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Introducción pastoral de los Obispos del Sur de España. Reflexión cristiana sobre la vida municipal

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I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. Razones de este escrito
    En diferentes ocasiones los Obispos del Sur de España hemos hablado a los miembros de nuestras Iglesias sobre las exigencias de la vida cristiana respecto de nuestras actuaciones dentro del campo social y aun político (1).
    En este escrito proponemos algunas consideraciones que pueden ser útiles para enriquecer la reflexión previa a nuestras decisiones en las próximas elecciones municipales.
    Mirando más allá de estos momentos electorales, querríamos también contribuir a la maduración política de nuestro pueblo y a la consolidación de nuestras instituciones democráticas, desde la vertiente concreta de nuestro ministerio religioso y moral: “en esta hora histórica hemos de sentir todos, y particularmente los que nos sentimos y confesamos cristianos, la grave responsabilidad de tomar en nuestras manos nuestro propio destino” (2).
    Como todos los ciudadanos, los cristianos debemos participar activamente en la vida social y pública, buscando ante todo el bien común de cuantos formamos una misma unidad social. Pero fuerza es reconocer que todavía no hemos alcanzado la claridad y la experiencia suficiente como para saber ejercer los derechos civiles en consonancia con nuestras especiales convicciones de fe y con los criterios morales que deben inspirar en todos los órdenes nuestra vida personal, comunitaria y pública.
    Cuanto hacemos los hombres desde nuestra libertad personal tiene una dimensión moral que nadie puede desconocer. Las acciones cívicas y políticas, y desde luego las que ejerceros en la vida municipal, tienen también esta dimensión moral que los cristianos debemos iluminar con los principios del Evangelio, formulados en nuestro tiempo por la doctrina social de la Iglesia.

2. Importancia de la vida municipal
    Entre todos los niveles de la vida política, las instituciones municipales son las que tienen un carácter más directamente humano y personal. La vida municipal es el ámbito inmediato en el que las familias, los hombres y mujeres, desarrollarnos nuestra vida. El pueblo o la ciudad, y a veces el barrio, son los lugares reales de la convivencia, de las relaciones humanas directas, del trabajo y del descanso, de la salud y de la enfermedad, de la vida y de la muerte.
    El pueblo o la ciudad no se reducen a un simple territorio, ni el municipio que los representa ha de limitarse a unas formalidades oficiales y burocráticas. Lo que de verdad constituye la substancia de la convivencia ciudadana y municipal es el conjunto de relaciones entre los vecinos, la solidaridad y la confianza, los vínculos éticos de apoyo y benevolencia, el respaldo que nos damos unos a otros para desarrollar nuestra vida en un clima de libertad, de respeto mutuo, de justicia y de paz.
    Ahora bien, este tejido de relaciones habrá de ser la obra de todos, y es tarea de la autoridad municipal favorecer el empeño común, promoviendo los cauces necesarios y proporcionando los medios indispensables para ello, cuidando de evitar un afán de protagonismo que sustituya o desplace la libre participación y las iniciativas útiles de los ciudadanos.
    Es obligado reconocer que, hablando en términos generales, el sistema democrático ha reactivado la vida e nuestros municipios y los frutos de su gestión en los últimos años están a la vista por todas partes. Con mayor o menor acierto y rapidez, están mejorando los servicios sociales de nuestros pueblos y ciudades; viejos problemas endémicos van encontrando poco a poco soluciones realistas y justas.
    Ahora bien, el servicio del pueblo y nuestra propia honestidad nos obliga a decir también que falta todavía mucho por hacer en este campo. Los desniveles de servicios entre la ciudad y el campo siguen siendo aún demasiado grandes, los medios de vida y las posibilidades de desarrollo integral son en algunas partes harto deficientes; e importantes problemas de convivencia, como la seguridad ciudadana y la calidad de vida, la oferta de viviendas sociales y los servicios de sanidad, así como también la lucha efectiva contra las causas de la pobreza y la marginación en algunas zonas o barrios esperan todavía soluciones más efectivas.
    Los cristianos hemos de tener la suficiente sensibilidad social para dar a conocer las necesidades más urgentes del barrio, de nuestro pueblo o ciudad. Todo ello hay que tenerlo en cuenta a la hora de dar nuestro voto apoyando a quienes nos ofrezcan mayores garantías profesionales y morales de que sabrán abordar de verdad lo que consideramos más importante para el bien común, teniendo especialmente en cuenta las conveniencias de los más débiles y necesitados.

3. Las carencias del mundo rural
    Cuanto aquí decimos tiene especial importancia y urgencia en las poblaciones rurales, y concretamente en Andalucía, como resultado de las duras condiciones materiales y espirituales en las que han vivido durante siglos. Todavía no se han desarrollado suficientemente los hábitos de participación activa, crítica y solidaria.
    Los habitantes de los núcleos rurales, si bien tienen más estrechos vínculos de convivencia y de mutuo conocimiento, sin embargo por su modesto nivel cultural están más necesitados de una mayor lucidez de conciencia acerca de sus verdaderos derechos y hasta de sus necesidades más urgentes. De ahí que una visión política demasiado estrecha e interesada busque con frecuencia proyectarse en realizaciones ostentosas que atraigan la opinión de forma inmediata, pero que a la larga no suponen ninguna mejora de fondo para el pueblo. A veces también se gasta demasiado en fiestas o celebraciones y no se atienden suficientemente otras necesidades más decisivas, como, por ejemplo, las comunicaciones comarcales, los aspectos higiénicos y estéticos de la vida, los servicios sanitarios o culturales, por no hablar de la creación de puestos de trabajo a partir de las posibilidades de cada tierra y de cada lugar.
    Entendemos que cuantos tenernos responsabilidades en la Iglesia podemos desempeñar en todo esto un gran papel, ayudando a las gentes de los pueblos y ciudades a adquirir la madurez cívica y política esté a la altura de sus problemas e intereses. Ya en 1986 insistíamos en la necesidad de que los cristianos, tanto en la ciudad como en los pueblos, se esfuercen por adquirir una formación adulta y consciente que ponga de relieve de modo sistemático la dimensión social de la vocación cristiana y, en particular, su responsabilidad en la promoción integral y colectiva del hombre. (3)

II. APLICACIONES PRÁCTICAS DE MAYOR INTERÉS
    Por eso, con el mejor deseo de colaborar, desde el ejercicio de nuestra misión pastoral, al desarrollo de esta conciencia ciudadana entre los cristianos, queremos indicar algunos puntos concretos que nos parecen de especial interés.
    Al hacerlo nos dirigimos en primer lugar a los fieles de nuestras comunidades que se plantean seriamente actuar en la vida municipal movidos por sus convicciones religiosas y morales. Y, porque estamos convencidos de que los valores cristianos resultan útiles y provechosos para toda la sociedad, nos dirigimos también a cuantos quieran acoger nuestras palabras con atención y buena voluntad.

1. Fomentar actitudes de gratuidad y solidaridad.
    En el momento presente se nos muestra como especialmente necesario fomentar a fondo en nuestra sociedad sentimientos y actitudes de generosidad y altruismo, resaltando la dimensión gratuita del amor y la solidaridad en las relaciones humanas, sobrepasando la búsqueda de intereses inmediatos, aunque éstos puedan ser legítimos.
    Como cristianos sabemos muy bien que la vida es un don que crece en calidad a medida que se da y se comunica generosamente. De ahí que sea hoy más necesario que nunca que la cultura y el desarrollo de nuestro pueblo sirva para fomentar en nuestra convivencia tesoros tan importantes como la confianza, la amistad, la comunicación fácil, la ayuda sincera y desinteresada, cara a cara, de puerta a puerta y de corazón a corazón.

2. Participar en las instituciones ciudadanas.
    Este mismo espíritu de solidaridad ha de movernos a participar en las instituciones cuya labor incide sobre la vida común, por medio de las cuales podemos hacer llegar a los demás los frutos de nuestra solidaridad.
    Todos los ciudadanos, en virtud de sus propios ideales morales y solidarios deberían interesarse por favorecer el bien común de toda la población en que viven. Los cristianos deberíamos sentir como especial exigencia esta llamada al servicio del bien común desde las instituciones públicas. La caridad fraterna y la solidaridad se pueden ejercer con mucho fruto participando en las entidades y asociaciones locales que intervienen en el ordenamiento de la vida municipal y social. Para ello hemos de esforzarnos en conocer bien la doctrina social cristiana y adquirir una buena capacitación técnica y profesional.
    En el campo de sus decisiones y actuaciones civiles los cristianos, individualmente o asociados, actúan bajo se propia responsabilidad, pues en estas cuestiones “a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia” (4).

3. Fomentar el asociacionismo.
    Puede ser que para hacerse presentes en las instituciones municipales sea preciso crear o favorecer nuevos grupos organizados de personas que compartan unos principios comunes y coincidan, siquiera sea genéricamente, en los procedimientos y objetivos más importantes.
    Como los demás ciudadanos, los cristianos han de sentirse libres, no sólo para participar en las asociaciones ya existentes de carácter común, sino también para promover otras que tengan más en cuenta la inspiración cristiana de sus objetivos y procedimientos, según lo que ellos mismos juzguen más conveniente. En cualquier caso estas asociaciones deben regirse por las leyes vigentes, siguiendo los procedimientos propios de una sociedad democrática que respeta las libertades civiles de los ciudadanos, incluida la libertad religiosa en todas sus manifestaciones y consecuencias. Esta es la doctrina que hemos expuesto ya en otros lugares de acuerdo con las enseñanzas comunes de la Iglesia (5).

4. Difundir el verdadero sentido de a la autoridad.
    La autoridad legítimamente constituida merece la aceptación y el apoyo de los ciudadanos. El bien común de la sociedad y el bien mismo de las familias y de las personas concretas exige que los ciudadanos acepten con respeto y buena disposición las decisiones correctamente adoptadas por la autoridad legítima. Una sociedad democrática no puede funcionar bien ni progresar si falta el necesario respeto y la indispensable confianza de los ciudadanos en las instituciones y en las personas que las encarnan. Esto es especialmente verdadero en el caso concreto de los municipios por el realismo y la cercanía al bien de los vecinos de los asuntos que se tratan en la vida municipal.
    Una característica de los cristianos ha de ser la de difundir, con su palabra y su conducta, el concepto auténtico de la autoridad como verdadero servicio al bien común. El ejemplo y la doctrina de Cristo nos induce a considerar la autoridad como un servicio que respeta y promueve sinceramente el bien de los demás, sin privilegiar a los que están más cerca ni buscar directamente el beneficio político, y menos el económico de las personas o de los grupos que gobiernan.
    La actividad municipal tiene por objeto servir a los fines comunes de la población de forma directa en los aspectos de la vida más inmediatos, cotidianos y concretos. Quienes ejercen la autoridad y administran los recursos públicos han de responder a las legítimas necesidades comunes, asegurando las condiciones de una vida tranquila, segura, digna, con calidad material y moral, en justicia y libertad, sin discriminaciones, con especial atención a los más necesitados.
    Se establece así una relación de interdependencia entre el ciudadano y quienes ejercen la autoridad municipal. El ciudadano debe saber que las instituciones municipales están al servicio de los legítimos intereses comunes, y debe ser capaz de estimular y controlar el buen funcionamiento de las instituciones públicas mediante procedimientos adecuados y correctos, que respeten el papel y la competencia de las propias instituciones sin perjudicar a los intereses legítimos del resto de la población. Hay aquí un campo inmenso de aprendizaje y entrenamiento para enriquecer y consolidar la vida democrática de los municipios en beneficio de la calidad real e integral de la vida concreta de las familias y personas que vivimos en ellos.

5. Respetar el protagonismo social.
En esta relación mutua entre autoridad y sociedad, es importante destacar que el principal protagonismo corresponde a la sociedad, a las necesidades e iniciativas de los ciudadanos, en materia de cultura y de valores de convivencia, en la prioridad de sus necesidades, en el mantenimiento de las propias tradiciones.
    Es cierto que en el ejercicio de sus funciones, la autoridad ha de procurar suplir las deficiencias de la iniciativa social y distribuir los servicios y los beneficios de la convivencia a favor de los más necesitados. Pero esta función habrá de cumplirse de manera que los ciudadanos, en la medida que se vayan capacitando, puedan tomar las iniciativas y ser cada día más activos, respaldados y ayudados por los recursos comunes que administra la autoridad, sin que las instituciones sociales necesiten estar siempre dirigidas desde las mismas instituciones públicas.
    Un modelo de administración municipal muy intervencionista, aunque en un primer momento parezca más favorecedor del pueblo, encierra una visión negativa de las posibilidades de actuación de los ciudadanos, multiplica los gastos más de lo necesario y acaba empobreciendo el desarrollo popular ya la maduración civil y democrática de los pueblos.

6. Atender a las necesidades de los jóvenes.
    Todos estamos de acuerdo en reconocer las dificultades que encuentran los jóvenes para orientarse personalmente y abrirse camino en una sociedad tan compleja y competitiva como la nuestra: Necesitan ellos una especial comprensión y apoyo por parte del resto de la sociedad. Pensamos que en este orden de cosas es mucho lo que puede hacerse desde el plano de la vida municipal.
    Hemos, pues, de preguntarnos: ¿Qué ayudas son las que verdaderamente necesitan los jóvenes para superar sus problemas y abrirse camino hacia una vida adulta suficientemente atrayente y satisfactoria, en el ámbito profesional, económico y cultural, personal y familiar? No siempre las ofertas que se hacen a la juventud tienen suficientemente en cuenta estas necesidades básicas. Es éste uno de los campos al que la Iglesia misma, desde su misión propia, se siente siempre, y hoy más que nunca, llamada a prestar la mayor atención y las mayores ayudas posibles, para cooperar con las familias y la sociedad a la maduración de la personalidad de los jóvenes y de su sentido de responsabilidad social.
    Está sobradamente justificado que las autoridades civiles, desde los diversos niveles de la Administración, faciliten a los jóvenes la adquisición y el ejercicio de una vida cultural auténtica que les sitúe al mismo nivel de preparación personal que el de sus compañeros urbanos o rurales de Europa; necesitan instalaciones deportivas y sanitarias; necesitan con urgencia ayudas para iniciar con su propio esfuerzo aquellos trabajos y empresas productivas que mejoren su situación y la de sus pueblos o ciudades. Y todo esto ha de hacerse con amplitud de miras, sin excluir a nadie, favoreciendo, si acaso, a los más necesitados, a o a las instituciones que hayan demostrado mayor capacidad de servicio y de rendimiento.

7. Proteger la familia.
    La Iglesia, consciente del valor decisivo de la familia, se esfuerza, dentro de sus posibilidades, por fortalecerla interiormente, respaldarla en su labor educativa y capacitarla para el testimonio de una vdia cristiana y social ejemplar.
    Constituiría un suicidio para nuestra sociedad que ésta volviera la espalda a la familia, favoreciendo la promiscuidad sexual y la multiplicación de uniones superficiales e inestables entre los jóvenes.
    El compromiso matrimonial es la mejor oportunidad matrimonial es la mejor oportunidad de maduración humana para la mayoría de las personas, hombres y mujeres. La maternidad y paternidad potencian las mejores cualidades del hombre y de la mujer. Los hijos necesitan crecer en el clima acogedor de una familia estable y unida. Todo se comprueba por contraste con los hechos, viviendo de cerca, en los barrios y en los pueblos, la realidad concreta de la drogadicción, de la delincuencia juvenil y hasta de los fracasos escolares y profesionales.
    Las autoridades municipales pueden favorecer mucho el óptimo clima familiar en la vida de los vecinos. Hay muchas iniciativas educativas que preparan a los jóvenes para plantear con humanidad su vida familiar. Todo aquello que favorece la creación de trabajo local, y no simplemente la subvención del paro, favorece igualmente el dinamismo familiar de la población juvenil. Resulta también indispensable una buena política de vivienda que facilite suelos edificables, urbanización holgada y agradable, sin ceder a las presiones de los especuladores, de modo que se puedan ofrecer viviendas populares en buenas condiciones económicas, con la colaboración laboral, si fuere preciso, de los mismos jóvenes.
    En este campo, como en tantos otros, la iglesia, la actuación pastoral de los sacerdotes, la actividad de las asociaciones parroquiales, suponen una colaboración complementaria insustituible en el nivel profundo de las motivaciones morales, de las actitudes personales y de las relaciones humanas.

8. Luchar contra las causas de la pobreza y la marginación.
    La caridad fraterna nos lleva a los cristianos a valorar la política y la acción pública en general como un medio indispensable para modificar aquellas situaciones sociales que actúan como causas de pobreza, perpetuadoras de la marginación, así como a favorecer la inserción social y la promoción integral de los menos favorecidos.
    Persisten todavía entre nosotros situaciones graves de pobreza y marginación que requieren soluciones profundas. Todos los ciudadanos con el ejercicio del voto, con el control de las acciones de gobierno, con la fuerza de una opinión pública de calidad, con iniciativas sociales dignas del apoyo municipal, hemos de intentar que estas lacras de nuestros pueblos y ciudades desaparezcan de una vez para siempre.
    La delincuencia juvenil y casi infantil, la droga, las familias marginadas, sin documentación, sin trabajo y sin cultura, no son situaciones irremediables a las que tengamos que resignarnos. Todo es lo podemos superar, como de hecho lo han superado ya en otras muchas sociedades.
    En este breve recuento de necesidades urgentes, no pueden quedar fuera los inmigrantes que llegan hasta nosotros para huir del hambre y de la miseria de sus países de origen. En otros tiempos, e incluso ahora mismo, algunos hijos de esta tierra se desplazaban en gran número y aún se siguen desplazando a otros lugares para poder sobrevivir. En nuestras ciudades y pueblos urge establecer centros públicos de acogida, donde estas personas encuentren cama y comida, información y ayuda para legalizar su situación e iniciar una vida laboral honesta y justamente retribuida.
    Los cristianos debemos influir en el desarrollo de una política municipal más humanitaria que dignifique nuestras ciudades y pueblos, alivie el dolor de nuestros hermanos y, al mismo tiempo inculque ideales de humanidad a nuestros jóvenes, sin dejar por ello de hacerlo directamente, por un imperativo de amor fraterno de nuestras mismas comunidades.
    Hacemos también una invitación a la austeridad. Ante las necesidades urgentes de nuestro mundo rural y de nuestras ciudades, es necesario que los sectores sociales más pudientes adopten actitudes de austeridad. Esto puede aplicarse a diversos aspectos de la vida municipal: por ejemplo, a la sobriedad en la ornamentación de edificios públicos a cargo de los municipios, a la ejemplaridad en la fijación de sueldos y gratificaciones a los titulares de cargos municipales, a la búsqueda de formas de compensación entre municipios de grandes ingresos y municipios carentes de ellos.

CONCLUSIÓN
    Estamos seguros de que estas reflexiones no son completas. Tampoco lo hemos pretendido. Por otra parte lo que la religión y la moral pueden aportar a la vida social de las ciudades y municipios no pueden ser soluciones acabadas. La religión y la moral de Jesucristo aportan actitudes, objetivos, elementos de juicio y motivaciones generosas para actuar, asistidos con el poder de su gracia. Lo demás es fruto de la preparación profesional, de los trabajos técnicos, de las valoraciones y decisiones políticas de cada grupo o de cada persona. En nada de esto hemos querido entrar porque sabemos bien que no es de nuestra incumbencia pastoral.
    Estimamos y agradecemos lo que han hecho y hagan en el futuro todos los ciudadanos de buena voluntad, sean o no creyentes. Los cristianos queremos participar intensamente en ello junto con todos los demás. Podemos aportar recursos personales, ideas, capacidades, iniciativas capaces de mejorar la vida de los demás , con ánimo desinteresado y solidario. Nadie debería ir por delante de los cristianos a la hora de contribuir personal y colectivamente a elevar las condiciones de la vida social y comunitaria en un campo tan personal y directo como es la vida municipal.
    Entre otras cosas, los cristianos podemos aportar la convicción de que la calidad de vida de nuestros municipios va más allá de los objetivos económicos y materiales. Deberíamos ser capaces de demostrar que el respeto a la ley moral en general es necesario para conseguir un desarrollo integral de la vida social y garantizar el verdadero bienestar de la población.
    Deseamos que las exigencias sociales de la fe cristiana inspiren cada día más la conciencia de los cristianos, forjando actitudes de participación solidaria en la vida pública, y actuando desde dentro de las instituciones con justicia y verdad, con honestidad en la administración de los fondos públicos y con apertura a las verdaderas necesidades de los ciudadanos. Todo ello sería a la vez resultado y comprobación de una vida cristiana sincera y renovada, como queremos que sea la vida de nuestras parroquias, de las familias, de las asociaciones y de los fieles cristianos de Andalucía.

Úbeda, 16 de Abril de 1991, Año del IV centenario de la muerte de San Juan de la Cruz.

* José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada
* Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
* Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada
* Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva
* José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba
* Antonio Montero Moreno, Obispo de Badajoz
* Antonio Dorado Soto, Obispo de Cádiz-Ceuta
* Javier Azagra Labiano, Obispo de Cartagena (Murcia)
* Ramón Buxarráis ventura, Obispo de Málaga
* Rafael Bellido Caro, Obispo de Jérez
* Ignacio Noguer Carmona, Obispo Coadjutor de Huelva y Administrador Apostólico de Guadix-Baza
* Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería
* Santiago García Aracil, Obispo de Jaén

Exhortación Pastoral Colectiva de los Obispos del Sur de España. IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz

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1. INTRODUCCIÓN
    A partir del 14 de Diciembre y durante un año, celebraremos el IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz.
    Aclamado como doctor místico por cuantos conocían el valor literario, teológico, pedagógico y místico de sus obras, Juan de la Cruz, nacido probablemente en 1542 en la castellana ciudad de Fontiveros (Ávila), tomó el hábito del Carme en Medina del Campo en el año 1563, murió en Úbeda, de donde, en expresión suya, pasó a “cantar maitines al cielo” en 1591; y fue canonizado por Benedicto XIII en 1726. El Papa Pío XI le declaró Doctor de la Iglesia el 24 de Agosto de 1926 y fue proclamado patrono de los poetas españoles en el año 1952.

2. LA PROCLAMACIÓN DE UN SANTO EN LA IGLESIA
    Cuando la Iglesia proclama las virtudes probadas y la glorificación eterna de un hijo suyo, manifiesta solemnemente el gozo por el triunfo de la Redención de Jesucristo que se reconoce definitivamente salvadora en los hombres y mujeres declarados Santos.
    Al disponemos a celebrar este año sanjuanista demos gracias a Dios que “nos ha hecho dignos de compartir la herencia de los santos en la luz”  ; y pidámosle que nos dé pleno conocimiento de su designio, con todo el sabe e inteligencia que procura el Espíritu. Así viviremos como el Señor se merece, agradándole en todo, dando fruto creciente en toda buena actividad .

3. EL CULTO A LOS SANTOS
    Al proclamar el culto a los Santos, la Iglesia nos invita a vivir, de un modo singular, la comunión eclesial, gozando de su poderosa intercesión ante el Señor especialmente en aquellos aspectos en que sobresalió cada uno de los Santos. Dios es nuestro Creador y Padre; nos ha redimido por el sacrificio obediente de su Hijo Jesucristo nuestro Señor y nos llena con su gracia, según nuestra libre aceptación, por el Espíritu Santo que anima la vida de la Iglesia y de los cristianos.
    La intercesión de San Juan de la Cruz tiene hoy para nosotros una singular importancia según nos dice el Papa Juan Pablo II, gran conocedor del Santo doctor de la Iglesia: “Al hombre de hoy, angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico, quizás, ante las mediaciones e la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a la búsqueda honesta que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre.” .
    Nosotros ante la urgencia de una nueva evangelización, persuadidos de que la luz de la fe abre horizontes que dan sentido y orientación a la ciencia y a la experiencia humanas, debemos pedir a Dios, por intercesión del Santo Carmelita y maestro espiritual, que abra nuestro corazón y el de todos los hombres a la luz, la Verdad y la fuerza de la Vida que es Cristo.
    Bien supo San Juan de la Cruz de esta adhesión a Jesucristo, cuando nos presenta a Dios diciendo en sus escritos: “Él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual ya os he hablado, respondido, manifestado y revelado, dándosele por Hermano, Compañero y Maestro, Precio y Premio.”

4. SAN JUAN DE LA CRUZ, DOCTOR DE LA IGLESIA
    En los años posteriores al Concilio Vaticano II, se han visto multiplicadas las ediciones de sus escritos en diversos idiomas. Su vida y su obra, conocidas por lectores y estudiosos de muy diversa procedencia, son claro testimonio de la generosa gallardía y la grandeza de alma que se fragua en la entrega creyente el esfuerzo de la ascesis religiosa y la contemplación amorosa del misterio de Dios. Así nos lo dice él mismo: “Y si lo queréis oír –consiste ésta suma sciencia– en un subido sentir de la divina de la divinal esencia.”
    La profunda sabiduría mística que el Santo Carmelita describe como “quedar no entendiendo, toda sciencia trascendiendo” , y que él reconoce obra de la “clemencia divina”, brota a la vez de su mente sutil y de su corazón ardiente en “llama de amor viva” que transforma en experiencia mística, tanto la reflexión teológica, como el dolor de la prisión, la aspereza de la soledad y la incomprensión, el consejo espiritual y la oración entretenida en los bellos parajes que se le brindan en sus abundantes desplazamientos por los monasterios de su propia orden y por los que ha de visitar para la orientación espiritual de las Monjas Carmelitas Descalzas que fundara Santa Teresa de Ávila.
    Su obra en poesía y prosa, no demasiado abundante, es un tesoro de incalculable profundidad que bien puede tomarse como fuente de sabiduría a lo divino y como apoyo en el camino sencillo de la fidelidad cotidiana para quien “no de esperanza falto, quiera volar tan alto, tan alto que le di a la caza alacance” .
    “El Santo de Fontiveros es el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios. Sus escritos siguen siendo tan actuales y, en cierto modo, explican y complementan los libros de Santa Teresa de Jesús.”

5. EL SANTO PATRONO DE LOS POETAS
    Como precioso instrumento que realzó el testimonio de su experiencia cristiana, destaca su valor poético, gloria de las letras españolas y elemento constitutivo de nuestra más alta cultura. San Juan de la Cruz, hombre cristiano y culto hasta la santidad y la cumbre de las letras, será imagen señera y signo elocuente de la dignificación integral del hombre a que lleva la vida profunda de la fe y la valoración y cultivo de los dones y capacidades humanas recibidas de Dios. En San Juan de la Cruz, el, así llamado, Diálogo fe–cultura alcanzó a la integración plena entre la cultura y la fe. La cultura fue en él ayuda para vivir la dimensión estética de la fe desde su espíritu cultivado. Y la fe se constituyó en vivencia tan sublime que estimuló la creatividad poética para que la cantara adecuadamente el hombre Santo.

6. ANDALUCÍA, TIERRA DE SAN JUAN DE LA CRUZ
    Ávila, Toledo, Granada, Baeza, Beas de Segura y Úbeda, entre otros lugares, fueron testigos de sus meditaciones y ansias divinas y pupitre de sus preciosos escritos. La grandeza y universalidad del “Santico Fray Juan”, como le llamara Santa Teresa, impide reducir su identidad, asociándole a una sola provincia española. Pero sin demasiado esfuerzo puede concluirse de su biografía que la tierra más vinculada a su figura y a su obra, después de aquella que le vio nacer e iniciar su camino de entrega religiosa, es Andalucía.
    Alguien ha dicho que Andalucía fue su escritorio; en varias de sus provincias, y muy especialmente Granada y Jaén, dejó San Juan de la Cruz la huella de su santidad, viva hoy todavía con mayor fuerza en el recuerdo y el afecto de los andaluces vinculados a los lugares que visitó y que fueron sus residencia conventual.
    Por nuestra geografía, comenzando a escribir en unos lugares y concluyendo en otros, va componiendo sus escritos más significativos.
    Con mo
tivo de esta celebración centenaria, importa mucho a los cristianos de Andalucía conocer y dar a conocer la obra del Santo como un maravilloso servicio de corresponsabilidad en la orientación evangélica de los hermanos, puesto que el mismo San Juan de la Cruz afirma en el prólogo de Dichos de luz y amor, que “escribe para quitar por ventura delante ofendículos y tropiezos a muchas almas que tropiezan no sabiendo, y no sabiendo van errando, pensando que aciertan en lo que es seguir a tu dulcísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y hacerse semejantes a Él en la vida, condiciones y virtudes, y en la forma de la desnudez y pureza de su espíritu”.

7. UNA PREDICACIÓN EVANGÉLICA Y ECLESIAL
    San Juan de la Cruz, es un apóstol incansable del acercamiento a Cristo. Pero su doctrina es al mismo tiempo una insistente orientación del creyente hacia el amor y vinculación a la Iglesia, en la que se hace presente el Misterio, la Vida y la obra salvífica de Cristo, como el Papa Juan Pablo II subraya en su alocución sobre el Santo en Segovia: “El Doctor de la fe no se olvida de puntualizar que ha Cristo lo encontramos en la Iglesia, Esposa y Madre: y en su magisterio encontramos la norma próxima y segura de la fe, la medicina de nuestras heridas, la fuente de Gracia: Y así, escribe el Santo, en todo nos hemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de la Iglesia y sus ministros humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía”.

