El Altar Mayor de la Catedral de Sevilla acogió la mañana de hoy la Eucaristía del Domingo de Resurrección, presidida por el arzobispo hispalense, monseñor José Ángel Saiz Meneses.
“Queridos hermanos y hermanas en el Señor: ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”, con estas palabras iniciales monseñor Saiz ha felicitado la Pascua a toda la asamblea.
“Hoy, desde esta Catedral de Sevilla, corazón de nuestra Archidiócesis, en este año de gracia del Jubileo, nos unimos a la alabanza universal de la Iglesia que proclama con alegría: ‘Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo’”.
Anuncio con determinación
Sobre el acontecimiento de la Resurrección dijo que “no es un secreto a guardar, sino una noticia que transforma y que debe anunciarse con determinación. Los discípulos pasaron del encierro al anuncio, del temor a la misión, de la dispersión a la comunión. Fueron enviados al mundo como testigos de la Resurrección”. En este sentido – prosiguió – “nosotros también somos enviados. La Catedral, madre de todas las iglesias de la diócesis, no es solo el lugar donde se recibe la gracia, sino desde donde se parte en misión”.
Exhortó a todos los diocesanos a responder con generosidad a la llamada de Dios. “Queridos miembros del laicado, familias, jóvenes y adultos; queridos consagrados, diáconos y sacerdotes: el mundo os necesita como testigos pascuales. No tengáis miedo de hablar de Cristo. No tengáis miedo de vivir como cristianos. No escondáis la luz bajo el celemín. Sevilla debe ver en sus creyentes la alegría del Resucitado; sus parroquias y comunidades han de ser signos vivos de esperanza y comunión”.
Antes de la celebración de la Misa, el Cabildo Metropolitano felicitó la Pascua a monseñor Saiz Meneses en el Salón del Trono del Palacio Arzobispal.
Resucitado en la Catedral
Al término de la celebración eucarística, el arzobispo de Sevilla rezó un Padrenuestro ante la imagen del Resucitado de la Hermandad de la Resurrección.
La vigilia Pascual es la más importante de las celebraciones del Año Cristiano. La Catedral acogió la celebración de la misma presidida por el administrador diocessano, Antonio Pérez.
La Vigilia pascual se desarrolla en cuatro partes: el lucernario y el pregón pascual forman la primera parte de la Vigilia. En la segunda parte la santa Iglesia contempla a través de la liturgia de la Palabra, las maravillas que Dios ha hecho en favor de su pueblo desde los comienzos. En la tercera parte, tiene lugar la liturgia bautismal o, si no hay bautizos, la renovación de las promesas del bautismo. Finalmente, la comunidad es invitada a la mesa, preparada por el Señor para su pueblo, memorial de su Muerte y Resurrección, en espera de su nueva venida (cuarta parte).
En la homilía Pérez quiso reflexionar en torno al verbo buscar: Cristo “abre nuevos caminos donde sentimos que no los hay, nos impulsa a ir contracorriente con respecto a lo ‘ya visto’. Aunque todo parezca perdido, dejémonos alcanzar con asombro por su novedad: nos sorprenderá”- expuso.
El administrador diocesano compartió que «las mujeres pensaron que iban a encontrar el cuerpo para ungirlo, en cambio, encontraron una tumba vacía. Habían ido a llorar a un muerto, pero en su lugar escucharon un anuncio de vida». La tumba vacía simboliza el fin de la muerte y el inicio de una nueva vida, llena de esperanza y posibilidad.
La homilía finalizó con una llamada a la esperanza y a buscar. «Dejémonos alegrar el corazón y corramos a anunciar la tumba vacía que nos invita a ser siempre buscadores de Dios, intrépidos aventuremos que se sacuden los miedos y las nostalgias para, anclados en la esperanza portadores de esperanza en esta primavera de la humanidad algo teñida de gris, ser discípulo misioneros de la alegría del evangelio».
