“Ser el Cuerpo de Cristo para las circunstancias y para el momento de nuestro tiempo

Homilía en la Misa del jueves de la II semana de Adviento, el 10 de diciembre de 2020, en la fiesta litúrgica de la beata María Emilia Riquelme.

Con respecto a eso que los historiadores, siguiendo una rutina ya establecida desde hace por lo menos dos siglos o más quizá, pero que a mi juicio es una pésima denominación, que ellos llaman la “Edad Media”, se podría describir toda la Edad Moderna, desde el punto de vista del pensamiento y al final hasta su influencia en la vida cristiana, como una conciencia creciente, poco a poco desde el siglo XIV y XV, pero cada vez más fuerte, de la ausencia de Dios. Como que Dios no está presente en las cosas, no está presente en el mundo. Pongo un ejemplo. Ya un franciscano del siglo XIV dividía la historia en tres épocas. Hablaba de la época del Espíritu Santo, que sería como una época del futuro o así, y una época del Padre, representado en San Marcos de Venecia. Entended que, esto que digo, lo digo como una evolución de la cultura, no que en esa época no hubiera santos, que ha habido muchísimos (fijaros en el siglo XVII); pero, poco a poco, ha habido como un ir separando a Dios de la Creación, incluso, o imaginándose la Creación como un ingeniero que fabrica un objeto, pero no como una participación de Su propio Ser y de Su propia vida. Y eso, poco a poco, ha ido creciendo, creciendo, hasta que, en el siglo XIX, a finales, y en el siglo XX, esa ausencia de Dios ha sido explícitamente marcada por la literatura, por la novela, por el pensamiento humano. Nietzsche, ya en el siglo XIX dijo “hemos matado a Dios”.

 

¿Por qué digo esto? Porque es en ese contexto en el que hay que situar también las afirmaciones básicas, por ejemplo, de la piedad y de la fe granadina. Fijaros que la fe en Granada, que nace ya en la Edad Moderna, se centra en la Inmaculada y en el Sacramento de la Eucaristía. El Sacramento de la Eucaristía es el signo supremo de la Presencia de Dios y la fuente desde la cual, si no se aísla la Eucaristía del resto de la fe cristiana, uno puede comprender también esa Presencia de Dios en el mundo creado, hasta en el mundo físico, material. ¡Y la Inmaculada! Yo siempre subrayo que la Inmaculada fue proclamado como Dogma en el mismo momento, en el mismo contexto cultural, en que Nietzsche hablaba del superhombre y la muerte de Dios, que es el súmmum de la ausencia de Dios. Dios no sólo está lejos de la Creación, ausente… y es esa ausencia la que hace posible el ateísmo y el nihilismo, ¿no? Aunque son procesos culturales muy largos. Es justo en ese momento que la Iglesia proclama el Dogma de la Inmaculada, que es, precisamente, el triunfo de la Gracia antes de que la Virgen haya podido decir “sí” a nada. O sea, la Gracia nos precede.

 

Juan Pablo II, hablando de cómo tendría que ser la vida de la Iglesia y la evangelización en el tercer milenio, lo primero que subraya es: “Habrá que redescubrir la primacía de la Gracia”. Hasta en los cantos se nota eso. Muchos cantos de los que hacemos en la liturgia; ayer, con motivo de la Inmaculada alguien cantaba el “Salve Madre”, que es un canto precioso -si queréis-, que canta lo mucho que nosotros queremos a la Virgen pero no dice casi nada o nada de lo que la Virgen hace por nosotros, a diferencia de los cantos verdaderamente tradicionales. Y está muy bien lo que nosotros hacemos por la Virgen, pero es mucho más importante decir lo que la Virgen hace por nosotros, lo que el Señor ha hecho por nosotros, dándonos a Su Madre como madre y escogiendo a una mujer como Madre suya. Y eso es lo que tenemos que celebrar: las obras grandes de Dios y no lo bueno que somos nosotros. Y eso se nota en la liturgia. El “Salve Madre” es un canto de principios del siglo XX. El nivel de nuestra música ha bajado muchísimo también y es muy pobre. Hay cantos de los que han estado de moda hace 10, 20 años y que repetimos porque no hemos aprendido otros o no nos han enseñado otros. Hay algunos que son horrendos: el “no podemos caminar con hambre bajo el sol” o también el de “tú has venido a la orilla”, que es de un sentimentalismo, empalagoso.

