Ellos conjugan el verbo ACOGER

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

«Hemos pasado de ser célibes solterones a abuelos perplejos», afirman estos dos religiosos de Málaga que acogen en su casa a un joven de Sierra Leona, siguiendo la invitación del Papa de afrontar la integración desde cuatro actitudes: acoger, proteger, promover e integrar. Ellos se han animado a conjugar esos verbos en primera persona del plural.

Desde hace más de un año, Josemari y Paco, Hermanitos de Jesús, acogen en su casa a Scofie, un joven de Sierra Leona que llegó a Málaga tras abandonar su hogar buscando las oportunidades que allí se le negaban. Tras pasar 9 meses en el desierto y ser rescatado en el mar, Scofie pasó a ser un mena para la sociedad española. «Sierra Leona quedó destrozada por el ébola en 2016. Mi única opción era, como hijo mayor, salir a buscarme un futuro. Fue un trayecto muy largo, pasé mucho miedo, pero cuando llegué al centro de menores y me pusieron un bolígrafo en las manos, pude empezar a estudiar de verdad». Sin embargo, la ley marca que al cumplir los 18, Scofie, como tantos niños, deje de estar al amparo de estos centros. «Cuando se te acaba esa protección es difícil, te sientes muy nervioso porque no sabes lo que te espera ahí fuera ni si vas a ser capaz de salir adelante», confiesa.

Lo que le esperaba, en su caso, era encontrar una familia, su familia malagueña. Scofie quiere ser informático y para ello empezó a estudiar un grado medio en la Universidad Laboral, que le permitía hospedarse allí salvo los fines de semana o en vacaciones. Entonces, se encontraba en la calle, solo.

Esta realidad llamó a la puerta de la comunidad de Hermanitos de Foucauld de Nuevo San Andrés. El verbo “acoger” estaba pidiendo ser puesto en primera persona.

«Vimos la oportunidad de hacer realidad la invitación del Papa de salir y acoger a quien viene de fuera, unas palabras que nos motivaron muchísimo. Coincidió en un momento en el que la Iglesia hizo más fuerte la llamada a acoger, a no encerrarnos en nuestras instituciones… Y pensamos que en nuestra casa, que somos solo dos, había un espacio disponible para acoger a algún muchacho que pudiera necesitarlo. Nos pusimos en contacto con Málaga Acoge y justo estaban buscando una alternativa para Scofie», explica Josemari. «Era algo provisional, solo para los días en que no podía quedarse donde estudiaba, pero luego vino la pandemia, el centro cerró y cambió todos los planes». Scofie empezó a convivir permanentemente con Josemari y Paco. «Hemos pasado con él el final de sus estudios, la búsqueda de trabajo y el comienzo de su vida laboral. Actualmente, tiene un contrato fijo en hostelería, pero para lo que vale y se ha preparado es como informático», cuenta Josemari. Como explica este religioso, el fundador de su orden, Carlos de Foucauld, insistía en la evangelización de la amistad, del encuentro, de la relación. De hecho, el carisma de esta comunidad les lleva a vivir al modo de Jesús en Nazaret, compartiendo la vida con la gente del barrio. Se consideran unos vecinos más, atentos, eso sí, a la situación de los más necesitados: los mayores solos, los jóvenes sin trabajo… «Cuando me asomo a la ventana de mi casa y veo la plazoleta llena de vida -cuenta Josemari- me gustaría ser capaz de mirar, con los ojos del Evangelio, cómo Jesús mismo se mueve en medio de esa gente, de sus historias, de sus gozos y sus sufrimientos. Queremos mirar eso con los ojos de Jesús, llevarlo a nuestro oratorio y poder dejar que el corazón se nos haga un poco al estilo de Jesús».

