Inicio Blog Página 8503

Primer Congreso de la Educación Católica en Andalucía. Comunicado de los Obispos del Sur de España

0

La celebración del I Congreso de la Educación, organizado por el Consejo Interdiocesano para la Educación Católica en Andalucía, tendrá lugar en Sevilla el próximo mes de febrero de 1996.
Es una iniciativa que nos invita a participar para poner en común los principios pedagógicos y jurídicos en los que se inspira y sustenta en proyecto educativo, las nuevas exigencias que plantea el momento que vive la sociedad y el avance de las ciencias de la educación; sin olvidar una sincera revisión de nuestro trabajo y el renovado afán por incrementar la unidad y cooperación.
Este Congreso ha de situarse en el camino de la nueva Evangelización, con especial atención a la cultura y a la transformación de la sociedad mediante el quehacer y servicio educativo a la familia, a los niños y a los jóvenes, siguiendo la mejor tradición de la historia de Andalucía enriquecida con el testimonio de tantos padres y maestros, entre ellos santos y fundadores, que han de seguir siendo estímulo para otros educadores que hagan de su vida una entrega generosa a la educación de nuestro pueblo.

Camino de esperanza
La educación de las nuevas generaciones es un capítulo permanente de nuestra dedicación como pastores de la Iglesia en Andalucía.
La educación no puede renunciar a ser un camino privilegiado para construir la esperanza. Una educación empeñada ante todo, en capacitar a los jóvenes para afrontar con lucidez y entrega la tarea de vivir. Sólo la atención al bien de la persona puede sostener y alentar la entrega de padres y educadores al servicio de la educación integral de los hijos y de los alumnos por encima de cualquier otro interés.
El sistema escolar no puede olvidar a la persona y ocuparse principalmente de su rentabilidad productiva. El camino de esperanza ha de llevar dentro un sano espíritu de crítica. La vida de la sociedad, con sus luces y sus sombrar ha de ser, permanentemente, punto de referencia en esta revisión. Conviene no olvidar los aspectos morales en estos momentos en los que la corrupción de la libertad es una amenaza para la vida económica y política.

Unidos para educar

La educación en Andalucía necesita, cada vez más, una convergencia de esfuerzos e ilusiones con el sólo objetivo de promover la formación integral de los niños y jóvenes, ofreciéndoles un horizonte acorde con su dignidad. Un horizonte en el que los valores del espíritu inspiren y sostengan la vida personal, familiar y social.
Una nueva conciencia de la importancia de la educación ha de favorecer una mayor responsabilidad y dedicación de todos. Tenemos particularmente presente el papel de los hombres del pensamiento, de las artes y de la cultura. Ellos al poner sus talentos al servicio de la dignidad humana y de los valores del espíritu, contribuyen eficazmente a la humanización de la sociedad, y al progreso de los pueblos. También queremos señalar la necesaria sensibilidad de los gobernantes para ser capaces de interpretar y satisfacer los legítimos derechos de los ciudadanos en materia de educación.
No cabe duda del deber y derecho que corresponde a la Iglesia al servicio de la educación y su específica responsabilidad de evangelización en este campo y en el de la cultura. Ella se hace presente mediante la actividad de sus miembros y el servicio de sus instituciones.
Consideramos necesario crear una viva conciencia en el pueblo cristiano que valore la importancia de la formación integral y, concretamente, de la enseñanza religiosa escolar. Y a la vez que expresamos nuestra gratitud a los profesores de religión, les pedimos que pongan el mayor empeño y entrega en su labor, para que dicha enseñanza cumpla sus objetivos y responda eficazmente a las necesidades pedagógicas de los alumnos.
Finalmente invocamos a Cristo, Maestro de la vida, os invitamos a confiar en El, en sus palabras de vida eterna. No tenemos otro maestro. De El aprendemos la sabiduría y el amor a los hombres. Ponemos, una vez más, bajo la protección de María los afanes de cuantos viven entregados a la educación. En Ella encontramos siempre el estilo, el auxilio y el espíritu de la verdadera Evangelización.

Jaén 9 de octubre de 1995

Carta Pastoral Colectiva de los Obispos del Sur de España con ocasión del 25 aniversario de la Asamblea Regional

0

ANDALUCÍA EN EL CAMINO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

INTRODUCCIÓN
 1. Se cumplen 25 años de la fundación de la Asamblea de los Obispos del Sur de España, formada por las Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, que a su vez abarcan las 10 diócesis de Andalucía, la de Cartagena, Canarias y Tenerife y hasta hace unos meses la de Badajoz.
 Todos los Obispos de la región, siguiendo los impulsos del Espíritu y las orientaciones del Concilio Vaticano II, decidieron constituir esta Asamblea el día 1 de Mayo de 1970 en Montilla (Córdoba), bajo el patrocinio de San Juan de Ávila. Por ello, en este 1 de Mayo de 1995, también junto a la tumba del apóstol de Andalucía, queremos ante todo dar gracias al Señor por esta experiencia gozosa y fructífera en el ejercicio de nuestro ministerio episcopal, al mismo tiempo que oramos por la perseverancia en esta acción colegial, unidos con los demás Obispos y con el Obispo de Roma en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz (LG 22).
 2. También con este motivo, queridos fieles de nuestras diócesis, deseamos conversar con vosotros sobre lo que esta experiencia ha significado en la vida de nuestras Iglesias y sobre las responsabilidades que en las actuales circunstancias debemos asumir para seguir el camino de la fidelidad.
 En primer lugar, dirigiremos nuestra mirada hacia atrás, para conocer con más profundidad los dones recibidos del Señor durante estos 25 años. Haremos un breve balance de preocupaciones, objetivos pastorales y logros alcanzados en el ámbito de nuestra Iglesia regional. Pero, enseguida, volveremos nuestro pensamiento al presente de la vida de nuestro pueblo, a sus gozos, angustias y esperanzas, fijando de modo especial la atención en aquellos que más sufrimientos soportan.
 Ello nos permitirá mirar al futuro con la confianza de quienes están decididos a aportar la luz del Evangelio a los diversos problemas de nuestra tierra, animados por el amor misericordioso y compasivo de Dios en Jesucristo que no abandona nunca a los hombres en su concreta situación histórica, pues ‘la Palabra de dios se hizo carne, y puso su morada entre nosotros’ (Jn 1,14).
 3. Os escribimos estas páginas teniendo siempre de fondo el programa y la inquietud por la llamada Nueva Evangelización. Todos sabéis que este programa de la Iglesia Universal nace mirando al jubileo del año 2000, año de gracia del Señor (Is 61,2), en el que se aspira a la emancipación de todos los necesitados de liberación y al establecimiento de la justicia como protección de los débiles, en reconocimiento creyente del señorío de Dios creados (TMA 12 y 13).
 Como pastores del Pueblo de dios queremos que resuene con nuevo ardor entre nosotros las novedad de la Buena Noticia: Dios nos ha salvado en Jesucristo y actúa constantemente su salvación en la Iglesia con la fuerza de su Espíritu. De modo especial, está junto a los débiles, los pobres y desvalidos, y llama a todos a vivir como hermanos en Jesucristo, a colaborar con amor y esperanza en las tareas de alcanzar la auténtica libertad de los hijos de Dios, contribuyendo a que surja una sociedad solidaria, liberada de las lacras económicas, sociales y morales que pesan sobre ella.
 Para esta nueva etapa del camino, contamos con la gracia del Espíritu que nunca falta a su Iglesia, con una historia cristiana de siglos que da solidez al presente, con la vida, el testimonio y la actividad apostólica de numerosos grupos de fieles, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares y con el convencimiento de que el aislamiento pastoral empobrece siempre y, en ocasiones, perjudica .
 Por ello hemos venido elaborando programas pastorales comunes para nuestras diócesis, coordinados desde la Secretaría General de la Asamblea. Los hemos ido revisando a lo largo de las 70 reuniones que nuestra Asamblea ha celebrado durante este tiempo, y es de justicia reconocer que han producido buenos frutos en los diversos sectores de nuestras Iglesias.
 4. Hemos deseado desde el principio que esta acción colegial, magisterial y pastoral, de los Obispos del Sur de España estuviese en plena sintonía con las importantes pautas de renovación eclesial que marcó el Vaticano II. El Concilio definió a la Iglesia como un Misterio de Comunión y Misión. Nuevo Pueblo de dios (LG 9), llamado a la tarea de una nueva evangelización adaptada a la nueva cultura (GS 44), para lo cual el Concilio dio un fuerte respaldo a la colegialidad episcopal (LG 22).
 Reconocemos que nuestra Asamblea, al renovar las estructuras pastorales de nuestras Iglesias desde una perspectiva regional, se adelanto de alguna manera a los profundos cambios sociales, políticos y culturales que se iban a producir en España y en nuestra región en los últimos decenios, especialmente la Autonomía Andaluza desde 1980. Muestra Asamblea ha contribuido a la creación de una conciencia colectiva entre los pueblos y las gentes del Sur de España.
 Desde esta experiencia de comunión eclesial, confiados en la presencia del Señor y en la corresponsabilidad consciente y generosa de todos los fieles, nuestras Iglesias están llamadas a participar en el esfuerzo por la nueva Evangelización con la perspectiva del tercer milenio cristiano y la celebración del Gran Jubileo del Año 2000 (TMA 17).

I. PROCESO Y RESULTADOS DE ESTOS 25 AÑOS.
 5. Consideramos oportuno repasar brevemente algunas de las actividades realizadas en estos años, para fundamentar sobre la realidad lo que hayamos de hacer en el futuro inmediato.

1. Consolidación y continuidad de la Asamblea.
 Ya en 1987 tuvimos el encuentro número 50, celebrado en la Rábida con especial solemnidad y participación de laicos, religiosos y sacerdotes de todas participación de laicos, religiosos y sacerdotes de todas las diócesis. A esa cincuentena de encuentros hay que sumar los tenidos desde 1987 hasta hoy, que han sido otros 20. Este considerable número de reuniones., dedicadas todas ellas a la convivencia fraterna, el estudio de la realidad pastoral de la región, y el diálogo con diversos responsables pastorales, confirman por sí mismo la importancia de esta Asamblea episcopal.
 Antes de señalar someramente lo que han sido los logros más significativos de estos veinticinco años, nos llena de gozo el recordar, en primer lugar, las dos visitas del Santo Padre a nuestras Iglesias en los años 1982 y 1993. En ellas el Papa recibió el calor de la sincera veneración de nuestro pueblo y nos ofreció un magisterio cercano sobre las necesidades concretas de nuestras comunidades.
 6. Además de las dos visitas del Papa a Andalucía nos hemos encontrado conjuntamente con él en las visitas ad límina de los años 1976, 1982, 1986 y 1991, la primera con Pablo VI y las tres siguientes con Juan Pablo II. Justo es reconocer aquí que esta cercanía del Obispo de Roma con nuestras Iglesias Diocesanas en tan breve espacio de años, es algo completamente nuevo en nuestra historia eclesiástica y sumamente enriquecedor. Independientemente de las enseñanzas recibidas, el hecho mismo de la visita papal común y de nuestras visitas ad límina, también comunes, han fortalecido el sentimiento de comunión eclesial y pastoral entre nosotros. Lo consideramos una gracia para nuestras diócesis.
 No podemos olvidar tampoco a los Obispos que en estos años han formado parte de nuestra Asamblea y de los que unos ya murieron, otros viven en situación de eméritos o pasaron a servir a otras diócesis. Igualmente recordamos a los sacerdotes, religiosos y religiosas de ida activa y contemplativa, como así mismo a la multitud de fieles anónimos. Todos, con su fe y testimonio, han mostrado el rostro visible de la Iglesia a través de este tiempo.
 Vaya nuestro agradecimiento a las instituciones de la vida interna de la Iglesia, a las familias católicas y a los seglares que prestan sus servicios en la educación, en las obras sociales y sanitarias, en el mundo laboral e industrial y en responsabilidades públicas. Con su adhesión al Evangelio de Jesús y con trabajo, bajo la guía del Espíritu, camina sin cesar la Iglesia.

2. Logros más notables.
 7. en una mirada retrospectiva a la historia de estos cinco quinquenios, descubrimos frutos muy positivos derivados de la creación y desarrollo de nuestra Asamblea. Queremos señalar y poner a la consideración de todos los que estimamos más valiosos para la vida de nuestras Iglesias.

Desarrollo progresivo de la colegialidad
 Cuando el Concilio Vaticano II subrayó la colegialidad del episcopado, estaba redescubriendo una realidad que, de diversas formas, siempre se había vivido en la Iglesia. Pero, al percibir con mayor claridad el hecho de la colegialidad, surgieron nuevas posibilidades y exigencias para la misión universal de los Obispos, más allá de los límites de su propia diócesis. La vinculación del colegio o cuerpo episcopal entre sí, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice (LG 22) es una de las enseñanzas más fecundas del Concilio Vaticano II. En nuestro caso, será justo afirmar que la Asamblea, nacida en los años primeros del Postconcilio bajo la sombra de San Juan de Ávila, ha sido y es una expresión concreta, como un reflejo entre nosotros, de esta colegialidad del episcopado de toda la Iglesia, entre sí y con el Obispo de Roma.
 8. Estos encuentros periódicos ha hecho más fecunda nuestra aportación a los Sínodos de Obispos y a las asambleas de la Conferencia Episcopal. De otro lado, nos sentimos confortados con estas reuniones, puesto que nos estimulan, hacen crecer la fraternidad y afecto entre nosotros, nos dan oportunidades de análisis de la situación social y religiosa, y nos facilitan la adopción de iniciativas pastorales. Estos beneficios alcanzan también al conjunto de nuestras Iglesias que son las destinatarias de una acción pastoral constante y solidaria.
 En efecto, esta expresión del afecto colegial se ha manifestado en diversas realizaciones que han producido efectos muy concretos. Nos referiremos a continuación a algunas de ellas que tienen como ejes el diálogo común con los diversos responsables diocesanos y religiosos, la notable publicación de documentos y la coordinación en las relaciones con la Administración Pública, especialmente con la Autonómica.

Conciencia regional
 9. Las innumerables iniciativas que la Asamblea ha impulsado entre sacerdotes, religiosos y laicos han sido un notable factor de desarrollo de la conciencia colectiva de la realidad andaluza, de la comunidad eclesial con sus carencias y riquezas, sus características y exigencias, y de las prioridades de la misión de la Iglesia en nuestra tierra.
 Tres factores han ayudado en esta percepción de los problemas y necesidades de las Iglesias y de la sociedad andaluza. Uno de ellos es el conjunto de documentos que hemos dedicado al análisis de nuestras Iglesias Diocesanas, de la religiosidad de nuestro pueblo, de la situación social, laboral y política de la región. Hay que añadir nuestra colaboración en la promoción de estudios científicos que han acercado nuestra sociedad y nuestra Iglesia desde el punto de vista de la historia y de las ciencias sociales.

Nuevos cauces de diálogo.
 10. El nacimiento de la Comunidad Autónoma y de sus órganos de gobierno abrió nuevas líneas de diálogo para la Iglesia. La Asamblea había nacido diez años antes con fines preferentemente intraeclesiales. Al servicio de estos fines se iban perfilando algunas estructuras de coordinación entre los servicios y sectores eclesiales.
 Con la Asamblea de los Obispos nacieron y se impulsaron cauces permanentes o periódicos de diálogo de los Obispos entre sí, y también de los diferentes sectores eclesiales a través de sus responsables diocesanos.
 Pero el diálogo con la Administración autonómica nos planteó inmediatamente la necesidad de creación y promoción de estructuras y organismos regionales que canalizaran las relaciones con los responsables públicos en materias como la educación, el patrimonio cultural, los servicios sociales, la atención religiosa en el mundo hospitalario, etc. Nacieron así nuevos cauces de diálogo intraeclesial y de relación de la Iglesia con la sociedad y la Administración.
 11. Sin embargo, no todos los sectores han tenido igual tratamiento en este aspecto. Unos sectores han tenido reuniones con nosotros en diversas ocasiones, pero no han sido institucionalizados. Otros aspectos de la vida de la Iglesia los hemos encomendado a la atención especial de un Obispo y de un responsable regional. Esta mínima estructura permite ayudarnos mutuamente, coordinar esfuerzos pastorales y ofrecer servicios comunes a personas e instituciones de manera habitual: así se ha hecho con la formación permanente del clero, los seminarios, el apostolado seglar, la liturgia, la catequesis y las relaciones con los institutos de vida consagrada.
 Con relación a la vida religiosa hay que reconocer el progresivo desarrollo de las relaciones mutuas. Además de la presencia permanente en la Asamblea del Presidente de la URPA, hemos tenido cinco encuentros con los Superiores Mayores.

Los organismos regionales
 12. Diversos motivos han impulsado el nacimiento de numerosas estructuras permanentes al servicio de la Iglesia en la región.
 Están en primer lugar, los Servicios de la Asamblea, con el Secretariado General y las Secretarías Técnicas de Enseñanza, de Pastoral Social y Sanitaria, y el Servicio para la información y medios de comunicación social (ODISUR). Este Secretariado, a través de la constante atención y dedicación de los dos Secretarios que lo han servido en estos 25 años, ha sido el motor de tan amplias y ricas iniciativas.
 Es esta una buena ocasión para decir una palabra de reconocimiento a los sacerdotes Don Juan Moreno y Don Antonio Hiraldo que, junto a tantos otros responsables permanentes y colaboradores ocasionales, han prestado un servicio inestimable a la Iglesia en nuestra región.
 13. Las Secretarías técnicas se ocupan de los aspectos que entran más ampliamente en las relaciones con la Junta de Andalucía. Estos servicios o secretariados cumplen a la vez una importante misión de animación y ayuda a la vida interna de la Iglesia.
 Por impulso directo del Secretariado han nacido también tres organismos regionales de coordinación y participación: Federación andaluza de Colegios diocesanos (FACEDIPA), Consejo Interdiocesano para la Educación Católica en Andalucía (CIECA) y Cáritas Regional de Andalucía.
 Diversos sectores religiosos o laicos han creado también estructuras semejantes de coordinación regional: Unión de Religiosos Provinciales de Andalucía (URPA), Federación de Religiosos de Enseñanza de Andalucía (FERE-A), Interdiocesana Andaluza del Movimiento Scout Católico, HOAC-Andalucía, JOC-Andalucía y Movimiento Junior.

Relaciones con la Comunidad Autónoma
 14. Los diversos convenios que hemos suscrito con el Gobierno Autónomo regulan las relaciones en materias de interés común. El seguimiento de los asuntos correspondientes, coordinado por el Secretario General, lo llevan diversas Comisiones mixtas. Son las siguientes: Junta de Andalucía-Obispos de la Iglesia Católica para el Patrimonio Cultural, Asistencia Religiosa en Centros Hospitalarios. Programas Confesionales Católicos en Canal Sur (RTVA). Enseñanza Religiosa Escolar, Servicios Sociales y Comisión Negociadora para el Equipamiento Religioso Católico.
 A través de la frecuente información de los Medios de Comunicación de la región y de las revistas especializadas, los numerosos encuentros, asambleas, jornadas y reuniones de comisiones y grupos, ofrecen una imagen visible de todas esta múltiples interrelaciones. Hay que destacar la dedicación y servicio permanente, o la colaboración ocasional, de muchas personas de todas las diócesis andaluzas; a ellos dedicamos una palabra de aliento para proseguir en los caminos emprendidos.

Magisterio pastoral colectivo.
 15. Un capítulo importante de la vida de la Asamblea ha sido el conjunto de escritos en los que hemos ofrecido un magisterio episcopal colectivo. En cuanto a la forma, estos escritos han sido muy variados: notas, declaraciones, exhortaciones, orientaciones, mensajes y cartas pastorales. Un total de 25 documentos en tan corto espacio de tiempo.
 Llama la atención también la amplitud, variedad y, en algunos casos, la importancia de los asuntos que han sido abordados. Entre estos asuntos han merecido la mayor atención los referentes a la realidad y vida de nuestras Iglesias diocesanas y a los pastores y fieles que en ellas trabajan: sacerdotes, catequistas, seminarios, educadores, etc. En varias ocasiones nos hemos acercado al análisis pastoral de la religiosidad de nuestro pueblo y sus diversas manifestaciones. Y con frecuencia periódica hemos estudiado las cuestiones sociales y los acontecimientos políticos significativos para la vida de nuestra región: emigración, paro, proceso autonómico, periodos electorales, etc.
 16. En todo este magisterio descubrimos varios centros de interés que han guiado nuestra enseñanza desde el principio. Un detenido estudio de los documentos podrá descubrir diversas constantes. Queremos señalar que siempre nos ha guiado el deseo de impulsar la vida de las Iglesias Particulares: el servicio a la evangelización, el amor a los más pobres, el desarrollo y progreso de los hombres y mujeres de nuestras tierras del Sur de España.
 Nos parece importante detenernos algo más en este punto y resaltar brevemente el contenido de estos documentos colectivos.

3. Los temas y asuntos más importantes
 17. La variedad de asuntos que han merecido la atención en estos 25 años de magisterio colectivo se pueden ordenar en cinco apartados muy concretos. La mayoría han sido considerados en diversas ocasiones, desde perspectivas complementarias o en ocasiones relativamente nuevas que pedían una nueva iluminación.

Las iglesias particulares
 18. En sintonía con la doctrina del Concilio que desarrolló la eclesialidad de la Iglesia particular, y para fomentar el sentido de pertenencia a la diócesis más acá del universalismo y más allá del parroquialismo, publicamos en 1980 uno de los documentos que juzgamos centrales: la carta pastoral sobre Las Iglesias diocesanas de Andalucía.
 Se cumplían entonces los diez años de vida de la Asamblea y más de una treintena de reuniones nos habían «enriquecido y estimulado». «A esa experiencia colegial debíamos en buena parte una mayor sintonía con los problemas de la región y un conocimiento más hondo del catolicismo andaluz». La carta impulsa una mayor comprensión de Iglesia diocesana en línea con la doctrina del Concilio Vaticano II y la nueva realidad de nuestra tierra.
 Dos acontecimientos significativos para la Iglesia en nuestra región nos llevaron a ahondar en aspectos concretos de la vida cristiana. En 1990, al iniciarse el IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz, ligado en vida y muerte a Andalucía, ofrecimos una Exhortación Pastoral Colectiva dedicada a los valores cristianos que el Santo reformador y místico vivió y nos trasmitió en páginas insuperables. En 1993, cuando preparábamos el 45 Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla y la segunda visita del Papa a la región, escribimos la Carta Pastoral Cristo, luz de los pueblos para poner de relieve las riquezas religiosas y pastorales de ambos acontecimientos.

Los sectores eclesiales
 19. Los sacerdotes y los seminarios, los catequistas y educadores cristianos han sido sectores de la Iglesia a los que nos hemos dirigido con documentos específicos. No han faltado otras referencias concretas a otros sectores en documentos generales.
 Ya en 1975, en plena crisis de transformación y de búsqueda de nuevos caminos, ofrecimos unas orientaciones a los seminarios de nuestra región. La formación sacerdotal en los Seminarios del Sur de España es una toma de postura clara en unos momentos especialmente complicados en este aspecto: concentración en los centros regionales, cambios académicos en los seminarios menores, formación en pequeñas comunidades, deseos de simultanear formación y trabajo profesional… Nuestras orientaciones trataron de iluminar todos los aspectos de la formación sacerdotal en las nuevas condiciones de los seminarios.
 20. En 1978 la Carta a los sacerdotes abordó unos problemas e inquietudes muy concretas propias de aquella época. Se cerraba una década que fue especialmente complicada en la vida del clero español. Hoy el clima de la vida persona ly pastoral de los sacerdotes ha cambiado mucho. Pero la reafirmación que hizo esta carta de los valores perennes del ministerio presbiteral, conserva su validez.
 Ya en 1973, ante las transformaciones socioculturales que influyen en la fe del pueblo, nos referimos en un breve mensaje al papel de padres, maestros, sacerdotes y religiosos en la educación de la fe: Los educadores cristianos. Más tarde, dirigimos un nuevo Mensaje a los profesores cristianos, reunidos en Málaga en su primer encuentro regional en 1988.
 En los quince años que median entre uno y otro ha aparecido una nueva situación de la enseñanza en nuestra sociedad que hacen muy importante la presencia de los profesores cristianos en la escuela privada y pública. Esta nueva situación nos llevó en 1980 a concretar en unas Líneas de acción para la pastoral educativa, un programa claro de actuación de los sectores de Iglesia en la educación.

El catolicismo popular
 21. «Hablar del «catolicismo popular», es tocar la realidad religiosa más vasta de nuestro pueblo y referirnos también a su fisonomía espiritual más entrañable. ¿Cómo no acercarnos a ella con respeto y con amor, incluso cuando el deber pastoral imponga la poda o la corrección? Siempre quedará a salvo el valor de un patrimonio inestimable, en el que anida la fe cristiana de millones de hombres y de mujeres. Plataforma privilegiada, las más de las veces, para lo que se ha llamado evangelizar y catequizar la religiosidad». Estas líneas escritas en 1975 como parte de la presentación del El catolicismo popular en el Sur de España sintetiza bien el tratamiento que hemos dado a la religiosidad popular constantemente.
 Este «documento de trabajo para la reflexión práctica pastoral», planteaba ya en el final del primer quinquenio de vida de la Asamblea un tema tan importante entre nosotros por su amplitud y profundidad. (Casi simultáneamente aparecía la Exhortación Evangelii Nuntiandi en la que Pablo VI se refirió de modo admirable a la piedad popular y a su valor evangelizador). Este es uno de los documentos más estimables del conjunto de escritos colectivos que, después de 20 años, conserva su importancia clarificadora y orientadora.
 22. Con todo, diez años después nos referimos de nuevo al Catolicismo Popular en una carta pastoral que ofrecía unas Nuevas consideraciones pastorales. En efecto, el tratamiento cultural, social y aún político, que comenzaba a darse a las diversas manifestaciones de la religiosidad popular, exigía una palabra de discernimiento. Hubo que orientar de manera más específica estas nuevas situaciones, analizando datos concretos que debían ser ponderados por los agentes pastorales.
 Todavía volvimos a estos asuntos en 1988 con la carta pastoral Las Hermandades y Cofradías. Este documento está situado dentro del conjunto magisterial referido al catolicismo popular, pero se refiere más especialmente al fenómeno asociativo que tan ampliamente impulsa en nuestra religión la piedad popular. Se dirige a los laicos y clérigos que integran renovación de las hermandades al servicio de la evangelización. También este documento ocupa un lugar privilegiado y mantiene viva su actualidad al ofrecer un programa de largo alcance y una tarea permanente.