8. UN ESTÍMULO Y ORIENTACIÓN PARA EL HOMBRE DE HOY
    La significación esencial de un santo, cualquiera que sea, se constituye en estímulo y orientación para los hombres de todos los tiempos. La razón es muy sencilla: al ser declarado santo por la Iglesia, es presentado a los cristianos y al mundo como hombre que amó a Dios sobre todas las cosas y que, en lucha con las propias limitaciones y concupiscencias, permitió que triunfara en él la misericordia providente y salvífica de Cristo Redentor, siendo testigo del Evangelio ante el mundo y miembro vivo de la Iglesia comprometido en la salvación del mundo.
    Pero cada santo, por los peculiares acentos de su personalidad, goza de una simpatía especial para determinado tiempo o circunstancia histórica.
    San Juan de la Cruz, hombre de profunda contemplación y de reconocida elevación mística alcanzadas no en la apacible soledad de un claustro, sino en la esforzada y rica actividad del escritor, del consejero, del caminante y del gobernante en su propia orden se constituye en estímulo y orientación absorbente y acosado por la velocidad de la vida moderna. San Juan nos da la preciosa lección de que en medio de la mayor movilidad, atravesando los caminos del mundo y sufriendo sus difíciles embates, puede vencerse la extroversión descontrolada y alcanzarse la unidad de sí mismo, la delicada comprensión y servicio del hombre, y la intimidad con dios “estándose amando en el amado”.

9. UNA LLAMADA ESPECIAL A LOS JÓVENES
    Desde esta consideración que puede ayudar al hombre del siglo XXI, ya próximo, a valorar y aprovechar el mensaje implícito en la santidad de Juan de la Cruz, queremos hacer una llamada especial a los jóvenes de nuestro tiempo. Mirad el alma inquieta que anida en este hombre pequeño de cuerpo y que murió en edad todavía lejana a los años de ancianidad. Vibraba en su alma el ansia fuerte de encontrar a Cristo amado. “En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, ¡Oh dichosa ventura! Salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada.”
    Y salió y salía siempre en busca del amado sintiendo el corazón herido por su ausencia, de modo que por no tener “aquel que yo más quiero”, nos dice, “adolezco, peno y muero.”
    Por eso, “buscando mis amores –sigue diciendo en preciosa lección para quien entiende el lenguaje del amor y quiere encontrar el amor de Dios– iré por esos montes y riberas, ni cogeré la flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras.”
    Los jóvenes que pueden construir una sociedad mejor, son precisamente los que en la búsqueda enamorada de la Verdad, y aceptando que Cristo es la Verdad y la Vida, no se arredran ante fuertes y fronteras. El joven que vive apoyado en la fe y la esperanza cristianas, ni se entretiene en el placer de flores efímeras ni teme el embate de las fieras. Tiene en su corazón como llamada a la confianza en el Señor, la definitiva afirmación de Cristo: “No temáis: yo he vencido al mundo”

10. LA NATURALEZA, HUELLA DE DIOS Y CAMINO HACIA ÉL
    Es necesario considerar otra cualidad de notable importancia en el Santo Carmelita y de clara ejemplaridad para un mundo sensibilizado por el valor de la naturaleza y su ejemplar contemplación de la huella de Dios presente en ella. En su búsqueda amorosa del Creador y Redentor, pregunta a los “bosques y espesuras” y al “prado de verduras de flores esmaltado” si acaso por ellos ha pasado. Y en preciosa valoración de lo creado pone en la imaginaria voz de las criaturas esta respuesta que habla por sí misma: “Mil gracias derramando –pasó por estos sotos con presura– y, yéndose mirando, con sola su figura –vestidos los dejó de su hermosura.”

11. NUESTRA INVITACIÓN, COMO OBISPOS
    Al dirigirnos a todos los cristianos de las diócesis andaluzas en esta carta colectiva, los Obispos de las provincias eclesiásticas de Sevilla y Granada queremos invitaros a contemplar con atención el acontecimiento que providencialmente nos es concedido vivir con motivo del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz. Compartiendo el gozo de poder contar al Santo Carmelita entre los miembros preclaros de nuestro pueblo por su residencia y obra apostólica, demos gracias a Dios que, a través suyo, nos ha enriquecido con abundante gracia de magisterio y estímulo sobrenaturales. Sintamos la responsabilidad de compartir gratis lo que gratis hemos recibido. Apoyados en el Bautismo que nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y enriquecidos en la Eucaristía por la que Dios mismo habita en nosotros, vayamos decididos a cumplir con el encargo de hace discípulos de Cristo, según el carisma que a cada uno le ha sido concedido para el Servicio que la Iglesia debe ofrecer al mundo.
    Llenos de gozo y unidos a la Santísima Virgen en la consideración de las maravillas que el Todopoderoso obra constantemente entre nosotros, abramos cada vez más nuestro espíritu a la esperanza, entregados generosamente al cumplimiento de la voluntad salvífica de “Aquel que nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su hijo querido, por quien obtenemos la redención, el perdón de los pecados.”

12. LAS CONSIGNAS SNJUANISTAS DE JUAN PABLO II
    Queremos terminar esta exhortación haciendo nuestras, especialmente para vosotros, las consignas que Juan Pablo II ofreció a los españoles como propias de San Juan de la Cruz y a las que considera de alcance universal:+
    Clarividencia en
la inteligencia para vivir la fe:
“Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por lo tanto, sólo Dios es digno de él”
    Valentía en la voluntad para ejercitar la caridad:
“Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”
    Una fe sólida e ilusionada, que mueva constantemente a amar de vera a Dios y al hombre; porque al final de la vida
“a la tarde te examinarán en el amor”

13. EXHORTACION FINAL
    Os invitamos con especial interés a celebrar intensamente este IV Centenario de San Juan de la Cruz participando según vuestras posibilidades en los actos conmemorativos de esta gozosa efemérides y procurando que a todos llegue la noticia y el ejemplo de San Juan de la Cruz.

    Con nuestra bendición pastoral.

14 de Diciembre de 1990

* José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada
* Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
* Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada
* Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva
* José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba
* Antonio Montero Moreno, Obispo de Badajoz
* Antonio Dorado Soto, Obispo de Cádiz–Ceuta
* Javier Azagra Labiano, Obispo de Cartagena–Murcia
* Ramón Buxarrais Ventura, Obispo de Málaga
* Rafael Bellido Caro, Obispo de Jerez
* Ignacio Noguer Carmona, Obispo Coadjutor de Huelva y Administrador Apostólico de Guadix–Baza
* Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería
* Santiago García Aracil, Obispo de Jaén

Andalucía vive su encrucijada. Nota Pastoral de los Obispos del Sur de España

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    Hace poco celebrábamos el décimo aniversario de la Autonomía andaluza, de una parte con alegre fiesta y de otra con sincera inquietud por nuestra región, que siente todavía en su carne muchas necesidades.
    Como Obispos de Andalucía, nos alegra todo lo positivo conseguido en estos diez años, en los que se han recuperado nuestras señas de identidad que mantienen vivo un espíritu colectivo y hacen posible el común esfuerzo por el progreso humano y espiritual de nuestro pueblo.

Todavía queda mucho por hacer
    Queda, no obstante, mucho por hacer. El desarrollo de ciudades y pueblos – sobre todo los que viven del campo y de la pesca – así como del bienestar y de los valores esenciales no avanzan en proporción a las exigencias del bien común. La cultura, el trabajo, el nivel económico, los bienes y servicios colectivos necesarios para la prosperidad común no han crecido en igual medida para todos.
    Junto a reales avances en materia de escolarización, hay que reconocer la ausencia de una colaboración más estrecha entre padres y educadores, autoridades y familias. No basta la sola instrucción intelectual si al mismo tiempo no se educa el corazón y la voluntad a las verdaderas virtudes humanas y sociales. Urge revisar a fondo el problema que plantea la educación de tanos jóvenes, dotados con evidentes capacidades, que se ven destinados al paro y a la frustración, que se sienten fascinados por una sociedad consumista, halagados por el atractivo de un bienestar mas bien material , atraídos por el señuelo del placer y el ansia de vivir libres de cualquier referencia religiosa, ética, familiar. La formación de nuestra conciencia colectiva está necesitada de auténticos valores morales, que permitan a nuestros jóvenes afrontar con éxito los desafíos del futuro.
    En este décimo aniversario de la Autonomía andaluza, los Obispos miramos con suma preocupación el momento que viven las familias. Son muchos los problemas que inciden hoy sobre ellas y crean en su seno graves tensiones: el cambio generacional, la falta de preparación de muchos padres, la escasez de viviendas y la carestía que de ella se sigue, el paro, la droga, los perniciosos juegos de azar – en profusión y publicidad alarmantes -, la emigración, la inseguridad y tantos otros problemas que son de conocimiento público.

Servir al hombre
    Como Iglesia en Andalucía, entregada a su misión pastoral, los cristianos hemos de proclamar y difundir, por todos los medios y en todos los ambientes humanos y culturales, los valores del Reino de Dios, desde la fe en Jesucristo y la fidelidad a la verdad. Estamos obligados a asumir los grandes objetivos de libertad, justicia, defensa de la naturaleza, solidaridad y paz. Todos tenemos una grave responsabilidad histórica en la hora actual: la de construir el presente y proyectar el futuro con el mayor empeño, arraigados en las permanentes raíces cristianas de nuestro pueblo.
    Somos pastores de esta Iglesia y queremos ejercer nuestro ministerio apostólico de acuerdo con las exigencias evangélicas de cercanía, de sentido sobrenatural, de respeto, de comprensión y de generosidad. Cuantos se sienten y se profesan creyentes nos sentimos obligados a contribuir a edificar una sociedad más cristiana, animada por una civilización de amor.

Ante las elecciones autonómicas
    Otro motivo solicita nuestra atención: estamos convocados a nuevas elecciones autonómicas para el próximo día 23 de junio. Y es conveniente recordar el grave deber de ejercer nuestro derecho al voto cuando está en juego el bien común.
    La abstención sólo puede justificarse por fundadas razones de conciencia, para expresar mejor su opinión sobre las candidaturas y candidatos propuestos. Si no es por esto o por grave dificultad para acudir a las urnas, la abstención no se justifica.
    Respetando siempre la libertad que a todos asiste en este campo, sí queremos recomendar que se actúe con sentido crítico a la hora el voto, mirando siempre el bien común de nuestra sociedad y a los programas de cada partido. Programas que los cristianos deben analizar y sopesar a la luz del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia, con sus contenidos, con la experiencia ya adquirida de la medida y el modo como se llevan a la práctica y con la vista bien abierta a las necesidades y al bien del pueblo andaluz, considerado en toda su integridad, “Hemos de insistir también, decíamos en la instrucción “Los católicos en la vida pública”, en la obligación que todos tenemos de ejercer este derecho con la máxima responsabilidad moral, teniendo en cuenta el conjunto de bienes materiales, morales y espirituales que constituyen el bien común de nuestra sociedad.
    La campaña electoral será un signo de madurez y de espíritu democrático en la media que los partidos políticos dediquen sus esfuerzos a presentar la verdad de su respectivos programas, evitando las acusaciones personales y las contiendas contrarias a los verdaderos valores democráticos.

Conclusión
    Andalucía vive un tiempo de esperanza responsable, en la urgencia de sentirse un pueblo solidario que protagoniza sus propias tareas y sabe hacer honor a sus propias responsabilidades. Esta es una hora de madurez y de discernimiento arduo pero posible. En menos de los propios andaluces se encuentra el timón que ha de marcar el rumbo que nos ha de conducir a un futuro mejor en todos los órdenes.
    Dios nos ayude a estar dignamente a la altura de los “signos de los tiempos” en que nos ha tocado vivir.

En la fiesta de San Isidro Labrador, 15 de mayo de 1990

José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada
Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada
Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva
José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba
Antonio Dorado Soto, obispo de Cádiz-Ceuta
Ramón Buxarrais Ventura, Obispo de Málaga
Rafael Bellido Caro, Obispo de Jerez
Ignacio Noguer Carmona, Obispo de Guadix-Baza
Santiago García Aracil, Obispo de Jaén
Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería

Mensaje a los catequistas

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Al reflexionar sobre la realidad sociocultural y eclesial de nuestra región, queremos ofrecer a nuestras comunidades algunas orientaciones y directrices pastorales concretas sobre la pastoral catequética. Deseamos promover, con el concurso de todos, una acción evangelizadora que responda a las necesidades de los hombres de nuestro tiempo, en sintonía con los objetivos pastorales de la Conferencia Episcopal Española, indicados en su programa Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras.
La catequesis, que alcanza a tantas personas y en la que están comprometidos tantos cristianos, es un camino por el cual el anuncio de Jesucristo sigue llegando hoy a muchos bautizados en nuestras diócesis. De aquí la importancia de cuidar, cada día más, el espíritu, el contenido y los objetivos de este servicio eclesial.

I. NUESTRA CATEQUESIS DEBE SER ABIERTAMENTE EVANGELIZADORA Y ESTAR IMPREGNADA DE TALANTE MISIONERO
Nuestro pueblo es, sin duda, profundamente religioso. Sus experiencias existencias más hondas están relacionadas y se expresan comúnmente a través del culto cristiano. Este hecho, sin embargo, no puede llevarnos a creer que tales expresiones, tan fuertemente arraigadas en nuestra cultura, sean signos, sin más , de una fe cristiana. La carencia de una formación básica y la práctica increencia de muchos bautizados nos llevan a considerar estas prácticas, más bien, como oportunidades o puntos de partida que se nos ofrecen para un verdadero anuncio de Jesucristo.
Es verdad que el reto de la nueva evangelización ante el que nos encontramos nos empieza a diseñar una acción pastoral en la que, de forma expresa, tenga un lugar preeminente el anuncio del Evangelio a los alejados. Pero también es cierto que son muchos los bautizados que solicitan de la Iglesia la recepción de sacramentos. En muchas de nuestras diócesis está establecido que a estas celebraciones precedan unas catequesis preparatorias. ¿No pueden ser estos encuentros de catequesis ocasiones insustituibles para anunciar a Jesucristo de forma explícita a cuantos participan en ellos? S. S. Juan Pablo II nos recuerda en la exhortación apostólica Catechesis tradendae que «la catequesis debe, a menudo, preocuparse no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo» (CT n. 19).
Si nuestra catequesis se hace misionera, es decir, da preferencia al anuncio explícito de Jesucristo, podemos prestar un gran servicio a la reevangelización de nuestro pueblo, llamándolo a una conversión sincera al Señor y educando actitudes de fe conscientes y coherentes que lleven a superar tanto el entumecimiento por las cosas espirituales como el contraste entre la rica tradición cultural y cristiana… y los acuciantes problemas sociales aún pendientes .
Ya que, hoy por hoy, el principal esfuerzo catequético se hace en nuestras diócesis con niños y adolescentes (catequesis para la primer a eucaristía y para la confirmación) será necesario dar también a estas catequesis el carácter misionero del que hablamos. La elaboración de materiales específicos para ella, que confiamos a nuestros secretariados diocesanos de catequesis, en conformidad con las normas al respecto de la Conferencia Episcopal Española , y su uso por nuestros catequistas, podrán ir asegurando un servicio de calidad a la evangelización y catequización de nuestros bautizados en momentos como los que vivimos, que suponen un especial reto para la fe.

II. NUESTRA CATEQUESIS DEBE SER CONSIDERADA COMO UN PROCESO DE INSPIRACIÓN CATECUMENAL, Y ATENDE RPRIORITARIAMENTE A LOS ADULTOS
Al hablar de la inspiración catecumenal de nuestra catequesis nos referimos a que debe ser un proceso de iniciación cristiana integral . Y entendemos por tal lo que expresa el Concilio Vaticano II en el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, donde se abordan los temas del anuncio del Evangelio, de la iniciación cristiana y de la formación de la comunidad cristiana, es decir, las tres grandes etapas del proceso evangelizador:
«El catecumenado no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado, convenientemente prolongado, de la vida cristiana, en la que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro.
Iníciense, pues, los catecúmenos, convenientemente:
– en el misterio de la salvación;
– en el ejercicio de las costumbres evangélicas;
– en los ritos sagrados, que han de celebrarse en los tiempos sucesivos;
Y sean introducidos en la vida de fe, de la liturgia y de caridad del Pueblo de Dios (AG 14)» .
Nos preocupa también seriamente la prioridad que se debe dar a los adultos en la acción catequética. Ellos son, en palabras de Juan Pablo II, «capaces de una adhesión plenamente responsable… las personas que tienen las mayores responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada» (CT n. 20 y 43).
En una cultura como la nuestra, en la que todo principio de conducta o esquema de valores queda relativizado, sólo la coherencia testimonial de los cristianos puede ofrecer con credibilidad el Evangelio de Jesucristo y la salvación que Él nos ha traído. Pero esta coherencia normalmente es propia de personas adultas, maduras humanamente y en su fe. Son los cristianos que han llegado a esta madurez de fe, a través de procesos de inspiración catecumenal, los que serán capaces de transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad .
Manteniendo estas prioridades, afirmamos igualmente que la catequesis con niños y adolescentes tiene como objetivo la iniciación cristiana integral, dentro de cuyo proceso se inscribe la celebración de los sacramentos . La referencia necesaria e inmediata a esta catequesis es la comunidad cristiana adulta, de la que estos nuevos cristianos están llamados a formar parte. Cualquier otro planteamiento de la catequesis infantil sería parcial, reductivo y, por lo mismo, no tendría garantía de continuidad.

III. PARA ESTA CATEQUESIS, PROPIA DE UNA NUEVA SITUACIÓN, ES NECESARIO UN NUEVO TIPO DE CATEQUISTAS
Hablar de nuevos catequistas significa dos cosas: la incorporación de nuevas personas a la tarea catequética, después de un proceso conveniente de discernimiento y preparación, y la renovación del talante y puesta al día de quienes, estando ya en ejercicio, carecen de adaptación a los nuevos tiempos.
Una vez más, agradecemos la tarea realizada y el servicio que tantos miles de catequistas han prestado y siguen prestando en nuestras diócesis a la educación de la fe en los últimos años. Porque confiamos en su amor a la Iglesia y a la catequesis, les pedimos un esfuerzo profundo de renovación.
La formación y la atención pastoral de los catequistas debe figurar entre las prioridades de nuestros programas diocesanos. Todo esfuerzo que se haga en este sentido tendrá un efecto multiplicador en beneficio de la catequesis y de los catequizandos.
Para este trabajo, el punto de referencia obligado son las Orientaciones pastorales el catequista y su formación, publicadas por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis en septiembre de 1985. Allí aparecen definidos tanto los rasgos de identidad del catequista que hoy quiere la Iglesia y que tendremos que cultivar con tesón como los aspectos programáticos de su formación, que deberán ir construyendo su personalidad humana, creyente y catequizadora en el seno de la comunidad eclesial.
Junto a la renovación de los catequistas, y como su principal punto de apoyo, llamamos la atención sobre la urgente renovación catequética de los sacerdotes y la sólida formación en catequesis que debe ofrecerse a los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa. En este campo, como en homilética o en pastoral general, no basta tener buena voluntad: son necesarias una preparación básica y una actualización permanente. La tarea de reevangelizar, en diálogo con la cultura de la increencia y de la relativización de los valores, exige, ciertamente, una puesta al día que ni podemos ni debemos ahorrarnos.
Al invitaros a seguir, en vuestro servicio a la misión de la Iglesia, estas líneas de acción que os ofrecemos, renovamos nuestra confianza en el Señor. Sólo unidos estrechamente a Él, en una sólida espiritualidad, podremos responder adecuadamente a la gran tarea que tenemos delante.
Ponemos, con esperanza, en vuestras manos los nuevos Catecismos de la Comunidad Cristiana establecidos para la Iglesia en España.
Vamos a avanzar en la dirección señalada, acompañados por la Virgen María, la catequista de Jesús, e impulsados por la fuerza poderosa del Espíritu.

Córdoba, 18 de octubre de 1988. Fiesta de San Lucas Evangelista.

JOSÉ MÉNDEZ ASENSIO, Arzobispo de Granada y A. A. de Almería. CARLOS AMIGO VALLEJO, Arzobispo de Sevilla. FERNANDO SEBASTIÁN AGUILAR, Arzobispo Coadjutor de Granada. RAFAEL GONZÁLEZ MORALEJO, Obispo de Huelva. JOSÉ ANTONIO INFANTES FLORIDO, Obispo de Córdoba. ANTONIO MONTERO MORENO, Obispo de Badajoz. ANTONIO DORADO SOTO, Obispo de Cádiz–Ceuta. JAVIER AZAGRA LABIANO, Obispo de Cartagena. RAMÓN BUXARRÁIS VENTURA, Obispo de Málaga. RAFAEL BELLIDO CARO, Obispo de Jerez. IGNACIO NOGUER CARMONA, Obispo de Guadix–Baza. SANTIAGO GARCÍA ARACIL, Obispo de Jaén.

Las Hermandades y Cofradías. Carta Pastoral de los Obispos del Sur de España

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Las Hermandades y Cofradías

Carta pastoral de los obispos del sur de España

 

PRESENTACIÓN

Las Hermandades y Cofradías del sur de España cuentan ya con una autorizada reflexión teológica y pastoral sobre su identidad y misión. Sólo desde la fe y la tradición cristiana, interpretada por la autoridad de la Iglesia, se pueden comprender las diversas realidades eclesiales. Las Hermandades y Cofradías encuentran su verdadera luz desde la fe de la Iglesia. Los obispos ponen en sus manos un breve manual o directorio, inspirado en la Sagrada Escritura y en la tradición eclesial, lleno de virtualidad para colmar las aspiraciones cristianas de sus miembros y facilitar su eficaz cooperación a la obra de la evangelización en la región, a la que son convocados como partícipes de la misión salvadora de Cristo y solidarios con los gozos y esperanzas de de los hombres de nuestro tiempo.

Sea bienvenida, con gratitud y esperanza, esta carta pastoral colectiva, este primer documento episcopal dirigido a las Hermandades y Cofradías, al año de la celebración de la Séptima Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, dedicada a la «Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, a los veinte años del Concilio Vaticano II».

Este documento, aunque relacionado con el catolicismo popular, se refiere al laicado católico asociado en las Hermandades y Cofradías. La perspectiva de la vocación cristiana y apostólica de los laicos es la luz necesaria para abordar y comprender correctamente el ser y el actuar de las Hermandades y Cofradías, su responsabilidad peculiar en la educación de la fe del pueblo cristiano y en las expresiones de la piedad popular. También desde su identidad religiosa se podrá interpretar su pasado y comprender sus relaciones con la sociedad y con la cultura.

Las referencias bíblicas y doctrinales de la carta pastoral nos indican el contexto y el pensamiento eclesial que inspira y fundamenta su enseñanza. Desde aquí encuentran nueva luz, palabras como «hermandad», «culto», «caridad». La teología sobre el laicado, sobre la evangelización y sobre la vida litúrgica va penetrando con mayor incidencia y madurez, bajo el impulso del Concilio Vaticano II, en el pensamiento, en las actitudes y en el comportamiento de los miembros de la Iglesia. Esta carta pastoral acerca la doctrina conciliar a los hermanos/cofrades, principalmente en lo referente a la Iglesia, a su misión en el mundo, a la Sagrada Liturgia y al Apostolado de los Seglares.

También se inscribe en el momento de la Iglesia en España, en el espíritu de renovación interior y en el impulso misionero promovido tras las visita apostólica de Juan Pablo II. Es el año 1983 se iniciaba este camino mediante el programa del episcopado «al servicio de la fe de nuestro pueblo». En el año 1985 se ofrece a los católicos un instrumento de reflexión, «Testigos del Dios vivo», llamado a promover una renovación interior en profundidad. En la actualidad, en continuidad con el camino emprendido, los obispos españoles promueven la evangelización, secundando el programa pastoral «Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras».

Dentro de nuestra región, los obispos siguen con atención la evolución social y cultural de la sociedad y su incidencia en la vida religiosa de los católicos. A lo largo de estos años han dirigido su palabra sobre temas puntuales. Pueden recordarse, en relación con esta carta pastoral, los siguientes documentos: «El catolicismo popular en el sur de España» (1975), «Las Iglesias diocesanas en Andalucía» (1980), «El catolicismo popular. Nuevas orientaciones pastorales» (1985) y «Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana» (1986).

Desde todo este contexto eclesial y cultural acogemos ahora esta carta pastoral colectiva dirigida a las Hermandades y Cofradías.

Destinatarios y finalidad

            Esta carta va dirigida a los miembros del Pueblo de Dios, confiados al ministerio episcopal: los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los seglares. Todos son destinatarios de las enseñanzas de la Iglesia, son corresponsables en la misión de Cristo y son solidarios con las aspiraciones de los hombres. La vida y la acción de las Hermandades y Cofradías y la de sus miembros afecta a toda la Iglesia y a la obra de la salvación.

            De manera particular, este mensaje va dirigido a los laicos católicos integrados en estas asociaciones, a sus dirigentes, a los sacerdotes que los asisten y a las mismas Hermandades y Cofradías en cuanto tales. Como telón de fondo está presente la doble fidelidad a Cristo y a los hombres; la fe del pueblo cristiano; la mirada a cada uno y a la muchedumbre desde la misión recibida de anunciar la salvación y apacentar la grey.

            Esta carta, expresión de la caridad pastoral, es anuncio del Evangelio a todas las gentes. No es una opinión autorizada. Es enseñanza apostólica en comunión con toda la Iglesia. Los obispos dicen en la introducción: «Tratamos de cumplir nuestra misión de enseñar el único Evangelio de Jesucristo, válido para todos a pesar de la diversidad de situaciones, de iluminar y discernir las realidades eclesiales, de enseñar la doctrina de la Iglesia y de orientar las conciencias de los fieles cristianos en el camino de la salvación, tanto de las personas como de las instituciones de la Iglesia… Orientando las expresiones de la fe del pueblo cristiano y velando por su autenticidad».

            El Evangelio y la doctrina de la Iglesia constituyen el punto de referencia necesario para discernir, orientar y configurar cualquier realidad de la Iglesia de Cristo y todo gesto evangelizador. Los criterios externos a la fe son insuficientes, al carecer de la luz de la Revelación. La pretensión de definir y describir a las Hermandades y Cofradías sólo desde criterios humanos o culturales resulta siempre parcial e incompleta, desdibuja su identidad cristiana y conduce a la ruptura de la comunión católica. En las circunstancias actuales, en las que se requiere el ejercicio del discernimiento cristiano, es muy conveniente tener a la vista los datos descritos en los documentos episcopales: «Testigos del Dios vivo», «Los católicos en la vida pública» y el «Informe sobre la situación doctrinal», de 1988. Todos necesitamos discernir y orientar nuestra propia realidad, también las Hermandades y Cofradías.

            La finalidad de la carta viene descrita en los números 8, 9 y 10. Una creciente formación cristiana, una más activa participación en la vida litúrgica y caritativa de la Iglesia, un mayor dinamismo apostólico, el fortalecimiento de los vínculos de comunión con la Iglesia, la incorporación a la acción misionera y evangelizadora. Para recorrer este camino, se recuerda la necesidad de intensificar la acogida religiosa de la Palabra de Dios, la celebración de los misterios cristianos y el ejercicio del apostolado, con el acompañamiento de la riqueza espiritual que brota del Concilio Vaticano II.

Perspectiva teológica

El texto episcopal discurre en torno al bautismo, la Iglesia y la evangelización.

Por el bautismo participamos de las dimensiones de la única misión de Cristo: profeta, sacerdote y rey. Somos enviados para ser testigos de Cristo con obras y palabras. Aquí se funda la naturaleza eclesiológica de las asociaciones de fieles, de su vida y acción. De aquí nace la conciencia evangelizadora, con una mirada abierta y solidaria a nuestra realidad histórica.

De una y otra manera se pone de manifiesto la unidad indisoluble de las dimensiones de la vida cristiana: evangelización, culto, caridad, comunión. Todas ellas constituyen el ser del cristiano, el ser de la Iglesia y de sus instituciones. La fe sin obras es palabrería. El culto sin fe se convierte en teatro. La caridad sin culto es filantropía. La comunión vaciada de su contenido teológico es pura organización humana, es «política».

El mensaje de esta carta promueve la unidad de vida en los creyentes y en sus asociaciones. Abre un camino de reflexión y conversión que ayude a la síntesis fe–vida y al diálogo evangelizador de la fe con la cultura.

Discernimiento pastoral

El discernimiento espiritual y pastoral es una actividad permanente de quien se deja iluminar, jugar y guiar por la gracia del Espíritu y por la Palabra de Dios. Es necesario para recorrer el camino de la fe y cumplir la misión. Los obispos ofrecen una vía de discernimiento cristiano que ayude a las Hermandades y Cofradías a su fidelidad en su ser, en su obrar y en su servicio a los hombres.

Sobre nueve capítulos se sugieren caminos de progreso y fidelidad:

–    Que sean caudal para alimentar la vida espiritual y apostólica.

–    Practicar la caridad, en la fraternidad, en la solidaridad y en la animación cristiana de la sociedad. La caridad política. Con libertad e independencia evangélicas.

–    Profesar un culto a las imágenes que lleve a Dios. Un culto en el corazón y la vida que supera los actos externos.

