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Viernes Santo: Miren

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Siguiendo una antiquísima tradición, hoy no se celebra la Eucaristía. Cristo crucificado es el centro de la liturgia del Viernes Santos que presidió a medio día, en la Catedral, el administrador diocesano. La celebración de la Pasión del Señor se desarrolla con la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la sagrada Comunión. Antes de la adoración de la Cruz, la oración universal, que expresa el valor universal de la Pasión de Cristo, clavado en la Cruz para la salvación de todo el mundo.

La proclamación cantada de la Pasión según san Juan fue un momento especialmente elocuente. Tras la misma, Antonio Pérez, sintetizó el día con el verbo Miren. Miremos a Jesucristo crucificado, miremos “a Jesús en su rostro lleno de dolor, burlado, ultrajado, desfigurado por el pecado del hombre…Desde que Jesús fue colocado en el sepulcro, la tumba y la muerte ya no son un lugar sin esperanza donde la historia se cierra con el fracaso más completo, donde la persona toca el límite extremo de su impotencia.

El Viernes Santo, subrayó citando a Benedicto XVI, es el día de la esperanza más grande,  la madurada en la cruz, mientras Jesús muere, mientras exhala su último suspiro gritando: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» El administrador diocesano finalizó su reflexión afirmando que «de la traición puede nacer la amistad, de la renegación el perdón, del odio el amor», al tiempo que invitaba a los presentes a poner los ojos del corazón fijos en el crucificado. en la confianza de llevar con amor nuestra cruz, nuestras cruces cotidianas, que están iluminadas con el fulgor de la Pascua.

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Mons. Orozco presidió en la Catedral la celebración de la Cena del Señor

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Mons. Orozco presidió en la Catedral la celebración de la Cena del Señor

El obispo de Guadix, D. Francisco Jesús Orozco, presidió la celebración de la Cena del Señor, en la Catedral. Fue el Jueves Santo por la tarde, en una celebración en la que también realizó el lavatorio de los pies, recordando el gesto que tuvo Jesús con sus discípulos.

Durante la homilía, Mons. Orozco habló de lo que la Iglesia celebra el Jueves Santo: la institución de la Eucaristía, la institución el sacerdocio y la entrega del mandamiento del amor. “En este día en que celebramos la institución de la Eucaristía, -dijo el obispo- con este relato del lavatorio de los pies, y mañana bajo el signo de la Cruz, hemos de ver como tres acentos de la única y misma realidad: lavatorio de pies, Eucaristía y Cruz son tres acentos de una misma realidad del amor loco de un Dios que quiere quedarse con nosotros y que y que apuesta por nosotros”.

Habló de cómo Dios nos ama y cómo la Eucaristía es expresión de ese amor de Dios en Cristo: “esta tarde estamos celebrando que Dios nos ama de esta forma escandalosa, un amor que se queda con nosotros, un amor que se hace historia por medio del sacerdocio y un amor que quiere transformar el mundo”.

Y, recordando que la Iglesia está celebrando el Jubileo de la Esperanza, insistió en que “la Eucaristía es verdadera fuente de esperanza para el mundo, porque es Cristo mismo”. También animó a vivir el mandamiento del amor, el amor fraterno, “porque el amor de Dios es, o tiene que ser, visible, concreto y cercano. De lo contrario, como hemos escuchado en la segunda lectura de Pablo a los Corintios, no sirve de nada”.

Tras la homilía realizó el lavatorio de los pies y, al final de la Misa, hizo la reserva del Santísimo en el monumento, desde permanece en reserva para la celebración de los Oficios del Viernes Santo.

Antonio Gómez

Delegado diocesano de MCS. Guadix

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Exposición «De Nicea a Córdoba: Luz que no cesa»

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El 5 de abril se inaugura en la Mezquita Catedral la Exposición “Símbolo: Luz de Nicea” que permanecerá abierta hasta el 5 de julio en Córdoba

La muestra que conmemora el 1700 aniversario del Concilio de Nicea tiene la singularidad de celebrarse en el lugar donde nació su presidente, el obispo Osio de Córdoba, hombre fiel en tiempos de persecución y agente lúcido para la comunión eclesial. En el aniversario del primer Concilio Universal que reconoce la Iglesia, no fue la única reunión en la que tuvo un papel preponderante, pero sí la más trascendente. Toda la importancia de Osio en el siglo IV para la Iglesia está enmarcada en la Córdoba de relevancia para el Imperio Romano, con la que Constantino tiene familiaridad, igual que con otras provincias del Occidente. Esta cercanía explica la notoriedad del Obispo cordobés en los centros de decisión. Siendo obispo de Córdoba, el emperador le otorgó una responsabilidad semejante a la que podría haber tenido como obispo de Roma.

