Micaela Bunes Portillo OP, de la Fraternidad Laical de Santo Domingo de Murcia, invita a profundizar en el evangelio de hoy, 12 de septiembre, (Lc 6, 27-38).
Parece difícil el mandato del evangelio que hoy meditamos. Parece casi imposible y estimamos que la carga que sentimos los predicadores sobre nuestros hombros es, en comparación con el perdón a los enemigos, verdaderamente suave y ligera, como nos dijo Jesús. Aunque no nos podemos acomodar porque la radicalidad del mandato de la predicación: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura (Mc 16: 15) puede enviarnos muy lejos.
Terminaba el último de los comentarios a la palabra del pasado 18 de julio, con el recuerdo del testamento de Padre Christian de Chergé. El cisterciense, presintiendo su muerte violenta, deja expresada por escrito su preocupación ante el juicio severo e injusto que provocaría este acto terrorista, cometido contra él y su comunidad. Un juicio que se generalizaría hacia toda la comunidad musulmana con la que él había compartido su vida, a la que se había entregado en servicio y también en amistad sincera.
Comenzaba su testamento con estas palabras: «Mi vida no tiene más valor que otras vidas. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia. He vivido lo bastante como para saberme cómplice del mal que parece prevalecer en el mundo» Y terminaba con estas otras: «Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero ese GRACIAS y ese A-DIOS en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío».
La predicación del padre Chergé lo llevó desde la Basílica del Sacré-Coeur, en el centro de París (Montmatre), hasta el monasterio de Nuestra Señora del Atlas en Tibhirine (Argelia). Ante el acoso y la intimidación de los radicales islamistas, tuvo la oportunidad de poner en práctica el perdón del que nos habla el evangelio de hoy. Christian de Chergé perdonaba a su agresor, sin sentirse mejor que él, convencido de que el buen Dios, así lo haría con los dos.
Recuerdo las deliciosas palabras de Santa Teresita de Lisieux, palabras escritas en su cuaderno biográfico en las que nos contaba que el Señor había practicado con ella un perdón ‘previniente’ porque conocía su pequeñez y su fragilidad. Ella se manifestaba profundamente agradecida por haber sido obsequiada con esa maravillosa experiencia del perdón, como gracia concedida a su inocencia.
El padre Chergé, practicó el perdón ‘previniente’ con su asesino, y nos enseñó a todos nosotros, que sí se puede, que la oración puede promover esos mismos sentimientos del corazón de Cristo en los nuestros, asistidos por la gracia. Por la experiencia del perdón conocemos cómo hemos sido amados y nos predispone a amar de la misma manera.