Los problemas sociales
 23. A lo largo de este periodo, hemos procurado constantemente compartir con nuestro pueblo sus preocupaciones y sus inquietudes, sus necesidades y problemas. El primero de nuestros encuentros tuvo lugar en día de San José Obrero de 1970. «En día tan señalado, en que la Iglesia celebra la fiesta cristiana del trabajo, la preocupación común no podía menos de centrarse sobre el sector obrero de nuestro pueblo». Así se justificaba nuestra primera nota dedicada a la Situación de los trabajadores en la Región. Un breve análisis de la situación y algunas llamadas a la colaboración ante los problemas descubiertos, componían este primer documento, seguido, tres años después, por otro dedicado a un grave problema social: la emigración.
 En 1973, una pastoral colectiva se proponía desarrollar La conciencia cristiana ante la emigración, grave realidad en el Sur de España por aquellos años. La forzada salida de sus hijos a otras regiones del país y hacía Europa planteaba grandes problemas personales, familiares, sociales y religiosos. Juntamente con el paro, principal problema social, constituían las dos preocupaciones más dolorosas de nuestra sociedad.
 24. Al paro, pues, hemos dedicado reiteradamente nuestra atención. En 1976 dimos la nota pastoral El paro obrero en la Región. En 1990 nos referimos a las necesidades de nuestra sociedad andaluza en el documento Andalucía vive su encrucijada. Más recientemente, en 1994 hemos vuelto al tema porque, lejos de entrar en caminos de solución, nuevos factores como la grave crisis industrial, agravan aún más este problema entre nosotros con sangrantes consecuencias negativas en la vida de las familias y personas, especialmente en los jóvenes. Nos referimos a la nota Las responsabilidades morales ante la crisis y la huelga general, y el comunicado Solidarios con nuestro pueblo.
 La Cuaresma de 1986 fue ocasión de acercarnos a los problemas sociales en su conjunto, en uno de los documentos más importantes dentro del magisterio de estos años. Nos referimos a la declaración pastoral Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana. Queríamos «no sólo denunciar la grave situación de injusticias sociales y la actitud de pasividad generalizada, sino también, y de modo particular, pronunciar una palabra de esperanza cristiana en medio de estas difíciles circunstancias». Detenida descripción y valoración de los males sociales, criterios de discernimiento y juicio cristiano de ellos, y propuesta de actitudes y cauces operativos, forman el esquema de un documento denso que mantiene su valor tras nueve años.

Cristianos en la vida pública
 25. El profundo cambio político que hemos vivido en los últimos años ha dado lugar a diversos documentos breves, en los que hemos ofrecido una aplicación concreta de la doctrina de la Iglesia sobre la recta participación de los cristianos en la vida política.
 Ya en adviento de 1976, en los primeros pasos del cambio democrático, dimos la nota pastoral El cristiano y la política, porque, según decíamos, «ante la multiplicidad de opciones políticas que solicitan la adhesión de los ciudadanos, son muchos los fieles que nos piden una orientación moral. Creemos que es nuestro deber pastoral iluminar la conciencia de los católicos desde el Evangelio para que adopten una decisión libre y responsable». Tiene esta nota el valor de una primera toma de postura breve, pero completa y clarificadora, que no ha perdido validez a pesar de la rápida evolución política de nuestra sociedad.
Más amplia y con un objetivo más concreto es la Reflexión cristiana sobre la vida municipal, instrucción pastoral de 1991que afirma la importancia de este ámbito y abre cauces prácticos para la mejora social desde el municipio.
26. Más en concreto, con motivo de la puesta en marcha de la Autonomía andaluza, hicimos varios escritos. Fueron estos: el Comunicado sobre el proceso autonómico en 1980, la Declaración colectiva ante el referéndum sobre el Estatuto autonómico en 1981, la nota pastoral Ante las elecciones para el Parlamento andaluz en 1982. En los tres tratamos de impulsar la nueva configuración histórica de Andalucía, sintiéndonos «solidarios con la toma de conciencia y con la esperanza colectiva que estaba viviendo nuestro pueblo». Y volvimos al tema en la ya mencionada nota Andalucía vive su encrucijada de 1990, y en 1994 con la Nota sobre las elecciones autonómicas y europeas.
Deseamos señalar también las cartas colectivas que ambas Provincias Eclesiásticas escribieron con motivo del Quinto Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América, hechos que mostraron con fuerza la capacidad de iniciativa y trabajo de nuestra gente para afrontar obras grandes, y la disponibilidad de tantos sacerdotes y religiosos andaluces para difundir el Evangelio. Son una perenne invitación a profundizar en el espíritu misionero de nuestras comunidades.
27. Estas han sido las grandes líneas de la fecunda colaboración colegial que hemos llevado a cabo durante esta etapa. Se trata de un magisterio no siempre suficientemente conocido por sus destinatarios. Bueno será que de nuevo se vuelva a él, especialmente a los documentos más significativos que hemos resaltado en la reseña anterior.
Conviene recordar aquí que el panorama de colegialidad descrito no agota todas las realizaciones que se dan entre nosotros. También las dos Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, por caminos propios cada una, han cosechado también en estos mismos años, logros paralelos a los expuestos, a través de encuentros episcopales, acciones comunes, colaboración pastoral interdiocesana y documentos colectivos de magisterio y orientación pastoral.
Todos los esfuerzos son como una semilla llamada a crecer silenciosamente hasta llegar a ser árbol que ofrezca sombra y frutos. Así es el Reino de Dios. Creciendo en medio de grandes limitaciones, la fuerza del Espíritu del Señor hará que unos esfuerzos que están bendecidos por la gracia de la comunión, se tornen realidades en la edificación del Reino.

II. LA NUEVA EVANGELIZACIÓN PARA EL BIEN DE NUESTRO PUEBLO.
 28. Los últimos años constituyen una época en la que se ha ido gestando entre nosotros una sociedad nueva, no exenta de problemas y dificultades, como acontece en todos los procesos de cambios profundos. Nuestras Iglesias no han estado ausentes en esta marcha esperanzadora y preocupante. Así lo pone de manifiesto, en alguna medida, el capítulo anterior.
 En consonancia con nuestra misión evangelizadora, nos hemos esforzado en acompañar y servir a nuestro pueblo y a sus comunidades cristianas en todos sus acontecimientos y problemas, con el único objetivo de colaborar en su integral desarrollo humano, religioso y cristiano.

1. Ante una nueva encrucijada.
 29. Nuestra región se encuentra hoy, una vez más en su larga historia, ante una importante encrucijada. Los cambios políticos y sociales de las últimas décadas han producido cambios culturales, con marcada repercusión en los ámbitos éticos y religiosos. Nuestro pueblo, sus hombres y mujeres, especialmente los jóvenes, se encuentran ante corrientes de pensamiento y concepciones de la vid muy diversas.
 Este pluralismo repercute en la concepción del amor y la familia, en los ambientes escolares, en los medios de comunicación social, en la aplicación a la salud y a la vida de los descubrimientos científicos, en la vida económica y política, en el contenido y orientación de la religiosidad y en la conciencia moral. Esta nueva situación incide, en diverso grado, en el sentido trascendente de la existencia, en la identidad del ser cristiano y en el modo de entender y participar en la vida y en la misión de la Iglesia.
 Nuestra población es eminentemente joven. Vive abierta a la inmigración y al turismo, esperanzada y comprometida en conseguir un progreso humano y social que supere nuestros endémicos problemas económicos y sociales.
 30. Es evidente que en nuestro pueblo se está consolidando una creciente conciencia democrática, en la que se valora cada vez más una convivencia pacífica, justa y solidaria, que pretende ser respetuosa con las exigencias de la dignidad humana y con los derechos fundamentales de todas las personas, a pesar de hechos y conductas lamentables que indican profundas carencias morales. Y nos satisface constatar que en este proceso de maduración se destaca con insistencia la dimensión moral inherente al ejercicio de responsabilidades en la vida pública. Se pone con ello de manifiesto que la ‘salud’ de la vida democrática estriba en el progreso de la vida moral individual y social. De ahí que la presencia de los católicos y su participación en el tejido social, inspirados en la doctrina social de la Iglesia, contribuya de manera decisiva al bien común.
 Es justo señalar que nuestras Iglesias se están esforzando por ser fieles a su misión: dar a conoce con valentía el mensaje salvador del Evangelio y desde ahí contribuir a la edificación de una sociedad más fraterna y feliz.
 En este empeño están comprometidas las religiosas y los religiosos que a través de sus diferentes carismas ofrecen a nuestro pueblo el testimonio específico del Evangelio de las Bienaventuranzas y múltiples actividades de promoción humana y cristiana, con especial dedicación a los más desfavorecidos. Nuestros sacerdotes se esfuerzan en adaptarse a los tiempos nuevos con espíritu apostólico y buscan con afán los caminos de una pastoral de misión. Miles de catequistas dedican su tiempo a transmitir con entusiasmo la fe a las nuevas generaciones. Los laicos van descubriendo y ejerciendo su papel de presencia evangelizadora en el mundo y su participación en la vida parroquial es creciente.
 31. Las manifestaciones de la religiosidad popular, tan abundantes entre nosotros, están revisándose de forma sosegada y firme, con la finalidad de profundizar en todos los valores cristianos que contienen. Un objetivo ampliamente compartido es que cada grupo, hermandad o cofradía tienda a desarrollarse como asociación eclesial dentro de la pastoral parroquial, para significar la fidelidad al Evangelio del Reino como la primera regla de vida y acción, participar plenamente de la Iglesia misterio de comunión y practicar, entre sí y con todos, la caridad fraterna con obras y palabras.
 También va ganado en solidez el ejercicio organizado de la caridad y de la atención social, llevado a cabo por nuestras Cáritas. El aliento en la práctica de la justicia y la ayuda en la promoción de los más desfavorecidos prevalecen sobre la pura beneficencia.
 No está fuera de lugar hacer también aquí una referencia a los muchos ejemplos de santidad que ofrecen últimamente nuestras Iglesias. No son pocos los laicos, religiosos, obispos y presbíteros beatificados o canonizados en estos años.
 Por otra parte, nos alegra comprobar que se está dando un cierto crecimiento en el bienestar social, sobre todo en los sectores de enseñanza, de la salud, y de la atención a los grupos más necesitados y deprimidos.
 El crecimiento del número de Universidades andaluzas es una realidad presente que puede mejorar nuestro futuro.
 32. Pero, junto a estos avances, no podemos olvidar graves problemas que obstaculizan las legítimas aspiraciones del progreso integral y del bienestar.
 Destaca de modo especial, la aguda crisis empresarial y económica en casi todos los sectores. Esto ha originado elevados y crecientes porcentajes de paro, acusadamente superiores a los de la media nacional, y el desarrollo de amplias bolsas de pobreza, incluso de extrema pobreza, que marcan sin excepción a todas nuestras provincias. Son hechos que comienzan a producir descontento e inestabilidad social, y llevan al desasosiego en amplios ambientes juveniles, y al desarrollo de una peligrosa economía sumergida.
 También comienza a manifestarse entre nuestro pueblo la grave crisis ética, que advertimos en toda España y, de una forma más amplia, en todo Occidente. Es un fenómeno generalizado, que preocupa en los ambientes más responsables, al advertir las consecuencias sociales, familiares y personales que desencadena.
 Esta desorientación moral tiene que ver con la inseguridad ciudadana, la frustración, el miedo, la drogodependencia, el alcoholismo, el sida, la criminalidad, la inestabilidad familiar; y, en una visión más amplia, con los frecuentes escándalos políticos, económicos, sindicales y sociales, demasiado frecuentes en nuestro tiempo. Es una crisis que está generando insolidaridad, desconfianza y desesperanza social.
 33. Queremos subrayar la crisis religiosa, que también advertimos en nuestro pueblo. Aludimos aquí a algunos datos que nos parecen más significativos y determinantes de otros problemas religiosos.
 En primer lugar, constatamos la presencia de una religiosidad difusa, ligada a la ignorancia y a la indiferencia religiosa, sobre todo en las jóvenes generaciones. Parece que muchos creen en el dios desconocido. Esta situación coexiste con la vivencia reducida a lo meramente cultural, de las múltiples expresiones religiosas y cristianas de nuestro pueblo, sin eficacia transformadora en la evolución religiosa y en la vida social.
 Al mismo tiempo hay una tendencia a absolutizar las devociones populares, como única forma de vida cristiana, alejadas de la obediencia de la fe y de la práctica de los sacramentos. Este fenómeno se presta, a veces, a concebir una Iglesia diferente a la recibida de los Apóstoles. Aunque según las encuestas, la mayoría de nuestra población se considera católica (91%), se advierte sin embargo en los últimos años una progresiva erosión en las prácticas religiosas y un desajuste entre la fe y la vida.
 34. Mirando más al interior de las comunidades eclesiales, observamos una insuficiente comprensión de cada uno de los sacramentos que configuran la vocación y la vida cristiana y conducen a la participación en la vida y misión de la Iglesia: un debilitamiento de la conversión y de la vocación a la santidad como seguimiento de Jesucristo en su Iglesia, derivado en cierta medida del abandono del sacramento de la Penitencia y de la práctica del precepto dominical, celebración en la que se actualiza el camino de la salvación y se crece en la vida teologal.
 También observamos una cierta horizontalidad de las vocaciones eclesiales, que tiende a oscurecer la dimensión teologal de la vocación consagrada, del ministerio sacerdotal, del estado matrimonial y de la vocación laical. Inconscientemente se va eclipsando el núcleo profundo del ser cristiano que consiste en seguir al Señor que llama. La vocación se dilucida en el ámbito de la respuesta de fe, no en el de la utilidad.
 35. Estamos, por tanto, en una encrucijada. Evidentes progresos unidos a graves crisis y problemas, esperanza de desarrollo juntamente con un cierto temor al futuro. Estas realidades contradictorias han de ser afrontadas responsablemente por toda la comunidad. También nuestras Iglesias y cada uno de sus miembros hemos de asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde. A ello nos impulsa la misión que hemos recibido de Jesucristo, y nuestra conciencia de fraternidad solidaria.

2. Una respuesta desde la misión de la Iglesia
 36. ¿Cuál es la aportación que como Iglesia de seguidores de Jesús podemos y debemos ofrecer a nuestro pueblo?
 Durante estos últimos años, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, ha sido preocupación especial de la Iglesia universal, el adecuar los objetivos de la misión que le ha sido encomendada por Jesucristo a favor de la humanidad, adaptándose a las nuevas realidades socio–culturales de nuestra época. El hombre «es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención» (RH. 14).
 37. También las Iglesias de España, en comunión con la Iglesia universal, han procurado concretar y adaptar progresivamente su misión a las nuevas circunstancias. Los numerosos documentos emitidos por la Conferencia Episcopal Española en este sentido son especialmente valiosos.
 Son grandes orientaciones que nuestras comunidades han recibido con espíritu de fraternidad y solidaridad eclesiales y que se esfuerzan en aplicar según las características y necesidades de nuestro pueblo.
 Queremos recordar brevemente algunos de los momentos más importantes de éstos últimos años, en los que se han ido desarrollando y consolidando orientaciones en orden a una renovación de la vida y misión de la Iglesia.
 38. Destaca, en primer lugar, el Concilio Vaticano II especialmente en sus dos grandes Constituciones: La Constitución dogmática sobre la Iglesia, y la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Como en una síntesis, la Iglesia afirma de sí misma que no le impulsa ninguna ambición terrena y que «sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (GS 3). Más aún, se destaca que «la Iglesia, al prestar ayuda al mundo y recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad» (GS 45).
 Por eso, «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez, gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. (…) La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (GS 1).
 39. En 1975, Pablo VI ratifica, en su exhortación «Evangelii Nuntiandi», la misión de la Iglesia como misión evangelizadora –la misma de Jesús–: proclamar claramente a Jesucristo y su mensaje (EN 27), impulsar la liberación de los oprimidos y el progreso humano (EN 31), y «asegurar todos los derechos fundamentales del hombre, entre los cuales la libertad religiosa ocupa un puesto de primera importancia» (EN 39).
 A partir de 1983, Juan Pablo II, recogiendo toda las orientaciones anteriores del magisterio, las concreta en un proyecto para toda la Iglesia, al que llama Nueva Evangelización. Es un proyecto que pretende ser plenamente fiel a Jesucristo, adaptado a las condiciones y cultura del hombre actual, y abierto y sensible a las nuevas perspectivas de la humanidad, simbolizadas en la próxima inauguración del tercer milenio. Para poder prestar este servicio al mundo actual y futuro, el Papa ha insistido constantemente en la necesidad de promover «una evangelización nueva: nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión».
 En esta tarea de evangelizar y construir la civilización del amor, la familia ocupa el centro y el corazón, según ha escrito Juan Pablo II en su “Carta a las familias” con ocasión del Año Internacional de la Familia, celebrado en 1994 . (Cf. CFC 13)
 Hace unos meses, en noviembre 1994, publicaba su carta apostólica «Tertio Milennio Adveniente», como preparación del jubileo del año 2000. En ella nos marca un programa específico de iniciativas para la celebración del Gran Jubileo. Nuestras comunidades le prestarán la mayor atención.
 40. La Conferencia Episcopal Española, sensibilizada por estas nuevas orientaciones de la Iglesia universal y por las preocupaciones de nuestros cristianos más comprometidos, se ha ocupado de una manera constante en promover la identidad cristiana, la comunión eclesial y la responsabilidad misionera y evangelizadora. Muestra de ello es el Plan Trienal 1994-97 «Para que el mundo crea».
 Tanto la asamblea Plenaria como las Comisiones Episcopales han contribuido muy positivamente a la revitalización de la vida cristiana y a la renovación pastoral y apostólica de los católicos. Los documentos colectivos del Episcopado son una valiosa contribución a la fiel aplicación del Concilio y ofrecen, en estos momentos, elementos valiosos de discernimiento y preparación para la celebración del Jubileo del año 2000. Y, al mismo tiempo, el seguimiento de sus orientaciones nos lleva a la puesta en práctica de la Nueva Evangelización.
 Entre los documentos que consideramos plenamente actuales y necesarios para la renovación y para una respuesta adecuada a nuestro momento histórico, recordamos los siguientes: «Testigos del Dios vivo» de 1985. «Los católicos en la vida pública» de 1986, «Dejaos reconciliar con Dios» de 1989. «La verdad os hará libres» de 1990. «Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo» de 1991. «Sentido evangelizador del Domingo y de las fiestas» de 1992, y las propuestas sobre «La caridad en la vida de la Iglesia», de 1994.
 41. Dentro de este contexto de comunión eclesial, los fieles de las Iglesias del Sur de España queremos aportar nuestra cuota de responsabilidad en favor de una nueva situación, solidariamente unidos a los problemas y esperanzas de toda la región, colaborando en la búsqueda de opciones correctas y acertadas para la encrucijada en la que nos encontramos.
 Manifestamos una vez más que nuestras Iglesias no se sienten impulsadas por ninguna ambición terrenal. Nuestra misión es proclamar la soberanía absoluta de Dios, su amor de Padre y la salvación realizada por Jesucristo. Desde esta acogida del don de la fe y con la ayuda de la gracia recibida, sólo pretendemos servir a nuestro pueblo como Jesús, difundiendo el mensaje salvador de la Buena Nueva y promoviendo una sociedad más justa, fraternal e integralmente humana. Sólo pedimos el respeto a la plena libertad religiosa que exige la dignidad de la persona humana y el derecho de las comunidades creyentes, proclamada por el Concilio Vaticano II, por el Tratado de los Derechos de los Hombres y de los Pueblos, y por la Constitución Española.

3. La conversión, alma de la Nueva Evangelización
 42. Para que nuestras Iglesias puedan prestar un auténtico servicio en el campo de una evangelización nueva, es necesario reconocer que nuestro punto de partida ha de ser un proceso interno de conversión de los propios creyentes y de nuestras comunidades. Juan Pablo II en su reciente carta apostólica, antes reseñada, «Ante el Tercer Milenio», valora dicha conversión como «condición preliminar para la reconciliación con Dios, tanto de las personas como de las comunidades» (TMA 32).
 La historia cristiana de Andalucía ha realizado un largo recorrido de siglos, con etapas luminosas junto a otras negativas. Su generosidad y su entrega han mantenido siempre, incluso en épocas muy difíciles, la llama de la fe en sectores más o menos amplios de su pueblo. Pero ha llegado el tiempo, al iniciarse esta nueva etapa de la evangelización, en el que «la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos, recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del Espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy» (TMA 33).
 43. Es necesario reconocer humildemente nuestras infidelidades de ayer. Pero también es necesario un serio examen de conciencia de nuestros pecados de hoy. «A las puertas del nuevo milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo» (TMA 36).
 Pero la conversión de los cristianos y de la Iglesia no se reduce a un reconocimiento honesto de nuestros fallos y deficiencias. Ha de ser sobre todo, la búsqueda permanente de fidelidad a Dios, un reencuentro con el Cristo vivo y con su Evangelio en el interior de la comunidad eclesial, una renovación profunda de nuestra fe, dejándonos invadir por el amor que Dios Padre tiene a toda la humanidad, creciendo en la práctica de la caridad y asumiendo con decisión y alegría la misión evangelizadora.
 44. convertirse es dejarse transformar por Cristo en un hombre nuevo, para colaborar con las personas de buena voluntad en la construcción de una humanidad nueva, dinamizada por la fuerza salvífica del Reino de Dios. Es aceptar la gracia que Dios nos ofrece en Cristo e implicar la propia vida en la civilización del amor.
 Por eso Juan Pablo II destaca primariamente que «esta nueva evangelización, –dirigida no sólo a cada una de las personas, sino también a grupos de poblaciones en sus más variadas situaciones, ambientes y culturas– está destinada a la formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga realizar todo su originario impulso de adhesión a la persona de Cristo y a su Evangelio, de encuentro y de comunión sacramental con Él, de existencia vivida en la caridad y en el servicio» (CHL 34).

4. La edificación de la Iglesia
 45. Esta profunda renovación de nuestras comunidades y de cada uno es indispensable para edificar sólidamente a nuestras Iglesias. Pablo VI afirmó certeramente que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio».
 El mismo Pontífice afirmaba que «la Iglesia evangelizadora comienza por evangelizarse a sí misma, Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor; Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar las grandezas de Dios, que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por Él» (EN 15).
 46. Cuando se vive y se goza la fe de modo profundo en la comunidad, brota espontáneamente el empeño de hacer realidad el “mandato misionero”: «id y haced discípulos de todas las naciones…» (Mt. 28,19). Este primer anuncio de la buena Nueva, necesario para la congregación de la Iglesia, reviste diferentes formas, según describe Juan Pablo II en la “Redemptoris Missio”: proclamación o kerigma, enseñanza y testimonio. De modo especial, el Papa acentúa la necesidad del testimonio: «Se es misionero por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace» (RM 23) «La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y la de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportamiento» (RM 42). Refiriéndose al anuncio y a la propuesta moral que comporta la evangelización, Juan Pablo II señala el nexo inseparable entre la palabra y la vida: «De la misma manera, y más aún, que para las verdades de la fe, la nueva evangelización que propone los fundamentos y los contenidos de la moral cristiana manifiesta su autenticidad y, al mismo tiempo, difunde toda su fuerza misionera, cuando se realiza a través del don no sólo de la palabra anunciada sino también de la palabra vivida» (VS 107).
 Este testimonio, fruto de la gracia de Dios y de nuestra fidelidad, forma parte de la evangelización, de aquella actividad que hace de la Iglesia una «comunidad de fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana» (CHL 33).
 La vida y misión de la Iglesia, que ha de ser reflejo de ella misma, discurre por la adecuada cooperación entre pastores y fieles. En esta tarea hemos de proseguir, profundizando y desarrollando el camino señalado por el Concilio: «Los pastores de la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor, pónganse al servicio los unos de los otros y al de los demás fieles, y estos últimos, a su vez, asocien su trabajo con el de los pastores y doctores. De este modo, en la diversidad, todos darán testimonio de la admirable unidad del Cuerpo de Cristo» (LG 32).
 Siguiendo el pensamiento de Juan Pablo II queremos fijar nuestra atención en el ámbito de la educación y de la enseñanza. Nuestras Iglesias, en este tiempo de crisis religiosa, deben hacerse presentes en él por medio de sus miembros, con una preocupación evangelizadora.
 De modo concreto, ante las dificultades que padece la enseñanza religiosa en los centros públicos, hacemos un llamamiento a los padres cristianos para que valoren prácticamente la enseñanza escolar de la religión católica, solicitándola para sus hijos. Igualmente pedimos que los profesores de religión realicen su trabajo con la mayor dedicación y calidad.
 47. Es también urgente la promoción de la catequesis. Necesitamos una catequesis enraizada en el mensaje bíblico y en la fe de la Iglesia, misionera, creativa, dialogadora, adaptada a las necesidades y problemas de nuestros cristianos, y sabiamente plural, teniendo en cuenta las diversas situaciones y ambientes en los que viven los creyentes. Una catequesis radicada en el núcleo de la conversión interiorizada y confesante.
 «La catequesis debe preocuparse a menudo no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe» (CT 19).
 Este estilo de catequesis ha de tener como objetivos el recrear auténticas comunidades fraternas, de comunión y de participación, evangelizadoras y animadas por el espíritu de pobreza solidaria y por la experiencia del amor universal promovido por el mismo Jesucristo. Ha de ser una catequesis que, desde la unidad en la fe y en la doctrina de la Iglesia, sea capaz de superar la tentación de un uniformismo cristiano, abriendo a los catecúmenos a la diversidad de carismas que el Espíritu comunica a su Iglesia, y despertando vocaciones sacerdotales, religiosas y seglares.
 48. Debe llevar, por tanto, a la experiencia de los dones del Espíritu, fomentando la unión con Dios en la gracia de los sacramentos, en la oración y en el amor al Padre y a los hermanos. Desde una renovada vivencia de las virtudes teologales es como se descubre en la práctica el contenido vital de cada uno de los sacramentos.
 Hoy es particularmente necesario que la catequesis explicite y clarifique la fe de la Iglesia en relación con los sacramentos del Matrimonio y del Orden, como estados de vida que configuran de modo permanente la vocación y la misión de los esposos cristianos y de los ministros ordenados. Y no ha de faltar una sólida formación en la doctrina social de la Iglesia.
 49. Queremos subrayar también que la catequesis ha de conducir a un redescubrimiento de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, celebración y síntesis del mensaje de Jesús, y actualización permanente de su presencia en medio de nuestras comunidades. Igualmente debe fomentar el aprecio por el Sacramento de la Penitencia y por la práctica de la oración y contemplación, alentando la esperanza en la vida eterna. Sin olvidar que debe confirmar a nuestro pueblo en la tradicional devoción a la Virgen maría, Madre de la Iglesia y Estrella de la Nueva Evangelización.
 Al hilo de estos pensamientos, queremos expresar nuestro más profundo agradecimiento a todos los que trabajan en las diferentes modalidades de educación progresiva de la fe: a los catequistas de niños, jóvenes y adultos de nuestras comunidades; a los profesor de religión, a los religiosos y seglares dedicados a la educación católica, a los profesores testigos del Evangelio en la vida escolar y universitaria, y –cómo no– a los sacerdotes, principales colaboradores de nuestro ministerio.

