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GRANADA: ANTE LA MUERTE DEL SANTO PADRE

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GRANADA. 2/04/2005. Tras la noticia del fallecimiento de SS Juan Pablo II, esta noche 2 de abril a las 21:37, el arzobispo de Granada, D.Javier Martínez Fernández ha realizado las siguientes declaraciones: “En estos momentos de dolor, por una parte, y también de gratitud inmensa al Señor, yo quiero expresar sobre todo esa gratitud. El Señor nos ha concedido al Pueblo cristiano y al mundo entero, un hombre de una humanidad excepcional, justamente porque su vida era por entero, como decía su propio lema, “Todo Tuyo”; su vida era por entero de Dios. Y eso le ha hecho posible amar al hombre, a todos los hombres, y a cada uno de una manera especial, de un modo extraordinario hasta el fin de su vida, dando testimonio de amor a la humanidad. Y eso es una gracia enorme, en un mundo tan sin referencias, y en un mundo tan sin figuras a las que mirar, como el nuestro. Hemos tenido un Padre excepcional. Un hombre de Dios, excepcional. Un gran santo de cerca. Porque todos hemos podido ver el don de su vida. Y eso es un regalo que nunca le agradeceremos a Dios bastante. Luego, en un momento así, hay también para muchas personas, a lo mejor, la preocupación por el futuro. Y yo ahí quisiera decir, sencillamente, que el Señor no ha dejado jamás de darle a su Iglesia lo mejor en cada momento. Entonces, no hay lugar para la tentación. Hay que orar por aquellos que tienen la responsabilidad de elegir al nuevo pontífice para que el Señor les dé sabiduría, pero con la certeza de saber que el Señor no abandona a su Iglesia: no la ha abandonado nunca y no la abandonará nunca jamás. Y en esa certeza y en esa alegría vivimos quienes tenemos Fe”. En estos momentos se está celebrando una vigilia de oración en la Parroquia del Sagrario de Granada. El sonido de las campanas de la catedral inunda la noche de toda la ciudad tocando a duelo.

TENERIFE CON EL PAPA

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El obispo de Tenerife, D. Felipe Fernández, pidió ayer 1 de abril, ante el agravamiento del estado de salud del Papa, a todos los diocesanos que recen por el Pontífice porque «es la mejor manera de estar unidos a Juan Pablo II».

Una nota del Obispado de Tenerife indica que Felipe Fernández continúa con el desarrollo de su agenda aunque está puntualmente informado de la evolución del estado de salud del Papa.

En sus visitas de ayer a un colegio religioso, el obispo oró públicamente por el Pontífice «con el rezo del Ave María, pues Juan Pablo II siempre ha comunicado su intensa devoción por la Virgen».

El obispo indica en la nota que ha insistido en la parte de la oración «en que pedimos a la Virgen que nos auxilie ahora y en la hora de nuestra muerte, rogándole que ayude al Papa a entregar su vida a Dios en estos momentos finales con serenidad».

De producirse el fallecimiento del Pontífice, la Diócesis comunicará la celebración de un funeral por su eterno descanso y solicitará que todas las campanas doblen en señal de duelo una vez que exista confirmación oficial de la muerte.

JUAN PABLO II EN ANDALUCÍA EN 1993

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El 12 de junio de 1993 el Papa Juan Pablo II realizó su cuarta visita a España con motivo del Cuadragésimo Quinto Congreso Eucarístico Internacional. Sevilla tuvo la oportunidad de pasar unos intensos días con SS Juan Pablo II.


Juan Pablo II fue recibido en el aeropuerto por Sus Majestades los Reyes y el arzobispo de Sevilla, Mons. Carlos Amigo Vallejo. Tras una breve conversación con Don Juan Carlos, el Papa escuchó junto a los Reyes el Himno Pontificio y la Marcha Real. Entre cánticos, Juan Pablo II saludó al legado pontificio, el Nuncio de España y los representantes de la Conferencia Episcopal Española, así como también a las autoridades civiles.

 

Tras las el protocolo de bienvenida, el Rey dirigió unas palabras al Papa: “Permitidme expresaros la satisfacción y el honor que sentimos al recibiros hoy… Los Sevillanos y los onubenses, en nombre de esta noble región de Andalucía, como los habitantes de Madrid, encrucijada de los caminos de una España que se enriquece con la diversidad de sus pueblos, están deseosos de recibir a Vuestra Santidad, portador de un mensaje de paz universal y esperanza, que habéis llevado infatigablemente por todos los itinerarios del mundo”.

 

En el primer discurso del viaje apostólico recordó a los “amadísimos hermanos y hermanas de Sevilla, de Andalucía y de España entera” su primera visita a Sevilla: “Al llegar de nuevo a esta bendita tierra, viene espontáneamente a mi memoria el recuerdo de mi primera visita el 5 de noviembre de 1982, cuando tuve la dicha de compartir una inolvidable jornada de fe y esperanza con los hijos e hijas de Sevilla y declarar Beata a Sor Ángela de la Cruz, ejemplo luminoso de santidad de amor al prójimo”. Acto seguido mostró su intención de “celebrar con vosotros este misterio del Amor eucarístico para insertarlo más profundamente en la vida y en la historia de este noble pueblo, sediento de Dios de valores espirituales, de hermandad… Vengo como peregrino de amor y esperanza, con el deseo de alentar el impuso evangelizador y apostólico de la Iglesia en España. Vengo también para compartir vuestra fe, vuestros afanes, alegrías y sufrimientos.”

 

Al mediodía Juan Pablo II llegó a la plaza Virgen de los Reyes, donde miles de personas le esperaban para verle y animarle. Inmediatamente después se dirigió a la Giralda donde le esperaban el entonces arzobispo de Madrid, Ángel Suquía, y el arzobispo de Sevilla junto a otras autoridades civiles como el también entonces alcalde de Sevilla, Alejandro Rojas-Marcos. Su discurso de apenas diez minutos fue interrumpido hasta en diez ocasiones por las aclamaciones de los feligreses. Juan Pablo II tuvo palabras para “las dos devociones” sin las cuales la historia de la Iglesia hispalense no se entendería: “la devoción al Santísimo Sacramento y la devoción a la Virgen María”. Y añadió el deseo de “invitar a todos a rogar a María que conserve y acreciente siempre, en esta Sevilla suya, la riqueza, a la vez profunda y popularmente arraigada, del culto y de la piedad eucarística”. 