Pésame a la Virgen de los Dolores, en San Miguel de Guadix
En algunas parroquias, durante la jornada del Sábado Santo, se organizan actos de devoción en torno a la Virgen en su dolor como madre que ha perdido a su hijo. Uno de esos actos es el pésame que, en algunas parroquias, se le da a la Virgen de los Dolores. Y así se hizo en la parroquia accitana de San Miguel.
El obispo de Guadix, D. Francisco Jesús Orozco, se hizo presente en ese acto de pésame a la Virgen de los Dolores en la parroquia de San Miguel. Junto a los representantes d ela hermandad y a los demás feligreses, rezó ante la imagen de la Virgen, en un día en el que la Iglesia espera la alegría de poder celebrar la resurrección.
La visión de la losa quitada de la entrada y la tumba vacía dejó desconcertados a los que esperaban embalsamar y velar a un muerto. Los rumores de que el cuerpo de Jesús había sido robado del sepulcro por sus discípulos, a pesar de la guardia enviada por Pilato, comenzaron a correr de boca en boca, de tal manera que los conocemos por los evangelistas, que intentando ser veraces con los hechos lo cuentan sin ningún tipo de prejuicio. ¿Pero verdaderamente ha resucitado Jesús? ¿Tenemos garantías de que se trata de un hecho realmente acontecido?
San Pablo, escribiendo a la distancia de unos veinte años de los hechos, cita a todas las personas que le vieron después de su resurrección, la mayoría de las cuales aún vivía. A las mujeres que acudieron al sepulcro, la mañana de Pascua, para terminarle de embalsamar, el ángel les dijo: «No tengáis miedo. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado!»
Pero para convencernos de la verdad del hecho existe también una observación general. En el momento de la muerte de Jesús los discípulos se dispersaron; su caso se da por cerrado: «Esperábamos que fuera él…», dicen los discípulos de Emaús. Otros estaban preocupados por terminar el enterramiento que se hizo deprisa y corriendo dos días antes por motivo de la celebración de la Pascua. José de Arimatea y Nicodemo habían comprado no sólo los lienzos para envolver el cadáver, sino también el sepulcro, además de 30 kilos de una mezcla de áloe y mirra para proceder al embalsamamiento. Era más que evidentemente, que ya se había acabado todo y no lo esperan.
Y he aquí que, de improviso, corren como la pólvora los rumores de que estaba vivo. Ellos eran todos hombres prácticos y ajenos a exaltarse fácilmente. Pero Pedro y Juan, proclaman unánimes que Jesús está vivo. ¿Qué ha podido determinar un cambio tan radical, más que la certeza de que Él verdaderamente había resucitado? No pueden estar engañados, porque han hablado y comido con Él después de su resurrección. Ni siquiera pueden haber engañado a los demás, porque si Jesús no hubiera resucitado, los primeros en ser traicionados y salir perdiendo eran precisamente ellos. Y así tuvieron que afrontar procesos, persecuciones y finalmente, uno tras otro, el martirio y la muerte. No podían partir de un engaño colectivo
Los que no creen en la realidad de la resurrección siempre han planteado la hipótesis de que se haya tratado de un fenómeno de autosugestión: los apóstoles creyeron ver. Pero esto, si fuera cierto, ¿supone, que personas distintas, en situaciones y lugares diferentes, tuvieron todas, la misma alucinación? Las visiones imaginarias llegan habitualmente a quien las espera y las desea intensamente; pero los apóstoles, las mujeres, los de Emaús, después de los sucesos del Viernes Santo, ya no esperaban nada, estaban escondidos o de huida.
Cristo ha resucitado ¡está vivo! Vivo, no porque nosotros le mantengamos con vida hablando de Él o recordándole cada pascua, cada día; sino porque Él nos tiene en vida y en vilo a nosotros, nos comunica el sentido de su presencia, nos hace vivir en la esperanza. La resurrección de Cristo es, para el universo espiritual, lo que fue para el universo físico el Big Bang inicial: tal explosión de energía como para imprimir al cosmos ese movimiento de expansión que prosigue todavía, miles de millones de años después.
