Mensaje para Pascua de Resurrección 2016

Mons. Bernardo Álvarez Afonso, Obispo de Tenerife.

LA RESURRECIÓN DE CRISTO, UNA FUERZA IMPARABLE

«Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo y con él nos resucitó»

(Ef. 2,4-6

«Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza imparable de vida que ha penetrado el mundo».

Papa Francisco

Hermanos y amigos.

¡Cristo ha resucitado! ¡Feliz Pascua!

Cristo ha resucitado y vive para siempre. Vive y «Reina», es decir sigue ejerciendo su poder, no para destruir, sino para salvar. Vive y Reina ejerciendo su poder con el perdón y la misericordia. Vive y Reina dando la vida en rescate por todos, curándonos de toda maldad, dándonos un corazón nuevo, renovándonos por dentro, sembrando en nuestro corazón el deseo del bien y la verdad. Vive y Reina, dándonos su Espíritu y enviándonos a predicar el Evangelio. Lo mismo que hizo hace dos mil años con sus discípulos y las gentes de Palestina, lo sigue haciendo hoy con nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI.

Que confortantes, y como confirman nuestra fe, estas palabras del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: «Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda». Y continúa diciéndonos: «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo» (EG 276).

Cristo mismo nos dijo que Él vino al mundo para «darnos vida en abundancia» y nos prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Por eso, al acercarnos a Él, nuestra vida se transforma y se renueva por dentro. Cristo nos libra de toda maldad y nos llena de paz y esperanza, de verdadera libertad y alegría, de amor y generosidad para con todos.

El Apóstol San Pablo nos enseña que, quienes conocen a Cristo y creen en Él, aprenden a despojarse del «viejo hombre» que está viciado por los deseos engañosos y la seducción del mal, al tiempo que adquieren una nueva forma de pensar y se revisten del Hombre Nuevo, a imagen de Cristo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (cf. Ef. 4, 22)

Los creyentes de hoy no podemos olvidar esta presencia activa y renovadora de Cristo Resucitado. Una presencia que nos llena de confianza y seguridad en que las promesas de Dios se cumplen. Confianza y seguridad de que el Reino de Dios, pese a tantas apariencias en contra, va adelante. Confianza y seguridad en que el Mensaje del Evangelio es la palabra de la verdad y que la ley de Dios es nuestra libertad.

Las dificultades seguirán existiendo y serán las mismas u otras nuevas. Pero somos nosotros quienes habremos cambiado pues hemos comprendido, que el mundo será mejor si lo construimos cada día siguiendo a Cristo resucitado. Cada uno, desde el lugar en que estamos y desde la responsabilidad que nos toca en los diferentes ámbitos de la vida, estamos llamados a trabajar con alma, corazón y vida por el bien y la felicidad de todos. Jesús confía en nosotros y nos encarga ser, en el aquí y ahora de nuestra vida, semillas de esperanza y levadura de su Reino de paz, de verdad, de justicia, de amor.

Como dice el Papa Francisco: «Quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor. Imploremos al Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia y las guerras, sino que tengamos el valor humilde del perdón y de la paz».

Por el poder de su Resurrección, contemplando, escuchando y siguiendo a Jesús, entramos en una vida nueva que abre nuestros ojos para ver el mundo como lo ve Dios y, en consecuencia, para situarnos ante los problemas de nuestra sociedad con sus mismos sentimientos de compasión y amor. Con Cristo adquirimos una nueva vida que promueve la alegría, la paz, el perdón. Una vida que, con ojos bien abiertos a la verdad y la justicia, quiere transformar los enfrentamientos, odios y enemistades, en caminos de reconciliación y fraternidad.

Una vida nueva que, liberándonos de cualquier forma de egoísmo, nos impide permanecer indiferentes ante cualquier miseria humana y que nos impulsa a hacernos cargo del sufrimiento de los demás. Porque la Iglesia y en ella todo cristiano, nos dice el Papa Francisco, «tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida nueva del Evangelio» (EG 114).

También, la nueva vida que nos da Jesús nos impulsa a seguirlo como discípulos misioneros. «Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda» (EG 275). Así, con la fuerza y audacia de su Espíritu, nos sentimos enviados a predicar el mensaje del Evangelio en nuestro mundo, para que sembrando la semilla de la Palabra de Dios en todas partes los hombres y mujeres de nuestro tiempo puedan conocer a Cristo y creer Él. De este modo se multiplica la fuerza transformadora de su Resurrección haciendo que en el corazón de muchos, la tristeza se convierta en alegría, el odio en amor, la mentira en verdad, la indiferencia en compromiso, la cultura de muerte en una cultura que defiende la vida y su dignidad.

Cristo Resucitado nos envía a predicar el Evangelio en todas partes para que, como dice el Papa Francisco, «llegue el consuelo y la salvación del Señor a quienes sufren nuevas y viejas formas de esclavitud, a los emigrantes y refugiados, a los encarcelados, a los pobres, a los enfermos y sufrientes, a los niños y ancianos maltratados, a los que sufren violencia, a quienes sufren el luto». En definitiva, como el mismo Papa repite tantas veces, para hacer posible una sociedad en la que nadie «sobre» ni pueda ser excluido.

Para san Pablo, dado que los cristianos por el bautismo hemos sido incorporados a Cristo, nuestra vieja condición ha ido crucificada con Él, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y, por tanto, debemos andar en una vida nueva (Cf. Rom. 6, 3ss). Por eso nos dice: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. […] «despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador» (Col. 3, 1. 9-10).

Todo esto es posible, porque Cristo, aquél que murió en la Cruz y fue sepultado, ¡está vivo! Vive para siempre y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Por eso podemos gritar «felicidades».

¡Feliz Pascua!

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense

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