Carta Pastoral Colectiva de los Obispos del Sur de España con ocasión del 25 aniversario de la Asamblea Regional

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Oficina de información de los Obispos del Sur de España

ANDALUCÍA EN EL CAMINO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

INTRODUCCIÓN
 1. Se cumplen 25 años de la fundación de la Asamblea de los Obispos del Sur de España, formada por las Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, que a su vez abarcan las 10 diócesis de Andalucía, la de Cartagena, Canarias y Tenerife y hasta hace unos meses la de Badajoz.
 Todos los Obispos de la región, siguiendo los impulsos del Espíritu y las orientaciones del Concilio Vaticano II, decidieron constituir esta Asamblea el día 1 de Mayo de 1970 en Montilla (Córdoba), bajo el patrocinio de San Juan de Ávila. Por ello, en este 1 de Mayo de 1995, también junto a la tumba del apóstol de Andalucía, queremos ante todo dar gracias al Señor por esta experiencia gozosa y fructífera en el ejercicio de nuestro ministerio episcopal, al mismo tiempo que oramos por la perseverancia en esta acción colegial, unidos con los demás Obispos y con el Obispo de Roma en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz (LG 22).
 2. También con este motivo, queridos fieles de nuestras diócesis, deseamos conversar con vosotros sobre lo que esta experiencia ha significado en la vida de nuestras Iglesias y sobre las responsabilidades que en las actuales circunstancias debemos asumir para seguir el camino de la fidelidad.
 En primer lugar, dirigiremos nuestra mirada hacia atrás, para conocer con más profundidad los dones recibidos del Señor durante estos 25 años. Haremos un breve balance de preocupaciones, objetivos pastorales y logros alcanzados en el ámbito de nuestra Iglesia regional. Pero, enseguida, volveremos nuestro pensamiento al presente de la vida de nuestro pueblo, a sus gozos, angustias y esperanzas, fijando de modo especial la atención en aquellos que más sufrimientos soportan.
 Ello nos permitirá mirar al futuro con la confianza de quienes están decididos a aportar la luz del Evangelio a los diversos problemas de nuestra tierra, animados por el amor misericordioso y compasivo de Dios en Jesucristo que no abandona nunca a los hombres en su concreta situación histórica, pues ‘la Palabra de dios se hizo carne, y puso su morada entre nosotros’ (Jn 1,14).
 3. Os escribimos estas páginas teniendo siempre de fondo el programa y la inquietud por la llamada Nueva Evangelización. Todos sabéis que este programa de la Iglesia Universal nace mirando al jubileo del año 2000, año de gracia del Señor (Is 61,2), en el que se aspira a la emancipación de todos los necesitados de liberación y al establecimiento de la justicia como protección de los débiles, en reconocimiento creyente del señorío de Dios creados (TMA 12 y 13).
 Como pastores del Pueblo de dios queremos que resuene con nuevo ardor entre nosotros las novedad de la Buena Noticia: Dios nos ha salvado en Jesucristo y actúa constantemente su salvación en la Iglesia con la fuerza de su Espíritu. De modo especial, está junto a los débiles, los pobres y desvalidos, y llama a todos a vivir como hermanos en Jesucristo, a colaborar con amor y esperanza en las tareas de alcanzar la auténtica libertad de los hijos de Dios, contribuyendo a que surja una sociedad solidaria, liberada de las lacras económicas, sociales y morales que pesan sobre ella.
 Para esta nueva etapa del camino, contamos con la gracia del Espíritu que nunca falta a su Iglesia, con una historia cristiana de siglos que da solidez al presente, con la vida, el testimonio y la actividad apostólica de numerosos grupos de fieles, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares y con el convencimiento de que el aislamiento pastoral empobrece siempre y, en ocasiones, perjudica .
 Por ello hemos venido elaborando programas pastorales comunes para nuestras diócesis, coordinados desde la Secretaría General de la Asamblea. Los hemos ido revisando a lo largo de las 70 reuniones que nuestra Asamblea ha celebrado durante este tiempo, y es de justicia reconocer que han producido buenos frutos en los diversos sectores de nuestras Iglesias.
 4. Hemos deseado desde el principio que esta acción colegial, magisterial y pastoral, de los Obispos del Sur de España estuviese en plena sintonía con las importantes pautas de renovación eclesial que marcó el Vaticano II. El Concilio definió a la Iglesia como un Misterio de Comunión y Misión. Nuevo Pueblo de dios (LG 9), llamado a la tarea de una nueva evangelización adaptada a la nueva cultura (GS 44), para lo cual el Concilio dio un fuerte respaldo a la colegialidad episcopal (LG 22).
 Reconocemos que nuestra Asamblea, al renovar las estructuras pastorales de nuestras Iglesias desde una perspectiva regional, se adelanto de alguna manera a los profundos cambios sociales, políticos y culturales que se iban a producir en España y en nuestra región en los últimos decenios, especialmente la Autonomía Andaluza desde 1980. Muestra Asamblea ha contribuido a la creación de una conciencia colectiva entre los pueblos y las gentes del Sur de España.
 Desde esta experiencia de comunión eclesial, confiados en la presencia del Señor y en la corresponsabilidad consciente y generosa de todos los fieles, nuestras Iglesias están llamadas a participar en el esfuerzo por la nueva Evangelización con la perspectiva del tercer milenio cristiano y la celebración del Gran Jubileo del Año 2000 (TMA 17).

I. PROCESO Y RESULTADOS DE ESTOS 25 AÑOS.
 5. Consideramos oportuno repasar brevemente algunas de las actividades realizadas en estos años, para fundamentar sobre la realidad lo que hayamos de hacer en el futuro inmediato.

