Inicio Blog Página 8329

D. JUAN JOSÉ ASENJO PELEGRINA. ANTE LA ELECCIÓN DEL NUEVO PAPA

0

 

ANTE LA ELECCIÓN DEL NUEVO PAPA

 

Comunicado del Obispo de Córdoba

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

            1.         Acabo de volver a la Diócesis después de haber tenido la oportunidad, que considero una gracia especial de Dios, de poder orar ante los restos mortales de nuestro amadísimo Papa Juan Pablo II, y de asistir a las solemnes exequias celebradas en Roma. En mi despedida del Santo Padre, que me llamó a formar parte del Colegio de los Obispos y, más recientemente, me encomendó cuidar de esta Iglesia particular de Córdoba, mis emociones han sido hondas y sentidas. Os aseguro que os he llevado a todos en la mente y en el corazón. He sido testigo de la ola gigantesca de admiración y cariño que ha suscitado la muerte del Papa y de cómo el pueblo cristiano le ha aclamado como santo. “Santo subito”, (Santo pronto), hemos podido escuchar todos los que nos encontrábamos en la plaza de San Pedro y quienes seguíais la ceremonia a través de la televisión, todos convencidos de que despedíamos a un testigo cabal de Jesucristo, al apóstol que ha recorrido más caminos que nadie en la historia dos veces milenaria de la Iglesia para anunciar el Evangelio, al Padre y Pastor que merece cantar eternamente las misericordias del Señor en la asamblea de los santos, pues ha sido un heraldo verdaderamente infatigable y veraz de Jesucristo en toda la tierra.

 

            2.         La Iglesia, que «peregrina en la historia entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (LG 8), prosigue en estos días su camino mirando hacia adelante, llena de gratitud al Señor por el don inmenso que le ha regalado con el pontificado que acaba de concluir y guardando con amor la memoria y las enseñanzas de Juan Pablo II, que seguirán produciendo frutos abundantes de santidad en la comunidad cristiana. El próximo lunes, 18 de abril, el Colegio de Cardenales comenzará el Cónclave, la reunión de quienes tienen el importante y arduo encargo de elegir al nuevo Papa, sabiendo que la potestad del Sumo Pontífice no la otorga el Colegio Cardenalicio, sino que proviene directamente de Cristo, de quien es Vicario en la tierra.

 

            3.         Después de lo que hemos visto y oído en estos días inolvidables, no es necesario que os encarezca la trascendencia que tiene la elección del sucesor del Papa Juan Pablo II. Los católicos de todo el mundo hemos manifestado espontáneamente y con mucha nitidez, con nuestra oración y tantas muestras de cariño sincero hacia el Santo Padre fallecido, qué es para nosotros el Papa y por qué amamos al Papa, porque es el sucesor de San Pedro y Obispo de Roma y, por ello, principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto del Colegio de los Obispos como de la muchedumbre de todos los fieles, porque es el Vicario de Cristo y Pastor Universal de la Iglesia, «el dulce Cristo en la tierra», como lo calificara Santa Catalina de Siena. Es mucho también lo que el Papa significa para el mundo. La conmoción que su muerte ha producido entre los creyentes de otras religiones e, incluso, entre los no creyentes, más allá del reconocimiento del carisma personal del Papa Juan Pablo II, expresa la conciencia de la relevancia del todo excepcional que tiene el ministerio del Romano Pontífice para el mundo entero como instancia moral absolutamente singular.

 

            4.         Por todo ello, es de capital importancia que todos los fieles de la Diócesis nos unamos en la oración, acompañando a los Cardenales que deberán elegir al Papa. “Cónclave” significa lo que se cierra con llave. Pero esa clausura no conlleva que los fieles nos debamos inhibir ajenos a lo que allí sucede. El aislamiento quiere asegurar el recogimiento que una decisión tan trascendental para la Iglesia exige a los Cardenales, de modo que dispongan sus ánimos para acoger con prontitud las inspiraciones del Espíritu Santo y realizar así la elección del Papa sin influencias exteriores perturbadoras, teniendo presente solamente a Dios y mirando únicamente a la “salvación de las almas que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia” (C.I.C. 1752).

 

            5.         Toda la Iglesia participa en el Cónclave. En esta asamblea está representada la Iglesia particular de Roma y la Iglesia universal, pues los Cardenales proceden de los cinco continentes. La sabiduría eclesial ha configurado así el instrumento para la elección del Papa, en cuya persona identificamos al Obispo de Roma y al Pastor universal de todo el Pueblo de Dios. A estas garantías humanas y eclesiales debemos unir nuestras oraciones fervientes al Señor, suplicando que pronto podamos ver al frente de la Iglesia al Pastor que Él nos envía. Elevemos nuestra plegaria con absoluta confianza en la misericordia infinita de Dios, que ha prometido a su Pueblo “Yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obre según mi corazón y mis deseos” (1 Sam 2,35).

 

            6.         La Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, que regula la Sede Vacante y la elección del Romano Pontífice, nos sugiere cómo participar de manera real y eficaz en cuanto a partir del próximo lunes, día 18 de abril, va a suceder en la Capilla Sixtina, la elección de nuestro nuevo Padre y Pastor: “Durante la Sede vacante, -nos dice el citado documento- y sobre todo mientras se desarrolla la elección del Sucesor de Pedro, la Iglesia está unida de modo particular con los Pastores y especialmente con los Cardenales electores del Sumo Pontífice y pide a Dios un nuevo Papa como don de su bondad y providencia. En efecto, a ejemplo de la primera comunidad cristiana, de la que se habla en los Hechos de los Apóstoles (cf. 1,14), la Iglesia universal, unida espiritualmente a María, la Madre de Jesús, debe perseverar unánimemente en la oración; de esta manera, la elección del nuevo Pontífice no será un hecho aislado del Pueblo de Dios que ataña sólo al Colegio de los electores, sino que en cierto sentido, será una acción de toda la Iglesia.” (n. 84).

 

            7.         Vivamos intensamente en estos días del Cónclave la comunión eclesial, el amor a nuestra Santa Madre la Iglesia y la oración unánime por esta intención sacrosanta, que hemos de encomendar también a la intercesión del Papa Juan Pablo II. El apóstol San Pablo nos dice: “vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno a su modo.” (1 Cor 12,27) y “pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo” (v.12). Si bien es cierto que el derecho a elegir al Romano Pontífice corresponde únicamente a los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, no lo es menos que la elección se realiza en el marco de la comunión profunda que Cristo ha hecho posible por su Misterio Pascual y la misión del Espíritu Santo, comunión que describe y articula el ser más íntimo de la Iglesia. Por ello, queridos hermanos y hermanas, pedimos juntos al Señor que los electores del Papa actúen con fortaleza y sin otras miras que no sean el bien de la Iglesia universal. Oremos para que el Señor conceda a la Iglesia el gozo de tener pronto un Papa santo como Juan Pablo II, un Papa según su corazón, que gobierne con sabiduría a su pueblo, que lo guíe por el camino de la santidad y del bien, lo ilumine con la luz del Evangelio y aporte a todos los hombres la palabra de verdad, libertad, justicia y amor, que el mundo necesita.