5. Al servicio de los hombres
 50. Nuestras Iglesias, conscientes de la misión que Jesucristo les confió, tienen que clarificar cuáles han de ser sus tareas fundamentales en la hora actual.
 «La misión que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero de esta misión religiosa derivan tareas, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina» (GS 42).
 Consecuentes con esta misión, señalamos las principales tareas que nuestras Iglesias y comunidades ha

Solidarios con nuestro pueblo. Comunicado de los Obispos de las Diócesis de Andalucía con motivo de la crisis industrial

0

Los Obispos de la Diócesis de Andalucía, reunidos en Asamblea ordinaria el día 14 de Abril de laño en curso, hemos reflexionado sobre la dolorosa situación que atraviesa nuestro pueblo a causa de la crisis económica y laboral cada día más extendida en el ámbito del ya escaso tejido industrial.
Preocupados por los complejos motivos que van mermando día a día las posibilidades de trabajo y, justa distribución queremos hacer llegar a los hombres y mujeres de nuestra Región:
1.- Nuestro dolor ante la grave injusticia social por la que se acentúa el desequilibrio entre el derecho fundamental del hombre al trabajo y el progresivo desempleo que afecta a nuestros jóvenes y adultos, hombres y mujeres.
2.- Nuestra profunda preocupación por la pobre historia de logros políticos, empresariales y cívicos a favor de la promoción (integral) del pueblo andaluz sobre todo en el ámbito de las infraestructuras, de la industria y consiguientemente del comercio a pesar del rico potencial agrícola de nuestra tierra.
3.- Nuestra insatisfacción y sufrimiento ante la oscura perspectiva de futuro a la que aboca la situación de las negociaciones entre las empresas, los trabajadores y las autoridades.
4.- Muestra oposición a las acciones violentas cuya eficacia no responde a los objetivos legítimos y cuyos resultados puedan ocasionar irreparables perjuicios personales y el deterioro de la vida ciudadana.
5.- Nuestro convencimiento de que todos debemos asumir con imaginación, empeño y solidaridad la parte que a cada un corresponde en el proceso de pronta recuperación de nuestro pueblo, de modo que vuelva la ilusión y la esperanza al corazón de las personas, de las familias y de los pueblos.
Desde la fe en Jesucristo que nos urge a amar a los hermanos y a dedicar la mayor atención a los más débiles y desposeídos, queremos manifestar a quienes son víctimas de estos desórdenes y carencias, nuestro afecto y solidaridad. Por ellos y por sus familias elevamos nuestra súplica al Señor pidiendo justicia en las estructuras y comportamientos personales e institucionales, veracidad y honestidad en las informaciones, promesas y proyectos con que se pretende ofrecer una respuesta a los perjudicados, fortaleza y constancia para sobrellevar las pruebas inevitables que lleva consigo el proceso de la crisis especialmente difícil y duro para los trabajadores y sus familias.
La Iglesia Madre solícita y signo vivo de la voluntad de Dios Padre a favor de lso hombres, está a vuestro lado, hombres y mujeres del pueblo andaluz y ofrece aquello que es su riqueza: El amor y la esperanza que nace de la fe y que puede transformar el hombre y el mundo por la gracia de Jesucristo nuestro Señor.

Córdoba, 14 de abril de 1994.

Las responsabilidades morales ante la crisis y la huelga general. Nota de los Obispos de Andalucía

0

    La grave crisis económico-social que hace presa en estos momentos en toda la sociedad española y, con especial rigor, en los sectores humanos más desfavorecidos, sacude y conmueve nuestra conciencia de pastores de la Iglesia. Queremos hacer nuestro el sufrimiento de tantas personas y familias ,pobres y marginadas, en una región que, como Andalucía, añade a sus lacras endémicas el azote de esta situación.

La crisis en Andalucía
    Somos conscientes de que la crisis se encuadra en el marco más amplio, no sólo de España sino de la misma Comunidad Europea y de otros factores supranacionales. Pero nuestro caso presenta a todas luces unos síntomas propios, y por desgracia, de cariz desfavorable. Todos los diagnósticos señalan al paro como el exponente más desolador de la realidad que nos aflige. Según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística, referidos a nuestra Comunidad Autónoma, el desempleo afecta a una de cada tres personas en disposición de trabajar, frente a una de cada cinco de la media nacional.
    Añádase a esto el peligro que se cierne sobre muchos trabajadores y pequeñas y medianas empresas, amenazadas por su propia fragilidad y por la crisis del sector; la inseguridad y la precariedad en la que se debaten tantos jornaleros del campo; sin olvidar las dificultades y tragedias de muchos inmigrantes que nos llegan por tierras y costas andaluzas. Todo lo cual discurre en una región que, según los expertos en la materia, se ve crónicamente afectada por la dependencia energética y tecnológica, la insuficiente capacidad empresarial y una mano de obra de escaso nivel de formación.

El malestar social y la huelga
    Dentro de este contexto de dificultades y carencias, repercute con notable fuerza la ola de malestar que viene sintiendo, en los últimos meses, la conciencia colectiva del pueblo español. Fracasados los intentos de un pacto social, puestas ya en vigor o anunciadas por el Gobierno unas medidas muy severas de restricción de rentas laborales y de garantías del puesto mismo de trabajo, va creciendo el malestar social, incentivado por los malos ejemplos de corrupción pública y por las sospechas de que los costes de la crisis vuelvan a recaer sobre las espaldas más débiles de la colectividad social.
    De ese entramado confuso y preocupante, en el que no faltan componentes políticos de diferente signo, ha surgido la propuesta sindical de una huelga general, anunciada para el próximo 27 de enero. Estamos ante una acción reivindicativa del máximo alcance, con serias y graves repercusiones en la vida reivindicativa del máximo alcance, con serias y graves repercusiones en la vida nacional, que emplaza a todos los ciudadanos frente a su aceptación o su rechazo.

Actuar con criterio moral
    Antes de adoptar una u otra de esas dos opciones, que ambas caben, de suyo, dentro de la Constitución Española y de la Doctrina Social de la Iglesia, cada persona o grupo social deben situarse ante la propia conciencia, para juzgar las motivaciones de la huelga, valorar posibles logros o fracasos y asumir serenamente las propias responsabilidades.
    Recomendamos, como Pastores de la Iglesia, que la decisión personal sea ponderada, desapasionada y motivada por el bien común.
    Respetamos la libre determinación de nuestros fieles y de todos los ciudadanos, sea cual fuere en este caso su respuesta a la convocatoria. Nadie debe ser impedido de t Omar parte en la huelga, ni forzado a secundarla. Sin olvidar, en ningún caso, los linderos marcados por el respeto mutuo y la convivencia ciudadana.

Examen de conciencia colectivo
    Pero la huelga no lo es todo, ni tan siguiera lo principal, e n esta coyuntura crítica. Suelen ser precisamente estas situaciones las más propicias para una reflexión moral de hondo calado. Acostumbramos los hombres a proyectar sobre lo demás nuestras responsabilidades. ¿Cómo hemos llegado a semejante situación? Dejemos a los analistas económicos y políticos los dictámenes de su competencia. Asuman, desde luego sus responsabilidades los gobernantes, los políticos, los hombres de empresa, los sindicalistas y los medios de comunicación social. Cooperemos también los hombres de Iglesia con nuestra conducta responsable en la construcción moral de nuestro pueblo.
    Esta grave crisis y sus penosas consecuencias reclaman, si excepción, un sincero examen de conciencia, a todos los miembros de la comunidad ciudadana. D este examen no debemos excluirnos nadie: ni los ejecutivos de empresas, ni los graduados de todas las carreras, ni los funcionarios públicos, ni los enseñantes, ni los empleados del sector servicios, ni los trabajadores de la construcción y de la agricultura… ¿Quién tirará la primera piedra? Todos los sectores necesitamos mejorar nuestros comportamientos personales, profesionales y sociales. Antes que económica y política es ésta una crisis moral, una crisis de valores.

Solidarios con las víctimas
    La regeneración moral de nuestra sociedad, en sus dirigentes y en sus miembros, debe iniciarse con un comportamiento solidario con las víctimas de esta situación, aún en el caso de que ellas mismas tuvieran parte en la causa del fenómeno. Búsquense para ello unas fórmulas que no maleduquen a nadie ni produzcan agravios comparativos.
    Los creyentes no debemos aceptar los planteamientos fatalistas de quienes piensan que estas situaciones de injusticia son irreversibles. Los cristianos creemos que Jesucristo ha vencido el odio, la injusticia y la misma muerte. Y a quienes nos acercamos a Él con fe se nos da su Espíritu, como fuerza de dios que mantiene nuestra esperanza y nuestra acción.

Córdoba, 11 de enero de 1994.

Introducción pastoral de los Obispos del Sur de España. Reflexión cristiana sobre la vida municipal

0

I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. Razones de este escrito
    En diferentes ocasiones los Obispos del Sur de España hemos hablado a los miembros de nuestras Iglesias sobre las exigencias de la vida cristiana respecto de nuestras actuaciones dentro del campo social y aun político (1).
    En este escrito proponemos algunas consideraciones que pueden ser útiles para enriquecer la reflexión previa a nuestras decisiones en las próximas elecciones municipales.
    Mirando más allá de estos momentos electorales, querríamos también contribuir a la maduración política de nuestro pueblo y a la consolidación de nuestras instituciones democráticas, desde la vertiente concreta de nuestro ministerio religioso y moral: “en esta hora histórica hemos de sentir todos, y particularmente los que nos sentimos y confesamos cristianos, la grave responsabilidad de tomar en nuestras manos nuestro propio destino” (2).
    Como todos los ciudadanos, los cristianos debemos participar activamente en la vida social y pública, buscando ante todo el bien común de cuantos formamos una misma unidad social. Pero fuerza es reconocer que todavía no hemos alcanzado la claridad y la experiencia suficiente como para saber ejercer los derechos civiles en consonancia con nuestras especiales convicciones de fe y con los criterios morales que deben inspirar en todos los órdenes nuestra vida personal, comunitaria y pública.
    Cuanto hacemos los hombres desde nuestra libertad personal tiene una dimensión moral que nadie puede desconocer. Las acciones cívicas y políticas, y desde luego las que ejerceros en la vida municipal, tienen también esta dimensión moral que los cristianos debemos iluminar con los principios del Evangelio, formulados en nuestro tiempo por la doctrina social de la Iglesia.

2. Importancia de la vida municipal
    Entre todos los niveles de la vida política, las instituciones municipales son las que tienen un carácter más directamente humano y personal. La vida municipal es el ámbito inmediato en el que las familias, los hombres y mujeres, desarrollarnos nuestra vida. El pueblo o la ciudad, y a veces el barrio, son los lugares reales de la convivencia, de las relaciones humanas directas, del trabajo y del descanso, de la salud y de la enfermedad, de la vida y de la muerte.
    El pueblo o la ciudad no se reducen a un simple territorio, ni el municipio que los representa ha de limitarse a unas formalidades oficiales y burocráticas. Lo que de verdad constituye la substancia de la convivencia ciudadana y municipal es el conjunto de relaciones entre los vecinos, la solidaridad y la confianza, los vínculos éticos de apoyo y benevolencia, el respaldo que nos damos unos a otros para desarrollar nuestra vida en un clima de libertad, de respeto mutuo, de justicia y de paz.
    Ahora bien, este tejido de relaciones habrá de ser la obra de todos, y es tarea de la autoridad municipal favorecer el empeño común, promoviendo los cauces necesarios y proporcionando los medios indispensables para ello, cuidando de evitar un afán de protagonismo que sustituya o desplace la libre participación y las iniciativas útiles de los ciudadanos.
    Es obligado reconocer que, hablando en términos generales, el sistema democrático ha reactivado la vida e nuestros municipios y los frutos de su gestión en los últimos años están a la vista por todas partes. Con mayor o menor acierto y rapidez, están mejorando los servicios sociales de nuestros pueblos y ciudades; viejos problemas endémicos van encontrando poco a poco soluciones realistas y justas.
    Ahora bien, el servicio del pueblo y nuestra propia honestidad nos obliga a decir también que falta todavía mucho por hacer en este campo. Los desniveles de servicios entre la ciudad y el campo siguen siendo aún demasiado grandes, los medios de vida y las posibilidades de desarrollo integral son en algunas partes harto deficientes; e importantes problemas de convivencia, como la seguridad ciudadana y la calidad de vida, la oferta de viviendas sociales y los servicios de sanidad, así como también la lucha efectiva contra las causas de la pobreza y la marginación en algunas zonas o barrios esperan todavía soluciones más efectivas.
    Los cristianos hemos de tener la suficiente sensibilidad social para dar a conocer las necesidades más urgentes del barrio, de nuestro pueblo o ciudad. Todo ello hay que tenerlo en cuenta a la hora de dar nuestro voto apoyando a quienes nos ofrezcan mayores garantías profesionales y morales de que sabrán abordar de verdad lo que consideramos más importante para el bien común, teniendo especialmente en cuenta las conveniencias de los más débiles y necesitados.

3. Las carencias del mundo rural
    Cuanto aquí decimos tiene especial importancia y urgencia en las poblaciones rurales, y concretamente en Andalucía, como resultado de las duras condiciones materiales y espirituales en las que han vivido durante siglos. Todavía no se han desarrollado suficientemente los hábitos de participación activa, crítica y solidaria.
    Los habitantes de los núcleos rurales, si bien tienen más estrechos vínculos de convivencia y de mutuo conocimiento, sin embargo por su modesto nivel cultural están más necesitados de una mayor lucidez de conciencia acerca de sus verdaderos derechos y hasta de sus necesidades más urgentes. De ahí que una visión política demasiado estrecha e interesada busque con frecuencia proyectarse en realizaciones ostentosas que atraigan la opinión de forma inmediata, pero que a la larga no suponen ninguna mejora de fondo para el pueblo. A veces también se gasta demasiado en fiestas o celebraciones y no se atienden suficientemente otras necesidades más decisivas, como, por ejemplo, las comunicaciones comarcales, los aspectos higiénicos y estéticos de la vida, los servicios sanitarios o culturales, por no hablar de la creación de puestos de trabajo a partir de las posibilidades de cada tierra y de cada lugar.
    Entendemos que cuantos tenernos responsabilidades en la Iglesia podemos desempeñar en todo esto un gran papel, ayudando a las gentes de los pueblos y ciudades a adquirir la madurez cívica y política esté a la altura de sus problemas e intereses. Ya en 1986 insistíamos en la necesidad de que los cristianos, tanto en la ciudad como en los pueblos, se esfuercen por adquirir una formación adulta y consciente que ponga de relieve de modo sistemático la dimensión social de la vocación cristiana y, en particular, su responsabilidad en la promoción integral y colectiva del hombre. (3)

II. APLICACIONES PRÁCTICAS DE MAYOR INTERÉS
    Por eso, con el mejor deseo de colaborar, desde el ejercicio de nuestra misión pastoral, al desarrollo de esta conciencia ciudadana entre los cristianos, queremos indicar algunos puntos concretos que nos parecen de especial interés.
    Al hacerlo nos dirigimos en primer lugar a los fieles de nuestras comunidades que se plantean seriamente actuar en la vida municipal movidos por sus convicciones religiosas y morales. Y, porque estamos convencidos de que los valores cristianos resultan útiles y provechosos para toda la sociedad, nos dirigimos también a cuantos quieran acoger nuestras palabras con atención y buena voluntad.

1. Fomentar actitudes de gratuidad y solidaridad.
    En el momento presente se nos muestra como especialmente necesario fomentar a fondo en nuestra sociedad sentimientos y actitudes de generosidad y altruismo, resaltando la dimensión gratuita del amor y la solidaridad en las relaciones humanas, sobrepasando la búsqueda de intereses inmediatos, aunque éstos puedan ser legítimos.
    Como cristianos sabemos muy bien que la vida es un don que crece en calidad a medida que se da y se comunica generosamente. De ahí que sea hoy más necesario que nunca que la cultura y el desarrollo de nuestro pueblo sirva para fomentar en nuestra convivencia tesoros tan importantes como la confianza, la amistad, la comunicación fácil, la ayuda sincera y desinteresada, cara a cara, de puerta a puerta y de corazón a corazón.

2. Participar en las instituciones ciudadanas.
    Este mismo espíritu de solidaridad ha de movernos a participar en las instituciones cuya labor incide sobre la vida común, por medio de las cuales podemos hacer llegar a los demás los frutos de nuestra solidaridad.
    Todos los ciudadanos, en virtud de sus propios ideales morales y solidarios deberían interesarse por favorecer el bien común de toda la población en que viven. Los cristianos deberíamos sentir como especial exigencia esta llamada al servicio del bien común desde las instituciones públicas. La caridad fraterna y la solidaridad se pueden ejercer con mucho fruto participando en las entidades y asociaciones locales que intervienen en el ordenamiento de la vida municipal y social. Para ello hemos de esforzarnos en conocer bien la doctrina social cristiana y adquirir una buena capacitación técnica y profesional.
    En el campo de sus decisiones y actuaciones civiles los cristianos, individualmente o asociados, actúan bajo se propia responsabilidad, pues en estas cuestiones “a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia” (4).

3. Fomentar el asociacionismo.
    Puede ser que para hacerse presentes en las instituciones municipales sea preciso crear o favorecer nuevos grupos organizados de personas que compartan unos principios comunes y coincidan, siquiera sea genéricamente, en los procedimientos y objetivos más importantes.
    Como los demás ciudadanos, los cristianos han de sentirse libres, no sólo para participar en las asociaciones ya existentes de carácter común, sino también para promover otras que tengan más en cuenta la inspiración cristiana de sus objetivos y procedimientos, según lo que ellos mismos juzguen más conveniente. En cualquier caso estas asociaciones deben regirse por las leyes vigentes, siguiendo los procedimientos propios de una sociedad democrática que respeta las libertades civiles de los ciudadanos, incluida la libertad religiosa en todas sus manifestaciones y consecuencias. Esta es la doctrina que hemos expuesto ya en otros lugares de acuerdo con las enseñanzas comunes de la Iglesia (5).

4. Difundir el verdadero sentido de a la autoridad.
    La autoridad legítimamente constituida merece la aceptación y el apoyo de los ciudadanos. El bien común de la sociedad y el bien mismo de las familias y de las personas concretas exige que los ciudadanos acepten con respeto y buena disposición las decisiones correctamente adoptadas por la autoridad legítima. Una sociedad democrática no puede funcionar bien ni progresar si falta el necesario respeto y la indispensable confianza de los ciudadanos en las instituciones y en las personas que las encarnan. Esto es especialmente verdadero en el caso concreto de los municipios por el realismo y la cercanía al bien de los vecinos de los asuntos que se tratan en la vida municipal.
    Una característica de los cristianos ha de ser la de difundir, con su palabra y su conducta, el concepto auténtico de la autoridad como verdadero servicio al bien común. El ejemplo y la doctrina de Cristo nos induce a considerar la autoridad como un servicio que respeta y promueve sinceramente el bien de los demás, sin privilegiar a los que están más cerca ni buscar directamente el beneficio político, y menos el económico de las personas o de los grupos que gobiernan.
    La actividad municipal tiene por objeto servir a los fines comunes de la población de forma directa en los aspectos de la vida más inmediatos, cotidianos y concretos. Quienes ejercen la autoridad y administran los recursos públicos han de responder a las legítimas necesidades comunes, asegurando las condiciones de una vida tranquila, segura, digna, con calidad material y moral, en justicia y libertad, sin discriminaciones, con especial atención a los más necesitados.
    Se establece así una relación de interdependencia entre el ciudadano y quienes ejercen la autoridad municipal. El ciudadano debe saber que las instituciones municipales están al servicio de los legítimos intereses comunes, y debe ser capaz de estimular y controlar el buen funcionamiento de las instituciones públicas mediante procedimientos adecuados y correctos, que respeten el papel y la competencia de las propias instituciones sin perjudicar a los intereses legítimos del resto de la población. Hay aquí un campo inmenso de aprendizaje y entrenamiento para enriquecer y consolidar la vida democrática de los municipios en beneficio de la calidad real e integral de la vida concreta de las familias y personas que vivimos en ellos.

5. Respetar el protagonismo social.
En esta relación mutua entre autoridad y sociedad, es importante destacar que el principal protagonismo corresponde a la sociedad, a las necesidades e iniciativas de los ciudadanos, en materia de cultura y de valores de convivencia, en la prioridad de sus necesidades, en el mantenimiento de las propias tradiciones.
    Es cierto que en el ejercicio de sus funciones, la autoridad ha de procurar suplir las deficiencias de la iniciativa social y distribuir los servicios y los beneficios de la convivencia a favor de los más necesitados. Pero esta función habrá de cumplirse de manera que los ciudadanos, en la medida que se vayan capacitando, puedan tomar las iniciativas y ser cada día más activos, respaldados y ayudados por los recursos comunes que administra la autoridad, sin que las instituciones sociales necesiten estar siempre dirigidas desde las mismas instituciones públicas.
    Un modelo de administración municipal muy intervencionista, aunque en un primer momento parezca más favorecedor del pueblo, encierra una visión negativa de las posibilidades de actuación de los ciudadanos, multiplica los gastos más de lo necesario y acaba empobreciendo el desarrollo popular ya la maduración civil y democrática de los pueblos.

6. Atender a las necesidades de los jóvenes.
    Todos estamos de acuerdo en reconocer las dificultades que encuentran los jóvenes para orientarse personalmente y abrirse camino en una sociedad tan compleja y competitiva como la nuestra: Necesitan ellos una especial comprensión y apoyo por parte del resto de la sociedad. Pensamos que en este orden de cosas es mucho lo que puede hacerse desde el plano de la vida municipal.
    Hemos, pues, de preguntarnos: ¿Qué ayudas son las que verdaderamente necesitan los jóvenes para superar sus problemas y abrirse camino hacia una vida adulta suficientemente atrayente y satisfactoria, en el ámbito profesional, económico y cultural, personal y familiar? No siempre las ofertas que se hacen a la juventud tienen suficientemente en cuenta estas necesidades básicas. Es éste uno de los campos al que la Iglesia misma, desde su misión propia, se siente siempre, y hoy más que nunca, llamada a prestar la mayor atención y las mayores ayudas posibles, para cooperar con las familias y la sociedad a la maduración de la personalidad de los jóvenes y de su sentido de responsabilidad social.
    Está sobradamente justificado que las autoridades civiles, desde los diversos niveles de la Administración, faciliten a los jóvenes la adquisición y el ejercicio de una vida cultural auténtica que les sitúe al mismo nivel de preparación personal que el de sus compañeros urbanos o rurales de Europa; necesitan instalaciones deportivas y sanitarias; necesitan con urgencia ayudas para iniciar con su propio esfuerzo aquellos trabajos y empresas productivas que mejoren su situación y la de sus pueblos o ciudades. Y todo esto ha de hacerse con amplitud de miras, sin excluir a nadie, favoreciendo, si acaso, a los más necesitados, a o a las instituciones que hayan demostrado mayor capacidad de servicio y de rendimiento.

7. Proteger la familia.
    La Iglesia, consciente del valor decisivo de la familia, se esfuerza, dentro de sus posibilidades, por fortalecerla interiormente, respaldarla en su labor educativa y capacitarla para el testimonio de una vdia cristiana y social ejemplar.
    Constituiría un suicidio para nuestra sociedad que ésta volviera la espalda a la familia, favoreciendo la promiscuidad sexual y la multiplicación de uniones superficiales e inestables entre los jóvenes.
    El compromiso matrimonial es la mejor oportunidad matrimonial es la mejor oportunidad de maduración humana para la mayoría de las personas, hombres y mujeres. La maternidad y paternidad potencian las mejores cualidades del hombre y de la mujer. Los hijos necesitan crecer en el clima acogedor de una familia estable y unida. Todo se comprueba por contraste con los hechos, viviendo de cerca, en los barrios y en los pueblos, la realidad concreta de la drogadicción, de la delincuencia juvenil y hasta de los fracasos escolares y profesionales.
    Las autoridades municipales pueden favorecer mucho el óptimo clima familiar en la vida de los vecinos. Hay muchas iniciativas educativas que preparan a los jóvenes para plantear con humanidad su vida familiar. Todo aquello que favorece la creación de trabajo local, y no simplemente la subvención del paro, favorece igualmente el dinamismo familiar de la población juvenil. Resulta también indispensable una buena política de vivienda que facilite suelos edificables, urbanización holgada y agradable, sin ceder a las presiones de los especuladores, de modo que se puedan ofrecer viviendas populares en buenas condiciones económicas, con la colaboración laboral, si fuere preciso, de los mismos jóvenes.
    En este campo, como en tantos otros, la iglesia, la actuación pastoral de los sacerdotes, la actividad de las asociaciones parroquiales, suponen una colaboración complementaria insustituible en el nivel profundo de las motivaciones morales, de las actitudes personales y de las relaciones humanas.