Quita a la Iglesia la fe en la resurrección y todo se detiene y se apaga, como cuando en una casa hay un corte de la energía eléctrica. San Pablo escribió: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, estarás salvado». «La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo», decía san Agustín. Todos creen que Jesús ha muerto, también los paganos y los agnósticos. Pero sólo los cristianos creen que también ha resucitado, y no se es cristiano si no se cree esto. Alegraos, no tengáis miedo, vale la pena seguir creyendo porque nos cambia la vida y nos la cambia para siempre. Felices Pascuas, y recordad: No se es cristiano si no se cree en la resurrección de Cristo. ¡Sed felices!
Durante la mañana del mismo sábado, a las 9.00 horas, tuvo lugar en la Catedral la Celebración de la Sepultura del Señor, una liturgia sencilla y profundamente contemplativa. Durante este tiempo sagrado, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso al lugar de los muertos y aguardando en silencio su resurrección. Es un día marcado por la ausencia del sacrificio eucarístico: el altar permanece desnudo, sin cruz, ni manteles, ni luces, como signo del luto de la Iglesia. No será hasta la celebración de la Vigilia Pascual cuando se inauguren los gozos de la Pascua, cuya luz y exuberancia inundarán los cincuenta días del Tiempo Pascual.
La liturgia vespertina comenzó en el atrio catedralicio con la bendición del fuego y el encendido del cirio pascual, signo del Cristo resucitado que ilumina las tinieblas del mundo. Posteriormente, ya en el interior del templo, tuvo lugar el canto del Pregón pascual y la solemne Liturgia de la Palabra, que fue seguida por la Liturgia bautismal y, finalmente, la celebración eucarística en la que se proclamó con júbilo la victoria de Cristo sobre la muerte.
Durante su homilía, Mons. Santiago Gómez invitó a los fieles a vivir esta noche como auténticos discípulos en vela, aguardando al Señor con las lámparas encendidas. Compartimos íntegramente su predicación:
HOMILÍA DE MONS. SANTIAGO GÓMEZ SIERRA – VIGILIA PASCUAL 2025
Esta es una noche de vela en honor del Señor. Ya para el pueblo hebreo, recordando la noche en la que el Señor los sacó de la esclavitud de Egipto, se decía: “Será noche de vela, en honor del Señor, para los hijos de Israel por todas las generaciones” (Ex 12, 42). En la estela de esta historia de salvación, también para nosotros esta noche estamos en vela. Es la disposición característica del discípulo de Jesús: “Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame” (Lc 12, 36). En esta Vigilia nos asemejamos a los criados que, con las lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para sentarnos con Él a su mesa.
En las celebraciones de este Triduo Pascual he querido invitaros a contemplar a Jesús como Cordero de Dios porque, aunque sea un tanto extraño en nuestra cultura presentar a alguien como cordero, sin embargo, cada vez que vamos a recibir al Señor en la sagrada comunión se nos muestra así: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”.
Hemos escuchado en el Evangelio que dos hombres con vestidos refulgentes se dirigen a unas mujeres, que iban a visitar el sepulcro donde habían depositado a Jesús, y les dicen: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado.” (Lc 24, 5-6). Sí, es verdad, Cristo ha resucitado.
Con la luz de la resurrección podemos contemplar a Jesús como el cordero victorioso celestial. El libro del Apocalipsis, que podemos considerar como el Evangelio del Resucitado, nos presenta al Resucitado de esta manera: “Vi en medio del trono… a un Cordero de pie, como degollado … Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar –todo cuanto hay en ellos–, que decían: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos’” (Ap 5,6.13). Así el Resucitado se revela ahora compartiendo el trono de Dios, recibiendo con Él la adoración de los seres celestiales e investido del poder divino.
Jesús glorioso, el Cordero victorioso por su resurrección, emprende la guerra contra los poderes del mal que hay en el mundo, presentes hoy como a lo largo de toda la historia. Poderes coaligados, que “Combatirán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes, y con él los llamados, elegidos y fieles” (Ap 17,14). Sí, el Resucitado tiene la última palabra sobre nuestra historia humana, cuyo final será que el Cordero se hará pastor para conducir a los fieles hacia la bienaventuranza celeste: “Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7,17).