 

Juan Pablo II llegó a la catedral con casi una hora de retraso,  través de la puerta interior de la Giralda. En un acto privado oró ante la imagen de la Patrona de la Diócesis junto al arzobispo de Sevilla. Después se inició la adoración al Santísimo, cuando llegó el momento de la homilía pronunció: “es importante que vivamos y enseñemos a vivir el misterio total de la Eucaristía, sacramento del sacrificio, del banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador” y continuó “la eucaristía es fuente y culmen de toda evangelización”. Para esta evangelización rogó “que surjan muchas vocaciones de apóstoles, de misioneros, para llevar este evangelio de salvación hasta los confines del mundo”.

A las cinco de la tarde presidió en el Palacio de los Deportes de Sevilla la Santa Misa de Ordenaciones Sacerdotales. Desde dos horas antes se reunieron miles de personas esperando al Santo Padre. Exhortó a los presbíteros recién ordenados a ser “pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo, no a la fuerza, sino también de buena gana como Dios quiere”. Por otra parte Juan Pablo II definió al sacerdote como hombre de oración y citó a san Juan de Ávila, patrono del clero secular español. Respecto al celibato dijo “desde la plena configuración a Cristo es como se entiende la Iglesia latina, que exige a todos los sacerdotes el celibato”, y añadió “esta voluntad de la Iglesia encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia”.

 

Juan Pablo II también tuvo un encuentro con los jóvenes en la Plaza Virgen de los Reyes a las nueve menos veinte de la tarde. El Papa dijo a los jóvenes: “somos jóvenes creyentes que queremos seguir a Jesús. Aquél que se hace presente en la Eucaristía, y nos llama a vivir como El vivió: haciendo el bien hasta dar la vida. Creemos hoy más que nunca que Él es la verdadera respuesta a Dios y a toda la humanidad”.

 

El día 13 de Junio estuvo dedicado por completo al Cuadragésimo Quinto Congreso Eucarístico Internacional, que concluyó el mismo día. El Papa clausuró el congreso junto a la familia Real. El congreso estuvo dedicado a las injusticias y desigualdades que afectan al mundo. Las palabras del Papa estuvieron empapadas de su encíclica sobre doctrina social “Solicitudo rei socialis”. Juan Pablo II partió de la Eucaristía y del misterio de la comunión que conlleva el hecho de pertenecer a una misma familia humana para dar respuesta a los problemas del mundo. Durante la Eucaristía dijo que “no se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos. El sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. Es una contradicción inaceptable comer indignamente el Cuerpo de Cristo desde la división y la discriminación”. También tuvo unas palabras para los trabajadores, pidiendo a los empresarios y dirigentes del país que hicieran todo lo que estuviera en sus manos para “luchar contra la pobreza y el paro humanizando las relaciones laborales y poniendo siempre a la persona humana por encima de los intereses del grupo”. El primer acto social que realizó después de este Congreso fue inaugurar en la localidad de Dos Hermanas una residencia de ancianos.

 

El 14 de junio Juan Pablo II estuvo en el Santuario de Ntra Señora del Rocío. El Papa oró largamente ante la imagen de la Blanca Paloma, rodeado de un impresionante silencio de todos los rocieros que aguardaban en el exterior del Santuario. Luego recorrió la nave central del templo, a lo largo de la que se habían colocado los simpecados de todas las Hermandades filiales, y que el Papa fue bendiciendo a su paso.

 

Fue la visita del Papa a la diócesis de Huelva una visita «bajo el signo de María». Los tres actos esenciales tuvieron lugar ante veneradas imágenes de Nuestra Señora. Y en los tres el Papa propuso a María como modelo acabado y perfecto de vida evangélica, faro y guía de la «nueva evangelización», a la que la Iglesia entera es hoy llamada en los umbrales del tercer milenio cristiano.

Pocos días después de su regreso a Roma, el 19 de junio, el Santo Padre dirigió al Obispo de Huelva y a su Obispo Coadjutor un telegrama en el que agradece la cariñosa acogida y el vivo afecto que en todo momento le demostraron los fieles de Huelva, Moguer, Palos, La Rábida y El Rocío. Junto con el aprecio y filial devoción a la persona del Vicario de Cristo, y la atención a su magisterio, el Papa pudo valorar el fervor mariano de su gente, y la conciencia viva del pasado histórico del nacimiento de la América actual.

«Al finalizar mi visita pastoral a esa diócesis quiero expresar mi profunda gratitud a usted obispo coadjutor sacerdotes religiosos religiosas y fieles por cariñosa acogida y vivo afecto que han acompañado cada momento de mi estancia en Huelva Moguer Palos La Rábida y El Rocío. Stop.A tales muestras de adhesión a mi persona correspondo con mis oraciones al Señor para que siga alentando vida cristiana de esa Iglesia particular que se precia de ser cuna del descubrimiento y que tan generosamente contribuyo en evangelización del nuevo mundo. Stop. Mientras invoco intercesión maternal de la Santísima Virgen para que la arraigada devoción mariana del querido pueblo onubense sea fuente de testimonio cristiano imparto de corazón la bendición apostólica»

Ioannes Paulus PP II»


El por aquel entonces Sr. Obispo, Rafael González Moralejo y su Obispo Coadjutor, D. Ignacio Carmona (hoy obispo titular de la Diócesis de Huelva) por su parte, interpretando el unánime sentir de la comunidad diocesana, respondieron con el siguiente texto remitido por telefax:

«Santidad:

Profundamente emocionado por las muchas muestras de afecto de Vuestra Santidad a esta diócesis, quiero manifestaros nuestro sincero agradecimiento por vuestra bendición apostólica a todo el Pueblo de Dios en Huelva, y por vuestras oraciones a María en su favor. En nombre propio y de mi obispo coadjutor, de los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, de todas las familias cristianas, y de las autoridades de nuestra ciudad y provincia, deseo reiteraros nuestro afecto y reconocimiento por vuestra visita pastoral, explícitamente realizada en acción de gracias al señor por la contribución de nuestros cristianos a la gesta descubridora y a la evangelización de las américas. Nunca olvidará este pueblo vuestra admirable peregrinación apostólica por los históricos lugares colombinos, Huelva, Moguer, Palos, La Rábida y El Rocío, así como el rico magisterio impartido por Vuestra Santidad, que nos hace sentirnos comprometidos, de cara al futuro, a avanzar por los caminos de la nueva evangelización.

† Rafael, obispo de Huelva

† Ignacio, obispo coadjutor»

Días después, los Señores Obispos, D. Rafael y D. Ignacio, dirigieron a los fieles de la diócesis una carta pastoral, recordando el significado de los actos celebrados en medio de tanta emoción, y agradeciendo la colaboración desinteresada de tantas personas.

