Homilía en la Navidad del Señor

De Mons. Ginés García, Obispo de Guadix.

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El día santo de la Navidad nos hace volver la mirada a Belén de Judá, a un humilde establo,; allí contemplamos una escena llena de ternura: un Niño recostado en un pesebre y envuelto en pañales, lo mira María, su Madre y el justo José. Es una imagen llena de sencillez, al tiempo que cargada de gran fuerza humana y divina.

Vienen a adorar al Niño que ha nacido unos pastores que guardaban sus rebaños y han recibido una revelación: “Ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor”. Y dejándolo todo, han corrido hasta Belén para no perderse el gran acontecimiento, y así, poder comunicar a todos que han sido testigos de la llegada del Mesías, del cumplimiento de la promesa de Dios. Dios ha cumplido su Palabra.

El mensaje de paz para los hombres  que viene del cielo como Buena Noticia es el gran anuncio de este día para todos los hombres de buena voluntad, sea cual sea su raza, condición, ideología o religión. El Niño acostado en un pesebre nos dice que Dios es de todos y para todos. Cualquiera de nosotros puede ir hasta Belén para contemplar la gloria de Dios en nuestra carne; cualquier hombre puede adorar  el Misterio de la divinidad revelado en nuestra carne. Como María y José, como los pastores, como los Magos de Oriente, también nosotros debemos postrarnos y adorar la grandeza de Dios que se nos da en un Niño. En este gesto de adoración comprenderemos cual es el modo de hacer de Dios, y en este modo de hacer, sus mismas entrañas: “el poder de Dios es diferente del poder de los grandes del mundo. Su modo de actuar es distinto de como lo imaginamos, y de como quisiéramos imponerlo también a él. En este mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales del poder. No contrapone sus ejércitos a otros ejércitos.(..) Al poder estridente y prepotente de este mundo, él contrapone el poder inerme del amor, que en la cruz -y después siempre en la historia- sucumbe y, sin embargo, constituye la nueva realidad divina, que se opone a la injusticia e instaura el reino de Dios. Dios es diverso; ahora se dan cuenta de ello. Y eso significa que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de aprender el estilo de Dios” (Benedicto XVI. Vigilia de oración en la JMJ de Colonia 2005).

Pero demos un paso más guiados por la Palabra de Dios que se nos ha proclamado, de este modo, no nos quedaremos en lo más externo del acontecimiento que celebramos en la Navidad.

San Juan nos dice en el Prólogo de su Evangelio: “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

La Palabra creadora de Dios, por la que se ha hecho todo lo que existe, hoy se ha revelado como palabra humana, palabra que podemos entender porque ha sido pronunciada en nuestro propio lenguaje y en nuestra propia historia. Dios ha querido hablar claro, para que lo entendamos, más aun, para que lo contemplemos y podamos compartir su gloria. Al poner su tienda entre nosotros nos invita a vivir en comunión con Él, a ser parte del Él y ser Él parte de nosotros. Navidad es la fiesta de la comunión de Dios con la humanidad; participando Él de nuestra naturaleza humana, nos ha hecho a nosotros participes también de su naturaleza divina y herederos de la gloria eterna del Padre.

Esta gloria la hemos contemplado en el portal de Belén, pues la gloria de Dios manifiesta la grandeza de la humanidad que ha salido de las manos del Creador; en el rostro de cada hombre, imagen y semejanza de Dios, podemos contemplar esa gloria que se ha acercado a nosotros en Belén, es el evangelio de Belén. En el Niño, en nuestro niño, contemplamos toda la gloria de Dios; “el signo de Dios es la simplicidad. El signo de Dios es el niño. El signo de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Y este es su modo de reinar. El no viene con poder y grandiosidad externa, Él viene como niño(..) Y pide nuestro amor, por eso se hace niño” (Benedicto XVI. Homilía en la Noche de Navidad de 2006).

Al recibir la Palabra que se ha hecho carne, se nos da el poder de ser hijos de Dios, poder que nos hace partícipes de los bienes del Reino y nos posibilita cantar las alabanza a la gloria de Dios, que es la vida de los hombres. Al proclamar la  verdad sobre el misterio del Nacimiento del Hijo de Dios, estamos proclamando la verdad sobre las posibilidades de la humanidad, de cada hombre si recibe en su casa al que es Dueño y Señor de lo creado y de la historia. En las tinieblas de nuestra vida nos vemos inundados por la luz de Cristo, luz para todos los hombres sin excepción.

En Cristo Dios se ha desbordado hasta darnos no sólo todo lo que tiene, sino todo lo que es; así nos lo recuerda el autor de la Carta a los Hebreos cuando nos dice: “Ahora en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo”; si a lo largo de la historia ese Dios ha hablado de distintas maneras, hoy nos habla por su propio ser. Cristo, manifestado en nuestra carne es “el reflejo de la gloria de Dios, impronta de su ser”. San Pablo en su carta a los cristianos de Colosas eleva su alabanza  a Dios por Jesucristo: “Él (Cristo) es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. (..)Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud

Dios ha pronunciado en Cristo su Palabra definitiva, y ya no tiene otra que no sea esta palabra. Todo lo que Dios nos quiere y nos puede decir esta dicho en Cristo. Ahora nuestra misión, con la ayuda de la gracia, es ir desvelando la inmensidad del misterio encerrado en Cristo, nuestro Señor. Por eso Cristo es siempre nuevo; el acercamiento a su Persona es siempre un motivo para descubrir la eterna novedad de la Palabra pronunciada por  Dios y revelada en el Misterio de Belén. San Juan de la Cruz, el gran místico español, lo expresa así: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra… Porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado a Él todo, dándonos el todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad” (Subida del Monte Carmelo II, 22).

Esta, mis queridos hermanos, es la verdad sobre la Navidad, como nos ha dicho el profeta Isaías: “Que hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: Tu Dios es rey”. Esta es la Buena Noticia que hoy tenemos que decir al mundo: q
ue Dios lo ama, y la prueba de este amor es que es un Dios con nosotros. Dios hecho hombre es la paz para todos los hombres y para todos los pueblos. La paz que brota de la justicia y del amor, y que se ha manifestado en el nacimiento del Señor. Es posible la paz en los corazones, es posible la paz entre los pueblos, porque es posible mirar al otro como un hermano y no como un adversario.

Si dejamos que Dios nazca en nuestras vidas, la paz y la concordia en el mundo serán posibles. Así Navidad ha de ser cada día, hemos de hacer nuestra vida de Navidad. Como he escrito en el Mensaje de Navidad: “Navidad es, y puede ser, cada día. Navidad es presencia que llena las soledades; es silencio que denuncia tantos ruidos, llenos de palabras huecas y sin sentido; es ternura que cubre la agresividad y los odios que anidan en el corazón humano; es calor en medio del invierno de la pobreza y la marginación de una sociedad poderosa, que tiene los pies de barro, y la que tantos hombres y mujeres deja en la cuneta. Navidad es interioridad frente a tanta vanidad y frivolidad de vidas que se quedan en la superficie. Navidad es libertad, la de vivir en la verdad sobre Dios y sobre el hombre; es paz en un mundo enfrentado y dividido por la violencia siempre absurda y sin sentido. Navidad es amor, mucho amor de un Dios que se nos da”.

Que el cántico de los ángeles en la Noche de Navidad sea nuestro cántico hoy y para siempre: “Gloria  a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

+ Ginés, Obispo de Guadix
Guadix, 25 de diciembre de 2010

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