 

            8.         A lo largo de la próxima semana y durante la celebración del Cónclave que elegirá Sucesor de Pedro, exhorto a todos los sacerdotes a celebrar con sus comunidades parroquiales y en las demás comunidades cristianas la Misa votiva “Para elegir al Papa”. Les pido también que programen vigilias de oración ante el Santísimo por la misma intención, ruego que extiendo además a los miembros de la vida consagrada. A todos os invito a la oración unánime. Os pido además que dispongáis vuestro corazón para acoger al Pastor universal que el Señor quiera poner al frente de su familia en esta hora de la historia. A su elegido Dios lo sostendrá con su mano para que pueda desempeñar el servicio que le encomienda y le concederá la fuerza para que no desfallezca bajo el peso del ministerio. La fe nos dice que es Dios quien nos lo envía. Esta certeza es la raíz de la devoción al Santo Padre, que ha caracterizado siempre a los católicos españoles y la espiritualidad de los mejores hijos de la Iglesia.

 

            Con mi gratitud anticipada, a todos os envío mi saludo fraterno y mi bendición.

 

 

Córdoba, 9 de abril de 2005

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Obispo de Córdoba

 

 

D. RAFAEL HIGUERAS. CON MOTIVO DEL CÓNCLAVE PARA ELECCIÓN DEL SUMO PONTÍFICE

0

 

Jaén, 9 de Abril de 2005

Con motivo del próximo Cónclave para la elección del Sumo Pontífice

 

 

A los sacerdotes, religiosos y seglares de la Diócesis

“Tú eres Pedro y sobre esta «piedra» edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18)

 

Hemos vivido una manifestación de sentimiento universal por la muerte del querido y siempre recordado Juan Pablo II. Hoy ya su cuerpo reposa en la tierra cerca de los restos del primero de los Papas, el apóstol Pedro.

Ahora nuestra oración debe dirigirse de modo principal al Espíritu Santo para que conceda a la Iglesia Católica el Pastor que necesita. A este Espíritu Divino hemos de invocar en estos días intensamente tanto en la oración privada como en la litúrgica.

El mismo Santo Padre Juan Pablo II, el 22 de Febrero de 1996, mediante la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, dejó previstos todos los asuntos referentes a este momento de Sede vacante y allí mismo habla de las “meditaciones ponderadas sobre los problemas de la Iglesia en ese momento y la elección iluminada del nuevo Pontífice”, que habrá de hacerse en las Congregaciones generales del Colegio Cardenalicio.

En estos días, por tanto, conviene que la Iglesia invoque continuamente a Dios para que siga asistiéndola con la fuerza del Espíritu Santo y a través de un nuevo Romano Pontífice que nos sea dado.

Por estos motivos, en todos los templos de la Diócesis, y según lo permitan las normas litúrgicas, se elevarán continuas preces para que Dios nos conceda pronto el Pastor Universal que la Iglesia Católica necesita.

Cada uno de los párrocos y rectores de templos establecerá el modo de realizar estas preces tanto en los actos litúrgicos como en Vigilias de oración u otros actos de piedad que consideren oportunos, “pro eligendo Pontifice”.

Tan pronto como se conozca quien sea elegido como Obispo de Roma y, por ello, Sumo Pontífice, todas las campanas de la Diócesis repicarán de modo prolongado para anunciarlo así al Pueblo de Dios, fijando algún acto de culto a Dios en acción de gracias.

Desde este Obispado, cuando sea anunciada a la Urbe y al Orbe la buena nueva de la elección, se dispondrán los actos que sea oportuno celebrar en la Santa Iglesia Catedral.

Ruego a todos los sacerdotes de la Diócesis que organicen al mismo tiempo otros actos, como reflexiones, actos informativos, coloquios, en que puedan exponerse algunos puntos de Eclesiología: La Iglesia Universal, el Primado del Romano Pontífice, el modo de elección, etc.

Considero que estos días debemos verlos como un regalo de la Providencia para ofrecer al Pueblo cristiano la doctrina sobre la Iglesia. Me permito sugerir como ayuda inestimable la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia (Lumen gentium), la misma Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, citada más arriba, e incluso algunos libros sobre la Iglesia y el Romano Pontífice, al alcance de todos.

Si es signo de fidelidad a Cristo, tanto más necesario es fomentar en momentos de “laicismo” y secularización, el sano y limpio amor a la Iglesia.

Con el deseo de que el Espíritu Santo nos ayude a todos en nuestra oración, y nos conceda un amor grande a Jesucristo y a la Iglesia y una devoción filial al Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia Universal.

 

 

Rafael Higueras Álamo

Administrador Diocesano

 

D. RAMÓN ECHARREN YSTÚRIZ. HOMILÍA FUNERAL JUAN PABLO II

0

 

 

HOMILÍA DEL FUNERAL POR JUAN PABLO II

 

RAMÓN ECHARREN YSTÚRIZ

OBISPO DE CANARIAS

 

 

 

Queridos hermanos sacerdotes. Queridos religiosos y queridas religiosas. Queridas Autoridades Civiles y Militares. Queridos miembros del Cuerpo Consular. Hermanas y hermanos todos:

 

Nuestro querido y admirado Papa Juan Pablo II, ha fallecido. Él, que supo y quiso seguir al Señor-Jesús con todo su corazón, con todas sus fuerzas, lleno de amor, ya habrá sido recibido por el Padre, por el Hijo, por el Espíritu Santo, con un infinito cariño hacia el que ha sabido ser el siervo fiel, lleno de ilusión por seguir los pasos del Señor-Jesús, incansable en su misión de anunciar la Buena Noticia de Jesús a todos los hombres y a todos los pueblos, que ha pasado su vida haciendo el bien imitando al Señor, proclamando el Evangelio a los pobres y a los oprimidos, ofreciendo el año de gracia del Señor-Jesús.

 

Su muerte nos ha llenado de dolor. Hemos sufrido con el Papa, contemplando cómo su vida se iba apagando no sin sufrimientos. Hemos sufrido y hemos llorado con su muerte, como el Señor lloró con la muerte de su amigo Lázaro.

 

Pero a ese dolor, los que creemos en Jesús, nos han acompañado la esperanza y el inmenso agradecimiento por el gran bien que Juan Pablo II ha hecho a la Iglesia y a la humanidad entera.