«Queridos diocesanos:

La jornada del 14 de Junio de 1993 quedará grabada en la memoria y en el corazón de los onubenses, y en la historia de esta Diócesis y Provincia. El Papa Juan Pablo II ha pisado estas tierras ribereñas del Tinto y del Odiel, las mismas que, hace cinco siglos, fueron escenario de la gestación y del comienzo de la gran epopeya descubridora y evangelizadora de América.

Juan Pablo II ha venido a Huelva a clausurar los actos conmemorativos del V Centenario de la evangelización de América. Ha celebrado la Eucaristía ante la imagen venerada de la Virgen de la Cinta, patrona de la ciudad y abogada de los marineros onubenses. Ha coronado canónicamente la imagen de la Virgen de los Milagros, Santa María de la Rábida, ante la que oraron Colón y sus compañeros, invocando su protección maternal para el viaje descubridor. Y se ha postrado a los pies de la Virgen del Rocío en el santuario de las marismas almonteñas, centro y foco de la devoción andaluza a la Madre de Dios. No sólo nos ha traído la alegría de su presencia, sino también -sobre todo- el magisterio y el aliento esperanzador de su palabra, que ha hecho del recuerdo de la evangelización de América estímulo y energía que nos ayuden a emprender una nueva evangelización de nuestra sociedad hoy y de cara al futuro siglo XXI.

Tiempo habrá para ir desgranando el mensaje –denso, luminoso y certero– que el Vicario de Cristo nos ha dirigido a los onubenses para confirmarnos en la fe. Ahora es el momento de expresar nuestra gratitud: en primer lugar, a todos los onubenses, los de la ciudad y los de la provincia entera. En Huelva, en su recorrido por Moguer y Palos, en La Rábida y en el Rocío, en todas partes, el Papa se ha visto rodeado de hombres y mujeres de nuestra tierra, cristianos de toda edad y condición, que de forma cálida y entusiasta le han manifestado su cariño y su adhesión como Vicario de Jesucristo.

Como bien sabéis, preparar una visita de esta índole, compleja y difícil en su organización, no era cosa fácil. La Comisión diocesana se hubiera sentido impotente, de no ser por las ayudas sobre todo humanas, que tan generosamente nos brindaron numerosas instituciones públicas y privadas. Queremos, por ello, agradecer las que, ante todo, provinieron de la Casa Real, del Estado y de la Comunidad Autónoma, así como de la Diputación provincial, y de los Ayuntamientos de Huelva, Moguer, Palos de la Frontera y Almonte. Pero también destacaremos la labor de los cuerpos de Seguridad nacionales y locales, Bomberos, Protección civil, Sanidad, etc., que hicieron posible el desarrollo ejemplar de todos los actos de la visita papal.

La Comisión organizadora contó en todo momento con la colaboración de las Parroquias, de sus Asociaciones y Hermandades, tanto de la ciudad como de la provincia, y de numerosas personas que nos ayudaron de forma desinteresada y entusiasta.

Llegue a todos nuestro más sincero reconocimiento y profunda gratitud, extensivos a las numerosas empresas y entidades financieras, y a tantas personas cuya enumeración es imposible hacer en el breve espacio de esta nota.

Vaya, finalmente, nuestro agradecimiento a los medios de comunicación social -prensa, radio, televisión- por la amplia y detallada información que han ofrecido de todos los actos de la visita papal.

Gracias, sobre todo, a Dios que ha querido bendecir a nuestro pueblo.

Huelva, 15 de Junio de 1993.

†Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva

†Ignacio Noguer Carmona, Obispo Coadjutor”

 

 

JUAN PABLO II EN ANDALUCÍA EN 1982

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En 1982, a los cuatro años de haber sido elegido Sumo Pontífice, Juan Pablo II iniciaba su primera Visita Apostólica a España.

 

El 5 de noviembre el Papa Juan Pablo II pisaba tierras andaluzas. La beatificación de Sor Ángela de la Cruz, en Sevilla, y un encuentro con educadores, en Granada, fueron los dos actos principales en este primer viaje a Andalucía.


 

VISITA A SEVILLA

 

A las 8:30 de la mañana aterrizaba en el aeropuerto de Sevilla, acompañado del Arzobispo de Sevilla, siendo de recibido por sevillanas, por los coros Ciudad de Sevilla y San Ildefonso de Mairena del Aljarafe. Allí le esperaban para acogerlo los obispos de Badajoz, Cádiz, Jerez, Córdoba, Huelva, Canarias, Coria-Cáceres y Guadix. A las 9:00 fue recibido en el Ayuntamiento donde en un acto muy sencillo se le hizo entrega de las llaves de la ciudad.

 

A las 9:15 comenzó el traslado en coche descubierto al recinto ferial en el que sería la beatificación de Sor Ángela. Una vez en el recinto recorrió todas las calles interiores saludando a los cerca de 500.000 fieles que le esperaban. A las 10:00 comenzó la concelebración eucarística y la bestificación de Sor Ángela.

 

A las 12:15, una vez finalizada la celebración, se trasladó a la Catedral, entrando por la Puerta de la Virgen de los Reyes. Allí visitó la Catedral y rezó ante Nuestra Señora delos Ryes, Patrona de la Archidiócesis.

 

A las 13:00 se trasladó al Arzobispado. Posteriormente veneró los restos mortales de la Beata Ángela de la Cruz. A las 16:00 llegaba al aeropuerto para partir a Granada a las 16:15.

 

Llegada al aeropuerto

A las nueve menos cuarto de la mañana llegaba a Sevilla Juan Pablo II, recibiendo los primeros testimonios de fervor y de simpatía nada más aparecer en la escalerilla del avión, acompañado de monseñor Carlos Amigo. El ilustre viajero, Peregrino de la Paz, fue recibido por el presidente deJa Junta de Andalucía, Rafael Escuredo, y otras autoridades, así como por el numeroso público desplazado al aeropuerto para darle la bienvenida. Ls mismas muestras de afecto y de gratitud por la visita las recibió el Papa a lo largo de su recorrido, durante las horas de su estancia en Sevilla, por los centenares de miles de personas que presenciaron su paso.

 

Bienvenida por sevillanas

Al llegar a San Pablo, Su Santidad presenció un baile por sevillanas como expresión jubilosa de bienvenida. A su término, el Papa se acercó a los componentes del grupo, a los que dedicó cordiales frases, recibiendo de ellos muestras inequívocas de emoción y de alegría.