Esta victoria de Cristo, el Cordero celestial, ya es operante entre nosotros, por eso hemos escuchado en el Pregón pascual: “Esta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos”.
El Apocalipsis de san Juan, que nos revela que Dios y el Cordero comparten el mismo trono, expresando la comunión perfecta entre el Padre y Cristo Resucitado, nos habla también de “un río de agua de vida… que brotaba del trono de Dios y del Cordero” (Ap 22,1), (CEC 1137), agua que es fuente de vida para toda la humanidad. Y nos hace una invitación: “quien tenga sed, que venga. Y quien quiera, que tome el agua de la vida gratuitamente” (Ap 22,17). Es la llamada a acercarnos personalmente y a recibir gratis el don de la vida divina, que se nos ha dado en el bautismo y ahora vamos a renovar en esta Vigilia.
En comunión con la Iglesia del cielo, con los profetas y los santos, y con tantas otras personas que gastaron su vida en la tierra dando testimonio de Jesús (cf. Ap 18,24), el Cordero “degollado” (Ap 5,6), con esa muchedumbre inmensa de los que nos han precedido en la fe, nosotros, miembros de la Iglesia peregrina, todavía en la fe y en las pruebas de la vida, en esta Noche santa nos unimos a la alabanza de la gloria de Aquel que se sienta en el trono y del Cordero: “¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos… ¡Aleluya! Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias.” (cf. Ap 19,1-2.7). Que nuestra fe en la victoria de Cristo, el Cordero de Dios, sobre el pecado, el mal y la muerte se convierta en una pura alabanza. (cf. CEC 2642)
En esta Pascua del Año Santo 2025 alimentemos la esperanza que no defrauda, experimentando que Jesús Resucitado camina con nosotros, particularmente presente en la Eucaristía, hasta que por su misericordia nos encontremos con Él, cara a cara, en el Cielo; entonces “Ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22,5). Amén.
La celebración concluyó en un ambiente de alegría pascual, con el canto del Aleluya resonando con fuerza entre los muros de la Catedral, signo visible de la fe de un pueblo que, en la oscuridad del mundo, sigue celebrando la Luz de Cristo Resucitado.
El Sábado Santo ha comenzado en el coro de la Catedral de Jaén con el Rezo de Laudes. Una jornada de profundo silencio, ante el misterio de la sepultura del Señor. Un día para acompañar a María en su dolor, alimentando la esperanza en la resurrección de Cristo.
Asimismo, a las 22.30 horas, la Vigilia Pascual ha reunido en la noche santa a numerosos fieles en el primer templo diocesano, para celebrar, con gozo y esperanza, que la luz ha vencido a las tinieblas, que Cristo ha resucitado.
En el interior del templo, junto a la Puerta del Perdón, se encontraba el brasero que contenía el fuego nuevo que bendecía el Obispo, Don Sebastián Chico Martínez. Posteriormente, tras la incisión de la cruz, del alfa y el omega y de los otros signos en el Cirio, incrustó los cinco granos de incienso, en recuerdo de las llagas del Señor. Culminaba el rito encendiendo el Cirio Pascual, símbolo de la vida y la resurrección.
Con el Cirio encendido, el diácono permanente D. Manuel Rico encabezó la procesión hasta el presbiterio, con el templo totalmente a oscuras. Lo seguía un seminarista con el báculo, el Obispo, algunos Canónigos de la Catedral, y otros sacerdotes, los seminaristas, los ministros y los niños que iba a recibir las aguas del bautismo, junto con sus padres y padrinos. Cerraba la comitiva los fieles reunidos en esta solemne celebración.
De camino hacia el altar mayor se entonaba tres veces «Luz de Cristo», mientras se levantaba el Cirio. En el primer canto, el Obispo encendía su candela. Tras entonar el segundo, uno a uno, todos los congregados encendieron las suyas. Una vez en el presbiterio, se pronuncia el tercer «Luz de Cristo», mientras se encendían algunas luces del templo y el Cirio Pascual se instalaba junto al ambón.
