«Mi vida es mi gran aportación a la Diócesis de Málaga»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Entrevista al sacerdote Germán García Ruiz nacido en 1978 en Málaga y ordenado en el 2006.

«Somos la “ekklesia”, los convocados por Dios, los llamados. Vocación no es trabajo».

¿Qué te parece si empezamos con algo sencillito? ¿Para qué vivimos? ¿Por qué y para qué estamos aquí?

Para el Señor. Para ser felices, para hacer felices a los demás. Para amar. Para hacer presente ese misterio del plan de Dios, hacer presente el Reino de Dios. Porque, como canta Rocío Jurado, en su canción «Como las alas al viento»: “pienso que el hombre, fuera de Ti (Dios) no vive, no tiene esperanza y se encuentra perdido”.

¿Sabe alguien qué es la vida y qué sentido tiene?

La vida es un regalo. Dios es el sentido de la vida. El sentido indica un camino, una dirección. Para conocer esto necesitamos el punto de partida, el punto de llegada, y encontraremos el camino, el sentido. El cómo, pues como decía Nietzsche: quien tiene un por qué, encuentra el cómo. Pues bien, el punto de partida: Dios, la vida es un regalo; el punto de llegada, Dios. El sentido: Dios.

Tú llevas tiempo enfermo, hemos rezado que la vida es un valle de lágrimas. ¿Así es?

No. Tiene sus dificultades, sus sufrimientos, su dolor. El dolor forma parte de la vida, pero no es la vida. La vida también es gozo, alegría, sonrisas cómplices, sueños, lucha. Pero no solo, también es dolor. Amor y dolor. Ni lo uno ni lo otro, ni lo uno sin lo otro.

¿Estamos aquí para hacer méritos para la otra vida y para glorificar a Dios?

Mejor te respondo con un poema.

«No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera».

Estamos aquí para amar. El amor es lo que me hace feliz. Como dice el papa Francisco, el amor concreto: amabilidad, servicio, mirada limpia, cariño…

¿Qué aporta a tu vida el Evangelio?

Todo. Verdad. Camino. Vida. Todo: esperanza, ilusión, sueños, estilo de vida, el cómo y el por qué, alegría, corrección, confrontación… Todo, porque es Cristo, mi todo.

¿Debe un hombre vivir para los demás, o eso es un mito cristiano humanista que no tiene nada que ver con la ley natural?

Debe vivir. Eso es vivir. Vivir es amar. Amar es donarse, darse. Todo lo demás es un sentimentalismo barato y superficial propio de esta sociedad líquida.

¿Quiénes son los enemigos de la vida?

La muerte es el enemigo, me explico. San Juan Pablo II habla en la introducción de su exhortación postsinodal: “Ecclesia in Europa”: «Asistimos al nacimiento de una nueva cultura (…) la cultura de la muerte». Pues eso, la cultura de la muerte es el mayor enemigo hoy de la vida. La profundidad de este término abarca muchos aspectos, pero esencialmente: egoísmo, encerrarse en sí mismo, vivir para sí.

También el enemigo puede ser uno mismo, ¿no crees?

No. Pero sí lo son nuestros demonios. Todos luchamos contra ellos a lo largo de nuestra vida. Algunos, añejos, siguen. Difícil de echarlos. Otros van y vienen. Son nuestros demonios, que nos llevan a nuestros pecados, los de siempre, los que aparecen nuevo. La fe, la vida cristiana es lucha constante.

¿Qué es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida?

Vivir. Con toda la profundidad metafísica de esa palabra. Vivir es amar. Amar intensamente la vida, amar los regalos de la vida, las personas que Dios pone en nuestro camino. Amar es creer. Decía Hans Urs von Balthasar: “Solo el amor es digno de fe”.

¿A vivir se aprende? ¿Y a ser sacerdote?

A vivir, viviendo. Siendo sacerdote. Que no es haciendo de sacerdote. Siendo, desde el principio vital: caridad pastoral. De algunas manera, podemos decir, “pastoreando”, que es lo mismo que: amando a esas personas del pueblo de Dios que él te encomienda; guiándola, rezando por ella, cuidándola, acercándola a Dios, estando atenta, especialmente a las más débiles.

¿Crees que sabes vivir?

No. Voy aprendiendo. La vida no es algo estático. La vida es dinámica. Hoy no es lo mismo que ayer. Cada día es un reto.

¿Has sufrido alguna crisis vital? ¿En qué o en quién te apoyaste cuando la sufriste?

Sí, unas cuantas. En Dios, en las personas que Dios me ha ido poniendo en mi camino a lo largo de esos momentos. Siempre: mi familia, somos siete hermanos, mis padres, mi tía, mis primos… estamos muy unidos. Mis amigos, son cuatro o cinco, no más. Muchos conocidos. Amigo es mi acompañante espiritual. Sacerdotes, hermanos de comunidad en la parroquia en la que he servido… instrumentos de Dios. En definitiva, en Dios.

En este momento de la vida en el que estás ¿crees que te ha queda algo por hacer?

Sí. Seguir viviendo, disfrutar de la vida y de los que me rodean… y los que Dios va poniendo en mi camino. Vivir.

¿Cuál crees que es tu gran aportación a la Diócesis de Málaga?

Mi vida.

¿Cuál es el mayor desafío al que se enfrenta nuestra iglesia local hoy?

La Iglesia misma. Como recalca el Papa. Nuestro gran enemigo: “la mundanidad que hay en nuestra Iglesia”. Cuando nuestra Iglesia se mueve con los valores de nuestro mundo: el poder, el dinero, la comodidad. A veces, como institución, se vive como trabajo, funcionariado… no como vocación. Somos la “ekklesia”, los convocados por Dios, los llamados. Vocación no es trabajo.

