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ORACIONES POR JUAN PABLO II EN COLEGIOS

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El Colegio Diocesano “Sagrado Corazón de Jesús”, del Obispado de Huelva, se ha unido al dolor y a la oración de la Iglesia y del mundo entero por la muerte de su santidad el Papa Juan Pablo II.

En estos días ha estado expuesta en la capilla una gran foto del Papa con el cirio pascual encendido para la oración de todos los miembros de la comunidad educativa. Los grupos de alumnos de Infantil y Primaria han ido pasando con sus respectivos tutores por la capilla para rezar comunitariamente por quien ha sido nuestro Pastor bueno.

Los alumnos de 1º y 2º de ESO han participado en una Celebración de la Palabra de oración compartida por el eterno descanso de su Santidad. El resto de los alumnos: 3º-4º de ESO, 1º-2º de Bachiller y Ciclos formativos de FP han participado,  juntamente con los padres,  en la celebración solemne de la Eucaristía presidida por el Titular del Colegio  D. Baldomero Rodríguez.

Todo el Colegio, pues,  ha vivido la jornada en un luto esperanzado y jubiloso porque la Resurrección de Cristo fue la esperanza del papa y es el fundamento de nuestra fe.

 

D. CARLOS AMIGO. HOMILÍA JUAN PABLO II

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HOMILÍA EN EL FUNERAL POR JUAN PABLO II

 

Cardenal Arzobispo D. Carlos Amigo

 

Catedral de Sevilla, 09-04-05

 

Juan Pablo II nos ha dejado como herencia una espléndida imagen de la verdad. Es éste el título de una de sus cartas encíclicas y, posiblemente, el más adecuado perfil que podemos hacer del querido e inolvidable Papa. Testimonio y modelo de la verdad es la que nos ofrece Juan Pablo II en la trayectoria y magisterio de su pontificado. En una línea constante de exquisito respeto a la libertad del hombre. Pero siempre teniendo en cuenta, que solamente la cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a la conciencia del hombre. 

            Para que el hombre pueda volar tan alto, nuestro querido Papa decía que: «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (Fides et ratio, 1, 56).

             Terminado el curso de sus días en la tierra, llegó también para él la muerte y el tránsito de este mundo al Padre. Pero la última palabra no la iba a tener la separación, el dolor, el sufrimiento o la muerte. Nosotros creemos en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.

             Es Dios, siempre Dios, el único que asegura la vida perfecta y duradera sin fin. Dios es fiel. Y la unión con Dios es más fuerte que la destrucción del cuerpo por la muerte. Jesús es la resurrección y la vida. El que cree en Jesucristo no morirá para siempre. 

            En estos últimos días, hemos ido recorriendo, con la memoria y el afecto, la vida de Juan Pablo II. Hechos importantes que dejaron huella en nuestra historia. Pero ha llegado la muerte. ¿Ha terminado todo?  Es que el amor que demostró a la Iglesia y al mundo, ¿no suponen una gran ejemplaridad que ayuda a comprender y a guardar preceptos y valores fundamentales en la vida de los hombres?

             Estuvo aquí, en esta casa que es la ciudad de Sevilla. Nos alimentó con su palabra y su ejemplo. Nunca olvidaremos las imágenes del Papa rezando el «angelus» desde un balcón de la Giralda o hincado de rodillas ante las edita imagen de Nuestra Señora de los Reyes o de la Pura y limpia del Postigo. También lo recordaremos haciendo esa maravillosa peregrinación entre la Iglesia Catedral y el lugar donde reposa el cuerpo bendito de Sor Ángela de la Cruz. Las calles, al paso del Pontífice, se llenaban de flores. Algún tiempo después, ese mismo recorrido, con las calles también alfombradas de flores y del amor de los sevillanos, veían el retorno de la peregrinación: el cuerpo bendito de Santa Angela de la Cruz llegaba hasta la Iglesia Catedral. Y todos bendecíamos a Dios y al Papa que había canonizado a nuestra querida Madre Angelita, a Santa Ángela de la Cruz.