 

Nos ha acompañado efectivamente, la esperanza, puesto que como hemos escuchado en la Epístola de San Pablo, sabemos muy bien, que nuestro Papa Juan Pablo II, ni ha vivido para sí mismo, ni ha muerto para sí mismo, ha vivido para el Señor y ha muerto para el Señor, ha sido y es del Señor, porque para eso vivió, murió y resucitó Cristo-Jesús.

 

Nos ha acompañado, también, la esperanza, porque la Iglesia es un misterio de salvación, a pesar de nuestros pecados e infidelidades, y nada tiene que ver con una gran empresa, ni con una multinacional, ni con un partido político, ni con una especie de «sacro imperio» del que los Obispos fuéramos algo así como gobernadores por delegación. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, no depende en su andadura a través de los siglos, del Sucesor de Pedro, de tal forma que su muerte y sucesión pueda modificar sus esenciales rasgos de identidad, tanto en el campo de las verdades reveladas, como en el de la Moral Evangélica. La Iglesia, apoyada en Pedro y sus sucesores, pero teniendo a Cristo como piedra angular y roca firme que la sustenta, asistida por el Espíritu Santo, siempre ha sido y será una comunidad «sui géneris», sin comparación posible con las instituciones de este mundo, una comunidad, social y espiritual, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios…, su ley es el mandamiento nuevo, es decir, 6amar como Cristo nos amó (Cf. Jn. 13, 36), y su destino el Reino de Dios…, germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano» (Cfr. L. G. 9).

 

Así lo vivió y lo proclamó, de acuerdo con el Concilio, nuestro llorado Juan Pablo II,

 

Nos acompaña, también, un inmenso agradecimiento a Dios por el regalo que nos ha hecho, a la Iglesia y a la humanidad, con el pontificado de Juan Pablo II.

 

A pesar de las no pocas críticas, incomprensiones y hasta calumnias que nuestro Papa Juan Pablo II ha recibido, incluso por parte de algunos que se proclaman cristianos y miembros de la Iglesia de Jesús, nadie con un mínimo de honradez y buena voluntad, podrá negar que ha muerto un Papa creyente, que nos ha confirmado en la fe y en la esperanza que ha pasado la vida haciendo el bien, que ha sabido dialogar con todos en un mundo pluralista y lleno de diferentes creencias, ideologías y confesiones, que ha sabido pedir perdón por los pecados que a lo largo de la historia hemos cometido los cristianos, que ha defendido la vida frente a las culturas de muerte que se extienden por nuestro mundo, que ha sabido (no sin sacrificios e incomprensiones de todo tipo) ser uno de los más grandes Profetas del los siglos XX y XXI, que ha proclamado sin descanso la Buena Noticia de Jesús y ha defendido sin pausa a los más pobres, excluidos y olvidados, denunciando «los mecanismos perversos» y las estructuras sociales y económicas «cargadas de pecado», promoviendo la justicia, la igualdad y la fraternidad de todos los seres humanos.

 

Y ha hecho todo ello, ofreciendo su vida y su muerte, sin compensaciones económicas o materiales, perdonando las ofensas, sin caer en rigorismos ni exclusivismos ni de «derechas» ni de «izquierdas», descalificando los autoritarismos, defendiendo la paz, dentro y fuera de la Iglesia, y condenando todo tipo de guerras y violencias, sin doblar la rodilla jamás ante los ricos y poderosos, convencido de que «hay que obedecer a Dios ante que a los hombres».

 

 En el Evangelio de San Mateo, hemos escuchado como la opinión pública (hoy tan de moda) se equivocaba sobre quién era Jesús. Pero podemos estar seguros que en el corazón de Juan Pablo II, jamás dejó de escucharse las palabras del Señor a Pedro: «yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del abismo no la hará perecer». «Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo».

 

El Señor-Jesús, junto al Padre y al Espíritu Santo, ya lo habrán recibido para que sea feliz por toda la eternidad, acompañado de la Virgen María y de todos los santos. Y no dudemos que intercederá por la Iglesia, por todos nosotros, por la humanidad entera, por los que sufren y por los más pobres.

 

A nuestro hasta hace poco querido Papa Juan Pablo II, sucederá otro Papa, también Sucesor de Pedro, y la Iglesia continuará su misión, asistida por el Espíritu Santo, «entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» (L. G. 8), anunciando la Cruz y la Resurrección del Señor hasta que El vuelva (Cf. L.G. 8). Pidamos pues, también, por el nuevo Papa, para que el Espíritu le ilumine y le asista en su Ministerio, para bien de la Iglesia y de toda la humanidad.

 

¡Dale Señor el descanso eterno al que ha sido nuestro Papa( Que nuestro Santo Padre(¡Y que brille para él la luz eterna! ¡(Juan Pablo II!  Amén!.(Juan Pablo II descanse en paz!. ¡

 

Que el Señor-Jesús, por la( intercesión de la Virgen María, nos bendiga a todos, a toda la Iglesia y a toda Así sea!.(la humanidad!.  

 

 

+ Ramón Echarren Ystúriz

Obispo de Canarias

D. RAFAEL HIGUERAS. HOMILÍA FUNERAL JUAN PABLO II

0

 

HOMILÍA EN EL FUNERAL POR JUAN PABLO II

 

D. Rafael Higueras Álamo

 

Catedral de Jaén, 8 de Abril de 2005

  

Dios Uno y Trino, a Ti nos dirigimos. Míranos. Escúchanos.

 

Padre y Dios Nuestro: Te agradecemos (con lágrimas en los ojos y con el corazón lleno de dolor) te agradecemos la vida, el ministerio apostólico, y hasta la agonía y muerte de Nuestro Santo Padre Juan Pablo, que ahora has llevado junto a Ti.

Gracias, Señor Nuestro, por el ejemplo de su vida, por su amor a todos los hombres, por su servicio sin límites al Evangelio, por su entrega hasta el último momento a la tarea de ser el “siervo de los siervos de Dios”, por su dedicación infatigable al servicio de todas las Iglesias, mientras ha presidido la Iglesia Católica, que se extiende de Oriente a Occidente, recorriendo todos los caminos del mundo y enseñando a todos los hombres que la felicidad plena está en “No tener miedo”, abriendo las puertas a Cristo.

 

Gracias, Señor Jesús, a Ti que eres también el Hijo de la Virgen  María de la que tomaste tu carne en el momento de la Anunciación en sus purísimas entrañas; porque nos has regalado en Juan Pablo II, el GRANDE, un enamorado de María.

 Este hombre gigante que supo de la dureza del trabajo en el fondo de la mina, nos ha enseñado la ternura del amor a la Virgen, que es Madre de Dios y madre nuestra.

A Ti, Señor Jesús, presente entre nosotros en los sacramentos de la Iglesia, te damos gracias, porque este hombre (con sus palabras y sus gestos) nos ha mostrado el canal de las gracias divinas que es tu Iglesia. Tu Iglesia, Señor, que tiene que ser signo vivo de tu presencia en medio del mundo.