Córdoba es sede imperial fuera de Roma y en el año 1300 ya son muchas las comunidades cristianas aquí asentadas. Esta exposición es el reflejo de las discusiones y conflictos anteriores al Concilio de Nicea y la solución aportada por la reunión universal que alumbra un símbolo de fe, el Credo con el que los cristianos afirman su fe. Ayer y hoy aquellas afirmaciones siguen teniendo fuerza, siguen iluminando como Luz de Luz de Dios Verdadero.

En Nicea, el lenguaje de la fe acerca de Jesucristo ganó en nitidez y perdió en ambigüedad. Los integrantes de aquel concilio se valieron del lenguaje pagano y le otorgaron un significado propio al servicio de la fe: un ejemplo admirable de inculturación que podemos comprobar en Córdoba 1700 años después

“Símbolo: Luz de Nicea” es una apuesta promovida por la Diócesis de Córdoba y patrocinada por el Cabildo Catedral que presenta el Símbolo Niceno como itinerario de hombres y mujeres que en la creación de obras de arte siguen transformando el mundo con una mirada creyente.

Para eso, una innovadora disposición de piezas arqueológicas y obras contemporáneas ofrecen al visitante una inmersión histórica, teológica, estética y espiritual en la Mezquita-Catedral en un discurso narrativo dirigido a mostrar que el Credo o Símbolo que se compuso en aquella reunión proclama la fe en Jesucristo, que es la única Luz capaz de iluminar la vida entera de los hombres de todos los tiempos.

Piezas singulares, reflejos de Luz 

Cuarenta piezas componen la exposición, algunas muy pequeñas y otras de gran tamaño dispuestas en dos partes, primero para comprender qué se celebra y aportar explicaciones fundamentales de conceptos, además de instruir sobre el contenido e importancia de este aniversario. Después, el guion expositivo permite mostrar hasta qué punto la doctrina defendida y proclamada hace 1700 años, lejos de ser algo abstracto, se traduce, ayer, hoy y siempre, “en una vida llena de confianza, de fuerza, de caridad y de esperanza”, explica Patricio de Navascués, comisario de la muestra.

Esta es una exposición con piezas de valor infinito por su expresión material como la cruz hecha con maderos de una patera donde murieron inmigrantes, conservada por los Franciscanos de la Cruz Blanca en Sevilla. Esa cruz adquiere por su historia un valor incalculable y conecta la humanidad sufriente de todos los tiempos. Con ella conviven en la Exposición obras de factura expresa entre las que destaca la creación de un icono bizantino con el motivo del Concilio de Nicea. Su autora, Soledad Blanco, aporta una obra original de las imágenes tradicionales en la Iglesia Ortodoxa, que no admite la representación tridimensional, para representar el Concilio de Nicea del misticismo e intensidad espiritual de aquel momento. En principio, parecen algo distantes, hieráticos, pero, “esas mismas características hacen que quien los observa se olvide del plano cercano, familiar, y empiece a verlos como algo que conecta con planos más sutiles, más etéreos y espirituales”, según la artista gallega.

Estas obras contemporáneas conviven con una réplica del sarcófago “dogmático” a escala natural. Se trata de un monumento de todo punto excepcional en el que quedó plasmada en piedra la fe profesada en Nicea. Y mantiene un diálogo con otras piezas de profunda significación social como la maqueta que aportan los residentes de la Casa Familiar de los Hermanos de la Cruz Blanca de Córdoba. Una obra basada en la parábola del “Buena Samaritano”, una obra “muy valorada, que está firmada por su trabajo: el amor y la entrega, la tenacidad y esmero por plasmar un mensaje que no es escondido para muchos, y que requieren en más espacios ser conocidos y en algunos escenarios aceptados”, defiende el Hermano Jahir, franciscano de la Cruz Blanca en Córdoba.

Estas y otras piezas, una vez terminada la Exposición, contribuirán a enriquecer el patrimonio de la Iglesia en Córdoba. Son piezas, por lo general, procedentes de artistas contemporáneos que han recibido el encargo de crear en el marco de esta exposición como es el caso del sacerdote Vicente Molina Pacheco que con su radical estudio del color y las formas presenta una obra de arte que quiere ser “como un reflejo de eternidad que nos a ir más allá de nuestra propia limitación”.

