Mes de los santos y de los difuntos

Carta pastoral del Obispo de Jaén, D. Ramón del Hoyo, a los fieles diocesanos. Muy queridos fieles:
 
1.- Creemos en la “Comunión de los Santos”.
En el mes de noviembre, sobre todo en sus comienzos se encuentra muy introducida en la piedad popular la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles difuntos.
 
Confesamos nuestra fe en el dogma de Comunión de los Santos: Nuestra convicción de que, presididos por Cristo, formamos parte de la Iglesia peregrina junto con los santos del cielo y los hermanos que se purifican de sus faltas para alcanzar su unión definitiva con Dios.
 
Recordamos y encomendamos a quienes “nos precedieron en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz”. Ofrecemos nuestras oraciones por los hermanos que así lo necesitan, y les recordamos depositando en sus tumbas unas flores con cariño y agradecimiento.
 
Pensemos, en estos días, que Jesucristo con sus méritos infinitos “vive para siempre para interceder por nosotros” (Heb 7, 25), como Cabeza de este su pueblo de Dios. Junto a Él, se unen los méritos e intercesión de la Santísima Virgen y de todos los Santos, las plegarias de nuestros hermanos del purgatorio, nuestras propias acciones y buenas obras. Este es el tesoro inmenso del Cuerpo de Cristo, de su Iglesia, en que vivimos y morimos siempre animados y acompañados por la comunión íntima de Jesucristo, su cabeza y Pastor, nuestra Madre la Virgen maría, y de una “muchedumbre inmensa de hermanos”

2.- Solemnidad de TODOS LOS SANTOS
Nos llena de esperanza y alegría poder contemplar, desde la fe, el triunfo y la victoria definitiva de la “muchedumbre inmensa que nadie puede contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua… en pie, delante del trono y del Cordero” (Ap 7, 9).
 
En una misma fecha, el día 1 de noviembre, celebramos el triunfo de los méritos de todos los santos, cuyas virtudes heroicas o martirio han sido reconocidas oficialmente por la Iglesia, y la santidad también, no menos heroica aunque anónima, de otros hermanos que, a lo largo de todos tiempos y desde todas las condiciones y edades, hicieron de su vida una hermosa sinfonía de  fidelidad y entrega a Dios y a sus hermanos.
 
Seguro que entre los últimos contamos con familiares y conocidos pertenecientes a nuestras Comunidades. Son signos y estrellas de luz, no menos resplandecientes, en el firmamento que los santos canonizados. En sus vidas, como hoy en las nuestras, se manifiesta, junto a la fragilidad, la fuerza de la gracia. Hoy se encuentran ya en presencia de Dios.
 
Estas luminarias de hermanos nos estimulan con su ejemplo y nos ayudan con su intercesión a fijar nuestros ojos en Jesucristo y a unir nuestros corazones, en nuestra querida Madre la Iglesia, como peregrinos, mientras miramos con esperanza fundada a nuestra patria definitiva.
 
Mientas tanto y, como ellos lo hicieron antes, seguimos construyendo el reino de Jesucristo en este mundo y la civilización del amor: “Unos cielos nuevos y una tierra nueva”.
 
3.- En el DÍA DE LOS DIFUNTOS
Visitar los cementerios, recordar y ofrecer sufragios y oraciones por quienes nos precedieron en la fe, leemos en las escrituras “es una idea piadosa y santa” (2 Mac 12, 46)
 
Gracias a la Resurrección de Jesucristo y fundados en el don de nuestra fe, sabemos que la muerte no es el final del camino, sino el comienzo de la vida en plenitud: la vida eterna. Seguimos los mismos pasos de Jesucristo que antes del triunfo de su resurrección pasó por el sepulcro, verdaderamente muerto. Su triunfo es garantía definitiva de nuestro triunfo también sobre la muerte corporal.
 
Las oraciones y sufragios por nuestros familiares y hermanos difuntos, sobre todo la aplicación del Sacrificio renovado de Jesucristo, la Santa Misa, es el mejor signo y repuesta de nuestro recuerdo y aprecio por todos ellos. Así logramos, si lo necesitaran, aligerar su carga y acortar la espera de su abrazo definitivo a Dios, al que invocaron y desearon ver, en su vida terrena, por toda la eternidad.
 
Este es el mejor regalo y la más preciosa flor que les podemos ofrecer. No olvidemos encomendar a tantos hermanos anónimos e ignorados que esperan con la misma ilusión y anhelo la presencia eterna del Señor. Escribió el Pontífice Pío XII, en la Encíclica Mystici Corporis: “¡gran misterio es este, el que la salvación de un alma dependa de nuestras oraciones y sufragios!”

Con mi saludo fraterno y bendición.
 
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén

Jaén 18 de octubre de 2008

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