 

Casi doce horas de espera

Desde las primeras horas de la noche, numerosas personas de todas las edades fueron ocupando sitio en el campo de feria y en los lugares por donde habría de pasar el Papa, con asientos o sin ellos, en una ilusionada espera que duraría hasta el inicio de la ceremonia. Una madrugada larga, vencida por el deseo de ver a Su Santidad y de participar en la memorable celebración. Al amanecer ya estaban ocupadas casi la mitad de las plazas disponibles.

 

La ilusión y el amor cubrieron la carrera

Miles de sevillanos hubieron de contentarse con ver al Papa fuera del recinto del campo de feria, en las calles de acceso, en el recorrido hasta a Catedral y en la autopista del aeropuerto. No había ni un claro en tantos kilómetros. Y abundaba la ilusión de una visión siquiera fugaz del Santo Padre, que para todos tuvo una sonrisa, una bendición y un gesto afectuoso.

 

Entrega de las llaves de la ciudad

A su entrada en Sevilla. El Papa se detuvo en la Pasarela, donde se habla instalado un estrado en el que el Ayuntamiento le daría oficialmente la bienvenida. Mientras la Banda Muncipal interpretaba marchas procesionales, el alcalde y el Ayuntamiento, bajo mazas, saludaron al Sumo Pontífice mientras le daba custodia una guardia de honor de la Policía Municipal con uniforme de gran gala. El señor Uruñuela entregó a Juan Pablo II la reproducción de las llaves árabe y judía de la ciudad, tras lo que el Papa firmó en el libro de oro de Sevilla, marchando posteriormente hacia el campo de feria.

 

Una catedral al aire libre

El campo de feria, convertido en inmensa catedral al aire libre, fue escenario de la ceremonia litúrgica más importante de las oficiadas por el Santo Padre durante su estancia en España: la beatificación de Sor Angela de la Cruz, importante por ser la primera vez que una ceremonia así se celebra fuera del Vaticano, porque el Papa tuvo la deferencia de hacerlo en español en lugar de en latin, como es habitual; porque quien subía a los altares era una monja sevillana cuyo recuerdo está vivo como cuando estaba entre nosotros, y porque la masiva asistencia superó con creces cualquier expectativa. La ceremonia tuvo el esplendor y el marco adecuado: el altar de Juan Laureano de Pina, con las imágenes de los Santos Patronos de Sevilla, el sol irradiado con el cuadro de Sor Angela, el inmenso baldaquino, la cuidada organización de la ceremonia litúrgica, la solemnidad de cada gesto tenían el sello de dignidad que la ciudad sabe darle a sus cosas cuando son excepcionales.

 

Masiva participación en la Eucaristía

Mil quinientos sacerdotes repartieron la comunión en el curso de la misa concelebrada por el Santo Padre en el campo de feria. Dada la distancia entre el altar y los asistentes situados en los últimos lugares, grupos de concelebrantes se repartieron por el recinto en camiones del Ejército para hacer accesible el sacramento al mayor número de personas. El Papa dio la comunión personalmente a un centenar de personas: treinta concelebrantes, monjas y seglares, entre los que había ancianos, jóvenes, soldados de los tres Ejércitos, impedidos…

 

Gestos de afecto con el cardenal Bueno Monreal

El Papa no desaprovechó ninguna ocasión para demostrar su afecto al cardenal Bueno Monreal, que realizó un esfuerzo físico inusitado para no perderse ni un instante de la inolvidable visita pontificia a la archidiócesis que rigiera durante un cuarto de siglo. A su llegada a1 templo al aire libre del campo de Feria, el primer saludo del Papa fue para el cardenal, a quien dio un fuerte abrazo y una bendición, gestos que repitió al terminar la ceremonia y en medio de atronadores aplausos de una multitud que agradecía al Santo Padre la deferencia para su anciano pastor. Luego, cuando salió a saludar desde e1 balcón del Palacio Arzobispal, Juan Pablo II volvió a mostrar su afecto por el Cardenal llamándolo a su lado para corresponder juntos a las ovaciones de las miles de personas que abarrotaban la plaza de la Virgen de los Reyes.

 

 

VISITA A GRANADA

 

A las 17:50 aterrizó en el aeropuerto de Granada. Allí le esperaban las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, con el Arzobispo de Granada, monseñor José Méndez Asensio, a la cabeza. Miles de fieles de todas las edades, con pancartas y banderas de España y del Vaticano, se habían acercado al aeeropuerto para dar su saludo al Papa.

 

En el recorrido hasta la Basílica de las Angustias, poco antes del cruce de la aldea de El Jau, una pancarta decía: “Juan Pablo, para a 200 metros y bendícenos”. Y, en efecto, el coche aminoró la marcha y bendijo a los lugareños que habían salido en masa a la carretera. Al llegar a La Chana, bendijo a algunos enfermos psíquicos que se hallaban a la puerta del Hospital de la Virgen. La masa de personas era inmensa en la zona. Allí el coche tuvo un problema y tuvo que parar. En vez de utilizar otro coche, prefirió subir al autobús de “Alsina”, en el que iban los obispos y autoridades, sentándose en el asiento del cobrador, para que así los fieles pudieran verle.

 

El párroco de las Angustias, Carlos Torres Quirantes, esperaba al Santo Padre a la puerta de la Basílica. El Papa, tras saludar a la multitud que aguardaba durante horas su presencia y que le vitoreaba, penetró en la Basílica junto con monseñor Casaroli, monseñor Díaz Merchant, presidente de la Conferencia Episcopal Española, el arzobispo de Granada y el resto del séquito. Una vez en el templo, el Papa se arrodilló en un reclinatorio que estaba situado al pie del altar mayor y oró recogidamente durante unos instantes. Después se cantó la Salve.

 

Una vez fuera del templo, el Santo Padre fue saludado por el Alcalde y por los miembros de la Corporación Municipal, quehabía acudido a darle la bienvenida y a ofrecerle el escudo de la ciudad. Ese momento, el alcalde le dirigió unas palabras tras las que el Papa mostró su gratitud y cariño hacia Granada, para a continuación dar su Bendición Apostólica.

 

Celebración de la Palabra

 

Más de 700.000 personas esperaban en el Polígono de Almanjayar. Desde el día anterior fueron congregándose, aunque para acceder a las primeras zonas, reservada para los educadores, era necesaria una invitación.

 

Poco despues de las seis y media, el vehículo del Papa hacia aparición en el polígono, El ambiente de júbilo que se vivió en cada momento fue indescriptible.Miles de banderas y pancartas ondearon al viento, los cánticos y los gritos enfervorecidos atronando el ambiente y los centenares de miles de personas puestos en pie era un espectáculo digno de verse.