 

Y diréis, ¿y esto qué tiene que ver con María Emilia Riquelme? La Eucaristía y la Inmaculada. La Inmaculada, triunfo de la Gracia de Dios. Porque el elogio a la Virgen no es porque haya dicho que “sí”. Si es que el “sí” de la Virgen nace de la Gracia de Dios. Lo que celebramos a la Virgen lo celebramos a nosotros. Nosotros somos hijos de Eva y hemos nacido en un mundo de pecado, y todos hemos ratificado el pecado de Adán en nuestra vida, de mil maneras, de mil formas, de mil torpezas, en mil cegueras. Y nosotros, sin embargo, sabemos que el triunfo, al principio, es de la Gracia, porque es la Gracia la que nos ha creado, y nos ha creado libres. Y no ha querido eliminar esa libertad para que seamos buenos. No. Nos ha dejado el riesgo tremendo y el misterio profundísimo de nuestra libertad, para que podamos amar, porque sólo la libertad puede amar. Los bancos, las mesas, las piedras no aman. Y ha corrido el riesgo infinito, o casi infinito, de nuestra libertad, para poder descubrir el tesoro que es el amor de Dios. Pero también forma parte de nuestra fe que tenemos nuestra esperanza puesta en el triunfo de ese amor de Dios que ya está presente en nosotros. La Inmaculada y la Eucaristía. Ya san Juan de Ávila, en el lenguaje suyo del Siglo de Oro, y más alambicado que el de Santa Teresa o que el de San Ignacio de Loyola, lo que hace afirmar constantemente es la Presencia de Cristo en la Eucaristía. Pensad qué es lo que negaba la Reforma protestante: que Cristo estuviera presente en los Sacramentos, de una manera o de otra.

 

¿Por qué digo esto? Hay tres formas en las que Dios se ha quedado con nosotros: la Palabra de Dios, los Sacramentos y los santos. Es decir, el Pueblo santo, la santidad que hay en la Iglesia. Y esa santidad no va a faltar nunca. La beata María Emilia es una santa cercana a nosotros en muchos aspectos. Al mismo tiempo, es una santa lejana porque los cambios culturales del siglo XX han sido tan brutales y son tan brutales que su mundo parece un mundo muy lejano al nuestro, y su vocación, es la vocación de una fundadora que se preocupa por la educación de las niñas, en un mundo donde las niñas no eran educadas porque era un mundo mucho más paternalista que el de hoy, al menos en algunos aspectos, en otros a lo mejor menos… Y nosotros vivimos en este mundo, que es un mundo postcristiano, culturalmente hablando. Y sin embargo, los santos son lo más pedagógico. Y yo Le pido al Señor por la intercesión de María Emilia y por la intercesión de nuestros santos. Del muchacho que ha beatificado el Santo Padre hace nada y que era un blogger y un youtuber, un hijo de hoy. ¿Por qué? Porque ya muy poca gente va a encontrar a Dios en los Sacramentos, hace falta mucho camino. Muy poca gente va a encontrar a Dios en la Palabra de Dios, porque estamos tan saturados de noticias y de lecturas que pocas personas se van a acercar a leer el Evangelio.

 

¿Dónde pueden encontrar a Dios, la Presencia de Cristo, los hombres? ¡En nosotros! María Emilia, los santos, es el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo hecho expresivo para los hombres de su tiempo, para las mujeres de su tiempo. Mi petición: “Tú eres el lote de mi heredad, y mi copa, mi suerte está en Tu mano”. Me encanta el lote que me ha tocado: “el lote de mi heredad”.

 

Que el Señor nos conceda ser el Cuerpo de Cristo expresivo para las circunstancias y para el momento de nuestro tiempo, por nuestro amor a Dios y a los hombres, que es lo que hace presente siempre al amor. Para que podamos ser portadores del Señor, de la Presencia amorosa, tierna, cuidadosa del Señor, en medio de nuestro mundo. ¡Que ella nos lo conceda! Y esto no lo entienden a veces los grandes hombres llenos de títulos, sino que lo entienden mucho más fácilmente los sencillos. Pero le pasó a Jesús, y sigue pasando hoy. Y los sencillos que lo entienden son a veces el mejor signo de que Cristo está vivo y de que Cristo toca nuestras vidas a través de su humanidad.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

Iglesia parroquial Sagrario Catedral

10 de diciembre de 2020

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