El Deán de las Catedrales de Jaén y Baeza, D. Francisco Juan Martínez Rojas, fue el encargado de cantar el pregón Pascual. Le siguieron siete lecturas, con sus salmos. A continuación, con el canto del Gloria se encendieron todas las luces del templo y los seminaristas vistieron la mesa del altar. Después, las campanas volteraron, anunciando que Cristo ha resucitado. Tras la lectura de la Epístola, se entonaba el Aleluya. Y, finalmente, el diácono permanente Manolo Rico proclamaba el Evangelio de San Lucas.
De forma especial, participaron en esta celebración la primera comunidad del Camino Neocatecumenal en Jaén, que completan su itinerario de preparación. Fueron los propios neocatecumenales los que acompañaron toda la liturgia con sus cantos.
Homilía El Obispo quiso comenzar su homilía recordando el sentido profundo de la Vigilia Pascual: «Esta es la noche santa, la más sagrada de todas las noches. Esta es la noche en la que Cristo, rompiendo las ataduras de la muerte, resucitó victorioso del sepulcro. Esta es la noche que nos devuelve la vida, que nos arranca de las tinieblas y nos hace caminar en la luz. Esta es la noche donde todo cambia: el dolor se transforma en gozo; la cruz, en triunfo; y el sepulcro, en fuente de vida».
Asimismo, Don Sebastián quiso hacer alusión a las palabras de la primera carta de San Pablo a los Corintios, la confesión más antigua y más importante de la fe cristiana: «“Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras; se apareció a Cefas, y luego a los Doce…” ». Para subrayar que «este es el corazón del cristianismo: la resurrección del Crucificado».
Además, recordó que «esa fe no nació de la tumba vacía. Nació del encuentro». Para añadir: «Hoy celebramos una irrupción de Dios en nuestra historia. Dios ha intervenido. La muerte ha sido vencida. El pecado ha sido redimido. Y la esperanza ha sido abierta para todos».
Del mismo modo, el Pastor diocesano, haciendo referencia al Evangelio de San Lucas, sobre el relato de las mujeres que acuden al sepulcro, subrayó que: «La piedra más pesada de todas, la de la muerte, ya ha sido removida por Cristo». En este sentido Don Sebastián quiso invitar a los fieles a reflexionar sobre nuestras propias piedras, en lo que creemos perdido, en nuestras heridas… «Y ahora escuchemos la voz que retumba en el alma: “No temáis. Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí”. Esa tumba vacía es la señal: ¡La vida ha vencido!» Y continuó: «Pidamos a María que nos ponga con su Hijo Resucitado. Que nos dé la gracia de recibir su consuelo. Que sepamos descubrir las piedras que ya fueron corridas por Él, y las que todavía debemos confiarle para que las mueva».
Monseñor Chico Martínez quiso felicitar, también, a la primera comunidad Neocatecumenal de Jaén, que en la celebración ha concluido su largo itinerario de fe, con la renovación de las promesas bautismales. «Los vemos revestidos con la túnica blanca de los bautizados, signo de la vida nueva en Cristo, al alcanzar con gozo la meta de un camino que ha durado más de cuarenta años. Nos unimos a su alegría y damos gracias a Dios por la obra que Él ha realizado en ellos». Además, les recordó que esta culminación «no es un punto final, sino el comienzo de una nueva etapa en vuestra vida de fe. Con la madurez en la fe que habéis alcanzado, estáis llamados a ser, más que nunca, testigos del Resucitado en medio del mundo».
Para concluir el Obispo ha añadido: «que en nuestro corazón resuenen siempre estas palabras que lo cambia todo: ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya!».
Sacramento del Bautismo Tras la homilía, el diácono permanente portó el Cirio Pascual hasta la pila bautismal, donde Don Sebastián bendijo el agua. Allí se bautizó a los dos pequeños: Fernando, Pedro y Ana.
A continuación, los fieles que estaban participando en la Vigilia Pascual renovaron las promesas bautismales. Se unieron, de manera significativa, y en el altar, la comunidad del Camino Neocatecumenal que ha culminado su itinerario de preparación. Y, con las candelas encendidas, al igual que el día de su Bautismo, el Obispo fue asperjando a todos los presentes.