Tú curaste a los enfermos, perdonaste a los pecadores, te acercaste a los pequeños…; nos explicaste que el camino del Evangelio es camino de compasión (de amor que padece con el hermano, con todo hermano), gozando con el que goza y sufriendo con el que sufre.

Nuestro Santo Padre ha sabido seguir tus huellas: él nos ha dicho con sus escritos que “Dios, rico en misericordia” –DIVES IN MISERICORDIA- (Ef 2, 4) es el Dios que Tú, Señor Jesús, nos has revelado como Padre. Por eso este hombre grande (al que hoy lloramos por el dolor de la separación a causa de la muerte, pero del que nos enorgullecemos por la lección de su vida entera) supo ofrecer el perdón a quien atentó contra él queriendo matarlo y consiguiendo que su blanca ropa se tiñera con el rojo de su propia sangre;  lo visitó y lo abrazó con corazón lleno de amor y de perdón en la misma cárcel. Él supo acercarse de modo permanente y particular a todos los que sentían necesidad de la Divina Misericordia: a los enfermos de sida o a las personas abandonadas, y a los niños y a cualquier persona que sufre. Él también supo sentarse cada Viernes Santo, como un gesto aleccionador para todos, para acoger a los pecadores, dispensándoles el Sacramento de la Reconciliación. Por eso también, como siervo de los siervos de Dios, y porque así nos lo dijiste Tú, Señor nuestro, él era el primero en lavar los pies, como Tú nos dijiste: “Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo”.

Te damos gracias, Señor, por tu Iglesia fundada sobre la “piedra” que es Pedro, a quien tu siervo Juan Pablo sucedió al frente de la Iglesia. Una Iglesia que es COMUNIÓN y MISIÓN. Una Iglesia que celebra la escucha de tu Palabra y la presencia de tu Cuerpo en la Eucaristía, para salir luego, enviada y misionera, a todos los caminos del mundo a invitar a todos, sanos y enfermos, ricos y pobres, a que se sienten en la mesa del banquete de los hijos: el banquete que nos ofrece el Padre universal.

Señor Nuestro Jesucristo: tu siervo Juan Pablo nos ha hablado de Ti, vivo y presente en la Eucaristía. La Eucaristía que da vida y sentido a la Iglesia. La Eucaristía que es presencia tuya entre nosotros. ¡Mane nobiscum, Domine! ¡Quédate con nosotros, Señor! A nosotros nos gustaría decirle también al Papa Juan Pablo: “Quédate con nosotros”. Y seguro que él nos respondería: “Yo me voy, pero con vosotros se queda Cristo en la Eucaristía; ¡ése es el mejor regalo! La Eucaristía que es anticipo del cielo ya en la tierra”.

Señor Jesús, te has llevado junto a ti a nuestro Santo Padre Juan Pablo en el año en que él mismo ha deseado que toda la Iglesia Católica pusiera intensamente sus ojos en el inmenso regalo tuyo que es la Eucaristía.

Señor Jesús: Concédenos entender a la Iglesia no como un poder de este mundo; porque tu Iglesia –la Iglesia que Tú nos diste- no es un poder político ni económico; no es un poder temporal. Pero sí es (necesita ser así por tu voluntad) voz de los que no tienen voz, fuerza y defensa de los débiles.

 Señor Jesús, concédenos amar a la Iglesia y servirla como tu siervo Juan Pablo la amó y la sirvió. Sin cobardía, porque “las puertas del infierno no podrán contra ella”; y a la vez con el gozo de que, sirviendo a la Iglesia, se ayuda a todo hombre a descubrir que “Cristo es el rostro divino del hombre y, al mismo tiempo, ese Cristo es el rostro humano de Dios”, como el Santo Padre Juan Pablo II nos decía. Concédenos que la Iglesia sea siempre (como este Papa nos enseñaba) “signo de la caricia de Dios a los hombres”.

Cristo Señor, Sacerdote para siempre y Pontífice único entre Dios y los hombres. Déjame que te hable poniendo en mi boca las palabras que hace muy pocos días el Santo Padre Juan Pablo II nos escribía, desde el hospital, en su carta para el Jueves Santo a todos los sacerdotes. Déjame, Señor, que esas palabras del Papa sean expresión del deseo orante de todos los sacerdotes de esta Diócesis de Jaén: “Un sacerdote «conquistado» por Cristo (Fil 3, 12), «conquista» más fácilmente a otros para que se decidan a compartir la misma aventura.”

Mira, Señor Jesús: Necesitamos sacerdotes. Necesitamos muchas vocaciones al sacerdocio. Pero, ya ves. El camino para “conquistar” a otros para esta aventura de servirte en el sacerdocio es que nosotros, los sacerdotes, nos dejemos “conquistar” por Ti. Así nos lo ha dicho a todos y cada uno de los sacerdotes, como en un testamento de fuego y de amor, tu siervo Juan Pablo.

¡“Conquístanos” para Ti, Jesús! ¡A nosotros, los sacerdotes, “conquístanos” Tú, Señor!

 

 

 

Espíritu Santo, Consolador, que con tu soplo y aliento conduces y guías a la Iglesia, santa, católica y apostólica. Tú regalaste en abundancia tus dones y carismas al Papa Juan Pablo.

Te damos gracias, Espíritu Divino, porque diste al Papa Juan Pablo el carisma de entender y ser entendido por los jóvenes. La Iglesia, “llena de juventud y de eterna hermosura”, es respuesta desbordante para las ansias de vida de los jóvenes del mundo entero. Te pedimos, Señor Jesús, que  des a los jóvenes la valentía de ser testigos para este mundo. A estos jóvenes Juan Pablo les dice: “Tomad mi relevo sin miedo; ahora empieza vuestro tiempo. Amad a la Iglesia y trasformarla con vuestras vidas”.

 La Iglesia, renovándose continuamente desde sus raíces, mientras pasan años y siglos, ha sido una respuesta de esperanza que el Papa ha presentado a la juventud de todas las naciones. La Iglesia que, a pesar de los pecados de quienes la formamos,  (como el mismo Santo Padre Juan Pablo reconoció con humildad pidiendo ante el mundo entero  perdón por  esas faltas a lo largo de toda la historia, y así lo repite en su testamento que ahora hemos conocido).  La Iglesia es, sin embargo, fuente de gozo y de alegría para quien -con mirada limpia y corazón abierto y sencillo- se acerque a ella; porque ella, LA IGLESIA, aun a pesar de sus sombras, es signo vivo de Cristo en la tierra.

Cuando a veces nos atenaza el miedo por las crisis y las convulsiones ante un futuro incierto o lleno de brumas y de dudas, Juan Pablo ha sabido sembrar esperanza y alegría entre las oleadas de jóvenes que se acercaban a él rodeándolo con su cariño, sus gritos alegres, sus cánticos y su oración.