Esta es una Exposición que pretende encontrar en el visitante una respuesta ante la Buena Noticia, que iguala a todos en la llamada, un anuncio de Luz y de Paz, que es el Evangelio, la persona de Jesucristo. Algunas congregaciones e institutos religiosos hacen una incursión admirable en esta exposición trayendo motivos de hondo significado espiritual. El instituto Religioso Femenino Iesu Communio, compuesta por 200 hermanas, ha trabajado un signo de resurrección y vida, el cirio Pascual de grandes dimensiones, que “pueda iluminar toda la existencia del hombre” (Lumen fidei). Y será un cirio siempre encendido que, como dice el Pregón pascual, “aunque distribuye su luz, no mengua al repartirlo”, explica la comunidad que ensalza la división de la luz, porque “¡la fe crece al compartirla!”.

Sor Isaura Marcos Sánchez es una hermana clarisa contemplativa en la Fraternidad de Clarisas de Vilobí d’Onyar. Sus fotografías están llenas de arte y espiritualidad y así se hace presente en esta exposición en la que expresa el carisma franciscano. Con su presencia en Córdoba, ha querido plasmar los reflejos de la luz en el entorno cotidiano y con su obra fotográfica sobre el Concilio de Nicea, “la brisa dinámica, que emana del espíritu, que ha ido transformando continuamente la sociedad de cada época”.

Iluminar el amor de Dios por cada hombre 

El Divino Enfermo es una talla que nace de la espiritualidad otorgada por el Espíritu Santo a Santa María Soledad, fundadora de Las Siervas de María Ministras de los Enfermos con cuya imagen, enseñaba a las novicias cómo atender al enfermo. Su presencia en esta muestra ilumina el amor de Dios para cada hombre, “la visita al divino enfermo es la visita a Áquel en quien se une lo humano y lo divino, la contemplación y la acción… y es, para nosotras, impulso en la fe y mirada abierta al misterio”, afirma la comunidad dedicada a la atención al desvalido. Esta es una actitud de vida, desde el convencimiento de la fe, trascendiendo el dolor y el sufrimiento y encontrándole un sentido por difícil que pueda parecer. Su presencia explica hoy como ayer que la Esperanza en Dios no termina.

Entre las pequeñas piezas que se dan cita en la “Símbolo: Luz de Nicea”, hay dos aportaciones del Museo Histórico Municipal de Baena de singular belleza. Se trata del Anillo de oro con inscripción de los siglos IV-V y el cazo de los siglos IV-VI. Tanto el anillo de Sabina como el cazo de Nico evidencian la fe cristiana de sus propietarios y, en consecuencia, el arraigo del Cristianismo en la zona del valle del río Guadajoz (antiguo Salsum de los romanos) que atraviesa la campiña cordobesa, de este a oeste, desde su nacimiento en la confluencia de los ríos San Juan y Salado de Priego hasta su desembocadura en el Guadalquivir.

Pequeñas piezas inscritas con signos cristianos que de una época de la que apenas se conservan restos, la Antigüedad Tardía, el período de transición ente la Edad Antigua y la Edad Media que abarca los siglos IV al VI d.C. Ambas piezas son clave para conocer el origen y arraigo del Cristianismo en la zona del valle del Guadajoz ya que ponen de relieve la existencia de comunidades cristianas rurales pero relacionadas con urbes importantes como son el caso de Ipsca (Cortijo de Izcar, baena) y el oppidum de nombre desconocido del Cerro de los Molinillos en las cercanías de la pedanía de Albendín (Baena).

De la pequeñez inscrita nos avisa de una fe cotidiana y sencilla que configura el ahora del cristianismo, la razón que removió los cimientos de un impero y la sabiduría y la fidelidad del Obispo Osio canalizó hasta nuestros días.

Hasta el cinco de Julio, en la Mezquita Catedral de Córdoba, otros artistas como Benjamín Cano como inconfundible creador de fuego para ser luz estarán en Córdoba. Con Pablo Redondo conoceremos la Esperanza con una obra escultórica que emerge del suelo. En Puerto Serrano (Cádiz) toda una feligresía acompañará a su Cristo herido el día de la inauguración, porque “el amor de Jesucristo no pasa de moda, sino que siempre es muy necesario para todos: niños, jóvenes, adultos, casados, solteros…, y lo que expresa Cristo en la Cruz es hasta dónde ha llegado su amor por nosotros: hasta dar la vida”, explica Rafael Pinto, párroco de Puerto Serrano.

La luz es el motivo y la causa de esta Exposición que en Junio se inserta en el Congreso del mismo nombre, en Córdoba esa Luz sigue alumbrando el hoy también en la persona de la Beata Victoria Díez, con la que la Institución Teresiana se hace presente en la obra, como una reciente Obra de Iglesia que nació para ser luz en una realidad histórica muy polarizada en el primer tercio de siglo XX en España que sigue teniendo cierta prolongación en el mundo globalizado en que vivimos. Su vida y su muerte reflejan la fuerza del Espíritu Santo en ella y nos señala un camino hacia la paz para seguir su Luz.