Posteriormente, en la oración de los fieles se pidió de manera especial por Fernando, Pedro y Ana, que acaban de recibir el Bautismo, y por sus padres y padrinos. Las ofrendas fueron presentadas ante el Obispo las familias de los neófitos.
Tras la bendición final, el Obispo quiso desear una feliz Pascua de Resurrección a los fieles y felicitar a las familias de los niños recién bautizados, por el sacramento recibido. Del mismo modo, ha querido tener palabras de cariño para la comunidad del Camino Neocatecumenal. La celebración culminaba cantando el Regina Coeli y unas fotos de familia.
El trascoro de la Catedral de Sevilla ha acogido desde las once de la noche la celebración de la vigilia pascual, celebración central de la fe cristiana, que ha presidido el arzobispo, monseñor José Ángel Saiz Meneses. Como el arzobispo ha destacado al inicio de su homilía, «esta es la noche santa, la madre de todas las vigilias, la noche en la que el Resucitado ha vencido el pecado y la muerte, y ha abierto para nosotros las puertas de la vida eterna».
La vigilia comenzó en la Puerta del Príncipe de la seo hispalense, donde el fuego iluminó el cirio pascual, del que se encendieron las velas que portaban las personas que han participado en el acto. Ya en el trascoro se procedió a la lectura de pasajes bíblicos de la historia de la salvación, desde la creación del mundo hasta la victoria de Cristo.
Entre los asistentes a la vigilia se encontraban 175 hermanos del Camino Neocatecumenal, pertenecientes a las siguientes comunidades: 1ª de la parroquia Nuestra Señora de los Ángeles y san José de Calasanz, de Dos Hermanas; 2ª Comunidad de la parroquia Nuestra Señora de los Remedios, de Sevilla; 2ª Comunidad de la parroquia san Antonio María Claret, de Sevilla; 2ª Comunidad de la parroquia san Pablo, de Sevilla; 5ª Comunidad de la parroquia Sagrada Familia, de Sevilla. Todos ellos, «después de un largo y profundo itinerario de fe», renovaron solemnemente sus promesas bautismales. Además, recibieron el sacramento del bautismo dos niños que, como destacó el arzobispo, «naciendo a la vida nueva de los hijos de Dios».
Cuando pasaban ocho minutos de las doce de la noche se hizo la luz en el interior del templo metropolitano y repicaron las campanas de la Giralda. Este fue el signo visible del gran acontecimiento de la historia: La luz ha vencido a las tinieblas, Cristo ha resucitado.
El arzobispo comenzó su homilía destacando el solemne motivo del encuentro en la Catedral: «Celebrar la victoria del Señor, su paso de la muerte a la vida, su triunfo sobre las tinieblas del pecado. Esta noche luminosa nos envuelve con el fuego nuevo, con la Palabra viva de Dios y con el agua que regenera, como signos sacramentales de la presencia gloriosa de Cristo entre nosotros».
«Vuestra presencia aquí esta noche es una luz, un signo de esperanza para la Iglesia»
Posteriormente se dirigió a los padres de los dos niños que han sido bautizados esta noche: «Queridos padres y padrinos, esta noche Dios os confía un tesoro inmenso. Al presentar a vuestros hijos al Bautismo, los ofrecéis al Señor para que Él los transforme, los selle con su Espíritu y los haga hijos suyos. Esta decisión implica una gran responsabilidad: ser los primeros catequistas, los primeros testigos del Evangelio para vuestros hijos. La familia es la primera iglesia, la primera escuela de fe, el lugar donde se aprende a amar a Dios y al prójimo».
También ha tenido palabras para los hermanos del Camino Neocatecumenal que han renovado sus promesas bautismales: «después de años de catequesis, de convivencia, de sufrimientos y alegrías, habéis llegado al momento de la renovación solemne de vuestro Bautismo. En medio de una sociedad secularizada, a menudo indiferente a Dios, vuestra presencia aquí esta noche es una luz, un signo de esperanza para la Iglesia».