             ¿Todo ha terminado con la muerte? Dice la Escritura: Dichosos los muertos que mueren en el Señor, porque sus obras los acompañan (Ap. 14, 13). Para el que muere, la bondad de sus obras es prenda y recomendación de vida eterna. Para los que quedamos en este mundo, lección que aprender y guardar para que el trabajo sea fecundo en obras de bien.

             El Señor es mi luz y mi salvación, ¿A quién he de temer? El Señor es el refugio de mi vida, ¿Por qué he de temblar?. Pero la muerte tiene una dimensión de oscuridad que nos entristece. Solamente Cristo nos llena de esperanza y cura de todos los temores: el que cree en mí vivirá para siempre. Él es nuestra resurrección y nuestra vida.

             Son muchas, admirables y ejemplares las lecciones que nos ha dejado la vida y la muerte de Juan Pablo II. ¡Qué hermoso es hacer el bien y sembrar la paz!  Pues, «sembraré mientras es tiempo, aunque me cueste fatigas», como rezamos en nuestra oración de cada día.

             Cristo pasó por la muerte como si fuera un camino. Desde la cruz llamó a los muertos a la resurrección. La muerte mató a la vida natural; pero la vida sobrenatural mató a la muerte (San Efrén).

             Por el Espíritu y la Palabra, el pan se convierte en Eucaristía. También es palabra de Cristo: el que coma de este pan, vivirá para siempre…

             Ahora, solamente nos quedan por decir las palabras que la Iglesia utiliza en las celebraciones por los difuntos. Santo Padre Juan Pablo II: que a hombros del buen Pastor llegues hasta la vida eterna, que los ángeles te reciban y, que al igual que María, Madre de misericordia, recibas las consoladoras palabras de tu Señor: dichoso tu porque has creído y porque la palabra de Dios será cumplida. El que cree tendrá la vida eterna.

             Recordando las palabras oídas en la homilía de las exequias papales: «Ninguno de nosotros podrá olvidar que en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición «Urbi et Orbi» por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice».

             Desde la ventana del cielo hoy se asoma también Juan Pablo II al balcón de nuestra Giralda e, igual que lo hiciera un día bendecirá a esta Iglesia de Sevilla. «Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.”

 

FUNERAL EN SEVILLA

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«TESTIMONIO Y MODELO DE LA VERDAD»

Con estas palabras definió el Cardenal Arzobispo de Sevilla, D. Carlos Amigo Vallejo, a Juan Pablo II. Lo hizo durante la homilía del funeral celebrado en la capital hispalense por el eterno descanso de Su Santidad Juan Pablo II el sábado 9 de abril. Estaban presentes multitud de fieles y todas las autoridades civiles: Presidente y Consejeros de la Junta, Delegado del Gobierno, Alcalde de Sevilla y General del Ejército de Tierra.

En Noticias Especiales pueden encontrar el texto completo de la homilía pronunciada por D. Carlos Amigo.

El lunes 11 de abril el cardenal participará en la eucaristía organizada por la CEE y el Arzobispado de Madrid en la explanada de la Almudena. El martes se volverá a unir a la Congregación de Cardenales.

D. FELIPE FERNÁNDEZ. HOMILÍA FUNERAL JUAN PABLO II

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         Estamos congregados aquí esta tarde para orar por el Papa Juan Pablo II a quien, como un día a Jesús, le llegó «la hora de pasar de este mundo al Padre»(Jn 13,1).

         Con la humildad y sobriedad con que nos invita la Iglesia a hacerlo, estamos aquí congregados para orar por encima de cualquier otra sensibilidad, para que el Señor acoja en su seno a su siervo Juan Pablo II. Recojamos, pues, desde esta perspectiva, la afirmación de la Escritura que nos dice que «es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos». Con esta idea piadosa y santa, nuestra Iglesia Diocesana, en comunión con todas las Iglesia Diocesanas del mundo, oramos hoy por el Pastor visible de la Iglesia universal, que ha partido ya de este mundo, Juan Pablo II. Lo hacemos aquí en este Santuario de Nuestra Señora de Candelaria, Patrona de Canarias, por dos razones: en primer lugar, por las obras que se están llevando a cabo tanto en el histórico templo catedralicio de San Cristóbal de La Laguna, como en la Parroquia de Ntra. Señora de la Concepción que ahora hace las veces de templo catedralicio, y en segundo lugar, porque encaja muy bien la celebración del esta Eucaristía diocesana por el eterno descanso de Juan Pablo II en este Santuario de la Virgen, de quien él era tan devoto y que hubiera visitado, ciertamente, de haber podido venir un día a Canarias.

