El Espíritu da vida

Carta del Obispo de Málaga, D. Antonio Dorado Soto, con motivo de la solemnidad de Pentecostés. Celebramos hoy la fiesta de Pentecostés, que clausura el tiempo de Pascua y que nos invita a vivir con fe, con amor y con esperanza, insertados en Jesucristo, la vida diaria. Para ello, la Palabra de Dios nos presentará los dichos y los hechos de Jesús que pueden iluminar nuestra vida ordinaria, para que, llenos de Dios, pasemos por el mundo haciendo el bien. Pero a lo largo de la última semana, y de manera especial en las lecturas de hoy domingo, la Iglesia nos invita a ser conscientes de la presencia viva del Espíritu en nosotros y a dejarnos guiar por su fortaleza y por su luz.

El libro de los Hechos de los Apóstoles pone de relieve el gran protagonismo del Espíritu Santo en los primeros pasos de la Iglesia. Precisamente, porque estaban abiertas al Aliento de Dios, las primeras comunidades cristianas se caracterizaban por su creatividad, su audacia, su alegría y su amor contagioso. Para darse cuenta de ello, basta con recordar los momentos culminantes de sus primeras decisiones que debieron tomar.
Tras la Ascensión del Señor, los discípulos estaban paralizados por cierta orfandad, aunque vivida en un clima de oración. Y en el capítulo segundo se narra una experiencia de plenitud y fuerza interior, que los impulsó a salir a la calle y a proclamar el Evangelio. San Pedro entiende que es el cumplimiento de la promesa divina para los tiempos mesiánicos: la efusión del Espíritu sobre todos los creyentes. “Es lo que dijo el profeta Joel (…) Derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (2, 16-17). Después, en el capítulo cuarto, aparece el Espíritu como el “otro defensor”, pues ante las amenazas para que se abstuvieran de anunciar la muerte y la resurrección de Jesucristo, se reunieron a orar, “quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía” (4, 31).

Cuando surgieron las dudas de si había que predicar el Evangelio también a los paganos, Pedro se sintió impulsado a ir a casa de Cornelio y vivió allí una nueva experiencia que le llevó a preguntar: “¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos, que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?” (10, 47). Y será también el Espíritu el que, en un clima de escucha y de oración comunitaria, los ayude a encontrar la voluntad de Dios y decir con una audacia insólita: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…” (15, 28).

Por eso enseña el Vaticano II, que “el Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los creyentes como en un templo, ora en ellos y da testimonio de que son hijos adoptivos. Él conduce a la Iglesia a la verdad total, la une en la comunión y el servicio, la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos, y la adorna con sus frutos. Con la fuerza del Evangelio, el Espíritu rejuvenece a la Iglesia, la renueva sin cesar y la lleva a la unión perfecta con su esposo” (LG 4).

De ahí la importancia que estamos dando en nuestro trabajo pastoral a la iniciación cristiana, que entre nosotros culmina con el sacramento de la confirmación. Por lo que he podido constatar, muchas personas adultas, que desean completar su iniciación cristiana, se preparan y reciben con alegría y con provecho este sacramento.

Y pienso que puede ser uno de los frutos más fecundos del año paulino, que comenzará el día 28 de junio próximo: un conocimiento más profundo del Espíritu y de su acción en nuestra vida. Por mucho que se lo pondere, no es fácil exagerar la importancia que concede san Pablo, para la vida cristiana, a la acogida y a la obediencia al Espíritu. Y si en el capítulo quinto de su Carta a los Gálatas nos enseña a discernir su llamada, en el capítulo octavo de su carta a los cristianos de Roma nos desmenuza en qué consiste la vida espiritual, la vida en el Espíritu.

+ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga

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