El 1 de abril se cumplen cincuenta años de la ordenación sacerdotal de D. Antonio Dorado, el Obispo de Málaga. Con este motivo, la redacción de Diócesis –el Semanario de la Diócesis de Málaga- ha querido acercarse a la persona, al sacerdote, al creyente que hay en él a través de una breve entrevista que reproducimos a continuación. En ella cuenta curiosidades de su vida, como que su padre nunca creyó que llegaría a ser cura hasta el día de su ordenación o que, de no haber sido cura, le habría gustado ser médico. Finalmente, D. Antonio afirma convencido que el sacerdocio es el sentido de toda su existencia.
Entre las numerosas felicitaciones con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, destaca la del Papa Benedicto XVI, en la que manifiesta su admiración por su “fecunda diligencia pastoral y celo apostólico”. “Nos agrada grandemente –dice luego el Santo Padre– poner de relieve tus iniciativas pastorales, tus dotes de gobierno y tu entrega diligente en la CEE”.
D. Antonio, por su parte, ha remitido una carta de agradecimiento al Papa en la que afirma que “los cristianos de esta diócesis no sólo pedimos cada día al Señor por el Santo Padre, sino por la persona concreta del Papa Benedicto XVI, a quien queremos de corazón”.
– ¿Qué quería ser de mayor?
–¡Cura! Lo decidí cuando tenía 13 años y nunca me retracté. Otra vocación que me atraía era la de médico.
– ¿Tuvo novia? ¿Salía de juerga con los amigos o fue siempre un chico ejemplar?
– Ingresé en el seminario muy joven. Nunca tuve novia formal. Sí tuve amigas y algún enamoramiento no declarado. Nuestras juergas eran hacer teatro, jugar al fútbol, cazar animales del campo. O simplemente “pillerías” propias de los niños del ambiente de un pueblo manchego. Pienso que fui un niño muy “normalito”.
–¿Cómo fue su llamada? ¿Se le veía venir o fue una sorpresa para los suyos?
– En principio, “un flechazo” en plena adolescencia. Para muchos fue una sorpresa. Entre otros, para mi padre, que no se lo creía hasta que me vio cura.
– ¿Qué persona fue la que más le influyó a la hora de encontrar su vocación?
El cura de mi pueblo, mi madre y los seminaristas mayores del pueblo.
– ¿Qué recuerda del día de su ordenación?
– Fue una fiesta inolvidable, compartida por los 50 compañeros que nos ordenamos, por mi familia, por los profesores de la universidad de Comillas, donde me ordené, y por muchos amigos. Experimenté la alegría de pensar que la Iglesia me manifestaba públicamente que tenía vocación de cura.
– Aquel día estaría cargado de ilusiones y esperanzas. ¿Cuántas de ellas se han hecho realidad y cuáles no han llegado a realizarse?
– Entre las que se han realizado, destaco la fidelidad y el amor a Dios y mi fidelidad a la vocación. Todo ello, acompañado de mi debilidad y de mis pecados.
– En su última carta para el Día del Seminario señala la necesidad de una experiencia más profunda de Dios en nuestras comunidades para el resurgimiento vocacional. ¿Qué echa de menos en las comunidades actuales que sí se viviera en las de su juventud?
– Pienso que la crisis de vocaciones actual es una “crisis de orantes”. Debido a ello, se valora poco el amor que Dios nos tiene, que es la fuente de toda vocación sacerdotal.
– Tomar el camino para el que el Señor nos llama a cada uno implica renuncias. ¿Han valido la pena?
– Dios no te quita nada y te da todo. Toda vocación madura es un “enamoramiento”, no una renuncia. Y “quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”
– ¿Ha habido momentos de crisis?
– Los caminos del Señor no son nuestros caminos. En esos caminos, hay trechos oscuros que te desconciertan y te asustan, pero Dios nos da fuerza para vivir esas noches oscuras y seguir diciendo con el salmista: ¡Nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan.
– Como cura experimentado, ¿qué recomendaría a un cura joven?
– Le diría: se puede vivir varios días sin comer, o comiendo poco, pero no se puede ser fiel a Dios muchos días sin una oración sosegada y confiada.
– En su carta pastoral para esta semana usted hace un balance de urgencia de estos 50 años de sacerdocio, pero ¿qué le queda por hacer?
– Ser santo.
– ¿Cómo le gustaría que le recordaran?
– Como un creyente que intentó ser un seguidor de fiel Jesucristo, a pesar de sus defectos y pecados.