8. Luchar contra las causas de la pobreza y la marginación.
    La caridad fraterna nos lleva a los cristianos a valorar la política y la acción pública en general como un medio indispensable para modificar aquellas situaciones sociales que actúan como causas de pobreza, perpetuadoras de la marginación, así como a favorecer la inserción social y la promoción integral de los menos favorecidos.
    Persisten todavía entre nosotros situaciones graves de pobreza y marginación que requieren soluciones profundas. Todos los ciudadanos con el ejercicio del voto, con el control de las acciones de gobierno, con la fuerza de una opinión pública de calidad, con iniciativas sociales dignas del apoyo municipal, hemos de intentar que estas lacras de nuestros pueblos y ciudades desaparezcan de una vez para siempre.
    La delincuencia juvenil y casi infantil, la droga, las familias marginadas, sin documentación, sin trabajo y sin cultura, no son situaciones irremediables a las que tengamos que resignarnos. Todo es lo podemos superar, como de hecho lo han superado ya en otras muchas sociedades.
    En este breve recuento de necesidades urgentes, no pueden quedar fuera los inmigrantes que llegan hasta nosotros para huir del hambre y de la miseria de sus países de origen. En otros tiempos, e incluso ahora mismo, algunos hijos de esta tierra se desplazaban en gran número y aún se siguen desplazando a otros lugares para poder sobrevivir. En nuestras ciudades y pueblos urge establecer centros públicos de acogida, donde estas personas encuentren cama y comida, información y ayuda para legalizar su situación e iniciar una vida laboral honesta y justamente retribuida.
    Los cristianos debemos influir en el desarrollo de una política municipal más humanitaria que dignifique nuestras ciudades y pueblos, alivie el dolor de nuestros hermanos y, al mismo tiempo inculque ideales de humanidad a nuestros jóvenes, sin dejar por ello de hacerlo directamente, por un imperativo de amor fraterno de nuestras mismas comunidades.
    Hacemos también una invitación a la austeridad. Ante las necesidades urgentes de nuestro mundo rural y de nuestras ciudades, es necesario que los sectores sociales más pudientes adopten actitudes de austeridad. Esto puede aplicarse a diversos aspectos de la vida municipal: por ejemplo, a la sobriedad en la ornamentación de edificios públicos a cargo de los municipios, a la ejemplaridad en la fijación de sueldos y gratificaciones a los titulares de cargos municipales, a la búsqueda de formas de compensación entre municipios de grandes ingresos y municipios carentes de ellos.

CONCLUSIÓN
    Estamos seguros de que estas reflexiones no son completas. Tampoco lo hemos pretendido. Por otra parte lo que la religión y la moral pueden aportar a la vida social de las ciudades y municipios no pueden ser soluciones acabadas. La religión y la moral de Jesucristo aportan actitudes, objetivos, elementos de juicio y motivaciones generosas para actuar, asistidos con el poder de su gracia. Lo demás es fruto de la preparación profesional, de los trabajos técnicos, de las valoraciones y decisiones políticas de cada grupo o de cada persona. En nada de esto hemos querido entrar porque sabemos bien que no es de nuestra incumbencia pastoral.
    Estimamos y agradecemos lo que han hecho y hagan en el futuro todos los ciudadanos de buena voluntad, sean o no creyentes. Los cristianos queremos participar intensamente en ello junto con todos los demás. Podemos aportar recursos personales, ideas, capacidades, iniciativas capaces de mejorar la vida de los demás , con ánimo desinteresado y solidario. Nadie debería ir por delante de los cristianos a la hora de contribuir personal y colectivamente a elevar las condiciones de la vida social y comunitaria en un campo tan personal y directo como es la vida municipal.
    Entre otras cosas, los cristianos podemos aportar la convicción de que la calidad de vida de nuestros municipios va más allá de los objetivos económicos y materiales. Deberíamos ser capaces de demostrar que el respeto a la ley moral en general es necesario para conseguir un desarrollo integral de la vida social y garantizar el verdadero bienestar de la población.
    Deseamos que las exigencias sociales de la fe cristiana inspiren cada día más la conciencia de los cristianos, forjando actitudes de participación solidaria en la vida pública, y actuando desde dentro de las instituciones con justicia y verdad, con honestidad en la administración de los fondos públicos y con apertura a las verdaderas necesidades de los ciudadanos. Todo ello sería a la vez resultado y comprobación de una vida cristiana sincera y renovada, como queremos que sea la vida de nuestras parroquias, de las familias, de las asociaciones y de los fieles cristianos de Andalucía.

Úbeda, 16 de Abril de 1991, Año del IV centenario de la muerte de San Juan de la Cruz.

* José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada
* Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
* Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada
* Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva
* José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba
* Antonio Montero Moreno, Obispo de Badajoz
* Antonio Dorado Soto, Obispo de Cádiz-Ceuta
* Javier Azagra Labiano, Obispo de Cartagena (Murcia)
* Ramón Buxarráis ventura, Obispo de Málaga
* Rafael Bellido Caro, Obispo de Jérez
* Ignacio Noguer Carmona, Obispo Coadjutor de Huelva y Administrador Apostólico de Guadix-Baza
* Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería
* Santiago García Aracil, Obispo de Jaén

Exhortación Pastoral Colectiva de los Obispos del Sur de España. IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz

0

1. INTRODUCCIÓN
    A partir del 14 de Diciembre y durante un año, celebraremos el IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz.
    Aclamado como doctor místico por cuantos conocían el valor literario, teológico, pedagógico y místico de sus obras, Juan de la Cruz, nacido probablemente en 1542 en la castellana ciudad de Fontiveros (Ávila), tomó el hábito del Carme en Medina del Campo en el año 1563, murió en Úbeda, de donde, en expresión suya, pasó a “cantar maitines al cielo” en 1591; y fue canonizado por Benedicto XIII en 1726. El Papa Pío XI le declaró Doctor de la Iglesia el 24 de Agosto de 1926 y fue proclamado patrono de los poetas españoles en el año 1952.

2. LA PROCLAMACIÓN DE UN SANTO EN LA IGLESIA
    Cuando la Iglesia proclama las virtudes probadas y la glorificación eterna de un hijo suyo, manifiesta solemnemente el gozo por el triunfo de la Redención de Jesucristo que se reconoce definitivamente salvadora en los hombres y mujeres declarados Santos.
    Al disponemos a celebrar este año sanjuanista demos gracias a Dios que “nos ha hecho dignos de compartir la herencia de los santos en la luz”  ; y pidámosle que nos dé pleno conocimiento de su designio, con todo el sabe e inteligencia que procura el Espíritu. Así viviremos como el Señor se merece, agradándole en todo, dando fruto creciente en toda buena actividad .

3. EL CULTO A LOS SANTOS
    Al proclamar el culto a los Santos, la Iglesia nos invita a vivir, de un modo singular, la comunión eclesial, gozando de su poderosa intercesión ante el Señor especialmente en aquellos aspectos en que sobresalió cada uno de los Santos. Dios es nuestro Creador y Padre; nos ha redimido por el sacrificio obediente de su Hijo Jesucristo nuestro Señor y nos llena con su gracia, según nuestra libre aceptación, por el Espíritu Santo que anima la vida de la Iglesia y de los cristianos.
    La intercesión de San Juan de la Cruz tiene hoy para nosotros una singular importancia según nos dice el Papa Juan Pablo II, gran conocedor del Santo doctor de la Iglesia: “Al hombre de hoy, angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico, quizás, ante las mediaciones e la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a la búsqueda honesta que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre.” .
    Nosotros ante la urgencia de una nueva evangelización, persuadidos de que la luz de la fe abre horizontes que dan sentido y orientación a la ciencia y a la experiencia humanas, debemos pedir a Dios, por intercesión del Santo Carmelita y maestro espiritual, que abra nuestro corazón y el de todos los hombres a la luz, la Verdad y la fuerza de la Vida que es Cristo.
    Bien supo San Juan de la Cruz de esta adhesión a Jesucristo, cuando nos presenta a Dios diciendo en sus escritos: “Él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual ya os he hablado, respondido, manifestado y revelado, dándosele por Hermano, Compañero y Maestro, Precio y Premio.”

4. SAN JUAN DE LA CRUZ, DOCTOR DE LA IGLESIA
    En los años posteriores al Concilio Vaticano II, se han visto multiplicadas las ediciones de sus escritos en diversos idiomas. Su vida y su obra, conocidas por lectores y estudiosos de muy diversa procedencia, son claro testimonio de la generosa gallardía y la grandeza de alma que se fragua en la entrega creyente el esfuerzo de la ascesis religiosa y la contemplación amorosa del misterio de Dios. Así nos lo dice él mismo: “Y si lo queréis oír –consiste ésta suma sciencia– en un subido sentir de la divina de la divinal esencia.”
    La profunda sabiduría mística que el Santo Carmelita describe como “quedar no entendiendo, toda sciencia trascendiendo” , y que él reconoce obra de la “clemencia divina”, brota a la vez de su mente sutil y de su corazón ardiente en “llama de amor viva” que transforma en experiencia mística, tanto la reflexión teológica, como el dolor de la prisión, la aspereza de la soledad y la incomprensión, el consejo espiritual y la oración entretenida en los bellos parajes que se le brindan en sus abundantes desplazamientos por los monasterios de su propia orden y por los que ha de visitar para la orientación espiritual de las Monjas Carmelitas Descalzas que fundara Santa Teresa de Ávila.
    Su obra en poesía y prosa, no demasiado abundante, es un tesoro de incalculable profundidad que bien puede tomarse como fuente de sabiduría a lo divino y como apoyo en el camino sencillo de la fidelidad cotidiana para quien “no de esperanza falto, quiera volar tan alto, tan alto que le di a la caza alacance” .
    “El Santo de Fontiveros es el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios. Sus escritos siguen siendo tan actuales y, en cierto modo, explican y complementan los libros de Santa Teresa de Jesús.”

5. EL SANTO PATRONO DE LOS POETAS
    Como precioso instrumento que realzó el testimonio de su experiencia cristiana, destaca su valor poético, gloria de las letras españolas y elemento constitutivo de nuestra más alta cultura. San Juan de la Cruz, hombre cristiano y culto hasta la santidad y la cumbre de las letras, será imagen señera y signo elocuente de la dignificación integral del hombre a que lleva la vida profunda de la fe y la valoración y cultivo de los dones y capacidades humanas recibidas de Dios. En San Juan de la Cruz, el, así llamado, Diálogo fe–cultura alcanzó a la integración plena entre la cultura y la fe. La cultura fue en él ayuda para vivir la dimensión estética de la fe desde su espíritu cultivado. Y la fe se constituyó en vivencia tan sublime que estimuló la creatividad poética para que la cantara adecuadamente el hombre Santo.

6. ANDALUCÍA, TIERRA DE SAN JUAN DE LA CRUZ
    Ávila, Toledo, Granada, Baeza, Beas de Segura y Úbeda, entre otros lugares, fueron testigos de sus meditaciones y ansias divinas y pupitre de sus preciosos escritos. La grandeza y universalidad del “Santico Fray Juan”, como le llamara Santa Teresa, impide reducir su identidad, asociándole a una sola provincia española. Pero sin demasiado esfuerzo puede concluirse de su biografía que la tierra más vinculada a su figura y a su obra, después de aquella que le vio nacer e iniciar su camino de entrega religiosa, es Andalucía.
    Alguien ha dicho que Andalucía fue su escritorio; en varias de sus provincias, y muy especialmente Granada y Jaén, dejó San Juan de la Cruz la huella de su santidad, viva hoy todavía con mayor fuerza en el recuerdo y el afecto de los andaluces vinculados a los lugares que visitó y que fueron sus residencia conventual.
    Por nuestra geografía, comenzando a escribir en unos lugares y concluyendo en otros, va componiendo sus escritos más significativos.
    Con mo
tivo de esta celebración centenaria, importa mucho a los cristianos de Andalucía conocer y dar a conocer la obra del Santo como un maravilloso servicio de corresponsabilidad en la orientación evangélica de los hermanos, puesto que el mismo San Juan de la Cruz afirma en el prólogo de Dichos de luz y amor, que “escribe para quitar por ventura delante ofendículos y tropiezos a muchas almas que tropiezan no sabiendo, y no sabiendo van errando, pensando que aciertan en lo que es seguir a tu dulcísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y hacerse semejantes a Él en la vida, condiciones y virtudes, y en la forma de la desnudez y pureza de su espíritu”.

7. UNA PREDICACIÓN EVANGÉLICA Y ECLESIAL
    San Juan de la Cruz, es un apóstol incansable del acercamiento a Cristo. Pero su doctrina es al mismo tiempo una insistente orientación del creyente hacia el amor y vinculación a la Iglesia, en la que se hace presente el Misterio, la Vida y la obra salvífica de Cristo, como el Papa Juan Pablo II subraya en su alocución sobre el Santo en Segovia: “El Doctor de la fe no se olvida de puntualizar que ha Cristo lo encontramos en la Iglesia, Esposa y Madre: y en su magisterio encontramos la norma próxima y segura de la fe, la medicina de nuestras heridas, la fuente de Gracia: Y así, escribe el Santo, en todo nos hemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de la Iglesia y sus ministros humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía”.

8. UN ESTÍMULO Y ORIENTACIÓN PARA EL HOMBRE DE HOY
    La significación esencial de un santo, cualquiera que sea, se constituye en estímulo y orientación para los hombres de todos los tiempos. La razón es muy sencilla: al ser declarado santo por la Iglesia, es presentado a los cristianos y al mundo como hombre que amó a Dios sobre todas las cosas y que, en lucha con las propias limitaciones y concupiscencias, permitió que triunfara en él la misericordia providente y salvífica de Cristo Redentor, siendo testigo del Evangelio ante el mundo y miembro vivo de la Iglesia comprometido en la salvación del mundo.
    Pero cada santo, por los peculiares acentos de su personalidad, goza de una simpatía especial para determinado tiempo o circunstancia histórica.
    San Juan de la Cruz, hombre de profunda contemplación y de reconocida elevación mística alcanzadas no en la apacible soledad de un claustro, sino en la esforzada y rica actividad del escritor, del consejero, del caminante y del gobernante en su propia orden se constituye en estímulo y orientación absorbente y acosado por la velocidad de la vida moderna. San Juan nos da la preciosa lección de que en medio de la mayor movilidad, atravesando los caminos del mundo y sufriendo sus difíciles embates, puede vencerse la extroversión descontrolada y alcanzarse la unidad de sí mismo, la delicada comprensión y servicio del hombre, y la intimidad con dios “estándose amando en el amado”.

9. UNA LLAMADA ESPECIAL A LOS JÓVENES
    Desde esta consideración que puede ayudar al hombre del siglo XXI, ya próximo, a valorar y aprovechar el mensaje implícito en la santidad de Juan de la Cruz, queremos hacer una llamada especial a los jóvenes de nuestro tiempo. Mirad el alma inquieta que anida en este hombre pequeño de cuerpo y que murió en edad todavía lejana a los años de ancianidad. Vibraba en su alma el ansia fuerte de encontrar a Cristo amado. “En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, ¡Oh dichosa ventura! Salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada.”
    Y salió y salía siempre en busca del amado sintiendo el corazón herido por su ausencia, de modo que por no tener “aquel que yo más quiero”, nos dice, “adolezco, peno y muero.”
    Por eso, “buscando mis amores –sigue diciendo en preciosa lección para quien entiende el lenguaje del amor y quiere encontrar el amor de Dios– iré por esos montes y riberas, ni cogeré la flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras.”
    Los jóvenes que pueden construir una sociedad mejor, son precisamente los que en la búsqueda enamorada de la Verdad, y aceptando que Cristo es la Verdad y la Vida, no se arredran ante fuertes y fronteras. El joven que vive apoyado en la fe y la esperanza cristianas, ni se entretiene en el placer de flores efímeras ni teme el embate de las fieras. Tiene en su corazón como llamada a la confianza en el Señor, la definitiva afirmación de Cristo: “No temáis: yo he vencido al mundo”

10. LA NATURALEZA, HUELLA DE DIOS Y CAMINO HACIA ÉL
    Es necesario considerar otra cualidad de notable importancia en el Santo Carmelita y de clara ejemplaridad para un mundo sensibilizado por el valor de la naturaleza y su ejemplar contemplación de la huella de Dios presente en ella. En su búsqueda amorosa del Creador y Redentor, pregunta a los “bosques y espesuras” y al “prado de verduras de flores esmaltado” si acaso por ellos ha pasado. Y en preciosa valoración de lo creado pone en la imaginaria voz de las criaturas esta respuesta que habla por sí misma: “Mil gracias derramando –pasó por estos sotos con presura– y, yéndose mirando, con sola su figura –vestidos los dejó de su hermosura.”

11. NUESTRA INVITACIÓN, COMO OBISPOS
    Al dirigirnos a todos los cristianos de las diócesis andaluzas en esta carta colectiva, los Obispos de las provincias eclesiásticas de Sevilla y Granada queremos invitaros a contemplar con atención el acontecimiento que providencialmente nos es concedido vivir con motivo del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz. Compartiendo el gozo de poder contar al Santo Carmelita entre los miembros preclaros de nuestro pueblo por su residencia y obra apostólica, demos gracias a Dios que, a través suyo, nos ha enriquecido con abundante gracia de magisterio y estímulo sobrenaturales. Sintamos la responsabilidad de compartir gratis lo que gratis hemos recibido. Apoyados en el Bautismo que nos hace hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y enriquecidos en la Eucaristía por la que Dios mismo habita en nosotros, vayamos decididos a cumplir con el encargo de hace discípulos de Cristo, según el carisma que a cada uno le ha sido concedido para el Servicio que la Iglesia debe ofrecer al mundo.
    Llenos de gozo y unidos a la Santísima Virgen en la consideración de las maravillas que el Todopoderoso obra constantemente entre nosotros, abramos cada vez más nuestro espíritu a la esperanza, entregados generosamente al cumplimiento de la voluntad salvífica de “Aquel que nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su hijo querido, por quien obtenemos la redención, el perdón de los pecados.”

12. LAS CONSIGNAS SNJUANISTAS DE JUAN PABLO II
    Queremos terminar esta exhortación haciendo nuestras, especialmente para vosotros, las consignas que Juan Pablo II ofreció a los españoles como propias de San Juan de la Cruz y a las que considera de alcance universal:+
    Clarividencia en
la inteligencia para vivir la fe:
“Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por lo tanto, sólo Dios es digno de él”
    Valentía en la voluntad para ejercitar la caridad:
“Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”
    Una fe sólida e ilusionada, que mueva constantemente a amar de vera a Dios y al hombre; porque al final de la vida
“a la tarde te examinarán en el amor”

13. EXHORTACION FINAL
    Os invitamos con especial interés a celebrar intensamente este IV Centenario de San Juan de la Cruz participando según vuestras posibilidades en los actos conmemorativos de esta gozosa efemérides y procurando que a todos llegue la noticia y el ejemplo de San Juan de la Cruz.

    Con nuestra bendición pastoral.

14 de Diciembre de 1990

* José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada
* Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
* Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada
* Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva
* José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba
* Antonio Montero Moreno, Obispo de Badajoz
* Antonio Dorado Soto, Obispo de Cádiz–Ceuta
* Javier Azagra Labiano, Obispo de Cartagena–Murcia
* Ramón Buxarrais Ventura, Obispo de Málaga
* Rafael Bellido Caro, Obispo de Jerez
* Ignacio Noguer Carmona, Obispo Coadjutor de Huelva y Administrador Apostólico de Guadix–Baza
* Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería
* Santiago García Aracil, Obispo de Jaén

Andalucía vive su encrucijada. Nota Pastoral de los Obispos del Sur de España

0

    Hace poco celebrábamos el décimo aniversario de la Autonomía andaluza, de una parte con alegre fiesta y de otra con sincera inquietud por nuestra región, que siente todavía en su carne muchas necesidades.
    Como Obispos de Andalucía, nos alegra todo lo positivo conseguido en estos diez años, en los que se han recuperado nuestras señas de identidad que mantienen vivo un espíritu colectivo y hacen posible el común esfuerzo por el progreso humano y espiritual de nuestro pueblo.

Todavía queda mucho por hacer
    Queda, no obstante, mucho por hacer. El desarrollo de ciudades y pueblos – sobre todo los que viven del campo y de la pesca – así como del bienestar y de los valores esenciales no avanzan en proporción a las exigencias del bien común. La cultura, el trabajo, el nivel económico, los bienes y servicios colectivos necesarios para la prosperidad común no han crecido en igual medida para todos.
    Junto a reales avances en materia de escolarización, hay que reconocer la ausencia de una colaboración más estrecha entre padres y educadores, autoridades y familias. No basta la sola instrucción intelectual si al mismo tiempo no se educa el corazón y la voluntad a las verdaderas virtudes humanas y sociales. Urge revisar a fondo el problema que plantea la educación de tanos jóvenes, dotados con evidentes capacidades, que se ven destinados al paro y a la frustración, que se sienten fascinados por una sociedad consumista, halagados por el atractivo de un bienestar mas bien material , atraídos por el señuelo del placer y el ansia de vivir libres de cualquier referencia religiosa, ética, familiar. La formación de nuestra conciencia colectiva está necesitada de auténticos valores morales, que permitan a nuestros jóvenes afrontar con éxito los desafíos del futuro.
    En este décimo aniversario de la Autonomía andaluza, los Obispos miramos con suma preocupación el momento que viven las familias. Son muchos los problemas que inciden hoy sobre ellas y crean en su seno graves tensiones: el cambio generacional, la falta de preparación de muchos padres, la escasez de viviendas y la carestía que de ella se sigue, el paro, la droga, los perniciosos juegos de azar – en profusión y publicidad alarmantes -, la emigración, la inseguridad y tantos otros problemas que son de conocimiento público.

Servir al hombre
    Como Iglesia en Andalucía, entregada a su misión pastoral, los cristianos hemos de proclamar y difundir, por todos los medios y en todos los ambientes humanos y culturales, los valores del Reino de Dios, desde la fe en Jesucristo y la fidelidad a la verdad. Estamos obligados a asumir los grandes objetivos de libertad, justicia, defensa de la naturaleza, solidaridad y paz. Todos tenemos una grave responsabilidad histórica en la hora actual: la de construir el presente y proyectar el futuro con el mayor empeño, arraigados en las permanentes raíces cristianas de nuestro pueblo.
    Somos pastores de esta Iglesia y queremos ejercer nuestro ministerio apostólico de acuerdo con las exigencias evangélicas de cercanía, de sentido sobrenatural, de respeto, de comprensión y de generosidad. Cuantos se sienten y se profesan creyentes nos sentimos obligados a contribuir a edificar una sociedad más cristiana, animada por una civilización de amor.

Ante las elecciones autonómicas
    Otro motivo solicita nuestra atención: estamos convocados a nuevas elecciones autonómicas para el próximo día 23 de junio. Y es conveniente recordar el grave deber de ejercer nuestro derecho al voto cuando está en juego el bien común.
    La abstención sólo puede justificarse por fundadas razones de conciencia, para expresar mejor su opinión sobre las candidaturas y candidatos propuestos. Si no es por esto o por grave dificultad para acudir a las urnas, la abstención no se justifica.
    Respetando siempre la libertad que a todos asiste en este campo, sí queremos recomendar que se actúe con sentido crítico a la hora el voto, mirando siempre el bien común de nuestra sociedad y a los programas de cada partido. Programas que los cristianos deben analizar y sopesar a la luz del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia, con sus contenidos, con la experiencia ya adquirida de la medida y el modo como se llevan a la práctica y con la vista bien abierta a las necesidades y al bien del pueblo andaluz, considerado en toda su integridad, “Hemos de insistir también, decíamos en la instrucción “Los católicos en la vida pública”, en la obligación que todos tenemos de ejercer este derecho con la máxima responsabilidad moral, teniendo en cuenta el conjunto de bienes materiales, morales y espirituales que constituyen el bien común de nuestra sociedad.
    La campaña electoral será un signo de madurez y de espíritu democrático en la media que los partidos políticos dediquen sus esfuerzos a presentar la verdad de su respectivos programas, evitando las acusaciones personales y las contiendas contrarias a los verdaderos valores democráticos.

Conclusión
    Andalucía vive un tiempo de esperanza responsable, en la urgencia de sentirse un pueblo solidario que protagoniza sus propias tareas y sabe hacer honor a sus propias responsabilidades. Esta es una hora de madurez y de discernimiento arduo pero posible. En menos de los propios andaluces se encuentra el timón que ha de marcar el rumbo que nos ha de conducir a un futuro mejor en todos los órdenes.
    Dios nos ayude a estar dignamente a la altura de los “signos de los tiempos” en que nos ha tocado vivir.

En la fiesta de San Isidro Labrador, 15 de mayo de 1990

José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada
Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada
Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva
José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba
Antonio Dorado Soto, obispo de Cádiz-Ceuta
Ramón Buxarrais Ventura, Obispo de Málaga
Rafael Bellido Caro, Obispo de Jerez
Ignacio Noguer Carmona, Obispo de Guadix-Baza
Santiago García Aracil, Obispo de Jaén
Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería

Mensaje a los catequistas

0

Al reflexionar sobre la realidad sociocultural y eclesial de nuestra región, queremos ofrecer a nuestras comunidades algunas orientaciones y directrices pastorales concretas sobre la pastoral catequética. Deseamos promover, con el concurso de todos, una acción evangelizadora que responda a las necesidades de los hombres de nuestro tiempo, en sintonía con los objetivos pastorales de la Conferencia Episcopal Española, indicados en su programa Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras.
La catequesis, que alcanza a tantas personas y en la que están comprometidos tantos cristianos, es un camino por el cual el anuncio de Jesucristo sigue llegando hoy a muchos bautizados en nuestras diócesis. De aquí la importancia de cuidar, cada día más, el espíritu, el contenido y los objetivos de este servicio eclesial.

