde estudió filosofía, idiomas y literatura.

Poco antes de decidir su ingreso en el seminario, el joven Karol tuvo que trabajar como obrero en una cantera y luego en la fábrica química Solvay para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

Según palabras del Pontífice, esta experiencia le ayudó a conocer de cerca el cansancio físico, así como la sencillez, sensatez y fervor religioso de los trabajadores y los pobres.

Sacerdote, obispo y cardenal

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del «Teatro Rapsódico», también clandestino.

Tras la II Guerra Mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica.

A los 26 años, (en 1946) fue ordenado sacerdote en el seminario mayor de Cracovia y celebró su primera Misa en la Cripta de San Leonardo en la Catedral de Wavel.

Al poco tiempo, fue enviado por el Cardenal Sapieha a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en teología en 1948, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz.

En aquel período, aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.


En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos.

En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada «Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler«.

Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Ética Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

Integración de los laicos

El 13 de enero de 1964 falleció Monseñor Baziak, por lo que Monseñor Wojtyla pasó a ocupar la sede de Cracovia como titular. Dos años después, el Papa Pablo VI convierte a Cracovia en Arquidiócesis.

Durante su labor como Arzobispo, el futuro Papa se caracterizó por la integración de los laicos en las tareas pastorales, la promoción del apostolado juvenil, la construcción de templos a pesar de la fuerte oposición del régimen comunista, la promoción humana y formación religiosa de los obreros y el aliento del pensamiento y las publicaciones católicas.

En mayo de 1967, a los 47 años de edad, el Arzobispo Wojtyla fue nombrado cardenal por Pablo VI.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-65), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyla tomó parte en todas las asambleas del Sínodo de los Obispos.

Durante estos años, combinó la producción teológica con una intensa labor apostólica, especialmente con los jóvenes, y encabezó una corriente moral y social en Polonia contra el comunismo.

Primer Papa de origen eslavo

En 1978 muere Pablo VI y es elegido nuevo Papa el cardenal Albino Luciani, de 65 años. Juan Pablo I fallece a los 33 días de su nombramiento. El 15 de octubre de 1978, después de un nuevo cónclave, el cardenal polaco Karol Wojtyla es elegido sucesor de San Pedro.

Wojtyla se convirtió así en el primer Papa de origen eslavo de la historia de la Iglesia y rompió con la tradición de 455 años de papas de origen italiano. El 22 de octubre de 1978 fue investido Sumo Pontífice asumiendo el nombre de Juan Pablo II.

 

 

 

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