 

Su Santidad el Papa, tras bendecir a las personas que se encontraban en las dos tribunas laterales (una para autoridades y otra para los coros y prensa), se dirigió saludando a todo el pueblo.

 

Durante las casi dos horas que duró el acto, el público interrumpió en innumerables ocasiones al Papa y al Arzobispo de Granada que le precedió en la palabra. Los gritos ya señalados se repetían sin cesar, y cada vez que se hacía una alusión a cualquiera de las diócesis allí presentes, o a la Virgen que bajo distintas advocaciones en ella se veneran, los aplausos atronaban el polígono.

 

La casi totalidad de los coros existentes en Granada cantaron en Almanjayar durante la Celebración de la Palabra.

 

El acto finalizó con la Bendición Apostólica, mientras los coros entonaban en polaco el himno que tantas veces oyera en su juventud Juan Pablo II, a la vez que una voz gritaba: “Viva la madre del Papa”. Por último, Juan Pablo II recorrió dentro de su automóvil el polígono para que todos los fieles pudieran verle mejor y sentir su bendición.

 

Al finalizar la Celebración, el Santo Padre se dirigió al aeropuerto, finalizando su visita a las nueve de la noche.

 

D. ANTONIO DORADO INVITA A LOS MALAGUEÑOS A REZAR POR EL SANTO PADRE

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Ante la situación de extrema gravedad en que se encuentra el Santo Padre Juan Pablo II, invito a todos los malagueños a rezar por él. Su figura y su aportación a la historia son ya patrimonio de todos. Pero los católicos tenemos motivos especiales para dar gracias a Dios por sus desvelos, por la riqueza doctrinal que ha aportado a la Iglesia y por el espíritu evangélico con que ha afrontado y afronta la ancianidad, la enfermedad y hasta la misma muerte, que vendrá cuando el Señor lo disponga.

Es natural que nos embargue la tristeza, a pesar de la esperanza cristiana, porque en él hemos encontrado los que hemos tenido la fortuna de tratarlo al hombre de Dios, cuya existencia coherente nos enseña a reconciliarnos con lo mejor de la condición humana.

Los jóvenes perdéis al mejor consejero y amigo; los adultos, a un padre luchador y tenaz; y los ancianos, a alguien que ha dignificado esta etapa de la vida con su forma extraordinaria de afrontarla. Pero no debemos olvidar que la fuente oculta de su energía y de su fortaleza es y ha sido siempre la confianza en Dios. Porque sin Dios, ha repetido muchas veces, no se puede ser plenamente humano.

Antonio Dorado Soto

Obispo de Málaga

MAGISTERIO DE JUAN PABLO II

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La vida cristiana y la Trinidad: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo

 

El Papa Juan Pablo II ha querido hacer evidente desde el inicio de su pontificado la relación existente de la vida de la Iglesia (y de cada uno de sus hijos) con la Trinidad, dedicando sus primeras encíclicas a profundizar en cada una de las tres personas de la Trinidad: una a Dios Padre, rico en misericordia (1980); otra al Hijo, Redentor del mundo (1979); y otra al Espíritu Santo, Señor y dador de vida (1986). Este es el misterio central de la fe cristiana: Dios es uno solo, pero a la vez tres Personas. Recuerda así las bases de la verdadera fe, y con ello el fundamento de la auténtica vida de la Iglesia y de cada uno de sus hijos: en efecto, no se entiende la vida del cristiano si no es en relación con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Comunión de Amor.

 

«Totus Tuus»… un Papa sellado por el amor a la Madre

Totus Tuus, o Todo tuyo (con evidente referencia a María), fue el lema elegido por Su Santidad Juan Pablo II al asumir el timón de la barca de Pedro. De este modo se consagraba a Ella, se acogía a su tierno cuidado e intercesión, invitándola a sellar con su amorosa presencia maternal la entera trayectoria de su pontificado. Con ocasión de la Eucaristía celebrada el 18 de octubre de 1998, a los veinte años de su elección y a los 40 años de haber sido nombrado obispo, reiterará en la Plaza de San Pedro ese «Totus Tuus» ante el mundo católico.

 

En otra ocasión dijo él mismo con respecto a esta frase: «Totus Tuus. Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal se afirmó en mí en el período en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención. Así pues, redescubrí con conocimiento de causa la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la Redemptoris Mater y la Mulieris dignitatem».

 

Otro signo de su amor filial a Santa María es su escudo pontificio: sobre un fondo azul, una cruz amarilla, y bajo el madero horizontal derecho, una «M», también amarilla, representando a la Madre que estaba «al pie de la cruz», donde -a decir de San Pablo- en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo. En su sorprendente sencillez, su escudo es, pues, una clara expresión de la importancia que el Santo Padre le reconoce a Santa María como eminente cooperadora en la obra de la reconciliación realizada por su Hijo.

 

Su escudo se alza ante todos como una perenne y silente profesión de un amor tierno y filial hacia la Madre del Señor Jesús, y a la vez, es una constante invitación a todos los hijos de la Iglesia para que reconozcamos su papel de cooperadora en la obra de la reconciliación, así como su dinámica función maternal para con cada uno de nosotros. En efecto, «entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano: «La acogió en su casa». Así el cristiano, trata de entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los pies de la Cruz y en el cenáculo».

 

La profundización de la teología y de la devoción mariana -en fiel continuidad con la ininterrumpida tradición católica- es una impronta muy especial de la persona y pontificado del Santo Padre.

 

Hombre del perdón; apóstol de la reconciliación

 

Atentado que el Santo Padre sufrió el 13 de mayo de 1981, a manos de un joven turco, de nombre Alí Agca. Entonces, guardándolo milagrosamente de la muerte, se manifestó la Providencia divina que le concedía a su elegido una invalorable ocasión para experimentar en sí mismo el dolor y sufrimiento humano -físico, psicológico y también espiritual- para poder mejor asociarse a la cruz del Señor Jesús y solidarizarse más aún con tantos hermanos dolientes. Fruto de esta experiencia vivida con un profundo horizonte sobrenatural será su  Carta Apostólica Salvifici doloris.

 

Aquel hecho fue también una magnífica oportunidad para mostrar al mundo entero que él, fiel discípulo del Maestro, es un hombre que no sólo llama a vivir el perdón y la reconciliación, sino que él mismo lo vive: una vez recuperado, en un gesto auténticamente cristiano y de enorme grandeza de espíritu, el Santo Padre se acercó a su agresor -recluido en la cárcel- para ofrecerle el perdón y constituirse él mismo en un testimonio vivo de que el amor cristiano es más grande que el odio, de que la reconciliación -aunque exigente- puede ser vivida, y de que éste es el único camino capaz de convertir los corazones humanos y de traerles la paz tan anhelada.