«La Pascua no es solo para aquellos que se sienten fuertes en la fe»
Monseñor Saiz Maneses ha subrayado que la resurrección de Cristo «no es una idea, no es un consuelo piadoso». Al contrario, se trata de «un hecho real, acontecido en la historia, que ha cambiado el rumbo del mundo». En esta línea, ha afirmado que «la Pascua no es solo para aquellos que se sienten fuertes en la fe; es, sobre todo, para los heridos, para los que buscan, para los que se sienten frágiles. Esta noche -ha añadido-, la piedra del sepulcro ha sido removida también para ti, que quizás vienes cansado, con dudas, con heridas. El Resucitado no te reprocha, sino que se acerca a ti con sus llagas gloriosas, como a Tomás, y te invita a tocar, a creer, a comenzar de nuevo». En consonancia, ha animado a los presentes a que no dejen que esta Pascua pase como «una celebración más de un año más»: «Vivid como resucitados, renovad de modo incesante vuestra fe, salid al encuentro del hermano. El mundo necesita cristianos firmes, vivos, alegres, entregados. Al final de esta noche, saldremos a nuestras casas, a nuestros barrios, a nuestras responsabilidades. Pero no saldremos solos. El Resucitado viene con nosotros».
«La fe, si no se anuncia, se marchita. El amor, si no se comparte, se enfría», ha destacado el arzobispo, que a renglón seguido, y para finalizar su homilía, ha pedido que no nos avergoncemos de Cristo, porque «Él no se avergonzó de vosotros».
«Un sólo Señor, una sola fe, un sólo bautismo…»
La liturgia marcó a continuación la ceremonia de bautizo de dos niños, Lourdes y José, en la capilla de San Antonio de la seo hispalense. Seguidamente, 175 miembros del Camino Neocatecumenal renovaron sus promesas bautismales, concluyendo de esta forma un largo itinerario de fe.
El Domingo de Resurrección, el Hermano Mayor de la Victoria de la Victoria, Miguel Orellana, se acercaba de nuevo a los micrófonos del podcast VICTORIA, GLORIA A TI para hacer balance de los que había supuesto la peregrinación de la imagen de la Patrona de la ciudad y la diócesis de Málaga por siete parroquias del centro histórico, y vislumbrar en el horizonte los actos aún previstos en este Año Jubilar que concluirá el próximo 8 de septiembre. Aquí pueden escuchar le podcast.
Homilía de Mons. Jesús Catalá, obispo de Málaga, en la Misa celebrada en la Catedral el Domingo de Pascua de Resurrección 2025.
DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
(Catedral-Málaga, 20 abril 2025)
Lecturas: Hch 10, 34a.37-43; Sal 117, 1-2.16-17.22-23; Col 3, 1-4; Lc 24, 13-35).
Resucitar con Cristo
1.- El libro de los Hechos de los Apóstoles nos ofrece hoy el discurso del apóstol Pedro en casa del centurión Cornelio. El contenido de su mensaje constituye la exposición más completa de su predicación kerigmática, es decir, del núcleo del Evangelio; y, aunque reelaborado por Lucas, refleja lo fundamental de la primera predicación cristiana: la proclamación de la obra salvífica de Jesús (cf. Hch 10, 34-41), su mandato misionero (cf. Hch 10, 42), y el acuerdo con las promesas (cf. Hch 10, 43).
Refiriéndose a Jesús de Nazaret lo describe como el «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10, 38).
2.- Al igual que los discípulos directos de Jesús, los cristianos del siglo XXI somos testigos de su obra redentora, confesando su muerte en cruz y su resurrección (cf. Hch 10, 39-40).
Cristo resucitado se nos aparece en nuestro camino, como se apareció a los discípulos de Emaús, quienes escucharon su enseñanza (cf. Lc 24, 27) y lo reconocieron al partir el pan (cf. Lc 24, 30-31).