Elevamos nuestra oración, no sólo desde la humildad y la sobriedad sino también desde la fe y la esperanza. Atentos a la Palabra del Señor que nos dice: «No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él».

Está aquí, hermanos todos, el núcleo fundamental y más gozoso de nuestra fe. Si creemos, nos dice la Palabra de Dios, que Jesús ha muerto y resucitado -y es lo que acabamos de celebrar en la pasada Pascua: la pasión, muerte y resurrección del Señor- es congruente esperar que a los que han muerto en Jesús, Dios los lleve con Él, es decir, que también a ellos los haga participes de su vida divina en su plena resurrección.

A lo que humanamente podemos pensar, Juan Pablo II murió en Jesús. Es más, a mí personalmente, lo que más me ha impresionado de su muerte ha sido, precisamente, esa paz y serenidad con que supo afrontar este tramo último de su vida. Ver morir a un hombre, como en definitiva era Juan Pablo II, con esa paz y serenidad con que murió, pudiendo decir nada menos que estas palabras: «Soy feliz. Sed también vosotros felices», no es sino, supuesta la gracia de Dios, un fruto de su fe y de la fe de la Iglesia, que, afortunadamente, pudo acompañarlo en silencio con su oración desde todos los rincones del mundo. En ese modo de morir, Juan Pablo II nos ha dejado, quizá, el mejor documento de su rico magisterio.

No son pocos los elogios que la figura de Juan Pablo II ha recibido y está recibiendo por parte de distintas personalidades de todo el mundo de los más variados colores políticos, e incluso, de todos los credos religiosos, y no ha sido poco ingente su obra. Nada tiene, pues, de extraño que casi espontáneamente haya sido llamado Juan Pablo II «el Grande», como lo llamó el que fuera con él Secretario de Estado, el Emmo. Sr. Cardenal Sodano. En todo caso, me parece que esta manera de morir ha sido el culmen de su misión y de su magisterio en todos los sentidos. Por eso, repito que, a lo que humanamente podemos pensar, Juan Pablo II murió en Jesús y que Dios Padre lo ha llevado ya con Él para siempre. Y como se dice en el mismo fragmento de la Carta a los Tesalonicenses, proclamado hoy, Juan Pablo II estará ya siempre con el Señor. Y cuantos somos cristianos y, como pedía San Juan de Ávila, sabemos «a qué sabe Dios», sabemos también que es la mayor felicidad posible: Estar ya siempre con el Señor…

En el Evangelio, proclamado hoy, hemos escuchado dos fragmentos de San Lucas. En el primero, nos presenta a Jesús encomendando al Padre su espíritu, instantes antes de morir. Es cuanto hemos visto, casi literalmente reproducido por Juan Pablo II, entregando su vida a Dios con la misma serenidad con que aquí, después de otros momentos de oscuridad, lo hace Jesús.

En el segundo fragmento del Evangelio de San Lucas, leído hoy, se nos presenta ya a las mujeres camino del sepulcro llevando los aromas que habían preparado y escuchando un anuncio asombroso que les dirigen dos hombres con vestidos refulgentes: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado».

Estamos de nuevo aquí, en el corazón del misterio pascual que acabamos de celebrar los cristianos detenidamente la pasada Semana Santa: La pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Y se nos invita a buscar a Jesucristo, no entre los muertos, sino entre los vivos.