¿El peor pecado con el que has tenido que lidiar?

Y sigo lidiando. El egoísmo, la envidia y el consumismo.

¿Cómo podemos escapar de las falsas necesidades?

Discernir, confrontando con acompañante espiritual. Dejar pasar tiempo. Volver a orar. Volver a consultar con acompañante espiritual.

¿Qué cosas te importan de verdad y qué cosas no te importan nada?

Me importa Dios, su Reino de amor, mi fe, mi vida de fe; me importa las personas: mi familia, mis amigos, el vecino, la frutera que siempre me da la fruta más fresca… la gente. Toda la gente.

¿Quién es Jesucristo para ti?

Mi Dios y mi todo.

¿Te gusta complicarte la vida?

Sí, un poco.

¿Cómo te gustaría morir?

En paz con Dios.

¿Qué le dirías a quien se esté planteando si Dios lo llama para ser cura?

Reza. Discierne. Deja que la Iglesia te acompañe en el proceso. Es importante que sea de Dios. Que no sea algo pasajero, un sentimiento efímero. Asentar esas mociones del Espíritu, como diría San Ignacio.

¿Podemos decir que hemos venido y estamos aquí para ser felices?

Sí. Cada día estoy más convencido de ello. Dios quiere que el ser humano sea feliz. Es la historia originaria. El paraíso. El pecado la rompe, pero queda dentro de nosotros, diría, de una forma simbólica, en nuestros genes… el deseo de felicidad está en nuestros tuétanos. El mensaje central de Jesús: bienaventurado, ser feliz.

¿Qué es lo más complicado que vives como sacerdote?

Descubrir la voluntad de Dios en mi vida diaria.

¿Qué preguntarías a un joven que se plantea su vocación sacerdotal?

¿Por qué? ¿Es voluntad de Dios? ¿Nace de la oración y el encuentro con el Señor? Porque si no es de Dios, la cosa no termina bien.

¿Qué le falta al presbiterio diocesano?

Ser más presbiterio. Es decir, no presbíteros independientes, islas. Ser comunidad de hermanos. Y eso es más que reuniones, citas comunitarias, proyecto común.

¿La felicidad es una pasión inútil e imposible?

Depende lo que entienda por felicidad. Es lo mismo que a Sartre, lo que entendía él por vida, es inútil. Pero la vida no es eso. ¿Qué entiendes por felicidad: éxito, fama, poder, dinero, adulación? Si es eso lo que entiendes por felicidad, es inútil, efímero. Pero la felicidad no es una pasión, ni un sentimiento.

¿Dónde encuentras la felicidad?

En Dios, en su voluntad.

¿Eres un sacerdote dócil?

Lo intento. Pero mi madre me parió rebelde. A veces “rebelde sin causa”. Eso es una “enfermedad” que el tiempo y el dolor cura.

Hay quien sugiere que la soledad del cura puede llegar a ser insoportable, ¿has vivido la soledad como un calvario alguna vez? Si es así ¿qué hiciste para abrazarlo?

No. Al contrario, la busco. La necesito. Me ayuda.

¿Tienes algún hobbie que te rescate del hastío?

No me rescata del hastío. La vida no me hastía. Pero hay actividades que me ayudan a alejarme de situaciones difíciles, para verla desde lejos con más objetividad. Me da perspectivas, me despeja. Son: música, leer, viajar, fotografía.

¿El regalo más bello que te ha regalo ser presbítero?

Ser pastor.

A estas alturas del partido ¿volverías a ser sacerdote?

Sí, sin duda.

Chaplin, como casi todos, empezó diciendo que la vida era maravillosa y acabó diciendo que no tenía ninguna gracia. ¿Qué le responderías?

A veces no vivimos, malvivimos, o sobrevivimos. Cuando nos alejamos de Dios, de la vida de Dios, de los valores del Evangelio… nos ocurre como al hijo menor de la parábola del hijo pródigo, nuestra sustancia, nuestro ser se desgasta, se maltrata, y malvivimos, sobrevivimos “pasando necesidad”; no material, mucho más importante, interior. Creo que ese es problema de nuestro mundo superficial, efímero, líquido, insustancial. Estamos dando de lado lo más importante, donde se juega la vida: la interioridad. Y cuando hacemos eso, dejamos de vivir, como el hijo menor, vivimos una vida insustancial, “pasando necesidad”: malvivimos o sobrevivimos. La vida deja de tener sentido y gracia.
Lo más importante en la vida no ocurre fuera, ocurre dentro. Ahí ocurre nuestras grandes batallas contra nuestros demonios, ahí ocurre el verdadero encuentro con la persona que compartiremos nuestra vida, con las que le dan valor a nuestra vidas… En el interior se juega la vida. Dedicamos mucho tiempo a cuidar nuestros cabellos, y a peinarlos; dedicamos mucho tiempo cuidar nuestro cuerpo, y nuestros vestidos. Pero, ¿cuánto tiempo dedicamos a cuidar nuestro corazón?

Cuando nos preguntamos por el sentido de la vida nos solemos poner muy serios. ¿La trascendencia está reñida con el humor, o también el humor es una manera de afrontar las grandes preguntas?

El humor es necesario en la vida. Ayuda a rebajar niveles de ansiedad, activa neurotransmisores que nos hace ser más creativos, y algunas cosillas más a nivel biológico. A nivel espiritual, “el malhumor no es signo de santidad”, nos dice el papa Francisco en su última exhortación, sobre la llamada a la santidad.

Si es que cuando lo escucho mi alma se remonta como un albatros…

Rafael J. Pérez Pallarés

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