–    Jerarquizar y armonizar la vida litúrgica y los ejercicios piadosos. Valorar en la práctica la importancia del Triduo Pascual.

–    Vivir la devoción y el culto a María como camino que conduce a Cristo y a los hombres.

–    Intensificar la evangelización y la catequesis para enraizar y fundar la fe del pueblo cristiano.

–    Vivir la pasión de Cristo como llamada a la conversión, como experiencia redentora, dando verdadero sentido a la penitencia externa y culminando esta experiencia en la celebración de la Vigilia Pascual.

–    Actuar con conciencia cristiana y eclesial en la administración de los recursos.

–    Salvaguardar la identidad cristiana en relación con la cultura y con las entidades no eclesiales.

Tres objetivos de renovación

En sintonía con las llamadas del Papa a una nueva evangelización, se propone un horizonte de renovación espiritual que responde a tres necesidades del momento.

Una fe misionera que despliegue la vocación apostólica e impulse la evangelización en diálogo fecundo con la cultura y adaptado a los hombres de nuestro tiempo.

Una fe fundada, enraizada, mediante un proceso permanente de formación y actualización que desarrolle la gracia del bautismo en los hermanos/cofrades y su dirigentes, y logre un perfil de cristiano adulto mediante la vida sacramental, el testimonio y la animación cristiana de la sociedad. A la par que haga de las Hermandades y Cofradías ámbitos de catequesis, donde se acoge y transmite la palabra de Dios y se camina en la fe de la Iglesia.

Una fe eclesial, semilla de fraternidad y comunión, con apertura a la realidad eclesial y social, inserta en la vida parroquial como ámbito desde el que vive su integración diocesana y su comunión con toda la Iglesia. Esta fe eclesial se evidencia en la solidaridad con la misión de la Iglesia y con sus necesidades, con la opción preferencial por los pobres, la apertura al ministerio sacerdotal, la fidelidad a la propia identidad y en el ejercicio del culto católico.

El último capítulo desarrolla el significado religioso y pastoral de las peregrinaciones, en sus diversas formas, y la importancia del culto en los santuarios y ermitas, principalmente con ocasión de las fiestas patronales.

Un documento para la vida

Lo que se desconoce no se vive. Una carta se escribe para que la lea su destinatario, para transmitir un mensaje, para compartir. Más aún, si la carta tiene una significación especial, por su contenido y por su autor, no sólo se lee, sino que se retiene para nuevas lecturas. ¿Quiénes serán de hecho los destinatarios de esta carta? ¿Cuántos la leerán? ¿Cuál será su permanencia en la mente y en el corazón de quienes la lean?

Ojalá sea acogida con espíritu religioso y apertura de corazón. Como un precioso regalo eclesial, lleno de esperanzas para el bien de todos: el pueblo cristiano, los hermanos/cofrades y las mismas Hermandades y Cofradías. Sólo así podrá ser fecunda.

Esta carta es un instrumento eficaz para la formación permanente. Puede ser objeto de diálogo en las reuniones o cursos de formación. Su importancia merece creatividad e iniciativas para que sea presentada a todos, en Cabildos, acatos especiales, boletines, etc. Es, sin duda, un validísimo servicio para el ejercicio del ministerio pastoral en las Hermandades y Cofradías. Cada hermano/cofrade podría leerla, como escrita para él, en su intimidad, con espíritu de diálogo y confidencia fraterna.

Entre todos haremos que sea una semilla fecunda para gloria de Dios, bien de su Iglesia y para la evangelización de los hombres de nuestro tiempo. Nosotros, con la gracia de Dios, tenemos la palabra.

Antonio Hiraldo Velasco

Secretario General de los Obispos del Sur de España.

 

INTRODUCCIÓN

1. Con esta carta pastoral deseamos ponernos en contacto, una vez más, con todos los fieles católicos de las Archidiócesis de Granada y Sevilla. Y de manera especial nos dirigimos a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares que viven su fe, trabajan apostólicamente o pertenecen a las Hermandades y Cofradías sacramentales, de penitencia y de gloria. A todos, «gracias y paz de parte de Dios, Padre Nuestro, y del Señor Jesucristo»[1].

2. Empezamos agradeciéndoles a muchos de ellos sus aportaciones a la redacción definitiva de este texto. Entre todos, y desde nuestra fe común en Jesucristo, hemos realizado un verdadero discernimiento eclesial. Como pastores, reconocemos la importancia de la contribución de los laicos al bien de toda la Iglesia. Y unidos en comunión debemos cooperar todos a la misión salvadora de la Iglesia en el mundo. «Es necesario, por tanto, que todos, abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada miembro, crece y se perfecciona en la caridad»[2].

3. Los obispos, nos dice el concilio Vaticano II, «rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que se le han encomendado» con su autoridad y con su potestad sagrada, que ejercitan únicamente para edificar su grey en la verdad y en la santidad. «En virtud de esta potestad, los obispos tienen el sagrado derecho y ante Dios el deber de legislar sobre sus súbditos, de juzgarles y de regular todo cuanto pertenece al culto y organización del apostolado»[3]

4. Esta autoridad y potestad para apacentar nuestra grey, que individual y colegiadamente poseemos en nombre de Cristo, es la que como pastores de nuestras diócesis nos mueve a ocuparnos en este documento, desde una perspectiva teológica y pastoral, de las Hermandades y Cofradías en el sur de España. De esta forma tratamos de cumplir nuestra misión de anunciar el único Evangelio de Jesucristo, válido para todos a pesar de la diversidad de situaciones; de iluminar y discernir las realidades eclesiales; de enseñar la doctrina de la Iglesia y de orientar las conciencias de los fieles cristianos en el camino de la salvación, ya se trate de las personas, ya de las instituciones de la Iglesia.

5. En continuidad con otros documentos sobre religiosidad popular[4], nos proponemos con esta nueva carta pastoral ejercer nuestra responsabilidad de obispos, orientando las expresiones de la fe del pueblo cristiano y velando por su autenticidad. Juan Pablo II nos ha exhortado a que mantengamos una atención, un respeto y un cuidado constante sobre la religiosidad de nuestro pueblo, a la vez que una «incesante vigilancia, a fin de que los elementos menos perfectos se vayan progresivamente purificando, y los fieles puedan llegar a una fe auténtica y a una plenitud de vida en Cristo»[5]. Con estos sentimientos de pastores de las iglesias del sur de España y como hermanos en la fe de todos vosotros, os dirigimos estas orientaciones pastorales.

 

I. VOCACIÓN CRISTIANA Y APÓSTOLICA DE LOS MIEMBROS DE LAS HERMANDADES Y COFRADÍAS

6. Las Hermandades y Cofradías son asociaciones de fieles cristianos conscientes de su pertenencia a la Iglesia. Y como todo fiel cristiano, deben sentirse, ante todo, personas que han asumido libremente su bautismo, por el que están incorporados a Cristo y son miembros vivos de su Cuerpo, la Iglesia, en la que viven con otros su fidelidad al Señor. Esta fidelidad al Señor, concretada en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, exige de por sí la participación en la acción apostólica, como tarea propia de todo fiel cristiano por el mismo hecho de estar bautizado. Por ello, los cofrades, junto al fin peculiar del culto público, deben asumir las responsabilidades propias de toda la Iglesia, según las necesidades que en cada momento se vayan presentando dentro del pueblo de Dios y en el mundo donde vivimos. Pues, como dice el Concilio Vaticano II, «la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado»[6]. Y el apostolado «de los seglares, que surge de su misma vocación cristiana, nunca puede faltar en la Iglesia». «Pero nuestros tiempos –prosigue el Concilio– no exigen menos celo en los seglares, sino que, por el contrario, las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio (…). Prueba de esta múltiple y urgente necesidad, y respuesta feliz al mismo tiempo, es la acción del Espíritu Santo, que da hoy a los seglares una conciencia cada vez más clara de su propia responsabilidad y los impulsa por todas partes al servicio de Cristo y de la Iglesia»[7]. La presencia, pues, y la acción del Espíritu en los seglares se manifiesta en los frutos de vitalidad espiritual y apostólica que enriquecen a la Iglesia.

7. Es nuestro deseo que las Hermandades y Cofradías reflexionen conjuntamente sobre el sentido que tiene para ellas el ser asociaciones de fieles cristianos. Esto significa que deben sentirse Iglesia, que deben integrarse más en la dinámica renovadora del Concilio Vaticano II, que han de conocer y vivir las enseñanzas del Papa y de la Conferencia Episcopal Española e incorporarse a los planes diocesanos de acción pastoral, salvando siempre sus características peculiares. Teniendo muy en cuenta que, a tenor de los cánones 204–205, es evidente que no pueden ser ni llamarse asociaciones católicas si viven al margen de la vida eclesial. Por tanto, en sus celebraciones litúrgicas y piadosas yen su acción apostólica habrán de estar coordinadas con los organismos correspondientes.

8. En el momento presente se contempla en el sur de España un interés creciente por las manifestaciones católicas de religiosidad popular, y especialmente por las Hermandades y Cofradías. De lo cual, ciertamente, nos alegramos. Pero entendemos que esta realidad ha de ir acompañada en los cofrades de una creciente formación cristiana, a la par de una participación activa en la vida litúrgica y caritativa de la Iglesia, junto a un mayor dinamismo apostólico y de un fortalecimiento de la comunión eclesial. Con ello, las hermandades acertarán a incorporarse a la dinámica misionera que la Iglesia católica está desplegando en toda la sociedad española. Hoy, por otra parte, resulta particularmente necesario «conocer el Concilio más amplia y profundamente, asimilarlo internamente, afirmarlo con amor, llevarlo en la vida»[8].

9. La reevangelización de nuestra sociedad es una tarea urgente. El sur de España, como toda la sociedad española, está necesitando a todas luces una nueva evangelización. En los dos últimos años, los programas pastorales e la Conferencia Episcopal Española han insistido repetidamente sobre este tema[9].

El mismo Juan Pablo II nos dijo a los obispos el Sur en nuestra última visita ad limina, que no nos será posible revitalizar a la Iglesia de nuestra región si no intensificamos esta nueva acción evangelizadora. «Sin ella, el pueblo de Dios se iría quedando casi imperceptiblemente como aletargado, al faltarle la savia del Espíritu que, a través de la palabra y de la frecuencia de los sacramentos, lo mantiene sano y unido y le confiere vigor y fecundidad»[10]. Para esta revitalización espiritual de nuestra región hacemos un llamamiento a todos los hermanos/cofrades de nuestra diócesis. Os pedimos vuestra colaboración, confiados en que vuestra vocación cristiana y apostólica encontrará en esta tarea eclesial un nuevo florecimiento religioso hacia dentro y hacia fuera de la vida espiritual de vuestra propia Hermandad/Cofradía. Puesto que, aunque el fin principal de las Hermandades y Cofradías consiste en la promoción del culto público, ello no les exime, en su justa medida, toda la acción general de la Iglesia a la vista de las urgencias apostólicas que se presentan al pueblo de Dios y en cada momento histórico.

10. Una al evangelización habremos de hacerla en el contexto económico, cultural, social y religioso de nuestra región. La responsabilidad de ser testigos del Evangelio, a la que los cristianos somos convocados por el Señor, nos debe llevar a conocer en profundidad los graves problemas sociales que aquejan dolorosamente a nuestras regiones. Tales como son el paro, la situación tan difícil de los hombres del campo y del mar, el analfabetismo, la escasa industrialización, la falta de mano de obra cualificada, la drogadicción y el alcoholismo, la prostitución, la discriminación gitana…[11].

Como nos dijo el Papa recientemente, en Andalucía existe un fuerte contraste entre la rica tradición cultural y cristiana y los acuciantes problemas sociales todavía pendientes y de no fácil solución[12]. En esta dura realidad social tenemos que vivir y encarnar nuestra fe, el Mensaje de Jesús, para iluminarla y salvarla con la luz y la fuerza del Señor resucitado.

 

II. NUESTRAS HERMANDADES Y COFRADÍAS HOY: VALORES Y CREENCIAS

Caudal de vida espiritual en la Iglesia

11. Las Hermandades y Cofradías han contribuido grandemente al florecimiento de la vida cristiana entre nosotros. Estas asociaciones religiosas han aportado un importante caudal a la vida espiritual de nuestro pueblo. Y actualmente continúan alimentando la vida cristiana de muchos católicos repartidos por toda nuestra geografía. Las hermandades constituyen el hecho asociativo que cuenta con mayor número de miembros entre los católicos de la región, aunque lamentablemente muchos de ellos sólo figuren en las nóminas, limitándose su compromiso al pago de la cuota reglamentaria y a la salida en la Estación penitencial anual.

12. Abrigamos la esperanza de que las Hermandades y Cofradías puedan continuar siendo el cauce por el que muchos católicos alimenten en cierta medida su vida espiritual y apostólica. Para ello quizá fuese conveniente prestar mayor atención a la calidad cristiana de los asociados que a la cantidad. Todos estamos de acuerdo en que cualquiera no puede ser miembro de una Hermandad/Cofradía. Solamente aquellos que, profesando la fe cristiana, buscan un mayor compromiso comunitario y apostólico en la Iglesia. Si esta inquietud cristiana no está presente en los que desean entrar en las Hermandades y Cofradías, se deberá aplazar la admisión definitiva hasta después de un periodo de preparación y reflexión sobre el compromiso espiritual y apostólico que contraen al quedar incorporados a la Hermandad o Cofradía. Con esta medida no se pretende que estas asociaciones estén formadas únicamente por grupos selectos de cristianos, sino crear conciencia de que las Hermandades y Cofradías son un cauce de vida cristiana para los que tienen fe y quieren vivirla sinceramente en esta parcela de la Iglesia.

La práctica de la caridad cristiana

13. Comprobamos muchas veces con satisfacción que la práctica de la caridad cristiana es uno de los valores más profundamente vividos en estas asociaciones católicas y desearíamos verla extendida en todas las Hermandades y Cofradías. De esta forma tratan sus miembros de vivir algo tan central en el Mensaje de Jesús como es el amor fraterno y la solidaridad con los que sufren. No se trata solamente de dar, sino de darse totalmente como el mismo Jesucristo nos enseña. Lo que hagamos con los necesitados se lo hacemos la mismo Jesús: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino, preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme»[13]. Recientemente Juan Pablo II, haciendo una aplicación a la sociedad actual de esta doctrina predicada por Jesucristo, nos ha dicho que «pertenece a la enseñanza y a la praxis más antigua de la Iglesia la convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus miembros, están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo superfluo, sino con lo necesario. Ante los casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello»[14].

14. Este valor evangélico, tan esencial en la vida cristiana y en la vida de toda la Iglesia, debe aplicarse y ampliarse a las nuevas situaciones de injusticia, a los nuevos grupos de marginados que han surgido en nuestros pueblos y ciudades a la sombra de un desarrollo económico consumista e insolidario. Vuestra caridad cristiana tiene que llegar a todas las personas y grupos que sufren abandono, soledad, incomprensión, marginación… Pero una caridad que no se quede sólo en las ayudas materiales, sino que llegue hasta el compromiso en asociaciones eclesiales o civiles para la promoción del bien común. «Uno de los fallos principales de nuestro catolicismo tradicional ha sido el desconocimiento completo de las implicaciones sociales de nuestra fe. Hoy se necesita más que nunca la formación de la dimensión social de nuestra conciencia cristiana. Los frecuentes llamamientos que la Iglesia ha hecho a los católicos para una acción social y política coherente con la fe han quedado con frecuencia paralizados por los moldes individuales en los que todavía muchos creen poder vivir el Evangelio»[15].

15. Los sentimientos que tuvo Jesús[16] son los sentimientos que deben inspirar nuestras acciones y compromisos en los problemas de la vida y en el orden social; no nuestros intereses personales o partidistas. Nos mueve a comprometernos socialmente el saber que lo que hacemos por mejorar las necesidades personales y por solucionar los problemas sociales se lo hacemos al mismo Jesús: «Lo que hicisteis con un de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis»[17]. Tal es el espíritu con el que deseamos que los católicos participen activamente en las asociaciones eclesiales, cívicas, profesionales, sindicales políticas, con el fin de ir creando «una convivencia y una vida social cada vez más parecida a la sociedad de los santos y más conforme con los designios de Dios»[18].

16. En el cumplimiento de esta tarea de animación cristiana de la sociedad, de sus instituciones y estructuras, los hermanos cofrades deberán mantener una distancia crítica respecto de cualquier ideología o mediación sociopolítica, para mantenerse fieles a las exigencias de la fe y no transferir a ningún tipo de partido político programa o ideología el reconocimiento que se debe exclusivamente a Dios, manteniendo con libertad evangélica su reserva cuando se enfrenta con programas e ideologías que se inspiran en doctrinas ajenas al cristianismo o contienen puntos concretos contrarios a la moral cristiana.

Por la misma razón, deseamos que aquellas personas que ejerzan cargos políticos relevante, en los que están sometidos a ideologías y disciplina de partidos concretos, se abstengan de participar en el ejercicio del gobierno de las Hermandades y Cofradías y de los Consejos locales, por ser ésta la forma más conveniente de evitar los conflictos de conciencia, de salvaguardar la coherencia y libertad de la persona[19].

El culto a las imágenes

17. Es bueno recordar aquí, con palabras del papa Juan Pablo II, sobre «la legitimidad de las imágenes en la Iglesia, no sólo por las riquezas espirituales que de ellas se derivan, sino también por las exigencias que impone a todo el campo del arte sacro». «Sin ignorar –prosigue el Papa– el peligro de un resurgir, siempre posible, de las prácticas idolátricas del paganismo, la Iglesia admitía que el Señor, la bienaventurada virgen María, los mártires y los santos fuesen representados bajo formas pictóricas o plásticas para sostener la oración y la devoción de los fieles»[20]. El concilio Vaticano II ha recordado con sobriedad la actitud permanente de la Iglesia a propósito de las imágenes y del arte sacro en general[21]. En este espíritu dice el Papa que el creyente de hoy, como el de ayer, debe ser ayudado en la oración y en la vida espiritual con la visión de obras que intentan expresar el misterio sin ocultar nada. Esta es la razón por la que, hoy como en el pasado, la fe es el necesario estímulo del arte eclesial (…). El auténtico arte cristiano es aquel que, a través de la percepción sensible, permite intuir que el Señor está presente en su Iglesia, que los acontecimientos de la historia de la salvación –vividos por los santos– dan sentido y orientación a nuestra vida, que la gloria que se nos ha prometido transforma ya nuestra existencia. El arte sacro debe tender a darnos una síntesis visual de todas las dimensiones de nuestra fe[22].

18. Las Hermandades y Cofradías han sido fieles a la tradición católica del culto a las imágenes. La misión de las imágenes es, como queda dicho, acercar el misterio de Dios a los hombres. La tradición patrística y Santo Tomás justifican la presencia de las imágenes porque ayudan a la instrucción del pueblo sencillo; porque hacen presente a nuestra contemplación la historia de la salvación y los ejemplos de los santos que la vivieron en plenitud; porque mueven a devoción alimentan nuestra vida cristiana, ya que el hombre asimila mejor lo que oye si lo ve[23]. El Concilio Vaticano II, en consonancia con esta tradición, defiende que se mantenga «firmemente la práctica de exponer imágenes sagradas a la veneración de los fieles». Pero recomienda «que sean pocas en número y guarden entre ellas el debido orden, a fin de que no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa»[24].

19. Por el culto mal entendido a las imágenes se puede llegar a perder no pocas veces su verdadero sentido cristiano. Así, por ejemplo, cuando se desplazan las celebraciones litúrgicas de nuestra fe, como la Eucaristía; cuando se absolutiza su mediación como meras imágenes materiales, tanto para remediar nuestros males como para conseguir la salvación, olvidando que todo cuanto pidamos al Padre en nombre de Jesús nos será concedido[25] , y que solamente somos salvados «en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús»[26], cuando este culto no va acompañado de un testimonio de vida y de un compromiso cristiano; cuando no se ejercita la comunión eclesial; cuando aparecen en su entorno rivalidades, fanatismos, derroches económicos, excesos festivos, emulaciones sentimentales que dan lugar a «piques» entre hermanos o la multiplicación innecesaria de nuevas Hermandades… Todo ello tan ajeno al amor fraterno, a la mansedumbre cristiana, a la comunión y celebración festiva de la fe. Con San Pablo os decimos que seáis todos «del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás»[27].

A este respecto, queremos dejar bien claro que por nuestra parte reconocemos y respetamos el derecho de los fieles cristianos a asociarse libremente. No obstante, consideramos prudente que, cuando se trate del deseo de crear nuevas Hermandades y Cofradías, éste debe responder siempre a una comprobada necesidad pastoral.

Las salidas procesionales

20. Las salidas procesionales y estaciones de penitencia pueden llegar a ser, si se hacen con devoción y dignidad cristiana, valiosas catequesis plásticas en sus recorridos por las calles, las plazas y los caminos de nuestras ciudades y de nuestros campos. La contemplación de estas representaciones religiosas de la vida del Señor, de la Virgen y de los santos nos recuerdan los misterios de nuestra salvación y nos estimulan a seguir su vida ejemplar. Son una predicación del Misterio Pascual, esto es, de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo y de las verdades de nuestra fe; promueven la adoración de la Eucaristía; proclaman las grandezas de María y suscitan la admiración y la imitación de las virtudes de los santos y santas patronos. Decía el Concilio de Trento a los obispos que «enseñasen que por medio de las historias de los misterios de nuestra redención, representadas en pinturas u otras reproducciones, se instruye y confirma el pueblo en el recuerdo y culto constante de los artículos de la fe; aparte de que de todas las sagradas imágenes se percibe grande fruto, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que le han sido concedidos por Cristo, sino también porque se ponen ante los ojos de los fieles los milagros que obra Dios por los santos y sus saludables ejemplos…»[28]

21. Nuestras Hermandades y Cofradías deben recuperar las celebraciones litúrgicas que primitivamente precedían a las salidas procesionales.

Cristo está presente en la Iglesia sobre todo en la acción litúrgica: en el sacrificio de la misa, en los sacramentos, en la palabra cuando leemos en la Iglesia la Sagrada Escritura, y en la oración, cuando suplicamos y catamos salmos. Toda la celebración litúrgica es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia. La liturgia «es la cumbre a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda fuerza»[29].

En este espíritu tenemos que coordinar las celebraciones litúrgicas y las salidas procesionales, facilitando a todos los fieles su asistencia, fomentando el fervor y devoción en los participantes y huyendo del espectáculo y ostentación, que van en contra de la sencillez y pobreza evangélica.

El Concilio Vaticano II nos dice que los ejercicios piadosos «se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos»[30].

Por su parte, la Congregación para el Culto Divino se lamenta en un reciente documento de que «no se respetan los horarios convenientes del triduo santo. Más aún, frecuentemente se colocan en horas más oportunas y cómodas para los fieles los ejercicios de piedad y las devociones populares; y, en consecuencia, los fieles participan en ellas más que en los oficios litúrgicos»[31].

Estos principios han de aplicarse modo especial en los días de Semana Santa, principalmente durante el Triduo Pascual, es decir, desde la tarde de Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor inclusive; según se indica en la última carta circular de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, «los ejercicios de piedad, como son el Via Crucis, las procesiones de la pasión y el recuerdo de los dolores de la Santísima Virgen María en modo alguno pueden ser descuidados, dada su importancia pastoral. Los textos y los cantos utilizados en los mismos han de responder al espíritu de la liturgia. Los horarios de estos ejercicios piadosos han de regularse con el horario de la celebración litúrgica, de tal manera que aparezca claro que la acción litúrgica, por su misma naturaleza, está por encima de los ejercicios piadosos»[32].

La misa «en la Cena del Señor» debe celebrarse el Jueves Santo «por la tarde, en la hora más oportuna para que pueda participar plenamente toda la comunidad local. Allí donde verdaderamente lo exija el bien pastoral, el ordinario del lugar puede permitir la celebración de otra misa por la tarde en las iglesias u oratorios, y en caso de verdadera necesidad, incluso por la mañana, pero solamente para los fieles que de ningún modo pueden participar en la misa vespertina. Cuídese que estas misas no se celebren para favorecer a personas privadas o a grupos particulares y que no perjudiquen en nada a la misa principal»[33].

El sentido eucarístico del Jueves Santo ha de centrarse principalmente en la participación de todos en la misa de la Cena del Señor, mucho más que en la adoración al Santísimo Sacramento fuera de la misa.

La celebración litúrgica de la Pasión del Señor debe comenzar el Viernes Santo «después del mediodía, cerca de las tres. Por razones pastorales puede elegirse otra hora más conveniente para que todos los fieles puedan reunirse con mayor facilidad: por ejemplo desde el mediodía hasta el atardecer, pero nunca después de las nueve de la noche»[34].

Toda la celebración de la vigilia Pascual debe llevarse  a cabo durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la vigilia empiece antes del inicio de la noche, ni tan tardía que concluya después del alba del domingo. «Esta regla ha de ser interpretada estrictamente. Cualquier abuso o costumbre contrario que poco a poco se haya introducido y que suponga la celebración de la Vigilia Pascual a la hora en la cual se celebran habitualmente las misas vespertinas antes de los domingos, han de ser reprobados»[35].

La importancia excepcional de la Vigilia Pascual, como la celebración principal de todo el año litúrgico, es una invitación apremiante para todo cristiano a participar conscientemente en ella; carece de sentido dejar de hacerlo por incompatibilidad con otros actos religiosos, por muy significativos que éstos sean.

Las procesiones que permiten a los fieles contemplar los Misterios de la Pasión de Cristo y los dolores y Soledad de la Virgen María pueden ser muy adecuadas también el Sábado Santo, día en que «la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte» (Misal Romano); siempre que no impidan ni dificulten de hecho la participación del pueblo y de los propios hermanos nazarenos en la Vigilia Pascual. Si se diera esta dificultad, sería muy conveniente que las Hermandades y Cofradías afectadas revisaran el hecho, pudiendo incluso contemplar la posibilidad de trasladar su salida procesional a otro día de la Semana Santa, dada la importancia central de la citada vigilia para la vida de la comunidad cristiana.

La devoción a la Virgen María

22. Las Hermandades y Cofradías han profesado siempre una especial veneración a la Santísima Virgen. Son innumerables las imágenes de la Virgen que se veneran en Andalucía y muchos los santuarios y ermitas dedicados a ella. Todos nuestros pueblos y ciudades la festejan como patrona. Esta es una de las razones por la cual se le llama a Andalucía la tierra de María Santísima. María se merece todas estas muestras de afecto y alabanza porque es la Madre de Nuestro Señor Jesucristo y porque es un modelo de vida cristiana para todos nosotros. Ella es bienaventurada porque hizo siempre en todo lo la voluntad del Padre Celestial[36]. Ella es un miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia[37]. Ella ocupa. Después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros[38]. El culto a María es un verdadero culto cuando conduce a un mejor y más profundo conocimiento del mensaje de su Hijo, a un mayor amor y cumplimiento del mensaje de su Hijo contenido en los Evangelios[39]. A tal efecto es conveniente que las Hermandades y Cofradías actualicen sus formularios devocionales de acuerdo con el contenido de las Orientaciones para el Año Mariano publicadas por la Conferencia Episcopal Española[40].

23. El amor a la Virgen María nos debe conducir siempre al conocimiento y a la adhesión a la persona de Jesús, al deseo de imitar su vida. Mientras que honramos a la Madre, el Hijo, por razón del cual existen y se sostienen todas las cosas[41] y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud[42], debe ser mejor conocido, más amado, más glorificado y mejor cumplidos sus mandamientos[43]. Por lo tanto, el culto a María ha de entenderse y vivirse correctamente. La mediación de María en la salvación debe entenderse de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único mediador[44]. La Iglesia sabe y enseña con San Pablo que uno solo es nuestro mediador: hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos[45]. Por último, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece i disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo; antes bien, sirve para demostrar su poder: es mediación en Cristo[46].

24. Junto a esto, la devoción a la Virgen María nos debe llevar también a un mayor compromiso con los hombres nuestros hermanos. Este puede ser un segundo criterio de discernimiento sobre la autenticidad cristiana de nuestra devoción a María. El primero hemos dicho que es un mayor conocimiento y adhesión al mensaje y a la vida de Jesús, su Hijo. Porque el conocimiento del Señor desemboca en la predicación, en el apostolado, en el anuncio de lo que hemos visto y oído, como hicieron los pastores en Belén[47]. Y María, después de la Anunciación, después de conocer al Señor, canta en el Magnificat su fe en un Dios que se compromete con la historia y a favor de los más pobres y oprimidos. Así nos lo ha enseñado recientemente Juan Pablo II. «La Iglesia acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magnificat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y humildes que, cantando en el Magnificat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús»[48].

La fe de los humildes sencillos

25. Las Hermandades y Cofradías          han sido durante siglos uno de los cauces importantes para la fe de nuestro pueblo. Gracias a su poder de convocatoria y a su forma peculiar de expresar los sentimientos religiosos, han hecho realidad en muchas gentes las palabras de Jesús: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños»[49].

Estas palabras se han cumplido sin lugar a dudas y han arraigado profundamente en las personas humildes y sencillas de corazón, que han mostrado el propósito sincero de seguir a Jesús, y siempre que el mensaje evangélico ha sido presentado fielmente, respaldado con el testimonio de vida cristiana. También Pablo VI hablaba de «expresiones particulares en la búsqueda de Dios y de la fe»[50].