Dejando a un lado otras consideraciones, bien podríamos decir que también nosotros hemos de buscar ya a Juan Pablo II, no entre los muertos, sino entre los vivos, y abrirnos, desde esta perspectiva, a su mensaje y sus enseñanzas. En definitiva, a su testimonio. «Pues, si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, escuchábamos en la segunda lectura, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él». Y a lo que humanamente podemos pensar, Dios habrá llevado ya con Él a su siervo Juan Pablo II, que quiso morir, ciertamente, en Jesús. En todo caso, por esa finalidad rezamos en esta Eucaristía, como lo hemos hecho ya en la oración colecta pidiendo que «pueda gozar eternamente en el cielo de la gracia y del perdón que él administró fielmente en la tierra»´,y como vamos a hacer en la oración sobre las ofrendas pidiendo que el Papa, Juan Pablo II, reciba de la bondad de Dios «el premio eterno», o , como pediremos en la oración después de la comunión que el Siervo de Dios, Juan Pablo II, «fundamento visible de la unidad de la Iglesia en la tierra, se una también a la felicidad eterna de la Iglesia gloriosa en el cielo».

Que Dios Padre quiera acogerlo en sus brazos poderosos y amorosos y que la Virgen María, a quien él tuvo siempre tan presente y a quien invocó con tanto cariño, lo reciba en su regazo maternal. Así sea.

 

 

FUNERAL EN GRANADA

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“TAL VEZ EL PRIMER FRUTO DEL SANTO PADRE, VISIBLE AQUÍ ESTA NOCHE, Y EN TODOS LOS RINCONES DEL MUNDO, ES QUE SOMOS UNA FAMILIA”.

Granada. 05/04/2005. Muchos granadinos se enteraron de la muerte de Juan Pablo II mientras caminaban por la calle, por el sonido de duelo de las campanas de la Catedral a las que pronto se sumaron las de otras iglesias. El doblar de las campanas recordaba una y otra vez a un padre que se ha encontrado con el Padre.

La noche del 2 de abril, a las 22:00 h., estaba previsto celebrar una vigilia de oración en la Iglesia del Sagrario. Sin embargo, ante la noticia del fallecimiento del Papa, la vigilia se convirtió en una oración, en una liturgia de la palabra.

La Iglesia del Sagrario estaba repleta, todas las personas llegaron a aquel lugar acompañadas de un sentimiento de inmensa gratitud hacia quién ha sido un padre para todos los cristianos.

Durante el domingo 3 de abril y hasta el lunes estuvo expuesto el Santísimo en la S.I. Catedral de Granada. El templo permaneció abierto y el Santísimo expuesto hasta el momento en el que comenzó el funeral por el alma de Juan Pablo II.

Ante el Santísimo se celebró en la noche del domingo una vigilia de jóvenes.

La Vigilia había sido convocada esa misma mañana, y los mensajes a móviles fueron circulando por toda la ciudad para avisarse unos a otros.

La Vigilia consistió en el rezo los misterios gloriosos del Rosario, intercalados por cantos y textos del Santo Padre dirigidos a los jóvenes.

Al final de las letanías D. Javier aludió a lo que él considera el testamento espiritual del Papa para la Iglesia, la Carta Novo millennio ineunte: “que tiene muchos rasgos personales, él (Juan Pablo II) ha querido mostrar el camino por el que invita a la Iglesia a que iniciemos nuestra andadura en este comienzo del siglo y del milenio (…) sentir al otro como uno que me pertenece (…) Porque quien evangeliza al mundo no soy yo, ni mi grupo: es la Iglesia. Y ese Cuerpo de Cristo tiene que ser visible en su unidad. No en su uniformidad. En una familia cada uno es cada uno. Y en esta familia grande que es la Iglesia, cada don, cada carisma… pero todos nos necesitamos”.

Más adelante el arzobispo de Granada afirmó: “Tal vez el primer fruto del Santo Padre, visible aquí esta noche, y en todos los rincones del mundo, es que somos una familia”. “Estamos unidos en una misma oración y en un mismo espíritu. Éste es el regalo de Juan Pablo II. Y seguramente es la mejor ofrenda que podemos ofrecerle al Señor es desear crecer en nuestra unidad, desear crecer en el amor de unos por otros, para que la Iglesia, para que el Cuerpo de Cristo, pueda mostrar el rostro de Cristo”.