La persona de la Beata Victoria Díez, hace presente a la Institución Teresiana como una Obra de Iglesia que nació para ser luz en una realidad histórica muy polarizada en el primer tercio de siglo XX en España. La luz que desprende su vida y su muerte reflejan la fuerza del Espíritu Santo en ella y nos señala un camino hacia la paz.

 

Mensaje del arzobispo de Sevilla para el Jueves Santo

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Mensaje del arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz Meneses, para el Jueves Santo de 2025.

Mons. José Mazuelos presidirá las celebraciones del Triduo Pascual en la Catedral de Canarias

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Las celebraciones del Triduo Pascual en la Catedral de Canarias estarán presididas por el obispo de la diócesis de Canarias, Mons. José Mazuelos.

  • Jueves Santo, a las 18.00 horas, Misa de la Cena del Señor.
  • Viernes Santo, a las 17.00 horas, celebración litúrgica de la Muerte del Señor.
  • Sábado Santo, a las 22.00 horas, Vigilia Pascual.
  • Domingo de Resurrección, a las 10.00 horas, Solemne Pontifical de Pascua.

La Diocesana de Canarias ofrecerá en directo la celebración a través de su canal de YouTube y en los diales de FM y web.

La Catedral acogió la Misa Crismal

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El obispo de Canarias, Mons. José Mazuelos, ha presidido este Martes Santo, 15 de abril, en la Santa Iglesia Catedral Basílica de Canarias, la Misa Crismal, donde los sacerdotes han renovado sus promesas sacerdotales y se han bendecido los  Óleos y consagrado el Crisma.

La Misa Crismal es una celebración propia del Jueves Santo que, pero en nuestra diócesis, al igual que sucede en muchas otras, se  traslada a este día para facilitar la asistencia de todos los sacerdotes.

En la homilía, el obispo comenzó destacando la presencia de sacerdotes de otros países como Venezuela o Nicaragua que están desarrollando su trabajo pastoral en nuestra Diócesis.

 

 

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En la Misa Crismal, los sacerdotes renuevan ante el Obispo las promesas que hicieron el día de su ordenación, se lleva a cabo la bendición de los Óleos y se consagra el Crisma. El óleo es aceite de oliva. En cambio, el crisma es una mezcla de aceite de oliva y perfume. La consagración es competencia exclusiva del Obispo. Dentro del rito de consagración destaca el momento en el que el Obispo sopla en el interior del recipiente que contiene el Crisma (crismera) como signo de la efusión del Espíritu Santo.

El santo crisma y los óleos son llevados a todas las parroquias donde, de un modo solemne y expreso, son presentados, como expresión de unidad, en la Misa Vespertina del Jueves Santo en la que se conmemora la Cena del Señor.

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Celebrada la Misa de la Cena del Señor

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En este Jueves Santo ha comenzado el Triduo Pascual que nos conducirá al Domingo de Resurrección y en el que recorreremos el camino de la Pasión del Señor. En este primer día hemos conmemorado la celebración de la Última Cena del Señor con sus discípulos, instituyendo así la Eucaristía, don de acción de gracias, y el sacerdocio.

En concreto, en la S.A.I Catedral se ha celebrado estos Oficios presididos por el arzobispo Mons. José María Gil Tamayo, en el que recordamos el lavatorio de los pies a los discípulos, con el que Jesucristo mostró el servicio de amor a todas las personas.

La Misa de la Cena del Señor ha sido concelebrada por miembros del Cabildo de la Catedral y de la Capilla Real. También han participado los seminaristas del Seminario Mayor San Cecilio y su rector, en una celebración a la que han asistido numerosos fieles, amenizada por la música del Coro Santa Cecilia.

AMOR A LA EUCARISTÍA

En sus palabras durante la homilía, nuestro arzobispo ha hablado de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, así como de la caridad cristiana, que ayuda a las personas de manera “integral”.

“La Eucaristía es el regalo más grande que ha recibido la Iglesia”, ha señalado Mons. Gil Tamayo. Al mismo tiempo, ha animado a los fieles a amar la Eucaristía, de la que Granada expresa ese amor cada año en su fiesta del Corpus: “Granada ama la Eucaristía. En su tradición religiosa, es una de sus improntas fundamentales, que hace que haga fiesta, que salga Cristo a sus calles, en el Corpus. Pero eso tiene que estar refrendado por una vida eucarística, de adoración, de verdadera hambre de Cristo y a la paz, de verdadera celebración de la Eucaristía dominical. Queridos hermanos, la Eucaristía es posible porque Jesús instituye el ministerio sacerdotal”.