Pero hoy «no podemos pensar en una vitalidad de la Iglesia cada vez más pujante si al mismo tiempo no intensificamos la nueva evangelización, una tarea cuya urgencia y necesidad se siente ahora más que en tiempos relativamente recientes»[51]. Para hacerse presentes en medio del mundo como testigos de Dios y mensajeros del Evangelio de la salvación, los cristianos necesitan estar (hoy más que nunca) firmemente  enraizados en el amor de Dios y en la fidelidad a Cristo, tal como se transmiten y se viven en la Iglesia[52].

Por todo ello, y haciendo nuestras las palabras que nos dirigió el papa Juan Pablo II con motivo de la visita ad limina, el día 14 de noviembre de 1986, queremos exhortaros a insistir en el desarrollo de la catequesis, atendiendo sobre todo a la exactitud y fuerza religiosa de sus contenidos, de manera que la catequesis sea en verdad para todos los fieles una verdadera introducción a la vida cristiana, desde sus aspectos más íntimos de conversión personal a Dios hasta el despliegue de la vida comunitaria, sacramental y apostólica[53].

26. Con todo, estas devociones y ejercicios piadosos perderían no poco de su savia y sus virtualidad si no estuviesen orientados hacia la vida litúrgica de la Iglesia. La Liturgia es «la fuente primera y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano»[54]. Esto ha de referirse ante todo a la Eucaristía, de donde mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin[55]. Consecuentemente, todas las devociones y ejercicios piadosos deben estar orientados y subordinados a las celebraciones litúrgicas, ya que por su naturaleza están por encima de ellos[56].

La conmemoración de la Pasión del Señor

27. Las Hermandades y Cofradías de Pasión y Penitencia, por el tema evangélico que contemplan, suponen una continua llamada a la conversión. Estas confraternidades nacieron con la idea de contemplar y dar culto público a la Pasión del Señor, sacando en procesión las imágenes de Nuestro Señor representado en alguno de estos momentos de su vida. De esta forma recordaban ellos, y todo el pueblo cristiano, el gran beneficio de la Redención y la necesidad de una conversión manifestada en la reforma de la propia vida y en la entrega y servicio a los demás.

28. Es verdad que los actos penitenciales reglamentarios que realizan las Hermandades y Cofradías pueden ayudar, y de hecho ayudan, a expresar los sentimientos de penitencia interior, referida al pecado personal, tan difícil de aceptar por el hombre. Pero hay que lograr que lo sea así de verdad, como una luz que irradia de la Pasión y la Cruz de Cristo que se conmemora, y que sitúa al hombre de cara a Dios y en el camino eficaz de salvación que Dios le ofrece. La iglesia primitiva, antes de que el cristiano explicitara la conversión con signos–sacramentos, exigía un comportamiento previo y convincente que acreditara su conversión. La renovación conciliar del Vaticano II sobre la Penitencia, tanto en las actitudes como en el sacramento, pretende recuperar su pleno sentido teológico y su núcleo central, consistente en la conversión sincera. Esta conversión requiere un cambio de mentalidad y de comportamiento en la propia vida, una vez que el hombre ha sabido situarse en su realidad de pecado a la luz del Espíritu de Verdad.

Hemos de recordar aquí, en cumplimiento de nuestro deber magisterial, la necesidad de que la totalidad de nuestros hermanos/cofrades expresen su actos penitenciales desde una inequívoca actitud de conversión profunda al Señor. Afortunadamente, en la mayoría de los casos, la «estación penitencial» se revela como signo elocuente de una actitud de conversión interior. Pero no en todos los casos ocurre así: se dan motivos, a veces, para poder pensar que el sentido auténtico de algunos actos penitenciales escapa a la mayoría de los que contemplan nuestras procesiones, porque sólo perciben ciertos aspectos de carácter cultural o folclórico, a causa de los comportamientos de algunos penitentes, poco en consonancia con lo que en principio se pretende.

Nadie debería pensar que algo tan fundamental como es la conversión radical del hombre pueda alcanzarse mediante un simple acto extrínseco, por el mero hecho de practicarlo, sin traer al primer plano al Dios que llama y convence mediante su Palabra y sus dones espirituales. Partiendo de la iniciativa de dios, que, levantando a Jesucristo en la Cruz, hace descubrir a todo  hombre su situación humana de impotencia, de caída en poder del mal y del pecado, el hermano/cofrade debe buscar y expresar su conversión verdadera, sin quedar satisfecho con una simple manifestación de penitencia pública reglamentaria que pueda realizar, por diversos motivos, carente de aquel requisito fundamental de conversión al amor de Dios y al amor de todos los hombres.

29. Nada mejor para cambiar nuestros corazones y para hacer de nuestra vida un servicio a los demás que el recuerdo del amor tan grande que Jesús nos mostró muriendo en la cruz por todos nosotros[57]. Su muerte fue la expresión suprema de su fidelidad a Dios Padre[58] y de su fidelidad a los hombres, a los que vino a salvar, pues nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos[59]. El Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida para redención de muchos[60]. Tener la Pasión del Señor como modelo de referencia en la fe constituye una gran exigencia para todos los miembros de las Hermandades y Cofradías. Supone una profunda fe cristiana e implica el deseo de cumplir en todo la voluntad del Padre Celestial, hasta la entrega de la propia vida por predicar el Reino de los cielos.

30. Pero no hay muerte del Señor sin resurrección. La Pasión Y muerte del Señor no está completa sin la Resurrección. Al que murió en la cruz por nuestros pecados Dios lo resucitó[61] y lo ha constituido para siempre Señor y Mesías[62]; exaltado a la diestra de Dios, ha enviado el Espíritu prometido pro el Padre[63]. El Espíritu Santo habita ya en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo[64] y ora y da testimonio en nosotros de la adopción de hijos[65].

La muerte ha sido definitivamente vencida por la vida. Si no creyéramos y celebráramos la Resurrección del Señor, que es la garantía de nuestra propia resurrección, serían falsas nuestra predicación y nuestra fe[66].

Por consiguiente, no puede haber Semana Santa sin celebración de la Resurrección. El Domingo de Pascua de Resurrección da sentido a cuanto recordamos en los días anteriores. Toda celebración cristiana es celebración de la Resurrección del Señor. Las salidas procesionales de Semana Santa se viven con mucho mayor sentido si se participa, como hemos visto, activa y conscientemente en los oficios litúrgicos del Triduo Pascual. La liturgia tiene siempre presente la perspectiva pascual de toda la obra de la salvación. La Vigilia Pascual es la verdadera culminación de toda la Semana Santa, y debe ayudar a que manifestemos en las procesiones lo que queremos vivir en la liturgia y en la realidad de cada día. Por esto es muy importante que cada Hermandades y Cofradías ofrezca a sus miembros cauces concretos para que puedan participar en los oficios del Triduo Pascual. Así, la liturgia y las procesiones podrán recuperar la unidad que primitivamente tuvieron, y se vivirá más fuertemente el sentido cristiano que encierra para todos los creyentes la verdad de que le Crucificado murió, pero ha resucitado[67].

El arte religioso

31. A través de toda su historia, las Hermandades y Cofradías han creado , conservado, custodiado y restaurado, en bastantes ocasiones, una buena parte del arte religioso existente en nuestras iglesias. Y no sólo en las magníficas tallas de los Cristos y Vírgenes que todos conocemos, sino también en el campo de la orfebrería, de los bordados, candelería, cera, túnicas, mantos, canastillas, etc. Es obligado velar por tanta riqueza de arte sacro como el representado por el patrimonio de las Hermandades y Cofradías.

32. en la creación de nuevas imágenes u otros objetos de culto actúen siempre las Hermandades y Cofradías de acuerdo con las delegaciones de arte de las respectivas diócesis, a fin de evitar en nuestros templos aquellas obras artísticas que puedan repugnar a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana u ofender el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte[68]. Las cosas destinadas al culto, nos dice también el Concilio, sean «en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades eclesiales»[69]. De acuerdo con este espíritu, recomendamos que cualquier innovación o estreno notablemente costoso de objetos artísticos sea comunicado previamente a nuestra autoridad.

Dimensión cultural

33. Muchos comportamientos religiosos colectivos, por tratarse de hechos sociales, contienen una serie de dimensiones distintas de las puramente religiosas. Así, por ejemplo, las Hermandades y Cofradías han jugado un papel relevante en la historia del asociacionismo en nuestra región. Determinadas manifestaciones religiosas pueden expresar simbólicamente la identidad de una región, de una ciudad, de un pueblo, de un barrio o de un grupo social, además de los sentimientos religiosos de los participantes. Pueden existir asimismo unos ritos religiosos que sean expresiones de la integración o separación de grupos, pueblos o regiones. Y lo mismo puede decirse de muchas manifestaciones estéticas y festivas presentes en procesiones, romerías y fiestas patronales que cíclicamente se vienen celebrando por nuestra geografía.

34. Pero hay que dejar bien sentado que el hecho de que las celebraciones populares católicas contengan otras dimensiones complementarias de las religiosas no justifica el que otros grupos ciudadanos  o las autoridades públicas las que fomenten únicamente desde una perspectiva cultural, sin tener en cuenta la experiencia espiritual, las creencias religiosas, las exigencias morales y la comunión eclesial que tales celebraciones comportan en la vida del pueblo cristiano[70]. Si no se profesa la fe cristiana, difícilmente se pueden comprender estas expresiones religiosas de nuestro pueblo, y mucho menos la participación y el hecho de asociarse para promoverlas y celebrarlas.

 

III. UN CAMINO DE RENOVACIÓN

Actitud misionera

35. Ya hemos dicho que los católicos asociados a las Hermandades y Cofradías tienen que avivar la dimensión apostólica de su fe. La fe en el Resucitado es sobre todo fe misionera: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación[71]dijo el Señor–, y todos salieron a predicarla por todas partes[72]. Los profundos cambios culturales experimentados por nuestra sociedad reclaman también hoy de todos los católicos un nuevo esfuerzo de evangelización[73]. A finales del segundo milenio, nuestra sociedad está necesitada de una segunda evangelización. Se hace cada día más urgente ir pasando de una pastoral de conservación a una pastoral de misión, ya que cada vez van siendo más las personas que no conocen la revelación de dios a los hombres en su Hijo Jesucristo. Cada vez parecen ser más numerosos los católicos que tienen una fe muerta. A unos y otros hay que anunciarles la Vida Eterna[74]. «Ahora, más que de conservar sólo costumbres religiosas y transmitidas se trata, sobre todo, de fomentar una adecuada reevangelización de los hombres, de obtener su reconversión, de impartirles una más profunda y madura educación en la fe»[75].

36. El mundo cambia continuamente y se hace necesario adaptar el anuncio del Evangelio, la espiritualidad y el compromiso apostólico al medio social de cada época. La evangelización el hombre actual tiene como requisito la inculturación de la fe en el mundo en el que vivimos, guardando el mandato sin tacha ni culpa hasta la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo[76]. La inculturación «significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo»[77]. Se trata así de evangelizar la cultura sin desvirtuar los valores del Evangelio. Por tanto, en nuestra presentación y vivencia del mensaje de Jesús se muestra necesario revisar aquellos elementos que, siendo fruto de la inculturación en épocas y mentalidades pasadas, no resultan válidos hoy[78]. Por consiguiente, pensemos si nuestra espiritualidad, expresiones litúrgicas, formas de piedad y manifestaciones plásticas, están en consonancia con las prácticas del hombre de nuestro tiempo.

Prepararnos para la misión

37. Todos estamos necesitados de una renovación cristiana, tanto en nuestros conocimientos teológicos como en nuestra práctica pastoral. Debemos entrar en una dinámica de formación permanente, tal como hemos escrito los obispos españoles, manifestando que nos sentíamos «obligados a impulsar la preparación y la formación permanente de todos los agentes de pastoral que tienen especial influencia en la vida del pueblo de Dios»[79].

Esto, que parece indispensable para todos los cofrades y hermanos, lo es de una manera singular para aquellos que han sido elegidos para ocupar cargos de responsabilidad dentro de las Hermandades y Cofradías. Nos referimos a los hermanos mayores o presidentes y a todos los miembros de las Juntas de Gobierno. Sólo deberían ocupar dichos cargos cofrades y hermanos que se distingan por su vida cristiana personal, familiar y social, así como por su vocación apostólica. Ellos deben dar ejemplo y ser estímulo para los demás cofrades y hermanos, participando cada domingo en la celebración de la eucaristía, recibiendo con frecuencia el sacramento de la penitencia o confesión, siendo esposos y padres ejemplares, competentes trabajadores o profesionales distinguiéndose siempre por su unión y servicio a la parroquia, a la diócesis y a la Iglesia universal.

Nunca debería darse el caso de pretender acceder a los cargos de gobierno de una Hermandad/Cofradía personas que tuviesen como objetivo fines ajenos a los anteriormente enumerados; por ejemplo, servirse de una Hermandad/Cofradía como ámbito de influencias sociales o plataforma de prestigio meramente humano.

38. De la misión que la Iglesia os encomienda se deriva una serie de exigencias para la vida espiritual  de cada hermano/cofrade y para el trabajo apostólico de toda Hermandad/Cofradía:

a) Como bautizados y miembros conscientes de la Iglesia católica tenéis que alimentar cada día vuestra vida interior, si de verdad estimáis la propia fe como la más importante de vuestra existencia. Este alimento nos viene de la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, de la oración asidua, personal y familiar, de la participación frecuente en las celebraciones litúrgicas, de la penitencia personal y sacramental, del compromiso personal en la vida de la propia comunidad y en el amor evangélico eclesial a los pobres[80].

Los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía dominical han de ser en todos vosotros prácticas habituales. Todos los sacramentos, todos los ministerios eclesiales y todas las obras de apostolado están unidos con la eucaristía y hacía ella se ordenan. La eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización[81]. Las celebraciones litúrgicas deben ocupar el centro de la vida de todas las asociaciones católicas y todos los otros actos de piedad habrán de estar orientados hacia ellas. La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del señor o domingo. En este día, los fieles deben reunirse para escuchar la palabra de Dios y participar en a eucaristía, en recuerdo de la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dando gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos[82].

En la vida diaria estáis llamados a dar testimonio de vuestra condición de católicos en la familia, en el trabajo y en los compromisos sociales. En consonancia con vuestro compromiso cristiano en las Hermandades y Cofradías., habréis de conformar progresivamente vuestras vidas, vuestras maneras de pensar y actuar a las exigencias evangélicas. Siendo, en primer lugar, sensibles ante los problemas de los hombres, comprometiéndonos en la transformación de las estructuras sociales, con la participación en las asociaciones civiles para promover desde ellas el bien común, de acuerdo con la propia fe y las enseñanzas de la Iglesia[83]. Pensad en todas estas exigencias cristianas a la hora de elegir a vuestros directivos, olvidando protagonismos sociales, económicos y familiares. Los que más destaquen en vida espiritual y apostólica son los más aptos para estos cargos[84].

b) Como miembros de asociaciones católicas estáis llamados también a participar en la actividad catequética de la Iglesia. Para poder evangelizar a otros tenéis que prepararos, primero vosotros mismos, en el conocimiento de la Sagrada Escritura y de las enseñanzas de la Iglesia. Es decir, tenéis que ser catequizados primero para poder catequetizar a los demás conociendo y viviendo el contenido de la fe. Para poder explicar a los hombres las riquezas de la pasión, muerte y resurrección del Señor y los dolores y gozos de María. Para decirles a todos que este Dios viviente y soberano se ha entregado y se hace accesible a los hombres como amor y como gracia en su hijo Jesucristo[85].

La catequesis es una experiencia tan antigua como la Iglesia. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana aparecen en el libro de los Hechos de los Apóstoles  perseverantes en oír la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan y en la oración[86]. Los apóstoles asocian a su tarea de enseñar a otros discípulos[87], y en la Iglesia primitiva, incluso, los simples cristianos dispersados por la persecución, iban por todas partes predicando la Palabra[88]. Todo bautizado tiene derecho a recibir de la Iglesia una enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida verdaderamente cristiana y participar de la tarea evangelizadora de la Iglesia[89].

Comunión eclesial

39. Otro elemento importante para las Hermandades y Cofradías en este proceso de renovación es la comunión eclesial. La comunión con la Iglesia nos es necesaria para la salvación. Cristo, el único mediador y el camino de la salvación, se hace presente a nosotros en su Cuerpo visible, que es la Iglesia. Entramos en ella por el sacramento del bautismo, indispensable para llegar a formar parte de la comunidad católica y apostólica de los creyentes[90]. Insistimos en lo que recientemente hemos dicho todos los obispos españoles: Es preciso que caigamos en la cuenta de la naturaleza esencialmente eclesial de nuestra fe personal desarrollando el conocimiento y la estima de la Iglesia como fuente y matriz permanente de la fe. En ella y por ella la recibimos; por medio de ella nos llega la asistencia de Dios y Cristo para mantenernos en la auténtica fe apostólica de dios y Cristo para mantenernos en la auténtica fe apostólica (…). Las comunidades, asociaciones y movimientos, aun siendo eclesiales, no realizan por sí solos y aisladamente el ser completo de la Iglesia[91].

40. El compromiso cristiano de los miembros de las Hermandades y Cofradías no se reduce al limitado círculo de estas asociaciones. Como miembros de un movimiento cristiano, han de sentirse en comunión con las otras asociaciones y movimientos apostólicos de la Iglesia diocesana. Téngase en cuenta que las asociaciones y movimientos apostólicos pueden degenerar o empobrecer su vitalidad cristiana, espiritual y apostólica si se cierran sobre sí mismos, sustituyendo el magisterio y la amplitud de la Iglesia universal por las tradiciones, las ideologías y hasta los intereses meramente humanos[92].

41. Por la misma razón, las Hermandades y Cofradías han de vivir su comunión orgánica con las parroquias a las que pertenecen. Les incumbe colaborar con el párroco y los demás sacerdotes en al vida litúrgica, sobre todo en la preparación del Triduo Pascual y en otras tareas apostólicas o catequísticas. Todo esto justifica la presencia de los hermanos/cofrades en los Consejos Parroquiales de Pastoral.

42. A través de la parroquia nos vinculamos con la Iglesia diocesana y con la Iglesia universal, bajo el ministerio pastoral de los obispos y del Sumo Pontífice. La Iglesia difundida por todo el orbe se convertiría en una abstracción si no tomase cuerpo y vida precisamente a través de las Iglesias particulares[93]. Los cristianos no formamos parte de la Iglesia universal al margen de la Iglesia particular. La Iglesia universal se realiza de hecho en todas y cada una de las Iglesias particulares que viven en la comunidad apostólica y católica. El hecho de vivir encuadrados en otras instituciones eclesiales al hilo de la historia, por la acción del Espíritu, no nos dispensa del esfuerzo por integrarnos en la Iglesia particular constituyente de ser mismo de la Iglesia[94]. La Iglesia diocesana la formamos todos, y entre todos tenemos que enriquecerla con nuestros carismas, con nuestra colaboración y con la ayuda material a sus necesidades.

43. Pedimos a todas las asociaciones católicas que no pierdan el sentido de la proporcionalidad y piensen en las exigencias de la caridad cristiana en el momento de distribuir sus recursos económicos. No deben olvidar la situación de nuestra región y las necesidades de la Iglesias diocesanas. Ambos problemas deberían tener un carácter prioritario sobre otras necesidades, canalizándose las ayudas a través de las Cáritas Diocesanas. Es preciso que los católicos «adquiramos una conciencia más viva y más lúcida de nuestra responsabilidad respecto al sostenimiento económico de la Iglesia», para lo cual la aportación de cada uno de los fieles y la de las asociaciones católicas es totalmente necesaria «para el culto divino, las obras apostólicas y la caridad y el conveniente sustento de los ministros»[95], así como para las obras misionales y las necesidades de la Iglesia universal[96]. Es conveniente que el ordenamiento económico de las Hermandades y Cofradías se adapte al sistema contable vigente en las diócesis en conformidad con las disposiciones del Derecho Canónico[97].

44. Los sacerdotes forman , junto con su obispo, el presbiterio diocesano. En cada una de las congregaciones de fieles ellos representan al obispo, con quien están confiada y animosamente unidos[98]: Recordamos a todos que es muy raro, por no decir imposible, que florezca una comunidad de fe, más pequeña o más grande, sin el aliento de un sacerdote. Sin el sacerdote no es posible la reconciliación sacramental ni la celebración eucarística; él es el animador, el ministro de la palabra, el pastor que guía espiritualmente a los fieles y el que debe aglutinar el grupo[99].

Por este motivo, los sacerdotes deben conocer mejor y ayudar más a estas asociaciones de seglares con tanta tradición en la Iglesia. Sus posibilidades pastorales pueden ser muchas. No olviden que la promoción de un laicado responsable y activo es una de las tareas más necesarias y urgentes del presbítero como evangelizador[100].

45. La vocación cristiana en todo hombre creyente nace del hecho de ser miembro del Pueblo de Dios y, por ello, no puede realizarse sólo en el compromiso individual, sino que primero habrá de vivirse, como hemos dicho, en las comunidades básicas y estables de la Iglesia local, es decir, en las parroquias. En segundo lugar, en los grupos asociativos que le ayudan a completar su vivencia cristiana, como ocurre en este caso con las Hermandades y Cofradías.

Pero, al mismo tiempo, la existencia genuina de éstas –y más todavía la realización cristiana de sus fines situados en el marco completo de las relaciones Iglesia–Mundo–, dependen en gran medida de la presencia ministerial de los directores espirituales y demás sacerdotes que las asisten. Como ministros de Cristo al servicio de esta porción de fieles y garantes de su fidelidad a los fines propios, deberán los sacerdotes considerarse siempre como «hermano entre hermanos»[101], que trabajan juntamente con los seglares en la Iglesia y por la Iglesia. Por su parte, los hermanos cofrades deben acogerlos como a quienes tienen la responsabilidad oficial, no sólo de atender a las necesidades rituales de la Hermandad, sino a la realización del sacerdocio común de los fieles puestos bajo su cuidado pastoral, en toda su amplitud.

Ciertamente, el marco específico de una Hermandad puede ofrecerles a los sacerdotes unas posibilidades inestimables para ejercer fructuosamente el ministerio pastoral. Su principal misión y el fin de todos sus esfuerzos ha de ser facilitar a todos los hermanos cofrades sus encuentro con el Señor. Por esto mismo, los hermanos cofrades deberán adoptar ante sus directores espirituales o sacerdotes asistentes una actitud fraternal de acogida, a fin de ayudarles en el cumplimiento pleno de su ministerio sacerdotal. Estos actuarán siempre en comunión con el obispo y unidos al párroco[102].

46. Las Hermandades y Cofradías, cuyo fin es el culto público en nombre de la Iglesia, según el Derecho Canónico, son por ello asociaciones públicas. Estas asociaciones deben ser erigidas canónicamente por el obispo del lugar si quieren «promover el culto público» en nombre de la Iglesia y realizar «el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal»[103]. Solamente es culto público el que «se ofrece en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas y mediante actos aprobados por la Iglesia»[104]. Y, por tratarse de asociaciones públicas de la Iglesia, «corresponde exclusivamente a la autoridad eclesiástica competente el erigir asociaciones de fieles que se propongan (…) promover el culto público…»[105] Por esto mismo, «los estatutos (las reglas) de esta asociación pública, así como su revisión o cambio, necesitan la aprobación de la autoridad eclesiástica a quien compete su erección, conforme a la norma del canon 312,1»[106].

47. Un claro signo de comunión eclesial actualmente para las Hermandades y Cofradías lo constituye la pronta adaptación del los Estatutos y Reglas «definan y señalen los medios para que las Hermandades y Cofradías sean realmente lugares de educación en la fe, de celebración de la misma, de caridad y comunicación de bienes, de testimonio de Jesucristo en el mundo»[107].

48. La música sagrada forma parte de las celebraciones de culto y de los ejercicios piadosos. No es un ornato sobreañadido, como si se tratara de un elemento externo o secundario. La calidad interpretativa de las voces e instrumentos es parte integrante de la música sagrada: «la gloria de Dios y la santificación de los fieles». La música es también un dato identificador de la naturaleza religiosa de los actos que se celebran. Por ello, todos, sacerdotes y fieles, hemos de valorar correctamente la naturaleza y la importancia de la música sagrada, en sus diversas formas cooperando con fidelidad y creatividad a la educación y a la participación de los fieles (músicos, coros y pueblo) en las celebraciones religiosas. Sea siempre el espíritu de la liturgia el que inspire las diversas actuaciones musicales, lejos de toda espectacularidad, de orientación o criterios ajenos a las enseñanzas de la Igleisa. «Téngase en cuenta que la verdadera solemnidad de la acción litúrgica no depende tanto de una forma rebuscada, de un canto o de un desarrollo magnífico de ceremonias, cuando de aquella celebración digna y religiosa que tiene en cuenta la integridad de la acción litúrgica misma»[108].

La función ministerial de la música sagrada en el servicio divino se rige por su doble fidelidad al rito litúrgico y a la comunidad celebrante. Promuevan las Hermandades y Cofradías la formación de coros que, expresando la propia vivencia de la fe y abiertos a la pastoral parroquial, sirvan a los fines del culto cristiano. Eviten aquellos elementos que pueden fomentar en los fieles la evasión o conducirles a vivencias profanas. Para ello se ha de garantizar el contenido religioso de los repertorios musicales y se han de de preferir los que son propios de cada tiempo litúrgico, armonizando convenientemente la actuación del coro y el canto del pueblo. Es éste un excelente campo de apostolado para los hermanos/cofrades y un cauce para su servicio a los fieles integrados en la vida parroquial.

Pedimos a los sacerdotes y a los responsables de la organización de los cultos que observen con fidelidad las recientes disposiciones de la Comisión episcopal de Liturgia sobre los cantos del ordinario de la misa, el salmo responsarial y el canto de la paz[109].

 

IV. SANTUARIOS Y ERMITAS

Renovación del sentido cristiano

49. Algunas Hermandades y Cofradías se organizan en torno a santuarios y ermitas dedicados a Cristo, a la virgen o a los santos en las zonas donde están ubicados. Se trata de Hermandades y Cofradías de Gloria que en muchas ocasiones veneran a María como reina gloriosa. Sus celebraciones religiosas suelen coincidir frecuentemente con las fiestas patronales.

50. Las Hermandades y Cofradías establecidas en santuarios y ermitas, en unión con los párrocos y con las comunidades parroquiales., procuren que estas celebraciones sean auténticas manifestaciones de la fe de la Iglesia. Eviten interferencias de las entidades no eclesiales en su organización y dirección, distinguiendo bien las celebraciones profanas de las religiosas. Conviene precisar con la mayor claridad las exigencias cristianas que se derivan de estas celebraciones, acomodando la dimensión festiva a las actitudes y criterios evangélicos. Hay que seguir avanzando en el camino de la autonomía de la Iglesia ante el poder civil, en conformidad con la doctrina del Concilio Vaticano II.

51. Los santuarios y ermitas son templos católicos y, por consiguiente, en ellos deben seguirse las mismas normas canónicas que en el resto de las iglesias. Los fieles deben guardar en ellos el mismo respeto y reverencia que en las otras iglesias. A ello puede ayudar el acotamiento de una zona de silencio en torno a los santuarios, evitando que llegue hasta ellos el bullicio festivo de los alrededores; cuidar de la disposición interior de estas iglesias, de manera que inviten a la participación; iluminarlas y sonorizarlas convenientemente; educar al pueblo cristiano en las actitudes cristianas convenientes, no justificando determinados comportamientos (impuntualidad, desorden, rivalidades…) con la excusa de pretendidas tradiciones.

Popularidad creciente

52. Los santuarios y ermitas del sur de España están viviendo una revitalización religiosa. Lugares de culto que hace sólo unos años estaban casi olvidados ahora están siendo muy frecuentados por fieles y peregrinos, sobre todo con ocasión de las celebraciones patronales. En esta revalorización de los santuarios y ermitas está influyendo, en primer lugar, el sentido religioso de nuestro pueblo, junto a otra serie de factores sociales. Entre ellos podemos citar el fenómeno de la vuelta al campo, a la montaña, al pueblo en general, propio de las culturas urbanas, como reacción a la despersonalización, a la monotonía y a la aglomeración de nuestras ciudades. Se vuelve a estos lugares buscando la identidad cultural perdida por la emigración obligada a zonas sin ninguna o con distinta tradición cultural, y ajenas totalmente a los sentimientos y convicciones más íntimas. Presentes en esta vuelta a los orígenes, están también algunas ideas cada vez más extendidas sobre la importancia y el valor de la naturaleza para un sano equilibrio de la vida humana.

53. Pero esta popularidad creciente de nuestros santuarios y ermitas deberá ir acompañada de un aumento y profundización en las celebraciones litúrgicas de los santuarios. En este sentido somos contrarios a la pérdida del carácter cristiano de estos centros de peregrinación y a la participación en ellos por motivos ajenos a la experiencia de fe. Tampoco aprobamos la desunión y el conflicto entre hermanos que tienen una misma fe y que predican el perdón y el amor fraterno.