1. Consolidación y continuidad de la Asamblea.
 Ya en 1987 tuvimos el encuentro número 50, celebrado en la Rábida con especial solemnidad y participación de laicos, religiosos y sacerdotes de todas participación de laicos, religiosos y sacerdotes de todas las diócesis. A esa cincuentena de encuentros hay que sumar los tenidos desde 1987 hasta hoy, que han sido otros 20. Este considerable número de reuniones., dedicadas todas ellas a la convivencia fraterna, el estudio de la realidad pastoral de la región, y el diálogo con diversos responsables pastorales, confirman por sí mismo la importancia de esta Asamblea episcopal.
 Antes de señalar someramente lo que han sido los logros más significativos de estos veinticinco años, nos llena de gozo el recordar, en primer lugar, las dos visitas del Santo Padre a nuestras Iglesias en los años 1982 y 1993. En ellas el Papa recibió el calor de la sincera veneración de nuestro pueblo y nos ofreció un magisterio cercano sobre las necesidades concretas de nuestras comunidades.
 6. Además de las dos visitas del Papa a Andalucía nos hemos encontrado conjuntamente con él en las visitas ad límina de los años 1976, 1982, 1986 y 1991, la primera con Pablo VI y las tres siguientes con Juan Pablo II. Justo es reconocer aquí que esta cercanía del Obispo de Roma con nuestras Iglesias Diocesanas en tan breve espacio de años, es algo completamente nuevo en nuestra historia eclesiástica y sumamente enriquecedor. Independientemente de las enseñanzas recibidas, el hecho mismo de la visita papal común y de nuestras visitas ad límina, también comunes, han fortalecido el sentimiento de comunión eclesial y pastoral entre nosotros. Lo consideramos una gracia para nuestras diócesis.
 No podemos olvidar tampoco a los Obispos que en estos años han formado parte de nuestra Asamblea y de los que unos ya murieron, otros viven en situación de eméritos o pasaron a servir a otras diócesis. Igualmente recordamos a los sacerdotes, religiosos y religiosas de ida activa y contemplativa, como así mismo a la multitud de fieles anónimos. Todos, con su fe y testimonio, han mostrado el rostro visible de la Iglesia a través de este tiempo.
 Vaya nuestro agradecimiento a las instituciones de la vida interna de la Iglesia, a las familias católicas y a los seglares que prestan sus servicios en la educación, en las obras sociales y sanitarias, en el mundo laboral e industrial y en responsabilidades públicas. Con su adhesión al Evangelio de Jesús y con trabajo, bajo la guía del Espíritu, camina sin cesar la Iglesia.

2. Logros más notables.
 7. en una mirada retrospectiva a la historia de estos cinco quinquenios, descubrimos frutos muy positivos derivados de la creación y desarrollo de nuestra Asamblea. Queremos señalar y poner a la consideración de todos los que estimamos más valiosos para la vida de nuestras Iglesias.

Desarrollo progresivo de la colegialidad
 Cuando el Concilio Vaticano II subrayó la colegialidad del episcopado, estaba redescubriendo una realidad que, de diversas formas, siempre se había vivido en la Iglesia. Pero, al percibir con mayor claridad el hecho de la colegialidad, surgieron nuevas posibilidades y exigencias para la misión universal de los Obispos, más allá de los límites de su propia diócesis. La vinculación del colegio o cuerpo episcopal entre sí, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice (LG 22) es una de las enseñanzas más fecundas del Concilio Vaticano II. En nuestro caso, será justo afirmar que la Asamblea, nacida en los años primeros del Postconcilio bajo la sombra de San Juan de Ávila, ha sido y es una expresión concreta, como un reflejo entre nosotros, de esta colegialidad del episcopado de toda la Iglesia, entre sí y con el Obispo de Roma.
 8. Estos encuentros periódicos ha hecho más fecunda nuestra aportación a los Sínodos de Obispos y a las asambleas de la Conferencia Episcopal. De otro lado, nos sentimos confortados con estas reuniones, puesto que nos estimulan, hacen crecer la fraternidad y afecto entre nosotros, nos dan oportunidades de análisis de la situación social y religiosa, y nos facilitan la adopción de iniciativas pastorales. Estos beneficios alcanzan también al conjunto de nuestras Iglesias que son las destinatarias de una acción pastoral constante y solidaria.
 En efecto, esta expresión del afecto colegial se ha manifestado en diversas realizaciones que han producido efectos muy concretos. Nos referiremos a continuación a algunas de ellas que tienen como ejes el diálogo común con los diversos responsables diocesanos y religiosos, la notable publicación de documentos y la coordinación en las relaciones con la Administración Pública, especialmente con la Autonómica.

Conciencia regional
 9. Las innumerables iniciativas que la Asamblea ha impulsado entre sacerdotes, religiosos y laicos han sido un notable factor de desarrollo de la conciencia colectiva de la realidad andaluza, de la comunidad eclesial con sus carencias y riquezas, sus características y exigencias, y de las prioridades de la misión de la Iglesia en nuestra tierra.
 Tres factores han ayudado en esta percepción de los problemas y necesidades de las Iglesias y de la sociedad andaluza. Uno de ellos es el conjunto de documentos que hemos dedicado al análisis de nuestras Iglesias Diocesanas, de la religiosidad de nuestro pueblo, de la situación social, laboral y política de la región. Hay que añadir nuestra colaboración en la promoción de estudios científicos que han acercado nuestra sociedad y nuestra Iglesia desde el punto de vista de la historia y de las ciencias sociales.

Nuevos cauces de diálogo.
 10. El nacimiento de la Comunidad Autónoma y de sus órganos de gobierno abrió nuevas líneas de diálogo para la Iglesia. La Asamblea había nacido diez años antes con fines preferentemente intraeclesiales. Al servicio de estos fines se iban perfilando algunas estructuras de coordinación entre los servicios y sectores eclesiales.
 Con la Asamblea de los Obispos nacieron y se impulsaron cauces permanentes o periódicos de diálogo de los Obispos entre sí, y también de los diferentes sectores eclesiales a través de sus responsables diocesanos.
 Pero el diálogo con la Administración autonómica nos planteó inmediatamente la necesidad de creación y promoción de estructuras y organismos regionales que canalizaran las relaciones con los responsables públicos en materias como la educación, el patrimonio cultural, los servicios sociales, la atención religiosa en el mundo hospitalario, etc. Nacieron así nuevos cauces de diálogo intraeclesial y de relación de la Iglesia con la sociedad y la Administración.
 11. Sin embargo, no todos los sectores han tenido igual tratamiento en este aspecto. Unos sectores han tenido reuniones con nosotros en diversas ocasiones, pero no han sido institucionalizados. Otros aspectos de la vida de la Iglesia los hemos encomendado a la atención especial de un Obispo y de un responsable regional. Esta mínima estructura permite ayudarnos mutuamente, coordinar esfuerzos pastorales y ofrecer servicios comunes a personas e instituciones de manera habitual: así se ha hecho con la formación permanente del clero, los seminarios, el apostolado seglar, la liturgia, la catequesis y las relaciones con los institutos de vida consagrada.
 Con relación a la vida religiosa hay que reconocer el progresivo desarrollo de las relaciones mutuas. Además de la presencia permanente en la Asamblea del Presidente de la URPA, hemos tenido cinco encuentros con los Superiores Mayores.