También ha subrayado la institución del sacerdocio por parte del mismo Jesucristo, y aunque “tenemos defectos innegables”, hay muchos “sacerdotes buenos”. “No nos fijemos sólo en quienes, como seres humanos, se han podido ver arrastrados por la tentación o por los defectos. Fijémonos en tantos y tantos sacerdotes que han dejado su vida de manera escondida en nuestros pueblos, en nuestros barrios, que han llevado la fe a los sencillos, que han cuidado la proclamación de la Palabra de Dios, que han estado acompañando en nuestro dolor, en nuestras alegrías, en nuestros sufrimientos, en nuestros gozos, que están esparcidos por nuestra diócesis y por el mundo entero”, señaló el arzobispo.

El Jueves Santo es también el Día del amor fraterno y, en este sentido, ha pedido que “tomemos más en serio el mandamiento nuevo del amor”. También ha hablado de la caridad, de la que ha dicho “forma parte de la vida cristiana”.

Tras la celebración, en el día previo a la Pasión del Señor y su muerte en la cruz, como es tradicional en la liturgia del Jueves Santo se ha procedido a la Reserva del Santísimo Sacramento, quedando expuesto en la capilla del Cristo de la Esperanza, que fue inaugurada en la pasada Jornada “24 horas para el Señor”. Será esta consagración de las especies con las que se comulgará en el Viernes Santo.

LEER HOMILÍA

“La Eucaristía es el alimento de nuestro caminar cristiano”: Homilía en la Misa de la Cena del Señor

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Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la Misa de la Cena del Señor, el 17 de abril de 2025, en la S.A.I Catedral.

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes;
Queridos seminaristas;
Queridos hermanos y hermanas;
Queridos miembros de la Cofradía Sacramental del Sagrario de nuestra Catedral:

Hoy es un día grande. Uno de esos jueves que brillan más que el sol. Esperamos que el agua no nos estropee los pasos profesionales. Y tres son los motivos que acuden a nuestro corazón para dar gracias al Señor en esta celebración solemne. Por una parte, la institución de la Eucaristía. Pero podréis decir, si habéis estado atentos a la proclamación del Evangelio de San Juan, que no se ha hablado para nada de la Eucaristía. Jesús nos ha hablado del amor fraterno, pero no nos ha hablado de la Eucaristía ni de la institución del sacerdocio el Evangelista Juan.

Y es que el Evangelista Juan, al contrario que los Sinópticos, que sí nos hablan de la Eucaristía en la Última Cena cuando Jesús la instituye –“Tomad y comed. Esto es mi cuerpo-; lo mismo que en el Cáliz nos dice que es el Cáliz de la Nueva Alianza, sellada con su Sangre –“Tomad y bebed”. Pero ha sido San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, tomando pie con una fórmula que es quien ha recibido la tradición y que a mi vez os he transmitido, lo mismo que hará cuando hable de la Resurrección, es el que nos ha hablado de la institución de la Eucaristía. Y efectivamente, Jesús instituye la Eucaristía, el primer jueves santo de la historia. Pero, el Evangelista Juan ya, de una manera extensa, nos ha hablado en el capítulo 6 del Evangelio de la Eucaristía del Pan de Vida, enmarcándolo en ese maná que Dios nos da y que muestra la Presencia de Dios en medio de su pueblo que es alimentado por Dios en el Antiguo Testamento. Hoy, el libro del Éxodo nos trae también ese momento liberador en que Dios, a través del sacrificio del Cordero Pascual, con su sangre libera al pueblo, como una señal de la dominación del faraón. Y ese pueblo recobra la libertad, de tal manera que Cristo es designado por Juan el Bautista como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Luego, ya tenemos, por una parte, el texto del libro del Éxodo, que nos habla de la liberación y del sacrificio de la Antigua Alianza, que recuerda el momento central de la liberación del pueblo de Israel, de la esclavitud, del dominio del faraón y recobra la libertad y con ello el sentido de pueblo y de pertenencia de Dios. Por otra parte, hemos escuchado el momento de la institución del que nos habla San Pablo, recogiendo el eco de las primeras comunidades cristianas. Pero San Juan nos ha dicho que sabiendo Jesús que había llegado a su hora, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Y Jesús se pone por los suelos. Dios por los suelos. Instituye el mandamiento nuevo del amor, primero con el gesto; con el gesto de lavar los pies a sus discípulos, que es un gesto propio que tiene que hacer el esclavo, el criado, ante los invitados. Y Jesús se pone a la mesa como el que sirve.

Jesús quiere hacerle ver a sus discípulos que el verdadero discípulo suyo es el que sirve, el que está, digamos, puesto a los pies: el más pequeño. Jesús en esa misma cena abre Su corazón y dirá el mandamiento nuevo del amor, un mandamiento nuevo os doy: “Que os améis unos a otros como Yo os he amado. En esto reconocerán que sois mis discípulos”.