Por encima de las pequeñas diferencias y las tradiciones está el hecho indiscutible de que tenemos un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, para todos y en todos[110]. Aconsejamos a los católicos que desaparezca la ostentación y la desmesura económica, que desentona con las exigencias evangélicas y la situación social de nuestra región.

No deberíamos dar lugar a que cayera sobre nosotros aquellas duras palabras del Señor: «Mi casa es casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una casa de bandidos!»[111]

Sentido cristiano del caminar

54. Las procesiones, peregrinaciones y romerías que se hacen a los distintos santuarios y ermitas tuvieron siempre, y pueden seguir teniendo, un profundo sentido cristiano si se hacen con verdaderas motivaciones espirituales. Salir en procesión, en peregrinación o en romería supone ponerse en camino. El camino es una experiencia espiritual, es una apertura a lo nuevo, a lo desconocido. En un desinstalarse. Es el abandono de todo lo que tengo para encontrar al que valoro más que todo lo dejado. Es el paso por la soledad y el desierto, antes de alegrarse por haber encontrado lo que se buscaba. Abraham dejó la casa de sus padres y su patria y se puso en camino hacia la tierra que Yahveh le mostró[112]. El pueblo de Israel caminó durante cuarenta años por el desierto antes de ver la tierra prometida[113]. Nosotros mismos somos peregrinos y caminantes en esa tierra. Pero, el camino que lleva a la Vida es angosto y estrecho y pocos son los que lo encuentran[114]. Hacer el camino tiene un profundo sentido bíblico cuando éste supone una experiencia que lleva hacia la conversión al Evangelio, a la entrega a Dios Nuestro Padre y a su Hijo Jesucristo.

55. Los hijos de Israel, antes de llegar a la tierra prometida, adoraron a dioses falsos[115], pusieron a prueba Dios y lo tentaron, y no todos vieron la tierra de promisión[116]. Nosotros también podemos estar adorando a ciertos ídolos por el camino en vez de adorar al verdadero Dios, al Dios revelado en los Evangelios por Jesús, su Hijo. Él es la puerta por donde debemos entrar para encontrar la salvación[117]. Él es el Camino, la Verdad y la Vida[118]. El camino cristiano es un camino de seguimiento al Señor, es el camino de la entrega y del servicio a los demás.

56. Dada la gran afluencia de fieles que acuden en peregrinación a muchos de estos santuarios y ermitas, pedimos a los sacerdotes responsables y a los hermanos cofrades que se reúnan a planificar con el mayor interés la atención pastoral en estos centros de peregrinación, no sólo en los días de la festividad de los titulares, sino durante todo el año; y que preparen según las orientaciones conciliares las celebraciones litúrgicas correspondientes. Todos deben colaborar en la organización y preparación de estas peregrinaciones y romerías, sobre todo en lo que afecta a las celebraciones penitenciales eucarísticas.

Con ocasión del Año Mariano, la Sagrada Congregación para el Culto divino ha dado algunas directrices pastorales concretas para los santuarios:

1) Entre las funciones de los santuarios está el incremento de la liturgia, entendido no como aumento numérico de las celebraciones, sino como perfeccionamiento de la calidad de las mismas. Entre estas celebraciones litúrgicas debe tener un lugar preferente la celebración de la eucaristía y de la penitencia, celebradas con la dignidad y respeto que requieren.

2) La función ejemplar del santuario se manifiesta también en el ejercicio de la caridad, en la acogida y hospitalidad hacia los peregrinos, sobre todo a los más pobres, en la solicitud y premura hacia los peregrinos ancianos, enfermos y minusválidos, a los cuales se reservan las más delicadas atenciones y los mejores lugares en el santuario: en la disponibilidad y en el servicio ofrecidos a todos aquellos que acuden a estos centros devocionales.

3) La peregrinación es otra de las funciones religiosas de los santuarios. La peregrinación es una manifestación cultural íntimamente vinculada a la vida del santuario. En sus formas más auténticas, constituye una elevada expresión de piedad, por las motivaciones que están en su origen, por la espiritualidad que la anima, por la oración que caracteriza sus momentos fundamentales: la partida, el «Camino», la llegada, el retorno.

4) Los sacerdotes que guían peregrinaciones deben favorecer la reunión de los diferentes grupos en una misma concelebración, debidamente articulada: ésta daría entonces una imagen genuina de la naturaleza de la Iglesia y de la Eucaristía y constituiría para los peregrinos ocasión de mutua acogida y de recíproco enriquecimiento.

El centro de interés y la meta de toda peregrinación radica en la imagen devocional que preside cada santuario, en torno a la cual debe transcurrir la convivencia de los romeros, mediante una programación adecuada al acto que se celebra y que excluya toda evasión hacia actividades paralelas, ajenas al espíritu cristiano del acto que se celebra.

5) En los períodos de mayor afluencia de peregrinos, los rectores de algunos santuarios destinan algunos momentos de la jornada a la celebración de las bendiciones de personas y objetos. A través de ellas, celebradas con verdad y dignidad, los fieles comprenderán su sentido genuino y el compromiso de observar los mandamientos de dios que conlleva la «demanda de una bendición».

6) La consagración al Señor o a la Virgen María (el hecho de ponerse bajos su protección) de niños, familiar, grupos eclesiales y parroquias no debe ser fruto únicamente de una emoción momentánea aunque sincera. Antes bien, debe nacer de una adhesión personal, libre y madurada a través de una exacta comprensión del significado religioso de la consagración al Señor o a María.

7) Muchos santuarios son sede de Cofradías que se proponen honrar a sus titulares y promover la vida cristiana entre sus miembros. La inscripción en tales asociaciones es en sí misma un acto de devoción; pero no deben alentarse las inscripciones que se reducen a una mera fórmula, sin asumir compromiso concreto alguno.

8) La imposición de medallas, insignias y escapularios ha de hallarse de acuerdo con la seriedad de sus orígenes; no debe ser un acto más o menos improvisado, sino el momento final de una esmerada preparación por la que el fiel se ha hecho consciente de la naturaleza y de los fines de la asociación a que se adhiere y de los compromisos de vida que con ello asume.

9) Fiel a una antigua y universal tradición, el peregrino que acude a un santuario lleva a cabo una ofrenda. Tanto los donativos, las ofrendas de especies y los exvotos son expresiones culturales de gratitud. Con respecto a los exvotos, debe cuidarse que no invadan el lugar donde se veneran las imágenes ni el ámbito de la Iglesia. Edúquese igualmente el buen gusto de los fieles en su elección, respetando la sensibilidad y las posibilidades de los oferentes.

10) Los santuarios son por definición lugares donde se anuncia la Palabra, y la exposición catequética constituye un elemento integrante de este anuncio. El santuario, al menos en sentido ideal, es un lugar idóneo para una catequesis permanente sobre las principales verdades de la fe, que dicen relación con el Señor, la Santísima Virgen o los ejemplos de vida cristiana de los santos y santas.[119].

Finalmente, el Papa ha hablado sobre la pastoral que se debería llevar en estos santuarios marianos: estos lugares «pueden y deben ser lugares privilegiados para el encuentro de una fe, cada vez más purificada, que los conduzca a Cristo».

«Hay que aprovechar pastoralmente estas ocasiones, acaso esporádicas, del encuentro con almas que no siempre son fieles a todo el programa de una vida cristiana, pero que acuden guiadas por una visión a veces incompleta de la fe, para tratar de conducirlas al centro de toda piedad sólida, Cristo Jesús, Hijo de Dios Salvador».

«A los sacerdotes encargados de los santuarios, a los que hasta ellos conducen peregrinaciones les invito a reflexionar maduramente acerca del gran bien que pueden hacer a los fieles, si saben poner por obra un sistema de evangelización apropiados»[120].

 

CONCLUSIÓN

57. Terminamos esta exhortación pastoral haciéndoos una llamada a la sencillez y a la humildad en todo vuestro esfuerzo de renovación. Pensar en la sencillez y humildad del Señor en su pasión y de María junto a la cruz. Las actitudes de Cristo, de María y de los santos deben estar reflejadas siempre en vuestras relaciones, en vuestras obras de caridad, en vuestras celebraciones de la fe, en vuestras procesiones, tanto sacramentales como de pasión o de gloria, así como la presentación pública de vuestras veneradas imágenes. Este debe ser el estilo de vuestra tarea cristiana como cofrades. Por tanto, que no haya entre vosotros rivalidades ni enemistades ni afán de protagonismo. Que vuestro testimonio de amor fraternal y comunión mutua esté patente ante el mundo que os rodea sin quedaros en gestos de cortesía. «Tened un mismo sentir los unos para los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde»[121]. Pues el Señor siendo de condición divina «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre y se humilló hasta la muerte y muerte en la cruz»[122].

58. Ponemos toda esta renovación de las Hermandades y Cofradías bajo la protección de la Virgen María Madre de Cristo y de la Iglesia. Estamos seguros de que como en Caná de Galilea, ella presentará a su Hijo todos nuestros deseos de renovación y los hará realidad en nuestros corazones y en nuestras asociaciones; como en el Calvario, no acompañará en los momentos de sufrimiento y de dolor, en nuestra debilidad y pecado, para acercarnos a su Hijo y darnos fortaleza y esperanza; y como en Pentecostés, orará con nosotros y por nosotros al Espíritu Santo, a fin de que nos dé ánimo y haga fecunda la renovación que todos deseamos. Que ella impulse vuestra solidaridad y renueve vuestros esfuerzos para la construcción del Pueblo de Dios en la Verdad, en la justicia y en la libertad. ¡María, Madre de la Iglesia, guarda a tus hijos del sur de España en la paz y en la prosperidad!

En la festividad de Nuestra Señora del Pilar.

12 de octubre de 1988.

José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada y A. A. de Almería. Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla. Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada. Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva. José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba. Antonio Montero Moreno, Obispo de Badajoz. Antonio Dorado Soto, Obispo de Cádiz–Ceuta. Javier Azagra Labiano, Obispo de Cartagena–Murcia. Ramón Buxarráis Ventura, Obispo de Málaga. Rafael Bellido Caro, Obispo de Jerez. Ignacio Noguer Carmona, Obispo de Guadix–Baza. Santiago García Aracil, Obispo de Jaén.

 

APENDICE

En estos últimos años ha ido apareciendo una serie de documentos y textos papales y episcopales sobre el tema de la religiosidad popular. Deseamos que los hermanos cofrades y los sacerdotes reflexionen en común estos documentos y las orientaciones pastorales propuestas en ellos.

Pablo VI, en la exhortación pastoral Evanglii nuntiandi, dice de la religiosidad popular que «cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores»[123]. Juan Pablo II, en su exhortación Catechesi tradendae[124], da unas orientaciones para la catequesis sobre la religiosidad popular de nuestro pueblo. Este mismo año, el 5 de noviembre de 1982, en la homilía de beatificación de sor Ángela de la Cruz en Sevilla, expresó el sentido cristiano actual de las Hermandades y Cofradías[125].

Nosotros mismos hemos publicado también algunos documentos sobre el tema para una reflexión pastoral en nuestras diócesis. En 1975 publicamos el documento el catolicismo popular en el sur de España. En él hicimos un análisis de la religiosidad popular de nuestro pueblo, dimos algunos criterios teológicos para la valoración de estos comportamientos religiosos, e indicamos algunas pautas de acción pastoral. Decíamos entonces, y lo reafirmamos ahora, que la religiosidad popular «es un dato que han de asumir las iglesias diocesanas del Sur con el carácter de prioridad que le corresponde, ya que esa realidad forma el tejido global de nuestras comunidades y la estructura religiosa de base de nuestra sociedad regional»[126].

Más recientemente, todos los obispos de Andalucía hemos vuelto sobre el tema en la carta pastoral El catolicismo popular: Nuevas consideraciones pastorales. En ellas analizamos la nueva situación creada en las iglesias del Sur en el tema de la religiosidad popular. Discernimos algunas de las conclusiones a las que llegan las ciencias humanas, algunas ideologías y cierta teología crítica. Y ofrecemos una serie de criterios para la acertada actuación pastoral de los seglares, de los sacerdotes y de todos los agentes de pastoral en el campo de la religiosidad popular.

En el ámbito de la Provincia Eclesiástica de Granada, los obispos publicamos en 1984 la pastoral colectiva A propósito de la religiosidad popular[127]. En esta carta se exhorta a que las manifestaciones religiosas que se celebran en Andalucía sean «de verdad un medios de conversión al Reino de dios y a su justicia, fomentando la fidelidad a los valores evangélicos y  sean un signo inequívoco de comunión de pertenencia a la Iglesia de Cristo»[128]. Con ocasión del Año Mariano publicamos otra pastoral colectiva sobre Los santuarios marianos[129]. Para los obispos, «el Año Mariano invita a rehacer el lenguaje espiritual de las viejas peregrinaciones que culminan en los santuarios con la práctica de la penitencia y en la eucaristía»[130].

Por último, a nivel nacional, la Comisión episcopal de Liturgia ha publicado recientemente sobre este tema el documento pastoral Evangelización y renovación de la piedad popular[131]. Con respecto a la celebración del Triduo Pascual, la Congregación para el Culto Divino ha publicado una Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales[132]. Y la Comisión permanente de la Conferencia Episcopal Española un texto normativo sobre El horario y otros aspectos de la Vigilia Pascual[133]. Con ocasión del Año Mariano, la Comisión Episcopal de Liturgia y la Congregación para el culto Divino han elaborado Orientaciones y celebraciones para el Año Mariano[134], cuya lectura y uso litúrgico recomendamos en los actos marianos que se celebren, especialmente los nuevos formularios de las «misas de la Virgen María»[135]



[1] 2 Cor 1,2 (cf. CIC 431)

[2] LG. n. 30 (cf. CIC 212).

[3] LG n. 27 (cf. CIC 752–753)

[4] CF. apéndice

[5] Discurso del Papa a los obispos del sur de España con ocasión de la visita «ad limina» (30 de enero de 1982). Cf. Boletín Interdiocesano para Andalucía Oriental, n. 1 (1982) p. 287

[6] AA n. 2

[7] AA n. 1.

[8] Sínodo Extraordinario de los Obispos, 1985. I, 5.

[9] La visita del Papa y la fe de nuestro pueblo, n. 38–39; El servicio a la fe de nuestro pueblo, II, 1; Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabas, n. 18.

[10] Discursos a los obispos andaluces (viernes 14 noviembre 1986). Cf. Juan Pablo II a las Iglesias de España (PPC 1987) p. 55.

[11] Obispos de Andalucía, Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana, 1986, n. 1–9

[12] Discurso a los obispos andaluces, en Juan Pablo II a las Iglesias de España, o.c., p. 55

[13] Mt 25, 34–36

[14] Sollicitudo rei sociales, n. 31

[15] Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana, n. 1–9 y 21 (cf. LG 36; AA 5)

[16] Flp 2,5

[17] Mt 25.40

[18] Testigos del Dios vivo, n. 62

[19] Los católicos en la vida pública, n. 79 y 80; CIC 317,4 (cf. GS n. 40–45;73–76).

[20] Duodecimun Saeculum, n. 1

[21] SC 111; 125; 128; LG 51; 57; GS 62.

[22] Duodecimun Saeculum, n .11

[23] In tertium librum  sententiarum, dist. 9, q. 1, a sol 2.

[24] SC n. 25

[25] Jn 16,23.

[26] Rom 3, 24.

[27] Flp 2, 1–4.

[28] Sesión 25.

[29] SC n. 10; n. 7.

[30] SC n. 13.

[31] Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas Pascuales  (16 de enero de 1988), n. 3.

[32] Ibíd., n. 72.

[33] Ibíd., n. 46–47.

[34] Ibíd., n. 63

[35] Misal Romano, «Vigilia Pascual», n. 3; Carta Circular…, o.c., n. 78

[36] Lc 11, 27–28.

[37] LG n. 53

[38] LG n. 54

[39] LG n. 66

[40] Secretariado Nacional de Liturgia y Congregación para el Culto Divino, 1987.

[41] Col 1, 15–16

[42] Col 1, 19.

[43] LG n. 66

[44] LG n. 62

[45] 1 Tim 2, 5–6

[46] Redemptoris Mater, n. 38; LG n. 60.

[47] Lc 2,20

[48] Redemptoris Mater, n. 37

[49] Lc 10,21

[50] EN n. 5

[51] Juan Pablo II. Alocución a los obispos andaluces. Cf. Juan Pablo II a las Iglesias de España, o.c., p. 55

[52] Ibíd., p. 57

[53] Ibíd., p. 57

[54] SC n. 14

[55] SC n. 10

[56] SC n. 13

[57] Rom 4,25

[58] Flp 2,8

[59] Jn 15,13

[60] Mc 10,45

[61] Hech 2,24

[62] Hech 2,36

[63] Hech 2,33

[64] 1 Cor 3,16; 6,19

[65] Gál 4,6; Rom 8,15–16 y 26

[66] 1 Cor 15,14 y 54

[67] Mt 28, 5–6

[68] SC n. 124 y 126

[69] SC n. 122

[70] El catolicismo popular. Nuevas consideraciones pastorales (PPC 1985) p. 17

[71] Mc 16,15

[72] Mc 16,20

[73] La visita del Papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo, n. 38

[74] Jn 17,3

[75] Sagrada Congregación para el Clero, Directorio General de Pastoral Catequética, n. 6

[76] 1 Tim 6,14

[77] Sínodo Extraordinario de los Obispos, 1985, II,D.4.

[78] Congreso de evangelización y hombre de hoy, Ponencia 1ª, conclusión 1ª (EDICE, 1986) p. 540

[79] La visita del papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo, n. 33

[80] Testigos del Dios vivo, n. 30

[81] PO n. 5

[82] 1 Pe 1,3; SC 106.

[83] Los católicos en la vida pública, n. 128

[84] Cf. cánones 229; 231,1; 328 y 329

[85] Testigos del dios vivo, n. 15

[86] Hech 2,42.

[87] Hech 15,35

[88] Hech 8,4.

[89] CT n. 10–17 (cf. cánones 211; 225; 748; 750; 761; 776 y 779).

[90] LG n. 14 (cf. canon 205).

[91] Testigos del Dios vivo, n. 32 y 36.

[92] Ibíd., n. 39

[93] EN n. 62; cf. CIC 515,1; AA 10

[94] Testigos del Dios vivo, n. 41

[95] Canon 22,1; canon 1254,2; Instrucción Pastoral del Episcopado Español La ayuda económica a la Iglesia, n. 3 (abril 1988)

[96] Cánones 791 y 1271

[97] Cánones 264; 1266; 1276; 1280 y 1287

[98] LG n.28

[99] Las Iglesias diocesanas en Andalucía¸ n. 51

[100] Sacerdotes para evangelizar, n. 130

[101] PO 9; AA 25 (cf. Pontificio consejo para los Laicos, Los sacerdotes en las asociaciones de fieles (PPC 1981).

[102] Cf. CIC 275; 369; 394; 519; 529 y 571

[103] Canon 298

[104] Canon 834/2

[105] Canon 301/3

[106] Canon 314

[107] El catolicismo popular. Nuevas consideraciones pastorales (PPC 1985)

[108] Cf. Pío X, Motu proprio Tra le sollecitudini, de 22 de noviembre de 1903; Instrucción Mussciam Sacram, 5 de marzo de 1967, n. 11; Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 112–121 (cf. la música en la liturgia, Centro de Pastoral Litúrgica [Barcelona 1988]).

[109] Comisión Episcopal de Liturgia, Los cantos del ordinario de la Misa (1987).

[110] Ef 4,5

[111] Mt 21,13

[112] Gén 12,1

[113] Dt 29, 4–5

[114] Mt 7,14

[115] Ex 32, 4–5

[116] Heb 3,7–11

[117] Jn 10,9

[118] Jn 14,5

[119] Orientaciones y celebraciones para el Año Mariano, n., 75–94

[120] Palabras pronunciadas en la Basílica de Nuestra Señora de Zapopán, en México, 30 de enero 1979. Cf. Palabras de Juan Pablo II en América (PPC 1979) p. 6

[121] Rom 12,16

[122] Flp 2,7–8

[123] N. 48

[124] N. 53–54

[125] Juan Pablo II en España (coeditores Litúrgicos, 1983) pág. 138.

[126] N. 13

[127] Boletín Interdiocesano para Andalucía Oriental, n. 2, 1984, p. 239–243.

[128] Ibíd, p. 240

[129] Boletín Interdiocesano para Andalucía Oriental, n. 4, (1987), p. 847–851.

[130] Ibíd, p. 850

[131] PPC (Madrid 1987) 53 págs.

[132] Cf. Pastoral Litúrgica, n. 173–174 (1988) p. 3–35

[133] Ibíd, p. 36–40

[134] Coeditores Litúrgicos (Madrid 1987) 152 págs.

[135] Ibíd, p. 82–116.

 

Las_Hermandades_y_Cofradias-_Carta_Pastoral_de_los_Obispos_del_Sur_1988.pdf

Mensaje a los profesores cristianos

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    El primer encuentro de profesores cristianos de Andalucía, que tendrá lugar en Málaga el próximo día 16, con la participación de profesores de las diócesis andaluzas, nos brinda una grata oportunidad para expresaros el reconocimiento por vuestro servicio apostólico, deseando que vuestras iniciativas en el campo de la educación y de la cultura constituyan un signo de la presencia del Espíritu en los centros escolares que tenéis encomendados.
    Deseamos que este primer encuentro, precedido por otros de ámbito diocesano, destaque la importancia de la vocación apostólica de los que sirven a la educación, como testigos de Cristo resucitado, en el interior de la actividad docente, desde los alumnos a todos los componentes de la comunidad educativa. Bien sabéis que la vocación cristiana es necesariamente vocación al apostolado.
    Sometemos a vuestra consideración algunas orientaciones que iluminen vuestra conciencia y vuestra misión en el ámbito religioso, moral y social de vuestro apostolado específico.

1. IDENTIDAD CRISTIANA
    Vivid, ante todo, con esperanza la verdad de vuestra condición cristiana, como discípulos de Cristo y miembros de su Iglesia.
    Hoy se nos impone a todos ir pasando de la palabra al testimonio. Es necesario vivir la fe, abiertos a la Palabra de Dios y proyectada a la realidad educativa. Esta vida de fe sólo es completa si se acoge la gracia divina que se nos da en los sacramentos y en la oración y se transmite mediante el ejercicio de la caridad.
    Sólo desde la experiencia de Dios y desde la práctica de las virtudes cristianas resultará posible ejercer el apostolado de los seglares. Por ello se nos muestra como particularmente urgente tomar una nueva conciencia de la vocación a la santidad, derivada de la gracia del bautismo.

2. VOCACIÓN APÓSTOLICA
    Ahora bien, la dimensión apostólica de vuestra fe se verifica y realiza en vuestra actividad educadora. La Iglesia reconoce esa labor como verdadero apostolado. Es cabalmente en la escuela donde Dios os llama a ser testigos de los valores del Evangelio, donde tenéis que anunciar a Jesucristo con obras y palabras. Allí desarrollaréis y haréis realidad la misión evangelizadora de la Iglesia.
    Hay que advertir, sin embargo, que el apostolado de la educación se caracteriza principalmente por el testimonio de la caridad. El amor a los jóvenes es el primer componente de vuestra caridad apostólica. Esta virtud cristiana debe inspirar, por activa y por pasiva, toda vuestra pedagogía.
    Este ejercicio de la caridad os dará un espíritu abierto, fraterno y libre para actuar como creyentes en el seno de la comunidad educativa, unidos siempre a una Iglesia comunidad de apóstoles.

3. EDUCADORES CRISTIANOS
    Sois educadores cristianos en una sociedad pluralista, desde una clara identidad y un respeto positivo a las exigencias derivadas del ejercicio al derecho a la libertad religiosa. Y todo esto en fidelidad a una filosofía de la educación fundada en la doctrina de la Iglesia e inspirada en el humanismo cristiano (cf. Gravissimum educationis, n. 1 y 2).
    La educación cristiana se funda en el concepto cristiano de la vida humana, que comprende también los valores morales y la enseñanza social de la Iglesia, como modelo de vida religiosa, moral y social.
    En nuestras circunstancias resulta apremiante prestar una mayor atención a la dimensión moral del oficio educativo y de los fines de la misma educación, principalmente ante la crisis de los valores morales y sus graves consecuencias en las familias y en la sociedad. ¿Qué otra cosa puede ser la educación sino una empresa moral del educador y del educando?
    Vuestro servicio al hombre habrá, pues, de responder a su dimensión espiritual, a su necesidad de sentido, a su apertura a Dios, como Suma Verdad y Sumo Bien, a su conciencia moral y a las exigencias del bien común fundado en la justicia, en la solidaridad y en la paz. No permitáis que vuestra noble misión sea mutilada y reducida a una mera instrucción descomprometida e indiferente.

4. PROFESORES DE RELIGIÓN
    Impartir clases de religión supone un camino excelente para ser testigos de Cristo en quienes han entendido su vocación docente desde la fe cristiana. La clase de religión representa también un ámbito privilegiado para todo profesor cristiano que tenga conciencia de su misión educadora. Impartir clases de religión es un derecho cívico y un deber cristiano.
    La actual evolución de la sociedad y de la escuela pide de vosotros un nuevo esfuerzo para adquirir y formar una conciencia recta sobre la legitimidad y la necesidad de la enseñanza religiosa escolar.
    Repetimos, una vez más, nuestra gratitud a cuantos dedicáis vuestro esfuerzo y generosidad a la enseñanza religiosa como verdadero servicio eclesial. Considerad esta actividad como la primera exigencia de vuestra conciencia apostólica y la urgente respuesta a una de las necesidades más imperiosas de nuestra región. No permitáis que las nuevas generaciones se incorporen a la vida desprovistas de la Buena Noticia del mensaje revelado. La ignorancia religiosa, en su aspecto doctrinal y moral, es una grave carencia para la vida religiosa y para el bien social de nuestro pueblo.
    Recordando otro mensaje que dirigimos a los profesores cristianos en junio de 1973, consideramos necesario promover iniciativas que ayuden a una recta conciencia cristiana sobre la importancia de la enseñanza religiosa y la permanente actualización del profesorado.

5. TESTIGOS DEL DIOS VIVO
Llenos del Espíritu de Dios, habréis de dar con intrepidez y humildad un testimonio visible de vuestra fe. Amad el bien de la humanidad, el bien de la vida pública. Sed cooperadores del bien común desde la genuina aportación de los valores evangélicos. Implicados personalmente en el tejido social, asumid la parte que os corresponde en el ámbito de la educación y de la cultura. Vivid una profunda unidad entre vuestras convicciones personales y vuestra actividad en la vida escolar.
La participación en la vida social no es otra cosa que la expresión de la caridad cristiana. Se trata así de una actuación pública inspirada en la fe de la Iglesia y ejercida con libertad y eficacia.
Vuestro testimonio puede concretarse, entre otras múltiples materias, en el campo de la investigación pedagógica, en el ejercicio de los derecho humanos en materia de enseñanza, en el servicio generoso a la escuela y en el campo de la política educativa. El mundo de la educación reclama hoy una clara y acertada presencia de los católicos, en razón de su secularidad y de su responsabilidad en la vida pública.

6. MIEMBROS DE LA IGLESIA
Como cristianos hechos y derechos, sois, por la fe y el bautismo, miembros activos de la Iglesia, donde ocupáis un lugar propio en virtud del sacerdocio común de los fieles y de vuestra vocación educadora, asumida como llamada y don de Dios para el bien de las nuevas generaciones.
El seguimiento a Cristo os conduce a participar de su amor a la Iglesia, viviendo la comunión eclesial significada en la Eucaristía y compartida en la unidad de misión.
Desde la parroquia, como comunidad eclesial básica de la diócesis, y con la ayudad de los sacerdotes y religiosos, habréis de cultivar vuestra vida apostólica, abriendo audazmente nuevos caminos que faciliten un diálogo fecundo entre el apostolado seglar y la educación cristiana, entre la fe y la cultura y entre la parroquia y la escuela.
Imploramos en esta segunda semana de Pascua la bendición de Cristo Maestro sobre vuestros trabajos, extensiva a vuestros familiares y alumnos, por mediación de María Reina de los apóstoles.

Córdoba, 12 de abril de 1988.

    JOSÉ MÉNDEZ ASENSIO, Arzobispo de Granada. CARLOS AMIGO VALLEJO, Arzobispo de Sevilla. RAFAEL GONZÁLEZ MORALEJO, Obispo de Huelva. JOSÉ ANTONIO INFANTES FLORIDO, Obispo de Córdoba. ANTONIO DORADO SOTO, Obispo de Cádiz–Ceuta. MANUEL CASARES HERVÁS, Obispo de Almería. MIGUEL PEINADO PEINADO, Obispo de Jaén. RAMÓN BUXARRÁIS VENTURA, Obispo de Málaga. RAFAEL BELLIDO CARO, Obispo de Jerez. IGNACIO NOGUER CARMONA, Obispo de Guadix–Baza.

Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana. Declaración Pastoral de los Obispos de Andalucía

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INTRODUCCIÓN
CUARESMA, TIEMPO DE CONVERSIÓN
    Queridos hermanos en la fe:
    Durante el tiempo cuaresmal la Iglesia nos invita, año tras año, a renovar nuestra disponibilidad de conversión que, al ser un don de Dios, exige también nuestra colaboración personal y comunitaria.
    Los obispos del sur de España os ofrecemos los frutos de nuestro estudio y diálogo sobre algunas exigencias sociales de la fe cristiana que, sin duda, son parte esencial de la conversión cuaresmal.
    Desde nuestra misión pastoral no sólo debemos denunciar la grave situación de esas injusticias sociales y la actitud de pasividad generalizada, sino también, y de modo particular, pronunciar una palabra de esperanza cristiana en medio de estas difíciles circunstancias. Nuestra palabra, para que no resulte vana y vacía, desea despertar caminos de solidaridad comprometida en algunos, de esperanza fundada en los más necesitados y de conversión evangélica en todos.
    Pretendemos ofrecer, ante todo, una visión evangélica de los problemas que gravitan en forma sistemática y persistente sobre tantas personas, familias y sectores de nuestro pueblo. A esta visión seguirá un discernimiento cristiano, y, por último, una llamada de atención sobre nuestras responsabilidades sociales en la hora presente y una apuesta esperanzada por un futuro mejor para todos, especialmente para los pobres, oprimidos y marginados, es decir, para los preferidos del Señor.

I. LOS GRAVES PROBLEMAS SOCIALES DEL SUR DE ESPAÑA
1. Una palabra de gratitud
    Antes de fijar la atención sobre nuestra amplia y compleja problemática social, queremos reconocer y agradecer los esfuerzos que se vienen realizando para superar dicha problemática.
    Es justo tener en cuenta los logros alcanzados por amplios sectores de la sociedad, sea a nivel de organismos públicos, sea a nivel de iniciativa privada, para hacer frente a nuestros problemas sociales. Son muchas las iniciativas en marcha impulsadas, también, por nuestras mismas comunidades eclesiales, dentro de la modestia de medios y recursos que están a nuestro alcance.
    A todos aquellos andaluces que por medio de organismos públicos o su propia iniciativa colaboran a favor de un orden social más justo, les agradecemos su generosa y desinteresada colaboración. Al mismo tiempo queremos manifestarles nuestro apoyo a fin de que prosigan en esta tarea, más urgente y necesaria que nunca.
    Sin pretender cargar las tintas negras, cualquier aproximación a la realidad de los pueblos del Sur ha de partir del endémico estado de postración al que están sometidos históricamente nuestros pueblos. La España del Sur, en efecto, coincide en gran parte con la España de la pobreza, del subdesarrollo, del analfabetismo y, en suma, de la falta de promoción en todos los órdenes: económico, social, político, cultural e incluso religioso.
    La responsabilidad de ser testigos del Evangelio, a la que los cristianos somos convocados por el Señor, nos lleva a reconoce los graves problemas sociales que aquejan dolorosamente a nuestras regiones. Son precisamente los ojos de la fe, que nos hacen descubrir la presencia viva de Cristo entre los pobres y necesitados, los que nos permiten ver de un modo nuevo la realidad que nos rodea y sentir el dolor y la responsabilidad que brotan de hechos como los que sucintamente vamos a describir.
2. El persistente problema del paro
    El problema del paro constituye, sin duda alguna –en sí mismo y como causa y raíz de otros muchos males–, el problema social que más gravemente afecta a nuestras diócesis. Según recientes estadísticas oficiales, el porcentaje de parados de toda España está situado en el 20,15 por 100 de la población activa. En nuestras diócesis, la media global rebasa abundantemente el 30,4 por 100.
    Es evidente que los 569.327 parados actuales y la notable cantidad de parados potenciales –emigrantes, temporeros, jóvenes que buscan en vano su primer empleo– es una plaga social que castiga duramente a nuestra región y un problema humano y moral de primera magnitud.
    Este sólo dato tiene ya, por sí mismo, una gran carga de denuncia de la situación trágica de nuestro pueblo. Tras las estadísticas, en efecto, se oculta el sufrimiento, la desesperanza de innumerables personas y familias, en escandaloso contraste, muchas veces, con la riqueza y la abundancia de unos, la indiferencia y la pasividad de otros y la sensación de impotencia de muchos. Contraste que pone de manifiesto la radical insolidaridad de la sociedad en que vivimos.
    En íntima conexión con el desempleo, y como una de sus consecuencias más dolorosas y humillantes, ha comenzado a aparecer en nuestros pueblos el espectro terrible del hambre. Son ya muchas las familias que se ven afectadas por la necesidad extrema. El notable incremento de la mendicidad callejera en ciudades y pueblos, aun contando con la picaresca que en todo esto pueda existir, es, entre otros, un índice inequívoco de la grave situación socioeconómica en que nos encontramos.
3. La difícil situación del hombre del campo
En una región eminentemente agrícola como la nuestra, merece especial atención la grave situación del hombre del campo, con toda su amplia compleja problemática social.
    Problemas como la discriminación desde el punto de vista legal, la situación de provisionalidad constante, la psicología de eventualidad permanente, la indefensión frente a los riesgos de la climatología, el temporerismo generalizado, la ausencia en muchos casos de una adecuada asistencia médica y sanitaria, la situación humillante de miles de jornaleros que tienen que vivir del subsidio de desempleo, que fomenta la marginación y otras muchas lacras, y que convierte a los jornaleros en pensionistas y jubilados «sin nada que hacer…», etc., suponen una grave problemática social, y contribuyen a mantener la situación de subdesarrollo en que vive este amplio sector de nuestra población, marcada por la injusta estructura de propiedad de la tierra.
    Incide particularmente en esta situación el problema de la emigración. Son centenares de miles (casi un millón) los andaluces que se han visto obligados a emigrar de estas tierras, bien hacia otras regiones de España, bien hacia países de Europa e incluso de América. Los problemas de desarraigo cultural y cristiano de familiar enteras definitivamente rotas, de abandono de hogar por parte del padre especialmente, de niños afectivamente carentes o incapaces de entenderse con los propios padres, etc., los vienen padeciendo desde hace décadas muchísimos hombres y mujeres de nuestras tierras.
4. La amplia problemática del hombre del mar
    Paralelamente a la problemática del hombre del campo están los problemas relacionados con el hombre del mar.
    Nuestras extensas costas ofrecen flanco más que suficiente para una problemática social que va desde unas largas ausencias del hogar, con todo lo que ello implica, hasta el alto índice de peligrosidad laboral que ofrece el trabajo en el mar. Desde el analfabetismo, agravado a causa de la  temprana edad en que los jóvenes suelen iniciarse en este trabajo, hasta la imposibilidad de seguir cultivándose. Desde los problemas de convivencia que provienen del aislamiento, hasta los que nacen del constante temor de apresamientos, que no se sabe nunca cómo pueden acabar. Desde una indefensión y desamparo legal a nivel de convenios, ordenanzas, etcétera, hasta una flota pesquera técnicamente pobre y poco competitiva.
5. El analfabetismo y la falta de mano de obra cualificada
    Otro problema que, a pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años, sigue siendo una verdadera lacra social, particularmente entre los adultos, es el analfabetismo. Mientras la media nacional está situada en el 7 por 100, el índice medio de analfabetismo en Andalucía es hoy todavía del 13 por 100.
    Si, como recuerda Pablo VI en la Populorum progressio, el analfabetismo es una forma particularmente grave de subdesarrollo (cf. n. 35), habremos de concluir que nos encontramos en una zona particularmente subdesarrollada de nuestro país.
    En inmediata conexión con este problema está la falta de cualificación profesional de mano de obra. Con todo el respeto que nos merece cualquier trabajo realizado por el hombre, hay que reconocer que el «peonaje no cualificado», con la consiguiente dependencia que esta situación lleva consigo, es tónica general de nuestra región.
6. Drogadicción, alcoholismo y prostitución
    Otro hecho que está incidiendo con particular fuerza en nuestras regiones, y que refleja asimismo la gravedad de la situación, es el doble problema de la droga y de la prostitución. Aunque perfectamente separables, tienen estos dos problemas, con demasiada frecuencia, una estrecha relación entre sí, y de alguna forma se están condicionando mutuamente.
    La droga, en efecto, está teniendo una incidencia nefasta en nuestro ambiente, tanto por lo que toca a su venta y distribución como, sobre todo, a su consumo.
    Muchas de nuestras ciudades y pueblos son hoy verdaderas ventanas abiertas por las que entra y se afinca entre nosotros este cáncer moderno montado sobre inconfesables intereses económicos y hasta políticos, y que hace presa con particular virulencia en la juventud, comenzando ya a afectar incluso a los preadolescentes en el nivel escolar de la EGB.
    No queremos, además, dejar de referirnos al sin número de alcohólicos, víctimas     –ellos y sus familas– de la más perniciosa y endémica droga que nos afecta.
    La prostitución, por su parte, ha experimentado un doloroso y preocupante incremento, especialmente entre menores de edad y jóvenes inmigrantes, como fórmula fácil y lucrativa que permite hacer frente a la desesperada situación familiar o a los gastos que nos impone despóticamente la desenfrenada sociedad de consumo.
7. La incidencia negativa de los juegos de azar
    Una última lacra social que creemos necesario señalar todavía explícitamente: la particular incidencia negativa que están teniendo en nuestros ambientes los llamados juegos de azar: loterías, bingos, máquinas tragaperras, etc. Atraídos por el deseo de salir de su difícil situación económica o quizá por el señuelo de una ganancia fácil, los hombres y mujeres de nuestras tierras destacan entre los primeros jugadores de todo el territorio español.
    Ya comienza a aparecer entre nosotros algunas de la múltiples consecuencias negativas del juego. Dos de particular importancia queremos destacar: las desavenencias matrimoniales, que en no pocos casos conducen a verdaderas rupturas, y la ruina de pequeños comerciantes y personas con trabajo fijo. Incluso no van resultando infrecuentes los casos de suicidio a causa precisamente de la profunda frustración causada por las pérdidas constantes en el juego.
8. Discriminación gitana
    Según fiables estadísticas, en Andalucía vive el 50 por 100 del total de la población gitana de España. Esta realidad nos obliga a prestarle una mayor atención.
    Es cierto que en estos últimos años Andalucía se ha esforzado para integrar al pueblo gitano en la sociedad. Estos esfuerzos han dado como resultado un número no pequeño de gitanos promocionados. Sin embargo, existen todavía entre nosotros zonas de ese grupo social que no han sido debidamente atendidas y, a veces, son objeto de una marginación humillante para ellos; lo que supone una actitud indigna por nuestra parte.
    Es necesario seguir estudiando la realidad del pueblo gitano para apreciar sus valores y ayudarles a superar las consecuencias negativas del olvido secular en el que han vivido sumidos.
9. Otros problemas
    Los problemas apuntados, verdaderamente urgentes y significativos, no son, por desgracia, los únicos que afectan a los pueblos del Sur.
    Antes de concluir esta primera parte, queremos enumerar, aunque sea sólo indicándolos, algunos problemas que se van dejando sentir con particular fuerza entre nosotros. Ellos son: el problema de la vivienda; la deficiente asistencia sanitaria; la problemática humana que está derivando de la reconversión industrial; la situación de progresiva marginación que está viviendo la tercera edad; la degradación social que se advierte a nivel de valores y actitudes,, con un espectacular aumento de la delincuencia juvenil, del individualismo y la insolidaridad, del desencanto y la desesperanza; el ínfimo grado de interés y participación en los asuntos cívicos, sociales y políticos; el aumento, por el contrario, de todo lo placentero y hedonista como salida a la angustia; la no valoración de la vida humana de los no nacidos; el sucumbir a la negatividad como postura ante la dificultad de la situación…
    Como veis, se trata de un preocupante manojo de problemas que desafían nuestra capacidad de respuesta como hombres y como cristianos.

II. CRITERIOS CRISTIANOS PARA UN DISCERNIMIENTO DE LA SITUACIÓN
    La descripción que acabamos de hacer, necesariamente breve dada la amplitud de los problemas, pone de manifiesto una situación lamentable que no sólo no podemos ignorar, sino que hemos de juzgar a la luz del Evangelio, en orden a adoptar actitudes y conductas coherentes con nuestra condición de creyentes y de miembros de la Iglesia.
    El Evangelio de Jesús juzga esta situación desde una óptica peculiar, más honda que la mera intolerancia humana ante la injusticia.
    En efecto, nuestra fe nos hace ver la dimensión trascendente de esta situación de injusticia, la dimensión de pecado –personal y social– presente en sus causas y la ineludible exigencia de comprometernos en su solución, buscando, como Jesús, realizar ya aquí y ahora el Reino de dios, una de cuyas dimensiones esenciales es precisamente la justicia intramundana.
10. Criterio básico: el seguimiento de Jesús
    La recomendación de San Pablo: «tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que Cristo Jesús tuvo en el suyo» (Flp 2,5), debe ser para el cristiano criterio básico para enfocar todos los problemas de la vida y también, concretamente, los de orden social.
    En efecto, cuando Jesús se identificó con los hombres que sufren –«tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo», etcétera– se estaba refiriendo precisamente a situaciones que nosotros hoy llamamos problemas o necesidades sociales. Y el criterio que Él nos dio es bien conocido: «Lo que hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis…» (Mt 25,40).
    Este criterio de fondo, que nos debe mover a amar a nuestros hermanos como Jesús los ama (cf. Jn. 13, 34–35) y como Jesús quiere ser amado por nosotros (cf. Mt. 25,40), se expresa en un conjunto de criterios desde los que hemos de juzgar la situación de nuestro pueblo: sus causas, las actitudes que se adoptan frente a las mismas, y desde lo que nosotros mismos hemos de sentirnos a la vez juzgados y llamados a la conversión.
    A ellos nos referimos a continuación.
11. El valor trascendente de la persona humana
    Para los cristianos no es suficiente la valoración de la persona que nos ofrece una concepción ética o simplemente humanista del hombre como ser consciente, inteligente y libre, sujeto de derechos y deberes inalienables.
    Aun compartiendo este valor único de la persona humana con otras filosofías o concepciones religiosas, el cristiano fundamenta ese valor en el Mensaje de Jesús, que ofrece una perspectiva especialmente exigente. En efecto, en cada hombre, por el mero hecho de nacer, más aún, por el hecho de ser concebido, se ha iniciado ya un proceso de salvación, en el que Dios ha tomado la iniciativa. Ese hombre, cada hombre, está llamado, de acuerdo con el Plan de Dios, a su plena y total realización, sin que nadie tenga derecho a impedírselo. Esa plenitud, a la que el hombre es llamado, consiste en llegar a la identificación con Jesucristo a lo largo de su vida y en su muerte, para unirse definitivamente con Dios más allá de esta vida terrena.
    De acuerdo, pues, con nuestra fe cristiana, la dignidad y el valor trascendente del hombre es uno de los principios fundamentales que profesamos. Creemos en el hombre como creemos en Dios y en Jesucristo, el Señor que al hacerse hombre dignificó a todo hombre. La dignidad del hombre, por consiguiente, es tal que siempre debe ser sujeto y fin y nunca medio o instrumento: ni en política, ni en economía, ni en ningún otro ámbito social, ni en forma estable, ni siquiera transitoriamente, para conseguir metas futuras de progreso y bienestar para los que vendrán después.
12. La promoción del bien común
    El bien común no es un concepto abstracto e idealista. La doctrina social de la Iglesia ha entendido siempre el concepto de «bien común» como aquel conjunto de condiciones que posibilitan el desarrollo y la promoción plena de cada persona y de todas las personas, de cada pueblo y de todos los pueblos (cf. Pacem in terris, 38; p. 43). La atención a las condiciones concretas que hacen posible o no esa prioridad de la persona y esa comunión con los pobres y necesitados, es criterio esencial que, en cierto modo, verifica la autenticidad con la que se defiende a cada persona o se practica la solidaridad cristiana con los pobres. «Hijos míos –nos dice San Juan–, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad» (1 Jn 3,17).
    Y la verdad es que de nada sirve proclamar teóricamente la prioridad de la persona y la solidaridad con los pobres si no se trabaja realmente por crear las condiciones (económicas, sociales, políticas, culturales e incluso religiosas) que la hacen históricamente posible.
13. La solidaridad con los pobres y parados
    La Iglesia, al decir de Juan Pablo II, está vivamente comprometida en la causa de los pobres. Se lo impone su misión específica de servicio al hombre y su misma fidelidad a Cristo, que se hace presente principalmente en los pobres. Por eso la Iglesia quiso en el Concilio Vaticano II ser «Iglesia de los pobres» (cf. LG 8).
    Pero los pobres se encuentran, como hemos visto, en multitud de situaciones diversas y bajo múltiples formas de necesidad que reclama toda nuestra actitud solidaria.
    Esta solidaridad se ha de traducir, hoy sobre todo, en una comunión efectiva con los hombres sin trabajo: tanto con los que se encuentran en paro como con los que han dejado de trabajar por jubilación y tienen pensiones muy bajas. Hacemos nuestras aquí las siguientes palabras que la Comisión Episcopal de Pastoral Social (CEPS) escribió refiriéndose a toda la Iglesia de España: «Nos sentimos obligados a denunciar, aunque nuestra denuncia tal vez duela a algunos, que pueden ser un pecado grave de insolidaridad comportamientos cómo éstos: la evasión de capitales, el notable incremento de la economía subterránea, el mantenimiento ilegal del pluriempleo y horas extraordinarias, la defensa egoísta de las propias rentas salariales, el freno a las inversiones por temor a un riesgo no siempre objetivo, el exceso de gastos superfluos, los ingresos inmoderados de algunas profesiones liberales, el nepotismo en la distribución de nuevos empleos, así como el elevado fraude fiscal y sociolaboral» (CEPS, Crisis económica y responsabilidad moral, IV, b]).
    Debemos añadir, con todo, que la solidaridad con los pobres es cristiana sólo cuando nace del verdadero amor. En efecto, Jesús, al devolver a la persona humana toda su dignidad y grandeza, nos enseña el amor a toda persona, incluso al enemigo (Mt 5, 43–48). Con ello pone de manifiesto que una solidaridad con los pobres y necesitados que fuera clasista y excluyente no sería según el espíritu del Evangelio. La Iglesia ha de ser solidaria con los pobres y marginados al modo de Jesús y no según criterios ideológicos, de cualquier tipo que fueren.
14. El reparto justo de todos los costos sociales
    Se podría argumentar, con razón, que la problemática antes descrita, y particularmente el problema del paro, es fruto de una crisis económica que traspasa nuestros límites regionales e incluso nacionales, y que tal crisis exige medidas económicas que suponen un grave costo social, económico y humano, como ocurre, por ejemplo, en la llamada «reconversión industrial».
    Todo esto, siendo cierto, pondría de manifiesto, aparentemente, el carácter idealista y utópico de los criterios éticos y evangélicos que venimos indicando. Pero nada más lejos de la realidad. Aparte de que, considerados conjuntamente, implican unas actitudes muy concretas, por cierto nada idealistas, estos criterios se traducen en este otro: la necesidad de un reparto justo y solidario de todos los costos sociales de las crisis. De donde se deduce, por ejemplo, que nunca, y menos en las actuales circunstancias, «pueden equipararse la pérdida del puesto de trabajo y la subsiguiente pobreza y sacrificios familiares con la pérdida o disminución de los beneficios empresariales» (CEPS IV, a]). Con otras palabras: no es conforme con el espíritu del Evangelio que sean siempre los pobres, los sencillos, los menos pudientes quienes carguen con la mayor parte de los costos sociales en el proceso de transformación profunda que está sufriendo la sociedad, especialmente en el plano económico y laboral.
    Y lo decimos no porque no comprendamos que si no hay producción no hay posibilidad de distribución, y si no hay beneficios no aumenta la producción, sino porque –desde una visión ética cristiana– el esfuerzo por producir y la legitimidad del beneficio están condicionados y deben estar sometidos a imperativos del bien común o de justicia social.
15. La negociación leal y honesta frente a la confrontación por principio
    En todo comportamiento y en toda actividad humana, el cristiano tiene que dejarse guiar por un doble convencimiento de fe: ante todo, el mandato nuevo de fraternidad universal: «Todos vosotros sois hermanos…» (Mt 23,8); luego, el valor decisivo del diálogo, necesario para construir «la verdad en el Amor» (cf. Ef 4,15).
    Aplicando este doble criterio al terreno social que nos ocupa, es evidente plantear por principio o por sistema, en clave de confrontación entre las partes, todas las actuaciones dentro del campo social es algo incompatible con la visión cristiana del orden social. Más todavía: hace inviable la solución que pretende ofrecer. El cristiano, por ello, ha de transformar la lucha de clases, presidida por el odio o la negación de la persona, en lucha por la justicia para todos, a través de métodos eficaces y justos (cf. Laborem exercens, n. 20)
16. Otros criterios
    Podrían añadirse otros criterios cristianos de discernimiento desde los cuales habría que juzgar nuestra situación: ver la prioridad del trabajo sobre el capital, la prioridad de la sociedad sobre el Estado, la profundización en el concepto real y auténtico de democracia, el desarrollo de una auténtica cultura popular y de la ética social, la necesidad de una beneficencia social más amplia que haga posible la atención a los más desprovistos y abandonados, etc.

III. JUICIO CRISTIANO DE ESTA SITUACIÓN
17. La situación de injusticia, pecado que ofende a Dios
    El mundo de los pobres ha tenido frecuentemente como ideal la construcción de una sociedad nueva, libre, igualitaria y fraterna, una sociedad en comunión. El ideal cristiano es justamente el de lograr un mundo que viva en comunión fraterna bajo la mirada de Dios; un mundo que debe irse realizando ya en la historia, alcanzando, eso sí, toda su plenitud y definitividad más del tiempo. Hacia ese ideal apuntan los criterios evangélicos expuestos anteriormente, los cuales juzgan severamente la dolorosa situación de nuestro pueblo. Las injustas diferencias sociales, que en nuestra región, lejos de disminuir, tienden a aumentar y a hacerse más hirientes e intolerables (cf. p. 9), son un pecado que ofende a Dios y niegan lo más esencial del Evangelio.
    El Evangelio, en efecto, nos descubre que las causas de esta situación están en el corazón pecador y egoísta del hombre. Un pecado que se trasvasa y proyecta en las estructuras, que, a su vez, provocan y mantienen la situación de injusticia e insolidaridad y que, por eso mismo, son también hijas del pecado y generadoras de nuevos pecados.
    Por eso, todo sistema socioeconómico que tienda a afianzar la actitud egoísta en el corazón del hombre o a defender y justificar los intereses de unos pocos a costa de los auténticos derechos de los más tiene que ser juzgado, a la luz del Evangelio, como un sistema de pecado con el que el cristiano no puede en absoluto estar de acuerdo. En este sentido se han pronunciado inequívocamente Pablo IV (Populorum progressio, n. 26) y Juan Pablo II (Laborem excercens, n. 13).
18. También en la Iglesia necesitamos conversión
    Al denunciar el pecado de al sociedad no podemos ni debemos olvidar que también nosotros, la comunidad eclesial –es decir, todos los cristianos y nosotros con ellos–, necesitamos de conversión. En efecto, no se nos oculta que los miembros de la comunidad eclesial hemos colaborado históricamente, en alguna medida, a generar los males que afligen a nuestros pueblos. Nada ganaríamos con ocultar nuestros pecados sociales, puesto que estamos convencidos de que han podido contribuir a levantar la muralla de incomprensión que dolorosamente separa todavía a los pobres y marginados de la Iglesia. No son pocos, por desgracia, los trabajadores, campesinos y hombres del mar de nuestros pueblos que creen todavía que la Iglesia no está de su parte compartiendo y haciendo suyas sus ansias de justicia y fraternidad.
19. Necesidad de adoptar actitudes cristianas coherentes
    Pero sería negativo que un falso sentido de culpabilidad nos impidiese ver los grandes servicios que la Iglesia viene prestando a la causa del pueblo y, sobre todo, adoptar las actitudes que la coherencia con el Evangelio reclama. Por eso, ante la situación de nuestros pueblos hoy, no es lícito ni cristiano ignorar la realidad, no queriendo ver la gravedad del problema ni la interpelación que la fe nos hace. Tampoco es cristiano habituarse a ella hasta llegar a la insensibilidad o a dejarse vencer por el pesimismo, autoconvenciéndose de que no es posible hacer nada, quedándose en simples lamentos.
    La única actitud cristiana que creemos justa es la de reaccionar decididamente, asumiendo cada uno su propia responsabilidad en coherencia con la fe que dice profesar. A esa actitud cristiana os exhortamos, actitud que brota de la esperanza, de la confianza en nuestros hombres yen la fuerza constructiva de la solidaridad y del amor fraterno, de las posibilidades enormes que encierran la calidad moral, la capacidad de sacrificio y la generosidad de nuestro pueblo andaluz y, en último término, en la ayuda de Dios, en quien –como dice San Pablo– el cristiano «todo lo puede» (Flp 4,13).
    Conviene recordar, con todo, que la Iglesia como tal no puede ni debe ofrecer soluciones técnico–económicas ni políticas ante los problemas descritos. Como los apóstoles Pedro y Juan ante el paralítico postrado a las puertas del templo de Jerusalén, la Iglesia no tiene el oro ni la plata de tales soluciones. Pero sí tiene el mensaje de salvación de Jesucristo, que ilumina y orienta soluciones válidas e infunde fuerza y energía, que permiten, como al paralítico, ponerse a andar, es decir, a buscar y encontrar soluciones concretas, siempre perfectibles, pero portadoras de un testimonio evangélico capaz de concitar nuevas colaboraciones.

IV. ALGUNAS ACTITUDES Y CAUCES OPERATIVOS
    Partiendo de los criterios evangélicos y del juicio cristiano que nos merece la situación descrita, queremos ahora considerar algunas actitudes y cauces operativos concretos que estimamos de particular valor y urgencia en nuestras iglesias diocesanas y en el conjunto de la sociedad.

A) EN NUESTRAS IGLESIAS DIOCESANAS
20. Esfuerzo por conocer la situación real de nuestro pueblo
    El amor a nuestros hermanos, especialmente a los pobres y débiles, nos impone el esfuerzo por conocer pormernorizadamente la situación real de tantos hombres, mujeres, jóvenes y niños de nuestras regiones. No basta tener un conocimiento genérico o aproximativo de la situación, ni mucho menos quedarse, como si fuera un tópico, en la afirmación de que «las cosas están muy mal».
    Se necesita analizar la situación. Aquí son aplicables las palabras luminosas de Pablo VI: «Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales de la Iglesia… A estas comunidades cristianas toca discernir, con la ayuda del Espíritu Santo, en comunión con los obispos responsables, en diálogo con los demás hermanos cristianos y todos los hombres de buena voluntad, las opciones y los compromisos que conviene asumir para realizar las transformaciones sociales, políticas y económicas que se consideren de urgente necesidad en cada caso» (Octogesima adveniens, n. 4).
    A este esfuerzo cristiano os exhortamos a todos los católicos para llevarlo a cabo dentro de los cauces en los que discurre vuestra vida cristiana; parroquia, comunidades, asociaciones, movimientos apostólicos, etc.
21. Formación de la dimensión social de la conciencia cristiana
    Uno de los fallos principales de nuestro catolicismo tradicional ha sido el desconocimiento completo de las implicaciones sociales de nuestra fe. Hoy se necesita más que nunca la formación de la dimensión social de nuestra conciencia cristiana. Los frecuentes llamamientos que la Iglesia ha hecho a los católicos para una acción social y política coherente con la fe han quedado con frecuencia paralizados por los moldes individualistas en los que todavía muchos creen poder vivir el Evangelio.
    Una vez más, con Pablo VI hemos de decir: «No basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real si no va acompañado en cada hombre por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva» (Octogesima adeveniens, n. 48).
    Esta toma de conciencia y esta acción, que nuestra fe demanda, exigen una formación adulta y consciente que ponga de relieve de modo sistemático la dimensión social de la vocación cristiana y, en particular, la responsabilidad de los cristianos en la promoción integral y colectiva del hombre.
    La religiosidad popular con la que tantos hombres y mujeres de nuestra tierra se sienten identificados debe abrir cauces y ofrece testimonios de una verdadera formación cristiana que ayude a descubrir las exigencias sociales inherentes al Evangelio. Todos estamos convocados a esta tarea: cristianos, padres y madres de familias cristianas, responsables de movimientos y asociaciones apostólicas, etc.
    Una formación en las exigencias sociales de la fe, realizada inteligentemente, debe dar como fruto la promoción de militantes seglares verdaderamente comprometidos. A ello os exhortamos, haciendo una llamada particular a todos los movimientos apostólicos, cuyo renacer en nuestras diócesis es un signo de esperanza (cf. Declaración CEAS: Día de la Acción Católica, junio 1985).
22. Austeridad personal y comunitaria
    Para poder compartir es absolutamente necesario practicar la austeridad, ya sea personal o familiar, ya eclesial o social. Hoy, cuando los recursos disponibles son manifiestamente limitados, no es cristiano el consumismo y el despilfarro mientras a nuestro lado centenares de miles de personas pasan auténtica necesidad e incluso hambre.
    Sólo la virtud de la austeridad –íntimamente unida a la templanza– establece una jerarquía de valores en nuestra vida que hace posible el ahorro necesario para compartir con los hermanos. Y esto, que vale para el ámbito personal, familiar y eclesial, vale también para toda la sociedad y especialmente para quienes tienen la responsabilidad de la administración pública y del poder político.
    Es un hecho que cada vez hay «más familias que necesitan a corto plazo soluciones tan elementales como éstas: comer cada día, vestir, disponer de una vivienda digna, beneficiarse de la Seguridad Social, comprar medicinas, pagar sin recargo las cuentas de la luz o del agua…, y que no pueden seguir dependiendo sin más del aleatorio mercado de trabajo» (cf. Crisis económica y responsabilidad moral, 3.1). Por ello resultan especialmente escandalosas las costosas recepciones y fiestas que se organizan, incluso por «motivos benéficos» o por simples motivos de ostentación o lujo, y los altos sueldos que se asignan a sí mismos los dirigentes económicos o políticos.
23. La organización de la comunión de bienes
    La solidaridad, la austeridad de vida y el compartir, al ser exigencia de todos los cristianos –y aún de todos los hombres–, reclaman unos cauces organizados que hagan efectiva la comunión de bienes. Por ello es necesario recordar que la Iglesia, hace algunos años ya, creó un cauce institucional cuyo nombre es de todos conocido: Cáritas. No se trata de un simple cauce concreto y operativo de la máxima garantía, sino de la institución de toda la Iglesia llamada a canalizar la comunión de bienes de la comunidad cristiana.
    Es necesario, por tanto, potenciar este canal de solidaridad y amor cristiano, que debe hacer llegar a todo el cuerpo social de la Iglesia, desde los niveles parroquiales e interparroquiales, hasta los diocesanos y regionales, el testimonio del amor de Cristo.
24. Algunos signos de solidaridad
    Aun reconociendo que nuestras comunidades cristianas quizá no han hecho todo lo que podían y debían, no sería justo dejar de reconocer que nuestras Iglesias diocesanas se han esforzado para aliviar el grave problema del paro.
    Las diócesis del sur de España han ofrecido recursos y personas para fomentar el cooperativismo. Son muchos los puestos de trabajo que se han mantenido y aumentado en nuestros pueblos y ciudades a través de cooperativas fundadas y llevadas por entes eclesiales.
    Seguiremos apoyando todas aquellas iniciativas que se nos hagan, y estén a nuestro alcance, para crear o mantener puestos de trabajo a través de cooperativas u toras instituciones.
    Sugerimos, finalmente, que todos los católicos andaluces ofrezcamos el sueldo de un día de trabajo cada mes a Cáritas Diocesana u otra institución fiable para colaborar en extirpar el ya endémico problema de la falta de trabajo.