Los organismos regionales
 12. Diversos motivos han impulsado el nacimiento de numerosas estructuras permanentes al servicio de la Iglesia en la región.
 Están en primer lugar, los Servicios de la Asamblea, con el Secretariado General y las Secretarías Técnicas de Enseñanza, de Pastoral Social y Sanitaria, y el Servicio para la información y medios de comunicación social (ODISUR). Este Secretariado, a través de la constante atención y dedicación de los dos Secretarios que lo han servido en estos 25 años, ha sido el motor de tan amplias y ricas iniciativas.
 Es esta una buena ocasión para decir una palabra de reconocimiento a los sacerdotes Don Juan Moreno y Don Antonio Hiraldo que, junto a tantos otros responsables permanentes y colaboradores ocasionales, han prestado un servicio inestimable a la Iglesia en nuestra región.
 13. Las Secretarías técnicas se ocupan de los aspectos que entran más ampliamente en las relaciones con la Junta de Andalucía. Estos servicios o secretariados cumplen a la vez una importante misión de animación y ayuda a la vida interna de la Iglesia.
 Por impulso directo del Secretariado han nacido también tres organismos regionales de coordinación y participación: Federación andaluza de Colegios diocesanos (FACEDIPA), Consejo Interdiocesano para la Educación Católica en Andalucía (CIECA) y Cáritas Regional de Andalucía.
 Diversos sectores religiosos o laicos han creado también estructuras semejantes de coordinación regional: Unión de Religiosos Provinciales de Andalucía (URPA), Federación de Religiosos de Enseñanza de Andalucía (FERE-A), Interdiocesana Andaluza del Movimiento Scout Católico, HOAC-Andalucía, JOC-Andalucía y Movimiento Junior.

Relaciones con la Comunidad Autónoma
 14. Los diversos convenios que hemos suscrito con el Gobierno Autónomo regulan las relaciones en materias de interés común. El seguimiento de los asuntos correspondientes, coordinado por el Secretario General, lo llevan diversas Comisiones mixtas. Son las siguientes: Junta de Andalucía-Obispos de la Iglesia Católica para el Patrimonio Cultural, Asistencia Religiosa en Centros Hospitalarios. Programas Confesionales Católicos en Canal Sur (RTVA). Enseñanza Religiosa Escolar, Servicios Sociales y Comisión Negociadora para el Equipamiento Religioso Católico.
 A través de la frecuente información de los Medios de Comunicación de la región y de las revistas especializadas, los numerosos encuentros, asambleas, jornadas y reuniones de comisiones y grupos, ofrecen una imagen visible de todas esta múltiples interrelaciones. Hay que destacar la dedicación y servicio permanente, o la colaboración ocasional, de muchas personas de todas las diócesis andaluzas; a ellos dedicamos una palabra de aliento para proseguir en los caminos emprendidos.

Magisterio pastoral colectivo.
 15. Un capítulo importante de la vida de la Asamblea ha sido el conjunto de escritos en los que hemos ofrecido un magisterio episcopal colectivo. En cuanto a la forma, estos escritos han sido muy variados: notas, declaraciones, exhortaciones, orientaciones, mensajes y cartas pastorales. Un total de 25 documentos en tan corto espacio de tiempo.
 Llama la atención también la amplitud, variedad y, en algunos casos, la importancia de los asuntos que han sido abordados. Entre estos asuntos han merecido la mayor atención los referentes a la realidad y vida de nuestras Iglesias diocesanas y a los pastores y fieles que en ellas trabajan: sacerdotes, catequistas, seminarios, educadores, etc. En varias ocasiones nos hemos acercado al análisis pastoral de la religiosidad de nuestro pueblo y sus diversas manifestaciones. Y con frecuencia periódica hemos estudiado las cuestiones sociales y los acontecimientos políticos significativos para la vida de nuestra región: emigración, paro, proceso autonómico, periodos electorales, etc.
 16. En todo este magisterio descubrimos varios centros de interés que han guiado nuestra enseñanza desde el principio. Un detenido estudio de los documentos podrá descubrir diversas constantes. Queremos señalar que siempre nos ha guiado el deseo de impulsar la vida de las Iglesias Particulares: el servicio a la evangelización, el amor a los más pobres, el desarrollo y progreso de los hombres y mujeres de nuestras tierras del Sur de España.
 Nos parece importante detenernos algo más en este punto y resaltar brevemente el contenido de estos documentos colectivos.

3. Los temas y asuntos más importantes
 17. La variedad de asuntos que han merecido la atención en estos 25 años de magisterio colectivo se pueden ordenar en cinco apartados muy concretos. La mayoría han sido considerados en diversas ocasiones, desde perspectivas complementarias o en ocasiones relativamente nuevas que pedían una nueva iluminación.

Las iglesias particulares
 18. En sintonía con la doctrina del Concilio que desarrolló la eclesialidad de la Iglesia particular, y para fomentar el sentido de pertenencia a la diócesis más acá del universalismo y más allá del parroquialismo, publicamos en 1980 uno de los documentos que juzgamos centrales: la carta pastoral sobre Las Iglesias diocesanas de Andalucía.
 Se cumplían entonces los diez años de vida de la Asamblea y más de una treintena de reuniones nos habían «enriquecido y estimulado». «A esa experiencia colegial debíamos en buena parte una mayor sintonía con los problemas de la región y un conocimiento más hondo del catolicismo andaluz». La carta impulsa una mayor comprensión de Iglesia diocesana en línea con la doctrina del Concilio Vaticano II y la nueva realidad de nuestra tierra.
 Dos acontecimientos significativos para la Iglesia en nuestra región nos llevaron a ahondar en aspectos concretos de la vida cristiana. En 1990, al iniciarse el IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz, ligado en vida y muerte a Andalucía, ofrecimos una Exhortación Pastoral Colectiva dedicada a los valores cristianos que el Santo reformador y místico vivió y nos trasmitió en páginas insuperables. En 1993, cuando preparábamos el 45 Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla y la segunda visita del Papa a la región, escribimos la Carta Pastoral Cristo, luz de los pueblos para poner de relieve las riquezas religiosas y pastorales de ambos acontecimientos.

