Apuntes para la vida
Comentario Semanal de Mons. Juan del Río. COPE Jerez
19 de marzo de 2006
En la fiesta de San José, como cada año, celebramos en toda
La figura de San José nos evoca, sin duda, los años escondidos, pero a la vez decisivos, que Jesús pasó en su hogar de Nazaret. Muy poco es lo que sabemos de esta etapa de su vida en la que el plan de Dios comienza a realizarse en lo sencillo, en lo cotidiano. Se trató de un tiempo de maduración en el que Jesús va ahondando en su vocación, se va preparando para la misión a la que el Padre le había enviado. Tiempo de crecimiento en “estatura, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2,52), tiempo misterioso de humildad y obediencia en lo pequeño, tiempo de silencio, de escucha, de aprendizaje, en el que el papel de José, junto a María, fue insustituible. El trabajo recio y constante, la honradez y el sacrificio de José, la ternura y la disponibilidad, la hondura y la entrega de María, sin duda, dejarían para siempre una marca imborrable en el alma humana del Señor.
Allí aprendió Jesús a hablar y a rezar, a trabajar y a estudiar, a convivir y a compartir.
Por eso, los largos años de Nazaret constituyeron para Él un momento de maduración y crecimiento necesario antes de comenzar su ministerio público de salvación.
Ése es el papel que el Seminario juega en la vida de cada uno de los jóvenes que han sido llamados por Jesús a entregar su vida para continuar de esta manera su obra en el mundo. Entre la llamada gozosa y llena de entusiasmo del comienzo y el momento decisivo de consagrar la propia vida unida a la de Cristo en la ordenación sacerdotal es necesario este tiempo de gracia de Dios y de maduración personal. Antes de entregarse de forma definitiva a la tarea sagrada y sublime de llevar a Cristo a todos los hombres es preciso este periodo de encuentro y de unión con Cristo en la oración, el estudio, el crecimiento personal y comunitario.
Si siempre ha sido decisiva esta etapa en la que se produce la metamorfosis de los futuros sacerdotes en pastores según el corazón de Cristo, hoy la necesidad de un Seminario con una sólida formación es, si cabe, aún más urgente. Nuestra época, por lo demás, apasionante para cualquier cristiano con espíritu apostólico, no es fácil. La vida del presbítero ya no es reconocida como útil o relevante en muchos ámbitos de la vida social. Como cada cristiano, y aún más el sacerdote, ha de buscar el sentido y la razón de su vida y su esperanza, no en el cobijo del ser reconocidos por sus valores elevados, sino solamente en la fuente de la fe, bien formada, sostenida en la oración y enclavada en la propia existencia.