Él, el Papa -porque vivía siempre de cara a Dios-, nos pudo gritar a todos hasta en los momentos finales de su vida, que él era (como nos decía en Cuatro Vientos) “un joven de 84 años”.

¡La Iglesia guiada por Ti, Espíritu Santo! ¡Siempre llena de juventud y de eterna hermosura! Que permanezca y crezca entre los jóvenes la llamada y el grito del Papa: “Merece la pena servir a Cristo, servir al Evangelio”.

 

Querido Santo Padre Juan Pablo (Padre, Hermano, Amigo): Tú has sido “testigo de esperanza”.

 Tenemos las lágrimas en los ojos por el dolor de tu ausencia; pero tenemos alegría en el corazón porque tú (¡testigo de esperanza!) has vestido nuestras vidas con “color esperanza”.

Nosotros creemos que tú ya gozas del encuentro definitivo con Dios en el cielo. Piadosamente pensamos que cuando tú has llegado allí -con tu caminar cansado y sin embargo incansable-, se te han abierto de par en par las puertas del cielo: que han salido a recibirte los ángeles y los santos (tántos santos como tú has canonizado y beatificado, proponiéndolos como modelo de vida a los que todavía andamos en la tierra). Ellos te habrán llevado a que María, la Madre de la Iglesia, te tome de la mano porque eres “todo suyo” (¡Totus tuus!) y Ella te lleve a recibir la corona de victoria que Cristo -el Señor que ha resucitado y que ha vencido a la muerte- ponga sobre tu cabeza. A la Virgen, Nuestra Señora, acudimos –como tú nos has enseñado a hacerlo- rogando que interceda por ti: “Dios te salve, María, llena de gracia… Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Querido Padre, Hermano y Amigo Juan Pablo:

Nos has dejado un testamento entrañable con tu vida entera.

El amor a la verdad que no contradice “ni a la fe ni a la razón”, porque una y otra son dones de Dios al hombre (Fides et ratio). La defensa de la paz contra toda violencia y contra todas las guerras. El llamamiento a la “civilización del amor”, como expresión del rostro del Padre, que es Dios de amor y de misericordia…

Gracias, Santo Padre Juan Pablo, por todo el legado que nos has dejado. Seguir tu doctrina, la doctrina de la Iglesia, es signo de unión con Cristo que es “CAMINO, VERDAD Y VIDA”.

Nos has dicho: “No tengáis miedo” y tú has ido por delante con el ejemplo de tu valentía, semejante a la de los primeros Apóstoles al comienzo de la Historia de la Iglesia, en medio de la persecución. Has sido valiente  al servir el Evangelio aunque te costara tu propia sangre.

Nos has dicho: “Sí, a la vida”. Así lo gritaste infinidad de veces, como lo hiciste en tu primer viaje a España: “Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente”. Y tú supiste, en una procesión del Corpus, llevar en brazos a un niño recién nacido, caminando con tu paso firme tras la Custodia del Stmo. Sacramento, como gesto de tu defensa de la vida desde el primer momento de su concepción.

Nos has dicho: “Sí, a la vida”. Y tu ancianidad y tu agonía, mostrada a todas las naciones, sin ningún reparo de tu parte, era el ejemplo vivo del amor a la vida, a toda vida humana –hasta la vida del ser humano que parece inútil o que sufre enfermedad incurable. En verdad que tú nos has dicho, como lo dijo Jesús a sus Apóstoles: “Duc in altum”, para que nos adentremos MAR ADENTRO en el infinito amor del corazón del Dios de la vida.

Nos has dicho en tu último viaje a Madrid, en mayo del 2003, mirando a nuestro pueblo de España: “La fe católica constituye la identidad del pueblo español… Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia”.

Y ya ves, querido Padre Juan Pablo: el pueblo español en estos días, multitudinariamente, saliéndole espontáneamente  desde dentro, con lágrimas en los ojos, te está demostrando con infinito cariño, cómo es de profunda su identificación contigo y con tu pensamiento y con tu palabra. ¡¡¡Una realidad ante la que no pueden cerrarse los ojos!!!

Por eso tus palabras finales de despedida en la Pl. de Colón, en Madrid: “Nos encontramos en el corazón de Madrid, cerca de grandes museos, bibliotecas y otros centros de cultura fundada en la fe cristiana, que España ha sabido luego ofrecer a América con su evangelización…

¡España evangelizada!¡España evangelizadora!”

Gracias, Juan Pablo (Padre, Hermano, Amigo) por tu testamento de vida, por tu ejemplo de entrega al Señor y a su Evangelio. Venías de la “Iglesia del silencio” y con tu voz potente has sido, en todas las naciones del mundo, voz y eco del Evangelio del Señor. Ahora, cuando se acababa tu vida y llegaba a tu garganta  el silencio, nos has seguido hablando y gritando a todo el Orbe con tu imagen dolorida y sin poder pronunciar palabras. Tu silencio en los días finales de tu vida se hacía voz elocuente de aceptación del dolor. ¡Nos has enseñado a vivir y nos has enseñado a morir!

Tú, mientras has estado al frente de la Iglesia Universal, recibiste de Dios el encargo de la “solicitud por todas las Iglesias”. Mira ahora ya desde el seno de Dios, (como confiada y piadosamente todos pensamos), a esta Iglesia, todavía peregrina en la tierra.

Mira a la Iglesia Universal que ahora está huérfana porque tú, Pastor universal y Obispo de Roma, te has ido de esta tierra. Y mira también a esta Iglesia particular de Jaén: ahora también sin Obispo, pastor de nuestras almas.

Santo Padre Juan Pablo: Pon en manos de María esta Iglesia de Jesucristo: La Iglesia Universal y también esta Iglesia de Jaén. Con tu oración poderosa ante Dios, RUEGA POR NOSOTROS. Con tu intercesión amorosa presenta al Dios, Padre de todos, la orfandad de la Iglesia Católica universal en estos días; y presenta también ante Dios la orfandad de esta Diócesis que es la Iglesia de Jaén. Haz que pronto, al frente de la Iglesia universal y también al frente de esta Iglesia particular, que es la Diócesis de Jaén, tengamos un Pastor según el corazón de Dios.

Que tus peticiones orantes consigan de Dios que la Iglesia no carezca de los pastores sencillos, fieles y entregados a la causa del Evangelio, que nos guíen en nuestro caminar.

Querido Santo Padre, Juan Pablo:

¡Que Dios premie tu vida! ¡Y que, por tu intercesión, Dios nos bendiga a nosotros!  Amén.