I. NUESTRA CATEQUESIS DEBE SER ABIERTAMENTE EVANGELIZADORA Y ESTAR IMPREGNADA DE TALANTE MISIONERO
Nuestro pueblo es, sin duda, profundamente religioso. Sus experiencias existencias más hondas están relacionadas y se expresan comúnmente a través del culto cristiano. Este hecho, sin embargo, no puede llevarnos a creer que tales expresiones, tan fuertemente arraigadas en nuestra cultura, sean signos, sin más , de una fe cristiana. La carencia de una formación básica y la práctica increencia de muchos bautizados nos llevan a considerar estas prácticas, más bien, como oportunidades o puntos de partida que se nos ofrecen para un verdadero anuncio de Jesucristo.
Es verdad que el reto de la nueva evangelización ante el que nos encontramos nos empieza a diseñar una acción pastoral en la que, de forma expresa, tenga un lugar preeminente el anuncio del Evangelio a los alejados. Pero también es cierto que son muchos los bautizados que solicitan de la Iglesia la recepción de sacramentos. En muchas de nuestras diócesis está establecido que a estas celebraciones precedan unas catequesis preparatorias. ¿No pueden ser estos encuentros de catequesis ocasiones insustituibles para anunciar a Jesucristo de forma explícita a cuantos participan en ellos? S. S. Juan Pablo II nos recuerda en la exhortación apostólica Catechesis tradendae que «la catequesis debe, a menudo, preocuparse no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo» (CT n. 19).
Si nuestra catequesis se hace misionera, es decir, da preferencia al anuncio explícito de Jesucristo, podemos prestar un gran servicio a la reevangelización de nuestro pueblo, llamándolo a una conversión sincera al Señor y educando actitudes de fe conscientes y coherentes que lleven a superar tanto el entumecimiento por las cosas espirituales como el contraste entre la rica tradición cultural y cristiana… y los acuciantes problemas sociales aún pendientes .
Ya que, hoy por hoy, el principal esfuerzo catequético se hace en nuestras diócesis con niños y adolescentes (catequesis para la primer a eucaristía y para la confirmación) será necesario dar también a estas catequesis el carácter misionero del que hablamos. La elaboración de materiales específicos para ella, que confiamos a nuestros secretariados diocesanos de catequesis, en conformidad con las normas al respecto de la Conferencia Episcopal Española , y su uso por nuestros catequistas, podrán ir asegurando un servicio de calidad a la evangelización y catequización de nuestros bautizados en momentos como los que vivimos, que suponen un especial reto para la fe.

II. NUESTRA CATEQUESIS DEBE SER CONSIDERADA COMO UN PROCESO DE INSPIRACIÓN CATECUMENAL, Y ATENDE RPRIORITARIAMENTE A LOS ADULTOS
Al hablar de la inspiración catecumenal de nuestra catequesis nos referimos a que debe ser un proceso de iniciación cristiana integral . Y entendemos por tal lo que expresa el Concilio Vaticano II en el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, donde se abordan los temas del anuncio del Evangelio, de la iniciación cristiana y de la formación de la comunidad cristiana, es decir, las tres grandes etapas del proceso evangelizador:
«El catecumenado no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado, convenientemente prolongado, de la vida cristiana, en la que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro.
Iníciense, pues, los catecúmenos, convenientemente:
– en el misterio de la salvación;
– en el ejercicio de las costumbres evangélicas;
– en los ritos sagrados, que han de celebrarse en los tiempos sucesivos;
Y sean introducidos en la vida de fe, de la liturgia y de caridad del Pueblo de Dios (AG 14)» .
Nos preocupa también seriamente la prioridad que se debe dar a los adultos en la acción catequética. Ellos son, en palabras de Juan Pablo II, «capaces de una adhesión plenamente responsable… las personas que tienen las mayores responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada» (CT n. 20 y 43).
En una cultura como la nuestra, en la que todo principio de conducta o esquema de valores queda relativizado, sólo la coherencia testimonial de los cristianos puede ofrecer con credibilidad el Evangelio de Jesucristo y la salvación que Él nos ha traído. Pero esta coherencia normalmente es propia de personas adultas, maduras humanamente y en su fe. Son los cristianos que han llegado a esta madurez de fe, a través de procesos de inspiración catecumenal, los que serán capaces de transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad .
Manteniendo estas prioridades, afirmamos igualmente que la catequesis con niños y adolescentes tiene como objetivo la iniciación cristiana integral, dentro de cuyo proceso se inscribe la celebración de los sacramentos . La referencia necesaria e inmediata a esta catequesis es la comunidad cristiana adulta, de la que estos nuevos cristianos están llamados a formar parte. Cualquier otro planteamiento de la catequesis infantil sería parcial, reductivo y, por lo mismo, no tendría garantía de continuidad.

III. PARA ESTA CATEQUESIS, PROPIA DE UNA NUEVA SITUACIÓN, ES NECESARIO UN NUEVO TIPO DE CATEQUISTAS
Hablar de nuevos catequistas significa dos cosas: la incorporación de nuevas personas a la tarea catequética, después de un proceso conveniente de discernimiento y preparación, y la renovación del talante y puesta al día de quienes, estando ya en ejercicio, carecen de adaptación a los nuevos tiempos.
Una vez más, agradecemos la tarea realizada y el servicio que tantos miles de catequistas han prestado y siguen prestando en nuestras diócesis a la educación de la fe en los últimos años. Porque confiamos en su amor a la Iglesia y a la catequesis, les pedimos un esfuerzo profundo de renovación.
La formación y la atención pastoral de los catequistas debe figurar entre las prioridades de nuestros programas diocesanos. Todo esfuerzo que se haga en este sentido tendrá un efecto multiplicador en beneficio de la catequesis y de los catequizandos.
Para este trabajo, el punto de referencia obligado son las Orientaciones pastorales el catequista y su formación, publicadas por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis en septiembre de 1985. Allí aparecen definidos tanto los rasgos de identidad del catequista que hoy quiere la Iglesia y que tendremos que cultivar con tesón como los aspectos programáticos de su formación, que deberán ir construyendo su personalidad humana, creyente y catequizadora en el seno de la comunidad eclesial.
Junto a la renovación de los catequistas, y como su principal punto de apoyo, llamamos la atención sobre la urgente renovación catequética de los sacerdotes y la sólida formación en catequesis que debe ofrecerse a los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa. En este campo, como en homilética o en pastoral general, no basta tener buena voluntad: son necesarias una preparación básica y una actualización permanente. La tarea de reevangelizar, en diálogo con la cultura de la increencia y de la relativización de los valores, exige, ciertamente, una puesta al día que ni podemos ni debemos ahorrarnos.
Al invitaros a seguir, en vuestro servicio a la misión de la Iglesia, estas líneas de acción que os ofrecemos, renovamos nuestra confianza en el Señor. Sólo unidos estrechamente a Él, en una sólida espiritualidad, podremos responder adecuadamente a la gran tarea que tenemos delante.
Ponemos, con esperanza, en vuestras manos los nuevos Catecismos de la Comunidad Cristiana establecidos para la Iglesia en España.
Vamos a avanzar en la dirección señalada, acompañados por la Virgen María, la catequista de Jesús, e impulsados por la fuerza poderosa del Espíritu.

Córdoba, 18 de octubre de 1988. Fiesta de San Lucas Evangelista.

JOSÉ MÉNDEZ ASENSIO, Arzobispo de Granada y A. A. de Almería. CARLOS AMIGO VALLEJO, Arzobispo de Sevilla. FERNANDO SEBASTIÁN AGUILAR, Arzobispo Coadjutor de Granada. RAFAEL GONZÁLEZ MORALEJO, Obispo de Huelva. JOSÉ ANTONIO INFANTES FLORIDO, Obispo de Córdoba. ANTONIO MONTERO MORENO, Obispo de Badajoz. ANTONIO DORADO SOTO, Obispo de Cádiz–Ceuta. JAVIER AZAGRA LABIANO, Obispo de Cartagena. RAMÓN BUXARRÁIS VENTURA, Obispo de Málaga. RAFAEL BELLIDO CARO, Obispo de Jerez. IGNACIO NOGUER CARMONA, Obispo de Guadix–Baza. SANTIAGO GARCÍA ARACIL, Obispo de Jaén.

Las Hermandades y Cofradías. Carta Pastoral de los Obispos del Sur de España

0

Las Hermandades y Cofradías

Carta pastoral de los obispos del sur de España

 

PRESENTACIÓN

Las Hermandades y Cofradías del sur de España cuentan ya con una autorizada reflexión teológica y pastoral sobre su identidad y misión. Sólo desde la fe y la tradición cristiana, interpretada por la autoridad de la Iglesia, se pueden comprender las diversas realidades eclesiales. Las Hermandades y Cofradías encuentran su verdadera luz desde la fe de la Iglesia. Los obispos ponen en sus manos un breve manual o directorio, inspirado en la Sagrada Escritura y en la tradición eclesial, lleno de virtualidad para colmar las aspiraciones cristianas de sus miembros y facilitar su eficaz cooperación a la obra de la evangelización en la región, a la que son convocados como partícipes de la misión salvadora de Cristo y solidarios con los gozos y esperanzas de de los hombres de nuestro tiempo.

Sea bienvenida, con gratitud y esperanza, esta carta pastoral colectiva, este primer documento episcopal dirigido a las Hermandades y Cofradías, al año de la celebración de la Séptima Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, dedicada a la «Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, a los veinte años del Concilio Vaticano II».

Este documento, aunque relacionado con el catolicismo popular, se refiere al laicado católico asociado en las Hermandades y Cofradías. La perspectiva de la vocación cristiana y apostólica de los laicos es la luz necesaria para abordar y comprender correctamente el ser y el actuar de las Hermandades y Cofradías, su responsabilidad peculiar en la educación de la fe del pueblo cristiano y en las expresiones de la piedad popular. También desde su identidad religiosa se podrá interpretar su pasado y comprender sus relaciones con la sociedad y con la cultura.

Las referencias bíblicas y doctrinales de la carta pastoral nos indican el contexto y el pensamiento eclesial que inspira y fundamenta su enseñanza. Desde aquí encuentran nueva luz, palabras como «hermandad», «culto», «caridad». La teología sobre el laicado, sobre la evangelización y sobre la vida litúrgica va penetrando con mayor incidencia y madurez, bajo el impulso del Concilio Vaticano II, en el pensamiento, en las actitudes y en el comportamiento de los miembros de la Iglesia. Esta carta pastoral acerca la doctrina conciliar a los hermanos/cofrades, principalmente en lo referente a la Iglesia, a su misión en el mundo, a la Sagrada Liturgia y al Apostolado de los Seglares.

También se inscribe en el momento de la Iglesia en España, en el espíritu de renovación interior y en el impulso misionero promovido tras las visita apostólica de Juan Pablo II. Es el año 1983 se iniciaba este camino mediante el programa del episcopado «al servicio de la fe de nuestro pueblo». En el año 1985 se ofrece a los católicos un instrumento de reflexión, «Testigos del Dios vivo», llamado a promover una renovación interior en profundidad. En la actualidad, en continuidad con el camino emprendido, los obispos españoles promueven la evangelización, secundando el programa pastoral «Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras».

Dentro de nuestra región, los obispos siguen con atención la evolución social y cultural de la sociedad y su incidencia en la vida religiosa de los católicos. A lo largo de estos años han dirigido su palabra sobre temas puntuales. Pueden recordarse, en relación con esta carta pastoral, los siguientes documentos: «El catolicismo popular en el sur de España» (1975), «Las Iglesias diocesanas en Andalucía» (1980), «El catolicismo popular. Nuevas orientaciones pastorales» (1985) y «Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana» (1986).

Desde todo este contexto eclesial y cultural acogemos ahora esta carta pastoral colectiva dirigida a las Hermandades y Cofradías.

Destinatarios y finalidad

            Esta carta va dirigida a los miembros del Pueblo de Dios, confiados al ministerio episcopal: los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los seglares. Todos son destinatarios de las enseñanzas de la Iglesia, son corresponsables en la misión de Cristo y son solidarios con las aspiraciones de los hombres. La vida y la acción de las Hermandades y Cofradías y la de sus miembros afecta a toda la Iglesia y a la obra de la salvación.

            De manera particular, este mensaje va dirigido a los laicos católicos integrados en estas asociaciones, a sus dirigentes, a los sacerdotes que los asisten y a las mismas Hermandades y Cofradías en cuanto tales. Como telón de fondo está presente la doble fidelidad a Cristo y a los hombres; la fe del pueblo cristiano; la mirada a cada uno y a la muchedumbre desde la misión recibida de anunciar la salvación y apacentar la grey.

            Esta carta, expresión de la caridad pastoral, es anuncio del Evangelio a todas las gentes. No es una opinión autorizada. Es enseñanza apostólica en comunión con toda la Iglesia. Los obispos dicen en la introducción: «Tratamos de cumplir nuestra misión de enseñar el único Evangelio de Jesucristo, válido para todos a pesar de la diversidad de situaciones, de iluminar y discernir las realidades eclesiales, de enseñar la doctrina de la Iglesia y de orientar las conciencias de los fieles cristianos en el camino de la salvación, tanto de las personas como de las instituciones de la Iglesia… Orientando las expresiones de la fe del pueblo cristiano y velando por su autenticidad».

            El Evangelio y la doctrina de la Iglesia constituyen el punto de referencia necesario para discernir, orientar y configurar cualquier realidad de la Iglesia de Cristo y todo gesto evangelizador. Los criterios externos a la fe son insuficientes, al carecer de la luz de la Revelación. La pretensión de definir y describir a las Hermandades y Cofradías sólo desde criterios humanos o culturales resulta siempre parcial e incompleta, desdibuja su identidad cristiana y conduce a la ruptura de la comunión católica. En las circunstancias actuales, en las que se requiere el ejercicio del discernimiento cristiano, es muy conveniente tener a la vista los datos descritos en los documentos episcopales: «Testigos del Dios vivo», «Los católicos en la vida pública» y el «Informe sobre la situación doctrinal», de 1988. Todos necesitamos discernir y orientar nuestra propia realidad, también las Hermandades y Cofradías.

            La finalidad de la carta viene descrita en los números 8, 9 y 10. Una creciente formación cristiana, una más activa participación en la vida litúrgica y caritativa de la Iglesia, un mayor dinamismo apostólico, el fortalecimiento de los vínculos de comunión con la Iglesia, la incorporación a la acción misionera y evangelizadora. Para recorrer este camino, se recuerda la necesidad de intensificar la acogida religiosa de la Palabra de Dios, la celebración de los misterios cristianos y el ejercicio del apostolado, con el acompañamiento de la riqueza espiritual que brota del Concilio Vaticano II.

Perspectiva teológica

El texto episcopal discurre en torno al bautismo, la Iglesia y la evangelización.

Por el bautismo participamos de las dimensiones de la única misión de Cristo: profeta, sacerdote y rey. Somos enviados para ser testigos de Cristo con obras y palabras. Aquí se funda la naturaleza eclesiológica de las asociaciones de fieles, de su vida y acción. De aquí nace la conciencia evangelizadora, con una mirada abierta y solidaria a nuestra realidad histórica.

De una y otra manera se pone de manifiesto la unidad indisoluble de las dimensiones de la vida cristiana: evangelización, culto, caridad, comunión. Todas ellas constituyen el ser del cristiano, el ser de la Iglesia y de sus instituciones. La fe sin obras es palabrería. El culto sin fe se convierte en teatro. La caridad sin culto es filantropía. La comunión vaciada de su contenido teológico es pura organización humana, es «política».

El mensaje de esta carta promueve la unidad de vida en los creyentes y en sus asociaciones. Abre un camino de reflexión y conversión que ayude a la síntesis fe–vida y al diálogo evangelizador de la fe con la cultura.

Discernimiento pastoral

El discernimiento espiritual y pastoral es una actividad permanente de quien se deja iluminar, jugar y guiar por la gracia del Espíritu y por la Palabra de Dios. Es necesario para recorrer el camino de la fe y cumplir la misión. Los obispos ofrecen una vía de discernimiento cristiano que ayude a las Hermandades y Cofradías a su fidelidad en su ser, en su obrar y en su servicio a los hombres.

Sobre nueve capítulos se sugieren caminos de progreso y fidelidad:

–    Que sean caudal para alimentar la vida espiritual y apostólica.

–    Practicar la caridad, en la fraternidad, en la solidaridad y en la animación cristiana de la sociedad. La caridad política. Con libertad e independencia evangélicas.

–    Profesar un culto a las imágenes que lleve a Dios. Un culto en el corazón y la vida que supera los actos externos.

–    Jerarquizar y armonizar la vida litúrgica y los ejercicios piadosos. Valorar en la práctica la importancia del Triduo Pascual.

–    Vivir la devoción y el culto a María como camino que conduce a Cristo y a los hombres.

–    Intensificar la evangelización y la catequesis para enraizar y fundar la fe del pueblo cristiano.

–    Vivir la pasión de Cristo como llamada a la conversión, como experiencia redentora, dando verdadero sentido a la penitencia externa y culminando esta experiencia en la celebración de la Vigilia Pascual.

–    Actuar con conciencia cristiana y eclesial en la administración de los recursos.

–    Salvaguardar la identidad cristiana en relación con la cultura y con las entidades no eclesiales.

Tres objetivos de renovación

En sintonía con las llamadas del Papa a una nueva evangelización, se propone un horizonte de renovación espiritual que responde a tres necesidades del momento.

Una fe misionera que despliegue la vocación apostólica e impulse la evangelización en diálogo fecundo con la cultura y adaptado a los hombres de nuestro tiempo.

Una fe fundada, enraizada, mediante un proceso permanente de formación y actualización que desarrolle la gracia del bautismo en los hermanos/cofrades y su dirigentes, y logre un perfil de cristiano adulto mediante la vida sacramental, el testimonio y la animación cristiana de la sociedad. A la par que haga de las Hermandades y Cofradías ámbitos de catequesis, donde se acoge y transmite la palabra de Dios y se camina en la fe de la Iglesia.

Una fe eclesial, semilla de fraternidad y comunión, con apertura a la realidad eclesial y social, inserta en la vida parroquial como ámbito desde el que vive su integración diocesana y su comunión con toda la Iglesia. Esta fe eclesial se evidencia en la solidaridad con la misión de la Iglesia y con sus necesidades, con la opción preferencial por los pobres, la apertura al ministerio sacerdotal, la fidelidad a la propia identidad y en el ejercicio del culto católico.

El último capítulo desarrolla el significado religioso y pastoral de las peregrinaciones, en sus diversas formas, y la importancia del culto en los santuarios y ermitas, principalmente con ocasión de las fiestas patronales.

Un documento para la vida

Lo que se desconoce no se vive. Una carta se escribe para que la lea su destinatario, para transmitir un mensaje, para compartir. Más aún, si la carta tiene una significación especial, por su contenido y por su autor, no sólo se lee, sino que se retiene para nuevas lecturas. ¿Quiénes serán de hecho los destinatarios de esta carta? ¿Cuántos la leerán? ¿Cuál será su permanencia en la mente y en el corazón de quienes la lean?

Ojalá sea acogida con espíritu religioso y apertura de corazón. Como un precioso regalo eclesial, lleno de esperanzas para el bien de todos: el pueblo cristiano, los hermanos/cofrades y las mismas Hermandades y Cofradías. Sólo así podrá ser fecunda.

Esta carta es un instrumento eficaz para la formación permanente. Puede ser objeto de diálogo en las reuniones o cursos de formación. Su importancia merece creatividad e iniciativas para que sea presentada a todos, en Cabildos, acatos especiales, boletines, etc. Es, sin duda, un validísimo servicio para el ejercicio del ministerio pastoral en las Hermandades y Cofradías. Cada hermano/cofrade podría leerla, como escrita para él, en su intimidad, con espíritu de diálogo y confidencia fraterna.

Entre todos haremos que sea una semilla fecunda para gloria de Dios, bien de su Iglesia y para la evangelización de los hombres de nuestro tiempo. Nosotros, con la gracia de Dios, tenemos la palabra.

Antonio Hiraldo Velasco

Secretario General de los Obispos del Sur de España.

 

INTRODUCCIÓN

1. Con esta carta pastoral deseamos ponernos en contacto, una vez más, con todos los fieles católicos de las Archidiócesis de Granada y Sevilla. Y de manera especial nos dirigimos a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares que viven su fe, trabajan apostólicamente o pertenecen a las Hermandades y Cofradías sacramentales, de penitencia y de gloria. A todos, «gracias y paz de parte de Dios, Padre Nuestro, y del Señor Jesucristo»[1].

2. Empezamos agradeciéndoles a muchos de ellos sus aportaciones a la redacción definitiva de este texto. Entre todos, y desde nuestra fe común en Jesucristo, hemos realizado un verdadero discernimiento eclesial. Como pastores, reconocemos la importancia de la contribución de los laicos al bien de toda la Iglesia. Y unidos en comunión debemos cooperar todos a la misión salvadora de la Iglesia en el mundo. «Es necesario, por tanto, que todos, abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada miembro, crece y se perfecciona en la caridad»[2].

3. Los obispos, nos dice el concilio Vaticano II, «rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que se le han encomendado» con su autoridad y con su potestad sagrada, que ejercitan únicamente para edificar su grey en la verdad y en la santidad. «En virtud de esta potestad, los obispos tienen el sagrado derecho y ante Dios el deber de legislar sobre sus súbditos, de juzgarles y de regular todo cuanto pertenece al culto y organización del apostolado»[3]

4. Esta autoridad y potestad para apacentar nuestra grey, que individual y colegiadamente poseemos en nombre de Cristo, es la que como pastores de nuestras diócesis nos mueve a ocuparnos en este documento, desde una perspectiva teológica y pastoral, de las Hermandades y Cofradías en el sur de España. De esta forma tratamos de cumplir nuestra misión de anunciar el único Evangelio de Jesucristo, válido para todos a pesar de la diversidad de situaciones; de iluminar y discernir las realidades eclesiales; de enseñar la doctrina de la Iglesia y de orientar las conciencias de los fieles cristianos en el camino de la salvación, ya se trate de las personas, ya de las instituciones de la Iglesia.

5. En continuidad con otros documentos sobre religiosidad popular[4], nos proponemos con esta nueva carta pastoral ejercer nuestra responsabilidad de obispos, orientando las expresiones de la fe del pueblo cristiano y velando por su autenticidad. Juan Pablo II nos ha exhortado a que mantengamos una atención, un respeto y un cuidado constante sobre la religiosidad de nuestro pueblo, a la vez que una «incesante vigilancia, a fin de que los elementos menos perfectos se vayan progresivamente purificando, y los fieles puedan llegar a una fe auténtica y a una plenitud de vida en Cristo»[5]. Con estos sentimientos de pastores de las iglesias del sur de España y como hermanos en la fe de todos vosotros, os dirigimos estas orientaciones pastorales.

 

I. VOCACIÓN CRISTIANA Y APÓSTOLICA DE LOS MIEMBROS DE LAS HERMANDADES Y COFRADÍAS

6. Las Hermandades y Cofradías son asociaciones de fieles cristianos conscientes de su pertenencia a la Iglesia. Y como todo fiel cristiano, deben sentirse, ante todo, personas que han asumido libremente su bautismo, por el que están incorporados a Cristo y son miembros vivos de su Cuerpo, la Iglesia, en la que viven con otros su fidelidad al Señor. Esta fidelidad al Señor, concretada en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, exige de por sí la participación en la acción apostólica, como tarea propia de todo fiel cristiano por el mismo hecho de estar bautizado. Por ello, los cofrades, junto al fin peculiar del culto público, deben asumir las responsabilidades propias de toda la Iglesia, según las necesidades que en cada momento se vayan presentando dentro del pueblo de Dios y en el mundo donde vivimos. Pues, como dice el Concilio Vaticano II, «la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado»[6]. Y el apostolado «de los seglares, que surge de su misma vocación cristiana, nunca puede faltar en la Iglesia». «Pero nuestros tiempos –prosigue el Concilio– no exigen menos celo en los seglares, sino que, por el contrario, las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio (…). Prueba de esta múltiple y urgente necesidad, y respuesta feliz al mismo tiempo, es la acción del Espíritu Santo, que da hoy a los seglares una conciencia cada vez más clara de su propia responsabilidad y los impulsa por todas partes al servicio de Cristo y de la Iglesia»[7]. La presencia, pues, y la acción del Espíritu en los seglares se manifiesta en los frutos de vitalidad espiritual y apostólica que enriquecen a la Iglesia.

7. Es nuestro deseo que las Hermandades y Cofradías reflexionen conjuntamente sobre el sentido que tiene para ellas el ser asociaciones de fieles cristianos. Esto significa que deben sentirse Iglesia, que deben integrarse más en la dinámica renovadora del Concilio Vaticano II, que han de conocer y vivir las enseñanzas del Papa y de la Conferencia Episcopal Española e incorporarse a los planes diocesanos de acción pastoral, salvando siempre sus características peculiares. Teniendo muy en cuenta que, a tenor de los cánones 204–205, es evidente que no pueden ser ni llamarse asociaciones católicas si viven al margen de la vida eclesial. Por tanto, en sus celebraciones litúrgicas y piadosas yen su acción apostólica habrán de estar coordinadas con los organismos correspondientes.

8. En el momento presente se contempla en el sur de España un interés creciente por las manifestaciones católicas de religiosidad popular, y especialmente por las Hermandades y Cofradías. De lo cual, ciertamente, nos alegramos. Pero entendemos que esta realidad ha de ir acompañada en los cofrades de una creciente formación cristiana, a la par de una participación activa en la vida litúrgica y caritativa de la Iglesia, junto a un mayor dinamismo apostólico y de un fortalecimiento de la comunión eclesial. Con ello, las hermandades acertarán a incorporarse a la dinámica misionera que la Iglesia católica está desplegando en toda la sociedad española. Hoy, por otra parte, resulta particularmente necesario «conocer el Concilio más amplia y profundamente, asimilarlo internamente, afirmarlo con amor, llevarlo en la vida»[8].