Muchas veces me he preguntado, queridos fieles, por qué el Señor Resucitado no se apareció a quienes la habían condenado a muerte (Pilato, Anás y Caifás, Sanedrín y quienes gritaban «crucifícalo»), para demostrarles que realmente él era Hijo de Dios y que ellos reconocieran que estaban equivocados. ¿Por qué no se aparece Jesús a ellos, para rebatirles de su error? Porque Jesús no se apareció a todo el pueblo, «sino a los testigos designados por Dios» (Hch 10, 41); solo a quienes tenían fe en él. Si tenemos fe, podremos contemplarlo resucitado.
3.- La Pascua de Señor es nuestra esperanza. Resucitados con Cristo en el bautismo, debemos seguirlo con una vida santa, caminando hacia la Pascua eterna, sostenidos por la certeza de que las dificultades de la vida, las pruebas y los sufrimientos, incluida la muerte temporal, no podrán separarnos de él ni de su amor. Nuestra vida no termina con la muerte temporal, porque estamos llamados a la vida eterna.
La resurrección de Cristo ha creado un puente entre la vida temporal y la eterna, por el que todo ser humano puede pasar, para llegar a la verdadera patria (cf. Benedicto XVI, Domingo de Pascua 2009). ¡Resucitemos con Cristo, hermanos! Atravesemos ese puente, que es Cristo resucitado.
En la Eucaristía está presente el Señor resucitado y nos purifica con su misericordia de nuestras culpas; nos alimenta y nos infunde vigor para afrontar las duras pruebas de la existencia y para luchar contra el pecado y el mal. Cristo es el camino seguro de nuestra peregrinación hacia la morada eterna del cielo; no hay otros caminos, ni otras sendas.
Por eso hoy se nos exhorta a resucitar con Cristo y aspirar a las cosas del cielo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios» (Col 3, 1).
4.- El apóstol Pablo nos recuerda nuestra tarea: «Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Col 3, 2). Hemos «nacido» para este mundo, pero hemos «renacido» para la vida eterna; por eso hemos de tender, como meta, a los bienes eternos.
Hemos de aspirar a la vida con Cristo: «Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios» (Col 3, 3). La fe cristiana es fe en la vida, porque Jesús vive glorioso y resucitado, tras pasar por la experiencia de la muerte y desvelarnos su misterio. Así lo ha atestiguado y transmitido siempre la Iglesia; y así lo confesamos y proclamamos los cristianos de hoy.
Creer en la resurrección es apostar por la vida frente a la muerte; por el bien frente al mal, por el amor frente al odio, por la verdad frente a la mentira, por la justicia frente a la injusticia.
En Cristo, Vida y Amor han triunfado para siempre. La muerte, el pecado, el odio, la injusticia, la violencia han quedado sometidos de manera definitiva. Cristo ha resucitado y nosotros con Él; ésta es la certeza que celebramos en la Pascua.
5.- El «Aleluya» que hemos entonado y cantaremos durante todo el tiempo pascual será el canto de alegría, de alabanza y de esperanza por la resurrección del Señor. Toda la Iglesia repite estas palabras: «Cristo ha resucitado!». Después de morir y ser sepultado, al tercer día Jesús fue devuelto a la vida por el poder de Dios; y de ello nosotros damos testimonio. Al igual que los apóstoles y discípulos fueron los testigos de los primeros tiempos de la Iglesia, nosotros somos los testigos de hoy.
En esta verdad se asienta la fe de la Iglesia; aquí radica y nace la humanidad nueva, que vive en esperanza y edifica un mundo nuevo, donde se vive el amor y habita la justicia.
Y no podemos silenciar esta verdad, aunque no nos comprendan o nos vituperen, porque es la gran esperanza que las personas necesitan. El ser humano puede vivir en la esperanza de la victoria de la vida, del bien, de la verdad, de la belleza, de la justicia, de la paz y del amor.
¡Cantemos con gozo y exultemos de alegría por la victoria de la Vida sobre la muerte; por la victoria de Cristo sobre el mal! ¡Resucitemos con él! Os invito a saludarnos con la felicitación pascual «Feliz Pascua».
La Virgen María, que vivió junto a su Hijo Jesús, nos ayude a vivir el don de la Pascua y a ser testigos fieles y gozosos del Señor resucitado. ¡Feliz Pascua a todos! Amén.