Esa actitud, sin duda, exige abrir los ojos. «Nuestra primera inquietud con Scofie era no tanto la acogida, sino el poder estar medianamente presentes, ponernos a su vera, detectar con un poco de ternura su estado, si el muchacho está mal, si está triste». Estos “abuelos por sorpresa” (ellos con más de 60 años, el chico con 19) asistían perplejos a una convivencia hasta entonces desconocida: «Al no tener hijos, desconocíamos las costumbres y estilos de vida de los jóvenes, pero salir de nuestros círculos de confort ha sido una maravilla. La vida religiosa, como toda vida, tiende a hacerse rutinaria, cada uno se instala en su pequeña parcela y vive todo desde allí, sobre todo cuando somos una comunidad tan pequeña y que lleva tanto tiempo junta. Cuando ahí irrumpe alguien, que es otro, que te confronta y te exige abrir los ojos y los oídos para entender, que te pide empatía, es siempre un revulsivo. Para nosotros ha sido una experiencia muy gozosa. Hay un afecto fortísimo, y cuando se vaya nos va a costar», reconoce.

Scofie corresponde a ese afecto: «Me siento muy querido. Josemari y Paco siempre me han ayudado y motivado. En los momentos en que siento que no puedo seguir adelante, me dicen: «Oye, ¿qué te pasa?» y me apoyan en todo. Son como mis padres. Me siguen ayudando a día de hoy. Cuando venimos aquí, buscamos un hogar, y echamos mucho de menos a la familia, algo que es muy duro y que no se puede entender si no lo has vivido. Ahora soy feliz».

Josemari y Paco viven en medio del mundo y se encuentran a menudo con los prejuicios de una sociedad que ve a los migrantes como amenaza. «Lo de los menas es que me tiene “matao» -confiesa Josemari-. Yo soy fraile, pero muy peleón. En el trabajo discuto mucho con los compañeros y me pone negro escuchar las tonterías que se dicen de que les dan 2.000 euros cuando llegan y esas cosas. Y yo les pregunto: «¿Pero se los dan en mano o en una cuenta corriente? ¿Dónde hay que ir? Porque conozco unos cuantos y así los puedo mandar…» Son tantas idioteces las que se están contando… Criminalizar a chavales que han hecho ese proyecto migratorio, abandonando sus casas, cruzando kilómetros y kilómetros de desierto, me parece profundamente injusto. Y cuando te dicen «vale, pues ¡acógelos tú!», yo les respondo: «no, si yo ya lo he hecho. Es verdad que solo con uno… ¿Te animas a acoger tú a otro? Porque a lo mejor cambias de opinión”. Porque a menudo pienso que si yo estuviera en su lugar o tuviera un hijo en esa situación, daría gracias a Dios si pudiera encontrar a alguien que me echara una mano. Cuando salgo de trabajar, paso por las inmediaciones del albergue, y me encuentro a gente que está pasando el día por ahí en la calle o aparcando coches, y si tienes suerte de ir entrando en relación, se te abre la perspectiva a un encuentro de corazón a corazón que es una maravilla».

Scofie también responde a las etiquetas que les cuelga la sociedad: «Quiero decir a todos aquellos que piensan que los menas somos delincuentes, gente rara, que somos personas normales y corrientes, como cualquier otra. No es por gusto por lo que hemos dejado nuestras casas, nuestros familiares, los barrios en que crecimos; es por obligación. Desde que llegué he trabajado duro para poder ser lo que quería, he contado con la ayuda de personas maravillosas y espero conseguirlo».

¿Es posible que otras personas se animen a conjugar el verbo acoger? «No sé cómo sería una acogida así en una familia con hijos de edad próxima a ellos. Supongo que sería una situación más normalizadora y educadora, seguramente, de lo que es nuestro caso. Sería algo excelente. Si alguien se anima, le aconsejo encuadrarla en el trabajo de una institución de confianza, como Cáritas o Málaga Acoge. Creo que no es algo que pueda hacerse por iniciativa particular. Es necesario hacerlo desde un acompañamiento».

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