Servidor de la comunión y de la reconciliación

El deseo de invitar a todos los hombres a vivir un proceso de reconciliación con Dios, con los hermanos humanos, consigo mismos y con la entera obra de la creación ha dado pie a numerosas exhortaciones en este sentido. Ocupa un singular lugar su Exhortación Apostólica Post-Sinodal Reconciliatio et paenitentiae -sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia hoy (se nutre de la reflexión conjunta que hicieron los obispos del mundo reunidos en Roma el año 1982 para la VI Asamblea General del Sínodo de Obispos)-, y tiene un peso singularmente importante la declaración que hiciera en el Congreso Eucarístico de Téramo, el 30 de junio de 1985: «Poniéndome a la escucha del grito del hombre y viendo cómo manifiesta en las circunstancias de la vida una nostalgia de unidad con Dios, consigo mismo y con el prójimo, he pensado, por gracia e inspiración del Señor, proponer con fuerza ese don original de la Iglesia que es la reconciliación».

 

La preocupación social de S.S. Juan Pablo II

La encíclica Centessimus annus, que conmemora el centésimo año desde el inicio formal del Magisterio Social Pontificio con la publicación de encíclica Rerum novarum de S.S. León XIII, se ha constituido en el último gran aporte de S.S. Juan Pablo II en lo que toca a dicho Magisterio. En ella escribía: «… deseo ante todo satisfacer la deuda de gratitud que la Iglesia entera ha contraído con el gran Papa (León XIII) y con su «inmortal Documento». Es también mi deseo mostrar cómo la rica savia, que sube desde aquella raíz, no se ha agotado con el paso de los años, sino que, por el contrario, se ha hecho más fecunda».

 

Indudablemente enriquecido por su propia experiencia como obrero, y en su particular cercanía con sus compañeros de labores, la gran preocupación social del actual Pontífice ya había encontrado otras dos ocasiones para manifestarse al mundo entero en lo que toca al magisterio: la encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano, y la encíclica Sollicitudo rei socialis, sobre los problemas actuales del desarrollo de los hombres y de los pueblos.

 

 La nueva evangelización: tarea principal de la Iglesia

Desde el inicio de su pontificado el Papa Juan Pablo II ha estado empeñado en llamar y comprometer a todos los hijos de la Iglesia en la tarea de una nueva evangelización: «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».

 

Pero, como recuerda el Santo Padre, «si a partir de la Evangelii nuntiandi se repite la expresión nueva evangelización, eso es solamente en el sentido de los nuevos retos que el mundo contemporáneo plantea a la misión de la Iglesia» … «Hay que estudiar a fondo -dice el Santo Padre- en qué consiste esta Nueva Evangelización, ver su alcance, su contenido doctrinal e implicaciones pastorales; determinar los «métodos» más apropiados para los tiempos en que vivimos; buscar una «expresión» que la acerque más a la vida y a las necesidades de los hombres de hoy, sin que por ello pierda nada de su autenticidad y fidelidad a la doctrina de Jesús y a la tradición de la Iglesia«.

 

En esta tarea el Papa Juan Pablo II tiene una profunda conciencia de la necesidad urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia, preocupación que se refleja claramente en su Encíclica Christifideles laici y en el impulso que ha venido dando al desarrollo de los diversos Movimientos eclesiales. Por eso mismo, en la tarea de la nueva evangelización «la Iglesia trata de tomar una conciencia más viva de la presencia del Espíritu que actúa en ella (…) Uno de los dones del Espíritu a nuestro tiempo es, ciertamente, el florecimiento de los movimientos eclesiales, que desde el inicio de mi pontificado he señalado y sigo señalando como motivo de esperanza para la Iglesia y para los hombres».

 

Pero S.S. Juan Pablo II no entiende la nueva evangelización simplemente como una «misión hacia afuera»: la misión hacia adentro (es decir, la reconciliación vivida en el ámbito interno de la misma Iglesia) ha sido también destacada por el Santo Padre como una urgente necesidad y tarea, pues ella es un signo de credibilidad para el mundo entero. Desde esta perspectiva hay que comprender también el fuerte empeño ecuménico alentado por el Santo Padre, muy en la línea del rumbo marcado por los pontífices precedentes y por los Padres conciliares.

Rvdo. P. Jürgen Daum, S.S. Juan Pablo II 

 «Que todos sean uno»

El Santo Padre, como Cristo el Señor hace dos mil años, sigue elevando también hoy al Padre esta ferviente súplica: «¡Que todos sean uno (Ut unum sint)… para que el mundo crea!». Como incansable artesano de la reconciliación, el actual Sucesor de Pedro ha venido trabajado desde el inicio de su pontificado por lograr la unidad y reconciliación de todos los cristianos entre sí, sin que ello signifique de ningún modo claudicar a la Verdad: «El diálogo -dijo Su Santidad a los Obispos austriacos, en 1998-, a diferencia de una conversa-ción superficial, tiene como objetivo el descubrimiento y el reconocimiento co-mún de la verdad. (…) La fe viva, transmitida por la Iglesia universal, representa el fundamento del diálogo para todas las partes. Quien abandona esta base común elimina de todo diálo-go en la Iglesia la posibilidad de conver-tirse en diálogo de salvación. (…) nadie puede desempeñar since-ramente un papel en un proceso de diá-logo si no está dispuesto a exponerse a la verdad y a crecer en ella».

 

 Renovado impulso a la catequesis

Como dice el Santo Padre, la Encíclica Redemptoris missio quiere ser -después de la Evangelii nuntiandi- «una nueva síntesis de la enseñanza sobre la evangelización del mundo contemporáneo».

 

Por otro lado, la Exhortación Apostólica Catechesi tredendae es un intento -ya desde el inicio de su pontificado- de dar un nuevo impulso a la labor pastoral de la catequesis.

 

El Santo Padre, desde que asumió su pontificado, ha mantenido las catequesis de los miércoles iniciadas por su predecesor Pablo VI. En ellos ha desarrollado principalmente el contenido del «Credo».

 

En este mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica -aprobado por el Santo Padre en 1992- ha querido ser «el mejor don que la Iglesia puede hacer a sus Obispos y a todo el Pueblo de Dios», teniendo en cuenta que es un «valioso instrumento para la nueva evangelización, donde se compendia toda la doctrina que la Iglesia ha de enseñar».