                                  

 

Rafael Higueras Álamo

                                   Administrador Diocesano

 

 

FUNERALES EN TENERIFE

0

“NADA TIENE DE EXTRAÑO QUE CASI ESPONTÁNEAMENTE HAYA SIDO LLAMADO JUAN PABLO II EL GRANDE”

Estas palabras fueron pronunciadas por D. Felipe Fernández García, Obispo de Tenerife durante la eucaristía celebrada en la Basílica de la Candelaria por el eterno descanso de Juan Pablo II.


El obispo presidió en una repleta Basílica de Candelaria una Eucaristía por el eterno descanso del Papa Juan Pablo II. Con él concelebraron numerosos sacerdotes venidos de distintos lugares de la geografía diocesana.

En su homilía el obispo ensalzó su figura: «Ver morir a un hombre, como en definitiva era Juan Pablo II, con esa paz y serenidad, pudiendo decir nada menos que ‘soy feliz, sed también vosotros felices’, no es sino fruto de su fe y de la de la Iglesia, además de la gracia de Dios». Recordó que la Iglesia «afortunadamente» pudo acompañarlo en silencio con su oración desde todos los rincones del mundo y subrayó que en ese modo de morir Juan Pablo II «nos ha dejado el mejor documento de su rico magisterio».

Afirmó, asimismo, que nada tiene de extraño que casi espontáneamente haya sido llamado Juan Pablo II «El Grande», y comentó que «Dios Padre se lo ha llevado con El ya para siempre”

A la Eucaristía acudieron el Presidente del Gobierno y del Parlamento de Canarias, el delegado del Gobierno en Canarias, José Segura; el general jefe del Mando de Canarias; el vicepresidente del Cabildo de Tenerife, José Manuel Bermúdez; el presidente del Tribunal Superior de Justicia de las islas, Fernando de Lorenzo; alcaldes y representantes de diversas instituciones.

Por su parte, el obispo Emérito, D. Damián Iguacén, presidía en el templo de La Concepción de Valverde, el funeral organizado por la Iglesia Católica en dicha isla. Cristianos de todos los rincones de El Hierro se dieron cita en el templo capitalino junto a todas las autoridades insulares y locales. Iguacén Borau resaltó que la figura de Juan Pablo II era una llamada a “la fe y el momento actual un reclamo a la confianza”. Señaló, igualmente, lo significativo del mensaje póstumo del Papa para el domingo de la misericordia: “El amor convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Divina Misericordia! Señor, que con la muerte y la resurrección revelas el amor del Padre, nosotros creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”.

ORACIONES POR JUAN PABLO II EN COLEGIOS

0

El Colegio Diocesano “Sagrado Corazón de Jesús”, del Obispado de Huelva, se ha unido al dolor y a la oración de la Iglesia y del mundo entero por la muerte de su santidad el Papa Juan Pablo II.

En estos días ha estado expuesta en la capilla una gran foto del Papa con el cirio pascual encendido para la oración de todos los miembros de la comunidad educativa. Los grupos de alumnos de Infantil y Primaria han ido pasando con sus respectivos tutores por la capilla para rezar comunitariamente por quien ha sido nuestro Pastor bueno.

Los alumnos de 1º y 2º de ESO han participado en una Celebración de la Palabra de oración compartida por el eterno descanso de su Santidad. El resto de los alumnos: 3º-4º de ESO, 1º-2º de Bachiller y Ciclos formativos de FP han participado,  juntamente con los padres,  en la celebración solemne de la Eucaristía presidida por el Titular del Colegio  D. Baldomero Rodríguez.

Todo el Colegio, pues,  ha vivido la jornada en un luto esperanzado y jubiloso porque la Resurrección de Cristo fue la esperanza del papa y es el fundamento de nuestra fe.

 

D. CARLOS AMIGO. HOMILÍA JUAN PABLO II

0

 

  

HOMILÍA EN EL FUNERAL POR JUAN PABLO II

 

Cardenal Arzobispo D. Carlos Amigo

 

Catedral de Sevilla, 09-04-05

 

Juan Pablo II nos ha dejado como herencia una espléndida imagen de la verdad. Es éste el título de una de sus cartas encíclicas y, posiblemente, el más adecuado perfil que podemos hacer del querido e inolvidable Papa. Testimonio y modelo de la verdad es la que nos ofrece Juan Pablo II en la trayectoria y magisterio de su pontificado. En una línea constante de exquisito respeto a la libertad del hombre. Pero siempre teniendo en cuenta, que solamente la cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a la conciencia del hombre. 

            Para que el hombre pueda volar tan alto, nuestro querido Papa decía que: «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (Fides et ratio, 1, 56).

             Terminado el curso de sus días en la tierra, llegó también para él la muerte y el tránsito de este mundo al Padre. Pero la última palabra no la iba a tener la separación, el dolor, el sufrimiento o la muerte. Nosotros creemos en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.

             Es Dios, siempre Dios, el único que asegura la vida perfecta y duradera sin fin. Dios es fiel. Y la unión con Dios es más fuerte que la destrucción del cuerpo por la muerte. Jesús es la resurrección y la vida. El que cree en Jesucristo no morirá para siempre. 

            En estos últimos días, hemos ido recorriendo, con la memoria y el afecto, la vida de Juan Pablo II. Hechos importantes que dejaron huella en nuestra historia. Pero ha llegado la muerte. ¿Ha terminado todo?  Es que el amor que demostró a la Iglesia y al mundo, ¿no suponen una gran ejemplaridad que ayuda a comprender y a guardar preceptos y valores fundamentales en la vida de los hombres?

             Estuvo aquí, en esta casa que es la ciudad de Sevilla. Nos alimentó con su palabra y su ejemplo. Nunca olvidaremos las imágenes del Papa rezando el «angelus» desde un balcón de la Giralda o hincado de rodillas ante las edita imagen de Nuestra Señora de los Reyes o de la Pura y limpia del Postigo. También lo recordaremos haciendo esa maravillosa peregrinación entre la Iglesia Catedral y el lugar donde reposa el cuerpo bendito de Sor Ángela de la Cruz. Las calles, al paso del Pontífice, se llenaban de flores. Algún tiempo después, ese mismo recorrido, con las calles también alfombradas de flores y del amor de los sevillanos, veían el retorno de la peregrinación: el cuerpo bendito de Santa Angela de la Cruz llegaba hasta la Iglesia Catedral. Y todos bendecíamos a Dios y al Papa que había canonizado a nuestra querida Madre Angelita, a Santa Ángela de la Cruz.

             ¿Todo ha terminado con la muerte? Dice la Escritura: Dichosos los muertos que mueren en el Señor, porque sus obras los acompañan (Ap. 14, 13). Para el que muere, la bondad de sus obras es prenda y recomendación de vida eterna. Para los que quedamos en este mundo, lección que aprender y guardar para que el trabajo sea fecundo en obras de bien.

