Misa del Alba de la Cofradía del Cautivo

Homilía en la parroquia de San Pablo y posterior saludo en el Hospital Civil del Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá, el 31 de marzo de 2012.

El Crucificado de la Sábana Santa

1. El barrio malagueño de la Trinidad se apresta un año más a honrar a su Señor, celebrando esta Misa del alba y el posterior traslado de la imagen. Habéis concurrido de muchas partes a la llamada del Amor de nuestro Jesús-Cautivo, Dios y Señor de la historia y dueño de nuestros corazones.

El profeta Isaías nos ha presentado la figura del Siervo de Yahveh, que fue traspasado por nuestras rebeliones y quedó tan desfigurado que no parecía hombre (cf. Is 52, 14): «Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta» (Is 53, 3).

Jesús de Nazaret, el Dios hecho hombre por amor a la humanidad, ha cargado con el pecado de todos los hombres. La fealdad del pecado, como ofensa hecha a Dios y al prójimo, ha quedado expresada en el rostro desfigurado y en el cuerpo destrozado, herido y humillado del Nazareno, quien ha soportado nuestras dolencias y dolores (cf. Is 53, 4), ha sido herido por nuestras rebeldías y molido por nuestras culpas (cf. Is 53, 5).

2. Esta descripción del Siervo de Yahveh, que Isaías profetizó muchos años antes de suceder y que acabamos de escuchar, coincide con el relato de la Pasión del Señor, narrada por los cuatro evangelistas.

Pero hay otra coincidencia importante. La narración evangélica de la Pasión del Nazareno coincide meticulosamente con el hombre de la Sábana Santa.

Tenemos, en estos meses, la ocasión de acercarnos, de manera histórica y científica, a este documento excepcional e inigualable. En nuestra Catedral malacitana hay una exposición singular y única en el mundo sobre la Sábana Santa, donde se puede acceder a los estudios más significativos acerca de esta reliquia.

¿Quién es el «Hombre de la Sábana Santa»? La ciencia dice que vivió en el siglo primero en Palestina. La tortura múltiple que padeció fueron los azotes por todo su cuerpo, la coronación de espinas y la muerte por crucifixión; y para cerciorarse de la misma, un soldado le atravesó el costado con una lanza.

Significando al cordero pascual, no le quebraron ningún hueso (cf. Nm 9, 12). El evangelista Juan, que estuvo presente y fue testigo fidedigno de lo ocurrido nos dice: «Al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno (Jn 19, 33-36). Jesús ofrece su vida por todos nosotros, entrega su cuerpo y derrama su sangre hasta la última gota.

Todo esto se puede contemplar en la exposición del citado lienzo; todas estas señales se encuentran en el «Crucificado de la Sábana Santa». La coincidencia es impresionante. Podemos decir que tenemos dos tipos de documentación: por una parte, los Evangelios, que son textos de fe; por otra parte, un estudio científico de la reliquia, que es incontestable. Desde la ciencia no se puede concluir en la fe; pero la ciencia nunca contradice la fe cristiana; es más bien un apoyo y un camino abierto para la reflexión, para la investigación, para la búsqueda sincera de la verdad, y para la aceptación de la misma.

3. La Sábana Santa es un reto a la inteligencia, decía el papa Juan Pablo II, que exige a cada hombre un esfuerzo, para captar con humildad el mensaje profundo, que transmite a su razón y a su vida. La fascinación misteriosa, que ejerce este lienzo, impulsa a formular preguntas sobre su relación con la historia de Jesús de Nazaret. Los científicos tienen la tarea de seguir investigando, sin actitudes preconcebidas, sino más bien con libertad interior y respeto solícito (cf. Juan Pablo II, Discurso durante la celebración de la Palabra ante la Sábana Santa, 2. Catedral-Turín, 24.05.1998).

Para el cristiano la Sábana Santa es un espejo del Evangelio: La imagen que allí aparece tiene una relación profunda con lo que narran los Evangelios sobre la pasión y muerte de Jesús. Es justo, pues, «alimentar la conciencia del precioso valor de esta imagen, que todos ven y nadie, por ahora, logra explicar» –dijo el papa Juan Pablo II, hoy Beato (Discurso durante la celebración de la Palabra ante la Sábana Santa, 4. Catedral-Turín, 24.05.1998).

El lienzo que cubrió el cuerpo exánime del Crucificado es imagen del amor de Dios y al mismo tiempo expresión del pecado del hombre; esa es la imagen de Jesús-Cautivo: expresión del amor de Dios, pero, por desgracia, manifestación también de nuestro pecado en su rostro y en su cuerpo. La causa última de la muerte redentora de Jesús y el inconmensurable sufrimiento, que documenta, es el Amor de quien «tanto amó al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3, 16). Los cristianos no podemos menos de exclamar: «¡Señor, no podías amarme más!» (cf. Juan Pablo II, Discurso durante la celebración de la Palabra ante la Sábana Santa, 5. Catedral-Turín, 24.05.1998).

