La diócesis celebra hoy la dedicación de la S.I. Catedral

Hoy viernes, 12 de febrero, se celebra litúrgicamente la Dedicación de la Santa Iglesia Catedral de Huelva. Es el aniversario de su consagración, que hizo Monseñor Rafael González Moralejo el 12 de febrero de 1977, tras la restauración que se le hizo después del terremoto de 1969, que dañó de forma importante a la seo onubense. Cada año, en este día, la Iglesia de Dios que camina en Huelva, celebra su conmemoración.

Esta fiesta litúrgica viene a recordarnos la importancia de la Iglesia Catedral, como madre de todas las iglesias de la Diócesis. Es el lugar donde el Obispo nos preside en la caridad, su iglesia propia. La Catedral, además, es el espejo donde se tienen que mirar todas las asambleas litúrgicas de la Diócesis, de ahí que una catedral requiera una atención especial a la celebración de la liturgia. Ese es el cometido del Cabildo de canónigos que, más allá de ser algo obsoleto como piensan algunos, es una institución diocesana que tiene la misión de hacer presente a la Iglesia local que ora incesantemente, que alaba a Dios y que celebra sus grandezas en la liturgia. Porque la catedral es “signo de aquel templo espiritual, que se edifica en las almas y que resplandece por la magnificencia de la gracia divina, según dice el Apóstol Pablo: “Vosotros sois templo de Dios vivo” (2 Co 6. 16)” (Pontifical Romano, 43).

En ella tienen su espacio las principales celebraciones de la Iglesia diocesana: las solemnidades, las ordenaciones sacerdotales, el bautismo de los adultos, las celebraciones jubilares en los años santos, la Misa Crismal,  el Triduo pascual y el Corpus Christi, la función principal de la Patrona, etc… Lógicamente, la celebración litúrgica del 12 de febrero en nuestra Diócesis, nos está señalando algo más, más allá del edificio material donde está constituida la catedral onubense, una antigua iglesia conventual de época barroca muy unida a la historia de la vieja Huelva y fundación de los Duques de Medinasidonia. Esta fiesta, lo profundo de ella, nos pone frente a la realidad del significado de un templo, su razón de ser, que no es otra que la de albergar a la verdadera Iglesia, a los verdaderos templos de Dios. Como decía Monseñor González Moralejo  en la Misa de la dedicación en 1977: “celebrar esta fiesta de la consagración del templo catedralicio (…) no es un simple hito histórico y externo, un mero acontecimiento visible, sino que se ennoblece por su significado interior y exige de nosotros una respuesta de fe, de vida cristiana. El templo es casa de oración, lugar de reencuentro con Dios”. En definitiva, celebrar la dedicación de la iglesia catedral es renovar nuestra consagración bautismal, porque si el verdadero templo de Dios es Cristo, nosotros somos, por el bautismo, templos de Dios.

 Merece la pena pararse a pensar en todo lo que nos está “hablando” la catedral, mirando los lugares destacados de la misma: el altar de piedra, símbolo de Cristo, la piedra angular de la Iglesia diocesana, presidida por su Obispo, que en el mismo ofrece el Sacrificio de la Misa; el ambón o lugar de proclamación de la Palabra, alimento y nutriente del pueblo de Dios que camina en esta Iglesia local; y la cátedra, que da nombre a la iglesia madre de la Diócesis: desde ella se nos “explican las Escrituras” y desde el altar y el ambón se “nos parte el pan” de la Palabra y el del Cuerpo de Cristo. El Obispo, desde esos lugares físicos ejerce su ministerio como liturgo y maestro en la Iglesia diocesana. De esa fuente o manantial (cátedra y altar) mana un surtidor que llega hasta la vida eterna. Si bien es verdad que ese ministerio episcopal lo ejerce el Obispo desde cualquier lugar o templo de la Diócesis, la iglesia catedral es el referente, la casa común de los seguidores de Cristo en estas tierras de Huelva. Esta fiesta litúrgica viene a hacer realidad lo que en el Pontifical Romano se dice:  “Incúlquese en el ánimo de los fieles, por los medios más oportunos, el amor y la veneración hacia la iglesia catedral. Para esto es muy conveniente la celebración anual de su dedicación, como también las peregrinaciones que los fieles, distribuidos por parroquias o por regiones de la diócesis, hacen a ella para visitarla con devoción” (nº 45). De alguna manera, la celebración de la dedicación en las iglesias de la Diócesis, nos viene a entroncar con la iglesia madre, con esa casa de comunión con el Pastor y con la Iglesia local.

 Como al final todo en la liturgia nos habla de realidades profundas que no podemos ver, esta fiesta nos invita a vivir nuestra consagración como templos de Dios. En el templo material, especialmente en la iglesia catedral, se hace verdad lo que se proclama en la oración de dedicación: “Que los pobres encuentren aquí misericordia, los oprimidos alcancen la verdadera libertad, y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos, hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén celestial”. Porque en el templo, en la iglesia la catedral, se celebran los misterios de la fe, con el Obispo y su clero a la cabeza, especialmente el Sacrificio eucarístico, verdadero manantial que nos vivifica y nos hace caminar con la Iglesia diocesana, que evangeliza, celebra y testimonia para alabanza de Cristo el Señor.

 Juan de Robles

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