 

El Papa peregrino

Quizá más de uno se ha preguntado sobre el sentido de los numerosos viajes apostólicos que ha realizado el Santo Padre (más de doscientos, contando sus viajes al exterior como al interior de Italia):

 

«En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san Pablo («Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio!»). Desde el comienzo de mi pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera; y precisamente el contacto directo con los pueblos que desconocen a Cristo me ha convencido aún más de la urgencia de tal actividad a la cual dedico la presente Encíclica (Redemptoris missio)».

 

Asimismo dirá el Papa de sus numerosas visitas a las diversas parroquias: «la experiencia adquirida en Cracovia me ha enseñado que conviene visitar personalmente a las comunidades y, ante todo, las parroquias. Éste no es un deber exclusivo, desde luego, pero yo le concedo una importancia primordial. Veinte años de experiencia me han hecho comprender que, gracias a las visitas parroquiales del obispo, cada parroquia se inscribe con más fuerza en la más vasta arquitectura de la Iglesia y, de este modo, se adhiere más íntimamente a Cristo».

 

Maestro de ética y valores

También en nuestro siglo, y con sus particulares notas de gravedad, el Santo Padre ha notado con paternal preocupación como el hombre ha «cambiado la verdad por la mentira». Consecuencia de este triste «cambio» es que el hombre ha visto ofuscada su capacidad para conocer la verdad y para vivir de acuerdo a esa verdad, en orden a encontrar su felicidad en la plena realización como persona humana. La publicación de la Encíclica Veritatis splendor constituye la plasmación de un testimonio ante el mundo del esplendor de la Verdad. En ella se descubren las enseñanzas de quien fuera un notable profesor de ética, que en su calidad de Sumo Pontífice sale al encuentro del relativismo moral a que ha llegado la cultura de hoy: «Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta sólo es posible gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más íntimo del espíritu humano… La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo… Él es «el Camino, la Verdad y la Vida«. Por esto la respuesta decisiva de cada interrogante del hombre, en particular de sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún, como recuerda el Concilio Vaticano II, la respuesta es la persona misma de Jesucristo: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…»». A lo largo de toda su encíclica el Santo Padre, con desarrollos magistrales, se ocupa de presentar un horizonte ético -en íntima conexión con la verdad sobre el hombre- para el pleno desarrollo de la persona humana en respuesta al designio divino.

 

 

Incansable Servidor de la fe y de la Verdad

A los veinte años de su elevación al Solio Pontificio, el Papa Juan Pablo II -como un incansable Maestro de la Verdad- ha dado a conocer al mundo entero su decimotercera encíclica: Fides et ratio, fe y razón. En ella presenta en forma positiva la búsqueda de la verdad que nace de la naturaleza profunda del ser humano. Sale al paso de múltiples errores que actualmente obstaculizan el acceso a la verdad, y más aún a la Verdad última sobre Dios y sobre el hombre que como don gratuito Dios mismo ha ofrecido a la humanidad entera a través de la revelación. La verdad, la posibilidad de conocerla, la relación entre razón y fe, entre filosofía y teología son temas que va tocando en respuesta a la situación de enorme confusión, de relativismo y subjetivismo en la que se encuentra inmersa nuestra cultura de hoy.

 

Trabajando por la consolidación de los frutos del Concilio Vaticano II

El Santo Padre ha sido un incansable artesano que ha trabajado, a lo largo de los ya veinte años de su fecundo pontificado, en favor de la profundización y consolidación de los abundantísimos frutos suscitados por el Espíritu Santo en el Concilio Vaticano segundo. Al respecto ha dicho él mismo: «Es indispensable este trabajo de la Iglesia orientado a la verificación y consolidación de los frutos salvíficos del Espíritu, otorgados en el Concilio. A este respecto conviene saber «discernirlos» atentamente de todo lo que contrariamente puede provenir sobre todo del «príncipe de este mundo». Este discernimiento es tanto más necesario en la realización de la obra del Concilio ya que se ha abierto ampliamente al mundo actual, como aparece claramente en las importantes Constituciones conciliares Gaudium et spes y Lumen gentium».

 

Con S.S. Juan Pablo II hacia el tercer milenio

El Papa Juan Pablo II, mediante su Carta apostólica Tertio millenio adveniente, ha invitado a toda la cristiandad a prepararse para lo que será una gran celebración y conmemoración: tres años han sido dedicados por deseo explícito del Sumo Pontífice a la reflexión y profundización en torno a cada una de las Personas divinas del Misterio de la Santísima Trinidad: 1997 ha sido dedicado al Hijo, 1998 al Espíritu Santo y 1999 al Padre. De este modo la Iglesia se prepara a celebrar con un gran Jubileo los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, el Hijo eterno del Padre que -de María Virgen y por obra del Espíritu Santo- «nació del Pueblo elegido, en cumplimiento de la promesa hecha a Abraham y recordada constantemente por los profetas».

 

De Él, y del cristianismo, nos ha recordado en su misma Carta el Papa: «Estos (los profetas de Israel) hablaban en nombre y en lugar de Dios. (…) Los libros de la Antigua Alianza son así testigos permanentes de una atenta pedagogía divina. En Cristo esta pedagogía alcanza su meta: Él no se limita a hablar «en nombre de Dios» como los profetas, sino que es Dios mismo quien habla en su Verbo eterno hecho carne. Encontramos aquí el punto esencial por el que el cristianismo se diferencia de las otras religiones, en las que desde el principio se ha expresado la búsqueda de Dios por parte del hombre. El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo. (…) El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana».

 

Este acontecimiento histórico central para la humanidad entera, acontecimiento por el que Dios que se hace hombre para decir «la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia», es lo que la Iglesia se prepara a celebrar con un gran Jubileo, y de este modo se prepara a trasponer el umbral del nuevo milenio. Su Santidad, el «dulce Cristo sobre la tierra», como icono visible del Buen Pastor va a la cabeza de la Iglesia que peregrina en este tiempo de profundas transformaciones, constituyéndose para todos sus hijos e hijas que con valor quieren escucharle y seguirle, en roca segura y guía firme … «¡No tengáis miedo!»… son las palabras que también hoy brotan con insistencia de los labios de Pedro, hombre de frágil figura, pero elegido y fortalecido por Dios para sostener el edificio de la Iglesia toda con una fe firme y una esperanza inconmovible.

