Manuel Lozano Garrido, Lolo: La buena persona que contó la mejor noticia

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

Cuando Cicerón y Quintiliano, en aquella lejana Roma clásica, revisaban los escritos de los sofistas y de Aristóteles sobre el arte de la retórica, coincidieron en afirmar que, lo más importante, la característica diferencial que transformaba a una persona en un buen orador, no tenía tanto que ver con su formación académica. El buen orador, nos dejaron escrito, es aquel “bueno y justo moralmente hablando”, la buena persona.
Y Manuel Lozano Garrido, Lolo, cuya vida, obra y milagros se translucen a través de sus escritos y del legado que, con tanto esmero, dejan quienes le conocieron y le conocen, en esta periódica entrega que cumple su número 1.000, es el mejor exponente del orador bueno y justo, de la buena persona.

Claro que Cicerón y Quintiliano no fiaban todo a la bondad. En este arte de la palabra, en esta dicha de la oratoria al servicio de la verdad, hacía falta saber, casi enciclopédico. Y es justo ese el que Lozano Garrido cosechó en sus largas horas de lectura, sus tardes junto a la radio, su incansable curiosidad por el mundo creado y que le había llegado como regalo. Prueba de ese conocimiento multidisciplinar es su valiosa aportación a áreas del periodismo especializado tan distintas y distantes como la información sobre salud, la crónica de viajes o la crítica literaria. Fue, y así lo demuestra su obra, un periodista en el máximo sentido del término: un valiente relator de la realidad con la meta puesta en la verdad y la ética como bandera de su labor.

Habrá quien ponga de relieve que este beato camino de la santidad, postrado como estaba en su sillón de ruedas, ciego en los últimos compases de su vida, no cursó formalmente estudios de periodismo. Pero, ¿acaso no nos corresponde analizar al personaje en sus circunstancias? ¿Cuáles eran las oportunidades de estudiar de un joven muchacho que vivió la Guerra Civil en carne propia, que quedó huérfano mucho antes de lo que por naturaleza correspondía y que, a pesar de las limitaciones impuestas por su frágil salud, supo buscar la mejor manera de aportar su granito de arena a la economía doméstica y al saber de la humanidad?

Sea como fuere, no puede caber duda de que fue periodista a carta cabal, periodista de los de antes, ejemplo de hombre culto y cultivado, amable en el trato, rodeado de personas siempre interesantes que le transmitían lo que pasaba más allá de las fronteras de su cuarto de estar para convertir aquella ventana junto a la que escribía en una especie de faro desde el que mostraba el norte a sus miles de lectores.

Y en ese norte incluía la mejor de las noticias, aquella a la que dedicó no solo buena parte de su obra periodística sino también sus aportaciones en forma de ensayo, novela y poesía. No es otra que la infinitud del amor de Dios. ¿Se puede, como periodista, escribir sobre esta realidad? Basta con tener las fuentes necesarias, con participar de ella en el “lugar de los hechos” y con saberla transmitir. Y todo esto lo tuvo Lolo a su alcance para generar la riquísima aportación que nos ha dejado como legado.

No es el de Lozano Garrido un periodismo literario empalagoso, engolado, superfluo, excesivamente centrado en la ‘elocutio’ sin prestarle atención al fondo. Porque el propio Lolo no lo es. Es un hombre que, atado como está a un sillón de ruedas, “condenado”, dirían hoy, a sufrir cada día más, con una enfermedad degenerativa que le provocaba un dolor sin consuelo, es capaz de hacer de la alegría y de ese sentido del humor tan andaluz que lo caracteriza, el exponente común de cada uno de sus textos.

Con ese mismo espíritu se acerca a Dios para narrarlo, para convertir en hecho noticioso una vivencia que experimenta en lo más hondo de sí. No en vano Lolo sabía que allí, en la misma mesa que hacía las veces de altar cuando sus amigos sacerdotes celebraban la Eucaristía en su casa, la máquina de escribir servía de pie a ese árbol que es la cruz de Cristo y que asentaba sus raíces ahí mismo, en las palabras que nos dejó escritas un Manuel Lozano Garrido, Lolo, al que no podemos más que estar agradecidos.

Dra. María Solano Altaba
Universidad CEU San Pablo

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