4. Querido cofrade de Jesús-Cautivo, estimado fiel cristiano, apreciado devoto, que tienes ante tus ojos la imagen del Redentor maniatado, mira a Cristo humillado; clava tus ojos en su mirada y descubre el precio de las heridas de su cuerpo.

Es bueno para nuestra alma contemplar su imagen; tiene un efecto sanante y benefactor. Sus heridas nos han curado (Is 53, 5); sus llagas borran nuestro pecado; sus cardenales cicatrizan nuestras desobediencias; su humildad rebaja nuestro orgullo.

Cada una de las llagas del Señor-Cautivo responde a un gesto supremo de amor, de solidaridad, como réplica a nuestras prepotencias, vanidades, incredulidades, extravíos y huidas.

Contempla al Hijo de Dios, maniatado y humillado; aunque todopoderoso se muestra impotente y sujeto al capricho de los hombres. Observa sus manos destrozadas por las cuerdas; fíjate en sus pies desnudos, de aquel que fue mensajero de paz. Pide perdón a quien tan mal has tratado, y a quien tan bien se ha comportado contigo.

5. La imagen de Jesús-Cautivo con ese rostro de sufrimiento, junto a la imagen de su Madre Dolorosa, María Santísima de la Trinidad, recorrerá las calles acogiendo los claveles rojos, que los devotos le ofrecen como gesto de correspondencia a su Amor, como acción de gracias por favores recibidos, como intercesión por los enfermos, o como petición angustiada en las necesidades de cada cual.

En su recorrido hacia la sede pasará por el Hospital Civil, para bendecir con su presencia a los enfermos y a quienes cuidan de ellos.

Cuando salga el lunes por la tarde, para recorrer procesionalmente las calles malagueñas, cubierto por un fino y blanco tejido, aunque nos recordará su pasión, por sus manos atadas y rostro ensangrentado, evocará, sin embargo, la luz de la resurrección. Este cuerpo, que contemplamos magullado y herido en mil cicatrices, con las sienes coronadas de espinas y las manos anudadas por la soga trenzada por nuestras rebeldías, es un cuerpo resucitado, donde la vida brota a raudales por las brechas de sus heridas.

El Cautivo nos invita a beber en ellas el agua de la vida, el amor compasivo, el perdón generoso y la misericordia divina. ¡Que nadie de nosotros quede sin saciar su sed de perdón, de felicidad y de eternidad! Sólo Él es capaz de colmar las más nobles inquietudes y anhelos del ser humano (cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 77).

Pedimos a la Virgen, su Madre y madre nuestra, que toque nuestro duro corazón, para que se convierta hacia el corazón de su Hijo, que da la vida por nosotros.

¡Cristo-Cautivo, ten piedad de nosotros y concédenos amarte con todo nuestro corazón! Amén.

+ Jesús Catalá Ibáñez
Obispo de Málaga

 

Saludio del Obispo en la visita de la imagen del Cautivo al Hospital Civil

Queridos enfermos, acabamos de escuchar el pasaje del evangelio de san Marcos, en el que se nos narra el encuentro de Jesús con una mujer, que padecía flujos de sangre (cf. Mt 5, 25-27). Esta mujer percibía que perdía vitalidad, perdía fuerza y vigor, se le escapaba la vida. Entonces recurrió a los médicos, para que la curaran; pero no pudieron hacerlo, dadas las limitaciones de la ciencia médica en aquel tiempo. Al ver que no recuperaba la salud, sino que iba a peor, tuvo confianza en Jesús y se acercó para que le curara. Jesús, al ver su gran fe, le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5, 34).

Hoy os visita Jesús-Cautivo en este Hospital; acercaos a él y pedidle la salud. También Jesús de Nazaret pidió a su Padre que, si fuera posible, no tuviera que pasar por la pasión y por la muerte (cf. Mt 26, 39); pero Dios permitió que sufriera ambas cosas. Queridos enfermos, si no obtenéis la salud corporal, al menos recibiréis fuerza para asumir el dolor y superar la dificultad. Pero hay otra salud que es más importante: la espiritual, que Dios concede siempre.

Queridos médicos y demás personal sanitario, agradecemos vuestros cuidados, vuestra ciencia y vuestros desvelos hacia los enfermos. A los que seáis cristianos os invito a que, además de cuidar a los enfermos con vuestra ciencia, les ofrezcáis una palabra de consuelo desde la fe.

Queridos familiares de los enfermos, contemplad a la Madre dolorosa junto a Jesús-Cautivo. La Virgen supo estar junto a su Hijo; no podía evitarle el dolor, ni la pasión, ni la muerte; pero estaba callada junto a su Hijo. A vosotros, familiares, os toca estar al lado del enfermo, sin poder hacer apenas nada por él; pero vuestra presencia es muy importante. Seguid acompañando a los enfermos, en silencio muchas veces, como lo hizo la Madre bendita con su Hijo.

Ahora nos dirigimos a Dios-Padre con la oración que el Señor Jesús-Cativo nos enseñó; y nos le pedimos a la María Santísima de la Trinidad que interceda por todos nosotros.

+ Jesús Catalá Ibáñez
Obispo de Málaga

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