Los sectores eclesiales
 19. Los sacerdotes y los seminarios, los catequistas y educadores cristianos han sido sectores de la Iglesia a los que nos hemos dirigido con documentos específicos. No han faltado otras referencias concretas a otros sectores en documentos generales.
 Ya en 1975, en plena crisis de transformación y de búsqueda de nuevos caminos, ofrecimos unas orientaciones a los seminarios de nuestra región. La formación sacerdotal en los Seminarios del Sur de España es una toma de postura clara en unos momentos especialmente complicados en este aspecto: concentración en los centros regionales, cambios académicos en los seminarios menores, formación en pequeñas comunidades, deseos de simultanear formación y trabajo profesional… Nuestras orientaciones trataron de iluminar todos los aspectos de la formación sacerdotal en las nuevas condiciones de los seminarios.
 20. En 1978 la Carta a los sacerdotes abordó unos problemas e inquietudes muy concretas propias de aquella época. Se cerraba una década que fue especialmente complicada en la vida del clero español. Hoy el clima de la vida persona ly pastoral de los sacerdotes ha cambiado mucho. Pero la reafirmación que hizo esta carta de los valores perennes del ministerio presbiteral, conserva su validez.
 Ya en 1973, ante las transformaciones socioculturales que influyen en la fe del pueblo, nos referimos en un breve mensaje al papel de padres, maestros, sacerdotes y religiosos en la educación de la fe: Los educadores cristianos. Más tarde, dirigimos un nuevo Mensaje a los profesores cristianos, reunidos en Málaga en su primer encuentro regional en 1988.
 En los quince años que median entre uno y otro ha aparecido una nueva situación de la enseñanza en nuestra sociedad que hacen muy importante la presencia de los profesores cristianos en la escuela privada y pública. Esta nueva situación nos llevó en 1980 a concretar en unas Líneas de acción para la pastoral educativa, un programa claro de actuación de los sectores de Iglesia en la educación.

El catolicismo popular
 21. «Hablar del «catolicismo popular», es tocar la realidad religiosa más vasta de nuestro pueblo y referirnos también a su fisonomía espiritual más entrañable. ¿Cómo no acercarnos a ella con respeto y con amor, incluso cuando el deber pastoral imponga la poda o la corrección? Siempre quedará a salvo el valor de un patrimonio inestimable, en el que anida la fe cristiana de millones de hombres y de mujeres. Plataforma privilegiada, las más de las veces, para lo que se ha llamado evangelizar y catequizar la religiosidad». Estas líneas escritas en 1975 como parte de la presentación del El catolicismo popular en el Sur de España sintetiza bien el tratamiento que hemos dado a la religiosidad popular constantemente.
 Este «documento de trabajo para la reflexión práctica pastoral», planteaba ya en el final del primer quinquenio de vida de la Asamblea un tema tan importante entre nosotros por su amplitud y profundidad. (Casi simultáneamente aparecía la Exhortación Evangelii Nuntiandi en la que Pablo VI se refirió de modo admirable a la piedad popular y a su valor evangelizador). Este es uno de los documentos más estimables del conjunto de escritos colectivos que, después de 20 años, conserva su importancia clarificadora y orientadora.
 22. Con todo, diez años después nos referimos de nuevo al Catolicismo Popular en una carta pastoral que ofrecía unas Nuevas consideraciones pastorales. En efecto, el tratamiento cultural, social y aún político, que comenzaba a darse a las diversas manifestaciones de la religiosidad popular, exigía una palabra de discernimiento. Hubo que orientar de manera más específica estas nuevas situaciones, analizando datos concretos que debían ser ponderados por los agentes pastorales.
 Todavía volvimos a estos asuntos en 1988 con la carta pastoral Las Hermandades y Cofradías. Este documento está situado dentro del conjunto magisterial referido al catolicismo popular, pero se refiere más especialmente al fenómeno asociativo que tan ampliamente impulsa en nuestra religión la piedad popular. Se dirige a los laicos y clérigos que integran renovación de las hermandades al servicio de la evangelización. También este documento ocupa un lugar privilegiado y mantiene viva su actualidad al ofrecer un programa de largo alcance y una tarea permanente.

Los problemas sociales
 23. A lo largo de este periodo, hemos procurado constantemente compartir con nuestro pueblo sus preocupaciones y sus inquietudes, sus necesidades y problemas. El primero de nuestros encuentros tuvo lugar en día de San José Obrero de 1970. «En día tan señalado, en que la Iglesia celebra la fiesta cristiana del trabajo, la preocupación común no podía menos de centrarse sobre el sector obrero de nuestro pueblo». Así se justificaba nuestra primera nota dedicada a la Situación de los trabajadores en la Región. Un breve análisis de la situación y algunas llamadas a la colaboración ante los problemas descubiertos, componían este primer documento, seguido, tres años después, por otro dedicado a un grave problema social: la emigración.
 En 1973, una pastoral colectiva se proponía desarrollar La conciencia cristiana ante la emigración, grave realidad en el Sur de España por aquellos años. La forzada salida de sus hijos a otras regiones del país y hacía Europa planteaba grandes problemas personales, familiares, sociales y religiosos. Juntamente con el paro, principal problema social, constituían las dos preocupaciones más dolorosas de nuestra sociedad.
 24. Al paro, pues, hemos dedicado reiteradamente nuestra atención. En 1976 dimos la nota pastoral El paro obrero en la Región. En 1990 nos referimos a las necesidades de nuestra sociedad andaluza en el documento Andalucía vive su encrucijada. Más recientemente, en 1994 hemos vuelto al tema porque, lejos de entrar en caminos de solución, nuevos factores como la grave crisis industrial, agravan aún más este problema entre nosotros con sangrantes consecuencias negativas en la vida de las familias y personas, especialmente en los jóvenes. Nos referimos a la nota Las responsabilidades morales ante la crisis y la huelga general, y el comunicado Solidarios con nuestro pueblo.
 La Cuaresma de 1986 fue ocasión de acercarnos a los problemas sociales en su conjunto, en uno de los documentos más importantes dentro del magisterio de estos años. Nos referimos a la declaración pastoral Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana. Queríamos «no sólo denunciar la grave situación de injusticias sociales y la actitud de pasividad generalizada, sino también, y de modo particular, pronunciar una palabra de esperanza cristiana en medio de estas difíciles circunstancias». Detenida descripción y valoración de los males sociales, criterios de discernimiento y juicio cristiano de ellos, y propuesta de actitudes y cauces operativos, forman el esquema de un documento denso que mantiene su valor tras nueve años.