9. La reevangelización de nuestra sociedad es una tarea urgente. El sur de España, como toda la sociedad española, está necesitando a todas luces una nueva evangelización. En los dos últimos años, los programas pastorales e la Conferencia Episcopal Española han insistido repetidamente sobre este tema[9].

El mismo Juan Pablo II nos dijo a los obispos el Sur en nuestra última visita ad limina, que no nos será posible revitalizar a la Iglesia de nuestra región si no intensificamos esta nueva acción evangelizadora. «Sin ella, el pueblo de Dios se iría quedando casi imperceptiblemente como aletargado, al faltarle la savia del Espíritu que, a través de la palabra y de la frecuencia de los sacramentos, lo mantiene sano y unido y le confiere vigor y fecundidad»[10]. Para esta revitalización espiritual de nuestra región hacemos un llamamiento a todos los hermanos/cofrades de nuestra diócesis. Os pedimos vuestra colaboración, confiados en que vuestra vocación cristiana y apostólica encontrará en esta tarea eclesial un nuevo florecimiento religioso hacia dentro y hacia fuera de la vida espiritual de vuestra propia Hermandad/Cofradía. Puesto que, aunque el fin principal de las Hermandades y Cofradías consiste en la promoción del culto público, ello no les exime, en su justa medida, toda la acción general de la Iglesia a la vista de las urgencias apostólicas que se presentan al pueblo de Dios y en cada momento histórico.

10. Una al evangelización habremos de hacerla en el contexto económico, cultural, social y religioso de nuestra región. La responsabilidad de ser testigos del Evangelio, a la que los cristianos somos convocados por el Señor, nos debe llevar a conocer en profundidad los graves problemas sociales que aquejan dolorosamente a nuestras regiones. Tales como son el paro, la situación tan difícil de los hombres del campo y del mar, el analfabetismo, la escasa industrialización, la falta de mano de obra cualificada, la drogadicción y el alcoholismo, la prostitución, la discriminación gitana…[11].

Como nos dijo el Papa recientemente, en Andalucía existe un fuerte contraste entre la rica tradición cultural y cristiana y los acuciantes problemas sociales todavía pendientes y de no fácil solución[12]. En esta dura realidad social tenemos que vivir y encarnar nuestra fe, el Mensaje de Jesús, para iluminarla y salvarla con la luz y la fuerza del Señor resucitado.

 

II. NUESTRAS HERMANDADES Y COFRADÍAS HOY: VALORES Y CREENCIAS

Caudal de vida espiritual en la Iglesia

11. Las Hermandades y Cofradías han contribuido grandemente al florecimiento de la vida cristiana entre nosotros. Estas asociaciones religiosas han aportado un importante caudal a la vida espiritual de nuestro pueblo. Y actualmente continúan alimentando la vida cristiana de muchos católicos repartidos por toda nuestra geografía. Las hermandades constituyen el hecho asociativo que cuenta con mayor número de miembros entre los católicos de la región, aunque lamentablemente muchos de ellos sólo figuren en las nóminas, limitándose su compromiso al pago de la cuota reglamentaria y a la salida en la Estación penitencial anual.

12. Abrigamos la esperanza de que las Hermandades y Cofradías puedan continuar siendo el cauce por el que muchos católicos alimenten en cierta medida su vida espiritual y apostólica. Para ello quizá fuese conveniente prestar mayor atención a la calidad cristiana de los asociados que a la cantidad. Todos estamos de acuerdo en que cualquiera no puede ser miembro de una Hermandad/Cofradía. Solamente aquellos que, profesando la fe cristiana, buscan un mayor compromiso comunitario y apostólico en la Iglesia. Si esta inquietud cristiana no está presente en los que desean entrar en las Hermandades y Cofradías, se deberá aplazar la admisión definitiva hasta después de un periodo de preparación y reflexión sobre el compromiso espiritual y apostólico que contraen al quedar incorporados a la Hermandad o Cofradía. Con esta medida no se pretende que estas asociaciones estén formadas únicamente por grupos selectos de cristianos, sino crear conciencia de que las Hermandades y Cofradías son un cauce de vida cristiana para los que tienen fe y quieren vivirla sinceramente en esta parcela de la Iglesia.

La práctica de la caridad cristiana

13. Comprobamos muchas veces con satisfacción que la práctica de la caridad cristiana es uno de los valores más profundamente vividos en estas asociaciones católicas y desearíamos verla extendida en todas las Hermandades y Cofradías. De esta forma tratan sus miembros de vivir algo tan central en el Mensaje de Jesús como es el amor fraterno y la solidaridad con los que sufren. No se trata solamente de dar, sino de darse totalmente como el mismo Jesucristo nos enseña. Lo que hagamos con los necesitados se lo hacemos la mismo Jesús: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino, preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme»[13]. Recientemente Juan Pablo II, haciendo una aplicación a la sociedad actual de esta doctrina predicada por Jesucristo, nos ha dicho que «pertenece a la enseñanza y a la praxis más antigua de la Iglesia la convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus miembros, están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo superfluo, sino con lo necesario. Ante los casos de necesidad no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello»[14].

14. Este valor evangélico, tan esencial en la vida cristiana y en la vida de toda la Iglesia, debe aplicarse y ampliarse a las nuevas situaciones de injusticia, a los nuevos grupos de marginados que han surgido en nuestros pueblos y ciudades a la sombra de un desarrollo económico consumista e insolidario. Vuestra caridad cristiana tiene que llegar a todas las personas y grupos que sufren abandono, soledad, incomprensión, marginación… Pero una caridad que no se quede sólo en las ayudas materiales, sino que llegue hasta el compromiso en asociaciones eclesiales o civiles para la promoción del bien común. «Uno de los fallos principales de nuestro catolicismo tradicional ha sido el desconocimiento completo de las implicaciones sociales de nuestra fe. Hoy se necesita más que nunca la formación de la dimensión social de nuestra conciencia cristiana. Los frecuentes llamamientos que la Iglesia ha hecho a los católicos para una acción social y política coherente con la fe han quedado con frecuencia paralizados por los moldes individuales en los que todavía muchos creen poder vivir el Evangelio»[15].

15. Los sentimientos que tuvo Jesús[16] son los sentimientos que deben inspirar nuestras acciones y compromisos en los problemas de la vida y en el orden social; no nuestros intereses personales o partidistas. Nos mueve a comprometernos socialmente el saber que lo que hacemos por mejorar las necesidades personales y por solucionar los problemas sociales se lo hacemos al mismo Jesús: «Lo que hicisteis con un de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis»[17]. Tal es el espíritu con el que deseamos que los católicos participen activamente en las asociaciones eclesiales, cívicas, profesionales, sindicales políticas, con el fin de ir creando «una convivencia y una vida social cada vez más parecida a la sociedad de los santos y más conforme con los designios de Dios»[18].

16. En el cumplimiento de esta tarea de animación cristiana de la sociedad, de sus instituciones y estructuras, los hermanos cofrades deberán mantener una distancia crítica respecto de cualquier ideología o mediación sociopolítica, para mantenerse fieles a las exigencias de la fe y no transferir a ningún tipo de partido político programa o ideología el reconocimiento que se debe exclusivamente a Dios, manteniendo con libertad evangélica su reserva cuando se enfrenta con programas e ideologías que se inspiran en doctrinas ajenas al cristianismo o contienen puntos concretos contrarios a la moral cristiana.

Por la misma razón, deseamos que aquellas personas que ejerzan cargos políticos relevante, en los que están sometidos a ideologías y disciplina de partidos concretos, se abstengan de participar en el ejercicio del gobierno de las Hermandades y Cofradías y de los Consejos locales, por ser ésta la forma más conveniente de evitar los conflictos de conciencia, de salvaguardar la coherencia y libertad de la persona[19].

El culto a las imágenes

17. Es bueno recordar aquí, con palabras del papa Juan Pablo II, sobre «la legitimidad de las imágenes en la Iglesia, no sólo por las riquezas espirituales que de ellas se derivan, sino también por las exigencias que impone a todo el campo del arte sacro». «Sin ignorar –prosigue el Papa– el peligro de un resurgir, siempre posible, de las prácticas idolátricas del paganismo, la Iglesia admitía que el Señor, la bienaventurada virgen María, los mártires y los santos fuesen representados bajo formas pictóricas o plásticas para sostener la oración y la devoción de los fieles»[20]. El concilio Vaticano II ha recordado con sobriedad la actitud permanente de la Iglesia a propósito de las imágenes y del arte sacro en general[21]. En este espíritu dice el Papa que el creyente de hoy, como el de ayer, debe ser ayudado en la oración y en la vida espiritual con la visión de obras que intentan expresar el misterio sin ocultar nada. Esta es la razón por la que, hoy como en el pasado, la fe es el necesario estímulo del arte eclesial (…). El auténtico arte cristiano es aquel que, a través de la percepción sensible, permite intuir que el Señor está presente en su Iglesia, que los acontecimientos de la historia de la salvación –vividos por los santos– dan sentido y orientación a nuestra vida, que la gloria que se nos ha prometido transforma ya nuestra existencia. El arte sacro debe tender a darnos una síntesis visual de todas las dimensiones de nuestra fe[22].

18. Las Hermandades y Cofradías han sido fieles a la tradición católica del culto a las imágenes. La misión de las imágenes es, como queda dicho, acercar el misterio de Dios a los hombres. La tradición patrística y Santo Tomás justifican la presencia de las imágenes porque ayudan a la instrucción del pueblo sencillo; porque hacen presente a nuestra contemplación la historia de la salvación y los ejemplos de los santos que la vivieron en plenitud; porque mueven a devoción alimentan nuestra vida cristiana, ya que el hombre asimila mejor lo que oye si lo ve[23]. El Concilio Vaticano II, en consonancia con esta tradición, defiende que se mantenga «firmemente la práctica de exponer imágenes sagradas a la veneración de los fieles». Pero recomienda «que sean pocas en número y guarden entre ellas el debido orden, a fin de que no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa»[24].

19. Por el culto mal entendido a las imágenes se puede llegar a perder no pocas veces su verdadero sentido cristiano. Así, por ejemplo, cuando se desplazan las celebraciones litúrgicas de nuestra fe, como la Eucaristía; cuando se absolutiza su mediación como meras imágenes materiales, tanto para remediar nuestros males como para conseguir la salvación, olvidando que todo cuanto pidamos al Padre en nombre de Jesús nos será concedido[25] , y que solamente somos salvados «en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús»[26], cuando este culto no va acompañado de un testimonio de vida y de un compromiso cristiano; cuando no se ejercita la comunión eclesial; cuando aparecen en su entorno rivalidades, fanatismos, derroches económicos, excesos festivos, emulaciones sentimentales que dan lugar a «piques» entre hermanos o la multiplicación innecesaria de nuevas Hermandades… Todo ello tan ajeno al amor fraterno, a la mansedumbre cristiana, a la comunión y celebración festiva de la fe. Con San Pablo os decimos que seáis todos «del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás»[27].

A este respecto, queremos dejar bien claro que por nuestra parte reconocemos y respetamos el derecho de los fieles cristianos a asociarse libremente. No obstante, consideramos prudente que, cuando se trate del deseo de crear nuevas Hermandades y Cofradías, éste debe responder siempre a una comprobada necesidad pastoral.

Las salidas procesionales

20. Las salidas procesionales y estaciones de penitencia pueden llegar a ser, si se hacen con devoción y dignidad cristiana, valiosas catequesis plásticas en sus recorridos por las calles, las plazas y los caminos de nuestras ciudades y de nuestros campos. La contemplación de estas representaciones religiosas de la vida del Señor, de la Virgen y de los santos nos recuerdan los misterios de nuestra salvación y nos estimulan a seguir su vida ejemplar. Son una predicación del Misterio Pascual, esto es, de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo y de las verdades de nuestra fe; promueven la adoración de la Eucaristía; proclaman las grandezas de María y suscitan la admiración y la imitación de las virtudes de los santos y santas patronos. Decía el Concilio de Trento a los obispos que «enseñasen que por medio de las historias de los misterios de nuestra redención, representadas en pinturas u otras reproducciones, se instruye y confirma el pueblo en el recuerdo y culto constante de los artículos de la fe; aparte de que de todas las sagradas imágenes se percibe grande fruto, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que le han sido concedidos por Cristo, sino también porque se ponen ante los ojos de los fieles los milagros que obra Dios por los santos y sus saludables ejemplos…»[28]

21. Nuestras Hermandades y Cofradías deben recuperar las celebraciones litúrgicas que primitivamente precedían a las salidas procesionales.

Cristo está presente en la Iglesia sobre todo en la acción litúrgica: en el sacrificio de la misa, en los sacramentos, en la palabra cuando leemos en la Iglesia la Sagrada Escritura, y en la oración, cuando suplicamos y catamos salmos. Toda la celebración litúrgica es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia. La liturgia «es la cumbre a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda fuerza»[29].

En este espíritu tenemos que coordinar las celebraciones litúrgicas y las salidas procesionales, facilitando a todos los fieles su asistencia, fomentando el fervor y devoción en los participantes y huyendo del espectáculo y ostentación, que van en contra de la sencillez y pobreza evangélica.

El Concilio Vaticano II nos dice que los ejercicios piadosos «se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos»[30].

Por su parte, la Congregación para el Culto Divino se lamenta en un reciente documento de que «no se respetan los horarios convenientes del triduo santo. Más aún, frecuentemente se colocan en horas más oportunas y cómodas para los fieles los ejercicios de piedad y las devociones populares; y, en consecuencia, los fieles participan en ellas más que en los oficios litúrgicos»[31].

Estos principios han de aplicarse modo especial en los días de Semana Santa, principalmente durante el Triduo Pascual, es decir, desde la tarde de Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor inclusive; según se indica en la última carta circular de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, «los ejercicios de piedad, como son el Via Crucis, las procesiones de la pasión y el recuerdo de los dolores de la Santísima Virgen María en modo alguno pueden ser descuidados, dada su importancia pastoral. Los textos y los cantos utilizados en los mismos han de responder al espíritu de la liturgia. Los horarios de estos ejercicios piadosos han de regularse con el horario de la celebración litúrgica, de tal manera que aparezca claro que la acción litúrgica, por su misma naturaleza, está por encima de los ejercicios piadosos»[32].

La misa «en la Cena del Señor» debe celebrarse el Jueves Santo «por la tarde, en la hora más oportuna para que pueda participar plenamente toda la comunidad local. Allí donde verdaderamente lo exija el bien pastoral, el ordinario del lugar puede permitir la celebración de otra misa por la tarde en las iglesias u oratorios, y en caso de verdadera necesidad, incluso por la mañana, pero solamente para los fieles que de ningún modo pueden participar en la misa vespertina. Cuídese que estas misas no se celebren para favorecer a personas privadas o a grupos particulares y que no perjudiquen en nada a la misa principal»[33].

El sentido eucarístico del Jueves Santo ha de centrarse principalmente en la participación de todos en la misa de la Cena del Señor, mucho más que en la adoración al Santísimo Sacramento fuera de la misa.

La celebración litúrgica de la Pasión del Señor debe comenzar el Viernes Santo «después del mediodía, cerca de las tres. Por razones pastorales puede elegirse otra hora más conveniente para que todos los fieles puedan reunirse con mayor facilidad: por ejemplo desde el mediodía hasta el atardecer, pero nunca después de las nueve de la noche»[34].

Toda la celebración de la vigilia Pascual debe llevarse  a cabo durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la vigilia empiece antes del inicio de la noche, ni tan tardía que concluya después del alba del domingo. «Esta regla ha de ser interpretada estrictamente. Cualquier abuso o costumbre contrario que poco a poco se haya introducido y que suponga la celebración de la Vigilia Pascual a la hora en la cual se celebran habitualmente las misas vespertinas antes de los domingos, han de ser reprobados»[35].

La importancia excepcional de la Vigilia Pascual, como la celebración principal de todo el año litúrgico, es una invitación apremiante para todo cristiano a participar conscientemente en ella; carece de sentido dejar de hacerlo por incompatibilidad con otros actos religiosos, por muy significativos que éstos sean.

Las procesiones que permiten a los fieles contemplar los Misterios de la Pasión de Cristo y los dolores y Soledad de la Virgen María pueden ser muy adecuadas también el Sábado Santo, día en que «la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte» (Misal Romano); siempre que no impidan ni dificulten de hecho la participación del pueblo y de los propios hermanos nazarenos en la Vigilia Pascual. Si se diera esta dificultad, sería muy conveniente que las Hermandades y Cofradías afectadas revisaran el hecho, pudiendo incluso contemplar la posibilidad de trasladar su salida procesional a otro día de la Semana Santa, dada la importancia central de la citada vigilia para la vida de la comunidad cristiana.

La devoción a la Virgen María

22. Las Hermandades y Cofradías han profesado siempre una especial veneración a la Santísima Virgen. Son innumerables las imágenes de la Virgen que se veneran en Andalucía y muchos los santuarios y ermitas dedicados a ella. Todos nuestros pueblos y ciudades la festejan como patrona. Esta es una de las razones por la cual se le llama a Andalucía la tierra de María Santísima. María se merece todas estas muestras de afecto y alabanza porque es la Madre de Nuestro Señor Jesucristo y porque es un modelo de vida cristiana para todos nosotros. Ella es bienaventurada porque hizo siempre en todo lo la voluntad del Padre Celestial[36]. Ella es un miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia[37]. Ella ocupa. Después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros[38]. El culto a María es un verdadero culto cuando conduce a un mejor y más profundo conocimiento del mensaje de su Hijo, a un mayor amor y cumplimiento del mensaje de su Hijo contenido en los Evangelios[39]. A tal efecto es conveniente que las Hermandades y Cofradías actualicen sus formularios devocionales de acuerdo con el contenido de las Orientaciones para el Año Mariano publicadas por la Conferencia Episcopal Española[40].

23. El amor a la Virgen María nos debe conducir siempre al conocimiento y a la adhesión a la persona de Jesús, al deseo de imitar su vida. Mientras que honramos a la Madre, el Hijo, por razón del cual existen y se sostienen todas las cosas[41] y en quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud[42], debe ser mejor conocido, más amado, más glorificado y mejor cumplidos sus mandamientos[43]. Por lo tanto, el culto a María ha de entenderse y vivirse correctamente. La mediación de María en la salvación debe entenderse de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único mediador[44]. La Iglesia sabe y enseña con San Pablo que uno solo es nuestro mediador: hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos[45]. Por último, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece i disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo; antes bien, sirve para demostrar su poder: es mediación en Cristo[46].

24. Junto a esto, la devoción a la Virgen María nos debe llevar también a un mayor compromiso con los hombres nuestros hermanos. Este puede ser un segundo criterio de discernimiento sobre la autenticidad cristiana de nuestra devoción a María. El primero hemos dicho que es un mayor conocimiento y adhesión al mensaje y a la vida de Jesús, su Hijo. Porque el conocimiento del Señor desemboca en la predicación, en el apostolado, en el anuncio de lo que hemos visto y oído, como hicieron los pastores en Belén[47]. Y María, después de la Anunciación, después de conocer al Señor, canta en el Magnificat su fe en un Dios que se compromete con la historia y a favor de los más pobres y oprimidos. Así nos lo ha enseñado recientemente Juan Pablo II. «La Iglesia acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magnificat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y humildes que, cantando en el Magnificat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús»[48].

La fe de los humildes sencillos

25. Las Hermandades y Cofradías          han sido durante siglos uno de los cauces importantes para la fe de nuestro pueblo. Gracias a su poder de convocatoria y a su forma peculiar de expresar los sentimientos religiosos, han hecho realidad en muchas gentes las palabras de Jesús: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños»[49].

Estas palabras se han cumplido sin lugar a dudas y han arraigado profundamente en las personas humildes y sencillas de corazón, que han mostrado el propósito sincero de seguir a Jesús, y siempre que el mensaje evangélico ha sido presentado fielmente, respaldado con el testimonio de vida cristiana. También Pablo VI hablaba de «expresiones particulares en la búsqueda de Dios y de la fe»[50].

Pero hoy «no podemos pensar en una vitalidad de la Iglesia cada vez más pujante si al mismo tiempo no intensificamos la nueva evangelización, una tarea cuya urgencia y necesidad se siente ahora más que en tiempos relativamente recientes»[51]. Para hacerse presentes en medio del mundo como testigos de Dios y mensajeros del Evangelio de la salvación, los cristianos necesitan estar (hoy más que nunca) firmemente  enraizados en el amor de Dios y en la fidelidad a Cristo, tal como se transmiten y se viven en la Iglesia[52].

Por todo ello, y haciendo nuestras las palabras que nos dirigió el papa Juan Pablo II con motivo de la visita ad limina, el día 14 de noviembre de 1986, queremos exhortaros a insistir en el desarrollo de la catequesis, atendiendo sobre todo a la exactitud y fuerza religiosa de sus contenidos, de manera que la catequesis sea en verdad para todos los fieles una verdadera introducción a la vida cristiana, desde sus aspectos más íntimos de conversión personal a Dios hasta el despliegue de la vida comunitaria, sacramental y apostólica[53].

26. Con todo, estas devociones y ejercicios piadosos perderían no poco de su savia y sus virtualidad si no estuviesen orientados hacia la vida litúrgica de la Iglesia. La Liturgia es «la fuente primera y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano»[54]. Esto ha de referirse ante todo a la Eucaristía, de donde mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin[55]. Consecuentemente, todas las devociones y ejercicios piadosos deben estar orientados y subordinados a las celebraciones litúrgicas, ya que por su naturaleza están por encima de ellos[56].

La conmemoración de la Pasión del Señor

27. Las Hermandades y Cofradías de Pasión y Penitencia, por el tema evangélico que contemplan, suponen una continua llamada a la conversión. Estas confraternidades nacieron con la idea de contemplar y dar culto público a la Pasión del Señor, sacando en procesión las imágenes de Nuestro Señor representado en alguno de estos momentos de su vida. De esta forma recordaban ellos, y todo el pueblo cristiano, el gran beneficio de la Redención y la necesidad de una conversión manifestada en la reforma de la propia vida y en la entrega y servicio a los demás.

28. Es verdad que los actos penitenciales reglamentarios que realizan las Hermandades y Cofradías pueden ayudar, y de hecho ayudan, a expresar los sentimientos de penitencia interior, referida al pecado personal, tan difícil de aceptar por el hombre. Pero hay que lograr que lo sea así de verdad, como una luz que irradia de la Pasión y la Cruz de Cristo que se conmemora, y que sitúa al hombre de cara a Dios y en el camino eficaz de salvación que Dios le ofrece. La iglesia primitiva, antes de que el cristiano explicitara la conversión con signos–sacramentos, exigía un comportamiento previo y convincente que acreditara su conversión. La renovación conciliar del Vaticano II sobre la Penitencia, tanto en las actitudes como en el sacramento, pretende recuperar su pleno sentido teológico y su núcleo central, consistente en la conversión sincera. Esta conversión requiere un cambio de mentalidad y de comportamiento en la propia vida, una vez que el hombre ha sabido situarse en su realidad de pecado a la luz del Espíritu de Verdad.

Hemos de recordar aquí, en cumplimiento de nuestro deber magisterial, la necesidad de que la totalidad de nuestros hermanos/cofrades expresen su actos penitenciales desde una inequívoca actitud de conversión profunda al Señor. Afortunadamente, en la mayoría de los casos, la «estación penitencial» se revela como signo elocuente de una actitud de conversión interior. Pero no en todos los casos ocurre así: se dan motivos, a veces, para poder pensar que el sentido auténtico de algunos actos penitenciales escapa a la mayoría de los que contemplan nuestras procesiones, porque sólo perciben ciertos aspectos de carácter cultural o folclórico, a causa de los comportamientos de algunos penitentes, poco en consonancia con lo que en principio se pretende.

Nadie debería pensar que algo tan fundamental como es la conversión radical del hombre pueda alcanzarse mediante un simple acto extrínseco, por el mero hecho de practicarlo, sin traer al primer plano al Dios que llama y convence mediante su Palabra y sus dones espirituales. Partiendo de la iniciativa de dios, que, levantando a Jesucristo en la Cruz, hace descubrir a todo  hombre su situación humana de impotencia, de caída en poder del mal y del pecado, el hermano/cofrade debe buscar y expresar su conversión verdadera, sin quedar satisfecho con una simple manifestación de penitencia pública reglamentaria que pueda realizar, por diversos motivos, carente de aquel requisito fundamental de conversión al amor de Dios y al amor de todos los hombres.

29. Nada mejor para cambiar nuestros corazones y para hacer de nuestra vida un servicio a los demás que el recuerdo del amor tan grande que Jesús nos mostró muriendo en la cruz por todos nosotros[57]. Su muerte fue la expresión suprema de su fidelidad a Dios Padre[58] y de su fidelidad a los hombres, a los que vino a salvar, pues nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos[59]. El Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida para redención de muchos[60]. Tener la Pasión del Señor como modelo de referencia en la fe constituye una gran exigencia para todos los miembros de las Hermandades y Cofradías. Supone una profunda fe cristiana e implica el deseo de cumplir en todo la voluntad del Padre Celestial, hasta la entrega de la propia vida por predicar el Reino de los cielos.

30. Pero no hay muerte del Señor sin resurrección. La Pasión Y muerte del Señor no está completa sin la Resurrección. Al que murió en la cruz por nuestros pecados Dios lo resucitó[61] y lo ha constituido para siempre Señor y Mesías[62]; exaltado a la diestra de Dios, ha enviado el Espíritu prometido pro el Padre[63]. El Espíritu Santo habita ya en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo[64] y ora y da testimonio en nosotros de la adopción de hijos[65].

La muerte ha sido definitivamente vencida por la vida. Si no creyéramos y celebráramos la Resurrección del Señor, que es la garantía de nuestra propia resurrección, serían falsas nuestra predicación y nuestra fe[66].