El lunes 5 de abril a las 20:30 h. D. Francisco Javier Martínez presidió la misa en sufragio por el alma del Santo Padre. Más de 5.000 personas, muchos de ellos jóvenes, se congregaron en la catedral para dar gracias a Dios por la vida del Papa. Durante la misma, D. Javier agradeció la numerosa presencia de fieles que abarrotaban la catedral: “Mi queridísima Iglesia de Granada, que habéis respondido esta noche en un gesto de gratitud y de justicia a Juan Pablo II por todo lo que todos los cristianos le debemos. Nosotros no nos conocemos y, sin embargo, somos una familia”. A continuación fue agradeciendo, en nombre de la Iglesia, la presencia de las autoridades y de todos los testimonios de condolencia que muchos no cristianos han expresado en estos días, y el mensaje de condolencia, lleno de respeto, de la comunidad musulmana de Granada.

El Arzobispo comentó que muchos de los que se le han acercado estos días le decían que era algo muy extraño, porque sentían dolor pero no tristeza. “¿Qué ha pasado? Hemos perdido a un padre, pero fallan las palabras, pero no lo hemos perdido. Fallan las palabras, porque el hecho de que estamos aquí unidos junto al altar de Jesucristo es un signo de que no lo hemos perdido. Juan Pablo II es ahora más nuestro que nunca, porque ya participa de la belleza del rostro de Cristo”.

Antes de dar la bendición, D. Javier recordó las palabras del Papa en Santiago en 1989: “No tengáis miedo a ser santos. No tengáis miedo a Dios. Porque, justamente, acercándonos a Dios, florece lo mejor de nuestra humanidad”.

Al finalizar la Eucaristía todos los fieles, entre gritos, comenzados por los jóvenes, de “Juan Pablo II, te quiere todo el mundo” comenzaron a aplaudir al unísono. La celebración se asemejaba más a una fiesta que a misa de difuntos.

FUNERAL EN ALMERÍA

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“EUROPA Y EL MUNDO ESTÁN EN DEUDA CON SU PERSONA Y SU MINISTERIO DE VICARIO DE CRISTO”

El martes a las 19:30 el Obispo de Almería, D. Adolfo González Montes, presidió la celebración del funeral que, con carácter diocesano, tuvo lugar en la Catedral de la Encarnación. Concelebraron junto al Obispo, numeroso sacerdotes y religiosos de la Diócesis. Durante la homilía, d. Adolfo tuvo muchas palabras de cariño y agradecimiento por “el rico ejercicio de su ministerio pastoral”.

En la Iglesia Catedral había alrededor de 2000 fieles y, en sus alrededores, varios centenares. Asistieron, asimismo, las Autoridades de la ciudad y provincia, así como importante representación de distintas instituciones sociales y de la cultura.

Estuvieron presentes un sacerdote ortodoxo rumano y un sacerdote católico de rito oriental que cantaron unos proporios (oración litúrgica bizantina, en este caso por un difunto). El presbítero de la Iglesia Anglicana, pronunció una oración por el eterno descanso del Papa. El acto religioso adquiró así una dimensión ecuménica, homenaje a los esfuerzos del Papa en pro de la unidad visible de la Iglesia.

LA DIÓCESIS DE CANARIAS REZA POR EL SANTO PADRE

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Con motivo del fallecimiento de Su Santidad el Papa Juan Pablo II, la Catedral ce Canarias permanecerá abierta desde las 08:00 hasta las 16,30 y desde las 18:00 hasta las 20:00 horas.

El Obispo de la Diócesis de Canarias, en comunión con todos sus diocesanos, invita a los miembros de la Iglesia Católica, a los de otras Confesiones, a las Autoridades Civiles y Militares, Judiciales y Académicas, Cuerpo Consular, Representaciones de todas las Instituciones, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a la Misa de Réquiem que se celebrará D.m., en la Santa Iglesia Catedral Basílica de Canarias, el viernes, 8 de abril de 2005 a las 19:00 h.