Cristianos en la vida pública
 25. El profundo cambio político que hemos vivido en los últimos años ha dado lugar a diversos documentos breves, en los que hemos ofrecido una aplicación concreta de la doctrina de la Iglesia sobre la recta participación de los cristianos en la vida política.
 Ya en adviento de 1976, en los primeros pasos del cambio democrático, dimos la nota pastoral El cristiano y la política, porque, según decíamos, «ante la multiplicidad de opciones políticas que solicitan la adhesión de los ciudadanos, son muchos los fieles que nos piden una orientación moral. Creemos que es nuestro deber pastoral iluminar la conciencia de los católicos desde el Evangelio para que adopten una decisión libre y responsable». Tiene esta nota el valor de una primera toma de postura breve, pero completa y clarificadora, que no ha perdido validez a pesar de la rápida evolución política de nuestra sociedad.
Más amplia y con un objetivo más concreto es la Reflexión cristiana sobre la vida municipal, instrucción pastoral de 1991que afirma la importancia de este ámbito y abre cauces prácticos para la mejora social desde el municipio.
26. Más en concreto, con motivo de la puesta en marcha de la Autonomía andaluza, hicimos varios escritos. Fueron estos: el Comunicado sobre el proceso autonómico en 1980, la Declaración colectiva ante el referéndum sobre el Estatuto autonómico en 1981, la nota pastoral Ante las elecciones para el Parlamento andaluz en 1982. En los tres tratamos de impulsar la nueva configuración histórica de Andalucía, sintiéndonos «solidarios con la toma de conciencia y con la esperanza colectiva que estaba viviendo nuestro pueblo». Y volvimos al tema en la ya mencionada nota Andalucía vive su encrucijada de 1990, y en 1994 con la Nota sobre las elecciones autonómicas y europeas.
Deseamos señalar también las cartas colectivas que ambas Provincias Eclesiásticas escribieron con motivo del Quinto Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América, hechos que mostraron con fuerza la capacidad de iniciativa y trabajo de nuestra gente para afrontar obras grandes, y la disponibilidad de tantos sacerdotes y religiosos andaluces para difundir el Evangelio. Son una perenne invitación a profundizar en el espíritu misionero de nuestras comunidades.
27. Estas han sido las grandes líneas de la fecunda colaboración colegial que hemos llevado a cabo durante esta etapa. Se trata de un magisterio no siempre suficientemente conocido por sus destinatarios. Bueno será que de nuevo se vuelva a él, especialmente a los documentos más significativos que hemos resaltado en la reseña anterior.
Conviene recordar aquí que el panorama de colegialidad descrito no agota todas las realizaciones que se dan entre nosotros. También las dos Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, por caminos propios cada una, han cosechado también en estos mismos años, logros paralelos a los expuestos, a través de encuentros episcopales, acciones comunes, colaboración pastoral interdiocesana y documentos colectivos de magisterio y orientación pastoral.
Todos los esfuerzos son como una semilla llamada a crecer silenciosamente hasta llegar a ser árbol que ofrezca sombra y frutos. Así es el Reino de Dios. Creciendo en medio de grandes limitaciones, la fuerza del Espíritu del Señor hará que unos esfuerzos que están bendecidos por la gracia de la comunión, se tornen realidades en la edificación del Reino.

II. LA NUEVA EVANGELIZACIÓN PARA EL BIEN DE NUESTRO PUEBLO.
 28. Los últimos años constituyen una época en la que se ha ido gestando entre nosotros una sociedad nueva, no exenta de problemas y dificultades, como acontece en todos los procesos de cambios profundos. Nuestras Iglesias no han estado ausentes en esta marcha esperanzadora y preocupante. Así lo pone de manifiesto, en alguna medida, el capítulo anterior.
 En consonancia con nuestra misión evangelizadora, nos hemos esforzado en acompañar y servir a nuestro pueblo y a sus comunidades cristianas en todos sus acontecimientos y problemas, con el único objetivo de colaborar en su integral desarrollo humano, religioso y cristiano.