Luego, queridos amigos, institución de la Eucaristía; institución del mandamiento nuevo del amor, que es el distintivo de los cristianos. Y nos falta también otro motivo para dar gracias a Dios: la institución del sacerdocio, “haced esto en memoria mía”. Jesús, aquellos apóstoles, que, como sabemos, sus defectos son innegables, los muestra así el Evangelio, no se los calla. Jesús se sirvió de ellos. Jesús los elige, a pesar de los pesares, que ningún jefe de personal los hubiese aceptado. Jesús los elige para ser sus ministros, para ser los dispensadores de sus misterios. Como el Señor nos ha elegido a cada uno de nosotros.

Luego, queridos amigos, hoy es un día de acción de gracias. Pero también para examinarnos. Para examinarnos en cómo amamos la Eucaristía, esa Presencia real y verdadera de Cristo en medio de nosotros, que es renovación incruenta del sacrificio de la cruz. “Haced esto en memoria mía”. “Cada vez que coméis y vivéis de este cariño, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva”. Cada celebración eucarística es la actualización del Misterio de la Redención de manera incruenta. El Señor está en medio de nosotros. Escuchamos Su Palabra. Al mismo tiempo, nos alimentamos de esa Palabra, para vivir nuestra vida a concorde con lo que Dios nos pide. Pero, a la vez, nos alimentamos con Su Cuerpo; con Su Cuerpo que se entrega, que es Cuerpo entregado, que es sangre derramada para el perdón de los pecados. Y ese sacrificio de Cristo que se renueva es un sacrificio de adoración a Dios; es un sacrificio de expiación por nuestros pecados; es un sacrificio de acción de gracias, por eso se llama Eucaristía; y es un sacrificio, al mismo tiempo, impetratorio. Por eso, en la Eucaristía, llevamos nuestras peticiones, nuestras intenciones, pedimos por los vivos, por los difuntos, por nuestros seres queridos. Y al mismo tiempo, nos sentimos en comunión con los santos y con los ángeles.

La Eucaristía es el regalo más grande que ha recibido la Iglesia. Y la Eucaristía es también el alimento de nuestro caminar cristiano. Es el viático, pero es el alimento: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día”. Y Jesús nos dice también: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. No será quizá, queridos amigos, que nuestra flojera cristiana muchas veces viene porque no vivimos la Eucaristía, porque no apreciamos la Presencia de Cristo en nuestros sagrarios, porque no acudimos con verdadera hambre a recibirLe en la Comunión con el corazón limpio, porque no vivimos el domingo y la celebración dominical de la Eucaristía, a la que os invito encarecidamente como señal de nuestra pertenencia cristiana.

Queridos hermanos, amemos la Eucaristía. Granada ama la Eucaristía. En su tradición religiosa, es una de sus improntas fundamentales, que hace que haga fiesta, que salga Cristo a sus calles, en el Corpus. Pero eso tiene que estar refrendado por una vida eucarística, de adoración, de verdadera hambre de Cristo y a la paz, de verdadera celebración de la Eucaristía dominical.

Queridos hermanos, la Eucaristía es posible porque Jesús instituye el ministerio sacerdotal. Los sacerdotes tenemos defectos innegables. Hoy son puestos en evidencia. Pero hay tantos sacerdotes buenos. No nos fijemos sólo en quienes, como seres humanos, se han podido ver arrastrados por la tentación o por los defectos. Fijémonos en tantos y tantos sacerdotes que han dejado su vida de manera escondida en nuestros pueblos, en nuestros barrios, que han llevado la fe a los sencillos, que han cuidado la proclamación de la Palabra de Dios, que han estado acompañando en nuestro dolor, en nuestras alegrías, en nuestros sufrimientos, en nuestros gozos, que están esparcidos por nuestra diócesis y por el mundo entero.

Pero, fijémonos también en el mandamiento nuevo del amor. Jesús no nos dice que nos amemos unos a otros, que nos amemos como a nosotros mismos. Jesús da un paso más: “Amaos como Yo os he amado”. “Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo
-hemos escuchado- los amó hasta el extremo”. En Dios no hay medianías. En el amor no puede haber término medio. O amamos o no amamos. Jesús nos lo dice: “El que no está conmigo, está contra mí”. El que no recoge, desparrama. Luego, tomemos más en serio el mandamiento nuevo del amor.