B) EN LA SOCIEDAD
25. Promoción y mejora de empresas
    En el campo económico es necesario promover y fomentar el crecimiento serio y real de nuestra región. Para ello estimamos caminos particularmente válidos los que siguen:
–    Estimular por todos los medios posibles las iniciativas empresariales, fomentando la inversión, tanto en el sector público como, sobre todo, en el de la iniciativa privada.
–    Mejorar estructuralmente, mediante reformas profundas e incentivos reales y concretos, los actuales sistemas de cultivos agrícolas en las fincas de nuestra región.
–    Reindustrializar seriamente nuestra región, creando sobre todo industrias complementaria de las empresas agrícolas, puesto que el proverbial subdesarrollo industrial de nuestras provincias es, efectivamente, causa de no pocos de nuestros males.
26. Ahorro
    Para hacer posible lo anterior, un factor de excepcional importancia es el ahorro.
    Queremos decir a todo, a las autoridades, a los responsables de toda clase de organismos financieros y a todos los hombres y mujeres de nuestras tierras, que hoy el ahorro de los andaluces tiene una importancia vital para nuestro desarrollo económico regional y, por tanto, para el futuro de nuestros pueblos.
    Esto supone que el ahorro de nuestras gentes, en lugar de emigrar a otros lugares, debe destinarse a potenciar nuestra propia economía, de modo que sirva para el desarrollo integral del pueblo. De lo contrario, no sólo seríamos culpables de un gravísimo pecado de omisión, sino que habríamos perdido una magnífica ocasión histórica.
27. La formación profesional de las nuevas generaciones
    Sentimos, además, la necesidad de decir una palabra clara y decidida sobre la formación profesional de nuestra juventud.
    Dirigiéndonos ante todo a los padres, quisiéramos ayudarles a superar un doble complejo: el de creer que sus hijos serán importantes, influyentes y felices en la sociedad si orientan su futuro hacia los estudios universitarios, preparándose para ser abogados, médicos, arquitectos, etc.; y el de infravalorar la Formación Profesional, como si estos estudios fueran menos dignos, menos productivos para la sociedad, menos gratificantes y hasta rentables para quien los realiza y menos necesarios para el bien común, o como si todos los muchachos estuvieran igualmente dotados para estudios de nivel universitario superior, por otra parte hoy sumidos en una gran crisis de desempleo.
    A las autoridades les decimos también que es necesario apoyar decididamente y dignificar al máximo los estudios de la Formación Profesional, actualizando los Programas, sobre todo de cara al futuro, de forma que quede bien claro que no se trata de formar unos imples peones, más o menos cualificados, sino unos auténticos profesionales en áreas importantísimas, hoy y cada día más necesarios que nunca.
    Es preciso, además, recordar con particular énfasis que el hombre es grande, no tanto por lo que gana y ni siguiera por el tipo de conocimientos adquiridos o el nivel del centro que ha frecuentado, sino por sí mismo, por la competencia con que sirve a la sociedad y por la generosidad con que realiza la obra bien hecha.
28. Desarrollo cultural pleno
    Finalmente, sentimos la necesidad de animar a todos a desarrollar en toda su plenitud los valores culturales que enriquecen a los hombres y mujeres de nuestras tierras.
    Recordamos a todos, especialmente a aquellos que con el poder político tienen en sus manos los grandes medios modernos de creación y difusión de la cultura, que la verdadera cultura no prescinde nunca de los verdaderos valores religiosos, morales y éticos, patrimonio de un pueblo, ni los ataca y ridiculiza como si fueran residuos de antiguas y superadas culturas, sino que integra esos valores según su propia jerarquía y los proyecta en la formación integral de las personas. Así, por lo demás, lo piden y garantizan la Constitución española, los acuerdos vigentes entre la Iglesia católica y el Estado español y, en definitiva, el respeto para con la fe de los creyentes, que son mayoría entre nosotros.

CONCLUSIÓN
29. Una preocupación
    Es hora de poner punto final a este documento. Y lo hacemos confiándoos una preocupación y dirigiéndoos una palabra de esperanza.
    Ante todo, sentimos cierto temor de que esta declaración, pensada por nosotros como eminentemente operativa, quede reducida a un documento más o menos aceptable desde el punto de vista doctrinal, pero sin mayores repercusiones en la vida de nuestras comunidades diocesanas en general y en la de cada cristiano en particular.
    Hemos querido, con esta declaración, hacer una llamada a la responsabilidad social de todos los andaluces, en particular de los que decimos tener una fe viva y comprometida en Cristo.
    Hemos de esforzarnos por comprender que tenemos que ser los propios andaluces quienes hagamos frente, desde una conciencia coherente, responsable y comunitaria, a los graves y endémicos problemas que aquejan a los hombres y mujeres de nuestras tierras.
    Por eso os expresamos el deseo de que esta declaración sea, a nivel de comunidades, grupos, hermandades, cofradías, encuentros, catequesis, etc., objeto no sólo de vuestra reflexión, sino, sobre todo, de compromisos concretos y prácticos. Se requiere la acción conjunta de todos, aportando cada uno todo lo que esté a su alcance para ir resolviendo la compleja problemática del pueblo andaluz. En esta hora histórica hemos de sentir todos, y particularmente los que nos sentimos y confesamos cristianos, la grave responsabilidad de tomar en nuestras manos nuestro propio destino para salir del secular y obstinado subdesarrollo que parece ser una mal endémico de nuestro pueblo.
30. Una esperanza
    Y junto con este urgente llamamiento a la responsabilidad social de todos, que expresa la honda preocupación de vuestros pastores, queremos haceros llegar una palabra de esperanza.
    Efectivamente, ante la magnitud de la obra a acometer, no es difícil que aflore en el corazón de más de uno una irremediable sensación de derrotismo y desaliento. Pues bien: el cristiano es, por definición, portador de una «esperanza viva», que no sólo no se arredra ante las dificultades, sino que se crece ante ellas, confiado en la fuerza invencible de aquel que, contra toda esperanza, resucitó a Cristo de la muerte.
    «Todo lo puedo en aquel que me da fuerzas», gritaba San Pablo ante las dificultades. Y otro tanto debemos decir los cristianos, portadores de una esperanza universal.
    A nosotros, en efecto, nos anima la esperanza cristiana; una esperanza que no se desentiende de las dificultades, sino que nos espolea y nos compromete seriamente a afrontar y resolver en concreto los graves problemas que hemos denunciado en la primera parte de nuestra declaración.
    Nada mejor a este propósito que concluir con unas palabras del Concilio Vaticano II que, aplicadas a nuestro caso, cobran una importancia del todo, particular: «La esperanza de una tierra nueva no debe debilitar, al contrario, debe excitar la solicitud de perfeccionar esta tierra, en la que crece el cuerpo de la nueva humanidad, que ya presenta las esbozadas líneas de lo que será el siglo futuro. Por eso, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del Reino de Dios, con todo, el primero, por lo que puede contribuir a una mejor ordenación de la humana sociedad, interesa mucho al bien del Reino de Dios» (GS n. 39).
    El tiempo cuaresmal desemboca en la celebración de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En Él ha comenzado la nueva vida. Y por Él podemos ir transformando poco a poco la convivencia humana en más justa y mejor para todos, esperando que un día se nos dará la vida en plenitud. Mientras tanto, los cristianos adoptamos una actitud creativa que nos hace luz y fermento de una humanidad que sólo encontrará el sentido y el fin de su historia de Dios.
    Que María, invocada frecuentemente en nuestra tierra con el entrañable título de Virgen de la Esperanza, sea faro y aliento de una esperanza viva y activa en esta hora histórica de los pueblos del sur de España.

    Cuaresma 1986

    JOSÉ MÉNDEZ ASENSIO, Arzobispo de Granada. CARLOS AMIGO VALLEJO, Arzobispo de Sevilla. RAFAEL GONZÁLEZ MORALEJO, Obispo de Huelva. JOSÉ ANTONIO INFANTES FLORIDO, Obispo de Córdoba. ANTONIO DORADO SOTO, Obispo de Cádiz–Ceuta. MANUEL CASARES HERVÁS, Obispo de Almería. MIGUEL PEINADO PEINADO, Obispo de Jaén. RAMÓN BUXARRÁIS VENTURA, Obispo de Málaga. RAFAEL BELLIDO CARO, Obispo de Jerez. IGNACIO NOGUER CARMONA, Obispo de Guadix–Baza.

El catolicismo popular. Nuevas consideraciones pastorales

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PRESENTACIÓN
    En la Navidad de 1975, los obispos del sur de España ofrecían, a pastores y fieles, un instrumento de estudio, de diálogo y de acción apostólica titulado El catolicismo popular en el sur de España. En aquel documento se abordaba, en profundidad y extensión, la realidad de las expresiones de nuestro catolicismo popular. En él se describen algunas actitudes pastorales y se proponen objetivos para llevar a cabo en la región una “educación popular en la fe”. Sus apreciaciones y sugerencias constituyen un patrimonio básico para quienes deseen acercarse, comprender y servir, con respeto y objetividad, al pueblo cristiano en esta tierra.
    Dado que la adaptación es la ley fundamental de la evangelización, se deduce con facilidad que la acción pastoral exige aquí conocer, tomar conciencia y contar con las peculiaridades características del pueblo. El documento de 1975 sigue siendo válido y necesario para la formación y la actualización pastoral y para la acción apostólica de los educadores y dirigentes seglares. Esta realidad de nuestro pueblo pide ser integrada en todo proyecto de misión y de evangelización.
    Transcurridos más de nueve años, los obispos de las Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, atentos a la situación particular de la vida de fe de sus diocesanos, tras analizar la evolución de las expresiones de la piedad popular en el contexto general de la sociedad actual, ofrecen estas nuevas orientaciones pastorales, en línea de continuidad con las anteriores. Se pone así de manifiesto la importancia de la educación en la fe del pueblo cristiano y la necesidad de responder, a tiempo y de manera adecuada, a las situaciones peculiares de las expresiones religiosas, desde la caridad pastoral, el discernimiento y la efectiva evangelización.
    Este servicio de nuestros obispos se inserta en el empeño colegial asumido por el episcopado español, respondiendo a las orientaciones y sugerencias recibidas del papa Juan Pablo II en su visita apostólica a España. Consiste en “el propósito firme de potenciar la vida cristiana de nuestro pueblo”. Comprende un aprendizaje para “vivir como comunidad concreta y bien definida, dentro de un ámbito social y cultural que no siempre comparte nuestra fe ni nuestros criterios morales”; la promoción de “una clara conciencia de lo que somos como cristianos y como miembros de la familia católica”. A tal fin se establece, entre otros objetivos, la prioridad de la catequesis integral, en sus diversas modalidades, para fundamentar una fe verdaderamente personal, clarificada y arraigada.
    Nuestros obispos asumen colegialmente con el resto del episcopado español los grandes temas de la Iglesia y de la sociedad española, al par que afrontan los aspectos particulares que vienen exigidos por las circunstancias de sus diocesanos.
    Las nuevas consideraciones pastorales sobre el catolicismo popular quieren señalar algunos datos concretos que reclaman la atención especial de los agentes de la evangelización. Se recuerdan los análisis que hoy se hacen sobre religiosidad popular y se indican criterios y orientaciones concretas para la actuación de cuantos se relacionan con la piedad popular: sacerdotes, organizaciones, dirigentes seglares, educadores y catequistas.
    El documento quiere ser un instrumento de estudio y un punto de partida para el discernimiento, la tutela y promoción de la identidad cristiana, la educación popular en la fe y la organización de actos religiosos, romerías, procesiones, etc. Prestará, sin duda, un servicio a quienes deseaban criterios autorizados para actuar con la prudencia y la coherencia que merece el respeto al pueblo y exige la evangelización. Y es, sobre todo, un nuevo impulso para acometer con realismo y adecuada pedagogía la educación en la fe del pueblo cristiano.
    El respeto al servicio a los fieles que, de una u otra manera, participan de la piedad popular, comprende:
–    Cuidar el carácter religioso y eclesial de las manifestaciones y celebraciones religioso-populares.
–    Garantizar la identidad cristiana en el actual contexto cultural y social.
–    Tutelar la libertad de los creyentes, ante posibles manipulaciones, para que sean y se expresen como tales.
–    Valorar la dimensión cultural de tales expresiones desde la autenticidad religiosa, sin reduccionismos.
–    Promover vías de discernimiento eclesial al servicio de nuestro pueblo y de su evangelización.
    Los obispos salen al paso de una necesidad pastoral, tan ligada a la vida de fe de nuestro pueblo, poniendo en manos de sacerdotes y fieles un documento breve y sencillo, al par que claro, oportuno y sugerente, de cuyo estudio y acogida cabe esperar nuevas iniciativas en el interior de las comunidades parroquiales, de las asociaciones y hermandades para cooperar conjuntamente al objetivo común de la educación popular en la fe.
ANTONIO HIRALDO VELASCO
Secretario General del Episcopado del Sur de España

I. PUNTO DE PARTIDA
El documento de trabajo de 1975
    Hace ya diez años que los obispos del sur de España presentamos un documento de trabajo sobre el Catolicismo popular. Fue publicado como “instrumento de estudio, de diálogo y de acción apostólica”. Sin el “carácter de una carta pastoral colectiva”, pero sin quedarse en un “estudio privado de los muchos y valiosos que se publican continuamente”
    Un repaso detenido a este documento nos descubre la permanente actualidad y validez de sus puntos de vista, de sus análisis, de las sugerencias pastorales que contiene, de su visión sobre la evolución de los hechos. Es muy interesante saber qué incidencia ha tenido en los planteamientos generales de la pastoral de nuestras diócesis, en nuestros sacerdotes, religiosas y seglares relacionados con el tema.
    Cuando concluye dicho documento manifestando que “no quiere ser otra cosa que una modesta aportación y una encarecida exhortación al trabajo de todos, para clarificar un hecho religioso tan complejo, para encontrar la actitud y el tratamiento pastorales más adecuados al esfuerzo de su promoción evangélica”, un camino a recorrer queda abierto. Es fácil responder que ese camino no se ha recorrido, si nos lo preguntamos. Pero es más difícil saber hasta qué punto se está recorriendo.
    La evolución posterior de los acontecimientos parece exigir que hoy se entre con decisión por este camino. Mientras las manifestaciones del catolicismo popular se presentan cada vez más como signo de maduración cultural y de identificación de nuestro pueblo, una pastoral incompleta puede desaprovechar cauces favorables de auténtica religiosidad, empleando energías en luchar contra corrientes en sí legítimas o coadyuvando el vaciamiento religioso de las manifestaciones populares.
    Urge, pues, volver a la reflexión pastoral sobre el catolicismo popular. Porque es necesaria la permanente reflexión de la Iglesia sobre sí misma, y el catolicismo popular es parte del ser eclesial. Porque sigue sintiendo la necesidad de equilibrar la atención pastoral a la masa y el cultivo de minorías activas que late en el fondo del catolicismo popular. Porque, finalmente, éste sufre constante transformación, influido por los más diversos factores de nuestro entorno.
Documentos del Magisterio, estudios e informes posteriores
    No ha faltado, por otra parte, en estos diez años, una evidente continuidad en la preocupación de la Iglesia sobre este tema. Buena prueba son las diversas enseñanzas de Pablo VI y Juan Pablo II, la serie de nuevos documentos episcopales, de estudios y de informes que han visto la luz desde entonces. Todos ellos dan material y orientaciones muy útiles par la necesaria reflexión pastoral .
Criterio pastoral que guía esta reflexión
    El criterio que nos guía al reemprender hoy nuestra reflexión está contenido en estas palabras de Juan Pablo II a todos los obispos de ambas provincias eclesiásticas en la visita ad limina: “La religiosidad de vuestro pueblo merece vuestra atención continuada, vuestro respeto y cuidado, a la vez que vuestra incesante vigilancia, a fin de que los elementos menos perfectos se vayan progresivamente purificando y los fieles pueden llegan a una fe auténtica y una plenitud de vida en Cristo” .
    Está también esta reflexión dentro de los objetivos que la Conferencia Espiscopal Española ha señalado en su actual Programa Pastoral. Se refiere en su conjunto al criterio quinto de las directrices pastorales aprobadas por la XXXVIII Asamblea Plenaria el día 24 de junio de 1983: “Clarificar los contenidos de la fe para asegurar la identidad del mensaje cristiano y su adaptación al hombre de hoy”. Este criterio es desarrollado con las siguientes ideas: “En época de cambios rápidos y profundos, como dice el Vaticano II, el mensaje cristiano tiene una doble exigencia: la de conservar fielmente su identidad y la de ser un mensaje vivo para el hombre histórico, es decir, capaz de orientar su vida en cualquier circunstancia. Juan Pablo II subraya la necesidad de llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la altura y de las culturas” .
    Vamos, pues, en las páginas siguientes, a describir cómo ha evolucionado la situación del catolicismo popular en nuestro pueblo, cuáles son las claves a través de las que suele ser interpretado y valorado, para, en fin, intentar dar una visión pastoral y trazar unas orientaciones prácticas sobre el tratamiento pastoral con que creemos conviene enfocarlo.
    Lo hacemos como pastores de las catorce diócesis encuadradas en las provincias eclesiásticas de Granada y Sevilla, que comprenden toda la región andaluza, Murcia y el sur de Extremadura, más el archipiélago canario  .

II. SITUACIÓN ACTUAL
Auge de las expresiones del catolicismo popular
    Todos conocemos el gran número de expresiones del catolicismo popular existentes desde antiguo en la España meridional y en las Islas Canarias. Lo nuevo en nuestra región quizás sea la revitalización y el auge que se está dando en todas ellas, pero de una manera especial en las celebraciones de Semana Santa, en las romerías y fiestas patronales.
    El pueblo sencillo ve este crecimiento con gozo y alegría, participando religiosa y activamente en su expansión y en las celebraciones a que da lugar. Pero unas veces por falta de capacidad crítica y otras por exceso de fervor religioso, el hecho es que los fieles católicos no llegan a descubrir las manipulaciones a que algunas tendencias, determinados grupos y ciertos partidos políticos tratan de someter a muchas celebraciones religiosas.
    Buena parte de esa novedad se hace visible en el gran número de asociaciones religiosas y culturales que vienen surgiendo en torno a determinadas manifestaciones concretas del catolicismo popular. Pero más llamativo todavía resulta el interés de los jóvenes por crear, integrarse y participar en las asociaciones que las protagonizan y, sobre todo, en las celebraciones que promuevan.
    Se observa igualmente un progresivo trasplante de elementos de la religiosidad popular a las celebraciones sacramentales, rodeándolas del aire colorista y festivo propio de aquéllas.
Fomento por parte de las autoridades civiles
    Otro dato nuevo en la España actual es el interés que nuestras autoridades políticas vienen manifestando por la religiosidad popular. Procuran participar en los actos, los promocionan y hasta en ocasiones los subvencionan.
    Es difícil hacer un discernimiento general de las motivaciones últimas de este hecho. Siempre, en épocas pasadas, antiguas y recientes, la religiosidad popular ha vivido el riesgo de ser usada con objetivos no religiosos, y hoy, como ayer, las motivaciones últimas de los participantes son tan variadas como las actitudes íntimas ante la fe, desde el rechazo combativo hasta la identificación total, pasando por otras más complejas que ponen en relación los valores religiosos con los demás aspectos que tan variadas conexiones tienen con la religiosidad popular.
    Con todo, no parece que este comportamiento sea siempre consecuencia de una fervorosa fe cristiana. Porque no pocos de los que así actúan se manifiestan abiertamente no creyentes y algunos públicamente hostiles y en desacuerdo con la actuación y enseñanzas de la Iglesia católica.
    Si esta observación es real, se seguiría que muchos políticos se interesan por las expresiones del catolicismo popular más bien en cuanto son manifestaciones culturales. Celebraciones periódicas pertenecientes a la tradición del grupo social que, a lo largo del año, las organiza. Pero sin que perciban las experiencia espiritual, las creencias religiosas, las exigencias morales y la comunión eclesial que tales celebraciones comportan en la vida del pueblo cristiano.
    Es evidente, por otra parte, que la religiosidad popular católica ofrece a los políticos una excelente plataforma para conectar con los sentimientos profundos de los pueblos y ciudades que ellos representan. Y esto explicaría, al menos muchas veces, el interés, no precisamente religioso, con que presiden las procesiones, asisten a las misas patronales, etc., así como el deseo de organizarlas y la frecuente disposición para subvencionarlas.
    Otras veces la promoción de esta religiosidad popular aparece muy relacionada con los intereses económicos y comerciales que sus celebraciones y festejos movilizan en los núcleos urbanos y rurales en que se celebran.
    Preciso es decir que estas actitudes contribuyen eficazmente a producir un efecto secularizador, tendente a eliminar, en muchos actos religiosos de nuestro pueblo, su contenido espiritual y de fe. Ciertamente, la religión entre nosotros no queda oculta, invisible, no ha desaparecido de la vida social. Al contrario, se está haciendo más presente en la vida pública. Pero, mientras en otras ciudades la secularización se ha producido a través de un progresivo vaciamiento de lo sagrado en la sociedad, en la cultura y en las conciencias, en nuestro ambiente social este vaciamiento está manifestándose, paradójicamente, en la misma religiosidad. Al menos en las celebraciones religiosas populares. Se fomentan, se subvencionan y se cuidan, pero como si se tratase solamente de manifestaciones culturales del pueblo, de actos folclóricos, de días de grandes beneficios económicos, como si careciesen de sustancia espiritual, moral y eclesial, que son el auténtico origen y soporte de todo rito sagrado y, consiguientemente, de toda vivencia religiosa cristiana, personal o colectiva.
El interés científico por la religiosidad popular
    Nuevo es también el interés de muchos estudiosos por el análisis científico de los hechos reales a través de los cuales se presentan la religiosidad popular.
    Es éste un hecho que pensamos se puede relacionar con la autonomía política alcanzada por nuestro pueblo. La cual, como es sabido, ha suscitado un movimiento de búsqueda y promoción  de cuantos elementos caracterizan nuestra cultura y nuestra historia.
    Historiadores, filósofos, antropólogos, sociólogos, psicólogos, literatos, teólogos y políticos se han puesto desde hace poco a estudiar las raíces culturales sobre las que se asientan la identidad del pueblo. Bastantes de estas investigaciones, según se extienden, terminan estudiando determinados aspectos del catolicismo popular.
    Como en casi toda España, en el sur de la Península y en el archipiélago canario las manifestaciones religiosas populares son tal vez las que mejor expresan y diferencias lo que es la cultura auténtica en cada zona o comarca geográfica. Sus celebraciones siguen ofreciendo, a creyentes y no creyentes, el marco dentro del cual viven y crecen tanto realidades profundamente religiosas como otras realidades sociales de la población.
    Los obispos apreciamos y valoramos positivamente muchos de estos estudios, que pueden iluminar en estas diócesis nuestro trabajo pastoral. Pero hemos de decir también que no pocos de ellos adolecen de parcialidad y parecen brotar de unas motivaciones puramente arqueológicas, a saber: el afán por descubrir y revitalizar tradiciones perdidas y el mero deseo de conservar las existentes.
    La preocupación pastoral de la Iglesia va más allá de los objetivos que estos estudios sobre el catolicismo popular se proponen. Lo importante para la Iglesia es que el simbolismo religioso contenido en sus celebraciones sea comprendido y vivido por los fieles católicos. Por eso hemos de dudar en introducir en ellas cuantas modificaciones y adaptaciones sean necesarias para que promuevan, en cada época, la comprensión y la vivencia religiosa profunda que debe ser su origen y su futuro.
    Esta ha sido y es la práctica pastoral de la Iglesia cuando la fe cristiana entra en contacto con las diferentes culturales. Procura expresar y celebrar su fe con el lenguaje y los símbolos del pueblo que se acerca a ella. Así, la cristianización de antiguas fiestas paganas es una muestra de este esfuerzo de inculturación. Esto, por sí solo, no le quita valor cristiano a su celebración actual. En nuestra tierra, estas fiestas se han vivido y viven como fiestas cristianas que ofrecen una respuesta válida a la necesidad de manifestar la fe cristiana. Tienen el mérito de saber expresar lo genuino de la fe con los moldes propios de la tierra, de la manera propia de ser. Forman parte de nuestro patrimonio cultural y cristiano.