1. Ante una nueva encrucijada.
 29. Nuestra región se encuentra hoy, una vez más en su larga historia, ante una importante encrucijada. Los cambios políticos y sociales de las últimas décadas han producido cambios culturales, con marcada repercusión en los ámbitos éticos y religiosos. Nuestro pueblo, sus hombres y mujeres, especialmente los jóvenes, se encuentran ante corrientes de pensamiento y concepciones de la vid muy diversas.
 Este pluralismo repercute en la concepción del amor y la familia, en los ambientes escolares, en los medios de comunicación social, en la aplicación a la salud y a la vida de los descubrimientos científicos, en la vida económica y política, en el contenido y orientación de la religiosidad y en la conciencia moral. Esta nueva situación incide, en diverso grado, en el sentido trascendente de la existencia, en la identidad del ser cristiano y en el modo de entender y participar en la vida y en la misión de la Iglesia.
 Nuestra población es eminentemente joven. Vive abierta a la inmigración y al turismo, esperanzada y comprometida en conseguir un progreso humano y social que supere nuestros endémicos problemas económicos y sociales.
 30. Es evidente que en nuestro pueblo se está consolidando una creciente conciencia democrática, en la que se valora cada vez más una convivencia pacífica, justa y solidaria, que pretende ser respetuosa con las exigencias de la dignidad humana y con los derechos fundamentales de todas las personas, a pesar de hechos y conductas lamentables que indican profundas carencias morales. Y nos satisface constatar que en este proceso de maduración se destaca con insistencia la dimensión moral inherente al ejercicio de responsabilidades en la vida pública. Se pone con ello de manifiesto que la ‘salud’ de la vida democrática estriba en el progreso de la vida moral individual y social. De ahí que la presencia de los católicos y su participación en el tejido social, inspirados en la doctrina social de la Iglesia, contribuya de manera decisiva al bien común.
 Es justo señalar que nuestras Iglesias se están esforzando por ser fieles a su misión: dar a conoce con valentía el mensaje salvador del Evangelio y desde ahí contribuir a la edificación de una sociedad más fraterna y feliz.
 En este empeño están comprometidas las religiosas y los religiosos que a través de sus diferentes carismas ofrecen a nuestro pueblo el testimonio específico del Evangelio de las Bienaventuranzas y múltiples actividades de promoción humana y cristiana, con especial dedicación a los más desfavorecidos. Nuestros sacerdotes se esfuerzan en adaptarse a los tiempos nuevos con espíritu apostólico y buscan con afán los caminos de una pastoral de misión. Miles de catequistas dedican su tiempo a transmitir con entusiasmo la fe a las nuevas generaciones. Los laicos van descubriendo y ejerciendo su papel de presencia evangelizadora en el mundo y su participación en la vida parroquial es creciente.
 31. Las manifestaciones de la religiosidad popular, tan abundantes entre nosotros, están revisándose de forma sosegada y firme, con la finalidad de profundizar en todos los valores cristianos que contienen. Un objetivo ampliamente compartido es que cada grupo, hermandad o cofradía tienda a desarrollarse como asociación eclesial dentro de la pastoral parroquial, para significar la fidelidad al Evangelio del Reino como la primera regla de vida y acción, participar plenamente de la Iglesia misterio de comunión y practicar, entre sí y con todos, la caridad fraterna con obras y palabras.
 También va ganado en solidez el ejercicio organizado de la caridad y de la atención social, llevado a cabo por nuestras Cáritas. El aliento en la práctica de la justicia y la ayuda en la promoción de los más desfavorecidos prevalecen sobre la pura beneficencia.
 No está fuera de lugar hacer también aquí una referencia a los muchos ejemplos de santidad que ofrecen últimamente nuestras Iglesias. No son pocos los laicos, religiosos, obispos y presbíteros beatificados o canonizados en estos años.
 Por otra parte, nos alegra comprobar que se está dando un cierto crecimiento en el bienestar social, sobre todo en los sectores de enseñanza, de la salud, y de la atención a los grupos más necesitados y deprimidos.
 El crecimiento del número de Universidades andaluzas es una realidad presente que puede mejorar nuestro futuro.
 32. Pero, junto a estos avances, no podemos olvidar graves problemas que obstaculizan las legítimas aspiraciones del progreso integral y del bienestar.
 Destaca de modo especial, la aguda crisis empresarial y económica en casi todos los sectores. Esto ha originado elevados y crecientes porcentajes de paro, acusadamente superiores a los de la media nacional, y el desarrollo de amplias bolsas de pobreza, incluso de extrema pobreza, que marcan sin excepción a todas nuestras provincias. Son hechos que comienzan a producir descontento e inestabilidad social, y llevan al desasosiego en amplios ambientes juveniles, y al desarrollo de una peligrosa economía sumergida.
 También comienza a manifestarse entre nuestro pueblo la grave crisis ética, que advertimos en toda España y, de una forma más amplia, en todo Occidente. Es un fenómeno generalizado, que preocupa en los ambientes más responsables, al advertir las consecuencias sociales, familiares y personales que desencadena.
 Esta desorientación moral tiene que ver con la inseguridad ciudadana, la frustración, el miedo, la drogodependencia, el alcoholismo, el sida, la criminalidad, la inestabilidad familiar; y, en una visión más amplia, con los frecuentes escándalos políticos, económicos, sindicales y sociales, demasiado frecuentes en nuestro tiempo. Es una crisis que está generando insolidaridad, desconfianza y desesperanza social.
 33. Queremos subrayar la crisis religiosa, que también advertimos en nuestro pueblo. Aludimos aquí a algunos datos que nos parecen más significativos y determinantes de otros problemas religiosos.
 En primer lugar, constatamos la presencia de una religiosidad difusa, ligada a la ignorancia y a la indiferencia religiosa, sobre todo en las jóvenes generaciones. Parece que muchos creen en el dios desconocido. Esta situación coexiste con la vivencia reducida a lo meramente cultural, de las múltiples expresiones religiosas y cristianas de nuestro pueblo, sin eficacia transformadora en la evolución religiosa y en la vida social.
 Al mismo tiempo hay una tendencia a absolutizar las devociones populares, como única forma de vida cristiana, alejadas de la obediencia de la fe y de la práctica de los sacramentos. Este fenómeno se presta, a veces, a concebir una Iglesia diferente a la recibida de los Apóstoles. Aunque según las encuestas, la mayoría de nuestra población se considera católica (91%), se advierte sin embargo en los últimos años una progresiva erosión en las prácticas religiosas y un desajuste entre la fe y la vida.
 34. Mirando más al interior de las comunidades eclesiales, observamos una insuficiente comprensión de cada uno de los sacramentos que configuran la vocación y la vida cristiana y conducen a la participación en la vida y misión de la Iglesia: un debilitamiento de la conversión y de la vocación a la santidad como seguimiento de Jesucristo en su Iglesia, derivado en cierta medida del abandono del sacramento de la Penitencia y de la práctica del precepto dominical, celebración en la que se actualiza el camino de la salvación y se crece en la vida teologal.
 También observamos una cierta horizontalidad de las vocaciones eclesiales, que tiende a oscurecer la dimensión teologal de la vocación consagrada, del ministerio sacerdotal, del estado matrimonial y de la vocación laical. Inconscientemente se va eclipsando el núcleo profundo del ser cristiano que consiste en seguir al Señor que llama. La vocación se dilucida en el ámbito de la respuesta de fe, no en el de la utilidad.
 35. Estamos, por tanto, en una encrucijada. Evidentes progresos unidos a graves crisis y problemas, esperanza de desarrollo juntamente con un cierto temor al futuro. Estas realidades contradictorias han de ser afrontadas responsablemente por toda la comunidad. También nuestras Iglesias y cada uno de sus miembros hemos de asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde. A ello nos impulsa la misión que hemos recibido de Jesucristo, y nuestra conciencia de fraternidad solidaria.

