«Hasta que no te encuentras con la persona migrante, no cambia tu mirada»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Pilar Gallardo Quero es la nueva delegada de Migraciones de la Diócesis de Málaga. Es abogada, especialistra en extranjería, además de feligresa de la parroquia de Nuestra Señora de la Victoria, asociada laica de la Sagrada Familia de Burdeos, casada y madre de tres hijos entre 8 y 13 años. La integración también ha llamado a su puerta, y desde febrero, la suya es familia de acogida de dos niñas. En estos momentos está estudiando Bachiller en Teología en el Centro Superior «San Pablo».

¿Cómo fue tu llegada al mundo de la migración?

Yo empecé en la mesa de movilidad por medio de Cáritas, donde participo colaborando en el equipo jurídico, y de ahí ya me enganché a la delegación diocesana de migraciones. También me vino a través de un cura, Paco González, a quien conocía de Pastoral Universitaria, que fue quien me abrió a este mundo por medio de la asociación de paraguayos, cuando estaba terminando la carrera. Aunque siempre he sentido una especial llamada a este mundo y he sido voluntaria de muchas cosas en este ámbito. Ahora me confían el ser delegada, algo que asumo con respeto y responsabilidad. La tranquilidad es que no estoy sola, somos un equipo, y esperamos crecer pronto. Ramón Muñoz es para mí un ejemplo, y confío en que siga con nosotros.

¿Cuál es la principal tarea que desarrolla la Delegación Diocesana de Migraciones?

Entre nuestras prioridades están las parroquias. Queremos trabajar con ellas, conocer qué se está haciendo con los migrantes, fomentar el trabajo en red hacia dentro y también hacia fuera con asociaciones civiles, conocernos, saber que es la misma Iglesia la que trabaja en todos los lugares. También estamos ofreciendo acciones de sensibilización en los colegios e institutos, públicos y concertados, y se están presentando proyectos con migrantes a nivel de comunidades de religiosos y religiosas. Sobre todo nos movemos en cuestiones de sensibilización y formación en arciprestazgos, a acompañantes…

Dentro de la propia Iglesia siguen existiendo prejuicios que se levantan como muros entre los migrantes y nosotros.

Es una de nuestras prioridades desde hace mucho tiempo. Se trabaja, y se van consiguiendo cosas, pero es una lucha continua. Se nos ha olvidado la imagen que teníamos de la migración, y adoptamos enseguida el discurso del odio que nos cuenta cualquiera. Hasta que no te encuentras con la persona migrante, no cambia tu perspectiva. Entonces ya no hay prejuicios.

Como estudiante de Teología, ¿qué aplicación tiene eso en tu vida?

Tiene toda. Mi vocación por el tema de lo social, el exceso de trabajo y mi deseo de estudiar me llevaron a querer hacer un parón en mi profesión. La Teología me enganchó desde el principio, así que tuve que optar y ahora estoy centrada en mis estudios y mi familia. Muchos me preguntan cómo puedo hacer estas cosas, pero yo les digo que es que va todo junto. Mientras estoy estudiando, estoy cocinando, amando, rezando… está muy vinculado, es como circular. Conforme estás viviendo intensamente tu relación con tus niños te viene a la mente lo que has dado en clase, y ya en lugar del cuento, les digo lo que he hecho en clase. Que yo estudie a ellos les hace mucha ilusión, me ven estudiando por las noches, hablamos con ellos de teología y ven cosas muy complejas con gran naturalidad. No es que sean capaces de vislumbrar un misterio como la Trinidad, pero sí te ayudan a ver las implicaciones vitales que este tiene gracias a ellos y cómo viven las relaciones. Y mi marido, que es un ejemplo de amor y apoyo incondicional. Él fue el primero en animarme.

¿Qué tal lleváis ser familia de acogida?

Es una experiencia muy bonita. Era otra de las cosas que llevábamos tiempo planteándonos, pero hasta ahora no había llegado el momento ya con los niños más mayores para poder hacerlos partícipes también.

Te encuentras sobre la mesa temas como la reforma del Reglamento de Extranjería, las devoluciones sumarias…

La crisis ha agudizado los problemas que plantea la actual ley de extranjería, porque no se adapta la letra a la realidad. Si antes estaban excluídos, ahora mucho más. No puede haber integración real si no hay expectativas de que puedan normalizar su vida. Uno de los temas en que más se insiste es la imposibilidad de los menores ex-tutelados que se encuentran con 18 años y la misma exigencia que a cualquier ciudadano no europeo para obtener el permiso de residencia: ingresos de 2.000 euros, y sin permiso de trabajo para ganarlos, ni siquiera posibilidad de hacer algunas prácticas formativas que les dotan de una titulación completa. Estamos invirtiendo en esos menores y luego no les damos la oportunidad de que puedan aportar a la sociedad. Estamos angustiados con el «efecto-llamada» pero no trabajamos en el «efecto-salida», el porqué salen de sus países. Hay mucho miedo en determinadas instancias respecto a esto. Y luego está la Ley que nos saltamos, y que la gente debe saber. Porque no podemos devolver a un menor o a un adulto vulnerable sin atender a todos los derechos que la ley les reconoce. Hay un procedimiento administrativo para hacer devoluciones y expulsiones que está justificado y que asegura la seguridad de la persona, que regresa a un entorno adecuado.

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