 

Su Magisterio pontificio

Es verdaderamente abundante la enseñanza que ha salido de su pluma, o más bien, del espíritu de Su Santidad, quien, nutrido de la palabra de la Escritura que permanece viva en el corazón de la Iglesia, nutrido de la bimilenaria tradición de la Iglesia y llevando el sello del Concilio Vaticano II, nutrido también del aporte de tantos hermanos suyos en el episcopado, ha sabido ponerse a la escucha de las mociones del Espíritu Santo para volcar una vasta enseñanza en su prolífico magisterio.

 

Todo este legado escrito, en el que se revela un hondo conocimiento del corazón humano, es sin duda un testimonio que por sí mismo habla de la gran preocupación paternal y pastoral de Juan Pablo II.

 

BIOGRAFÍA DE KAROL WOJTYLA

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Karol Wojtyla nació en 1920 en Polonia. Después de afrontar la prematura muerte de sus padres y de su hermano, comenzó a mostrar inquietud por la literatura, el teatro y la filosofía. Al sentir la vocación al sacerdocio ingresó en el seminario y comenzó los estudios de teología. Fue ordenado sacerdote a los 26 años y más tarde obispo y cardenal. Ejerció su ministerio entre los emigrantes polac

os y los universitarios, promoviendo la integración de los laicos en las labores pastorales de la Iglesia. Tras la muerte de Juan Pablo I, se convirtió en el primer Papa de origen eslavo de la historia de la Iglesia.


Karol Josef Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, al sur de Polonia. Hijo de Karol Wojtyla, un oficial del ejército austro-húngaro, y Emilia Kaczorowsky, una profesora de origen lituano. Tenía un hermano llamado Edmund.

Wojtyla fue bautizado a los pocos días de nacer en la Iglesia de Santa María de Wadowice. A los 9 años de edad tuvo que afrontar el fallecimiento de su madre, que murió al dar a luz a una niña que nació sin vida. Años después falleció su hermano Edmund, y en 1941 murió su padre.

Comenzó a estudiar literatura y filosofía, escribió poesía y mostró una gran inquietud por el teatro y la literatura polaca. Cuando pensaba seriamente en la posibilidad de continuar estos estudios, un encuentro con el cardenal Sapieha durante una visita pastoral le hizo considerar la posibilidad de seguir la vocación que ya empezaba a sentir: el sacerdocio.

Cuando estalló la II Guerra Mundial, los alemanes cerraron todas las universidades de Polonia. Karol Wojtyla y un grupo de jóvenes organizaron una universidad clandestina en donde estudió filosofía, idiomas y literatura.

Poco antes de decidir su ingreso en el seminario, el joven Karol tuvo que trabajar como obrero en una cantera y luego en la fábrica química Solvay para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

Según palabras del Pontífice, esta experiencia le ayudó a conocer de cerca el cansancio físico, así como la sencillez, sensatez y fervor religioso de los trabajadores y los pobres.

Sacerdote, obispo y cardenal

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del «Teatro Rapsódico», también clandestino.

Tras la II Guerra Mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica.

A los 26 años, (en 1946) fue ordenado sacerdote en el seminario mayor de Cracovia y celebró su primera Misa en la Cripta de San Leonardo en la Catedral de Wavel.

Al poco tiempo, fue enviado por el Cardenal Sapieha a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en teología en 1948, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz.

En aquel período, aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.


En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos.

En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada «Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler«.

Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Ética Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

Integración de los laicos

El 13 de enero de 1964 falleció Monseñor Baziak, por lo que Monseñor Wojtyla pasó a ocupar la sede de Cracovia como titular. Dos años después, el Papa Pablo VI convierte a Cracovia en Arquidiócesis.

Durante su labor como Arzobispo, el futuro Papa se caracterizó por la integración de los laicos en las tareas pastorales, la promoción del apostolado juvenil, la construcción de templos a pesar de la fuerte oposición del régimen comunista, la promoción humana y formación religiosa de los obreros y el aliento del pensamiento y las publicaciones católicas.

En mayo de 1967, a los 47 años de edad, el Arzobispo Wojtyla fue nombrado cardenal por Pablo VI.

Además de participar en el Concilio Vaticano II (1962-65), con una contribución importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes, el Cardenal Wojtyla tomó parte en todas las asambleas del Sínodo de los Obispos.

Durante estos años, combinó la producción teológica con una intensa labor apostólica, especialmente con los jóvenes, y encabezó una corriente moral y social en Polonia contra el comunismo.

Primer Papa de origen eslavo

En 1978 muere Pablo VI y es elegido nuevo Papa el cardenal Albino Luciani, de 65 años. Juan Pablo I fallece a los 33 días de su nombramiento. El 15 de octubre de 1978, después de un nuevo cónclave, el cardenal polaco Karol Wojtyla es elegido sucesor de San Pedro.

Wojtyla se convirtió así en el primer Papa de origen eslavo de la historia de la Iglesia y rompió con la tradición de 455 años de papas de origen italiano. El 22 de octubre de 1978 fue investido Sumo Pontífice asumiendo el nombre de Juan Pablo II.

 

 

 

LA DIÓCESIS DE CANARIAS PIDE ORACIONES POR EL SANTO PADRE

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El Obispo de la Diócesis de Canarias y su Consejo Episcopal, piden a todos los diocesanos que en el delicadísimo estado de salud del Santo Padre Juan Pablo II, oren al Señor para que lo conforte en esta hora de su vida, le dé serenidad y lo fortalezca en la fe y en la esperanza, de la que es singular testigo.

LA DIÓCESIS DE ALMERÍA REZA POR JUAN PABLO II

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Ante las noticias llegadas de Roma sobre la salud del Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, el obispo diocesano, Mons. González Montes, ha decidido que permanezcan abiertas las puertas de la S.A.I. Catedral de la Encarnación para posibilitar que los fieles puedan orar por el Santo Padre.

 

Esta tarde a las seis treinta se celebrará una misa en la misma Catedral para orar por el Papa en este momento de sufrimiento, plegaria que nos acerca a él y lo sostiene  en la oración común.

 

Se pide a todos los párrocos y responsables de iglesias  que eleven oraciones al Dios de la  Misericordia por el Santo Padre.

 

CARLOS AMIGO PIDE ORACIONES POR EL SANTO PADRE

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Ante la extrema gravedad del estado de salud del Santo Padre, el Cardenal Arzobispo de Sevilla invita a todos los fieles a elevar súplicas y oraciones por el Papa, al mismo tiempo que pide que las Parroquias y las Comunidades Religiosas de la Diócesis hagan oraciones especiales para que el Dios de la misericordia le conceda vivir con esperanza estos momentos de dolor.

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