Elaborado por la Pastoral Bíblica.
Hoy celebramos el día de Pentecostés. El Espíritu se manifiesta en cada uno de nosotros derramando sus dones, haciendo crecer sus frutos y cultivando así, en los creyentes, una atentica vida “en el espíritu”. ¿De dónde viene este Espíritu alentador que irrumpe y sopla en nuestra vida? ¿A dónde va; y a dónde nos dirige? El Espíritu Santo de Dios es creativo, renovador, inspirador, y quiere realizar con nosotros un nuevo Pentecostés. A Él le pedimos que traiga un aire fresco a nuestros corazones, renueve nuestra fe y haga crecer visiblemente nuestro amor.
«Se llenaron todos de Espíritu Santo» (Hch 2,1-11)
La irrupción del Espíritu tras la Resurrección de Jesús supone el culmen del cumplimiento de las promesas de Dios en el Antiguo Testamento: “Después de todo esto, derramaré mi espíritu sobre toda carne, vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones” (Jl 3,1). El Espíritu se hace presente el día de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua, fiesta judía agrícola para celebrar la cosecha en un primer momento, pero vinculada posteriormente a la entrega de la Ley en el Sinaí.
Estaban todos reunidos (2,1), no solo los Doce apóstoles sino la asamblea de los 120 que encontramos en el texto anterior (Hch 1, 12-15), junto a María la madre de Jesús y algunas mujeres. Pero no basta con estar reunidos en un mismo lugar, el texto nos dice que les une un fin común, un mismo propósito; es la actitud de la Koinonía, de la comunión, por encima de las diferencias, la que les hace abrirse y les predispone a la irrupción del Espíritu.
La Ruah de Dios llega y se manifiesta en signos teofánicos junto a una serie de manifestaciones en los reunidos: un ruido, un viento impetuoso, y unas lenguas como de fuego que se posan sobre cada uno de ellos. El fuego en el Antiguo Testamento es manifestación del mismo Dios (Ex 3, 1ss; Is 30, 27; Ez 1, 4; 3,12; Sal 18, 13; 29, 7; 50,3).
Las manifestaciones que reciben los propios discípulos y los que los escuchan hacen referencia al hablar en lenguas, fenómeno conocido como glosolalia. Los apóstoles se expresan como lo hacían los antiguos profetas (Nm 11,25). Cada cual les entiende en su propia lengua. El don del Espíritu se derrama en esta primera comunidad que inicia el camino profético de la Iglesia. Al igual que Jesús fue ungido por el Padre con el Espíritu en el bautismo (Lc 3,21-22) y en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-19); ahora la Iglesia comienza su andadura como pueblo profético, de acuerdo con las promesas de Dios para iniciar el itinerario del anuncio de la Buena Noticia.
«Sopló sobre ellos» (Jn 20,19-23)
Jesús se aparece por primera vez a los discípulos como grupo. Estos, a pesar de haber escuchado el mensaje de María (v. 17) sobre la Resurrección del Señor, estaban encerrados “por miedo a los judíos” (v. 19a). Las puertas cerradas, no son un obstáculo para que Jesús, fuera ya de los límites del espacio y del tiempo, se haga presente en la comunidad. El Señor se presenta en medio de ellos y les regala su paz (v. 19b), cumplimiento de la promesa hecha en el discurso de despedida: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14,27). Tras mostrarle sus manos y su costado para disipar las dudas sobre la identidad de Jesús, los discípulos se llenan de alegría (v. 20c). El Resucitado es el mismo que el crucificado.
Una vez reconocido, Jesús los envía a la misión en ese despliegue misionero que va del Padre a los discípulos: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros” (v.21). La tarea de los enviados es la misma que la de Jesús: anunciar con gestos y palabras el proyecto del Reino. Pero Jesús conoce de sus miedos y fragilidades, de ahí que les insufla el Espíritu, dador de vida, como hiciera Dios con el barro al crear al primer ser humano (Gn 2,7). Él los hará hombres nuevos, llenos de vida y apasionados por la misión. Jesús les encomienda como parte de esa tarea el perdón de los pecados, acción liberadora y reconciliadora que armoniza la relación del ser humano consigo mismo, con el hermano y con Dios.
La Palabra hoy
El Espíritu nos invita hoy a vivir unidos, en armonía en el seno de nuestras comunidades cristianas, en medio de la diversidad que somos cada uno. Todos los dones recibidos del Espíritu son para edificación de la comunidad (1 Cor 12,7). La dinámica divina nos invade con una experiencia única: permanecer en la comunión, construir la comunidad cristiana, proclamar las maravillas de Dios en todos los idiomas desde una alegría que contagia.
Carmen Román Martínez, OP
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