             El Señor es mi luz y mi salvación, ¿A quién he de temer? El Señor es el refugio de mi vida, ¿Por qué he de temblar?. Pero la muerte tiene una dimensión de oscuridad que nos entristece. Solamente Cristo nos llena de esperanza y cura de todos los temores: el que cree en mí vivirá para siempre. Él es nuestra resurrección y nuestra vida.

             Son muchas, admirables y ejemplares las lecciones que nos ha dejado la vida y la muerte de Juan Pablo II. ¡Qué hermoso es hacer el bien y sembrar la paz!  Pues, «sembraré mientras es tiempo, aunque me cueste fatigas», como rezamos en nuestra oración de cada día.

             Cristo pasó por la muerte como si fuera un camino. Desde la cruz llamó a los muertos a la resurrección. La muerte mató a la vida natural; pero la vida sobrenatural mató a la muerte (San Efrén).

             Por el Espíritu y la Palabra, el pan se convierte en Eucaristía. También es palabra de Cristo: el que coma de este pan, vivirá para siempre…

             Ahora, solamente nos quedan por decir las palabras que la Iglesia utiliza en las celebraciones por los difuntos. Santo Padre Juan Pablo II: que a hombros del buen Pastor llegues hasta la vida eterna, que los ángeles te reciban y, que al igual que María, Madre de misericordia, recibas las consoladoras palabras de tu Señor: dichoso tu porque has creído y porque la palabra de Dios será cumplida. El que cree tendrá la vida eterna.

             Recordando las palabras oídas en la homilía de las exequias papales: «Ninguno de nosotros podrá olvidar que en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición «Urbi et Orbi» por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice».

             Desde la ventana del cielo hoy se asoma también Juan Pablo II al balcón de nuestra Giralda e, igual que lo hiciera un día bendecirá a esta Iglesia de Sevilla. «Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.”

 

FUNERAL EN SEVILLA

0

«TESTIMONIO Y MODELO DE LA VERDAD»

Con estas palabras definió el Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo Vallejo, a Juan Pablo II. Lo hizo durante la homilía del funeral celebrado en la capital hispalense por el eterno descanso de Su Santidad Juan Pablo II el sábado 9 de abril. Estaban presentes multitud de fieles y todas las autoridades civiles: Presidente y Consejeros de la Junta, Delegado del Gobierno, Alcalde de Sevilla y General del Ejército de Tierra.

En Noticias Especiales pueden encontrar el texto completo de la homilía pronunciada por D. Carlos Amigo.

El lunes 11 de abril el cardenal participará en la eucaristía organizada por la CEE y el Arzobispado de Madrid en la explanada de la Almudena. El martes se volverá a unir a la Congregación de Cardenales.

D. FELIPE FERNÁNDEZ. HOMILÍA FUNERAL JUAN PABLO II

0

 

 

         Estamos congregados aquí esta tarde para orar por el Papa Juan Pablo II a quien, como un día a Jesús, le llegó «la hora de pasar de este mundo al Padre»(Jn 13,1).

         Con la humildad y sobriedad con que nos invita la Iglesia a hacerlo, estamos aquí congregados para orar por encima de cualquier otra sensibilidad, para que el Señor acoja en su seno a su siervo Juan Pablo II. Recojamos, pues, desde esta perspectiva, la afirmación de la Escritura que nos dice que «es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos». Con esta idea piadosa y santa, nuestra Iglesia Diocesana, en comunión con todas las Iglesia Diocesanas del mundo, oramos hoy por el Pastor visible de la Iglesia universal, que ha partido ya de este mundo, Juan Pablo II. Lo hacemos aquí en este Santuario de Nuestra Señora de Candelaria, Patrona de Canarias, por dos razones: en primer lugar, por las obras que se están llevando a cabo tanto en el histórico templo catedralicio de San Cristóbal de La Laguna, como en la Parroquia de Ntra. Señora de la Concepción que ahora hace las veces de templo catedralicio, y en segundo lugar, porque encaja muy bien la celebración del esta Eucaristía diocesana por el eterno descanso de Juan Pablo II en este Santuario de la Virgen, de quien él era tan devoto y que hubiera visitado, ciertamente, de haber podido venir un día a Canarias.

Elevamos nuestra oración, no sólo desde la humildad y la sobriedad sino también desde la fe y la esperanza. Atentos a la Palabra del Señor que nos dice: «No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él».

Está aquí, hermanos todos, el núcleo fundamental y más gozoso de nuestra fe. Si creemos, nos dice la Palabra de Dios, que Jesús ha muerto y resucitado -y es lo que acabamos de celebrar en la pasada Pascua: la pasión, muerte y resurrección del Señor- es congruente esperar que a los que han muerto en Jesús, Dios los lleve con Él, es decir, que también a ellos los haga participes de su vida divina en su plena resurrección.

A lo que humanamente podemos pensar, Juan Pablo II murió en Jesús. Es más, a mí personalmente, lo que más me ha impresionado de su muerte ha sido, precisamente, esa paz y serenidad con que supo afrontar este tramo último de su vida. Ver morir a un hombre, como en definitiva era Juan Pablo II, con esa paz y serenidad con que murió, pudiendo decir nada menos que estas palabras: «Soy feliz. Sed también vosotros felices», no es sino, supuesta la gracia de Dios, un fruto de su fe y de la fe de la Iglesia, que, afortunadamente, pudo acompañarlo en silencio con su oración desde todos los rincones del mundo. En ese modo de morir, Juan Pablo II nos ha dejado, quizá, el mejor documento de su rico magisterio.

No son pocos los elogios que la figura de Juan Pablo II ha recibido y está recibiendo por parte de distintas personalidades de todo el mundo de los más variados colores políticos, e incluso, de todos los credos religiosos, y no ha sido poco ingente su obra. Nada tiene, pues, de extraño que casi espontáneamente haya sido llamado Juan Pablo II «el Grande», como lo llamó el que fuera con él Secretario de Estado, el Emmo. Sr. Cardenal Sodano. En todo caso, me parece que esta manera de morir ha sido el culmen de su misión y de su magisterio en todos los sentidos. Por eso, repito que, a lo que humanamente podemos pensar, Juan Pablo II murió en Jesús y que Dios Padre lo ha llevado ya con Él para siempre. Y como se dice en el mismo fragmento de la Carta a los Tesalonicenses, proclamado hoy, Juan Pablo II estará ya siempre con el Señor. Y cuantos somos cristianos y, como pedía San Juan de Ávila, sabemos «a qué sabe Dios», sabemos también que es la mayor felicidad posible: Estar ya siempre con el Señor…

En el Evangelio, proclamado hoy, hemos escuchado dos fragmentos de San Lucas. En el primero, nos presenta a Jesús encomendando al Padre su espíritu, instantes antes de morir. Es cuanto hemos visto, casi literalmente reproducido por Juan Pablo II, entregando su vida a Dios con la misma serenidad con que aquí, después de otros momentos de oscuridad, lo hace Jesús.