Las personas que deseen manifestar sus condolencias, tienen a su disposición un libro de firmas situado en la Catedral junto a la Capilla de los Dolores.

LOS JÓVENES DAN LAS GRACIAS A DIOS POR S.S. JUAN PABLO II

El domingo día 10 de abril de 2005, tendrá lugar en la Catedral de Canarias a las 19:00 h. una Misa de Acción de Gracias por el Pontificado de S.S. Juan Pablo II, organizada por los jóvenes de la Diócesis y presidida por el Director del Secretariado de Juventud de la Diócesis de Canarias, D. Juan Carlos Medina Medina.

LA CATEDRAL DE SEVILLA ABIERTA ININTERRUMPIDAMENTE PARA REZAR POR EL PAPA

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El Santísimo ha quedado expuesto en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, con motivo de la muerte del Santo Padre. La capilla permanecerá abierta, ininterrumpidamente, hasta el funeral de Su Santidad. Así se ofrece la oportunidad a todos los fieles sevillanos de acercarse a la Catedral y orar por el alma de Juan Pablo II, ante la imagen de la Virgen de los Reyes, patrona de la Archidiócesis de Sevilla.

MÁLAGA Y MELILLA DESPIDEN A JUAN PABLO II

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MÁLAGA CON JUAN PABLO II.

MÁS DE CINCO MINUTOS DE OVACIÓN

 

 

 

GRANADA. 06/04/2005. Según informa la Delegación de Medios de Comunicación Social de la Diócesis de Málaga, a las 19:05 h. se abrieron las puertas de la S.I. Catedral y prácticamente a las 19:45 h. era imposible acceder al interior del templo que se quedó pequeño ante la afluencia de malagueños.

 

El funeral terminó con una ovación  que superó los cinco minutos tras una oración de representantes de los jóvenes malagueños.

 

Durante la Eucaristía funeral, representantes de los jóvenes malagueños definieron a Juan Pablo II como un padre, hermano y amigo. Manifestaron que ha sido para ellos  “un guía sereno y firme en los momentos de confusión; una mano amiga en las crisis de nuestro crecimiento en la fe y la vida; una sonrisa llena de esperanza en las horas bajas del pesimismo y la soledad”.  Dijeron que les cuesta aceptar la ausencia de la persona amada porque nadie como él les habló la fe y la esperanza y lo definieron como el “colega fiel y legal”.

 

Al terminar la eucaristía  los malagueños de manera espontánea se acercaron a besar el cuadro del pintor malagueño Antonio Montiel que había sido cedido por la Parroquia del Corpus para la ocasión.

 

 

MELILLA DESPIDE A JUAN PABLO II

 

Esta tarde a las 20.00 h se celebrará el funeral por Juan Pablo II en la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús de la ciudad autónoma de Melilla.

Presidida por el Sr. Vicario Episcopal de la ciudad y representación de autoridades civiles, militares y religiosas.  Se prevé una afluencia masiva de público para lo que se instalará una pantalla de televisión en la plaza Menéndez Pelayo.

 

 

 

D. ANTONIO DORADO.- Homilía en el Funeral por el S. Padre Juan Pablo II

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HOMILÍA FUNERAL POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II

S. I . Catedral de Málaga

5 de abril de 2005

 

Mons. Dorado Soto

 


 

1.- Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, (…) pasó haciendo el bien”.

(Hech 10, 38). Pienso que estas palabras de la primera lectura, con las que el apóstol San Pedro presenta a Jesucristo, se pueden aplicar, salvando las distancias, al fiel discípulo del Señor que acaba de morir, a Juan Pablo II. Revestido con la fortaleza de Espíritu, una fortaleza que le ha llevado a todos los rincones de la tierra y le ha mantenido en actitud de servicio hasta el límite de su existencia, “pasó por el mundo haciendo el bien”.

            En medio de una sociedad rica y opulenta, preocupada casi exclusivamente por su calidad de vida, ha proclamado el Evangelio de las Bienaventuranzas. Por eso, miles de jóvenes que no se conforman con vivir placenteramente y desean vivir con sentido, han encontrado en él, el mejor guía y maestro. Le han seguido porque les ha proclamado el Evangelio sin esas rebajas oportunistas, que desvirtúan la sal; porque les ha presentado a Jesucristo con sus palabras de vida y sin paliativos.

