Homilía de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada

Mons. José Manuel Lorca Planes.

Arranca esta jornada con un lema que nos afecta a todos, religiosos y laicos: «La alegría del Evangelio en la vida consagrada». Para los que no la conozcan, esta jornada tiene como objetivos alabar y dar gracias a Dios por el don de la vida consagrada a la Iglesia y a la humanidad; promover su conocimiento y estima por parte de todo el Pueblo de Dios; e invitar a cuantos han dedicado totalmente su vida a la causa del Evangelio a celebrar las maravillas que el Señor realiza en sus vidas.

Hoy es un día de acción de gracias porque vemos en los religiosos y religiosas, como personas consagradas a Dios, lo que oímos en el Evangelio de San Lucas, con motivo de la Presentación del Señor. Al narrar la presentación de Jesús en el templo, el evangelista San Lucas subraya tres veces que María y José actuaron según «la ley del Señor» (cf. Lc 2, 22-23. 39) y, por lo demás, siempre estaban atentos para escuchar la Palabra de Dios. Esta actitud constituye un ejemplo elocuente para vosotros, religiosos y religiosas; y para vosotros, miembros de los institutos seculares y de las otras formas de vida consagrada.

Aquí está la quinta esencia de la vida consagrada, que hunde sus raíces en el Evangelio; en él, como en su regla suprema, se ha inspirado a lo largo de los siglos; y a él está llamada a volver constantemente para mantenerse viva y fecunda, dando fruto para la salvación de las almas. El Evangelio llena de vida, sentido y alegría, como nos explicaba el Papa Francisco, que ha tenido la experiencia de encontrarse con Cristo. Esto mismo, no puede ser de otra manera, decía el Papa Benedicto XVI: «El anuncio de la Palabra crea comunión y es fuente de alegría. Una alegría profunda que brota del corazón mismo de la vida trinitaria y que se nos comunica en el Hijo (…). Según la Escritura, la alegría es fruto del Espíritu Santo (cf. Gal 5, 22), que nos permite entrar en la Palabra y hacer que la Palabra divina entre en nosotros trayendo frutos de vida eterna».

Pero no olvidemos que la alegría cristiana es siempre una alegría crucificada, que pasa por la cruz y culmina en la resurrección. El otro día lo leíamos de boca de Santo Tomás de Aquino: «En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes». Si buscas un ejemplo de amor: «Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos». Esto es lo hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si Él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por Él… Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz… Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que «en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca».

Para cualquier cristiano es importante mirar a Cristo, y este crucificado, pero para un consagrado con mucha más razón, porque el Señor marca el norte de nuestro peregrinar, Él fija el modelo de lo que hemos de ser y nos ha dado ejemplo, hasta la muerte, hasta dar la vida. Así lo decía Santo Tomás: «No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre».

La riquísima tradición atestigua que la vida consagrada está «profundamente enraizada en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor» y se presenta «como un árbol lleno de ramas, que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos copiosos en cada época de la Iglesia». Tiene la misión de recordar que todos los cristianos han sido convocados por la Palabra para vivir de la Palabra y permanecer bajo su señorío.

Queridos hermanos, rezad siempre por los religiosos, pero pedid al Señor que sigan siendo un signo fuerte de la presencia de Cristo en la Iglesia. La obra que nació del Espíritu y que tocó el corazón de sus fundadores refleja siempre el misterio del amor misericordioso de Cristo. ¿Por qué y para qué nacieron? Leed sus vidas y veréis que todas coinciden en esto: Cristo se hace presente ante la necesidad del hombre bajo la capa de la caridad, siempre. Los religiosos quieren ser fieles al espíritu de sus fundadores, por eso lo son a Cristo y crecen siempre dóciles al Espíritu, a la unión con Dios, a la comunión fraterna entre vosotros y estáis dispuestos a servir generosamente a los hermanos, sobre todo a los necesitados. Que los hombres vean vuestras buenas obras, fruto de la palabra de Dios que vive en vosotros, y den gloria a vuestro Padre celestial (cf. Mt 5, 16).

Os he pedido antes que recéis por los religiosos, pero ahora tengo que pediros que recéis para que los jóvenes, especialmente las chicas, abran sus oídos y escuchen como Dios sigue llamando a tareas de amor y caridad. Si las mujeres habéis recibido de Dios un corazón muy grande, ¿qué pasa que no hay respuestas para la caridad? Demasiado ruido, que impide que se oiga a Dios. Esa debe ser la explicación. Pero si no hay familias que vivan la experiencia del amor de Dios en casa, su cercanía; si el Señor no habita en ese hogar… ¡qué difíciles serán las respuestas! Rezad también por esto, para que cuando vaya una hija o un hijo a sus padres a decirles «quiero ser religioso», no les encuentre como enemigos, sino, que levanten los ojos a Dios y recen para que su hijo o su hija acierte en su hermosa decisión de ser un elegido.

Hermanos y hermanas religiosos, os agradezco el valioso servicio que prestáis a la Iglesia diocesana y universal y, a la vez que invoco la protección de la Santísima Virgen María y de los santos y beatos fundadores de vuestros institutos, pediré que os de fortaleza ante las adversidades y seáis tan fuertes, que os mantengáis firmes en la fe.

Que Dios os bendiga.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

Contenido relacionado

Enlaces de interés