III. ALGUNOS ANÁLISIS ACTUALES: SU VALIDEZ Y SUS LÍMITES
    Estos modos de ver los hechos religiosos que estamos señalando son para muchos pautas de interpretación que están interfiriendo notablemente en el modo de tratar la vida religiosa de nuestro pueblo y que, por ello mismo, invitan a una consideración más atenta y profunda.
    Todo el mundo sabe que existen pautas propiamente religiosas para la interpretación de estos hechos. Nos las proporciona la llamada “fenomenología de la religión”, y a ella acudíamos en nuestro anterior documento del año 1975. El sentido de los sagrado, lo simbólico, lo festivo, lo místico …; los rasgos experenciales, los elementos rituales y devocionales, etc. Pero ahora se nos invita a atender a nuevos factores interpretativos, provenientes de otros campos: de algunas ciencias humana, de ciertas ideologías y de las aportaciones de una “teología crítica”, muy atenta a los postulados que de las anteriores se derivan. Se hace preciso, por tanto, un discernimiento riguroso entre componentes “religiosos” meramente naturales, muchas veces deformados y mezclados con elementos extraños y, por otra parte, el componente inconfundible de la fe cristiana, con sus exigencias claras y no adulterables.
Interpretaciones culturalistas
    La antropología cultural estudia el lado folclórico, lo que hay de peculiar en el genio de cada pueblo. Las ciencias sociales, las ciencias del lenguaje, las ciencias psicológicas, consideran cada una su propia perspectiva en los hechos religiosos. No hay, en principio, nada censurable en esta reducción metodológica desde el campo científico; sí hay que rechazar toda manipulación deformadora del hecho religioso, por muy científico que sea el instrumento que se use.
    Los hechos y costumbres de la vida religiosa de los pueblos están ciertamente sujetos a posibles procesos de deterioro. Van pediendo su intencionalidad religiosa y pueden quedar reducidos a costumbre o rito social: fiestas populares que tuvieran evidente sentido religioso; usos del santoral o del lenguaje relativo a la escatología como mero recurso ornamental; conmemoraciones de los difuntos como mero recuerdo familiar, etc., etc.
    Es evidente que si los fenómenos y las costumbres religiosas se estudian sólo con interés esteticista y se los fomenta sólo en esa perspectiva, o quienes los fomentan y toman parte en ellos se van imbuyendo de este enfoque reduccionista y parcial, irán perdiendo su mordiente religioso. Caerá en el vacío y en un rechazo progresivo todo intento de subrayar los contenidos religiosos que provengan de los pastores y aun de los mismos cristianos que todavía participan en ellos con verdadera fe. Las propuestas para potenciar con una catequesis adecuada las celebraciones de Semana Santa, por ejemplo, o de prolongarlas en una dinámica de compromiso cristiano, ¿no encuentran con frecuencia demasiadas dificultades y rémoras por parte de los grupos que las protagonizan, con el pretexto de que su finalidad en organizar “el culto externo”? ¿Es que acaso es legítimo en la Iglesia potenciar un “culto externo” si no va acompañado a un tiempo de las disposiciones internas que lo animan?.
    Contribuyen también, y a veces no poco, a esta desacralización creciente los medios de comunicación social. Acompañan en ocasiones a la retransmisión de procesiones u otras celebraciones católicas comentarios que, o bien las despojan de sus contenidos cristianos, o incluso las equiparan con las celebraciones paganas. Todo ello produce un impacto relativizador y aun de franca depreciación en la presentación de las ceremonias religiosas; bastan ciertos afectos hábiles de montaje, en la sucesión o contaste de las imágenes, para llegar a resultados muy negativos en el tratamiento de los temas religiosos.
    Se da también el fenómeno contrario: a ciertos períodos de concreta desacralización siguen períodos de recuperación religiosa. Y es claro que muchos elementos de nuestro folclore son susceptibles de ser asumidos en las catequesis, y aun en la liturgia, para nutrir la fe del pueblo; hay expresiones del lenguaje corriente popular en las que cabe subrayar su fuerza religiosa o por el contrario denunciar su deformación; ejemplos del santoral y de la Biblia que subsisten como meros motivos ornamentales; símbolos tan válidos teológicamente como el de las Cruces de Mayo o la celebración pascual y festiva de la Cruz, como “exaltación”, valdría la pena representarlos y explicarlos en el interior de las iglesias, ya que como fiesta externa popular es meramente secular.
Posiciones ideológicas
    Hay sistemas que llegan a configurar una concepción deformada del mundo y de la religión, afectando fuertemente a la conciencia religiosa. Son las ideologías. Particularmente cabe referirse aquí a las materialistas. Tanto el materialismo de signo capitalista, centrado en el interés económico, como el llamado materialismo histórico repercuten con sus planteamientos en la manera de ver y tratar la religiosidad popular.
    Las interpretaciones que el materialismo histórico hace del hecho religioso, ampliamente difundidos hoy, sirven de plataforma operativa a algunos militantes imbuidos de esa ideología. Para lo cual encuentran pábulo en ciertas deformaciones reales de las manifestaciones religiosas. Tales críticas, por tanto, pueden y debe ayudarnos a descubrirlas.
    En la medida en que los hechos religiosos reflejan de algún modo conflictos de clases –v.gr., en algunos lugares, cofradías enfrentadas en un mismo pueblo, que a veces se corresponden con distancia y oposición entre sectores sociales-, se prestan, sin duda, a ser interpretados y utilizados en la dinámica de la lucha de clases. Pueden darse también enfrentamientos de cofradías y grupos religiosos populares con la Jerarquía de la Iglesia, que sirven de pretexto para contraponer la Iglesia popular a Iglesia jerárquica, de donde se salta a la dialéctica entre opresores y oprimidos. Si las expresiones religiosas y quienes las realizan dejan de lado el compromiso en la caridad y la acción social, dan pie a ser interpretadas como falsa confraternización o tapadera que oculta y mantiene la división o como evasión carente de fuerza humanizadora y liberadora.
    Por otra parte, es preciso admitir y denunciar las deformaciones que pueden provenir del materialismo económico y sus manifestaciones de poder. Son los casos en que intereses no religiosos aparecen mezclados en la misma promoción o difusión de manifestaciones religiosas, que pueden ir desde el afán de protagonismo y exhibición, ya sea por parte de personas concretas, ya de determinadas instituciones o cuerpos sociales, hasta el afán interesado de propaganda y atracción para el turismo y otras formas de sometimiento a los intereses comerciales. Así se alteran arbitrariamente los horarios normales en ciertas conmemoraciones religiosas o su superponen procesiones de gran concurrencia son actos litúrgicos tan importantes como la Vigilia Pascual del Sábado Santo, por ejemplo, sólo en razón de meras conveniencias extrarreligiosas.
    Si los intereses que se mezclan con las motivaciones religiosas son sociales o políticos, se hace precisa una labor de discernimiento, de denuncia y de purificación, por mucho que pueda en ocasiones ser doloroso hacerlo. Si el ser católico se intenta justificar sólo, como título de tradición y orgullo, por el hecho de ser español, por pertenecer a la esencia de lo hispánico –como se ha dicho algunas veces-, se corre el peligro de excluir y hasta ahogar las auténticas motivaciones de fe, quedándose en un catolicismo sociológico meramente externo.
Discernimiento entre religiosidad y fe cristiana
    Esta tercera línea de interpretación surge ya desde dentro de la fe cristiana, como oferta liberadora, salvadora, frene a elementos de mera religiosidad natural, deformados en no pocas ocasiones. Y la crítica puede llegar al exceso, si de hecho se rechaza como vacía de fe toda religiosidad que no responda al esquema o si sólo se descubren en la religiosidad popular ciertos residuos de paganismo o superados, meras expresiones de subconsciente colectivo o simples manifestaciones folclóricas desprovistas de contenido cristiano.
    Conviene, no obstante, considerar atentamente muchas de estas críticas para poder llegar a un discernimiento equilibrado. No puede negarse que ciertos componentes característicos de la religiosidad popular la impurifican e incluso la contradicen, y que se hace necesaria una auténtica evangelización y catequesis cristiana para superar el peligro de adulteración que encierran. Así, por ejemplo:
–    La referencia aun cierto “terror sagrado”, o de miedo supersticioso a la Divinidad, que desvirtúa y olvida el mensaje evangélico de la Paternidad, del Amor de Dios.
–    La obsesión ritualista, que puede deformar el uso necesario del rito hasta llevarlo a extremos mágicos y que hay que contrapesar con la explicación del verdadero contenido de vida en los ritos de la Iglesia.
–    La frecuente tentación del egoísmo, de la “piedad interesada”, que instrumentaliza la religión al servicio de necesidades inmediatas de la vida y que es necesario prevenir con una seria formación evangélica acerca de la oración de petición, y especialmente con la oración de Jesús durante su agonía en el huerto y en la cruz, siempre subordinada a que “no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
–    La supervaloración del culto a los muertos y del culto a los santos y la tendencia a la multiplicación de mediadores, que aconsejan destacar siempre, por parte de la Iglesia, el papel propio del único Mediador y Salvador, Jesucristo, que, por otra parte, no excluye el honor, la imitación y aun la intercesión de los santos.
–    Otros componentes, como el legalismo, el celo excesivo o fanatismo, los falsos sentimientos de culpabilidad y de purificación ritual, sin verdadera conversión del corazón, etc.
    Todo lo dicho muestra cuán necesaria es, por parte de los educadores y pastores y por parte de todo cristiano despierto y responsable de su fe, el cuidado constante para dar, en todos estos aspectos, el enfoque justo en que debe situarse el cristiano desde la fe, en un esfuerzo constante de maduración.

IV. VISIÓN PASTORAL
Considerando todo lo dicho hasta aquí, podría decirse, simplificando, que, en el catolicismo popular aparecen riesgos e intentos de desplazar la esencia religiosa del mismo hacia parcelar que disputan a la Iglesia el papel que sólo a ella le corresponde. Particularmente importantes son aquellos que intentan resaltar de tal modo sus valores sociales, historicistas o políticos, que ignoran o niegan los religiosos. En ambas premisas encuentra base propicia el pensamiento teológico crítico para despreciar este tipo de comportamiento religioso. Todo lo cual produce en muchos una gran sensación de ambigüedad a la hora de plantear y orientar pastoralmente el catolicismo popular, en un momento en que se produce un evidente crecimiento del mismo.
Algunos criterios
    En esta situación, los responsables de la acción pastoral debemos movernos con suma discreción y guiados por criterios certeros. Son claros, ante todo, los siguientes.
    Procede, en primer lugar, reafirmar y proclamar el carácter religioso de las manifestaciones de religiosidad popular entre nosotros. Esta afirmación básica no es incompatible con el reconocimiento de que, en ellas, hay elementos menos maduros y deficientes. Pero lo cierto es que en el catolicismo popular está presente la verdadera fe cristiana y precisamente ha estado siempre presente la Iglesia. Una Iglesia que, durante siglos, se ha expresado así y ha hablado de esta forma a un pueblo concreto.
    Las manifestaciones del catolicismo popular tienen, además de carácter religioso, carácter eclesial; y la Iglesia, su magisterio y sus pastores tienen en ello mucho que discernir y que decir. Por eso nosotros no renunciamos a esta responsabilidad que hoy, más que nunca, nos acucia.
    Como pastores de la Iglesia no debemos consentir que nuestra religiosidad popular se convierta en foco de secularización de nuestro pueblo. Si hay en ella presencia y participación de autoridades y pueblo, debe ser como consecuencia de la fe en Dios, en el Dios cristiano, en el Dios trinitario que unos y otros profesan. La ficción y la idea de que no hace falta ser creyente, ni estar en comunión con la Iglesia, para poder participar en estas celebraciones religiosas no puede generalizarse ni convertirse en norma habitual de nuestras prácticas religiosas.
    Seguidamente, nos parece necesario denunciar con claridad las distorsiones con que actualmente presentan algunos aspectos de nuestro catolicismo popular. Todas ellas, de variadas motivaciones y de diversa gravedad, como hemos visto, suponen un atentado al patrimonio espiritual de los fieles. De modo especial, rechazamos las posiciones críticas que nacen dentro de la misma Iglesia y en nombre de la fe, cuando son totalmente excluyentes. Con palabras del documento de 1975, pensamos que no llevan a parte alguna lo mismo las actitudes “abandonistas o destructivas” que las “conformistas e inmovilistas”. Hemos de buscar y fomentar entre todos actitudes “constructivas y renovadoras”.
    Lo cual pone de relieve la urgencia con que hemos de adoptar posturas que lleven a un mejor tratamiento pastoral del catolicismo popular. Para ello, nos parece necesaria una seria reflexión, por parte de todos los responsables pastorales interesados, sacerdotes y seglares, orientada a purificarlo de elementos extraños, a desarrollar y mejorar los insuficiente aplicados y a aprovechar bien los más válido. Entre éstos no deben olvidarse la devoción a la Eucaristía, a la Pasión de Cristo y a la Virgen María, la fuerza de asociacionismo, el encauzamiento del interés juvenil, el valor religioso de lo festivo, etc.
    La preocupación predominante y meta de todo trabajo debe ser la urgente evangelización de nuestro pueblo. Ya el papa Juan Pablo II nos recordaba esto a los obispos del Sur el día 30 de enero de 1982, y los actuales programas pastorales de la Conferencia Episcopal Española apuntan a esta meta como prioritaria.
    En este aspecto recordamos justamente un valioso texto del papa Pablo VI en la Evangelio nuntiandi. La descripción de los valores y límites de la religiosidad popular y su entronque con la evangelización están admirablemente descritos. Lo que él dice refiriéndose a los más variados países del mundo es aplicable a nuestro ambiente. Para Pablo VI, esta realidad es “un aspecto de la evangelización que no puede dejarnos insensibles”. Porque “bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores”, por los cuales el Papa la llama “gustosamente piedad popular, es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad” (Evangelio nuntiandi, 48).

V. ALGUNAS ORIENTACIONES PASTORALES
    Queremos brindar finalmente, como resumen de las reflexiones anteriores, un elenco de orientaciones e iniciativas prácticas de tipo pastoral. Nos dirigimos con ellas a la comunidad eclesial y, en ella, a los católicos más conscientes, a los dirigentes seglares de instituciones relacionadas con el catolicismo popular, a los expertos en teología pastoral, a los responsables pastorales, entre los cuales nos encontramos. Esperamos que todos acojan su propia responsabilidad y unan su esfuerzo en esta labor común de promoción de los valores cristianos de nuestra Iglesia.
Frente a la posible ideologización y las manipulaciones del catolicismo popular
    1. Es necesario poner bien de relieve el carácter religioso y eclesial de las manifestaciones del catolicismo popular, lo cual implica: afirmar el papel del ministerio jerárquico en ellas; no estar ausentes como Iglesia en su promoción, manteniendo una presencia de Iglesia que señale y evite los desvíos y apoye y mantenga su sentido original; recordar en la predicación las exigencias de coherencia entre la fe, la moral y el compromiso cristiano que comporta la participación en estos actos, y más especialmente entre sus dirigentes.
    2. Hay que evitar las apropiación política de las manifestaciones del catolicismo popular, que puede manifestarse a veces en situaciones de inadecuado protagonismo de los representantes oficiales, más allá de la justa distinción con que la Iglesia siempre ha acogido su presencia como representación de las legítimas instituciones de la sociedad y del Estado; en la acción de grupos políticos y en el prurito de rendir ciertos honores políticos más o menos relevantes. Se deben evitar los propósitos de manipulación política y de instrumentalización comercial.
Frente a las interpretaciones culturales y su peligro reduccionista
    3. No es posible, ni tampoco conveniente, separar lo cultural y lo religioso en las manifestaciones del catolicismo popular: lo primero quedaría vacío y lo segundo desencarnado. Pero, admitido esto, es necesario evitar la reducción de las mismas a mera manifestación cultural. A este propósito es oportuno brindar información adecuada sobre tales manifestaciones a los medios de comunicación social, a fin de que resalten su dimensión religiosa, y promover estudios sobre la presencia del catolicismo en la historia y en la cultura de nuestro pueblo, como contribución a una historia de la Iglesia en esta área geográfica.
    4. Con el fin de evitar la secularización o vaciamiento religioso de las demostraciones religiosas populares, recomendamos:
–    Un esfuerzo por recuperar el valor religioso de ciertos signos ya secularizados, fiestas, ritos y costumbres.
–    El aprovechamiento de elementos tales como símbolos, lenguaje popular y fiestas populares para una adecuada catequesis.
–    Hacer un elenco detallado de los recursos pastorales que ofrece la tradición popular, con sugerencias para su aprovechamiento pastoral.
–    La incorporación de acciones pastorales a la dinámica de celebraciones populares, aprovechando celebraciones litúrgicas cercanas o creándolas, como preparación catequética.
–    La supresión de excesos y aditamentos impropios, a fin de que lo religioso hable por sí mismo.
–    El desarrollo del sentido cristiano de fiesta y fraternidad.
Discernimiento eclesial: religiosidad y fe cristiana
    5. Invitamos a los pastoralistas a un estudio que aporte más luz sobre cuestiones relacionadas con el catolicismo popular; lo cual supone, entre otras cosas menos importantes:
–    Buscar las posibles conclusiones pastorales nuevas que la evolución de la situación plantea, en especial la evaluación de los elementos teológicos y devocionales, de las expresiones culturales y artísticas y de las adherencias profanas inconvenientes.
–    Aclarar las cuestiones referidas a los valores pastorales del catolicismo popular, entre otras:
•    Posibles carencias en la cosmovisión cristiana que transmite el catolicismo popular.
•    Posibilidad y métodos de incorporación de los medios propios de transmisión de la fe cristiana a nuestros esquemas de evangelización y catequesis.
•    Posibilidad, oportunidad y medios de incorporación de su lenguaje y simbología a la liturgia.
•    Medios para que el sentido de grupo e identidad que crea normalmente el catolicismo popular tenga las notas de lo cristiano.
•    La defensa y promoción de las raíces e identidad de nuestra región como parte del compromiso cristiano con el hombre aquí y ahora; lugar de este compromiso concreto ante las formas de reivindicación política.
    6. En orden a crear en la Iglesia conciencia colectiva de la importancia del catolicismo popular, recomendamos:
–    – El estudio entre responsables pastorales de este tema, conociendo la documentación existente sobre el mismo, profundizando en sus valores para tutelarlos y promoverlos y en sus limitaciones y peligros de manipulación. Pertenece esto a los programas de formación permanente del clero y a la reflexión     entre responsables pastorales de los diversos niveles, así como a la formación de los dirigentes seglares de Hermandades y Cofradías.
–    Que los sacerdotes, en el tratamiento pastoral de los actos de catolicismo popular, sean conscientes de la posible manipulación de variadas tendencias a que pueden estar sometidos, y tengan en cuenta siempre las diferentes motivaciones que mueven en su participación a los diversos grupos: las personas sencillas, a las que hay que respetar y educar; los dirigentes seglares, acercándose por motivos menos religiosos, pueden encontrar una ocasión de ser evangelizados.
–    Los responsables de organizaciones de apostolado seglar presten atención a las posibilidades que ofrecen las manifestaciones del catolicismo popular como lugar de acción y compromiso de los seglares cristianos: normalmente se aprecia un alejamiento entre ambos sectores.
    7. Hay que impedir los intentos, aislados pero significativos por su notoriedad, de traspasar caprichosamente  a la celebración de algunos sacramentos elementos folclóricos en un montaje artificial: pueden ser elementos que frivolizan la acción litúrgica y la distorsionan, subjetivizando la celebración. Todo ello se agudiza si se añade la ostentación y la riqueza.
    8. Es necesario que los agentes de la acción pastoral, conscientes de los valores y deficiencias de la herencia de la Iglesia que hemos recibido, y que debe ser profundizada y corregida, busquemos una visión pastoral amplia que una la atención a estas formas de catolicismo popular y el esfuerzo por las formas más comunitarias y comprometidas de vida cristiana tradicionales y nuevas.
    9. Una consideración especial conviene dedicar a las fiestas patronales, las procesiones y las romerías populares. En todas ellas, junt oa la masiva participación o asistencia de numerosos fieles, se echa de ver fácilmente la activa diligencia con que un reducido grupo organiza, financia y da sentido a los actos. Tres palabras son precisas a este propósito.
    Ante todo hay que llamar la atención, con sincera simplicidad evangélica, sobre las posibles manipulaciones de la fe cristiana de que pueden ser objeto estos actos, como hemos dicho y anteriormente. La reflexión y la predicación deben crear conciencia de estos peligros en todos los fieles. No es tiempo de infantilismos e ingenuidades de unos ni de fácil distorsión o aprovechamientos ilegítimos de otros.
    Habrá que denunciar más seriamente aún la ostentación y la riqueza a que con excesiva frecuencia dan lugar estas manifestaciones .Ni los protagonismos y triunfalismos personales o familiares ni el despilfarro económico pueden tener cabida aquí. Sobre todo cuando entre nosotros tantos pobres y necesitados esperan una respuesta urgente y generosa de nuestra caridad y solidaridad. En este punto, la tradición cristiana de todos los siglos nos ofrece testimonios elocuentes. Hoy más todavía somos sensibles a ello. Es necesario que la sobriedad en lo ritual se convierta en ayuda efectiva a los que sufren.
    Es necesario igualmente invitar y cooperar a la mayor profundidad religiosa de estos actos. En este aspecto se puede y se debe avanzar mucho. La superficialidad, la inconsciencia, la falta de autenticidad deben ser superadas. Se hace por ello necesaria, como hemos indicado, la programación de catequesis preparatorias, la oración y la celebración litúrgica que preparen adecuadamente a los participantes. Otro medio puede ser la más amplia distribución de responsabilidades organizativas, de modo que sea más visible el clima comunitario y eclesial con que los actos se preparan y se desenvuelven. En todo caso, es necesario que los asistentes a la fiesta participen en las celebraciones propiamente religiosas y litúrgicas, de modo especial en la Eucaristía, y escuchen la Palabra de Dios.
    10. Mención especial merecen también, en algunas de nuestra regiones, La Hermandades y Cofradías, que canalizan asociadamente parte de la realidad que estamos considerando. Todo el Pueblo de Dios debe reconocer los valores que las adornan. Son una importante realidad de asociacionismo católico en nuestra iglesias. Tanto más cuanto que, en la sociedad, las diversas iniciativas de de asociacionismo encuentran muchas dificultades para prosperar por falta de participación ciudadana. También se nota esta dificultad en diversos ámbitos de nuestra vida eclesial. Aquí, por el contrario, se da una notable pujanza asociativa y, además, como hemos señalado, suscita la participación de los jóvenes con un entusiasmo, un desinterés y un espíritu de sacrificio notorios. Sus capellanes y dirigentes deben esforzarse más y más por mejorar su espíritu de piedad y oración, por incorporarlo a las tareas apostólicas, por desarrollar las iniciativas de caridad cristiana y por brindarles vías de de formación religiosa .Son caminos para superar sus carencias, ya que con frecuencia participan de las limitaciones y riesgos comunes a las diversas manifestaciones del catolicismo popular.
    Por este camino hay que continuar. Condición necesaria es la renovación y actualización de los estatuotas que las regulan conforme a las normas vigentes en nuestras diócesis. Ellos definan y señalen los medios para que las Cofradías y Hermandades sean realmente lugares de educación en la fe, de celebración de la misma, de caridad y comunicación de bienes, de testimonio de Jesucristo en el mundo. Además de sus misiones más tradicionales y específicas que ya cumplen, deben adquirir y mantener estas otras, que son esenciales en toda comunidad cristiana. También deben sentirse llamados a integrarse en los esquemas pastorales de sus Iglesias locales, integrando su acción en los planes de pastoral de conjunto y participando en los correspondientes consejos pastorales.

VI. CONCLUSIÓN
    Estas son las nuevas consideraciones pastorales sobre el catolicismo popular. Vista la evolución que se ha apreciado en estos años, quieren ser una nueva aportación a la profundización en tema tan complejo y variado: dentro de ciertas líneas comunes presenta también características propias en las diversas zonas, ciudades y pueblos. Esta constatación impone una última llamada a la sabia ponderación pastoral en el enjuiciamiento de situaciones y en la consecuente acción pastoral. Llevamos todos en el corazón la rica y cercana experiencia de la fe sincera y sencilla de tantos hombres y mujeres de nuestro pueblo que nos exige un gran respeto, amor y sensibilidad pastoral en el ejercicio de nuestra misión. Mejor que nuestras palabras, lo expresan las del papa Pablo VI en el citado texto de Evangelii nuntiandi, al hablar de los valores de la religiosidad popular y de su tratamiento pastoral:
    «Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción… La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esta realidad, a la vez tan rica y tan amenazada. Ante todo hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo» (EN 48).
    Pedimos a todos su colaboración en la promoción cristiana de nuestro pueblo y encomendamos este empeño a nuestro Señor y Salvador, cuyo Misterio Pascual nos preparamos a celebrar, con maría su Madre, que permaneció junto a la Cruz.

Miércoles de Ceniza, 20 de febrero de 1985.

JOSÉ MÉNDEZ ASENSIO, Arzobispo de Granada. CARLOS AMIGO VALLEJO, Arzobispo de Sevilla. RAFAEL GONZÁLEZ MORALEJO, Obispo de Huelva. JOSÉ ANTONIO INFANTES FLORIDO, Obispos de Córdoba. ANTONIO MONTERO MORENO, Obispo de Badajoz. RAMÓN ECHARREN YSTURIS, Obispos de Las Palmas. ANTONIO DORADO SOTO, Obispo de Cádiz–Ceuta. MANUEL CASARES HERVÁS, Obispo de Almería. DAMIÁN IGUACÉN BORAU, Obispo de Tenerife. JAVIER AZAGRA LABIANO, Obispo de Cartagena–Murcia. MIGUEL PEINADO PEINADO, Obispo de Jaén. RAMÓN BUXARRÁIS VENTURA, Obispo de Málaga. RAFAEL BELLIDO CARO, Obispo de Jerez. IGANCIO NOGUER CARMONA, Obispo de Guadix–Baza.

Normas por las que se regula la creación de nuevas hermandades del Rocío en las diócesis de las provincias eclesiásticas de Granada y Sevilla

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    Los obispos de las Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla establecen para sus respectivas diócesis las presentes normas, por las que se ordena el procedimiento para erigir canónicamente nuevas Hermandades del Rocío
Naturaleza
    1. Las Hermandades de Nuestra Señora del Rocío son asociaciones públicas de fieles, conforme a lo prescrito por el nuevo Código de Derecho Canónico en sus cáns. 298-320.
Requisitos previos a la erección de una nueva Hermandad
    2. Antes de proceder a aceptar la formación de una nueva Hermandad del Rocío se ha de verificar su conveniencia pastoral, analizando si los motivos que se exhiben al solicitar su creación responden a necesidades concretas y a los fines que el Código de Derecho Canónico reconoce a las asociaciones públicas de fieles.
    3. Corresponde al párroco en cuya demarcación parroquial se pretende crear la nueva Hermandad recabar el parecer de la Comunidad parroquial, bien a través del Consejo Parroquial de Pastoral u otro organismo similar, bien por procedimiento distinto, aprobado por el Ordinario diocesano.
    4. La iniciación de actividades de una nueva Hermandad del Rocío, en orden a su creación, comprende los siguientes requisitos:
    a) Autorización previa del Ordinario diocesano, oído el parecer del párroco (n.3).
    b) Inscripción de los fieles, mayores de edad, que se proponen este objetivo, en número no inferior a 100.
    c) A partir de la autorización previa por el Ordinario, desarrollo de un programa de formación cristiana, que comprenda los contenidos básicos de la catequesis de adultos, con especial referencia a los fundamentos del apostolado seglar, la celebración de la liturgia y del culto mariano. Este programa durará el tiempo conveniente para completar la formación de los hermanos.
    5. Las actividades correspondientes al período de iniciación serán orientadas, o al menos supervisadas, por el párroco.
Erección canónica
    6. Superado el período de iniciación, se podrá proceder a la redacción y presentación de los estatutos ante el Ordinario diocesano, solicitando su aprobación y la erección canónica de la nueva Hermandad.
    7. En tanto no se obtenga dicha erección canónica, los iniciadores de la Hermandad carecen de atribuciones para organizar actos públicos y recabar la ayuda económica de los fieles.
    8. En el texto de dichos estatutos deberán constar los fines específicos que la configuran y cuanto se refiere al régimen interior de la Hermandad, así como su inserción en la parroquia, a tenor del Derecho Canónico y las disposiciones sobre Hermandades y Cofradías vigentes en la diócesis respectiva.
    9. Una vez erigida canónicamente la nueva Hermandad, el Ordinario diocesano lo comunicará al Ordinario de Huelva, el cual dará cuenta, a su vez, a la Hermandad Matriz de Almonte, que sólo mantendrá relaciones con aquellas Hermandades que hayan sido notificadas en la forma antes dicha.
    Las presentes normas entran en vigor el día de la fecha.

Córdoba, 14 de octubre de 1983

ANTONIO HIRALDO VELASCO

Secretario General

Ante las elecciones para el parlamento andaluz

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    1. El pueblo andaluz se dispone a darse a sí mismo el primer Parlamento y el primer Gobierno autónomo, en unidad solidaria con los otros pueblos de España.
    Como obispos de la Iglesia en esta tierra, venimos siguiendo con interés y esperanza las etapas del proceso autonómico y nos hemos pronunciado sobre el mismo el febrero de 1980 y en octubre de 1981. Hoy volvemos a hacerlo, ante el momento, decididamente histórico, de nuestras primeras elecciones legislativas.
    2. claro que, como Pastores de la Iglesia, estamos al margen de posiciones de partido, respetamos todas las opciones democráticas y reconocemos la libertad de nuestros fieles para votar como les dicte su conciencia. Sólo nos corresponde recordar los criterios morales y los métodos evangélicos que deben guiar esa decisión personal.
    3. Consideramos, ante todo, un deber de los partidos aclarar abiertamente ante los electores el contenido de sus programas políticos, para que los votantes actúen con conocimiento de causa. En cuanto a los representantes que salgan elegido, habrán de sentirse obligados a legislar y gobernar en estricta fidelidad a los compromisos contraídos con sus electores. Toda la clase política ha de sentirse llamada a despertar la confianza del pueblo en los poderes públicos, anteponiendo el bien común a los intereses de partido.
    4. Con todo, el pueblo sigue siendo el verdadero protagonista de su propio destino y cada ciudadano comparte proporcionalmente esta responsabilidad. Que ni el desencanto ni la desconfianza, por muy justificados que puedan parecer, conduzcan a nadie a una abstención irresponsable. La Andalucía que queremos será la resultante de un empeño generoso y abnegado de todos sus hombres y mujeres.
    5. Se plantea a veces a la conciencia cristiana una cierta perplejidad. ¿A quién elegir o por quién votar, si ningún programa político responde plenamente al proyecto cristiano sobre el hombre y sobre la sociedad?¿Qué hacer cuando, incluso, se tienen graves reservas sobre los contenidos o tendencias del programa o de la línea de cada partido? Aquí deberá decidir un juicio prudente en dónde esté la solución más aceptable o la menos rechazable.
    6. Esto supone ciertamente reconocer lo que se vota, por qué se vota y en qué circunstancias se vota. Este obliga, sobre todo, a que nuestro voto sea consecuente con la madurez ciudadana y con la formación cristiana. Resultaría absurdo que la opción de un católico en las urnas fuera contradictoria con nuestra idea del hombre y de la sociedad, de los derechos humanos y de las reglas de convivencia, de los valores morales y de las creencias religiosas.
    7. Por lo que toca a la Iglesia, ella quiere estar presente, de una manera abierta, respetuosa y llena de esperanza en esta hora de Andalucía. Procuraremos poner a contribución todo lo que la Iglesia es y significa en esta tierra, para que nuestro pueblo se realice cada vez más por sí mismo y se desarrolle en todas sus dimensiones.

Córdoba, 17 de abril de 1982

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