            También los trabajadores le han escuchado con interés, porque ha insistido en la primacía de la persona, que debe anteponerse al beneficio económico, en el mundo de la empresa y en los negocios. Nadie había llegado tan lejos como él en la afirmación de que el mundo es de Dios y debe estar al servicio de todos. Pues la propiedad privada, que es legítima, tiene la hipoteca de la justicia social y los derechos de los trabajadores.

            Testigo directo de la opresión en que estaba sumida una gran parte de Europa, alentó la rebeldía y la lucha no-violenta contra las dictaduras comunistas, que quisieron acallar su voz profética en sus tiempos de sacerdote, en su etapa de Cardenal de Cracovia y durante su ejercicio del papado.

            Salió en defensa de los más débiles entre los débiles, los niños que están aún en el seno de sus madres, los ancianos y los enfermos. Esta actitud decidida contra la eutanasia, el aborto y la manipulación de los embriones humanos le ha valido una tenaz e implacable oposición por parte de intereses económicos inconfesables que se ocultan detrás de un supuesto progreso. Y en algunos casos, de personas que dicen ser la Iglesia, y no dudan en desvirtuar el Evangelio para ganarse la simpatía de quienes se presentan a sí mismos hombres modernos e ilustrados.

            Su defensa constante de los derechos humanos; su oposición a la guerra y a toda suerte de terrorismo, su Carta a los niños, en la que recuerda que también son sujeto de derechos, y su reciente mensaje de Cuaresma a los mayores son algunos aspectos de la gigantesca labor que ha desarrollado a favor del hombre.

            Y por encima de todo, su mensaje sobre Dios Padre, sobre Jesucristo Redentor y sobre el Espíritu Santo. Estaba convencido de que el olvido de Dios lleva a la muerte del hombre, pues no se puede ser verdaderamente humano si se prescinde de Dios. Era consciente de que el encargo que Dios le había encomendado era, como nos ha dicho la primera lectura, dar solemne testimonio de que Dios ha nombrado a Jesucristo salvador y juez de vivos y muertos.

Verdaderamente se puede afirmar de él que pasó por el mundo haciendo el bien. La fuente secreta de su fortaleza interior, de su autoridad moral y de la capacidad de convencer que tenían sus palabras, eran los encuentros de oración que tenían lugar cada día desde las primeras horas. Dicen que comenzaba su jornada a las cinco y media de la mañana, con un tiempo largo de oración y con la celebración de la santa misa. Sabía por experiencia propia, que la Iglesia vive de la Eucaristía, se construye en la Eucaristía, encuentra su plenitud en la Eucaristía y languidece cuando la celebra rutinariamente o no la celebra en absoluto. 

 

2.- Era consciente de la dificultad de ser testigos de Jesucristo en nuestro mundo, y por eso insistía sin temor a repetirse: “No tengáis miedo”, “remad mar adentro”, “abrid de par en par las puertas a Jesucristo”.

Más que proponer unas consignas, estaba dando un testimonio de lo que había experimentado, pues su vida no fue fácil. En tiempos de la invasión de Polonia por los nazis, tuvo que trabajar en una cantera cuatro años y estudiar clandestinamente para hacerse sacerdote.

            Durante el ejercicio de su ministerio sacerdotal y episcopal, la continua presión del gobierno comunista le obligó a arriesgar su libertad y su vida denunciando con actos simbólicos y con palabras claras los atropellos contra los católicos. Y ya Papa, sufrió un atentado terrorista que le tuvo a las puertas de la muerte y dejó muy mermada su salud.

            A pesar de todas las dificultades que había vivido, repetía sin cesar: “No tengáis miedo”, “Remad mar adentro”. No lo hacía por puro voluntarismo, sino porque había comprobado a lo largo de su existencia que, como ha dicho el salmo que se ha rezado, que el Señor es el buen Pastor que cuida a los suyos, los acompaña en las dificultades y en los caminos oscuros, y repara sus fuerzas en la mesa de la Eucaristía.