Los cristianos tenemos que vivirlo más. Se tiene que notar en nuestras relaciones familiares. Se tiene que notar en nuestras relaciones sociales. Se tiene que notar en la vida social, en la vida política. Y no es así. Nuestro mundo está fragmentado. A nuestro alrededor encontramos brechas importantes de pobreza. Esa mirada de la Iglesia a los más pobres, a los más necesitados, esa mirada a quienes están excluidos forma parte consustancial del cristianismo. El cristianismo no es una religión de culto exclusivamente. Es una religión integral que comprende la vida de la persona entera. Y el culto es la manifestación de la autenticidad de nuestra relación con Dios. Pero, cuidado amigos, el culto sólo es auténtico si se vive el amor fraterno. “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar -dice Jesús- te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. No podemos vivir una religiosidad simplemente externa, simplemente de barniz, simplemente de calle, o incluso de culto si no hay un amor fraterno, si hay divisiones entre nosotros, si hay rupturas en las familias, si hay odios, si hay separaciones de unos de otros y exclusiones. Nuestro mundo tiene que ponerse a estrenar el mandamiento nuevo de Jesús.

Y ahí estamos los cristianos. Queridos amigos, y además, en el momento en que demos cuenta a Dios, Dios nos va a preguntar, no nuestros títulos, no nuestros méritos académicos o profesionales, nos va a preguntar si hemos amado. “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui peregrino y me acogisteis, estuve enfermo y en la cárcel. – ¿Cuándo lo hicimos Señor? – Cuando lo hicisteis con uno de estos humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

Luego, queridos amigos, la caridad forma parte de la vida cristiana. Y la caridad no es beneficencia. La caridad no es dar ropa usada. La caridad es ayudar de manera integral a las personas. Y la altura de una sociedad se mide cuando hay un bienestar repartido para todos, cuando no hay brechas. En Granada, hay más de 300 personas que viven en la calle, que están tirados en las aceras, que se quitan los bancos de las calles para que no puedan pararse.

Queridos hermanos, abramos los ojos del corazón. Vivamos una generosidad que está más allá de una limosna puntual. Hagamos un compromiso con instituciones humanitarias y, por supuesto, con Cáritas. Luego, el cristianismo no es sólo de templo para adentro, no sólo de calle y de procesión; es también de compromiso social, de transformación social, de hacer un mundo más justo, pensando en esa plenitud a la que Dios nos llama. El cristianismo no es el opio del pueblo. El cristianismo es transformador, porque el Señor nos invita a ser la sal de la tierra y la luz del mundo.

Luego, no puede haber cristianismo sin compromiso social. No puede haber cristianismo sin abrir el corazón y las entrañas. Y eso es lo que el Papa quiere enseñarnos. Esta tarde, estando como está, se va a la cárcel de Roma. Ese es nuestro cristianismo. Ese es el cristianismo que ha vivido Granada en la acción social. Ese es el cristianismo de san Juan de Dios. Ese es el cristianismo de las Hermanitas de los pobres. Ese es el cristianismo en la educación con los más necesitados, de las Escuelas del Ave María, y de tantas y tantas instituciones.

Queridos hermanos, no hagamos un cristianismo corto. Vivamos y recobremos el espíritu de generosidad de la tradición religiosa de Granada y, al mismo tiempo, vivamos ese mandamiento nuevo. Vivamos un profundo espíritu eucarístico. Y demos gracias a Dios por nuestros sacerdotes, a la par que pedimos al Señor que envíe obreros a su mies; que haya vocaciones sacerdotales que renueven en nuestro pueblo esa Presencia de Cristo que perdona, esa Presencia de Cristo que consagra, esa Presencia de Cristo que predica, esa Presencia de Cristo que bendice.

Que Santa María, la Madre de Dios y Madre Nuestra, Santa María, Madre de la Caridad, Madre de los sacerdotes, Madre de la Eucaristía, que llevó en sus entrañas al Verbo hecho carne, nos ayude a descubrirLe en la Eucaristía y a verLe presente en quienes más lo necesitan.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

17 de abril de 2025
S.A.I Catedral de Granada

LECTURAS DEL VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

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LECTURAS DEL VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 52, 13 — 53, 12

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.

Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito.

¿Quién creyó nuestro anuncio?; ¿a quién se reveló el brazo del Señor?

Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.

Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.

Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.

Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.

Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.

Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano.

Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.

Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.

Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre.

Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Salmo

Salmo 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25

R/. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

  • A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú, que eres justo, ponme a salvo. A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás.
  • Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle, y escapan de mí. Me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cacharro inútil.
  • Pero yo confío en ti, Señor; te digo: «Tú eres mi Dios». En tu mano están mis azares: líbrame de los enemigos que me persiguen.
  • Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9

Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.

Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 — 19, 42

Cronista:
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?».

C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy».

C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?».

C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».

C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».

C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».

Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».

C. Él dijo:
S. «No lo soy».

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».

C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».

C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy».