Por consiguiente, no puede haber Semana Santa sin celebración de la Resurrección. El Domingo de Pascua de Resurrección da sentido a cuanto recordamos en los días anteriores. Toda celebración cristiana es celebración de la Resurrección del Señor. Las salidas procesionales de Semana Santa se viven con mucho mayor sentido si se participa, como hemos visto, activa y conscientemente en los oficios litúrgicos del Triduo Pascual. La liturgia tiene siempre presente la perspectiva pascual de toda la obra de la salvación. La Vigilia Pascual es la verdadera culminación de toda la Semana Santa, y debe ayudar a que manifestemos en las procesiones lo que queremos vivir en la liturgia y en la realidad de cada día. Por esto es muy importante que cada Hermandades y Cofradías ofrezca a sus miembros cauces concretos para que puedan participar en los oficios del Triduo Pascual. Así, la liturgia y las procesiones podrán recuperar la unidad que primitivamente tuvieron, y se vivirá más fuertemente el sentido cristiano que encierra para todos los creyentes la verdad de que le Crucificado murió, pero ha resucitado[67].

El arte religioso

31. A través de toda su historia, las Hermandades y Cofradías han creado , conservado, custodiado y restaurado, en bastantes ocasiones, una buena parte del arte religioso existente en nuestras iglesias. Y no sólo en las magníficas tallas de los Cristos y Vírgenes que todos conocemos, sino también en el campo de la orfebrería, de los bordados, candelería, cera, túnicas, mantos, canastillas, etc. Es obligado velar por tanta riqueza de arte sacro como el representado por el patrimonio de las Hermandades y Cofradías.

32. en la creación de nuevas imágenes u otros objetos de culto actúen siempre las Hermandades y Cofradías de acuerdo con las delegaciones de arte de las respectivas diócesis, a fin de evitar en nuestros templos aquellas obras artísticas que puedan repugnar a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana u ofender el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte[68]. Las cosas destinadas al culto, nos dice también el Concilio, sean «en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades eclesiales»[69]. De acuerdo con este espíritu, recomendamos que cualquier innovación o estreno notablemente costoso de objetos artísticos sea comunicado previamente a nuestra autoridad.

Dimensión cultural

33. Muchos comportamientos religiosos colectivos, por tratarse de hechos sociales, contienen una serie de dimensiones distintas de las puramente religiosas. Así, por ejemplo, las Hermandades y Cofradías han jugado un papel relevante en la historia del asociacionismo en nuestra región. Determinadas manifestaciones religiosas pueden expresar simbólicamente la identidad de una región, de una ciudad, de un pueblo, de un barrio o de un grupo social, además de los sentimientos religiosos de los participantes. Pueden existir asimismo unos ritos religiosos que sean expresiones de la integración o separación de grupos, pueblos o regiones. Y lo mismo puede decirse de muchas manifestaciones estéticas y festivas presentes en procesiones, romerías y fiestas patronales que cíclicamente se vienen celebrando por nuestra geografía.

34. Pero hay que dejar bien sentado que el hecho de que las celebraciones populares católicas contengan otras dimensiones complementarias de las religiosas no justifica el que otros grupos ciudadanos  o las autoridades públicas las que fomenten únicamente desde una perspectiva cultural, sin tener en cuenta la experiencia espiritual, las creencias religiosas, las exigencias morales y la comunión eclesial que tales celebraciones comportan en la vida del pueblo cristiano[70]. Si no se profesa la fe cristiana, difícilmente se pueden comprender estas expresiones religiosas de nuestro pueblo, y mucho menos la participación y el hecho de asociarse para promoverlas y celebrarlas.

 

III. UN CAMINO DE RENOVACIÓN

Actitud misionera

35. Ya hemos dicho que los católicos asociados a las Hermandades y Cofradías tienen que avivar la dimensión apostólica de su fe. La fe en el Resucitado es sobre todo fe misionera: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación[71]dijo el Señor–, y todos salieron a predicarla por todas partes[72]. Los profundos cambios culturales experimentados por nuestra sociedad reclaman también hoy de todos los católicos un nuevo esfuerzo de evangelización[73]. A finales del segundo milenio, nuestra sociedad está necesitada de una segunda evangelización. Se hace cada día más urgente ir pasando de una pastoral de conservación a una pastoral de misión, ya que cada vez van siendo más las personas que no conocen la revelación de dios a los hombres en su Hijo Jesucristo. Cada vez parecen ser más numerosos los católicos que tienen una fe muerta. A unos y otros hay que anunciarles la Vida Eterna[74]. «Ahora, más que de conservar sólo costumbres religiosas y transmitidas se trata, sobre todo, de fomentar una adecuada reevangelización de los hombres, de obtener su reconversión, de impartirles una más profunda y madura educación en la fe»[75].

36. El mundo cambia continuamente y se hace necesario adaptar el anuncio del Evangelio, la espiritualidad y el compromiso apostólico al medio social de cada época. La evangelización el hombre actual tiene como requisito la inculturación de la fe en el mundo en el que vivimos, guardando el mandato sin tacha ni culpa hasta la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo[76]. La inculturación «significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo»[77]. Se trata así de evangelizar la cultura sin desvirtuar los valores del Evangelio. Por tanto, en nuestra presentación y vivencia del mensaje de Jesús se muestra necesario revisar aquellos elementos que, siendo fruto de la inculturación en épocas y mentalidades pasadas, no resultan válidos hoy[78]. Por consiguiente, pensemos si nuestra espiritualidad, expresiones litúrgicas, formas de piedad y manifestaciones plásticas, están en consonancia con las prácticas del hombre de nuestro tiempo.

Prepararnos para la misión

37. Todos estamos necesitados de una renovación cristiana, tanto en nuestros conocimientos teológicos como en nuestra práctica pastoral. Debemos entrar en una dinámica de formación permanente, tal como hemos escrito los obispos españoles, manifestando que nos sentíamos «obligados a impulsar la preparación y la formación permanente de todos los agentes de pastoral que tienen especial influencia en la vida del pueblo de Dios»[79].

Esto, que parece indispensable para todos los cofrades y hermanos, lo es de una manera singular para aquellos que han sido elegidos para ocupar cargos de responsabilidad dentro de las Hermandades y Cofradías. Nos referimos a los hermanos mayores o presidentes y a todos los miembros de las Juntas de Gobierno. Sólo deberían ocupar dichos cargos cofrades y hermanos que se distingan por su vida cristiana personal, familiar y social, así como por su vocación apostólica. Ellos deben dar ejemplo y ser estímulo para los demás cofrades y hermanos, participando cada domingo en la celebración de la eucaristía, recibiendo con frecuencia el sacramento de la penitencia o confesión, siendo esposos y padres ejemplares, competentes trabajadores o profesionales distinguiéndose siempre por su unión y servicio a la parroquia, a la diócesis y a la Iglesia universal.

Nunca debería darse el caso de pretender acceder a los cargos de gobierno de una Hermandad/Cofradía personas que tuviesen como objetivo fines ajenos a los anteriormente enumerados; por ejemplo, servirse de una Hermandad/Cofradía como ámbito de influencias sociales o plataforma de prestigio meramente humano.

38. De la misión que la Iglesia os encomienda se deriva una serie de exigencias para la vida espiritual  de cada hermano/cofrade y para el trabajo apostólico de toda Hermandad/Cofradía:

a) Como bautizados y miembros conscientes de la Iglesia católica tenéis que alimentar cada día vuestra vida interior, si de verdad estimáis la propia fe como la más importante de vuestra existencia. Este alimento nos viene de la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, de la oración asidua, personal y familiar, de la participación frecuente en las celebraciones litúrgicas, de la penitencia personal y sacramental, del compromiso personal en la vida de la propia comunidad y en el amor evangélico eclesial a los pobres[80].

Los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía dominical han de ser en todos vosotros prácticas habituales. Todos los sacramentos, todos los ministerios eclesiales y todas las obras de apostolado están unidos con la eucaristía y hacía ella se ordenan. La eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización[81]. Las celebraciones litúrgicas deben ocupar el centro de la vida de todas las asociaciones católicas y todos los otros actos de piedad habrán de estar orientados hacia ellas. La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del señor o domingo. En este día, los fieles deben reunirse para escuchar la palabra de Dios y participar en a eucaristía, en recuerdo de la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dando gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos[82].

En la vida diaria estáis llamados a dar testimonio de vuestra condición de católicos en la familia, en el trabajo y en los compromisos sociales. En consonancia con vuestro compromiso cristiano en las Hermandades y Cofradías., habréis de conformar progresivamente vuestras vidas, vuestras maneras de pensar y actuar a las exigencias evangélicas. Siendo, en primer lugar, sensibles ante los problemas de los hombres, comprometiéndonos en la transformación de las estructuras sociales, con la participación en las asociaciones civiles para promover desde ellas el bien común, de acuerdo con la propia fe y las enseñanzas de la Iglesia[83]. Pensad en todas estas exigencias cristianas a la hora de elegir a vuestros directivos, olvidando protagonismos sociales, económicos y familiares. Los que más destaquen en vida espiritual y apostólica son los más aptos para estos cargos[84].

b) Como miembros de asociaciones católicas estáis llamados también a participar en la actividad catequética de la Iglesia. Para poder evangelizar a otros tenéis que prepararos, primero vosotros mismos, en el conocimiento de la Sagrada Escritura y de las enseñanzas de la Iglesia. Es decir, tenéis que ser catequizados primero para poder catequetizar a los demás conociendo y viviendo el contenido de la fe. Para poder explicar a los hombres las riquezas de la pasión, muerte y resurrección del Señor y los dolores y gozos de María. Para decirles a todos que este Dios viviente y soberano se ha entregado y se hace accesible a los hombres como amor y como gracia en su hijo Jesucristo[85].

La catequesis es una experiencia tan antigua como la Iglesia. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana aparecen en el libro de los Hechos de los Apóstoles  perseverantes en oír la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan y en la oración[86]. Los apóstoles asocian a su tarea de enseñar a otros discípulos[87], y en la Iglesia primitiva, incluso, los simples cristianos dispersados por la persecución, iban por todas partes predicando la Palabra[88]. Todo bautizado tiene derecho a recibir de la Iglesia una enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida verdaderamente cristiana y participar de la tarea evangelizadora de la Iglesia[89].

Comunión eclesial

39. Otro elemento importante para las Hermandades y Cofradías en este proceso de renovación es la comunión eclesial. La comunión con la Iglesia nos es necesaria para la salvación. Cristo, el único mediador y el camino de la salvación, se hace presente a nosotros en su Cuerpo visible, que es la Iglesia. Entramos en ella por el sacramento del bautismo, indispensable para llegar a formar parte de la comunidad católica y apostólica de los creyentes[90]. Insistimos en lo que recientemente hemos dicho todos los obispos españoles: Es preciso que caigamos en la cuenta de la naturaleza esencialmente eclesial de nuestra fe personal desarrollando el conocimiento y la estima de la Iglesia como fuente y matriz permanente de la fe. En ella y por ella la recibimos; por medio de ella nos llega la asistencia de Dios y Cristo para mantenernos en la auténtica fe apostólica de dios y Cristo para mantenernos en la auténtica fe apostólica (…). Las comunidades, asociaciones y movimientos, aun siendo eclesiales, no realizan por sí solos y aisladamente el ser completo de la Iglesia[91].

40. El compromiso cristiano de los miembros de las Hermandades y Cofradías no se reduce al limitado círculo de estas asociaciones. Como miembros de un movimiento cristiano, han de sentirse en comunión con las otras asociaciones y movimientos apostólicos de la Iglesia diocesana. Téngase en cuenta que las asociaciones y movimientos apostólicos pueden degenerar o empobrecer su vitalidad cristiana, espiritual y apostólica si se cierran sobre sí mismos, sustituyendo el magisterio y la amplitud de la Iglesia universal por las tradiciones, las ideologías y hasta los intereses meramente humanos[92].

41. Por la misma razón, las Hermandades y Cofradías han de vivir su comunión orgánica con las parroquias a las que pertenecen. Les incumbe colaborar con el párroco y los demás sacerdotes en al vida litúrgica, sobre todo en la preparación del Triduo Pascual y en otras tareas apostólicas o catequísticas. Todo esto justifica la presencia de los hermanos/cofrades en los Consejos Parroquiales de Pastoral.

42. A través de la parroquia nos vinculamos con la Iglesia diocesana y con la Iglesia universal, bajo el ministerio pastoral de los obispos y del Sumo Pontífice. La Iglesia difundida por todo el orbe se convertiría en una abstracción si no tomase cuerpo y vida precisamente a través de las Iglesias particulares[93]. Los cristianos no formamos parte de la Iglesia universal al margen de la Iglesia particular. La Iglesia universal se realiza de hecho en todas y cada una de las Iglesias particulares que viven en la comunidad apostólica y católica. El hecho de vivir encuadrados en otras instituciones eclesiales al hilo de la historia, por la acción del Espíritu, no nos dispensa del esfuerzo por integrarnos en la Iglesia particular constituyente de ser mismo de la Iglesia[94]. La Iglesia diocesana la formamos todos, y entre todos tenemos que enriquecerla con nuestros carismas, con nuestra colaboración y con la ayuda material a sus necesidades.

43. Pedimos a todas las asociaciones católicas que no pierdan el sentido de la proporcionalidad y piensen en las exigencias de la caridad cristiana en el momento de distribuir sus recursos económicos. No deben olvidar la situación de nuestra región y las necesidades de la Iglesias diocesanas. Ambos problemas deberían tener un carácter prioritario sobre otras necesidades, canalizándose las ayudas a través de las Cáritas Diocesanas. Es preciso que los católicos «adquiramos una conciencia más viva y más lúcida de nuestra responsabilidad respecto al sostenimiento económico de la Iglesia», para lo cual la aportación de cada uno de los fieles y la de las asociaciones católicas es totalmente necesaria «para el culto divino, las obras apostólicas y la caridad y el conveniente sustento de los ministros»[95], así como para las obras misionales y las necesidades de la Iglesia universal[96]. Es conveniente que el ordenamiento económico de las Hermandades y Cofradías se adapte al sistema contable vigente en las diócesis en conformidad con las disposiciones del Derecho Canónico[97].

44. Los sacerdotes forman , junto con su obispo, el presbiterio diocesano. En cada una de las congregaciones de fieles ellos representan al obispo, con quien están confiada y animosamente unidos[98]: Recordamos a todos que es muy raro, por no decir imposible, que florezca una comunidad de fe, más pequeña o más grande, sin el aliento de un sacerdote. Sin el sacerdote no es posible la reconciliación sacramental ni la celebración eucarística; él es el animador, el ministro de la palabra, el pastor que guía espiritualmente a los fieles y el que debe aglutinar el grupo[99].

Por este motivo, los sacerdotes deben conocer mejor y ayudar más a estas asociaciones de seglares con tanta tradición en la Iglesia. Sus posibilidades pastorales pueden ser muchas. No olviden que la promoción de un laicado responsable y activo es una de las tareas más necesarias y urgentes del presbítero como evangelizador[100].

45. La vocación cristiana en todo hombre creyente nace del hecho de ser miembro del Pueblo de Dios y, por ello, no puede realizarse sólo en el compromiso individual, sino que primero habrá de vivirse, como hemos dicho, en las comunidades básicas y estables de la Iglesia local, es decir, en las parroquias. En segundo lugar, en los grupos asociativos que le ayudan a completar su vivencia cristiana, como ocurre en este caso con las Hermandades y Cofradías.

Pero, al mismo tiempo, la existencia genuina de éstas –y más todavía la realización cristiana de sus fines situados en el marco completo de las relaciones Iglesia–Mundo–, dependen en gran medida de la presencia ministerial de los directores espirituales y demás sacerdotes que las asisten. Como ministros de Cristo al servicio de esta porción de fieles y garantes de su fidelidad a los fines propios, deberán los sacerdotes considerarse siempre como «hermano entre hermanos»[101], que trabajan juntamente con los seglares en la Iglesia y por la Iglesia. Por su parte, los hermanos cofrades deben acogerlos como a quienes tienen la responsabilidad oficial, no sólo de atender a las necesidades rituales de la Hermandad, sino a la realización del sacerdocio común de los fieles puestos bajo su cuidado pastoral, en toda su amplitud.

Ciertamente, el marco específico de una Hermandad puede ofrecerles a los sacerdotes unas posibilidades inestimables para ejercer fructuosamente el ministerio pastoral. Su principal misión y el fin de todos sus esfuerzos ha de ser facilitar a todos los hermanos cofrades sus encuentro con el Señor. Por esto mismo, los hermanos cofrades deberán adoptar ante sus directores espirituales o sacerdotes asistentes una actitud fraternal de acogida, a fin de ayudarles en el cumplimiento pleno de su ministerio sacerdotal. Estos actuarán siempre en comunión con el obispo y unidos al párroco[102].

46. Las Hermandades y Cofradías, cuyo fin es el culto público en nombre de la Iglesia, según el Derecho Canónico, son por ello asociaciones públicas. Estas asociaciones deben ser erigidas canónicamente por el obispo del lugar si quieren «promover el culto público» en nombre de la Iglesia y realizar «el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal»[103]. Solamente es culto público el que «se ofrece en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas y mediante actos aprobados por la Iglesia»[104]. Y, por tratarse de asociaciones públicas de la Iglesia, «corresponde exclusivamente a la autoridad eclesiástica competente el erigir asociaciones de fieles que se propongan (…) promover el culto público…»[105] Por esto mismo, «los estatutos (las reglas) de esta asociación pública, así como su revisión o cambio, necesitan la aprobación de la autoridad eclesiástica a quien compete su erección, conforme a la norma del canon 312,1»[106].

47. Un claro signo de comunión eclesial actualmente para las Hermandades y Cofradías lo constituye la pronta adaptación del los Estatutos y Reglas «definan y señalen los medios para que las Hermandades y Cofradías sean realmente lugares de educación en la fe, de celebración de la misma, de caridad y comunicación de bienes, de testimonio de Jesucristo en el mundo»[107].

48. La música sagrada forma parte de las celebraciones de culto y de los ejercicios piadosos. No es un ornato sobreañadido, como si se tratara de un elemento externo o secundario. La calidad interpretativa de las voces e instrumentos es parte integrante de la música sagrada: «la gloria de Dios y la santificación de los fieles». La música es también un dato identificador de la naturaleza religiosa de los actos que se celebran. Por ello, todos, sacerdotes y fieles, hemos de valorar correctamente la naturaleza y la importancia de la música sagrada, en sus diversas formas cooperando con fidelidad y creatividad a la educación y a la participación de los fieles (músicos, coros y pueblo) en las celebraciones religiosas. Sea siempre el espíritu de la liturgia el que inspire las diversas actuaciones musicales, lejos de toda espectacularidad, de orientación o criterios ajenos a las enseñanzas de la Igleisa. «Téngase en cuenta que la verdadera solemnidad de la acción litúrgica no depende tanto de una forma rebuscada, de un canto o de un desarrollo magnífico de ceremonias, cuando de aquella celebración digna y religiosa que tiene en cuenta la integridad de la acción litúrgica misma»[108].

La función ministerial de la música sagrada en el servicio divino se rige por su doble fidelidad al rito litúrgico y a la comunidad celebrante. Promuevan las Hermandades y Cofradías la formación de coros que, expresando la propia vivencia de la fe y abiertos a la pastoral parroquial, sirvan a los fines del culto cristiano. Eviten aquellos elementos que pueden fomentar en los fieles la evasión o conducirles a vivencias profanas. Para ello se ha de garantizar el contenido religioso de los repertorios musicales y se han de de preferir los que son propios de cada tiempo litúrgico, armonizando convenientemente la actuación del coro y el canto del pueblo. Es éste un excelente campo de apostolado para los hermanos/cofrades y un cauce para su servicio a los fieles integrados en la vida parroquial.

Pedimos a los sacerdotes y a los responsables de la organización de los cultos que observen con fidelidad las recientes disposiciones de la Comisión episcopal de Liturgia sobre los cantos del ordinario de la misa, el salmo responsarial y el canto de la paz[109].

 

IV. SANTUARIOS Y ERMITAS

Renovación del sentido cristiano

49. Algunas Hermandades y Cofradías se organizan en torno a santuarios y ermitas dedicados a Cristo, a la virgen o a los santos en las zonas donde están ubicados. Se trata de Hermandades y Cofradías de Gloria que en muchas ocasiones veneran a María como reina gloriosa. Sus celebraciones religiosas suelen coincidir frecuentemente con las fiestas patronales.

50. Las Hermandades y Cofradías establecidas en santuarios y ermitas, en unión con los párrocos y con las comunidades parroquiales., procuren que estas celebraciones sean auténticas manifestaciones de la fe de la Iglesia. Eviten interferencias de las entidades no eclesiales en su organización y dirección, distinguiendo bien las celebraciones profanas de las religiosas. Conviene precisar con la mayor claridad las exigencias cristianas que se derivan de estas celebraciones, acomodando la dimensión festiva a las actitudes y criterios evangélicos. Hay que seguir avanzando en el camino de la autonomía de la Iglesia ante el poder civil, en conformidad con la doctrina del Concilio Vaticano II.

51. Los santuarios y ermitas son templos católicos y, por consiguiente, en ellos deben seguirse las mismas normas canónicas que en el resto de las iglesias. Los fieles deben guardar en ellos el mismo respeto y reverencia que en las otras iglesias. A ello puede ayudar el acotamiento de una zona de silencio en torno a los santuarios, evitando que llegue hasta ellos el bullicio festivo de los alrededores; cuidar de la disposición interior de estas iglesias, de manera que inviten a la participación; iluminarlas y sonorizarlas convenientemente; educar al pueblo cristiano en las actitudes cristianas convenientes, no justificando determinados comportamientos (impuntualidad, desorden, rivalidades…) con la excusa de pretendidas tradiciones.

Popularidad creciente

52. Los santuarios y ermitas del sur de España están viviendo una revitalización religiosa. Lugares de culto que hace sólo unos años estaban casi olvidados ahora están siendo muy frecuentados por fieles y peregrinos, sobre todo con ocasión de las celebraciones patronales. En esta revalorización de los santuarios y ermitas está influyendo, en primer lugar, el sentido religioso de nuestro pueblo, junto a otra serie de factores sociales. Entre ellos podemos citar el fenómeno de la vuelta al campo, a la montaña, al pueblo en general, propio de las culturas urbanas, como reacción a la despersonalización, a la monotonía y a la aglomeración de nuestras ciudades. Se vuelve a estos lugares buscando la identidad cultural perdida por la emigración obligada a zonas sin ninguna o con distinta tradición cultural, y ajenas totalmente a los sentimientos y convicciones más íntimas. Presentes en esta vuelta a los orígenes, están también algunas ideas cada vez más extendidas sobre la importancia y el valor de la naturaleza para un sano equilibrio de la vida humana.

53. Pero esta popularidad creciente de nuestros santuarios y ermitas deberá ir acompañada de un aumento y profundización en las celebraciones litúrgicas de los santuarios. En este sentido somos contrarios a la pérdida del carácter cristiano de estos centros de peregrinación y a la participación en ellos por motivos ajenos a la experiencia de fe. Tampoco aprobamos la desunión y el conflicto entre hermanos que tienen una misma fe y que predican el perdón y el amor fraterno.

Por encima de las pequeñas diferencias y las tradiciones está el hecho indiscutible de que tenemos un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, para todos y en todos[110]. Aconsejamos a los católicos que desaparezca la ostentación y la desmesura económica, que desentona con las exigencias evangélicas y la situación social de nuestra región.

No deberíamos dar lugar a que cayera sobre nosotros aquellas duras palabras del Señor: «Mi casa es casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una casa de bandidos!»[111]

Sentido cristiano del caminar

54. Las procesiones, peregrinaciones y romerías que se hacen a los distintos santuarios y ermitas tuvieron siempre, y pueden seguir teniendo, un profundo sentido cristiano si se hacen con verdaderas motivaciones espirituales. Salir en procesión, en peregrinación o en romería supone ponerse en camino. El camino es una experiencia espiritual, es una apertura a lo nuevo, a lo desconocido. En un desinstalarse. Es el abandono de todo lo que tengo para encontrar al que valoro más que todo lo dejado. Es el paso por la soledad y el desierto, antes de alegrarse por haber encontrado lo que se buscaba. Abraham dejó la casa de sus padres y su patria y se puso en camino hacia la tierra que Yahveh le mostró[112]. El pueblo de Israel caminó durante cuarenta años por el desierto antes de ver la tierra prometida[113]. Nosotros mismos somos peregrinos y caminantes en esa tierra. Pero, el camino que lleva a la Vida es angosto y estrecho y pocos son los que lo encuentran[114]. Hacer el camino tiene un profundo sentido bíblico cuando éste supone una experiencia que lleva hacia la conversión al Evangelio, a la entrega a Dios Nuestro Padre y a su Hijo Jesucristo.

55. Los hijos de Israel, antes de llegar a la tierra prometida, adoraron a dioses falsos[115], pusieron a prueba Dios y lo tentaron, y no todos vieron la tierra de promisión[116]. Nosotros también podemos estar adorando a ciertos ídolos por el camino en vez de adorar al verdadero Dios, al Dios revelado en los Evangelios por Jesús, su Hijo. Él es la puerta por donde debemos entrar para encontrar la salvación[117]. Él es el Camino, la Verdad y la Vida[118]. El camino cristiano es un camino de seguimiento al Señor, es el camino de la entrega y del servicio a los demás.

56. Dada la gran afluencia de fieles que acuden en peregrinación a muchos de estos santuarios y ermitas, pedimos a los sacerdotes responsables y a los hermanos cofrades que se reúnan a planificar con el mayor interés la atención pastoral en estos centros de peregrinación, no sólo en los días de la festividad de los titulares, sino durante todo el año; y que preparen según las orientaciones conciliares las celebraciones litúrgicas correspondientes. Todos deben colaborar en la organización y preparación de estas peregrinaciones y romerías, sobre todo en lo que afecta a las celebraciones penitenciales eucarísticas.

