“Somos fruto de un don”

Homilía en la Misa del lunes de la V semana del Tiempo Ordinario, el 8 de febrero de 2021.

Dos cosas, sumamente importantes, ponen de manifiesto las Lecturas de hoy. Dos cosas en las que habitualmente quizás no pensamos mucho, pero que, sin embargo, determinan, tanto en la conducta y en el modo de vivir la vida, sencillamente, que merece la pena sacarlas a la luz, aunque sea sólo apuntar a ellas, y un momento.

El comienzo del relato de la Creación es un relato muy familiar, que todos conocemos y que hemos oído muchas veces y, sin embargo, corrige de entrada una cosa que marca mucho nuestras vidas. Nosotros estamos acostumbrados a pensar en Dios como una magnitud a conquistar, una montaña a la que llegar; la santidad como algo que tenemos que conseguir y conseguir con nuestro trabajo, y Dios como un objetivo, como un objetivo a alcanzar. Toda esa perspectiva que ha marcado la cultura de, al menos hace dos o tres siglos, es una perspectiva equivocada, porque nos pone a nosotros en el centro y Dios como una especie de objeto, como si fuera un objeto precioso, si queréis una joya enorme y valiosísima que tenemos que hacernos con ella.

El relato de la Creación nos pone ante nosotros una perspectiva totalmente diferente. Somos criaturas. Es verdad que el relato de la Creación, comparado con las cosmogonías y otras explicaciones que en la Antigüedad se daban en la Creación, ponen muy de manifiesto la trascendencia de Dios, porque la Creación no es el fruto de una sustancia divina que decae y se mezcla al final con la materia. La Creación no es el fruto de una decadencia. Es el fruto de un Deseo y de una Voluntad de Dios.

Por otra parte, Dios crea con Su Palabra. Eso encontrará su plenitud en el Nuevo Testamento, cuando San Pablo dice en los Colosenses: “Todo ha sido creado por Él y para Él”, hablando de Jesucristo, que es la Palabra de Dios. O cuando el prólogo de San Juan dice también: “Por Él, todo ha sido hecho de cuanto ha sido hecho”. Todo ha sido hecho en Cristo, por Cristo y para Cristo. Y en realidad, la Creación tiene por objeto, al final, el que Dios quiera unirse a ella y ser uno con ella, y así realizar en plenitud el Ser de Dios que es Amor. El Amor es difusivo de Sí mismo.

Somos respuesta. No somos el punto de partida. Somos fruto de un don, de una gracia, de un amor. Dios sería siempre inalcanzable, no sólo porque hay pecado, sino por el hecho de ser criaturas. Lo que hemos recibido es una participación en el Ser de Dios. Luego, el lenguaje humano siempre tiene limitaciones y es verdad que, sobre todo en la Lectura de mañana, aparecerá modelando al hombre como un alfarero, pero no podemos imaginarnos la Creación de Dios como un ingeniero que fabrica una máquina y luego la deja y mira a ver si funciona bien o no, que así es como nos la imaginamos.

Somos una participación en el Ser de Dios. Pero lo son todas las cosas, porque no hay nada que no sea participar en el Ser de Dios, ciertamente en las plantas de una manera, los animales de otras, el ser humano de otra, porque somos imagen y semejanza Suya en referencia a nuestra condición espiritual. Pero somos criaturas. Como criaturas, somos limitadas. Y sin embargo, la cultura en la que vivimos y el aire que respiramos nos ha invitado desde hace mucho tiempo a sentirnos dueños de nuestra vida, dueños de las circunstancias capaces de controlar la Creación. Es verdad que dominamos muchas cosas. Pero es verdad que ese dominio no engaña con respecto a quiénes somos, para qué vivimos y cuál es la meta y la razón de ser y la finalidad de nuestra vida. Y necesitamos volver a redescubrirnos como criaturas, necesitamos volver a redescubrirnos como fruto de una donación.

Somos un regalo de Dios, que Dios nos hace a nosotros y al mundo. Pero somos un regalo, no somos Dios. Reconocer este dato es básico y nos da la posibilidad de sentirnos agradecidos, porque nadie hemos hecho una petición o una reclamación, o hemos llegado a la vida por un derecho a la vida. Si hay un dato en nuestra conciencia, si somos honestos con nosotros mismos, es que la vida nos ha sido dada. Y por lo tanto, somos fruto de un don. Que ese don es un don de amor, eso es Jesucristo quien lo desvela en su plenitud, pero es un don de amor.

El otro dato, aunque no me puedo detener en él, que nos pone de manifiesto el Evangelio de hoy, es que es curioso que Jesús, la mayor parte de los signos de Su divinidad, de Su Presencia, de la Presencia de Dios entre nosotros, hayan sido curaciones, porque somos criaturas y criaturas heridas. Criaturas heridas por el pecado. Criaturas enfermas. Nuestra enfermedad verdadera, nuestra enfermedad profunda es el pecado que hace que nuestros ojos se velen, que no podamos ver la realidad como es, que no podamos ver la realidad creada, verla como don de Dios, como lugar de Su Presencia. “La luz te envuelve como un manto y la Creación entera es -decía algún Padre de la Iglesia- como el vestido de Dios”. Pero nosotros no reconocemos en la Creación mas que una fuente de explotación y de dominio. Y ese no poder reconocerlo, ese es nuestro pecado, esa es nuestra herida fundamental.

El Señor viene a curar esa herida. El Señor que viene en la Eucaristía, que viene a nosotros todos los días, que viene constantemente, que desea venir a nosotros, viene justamente para abrirnos los ojos, para aliviar la ansiedad y la angustia, y el miedo que genera nuestro desconocernos a nosotros mismos, y desconocer nuestro destino, y desconocer la meta y la razón de ser de nuestra vida. Hemos sido creados por amor. Hemos sido creados para el amor y nuestro destino es una participación, lo más plena posible, en nuestra condición de criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios, del amor y de la fidelidad divinas.

Que el Señor nos conceda recibirLe con esa conciencia humilde y agradecida que caracteriza a quien es consciente de la necesidad que tenemos de Él y de nuestra pobreza, que sólo es enriquecida con la Encarnación del Hijo de Dios y con Su entrega por nosotros.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

8 de febrero de 2021

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