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».

C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.

C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».

C. Le contestaron:
S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».

C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».

C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.

Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».

C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».

C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

C. Pilato le dijo:
S. «Entonces, ¿tú eres rey?».

C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?».

C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».

C. Volvieron a gritar:
S. «A ese no, a Barrabás».

C. El tal Barrabás era un bandido.

C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. «Salve, rey de los judíos!».

C. Y le daban bofetadas.

Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».

C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. «He aquí al hombre».

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».

C. Los judíos le contestaron:
S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?».

C. Pero Jesús no le dio respuesta.

Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».

C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.

Y dijo Pilato a los judíos:
S. «He aquí a vuestro rey».

C. Ellos gritaron:
S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:
S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».

C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que al César».

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, e! Nazareno, el rey de los judíos».

Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».

C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está».

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».

C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.

C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo».

C. Luego, dijo al discípulo:
+ «Ahí tienes a tu madre».

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
+ «Tengo sed».

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ «Está cumplido».

C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

[Todos se arrodillan, y se hace una pausa.]

C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura:
«No le quebrarán un hueso»;
y en otro lugar la Escritura dice:
«Mirarán al que traspasaron».

C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

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VIERNES SANTO: «Transformar las cruces de nuestra vida», por Seve Lázaro SJ

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Qué duda cabe que las fiestas de la Semana Santa, sobre todo en ciudades como la nuestra, donde, además de la liturgia, abundan las procesiones, ponen el foco en el verdadero protagonista de nuestra fe, Jesús. Está bien que el protagonismo lo tenga Él, y que el trabajo espiritual nuestro de estos días sea ése que San Ignacio nos recuerda en el nº 195 de los Ejercicios Espirituales: “considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en su humanidad o quiere padecer, según el paso que se contempla”.

Pero reconociéndole esa primacía a Jesús, tenemos que recordar que el sentido profundo de todas las fiestas cristianas apunta a cada uno de nosotros, los seguidores de Él. Y la celebración de cada uno de estos tres días será una verdadera fiesta, si es punto de llegada de un camino recorrido durante la cuaresma: ¿Realmente se ha dado en mí algún avance, estos últimos cuarenta días, en el parecido con ese Jesús al que ahora contemplo?

Porque de lo contrario, nos quedamos en una visión incompleta de la Semana Santa, admirando a un Jesús, que sí, que vamos a ver pasar a nuestro lado, por nuestras calles, en nuestras iglesias, pero sin que eso que ahí vemos tenga nada que ver con nosotros. Sino acabamos, lo que sería aún peor, pensando o creyendo que lo que estamos viendo y celebrando es una repetición de una historia que sucedió hace 21 siglos, y que el escucharla o verla, como mucho, nos pone un poco tristes.

Estamos en Viernes Santo y el foco de este día, se dirige a la cruz. En ella vislumbramos lo más universal de la humanidad y lo más específico del cristiano. Lo universal es el dolor, el sufrimiento y el sinsentido por los que en tantos momentos camina nuestra vida. De esto no nos protege la fe. Como cualquier ser humano estamos expuestos a ponernos enfermos, sufrir la muerte de un ser muy querido, ser traicionados, tener un accidente, perder el empleo de muchos años, ver naufragados muchos de nuestros más profundos sueños o llegar a ancianos y saber que el final está cerca. Pues bien, poco nos ayuda cualquiera de estas cruces si nos deja petrificados ahí, como hombres y mujeres condenados a sufrir o morir sin esperanza en este valle de lágrimas. Porque no es este el sentido cristiano de la cruz, por más que muchas veces la hayamos presentado así. La cruz cristiana es una cruz pascual, llamada a transformarse, a resucitar. Fue la actitud de Jesús, cargando con ella y dejando en ella su vida, la que alumbró ese nuevo significado que para nosotros tiene.

Así que nada de cerrar los ojos a cualquier situación de adversidad que nos venga, nada de negar la realidad en sus aspectos más crudos de dolor, nada de huir de los problemas y de los conflictos, sean los nuestros o los de nuestros prójimos sufrientes. Por el contrario, cargarlos al hombro y caminar con ellos a cuestas, convencidos de que Dios mismo se volverá cireneo nuestro si nuestras fuerzas flaquean. Y cuando en alguna de esas cruces nos toque entregar la vida, darla, confiando en aquello que el joven e indefenso sacerdote de Bernanos le decía a la señora Chantal, ante la muerte prematura de su hijo: “—Lo que sí puedo asegurarle -le dije- es que no existe un reino de los vivos y un reino de los muertos; sólo existe un reino: el de Dios, donde están los vivos y los muertos, y nosotros nos hallamos dentro.”

Seve Lázaro, SJ

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