En el segundo fragmento del Evangelio de San Lucas, leído hoy, se nos presenta ya a las mujeres camino del sepulcro llevando los aromas que habían preparado y escuchando un anuncio asombroso que les dirigen dos hombres con vestidos refulgentes: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado».

Estamos de nuevo aquí, en el corazón del misterio pascual que acabamos de celebrar los cristianos detenidamente la pasada Semana Santa: La pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Y se nos invita a buscar a Jesucristo, no entre los muertos, sino entre los vivos.

Dejando a un lado otras consideraciones, bien podríamos decir que también nosotros hemos de buscar ya a Juan Pablo II, no entre los muertos, sino entre los vivos, y abrirnos, desde esta perspectiva, a su mensaje y sus enseñanzas. En definitiva, a su testimonio. «Pues, si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, escuchábamos en la segunda lectura, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él». Y a lo que humanamente podemos pensar, Dios habrá llevado ya con Él a su siervo Juan Pablo II, que quiso morir, ciertamente, en Jesús. En todo caso, por esa finalidad rezamos en esta Eucaristía, como lo hemos hecho ya en la oración colecta pidiendo que «pueda gozar eternamente en el cielo de la gracia y del perdón que él administró fielmente en la tierra»´,y como vamos a hacer en la oración sobre las ofrendas pidiendo que el Papa, Juan Pablo II, reciba de la bondad de Dios «el premio eterno», o , como pediremos en la oración después de la comunión que el Siervo de Dios, Juan Pablo II, «fundamento visible de la unidad de la Iglesia en la tierra, se una también a la felicidad eterna de la Iglesia gloriosa en el cielo».

Que Dios Padre quiera acogerlo en sus brazos poderosos y amorosos y que la Virgen María, a quien él tuvo siempre tan presente y a quien invocó con tanto cariño, lo reciba en su regazo maternal. Así sea.

 

 

FUNERAL EN GRANADA

0

“TAL VEZ EL PRIMER FRUTO DEL SANTO PADRE, VISIBLE AQUÍ ESTA NOCHE, Y EN TODOS LOS RINCONES DEL MUNDO, ES QUE SOMOS UNA FAMILIA”.

Granada. 05/04/2005. Muchos granadinos se enteraron de la muerte de Juan Pablo II mientras caminaban por la calle, por el sonido de duelo de las campanas de la Catedral a las que pronto se sumaron las de otras iglesias. El doblar de las campanas recordaba una y otra vez a un padre que se ha encontrado con el Padre.

La noche del 2 de abril, a las 22:00 h., estaba previsto celebrar una vigilia de oración en la Iglesia del Sagrario. Sin embargo, ante la noticia del fallecimiento del Papa, la vigilia se convirtió en una oración, en una liturgia de la palabra.

La Iglesia del Sagrario estaba repleta, todas las personas llegaron a aquel lugar acompañadas de un sentimiento de inmensa gratitud hacia quién ha sido un padre para todos los cristianos.

Durante el domingo 3 de abril y hasta el lunes estuvo expuesto el Santísimo en la S.I. Catedral de Granada. El templo permaneció abierto y el Santísimo expuesto hasta el momento en el que comenzó el funeral por el alma de Juan Pablo II.

Ante el Santísimo se celebró en la noche del domingo una vigilia de jóvenes.

La Vigilia había sido convocada esa misma mañana, y los mensajes a móviles fueron circulando por toda la ciudad para avisarse unos a otros.

La Vigilia consistió en el rezo los misterios gloriosos del Rosario, intercalados por cantos y textos del Santo Padre dirigidos a los jóvenes.

Al final de las letanías D. Javier aludió a lo que él considera el testamento espiritual del Papa para la Iglesia, la Carta Novo millennio ineunte: “que tiene muchos rasgos personales, él (Juan Pablo II) ha querido mostrar el camino por el que invita a la Iglesia a que iniciemos nuestra andadura en este comienzo del siglo y del milenio (…) sentir al otro como uno que me pertenece (…) Porque quien evangeliza al mundo no soy yo, ni mi grupo: es la Iglesia. Y ese Cuerpo de Cristo tiene que ser visible en su unidad. No en su uniformidad. En una familia cada uno es cada uno. Y en esta familia grande que es la Iglesia, cada don, cada carisma… pero todos nos necesitamos”.

Más adelante el arzobispo de Granada afirmó: “Tal vez el primer fruto del Santo Padre, visible aquí esta noche, y en todos los rincones del mundo, es que somos una familia”. “Estamos unidos en una misma oración y en un mismo espíritu. Éste es el regalo de Juan Pablo II. Y seguramente es la mejor ofrenda que podemos ofrecerle al Señor es desear crecer en nuestra unidad, desear crecer en el amor de unos por otros, para que la Iglesia, para que el Cuerpo de Cristo, pueda mostrar el rostro de Cristo”.

El lunes 5 de abril a las 20:30 h. D. Francisco Javier Martínez presidió la misa en sufragio por el alma del Santo Padre. Más de 5.000 personas, muchos de ellos jóvenes, se congregaron en la catedral para dar gracias a Dios por la vida del Papa. Durante la misma, D. Javier agradeció la numerosa presencia de fieles que abarrotaban la catedral: “Mi queridísima Iglesia de Granada, que habéis respondido esta noche en un gesto de gratitud y de justicia a Juan Pablo II por todo lo que todos los cristianos le debemos. Nosotros no nos conocemos y, sin embargo, somos una familia”. A continuación fue agradeciendo, en nombre de la Iglesia, la presencia de las autoridades y de todos los testimonios de condolencia que muchos no cristianos han expresado en estos días, y el mensaje de condolencia, lleno de respeto, de la comunidad musulmana de Granada.

El Arzobispo comentó que muchos de los que se le han acercado estos días le decían que era algo muy extraño, porque sentían dolor pero no tristeza. “¿Qué ha pasado? Hemos perdido a un padre, pero fallan las palabras, pero no lo hemos perdido. Fallan las palabras, porque el hecho de que estamos aquí unidos junto al altar de Jesucristo es un signo de que no lo hemos perdido. Juan Pablo II es ahora más nuestro que nunca, porque ya participa de la belleza del rostro de Cristo”.

Antes de dar la bendición, D. Javier recordó las palabras del Papa en Santiago en 1989: “No tengáis miedo a ser santos. No tengáis miedo a Dios. Porque, justamente, acercándonos a Dios, florece lo mejor de nuestra humanidad”.

Al finalizar la Eucaristía todos los fieles, entre gritos, comenzados por los jóvenes, de “Juan Pablo II, te quiere todo el mundo” comenzaron a aplaudir al unísono. La celebración se asemejaba más a una fiesta que a misa de difuntos.

Enlaces de interés