2. Una respuesta desde la misión de la Iglesia
 36. ¿Cuál es la aportación que como Iglesia de seguidores de Jesús podemos y debemos ofrecer a nuestro pueblo?
 Durante estos últimos años, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, ha sido preocupación especial de la Iglesia universal, el adecuar los objetivos de la misión que le ha sido encomendada por Jesucristo a favor de la humanidad, adaptándose a las nuevas realidades socio–culturales de nuestra época. El hombre «es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención» (RH. 14).
 37. También las Iglesias de España, en comunión con la Iglesia universal, han procurado concretar y adaptar progresivamente su misión a las nuevas circunstancias. Los numerosos documentos emitidos por la Conferencia Episcopal Española en este sentido son especialmente valiosos.
 Son grandes orientaciones que nuestras comunidades han recibido con espíritu de fraternidad y solidaridad eclesiales y que se esfuerzan en aplicar según las características y necesidades de nuestro pueblo.
 Queremos recordar brevemente algunos de los momentos más importantes de éstos últimos años, en los que se han ido desarrollando y consolidando orientaciones en orden a una renovación de la vida y misión de la Iglesia.
 38. Destaca, en primer lugar, el Concilio Vaticano II especialmente en sus dos grandes Constituciones: La Constitución dogmática sobre la Iglesia, y la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Como en una síntesis, la Iglesia afirma de sí misma que no le impulsa ninguna ambición terrena y que «sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (GS 3). Más aún, se destaca que «la Iglesia, al prestar ayuda al mundo y recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad» (GS 45).
 Por eso, «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez, gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. (…) La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (GS 1).
 39. En 1975, Pablo VI ratifica, en su exhortación «Evangelii Nuntiandi», la misión de la Iglesia como misión evangelizadora –la misma de Jesús–: proclamar claramente a Jesucristo y su mensaje (EN 27), impulsar la liberación de los oprimidos y el progreso humano (EN 31), y «asegurar todos los derechos fundamentales del hombre, entre los cuales la libertad religiosa ocupa un puesto de primera importancia» (EN 39).
 A partir de 1983, Juan Pablo II, recogiendo toda las orientaciones anteriores del magisterio, las concreta en un proyecto para toda la Iglesia, al que llama Nueva Evangelización. Es un proyecto que pretende ser plenamente fiel a Jesucristo, adaptado a las condiciones y cultura del hombre actual, y abierto y sensible a las nuevas perspectivas de la humanidad, simbolizadas en la próxima inauguración del tercer milenio. Para poder prestar este servicio al mundo actual y futuro, el Papa ha insistido constantemente en la necesidad de promover «una evangelización nueva: nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión».
 En esta tarea de evangelizar y construir la civilización del amor, la familia ocupa el centro y el corazón, según ha escrito Juan Pablo II en su “Carta a las familias” con ocasión del Año Internacional de la Familia, celebrado en 1994 . (Cf. CFC 13)
 Hace unos meses, en noviembre 1994, publicaba su carta apostólica «Tertio Milennio Adveniente», como preparación del jubileo del año 2000. En ella nos marca un programa específico de iniciativas para la celebración del Gran Jubileo. Nuestras comunidades le prestarán la mayor atención.
 40. La Conferencia Episcopal Española, sensibilizada por estas nuevas orientaciones de la Iglesia universal y por las preocupaciones de nuestros cristianos más comprometidos, se ha ocupado de una manera constante en promover la identidad cristiana, la comunión eclesial y la responsabilidad misionera y evangelizadora. Muestra de ello es el Plan Trienal 1994-97 «Para que el mundo crea».
 Tanto la asamblea Plenaria como las Comisiones Episcopales han contribuido muy positivamente a la revitalización de la vida cristiana y a la renovación pastoral y apostólica de los católicos. Los documentos colectivos del Episcopado son una valiosa contribución a la fiel aplicación del Concilio y ofrecen, en estos momentos, elementos valiosos de discernimiento y preparación para la celebración del Jubileo del año 2000. Y, al mismo tiempo, el seguimiento de sus orientaciones nos lleva a la puesta en práctica de la Nueva Evangelización.
 Entre los documentos que consideramos plenamente actuales y necesarios para la renovación y para una respuesta adecuada a nuestro momento histórico, recordamos los siguientes: «Testigos del Dios vivo» de 1985. «Los católicos en la vida pública» de 1986, «Dejaos reconciliar con Dios» de 1989. «La verdad os hará libres» de 1990. «Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo» de 1991. «Sentido evangelizador del Domingo y de las fiestas» de 1992, y las propuestas sobre «La caridad en la vida de la Iglesia», de 1994.
 41. Dentro de este contexto de comunión eclesial, los fieles de las Iglesias del Sur de España queremos aportar nuestra cuota de responsabilidad en favor de una nueva situación, solidariamente unidos a los problemas y esperanzas de toda la región, colaborando en la búsqueda de opciones correctas y acertadas para la encrucijada en la que nos encontramos.
 Manifestamos una vez más que nuestras Iglesias no se sienten impulsadas por ninguna ambición terrenal. Nuestra misión es proclamar la soberanía absoluta de Dios, su amor de Padre y la salvación realizada por Jesucristo. Desde esta acogida del don de la fe y con la ayuda de la gracia recibida, sólo pretendemos servir a nuestro pueblo como Jesús, difundiendo el mensaje salvador de la Buena Nueva y promoviendo una sociedad más justa, fraternal e integralmente humana. Sólo pedimos el respeto a la plena libertad religiosa que exige la dignidad de la persona humana y el derecho de las comunidades creyentes, proclamada por el Concilio Vaticano II, por el Tratado de los Derechos de los Hombres y de los Pueblos, y por la Constitución Española.

3. La conversión, alma de la Nueva Evangelización
 42. Para que nuestras Iglesias puedan prestar un auténtico servicio en el campo de una evangelización nueva, es necesario reconocer que nuestro punto de partida ha de ser un proceso interno de conversión de los propios creyentes y de nuestras comunidades. Juan Pablo II en su reciente carta apostólica, antes reseñada, «Ante el Tercer Milenio», valora dicha conversión como «condición preliminar para la reconciliación con Dios, tanto de las personas como de las comunidades» (TMA 32).
 La historia cristiana de Andalucía ha realizado un largo recorrido de siglos, con etapas luminosas junto a otras negativas. Su generosidad y su entrega han mantenido siempre, incluso en épocas muy difíciles, la llama de la fe en sectores más o menos amplios de su pueblo. Pero ha llegado el tiempo, al iniciarse esta nueva etapa de la evangelización, en el que «la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos, recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del Espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy» (TMA 33).
 43. Es necesario reconocer humildemente nuestras infidelidades de ayer. Pero también es necesario un serio examen de conciencia de nuestros pecados de hoy. «A las puertas del nuevo milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo» (TMA 36).
 Pero la conversión de los cristianos y de la Iglesia no se reduce a un reconocimiento honesto de nuestros fallos y deficiencias. Ha de ser sobre todo, la búsqueda permanente de fidelidad a Dios, un reencuentro con el Cristo vivo y con su Evangelio en el interior de la comunidad eclesial, una renovación profunda de nuestra fe, dejándonos invadir por el amor que Dios Padre tiene a toda la humanidad, creciendo en la práctica de la caridad y asumiendo con decisión y alegría la misión evangelizadora.
 44. convertirse es dejarse transformar por Cristo en un hombre nuevo, para colaborar con las personas de buena voluntad en la construcción de una humanidad nueva, dinamizada por la fuerza salvífica del Reino de Dios. Es aceptar la gracia que Dios nos ofrece en Cristo e implicar la propia vida en la civilización del amor.
 Por eso Juan Pablo II destaca primariamente que «esta nueva evangelización, –dirigida no sólo a cada una de las personas, sino también a grupos de poblaciones en sus más variadas situaciones, ambientes y culturas– está destinada a la formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga realizar todo su originario impulso de adhesión a la persona de Cristo y a su Evangelio, de encuentro y de comunión sacramental con Él, de existencia vivida en la caridad y en el servicio» (CHL 34).