Como humano, se sentía débil, especialmente, durante estos últimos meses en los que no se ha encerrado en sí ni se ha ocultado. Con su actitud, incomprensible para muchos, ha querido rubricar que también una vida débil es fecunda, que la enfermedad vivida con fe es otro modo de contribuir a que fructifique el Evangelio, que cuando se había dirigido a los ancianos y a los enfermos con palabras de consuelo verdaderamente creía lo que anunciaba. Y para rubricarlo ahora trataba de vivir cuanto había predicado.

Dios, que elige libremente a las personas, “sean de la nación que sean”, le había llamado a presidir en la caridad a su Pueblo y a proclamar el Evangelio. Y él sabía que esta elección divina  se debía exclusivamente a “la bondad y la misericordia del Señor”, que le han acompañado “todos los días de su vida”.

 

3.- Pero, como ha dicho el Evangelio, Dios “ha escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las ha revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25).

Es verdad que la mayoría de los comentaristas han sabido valorar la talla humana excepcional del Papa que acaba de morir, pero también en este caso lo fundamental es invisible a los ojos.

Y lo fundamental es que su vida, su obra y su personalidad son un milagro de la gracia, de lo que puede hacer Dios con las personas que se ponen en sus manos. Los que no tienen la luz de la fe no comprenden que “ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. (Pues) si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor; (ya que) en la vida y en la muerte somos del Señor. (Porque) para esto murió y resucitó Cristo, para ser Señor de vivos y muertos” (Rm 14, 7-9).

Esto, que se les escapa a los comentaristas más avezados y sabios, es algo que han sabido comprender esos jóvenes y esas personas del pueblo llano que acudieron a rezar a nuestros templos hasta altas horas de la noche del sábado y que hicieron resonar sus cantos de alegría en numerosos lugares de todo el mundo el domingo por la tarde. Saben que no ha muerto el héroe de sus sueños más heroicos, sino el testigo fiel de lo que podemos ser cada uno cuando seguimos a Jesucristo y nos ponemos en las manos de Dios.

            Los hijos de la Iglesia, los seguidores de Jesucristo, que no creemos en el azar sino en la Providencia, consideramos un don de la ternura divina que el Papa Juan Pablo II marchara al encuentro con Dios cuando se empezaba a celebrar la fiesta de la Divina Misericordia. Una fiesta que, hace tan sólo cinco años, él mismo había dispuesto que se celebrara cada domingo II de Pascua. Precisamente ese tiempo de gracia en que estamos celebrando la resurrección de Jesucristo, que ilumina el misterio de toda la existencia humana.

            El Papa ha muerto en una fecha y en un tiempo cargado de fuerza evocadora para los que somos creyentes. Y ahora, como humanos, nos embarga el dolor por la muerte de un hombre de Dios muy querido, pero la fe nos enseña que la muerte es sólo la puerta que da paso hacia esa vida que no acaba, donde encontraremos la plenitud que hemos buscado en esta tierra. Y esperamos que, por la misericordia divina, que se ha manifestada en Jesucristo, nuestro querido hermano Juan Pablo, que no rehuyó desvelos y fatigas para servir a sus hermanos, se haya convertido ya en un nuevo protector desde la otra orilla de la existencia. Por ello, junto a la pena por su muerte, nos inundan la esperanza y la gratitud alegre.

            Dentro de unos instantes, después de pronunciar las palabras de la consagración, nos uniremos en una exclamación de alegría que manifiesta el misterio más profundo de la existencia humana, y diremos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús”.

Porque nos enseña la fe que la vida del hombre “no termina, se transforma, y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Donde confiamos que esté ya nuestro Padre y Pastor Juan Pablo II, junto a María, Madre de la Divina Misericordia, en quien tanto confió y en cuyas manos se puso desde niño, como nos recuerdan la palabras que eligió como lema:  “Totus tuus”, “Todo tuyo”, María.  

 

 

 

U Antonio Dorado Soto,

Obispo de Málaga

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