Con ocasión del Año Mariano, la Sagrada Congregación para el Culto divino ha dado algunas directrices pastorales concretas para los santuarios:

1) Entre las funciones de los santuarios está el incremento de la liturgia, entendido no como aumento numérico de las celebraciones, sino como perfeccionamiento de la calidad de las mismas. Entre estas celebraciones litúrgicas debe tener un lugar preferente la celebración de la eucaristía y de la penitencia, celebradas con la dignidad y respeto que requieren.

2) La función ejemplar del santuario se manifiesta también en el ejercicio de la caridad, en la acogida y hospitalidad hacia los peregrinos, sobre todo a los más pobres, en la solicitud y premura hacia los peregrinos ancianos, enfermos y minusválidos, a los cuales se reservan las más delicadas atenciones y los mejores lugares en el santuario: en la disponibilidad y en el servicio ofrecidos a todos aquellos que acuden a estos centros devocionales.

3) La peregrinación es otra de las funciones religiosas de los santuarios. La peregrinación es una manifestación cultural íntimamente vinculada a la vida del santuario. En sus formas más auténticas, constituye una elevada expresión de piedad, por las motivaciones que están en su origen, por la espiritualidad que la anima, por la oración que caracteriza sus momentos fundamentales: la partida, el «Camino», la llegada, el retorno.

4) Los sacerdotes que guían peregrinaciones deben favorecer la reunión de los diferentes grupos en una misma concelebración, debidamente articulada: ésta daría entonces una imagen genuina de la naturaleza de la Iglesia y de la Eucaristía y constituiría para los peregrinos ocasión de mutua acogida y de recíproco enriquecimiento.

El centro de interés y la meta de toda peregrinación radica en la imagen devocional que preside cada santuario, en torno a la cual debe transcurrir la convivencia de los romeros, mediante una programación adecuada al acto que se celebra y que excluya toda evasión hacia actividades paralelas, ajenas al espíritu cristiano del acto que se celebra.

5) En los períodos de mayor afluencia de peregrinos, los rectores de algunos santuarios destinan algunos momentos de la jornada a la celebración de las bendiciones de personas y objetos. A través de ellas, celebradas con verdad y dignidad, los fieles comprenderán su sentido genuino y el compromiso de observar los mandamientos de dios que conlleva la «demanda de una bendición».

6) La consagración al Señor o a la Virgen María (el hecho de ponerse bajos su protección) de niños, familiar, grupos eclesiales y parroquias no debe ser fruto únicamente de una emoción momentánea aunque sincera. Antes bien, debe nacer de una adhesión personal, libre y madurada a través de una exacta comprensión del significado religioso de la consagración al Señor o a María.

7) Muchos santuarios son sede de Cofradías que se proponen honrar a sus titulares y promover la vida cristiana entre sus miembros. La inscripción en tales asociaciones es en sí misma un acto de devoción; pero no deben alentarse las inscripciones que se reducen a una mera fórmula, sin asumir compromiso concreto alguno.

8) La imposición de medallas, insignias y escapularios ha de hallarse de acuerdo con la seriedad de sus orígenes; no debe ser un acto más o menos improvisado, sino el momento final de una esmerada preparación por la que el fiel se ha hecho consciente de la naturaleza y de los fines de la asociación a que se adhiere y de los compromisos de vida que con ello asume.

9) Fiel a una antigua y universal tradición, el peregrino que acude a un santuario lleva a cabo una ofrenda. Tanto los donativos, las ofrendas de especies y los exvotos son expresiones culturales de gratitud. Con respecto a los exvotos, debe cuidarse que no invadan el lugar donde se veneran las imágenes ni el ámbito de la Iglesia. Edúquese igualmente el buen gusto de los fieles en su elección, respetando la sensibilidad y las posibilidades de los oferentes.

10) Los santuarios son por definición lugares donde se anuncia la Palabra, y la exposición catequética constituye un elemento integrante de este anuncio. El santuario, al menos en sentido ideal, es un lugar idóneo para una catequesis permanente sobre las principales verdades de la fe, que dicen relación con el Señor, la Santísima Virgen o los ejemplos de vida cristiana de los santos y santas.[119].

Finalmente, el Papa ha hablado sobre la pastoral que se debería llevar en estos santuarios marianos: estos lugares «pueden y deben ser lugares privilegiados para el encuentro de una fe, cada vez más purificada, que los conduzca a Cristo».

«Hay que aprovechar pastoralmente estas ocasiones, acaso esporádicas, del encuentro con almas que no siempre son fieles a todo el programa de una vida cristiana, pero que acuden guiadas por una visión a veces incompleta de la fe, para tratar de conducirlas al centro de toda piedad sólida, Cristo Jesús, Hijo de Dios Salvador».

«A los sacerdotes encargados de los santuarios, a los que hasta ellos conducen peregrinaciones les invito a reflexionar maduramente acerca del gran bien que pueden hacer a los fieles, si saben poner por obra un sistema de evangelización apropiados»[120].

 

CONCLUSIÓN

57. Terminamos esta exhortación pastoral haciéndoos una llamada a la sencillez y a la humildad en todo vuestro esfuerzo de renovación. Pensar en la sencillez y humildad del Señor en su pasión y de María junto a la cruz. Las actitudes de Cristo, de María y de los santos deben estar reflejadas siempre en vuestras relaciones, en vuestras obras de caridad, en vuestras celebraciones de la fe, en vuestras procesiones, tanto sacramentales como de pasión o de gloria, así como la presentación pública de vuestras veneradas imágenes. Este debe ser el estilo de vuestra tarea cristiana como cofrades. Por tanto, que no haya entre vosotros rivalidades ni enemistades ni afán de protagonismo. Que vuestro testimonio de amor fraternal y comunión mutua esté patente ante el mundo que os rodea sin quedaros en gestos de cortesía. «Tened un mismo sentir los unos para los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde»[121]. Pues el Señor siendo de condición divina «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre y se humilló hasta la muerte y muerte en la cruz»[122].

58. Ponemos toda esta renovación de las Hermandades y Cofradías bajo la protección de la Virgen María Madre de Cristo y de la Iglesia. Estamos seguros de que como en Caná de Galilea, ella presentará a su Hijo todos nuestros deseos de renovación y los hará realidad en nuestros corazones y en nuestras asociaciones; como en el Calvario, no acompañará en los momentos de sufrimiento y de dolor, en nuestra debilidad y pecado, para acercarnos a su Hijo y darnos fortaleza y esperanza; y como en Pentecostés, orará con nosotros y por nosotros al Espíritu Santo, a fin de que nos dé ánimo y haga fecunda la renovación que todos deseamos. Que ella impulse vuestra solidaridad y renueve vuestros esfuerzos para la construcción del Pueblo de Dios en la Verdad, en la justicia y en la libertad. ¡María, Madre de la Iglesia, guarda a tus hijos del sur de España en la paz y en la prosperidad!

En la festividad de Nuestra Señora del Pilar.

12 de octubre de 1988.

José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada y A. A. de Almería. Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla. Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada. Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva. José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba. Antonio Montero Moreno, Obispo de Badajoz. Antonio Dorado Soto, Obispo de Cádiz–Ceuta. Javier Azagra Labiano, Obispo de Cartagena–Murcia. Ramón Buxarráis Ventura, Obispo de Málaga. Rafael Bellido Caro, Obispo de Jerez. Ignacio Noguer Carmona, Obispo de Guadix–Baza. Santiago García Aracil, Obispo de Jaén.

 

APENDICE

En estos últimos años ha ido apareciendo una serie de documentos y textos papales y episcopales sobre el tema de la religiosidad popular. Deseamos que los hermanos cofrades y los sacerdotes reflexionen en común estos documentos y las orientaciones pastorales propuestas en ellos.

Pablo VI, en la exhortación pastoral Evanglii nuntiandi, dice de la religiosidad popular que «cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores»[123]. Juan Pablo II, en su exhortación Catechesi tradendae[124], da unas orientaciones para la catequesis sobre la religiosidad popular de nuestro pueblo. Este mismo año, el 5 de noviembre de 1982, en la homilía de beatificación de sor Ángela de la Cruz en Sevilla, expresó el sentido cristiano actual de las Hermandades y Cofradías[125].

Nosotros mismos hemos publicado también algunos documentos sobre el tema para una reflexión pastoral en nuestras diócesis. En 1975 publicamos el documento el catolicismo popular en el sur de España. En él hicimos un análisis de la religiosidad popular de nuestro pueblo, dimos algunos criterios teológicos para la valoración de estos comportamientos religiosos, e indicamos algunas pautas de acción pastoral. Decíamos entonces, y lo reafirmamos ahora, que la religiosidad popular «es un dato que han de asumir las iglesias diocesanas del Sur con el carácter de prioridad que le corresponde, ya que esa realidad forma el tejido global de nuestras comunidades y la estructura religiosa de base de nuestra sociedad regional»[126].

Más recientemente, todos los obispos de Andalucía hemos vuelto sobre el tema en la carta pastoral El catolicismo popular: Nuevas consideraciones pastorales. En ellas analizamos la nueva situación creada en las iglesias del Sur en el tema de la religiosidad popular. Discernimos algunas de las conclusiones a las que llegan las ciencias humanas, algunas ideologías y cierta teología crítica. Y ofrecemos una serie de criterios para la acertada actuación pastoral de los seglares, de los sacerdotes y de todos los agentes de pastoral en el campo de la religiosidad popular.

En el ámbito de la Provincia Eclesiástica de Granada, los obispos publicamos en 1984 la pastoral colectiva A propósito de la religiosidad popular[127]. En esta carta se exhorta a que las manifestaciones religiosas que se celebran en Andalucía sean «de verdad un medios de conversión al Reino de dios y a su justicia, fomentando la fidelidad a los valores evangélicos y  sean un signo inequívoco de comunión de pertenencia a la Iglesia de Cristo»[128]. Con ocasión del Año Mariano publicamos otra pastoral colectiva sobre Los santuarios marianos[129]. Para los obispos, «el Año Mariano invita a rehacer el lenguaje espiritual de las viejas peregrinaciones que culminan en los santuarios con la práctica de la penitencia y en la eucaristía»[130].

Por último, a nivel nacional, la Comisión episcopal de Liturgia ha publicado recientemente sobre este tema el documento pastoral Evangelización y renovación de la piedad popular[131]. Con respecto a la celebración del Triduo Pascual, la Congregación para el Culto Divino ha publicado una Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales[132]. Y la Comisión permanente de la Conferencia Episcopal Española un texto normativo sobre El horario y otros aspectos de la Vigilia Pascual[133]. Con ocasión del Año Mariano, la Comisión Episcopal de Liturgia y la Congregación para el culto Divino han elaborado Orientaciones y celebraciones para el Año Mariano[134], cuya lectura y uso litúrgico recomendamos en los actos marianos que se celebren, especialmente los nuevos formularios de las «misas de la Virgen María»[135]



[1] 2 Cor 1,2 (cf. CIC 431)

[2] LG. n. 30 (cf. CIC 212).

[3] LG n. 27 (cf. CIC 752–753)

[4] CF. apéndice

[5] Discurso del Papa a los obispos del sur de España con ocasión de la visita «ad limina» (30 de enero de 1982). Cf. Boletín Interdiocesano para Andalucía Oriental, n. 1 (1982) p. 287

[6] AA n. 2

[7] AA n. 1.

[8] Sínodo Extraordinario de los Obispos, 1985. I, 5.

[9] La visita del Papa y la fe de nuestro pueblo, n. 38–39; El servicio a la fe de nuestro pueblo, II, 1; Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabas, n. 18.

[10] Discursos a los obispos andaluces (viernes 14 noviembre 1986). Cf. Juan Pablo II a las Iglesias de España (PPC 1987) p. 55.

[11] Obispos de Andalucía, Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana, 1986, n. 1–9

[12] Discurso a los obispos andaluces, en Juan Pablo II a las Iglesias de España, o.c., p. 55

[13] Mt 25, 34–36

[14] Sollicitudo rei sociales, n. 31

[15] Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana, n. 1–9 y 21 (cf. LG 36; AA 5)

[16] Flp 2,5

[17] Mt 25.40

[18] Testigos del Dios vivo, n. 62

[19] Los católicos en la vida pública, n. 79 y 80; CIC 317,4 (cf. GS n. 40–45;73–76).

[20] Duodecimun Saeculum, n. 1

[21] SC 111; 125; 128; LG 51; 57; GS 62.

[22] Duodecimun Saeculum, n .11

[23] In tertium librum  sententiarum, dist. 9, q. 1, a sol 2.

[24] SC n. 25

[25] Jn 16,23.

[26] Rom 3, 24.

[27] Flp 2, 1–4.

[28] Sesión 25.

[29] SC n. 10; n. 7.

[30] SC n. 13.

[31] Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas Pascuales  (16 de enero de 1988), n. 3.

[32] Ibíd., n. 72.

[33] Ibíd., n. 46–47.

[34] Ibíd., n. 63

[35] Misal Romano, «Vigilia Pascual», n. 3; Carta Circular…, o.c., n. 78

[36] Lc 11, 27–28.

[37] LG n. 53

[38] LG n. 54

[39] LG n. 66

[40] Secretariado Nacional de Liturgia y Congregación para el Culto Divino, 1987.

[41] Col 1, 15–16

[42] Col 1, 19.

[43] LG n. 66

[44] LG n. 62

[45] 1 Tim 2, 5–6

[46] Redemptoris Mater, n. 38; LG n. 60.

[47] Lc 2,20

[48] Redemptoris Mater, n. 37

[49] Lc 10,21

[50] EN n. 5

[51] Juan Pablo II. Alocución a los obispos andaluces. Cf. Juan Pablo II a las Iglesias de España, o.c., p. 55

[52] Ibíd., p. 57

[53] Ibíd., p. 57

[54] SC n. 14

[55] SC n. 10

[56] SC n. 13

[57] Rom 4,25

[58] Flp 2,8

[59] Jn 15,13

[60] Mc 10,45

[61] Hech 2,24

[62] Hech 2,36

[63] Hech 2,33

[64] 1 Cor 3,16; 6,19

[65] Gál 4,6; Rom 8,15–16 y 26

[66] 1 Cor 15,14 y 54

[67] Mt 28, 5–6

[68] SC n. 124 y 126

[69] SC n. 122

[70] El catolicismo popular. Nuevas consideraciones pastorales (PPC 1985) p. 17

[71] Mc 16,15

[72] Mc 16,20

[73] La visita del Papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo, n. 38

[74] Jn 17,3

[75] Sagrada Congregación para el Clero, Directorio General de Pastoral Catequética, n. 6

[76] 1 Tim 6,14

[77] Sínodo Extraordinario de los Obispos, 1985, II,D.4.

[78] Congreso de evangelización y hombre de hoy, Ponencia 1ª, conclusión 1ª (EDICE, 1986) p. 540

[79] La visita del papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo, n. 33

[80] Testigos del Dios vivo, n. 30

[81] PO n. 5

[82] 1 Pe 1,3; SC 106.

[83] Los católicos en la vida pública, n. 128

[84] Cf. cánones 229; 231,1; 328 y 329

[85] Testigos del dios vivo, n. 15

[86] Hech 2,42.

[87] Hech 15,35

[88] Hech 8,4.

[89] CT n. 10–17 (cf. cánones 211; 225; 748; 750; 761; 776 y 779).

[90] LG n. 14 (cf. canon 205).

[91] Testigos del Dios vivo, n. 32 y 36.

[92] Ibíd., n. 39

[93] EN n. 62; cf. CIC 515,1; AA 10

[94] Testigos del Dios vivo, n. 41

[95] Canon 22,1; canon 1254,2; Instrucción Pastoral del Episcopado Español La ayuda económica a la Iglesia, n. 3 (abril 1988)

[96] Cánones 791 y 1271

[97] Cánones 264; 1266; 1276; 1280 y 1287

[98] LG n.28

[99] Las Iglesias diocesanas en Andalucía¸ n. 51

[100] Sacerdotes para evangelizar, n. 130

[101] PO 9; AA 25 (cf. Pontificio consejo para los Laicos, Los sacerdotes en las asociaciones de fieles (PPC 1981).

[102] Cf. CIC 275; 369; 394; 519; 529 y 571

[103] Canon 298

[104] Canon 834/2

[105] Canon 301/3

[106] Canon 314

[107] El catolicismo popular. Nuevas consideraciones pastorales (PPC 1985)

[108] Cf. Pío X, Motu proprio Tra le sollecitudini, de 22 de noviembre de 1903; Instrucción Mussciam Sacram, 5 de marzo de 1967, n. 11; Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 112–121 (cf. la música en la liturgia, Centro de Pastoral Litúrgica [Barcelona 1988]).

[109] Comisión Episcopal de Liturgia, Los cantos del ordinario de la Misa (1987).

[110] Ef 4,5

[111] Mt 21,13

[112] Gén 12,1

[113] Dt 29, 4–5

[114] Mt 7,14

[115] Ex 32, 4–5

[116] Heb 3,7–11

[117] Jn 10,9

[118] Jn 14,5

[119] Orientaciones y celebraciones para el Año Mariano, n., 75–94

[120] Palabras pronunciadas en la Basílica de Nuestra Señora de Zapopán, en México, 30 de enero 1979. Cf. Palabras de Juan Pablo II en América (PPC 1979) p. 6

[121] Rom 12,16

[122] Flp 2,7–8

[123] N. 48

[124] N. 53–54

[125] Juan Pablo II en España (coeditores Litúrgicos, 1983) pág. 138.

[126] N. 13

[127] Boletín Interdiocesano para Andalucía Oriental, n. 2, 1984, p. 239–243.

[128] Ibíd, p. 240

[129] Boletín Interdiocesano para Andalucía Oriental, n. 4, (1987), p. 847–851.

[130] Ibíd, p. 850

[131] PPC (Madrid 1987) 53 págs.

[132] Cf. Pastoral Litúrgica, n. 173–174 (1988) p. 3–35

[133] Ibíd, p. 36–40

[134] Coeditores Litúrgicos (Madrid 1987) 152 págs.

[135] Ibíd, p. 82–116.

 

Las_Hermandades_y_Cofradias-_Carta_Pastoral_de_los_Obispos_del_Sur_1988.pdf

Mensaje a los profesores cristianos

0

    El primer encuentro de profesores cristianos de Andalucía, que tendrá lugar en Málaga el próximo día 16, con la participación de profesores de las diócesis andaluzas, nos brinda una grata oportunidad para expresaros el reconocimiento por vuestro servicio apostólico, deseando que vuestras iniciativas en el campo de la educación y de la cultura constituyan un signo de la presencia del Espíritu en los centros escolares que tenéis encomendados.
    Deseamos que este primer encuentro, precedido por otros de ámbito diocesano, destaque la importancia de la vocación apostólica de los que sirven a la educación, como testigos de Cristo resucitado, en el interior de la actividad docente, desde los alumnos a todos los componentes de la comunidad educativa. Bien sabéis que la vocación cristiana es necesariamente vocación al apostolado.
    Sometemos a vuestra consideración algunas orientaciones que iluminen vuestra conciencia y vuestra misión en el ámbito religioso, moral y social de vuestro apostolado específico.

1. IDENTIDAD CRISTIANA
    Vivid, ante todo, con esperanza la verdad de vuestra condición cristiana, como discípulos de Cristo y miembros de su Iglesia.
    Hoy se nos impone a todos ir pasando de la palabra al testimonio. Es necesario vivir la fe, abiertos a la Palabra de Dios y proyectada a la realidad educativa. Esta vida de fe sólo es completa si se acoge la gracia divina que se nos da en los sacramentos y en la oración y se transmite mediante el ejercicio de la caridad.
    Sólo desde la experiencia de Dios y desde la práctica de las virtudes cristianas resultará posible ejercer el apostolado de los seglares. Por ello se nos muestra como particularmente urgente tomar una nueva conciencia de la vocación a la santidad, derivada de la gracia del bautismo.

2. VOCACIÓN APÓSTOLICA
    Ahora bien, la dimensión apostólica de vuestra fe se verifica y realiza en vuestra actividad educadora. La Iglesia reconoce esa labor como verdadero apostolado. Es cabalmente en la escuela donde Dios os llama a ser testigos de los valores del Evangelio, donde tenéis que anunciar a Jesucristo con obras y palabras. Allí desarrollaréis y haréis realidad la misión evangelizadora de la Iglesia.
    Hay que advertir, sin embargo, que el apostolado de la educación se caracteriza principalmente por el testimonio de la caridad. El amor a los jóvenes es el primer componente de vuestra caridad apostólica. Esta virtud cristiana debe inspirar, por activa y por pasiva, toda vuestra pedagogía.
    Este ejercicio de la caridad os dará un espíritu abierto, fraterno y libre para actuar como creyentes en el seno de la comunidad educativa, unidos siempre a una Iglesia comunidad de apóstoles.

3. EDUCADORES CRISTIANOS
    Sois educadores cristianos en una sociedad pluralista, desde una clara identidad y un respeto positivo a las exigencias derivadas del ejercicio al derecho a la libertad religiosa. Y todo esto en fidelidad a una filosofía de la educación fundada en la doctrina de la Iglesia e inspirada en el humanismo cristiano (cf. Gravissimum educationis, n. 1 y 2).
    La educación cristiana se funda en el concepto cristiano de la vida humana, que comprende también los valores morales y la enseñanza social de la Iglesia, como modelo de vida religiosa, moral y social.
    En nuestras circunstancias resulta apremiante prestar una mayor atención a la dimensión moral del oficio educativo y de los fines de la misma educación, principalmente ante la crisis de los valores morales y sus graves consecuencias en las familias y en la sociedad. ¿Qué otra cosa puede ser la educación sino una empresa moral del educador y del educando?
    Vuestro servicio al hombre habrá, pues, de responder a su dimensión espiritual, a su necesidad de sentido, a su apertura a Dios, como Suma Verdad y Sumo Bien, a su conciencia moral y a las exigencias del bien común fundado en la justicia, en la solidaridad y en la paz. No permitáis que vuestra noble misión sea mutilada y reducida a una mera instrucción descomprometida e indiferente.

4. PROFESORES DE RELIGIÓN
    Impartir clases de religión supone un camino excelente para ser testigos de Cristo en quienes han entendido su vocación docente desde la fe cristiana. La clase de religión representa también un ámbito privilegiado para todo profesor cristiano que tenga conciencia de su misión educadora. Impartir clases de religión es un derecho cívico y un deber cristiano.
    La actual evolución de la sociedad y de la escuela pide de vosotros un nuevo esfuerzo para adquirir y formar una conciencia recta sobre la legitimidad y la necesidad de la enseñanza religiosa escolar.
    Repetimos, una vez más, nuestra gratitud a cuantos dedicáis vuestro esfuerzo y generosidad a la enseñanza religiosa como verdadero servicio eclesial. Considerad esta actividad como la primera exigencia de vuestra conciencia apostólica y la urgente respuesta a una de las necesidades más imperiosas de nuestra región. No permitáis que las nuevas generaciones se incorporen a la vida desprovistas de la Buena Noticia del mensaje revelado. La ignorancia religiosa, en su aspecto doctrinal y moral, es una grave carencia para la vida religiosa y para el bien social de nuestro pueblo.
    Recordando otro mensaje que dirigimos a los profesores cristianos en junio de 1973, consideramos necesario promover iniciativas que ayuden a una recta conciencia cristiana sobre la importancia de la enseñanza religiosa y la permanente actualización del profesorado.

5. TESTIGOS DEL DIOS VIVO
Llenos del Espíritu de Dios, habréis de dar con intrepidez y humildad un testimonio visible de vuestra fe. Amad el bien de la humanidad, el bien de la vida pública. Sed cooperadores del bien común desde la genuina aportación de los valores evangélicos. Implicados personalmente en el tejido social, asumid la parte que os corresponde en el ámbito de la educación y de la cultura. Vivid una profunda unidad entre vuestras convicciones personales y vuestra actividad en la vida escolar.
La participación en la vida social no es otra cosa que la expresión de la caridad cristiana. Se trata así de una actuación pública inspirada en la fe de la Iglesia y ejercida con libertad y eficacia.
Vuestro testimonio puede concretarse, entre otras múltiples materias, en el campo de la investigación pedagógica, en el ejercicio de los derecho humanos en materia de enseñanza, en el servicio generoso a la escuela y en el campo de la política educativa. El mundo de la educación reclama hoy una clara y acertada presencia de los católicos, en razón de su secularidad y de su responsabilidad en la vida pública.

6. MIEMBROS DE LA IGLESIA
Como cristianos hechos y derechos, sois, por la fe y el bautismo, miembros activos de la Iglesia, donde ocupáis un lugar propio en virtud del sacerdocio común de los fieles y de vuestra vocación educadora, asumida como llamada y don de Dios para el bien de las nuevas generaciones.
El seguimiento a Cristo os conduce a participar de su amor a la Iglesia, viviendo la comunión eclesial significada en la Eucaristía y compartida en la unidad de misión.
Desde la parroquia, como comunidad eclesial básica de la diócesis, y con la ayudad de los sacerdotes y religiosos, habréis de cultivar vuestra vida apostólica, abriendo audazmente nuevos caminos que faciliten un diálogo fecundo entre el apostolado seglar y la educación cristiana, entre la fe y la cultura y entre la parroquia y la escuela.
Imploramos en esta segunda semana de Pascua la bendición de Cristo Maestro sobre vuestros trabajos, extensiva a vuestros familiares y alumnos, por mediación de María Reina de los apóstoles.

Córdoba, 12 de abril de 1988.

    JOSÉ MÉNDEZ ASENSIO, Arzobispo de Granada. CARLOS AMIGO VALLEJO, Arzobispo de Sevilla. RAFAEL GONZÁLEZ MORALEJO, Obispo de Huelva. JOSÉ ANTONIO INFANTES FLORIDO, Obispo de Córdoba. ANTONIO DORADO SOTO, Obispo de Cádiz–Ceuta. MANUEL CASARES HERVÁS, Obispo de Almería. MIGUEL PEINADO PEINADO, Obispo de Jaén. RAMÓN BUXARRÁIS VENTURA, Obispo de Málaga. RAFAEL BELLIDO CARO, Obispo de Jerez. IGNACIO NOGUER CARMONA, Obispo de Guadix–Baza.

Enlaces de interés