4. La edificación de la Iglesia
 45. Esta profunda renovación de nuestras comunidades y de cada uno es indispensable para edificar sólidamente a nuestras Iglesias. Pablo VI afirmó certeramente que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio».
 El mismo Pontífice afirmaba que «la Iglesia evangelizadora comienza por evangelizarse a sí misma, Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor; Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar las grandezas de Dios, que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por Él» (EN 15).
 46. Cuando se vive y se goza la fe de modo profundo en la comunidad, brota espontáneamente el empeño de hacer realidad el “mandato misionero”: «id y haced discípulos de todas las naciones…» (Mt. 28,19). Este primer anuncio de la buena Nueva, necesario para la congregación de la Iglesia, reviste diferentes formas, según describe Juan Pablo II en la “Redemptoris Missio”: proclamación o kerigma, enseñanza y testimonio. De modo especial, el Papa acentúa la necesidad del testimonio: «Se es misionero por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace» (RM 23) «La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y la de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportamiento» (RM 42). Refiriéndose al anuncio y a la propuesta moral que comporta la evangelización, Juan Pablo II señala el nexo inseparable entre la palabra y la vida: «De la misma manera, y más aún, que para las verdades de la fe, la nueva evangelización que propone los fundamentos y los contenidos de la moral cristiana manifiesta su autenticidad y, al mismo tiempo, difunde toda su fuerza misionera, cuando se realiza a través del don no sólo de la palabra anunciada sino también de la palabra vivida» (VS 107).
 Este testimonio, fruto de la gracia de Dios y de nuestra fidelidad, forma parte de la evangelización, de aquella actividad que hace de la Iglesia una «comunidad de fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana» (CHL 33).
 La vida y misión de la Iglesia, que ha de ser reflejo de ella misma, discurre por la adecuada cooperación entre pastores y fieles. En esta tarea hemos de proseguir, profundizando y desarrollando el camino señalado por el Concilio: «Los pastores de la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor, pónganse al servicio los unos de los otros y al de los demás fieles, y estos últimos, a su vez, asocien su trabajo con el de los pastores y doctores. De este modo, en la diversidad, todos darán testimonio de la admirable unidad del Cuerpo de Cristo» (LG 32).
 Siguiendo el pensamiento de Juan Pablo II queremos fijar nuestra atención en el ámbito de la educación y de la enseñanza. Nuestras Iglesias, en este tiempo de crisis religiosa, deben hacerse presentes en él por medio de sus miembros, con una preocupación evangelizadora.
 De modo concreto, ante las dificultades que padece la enseñanza religiosa en los centros públicos, hacemos un llamamiento a los padres cristianos para que valoren prácticamente la enseñanza escolar de la religión católica, solicitándola para sus hijos. Igualmente pedimos que los profesores de religión realicen su trabajo con la mayor dedicación y calidad.
 47. Es también urgente la promoción de la catequesis. Necesitamos una catequesis enraizada en el mensaje bíblico y en la fe de la Iglesia, misionera, creativa, dialogadora, adaptada a las necesidades y problemas de nuestros cristianos, y sabiamente plural, teniendo en cuenta las diversas situaciones y ambientes en los que viven los creyentes. Una catequesis radicada en el núcleo de la conversión interiorizada y confesante.
 «La catequesis debe preocuparse a menudo no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe» (CT 19).
 Este estilo de catequesis ha de tener como objetivos el recrear auténticas comunidades fraternas, de comunión y de participación, evangelizadoras y animadas por el espíritu de pobreza solidaria y por la experiencia del amor universal promovido por el mismo Jesucristo. Ha de ser una catequesis que, desde la unidad en la fe y en la doctrina de la Iglesia, sea capaz de superar la tentación de un uniformismo cristiano, abriendo a los catecúmenos a la diversidad de carismas que el Espíritu comunica a su Iglesia, y despertando vocaciones sacerdotales, religiosas y seglares.
 48. Debe llevar, por tanto, a la experiencia de los dones del Espíritu, fomentando la unión con Dios en la gracia de los sacramentos, en la oración y en el amor al Padre y a los hermanos. Desde una renovada vivencia de las virtudes teologales es como se descubre en la práctica el contenido vital de cada uno de los sacramentos.
 Hoy es particularmente necesario que la catequesis explicite y clarifique la fe de la Iglesia en relación con los sacramentos del Matrimonio y del Orden, como estados de vida que configuran de modo permanente la vocación y la misión de los esposos cristianos y de los ministros ordenados. Y no ha de faltar una sólida formación en la doctrina social de la Iglesia.
 49. Queremos subrayar también que la catequesis ha de conducir a un redescubrimiento de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, celebración y síntesis del mensaje de Jesús, y actualización permanente de su presencia en medio de nuestras comunidades. Igualmente debe fomentar el aprecio por el Sacramento de la Penitencia y por la práctica de la oración y contemplación, alentando la esperanza en la vida eterna. Sin olvidar que debe confirmar a nuestro pueblo en la tradicional devoción a la Virgen maría, Madre de la Iglesia y Estrella de la Nueva Evangelización.
 Al hilo de estos pensamientos, queremos expresar nuestro más profundo agradecimiento a todos los que trabajan en las diferentes modalidades de educación progresiva de la fe: a los catequistas de niños, jóvenes y adultos de nuestras comunidades; a los profesor de religión, a los religiosos y seglares dedicados a la educación católica, a los profesores testigos del Evangelio en la vida escolar y universitaria, y –cómo no– a los sacerdotes, principales colaboradores de nuestro ministerio.

5. Al servicio de los hombres
 50. Nuestras Iglesias, conscientes de la misión que Jesucristo les confió, tienen que clarificar cuáles han de ser sus tareas fundamentales en la hora actual.
 «La misión que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero de esta misión religiosa derivan tareas, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina» (GS 42).
 Consecuentes con esta misión, señalamos las principales tareas que nuestras Iglesias y comunidades ha

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