«Los mandamientos de Dios son el camino de la vida»

Homilía de Mons. Martínez en el XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, en la S.I Catedral, sobre el pasaje de Zaqueo que sube a un árbol para ver pasar al Señor y Él bendice su curiosidad.

Amadísima Iglesia de nuestro Señor Jesucristo, muy queridos hermanos concelebrantes, hermanos y amigos todos:

Os invito a que recompongamos la escena del Evangelio de hoy, que es un tesoro. Para quienes no conocéis Palestina, Jericó es un oasis precioso lleno de cítricos, de frutas y de flores, de buganvilla de todos los colores, en mitad de un desierto calcáreo, blanco, situado a 300 metros bajo el nivel del mar, cerca del Mar Muerto, junto al Jordán, en uno de los puntos más bajos de la tierra.

(…) Por lo tanto, el jefe de publicanos de Jericó, que es lo que era Zaqueo, era un gran hombre de negocios. Quiero decir: al ser una ciudad fronteriza, los publicanos cobraban, (…), los impuestos que había que pagar cuando se entraban mercancías a la ciudad; frutas, pollos, o animales para vender, para el matadero, o al revés, cuando se sacaban algunos de los productos de la ciudad para venderlos fuera. (…)

(…) ¿Por qué eran considerados como pecadores públicos? Eran apóstatas en realidad de la comunidad judía, y nadie que se considerase un buen judío entraría jamás en la casa de un publicano, como en la casa de un pagano, porque el publicano tenía que pagar al Imperio Romano a principio de año la cantidad estimativa que el Imperio Romano le ponía por los impuestos que se iban a cobrar durante ese año. Así, el Imperio Romano se quedaba libre de preocupaciones puesto que no tenía que ocuparse ya de aquello para nada, y el publicano ponía lo que había pagado a Roma más sus propios beneficios que los decidía él mismo.

Entonces, eran tenidos todos como ladrones. Pero, además, unos ladrones que tenían una peculiaridad, porque en la ley farisea, en la ley del Antiguo Testamento, en la ley judía, tal y como la interpretaban los fariseos en el siglo primero, naturalmente existía el perdón de los pecados. Cuando uno robaba podía pedirle perdón a Dios y tenía que devolver lo que había robado, pero como un publicano no podía saber a quiénes había robado porque eran precisamente impuestos y tasas sobre mercancías a gente que iba de paso, no podían nunca devolverlo. Y al no poder nunca devolverlo, cuando uno adquiría la profesión de publicano, apostataba de la comunidad judía y no tenía nunca perdón para ser recibido de nuevo en ella.

Eso significaba que eran personas proscritas, realmente marginadas, absolutamente. Ellos no podían ir a la sinagoga, no podían entrar en el templo, pero ningún judío entraría en sus casas, etc. Y aquel publicano, aquel jefe de publicanos de Jericó, esa ciudad de la buganvilla y de los cítricos, sencillamente se sube a una higuera para ver a Jesús porque era chiquitillo, que tenía curiosidad y era pequeño. Y Jesús se fija en él y le llama: «Zaqueo, baja, que quiero hospedarme en tu casa».

Yo os aseguro que éste es uno de los relatos que ilustra una cosa que dice el Evangelio de San Lucas: Jesús comía con pecadores y publicanos, y eso provocaba un escándalo terrible porque era como una violación de la ley tremenda, que Jesús justifica separando esa ley de la voluntad de Dios. En la parábola del hijo pródigo, en la parábola de los viñadores que llegan a primera hora y a última hora, en la parábola de la oveja perdida, en tantos pasajes del Evangelio, Jesús está como defendiéndose de esa acusación; y yo creo que hasta como historiador uno podría decir ésa es la razón que a Jesús le llevó al juicio. ¿Por qué? Dicen los evangelistas que Jesús fue condenado a muerte por blasfemia; y ¿dónde estaba la blasfemia? San Juan dice: es que se ha hecho hijo de Dios, y por eso debe morir.

Pero luego eso ¿cómo se concretaba en la práctica? Jesús violaba la ley al entrar en casa de un publicano, violaba la ley al dejar que una mujer pecadora entrase en mitad de un banquete en casa de un fariseo y se pusiese a besarle los pies y a lavárselos con sus lágrimas y a enjugárselos con sus cabellos. Y cuando Jesús era acusado por hacer esas cosas, él apelaba diciendo: «Así es como obra mi Padre, así es como obra Dios, no como obráis los hombres, pero así es como obra Dios», porque Dios es (como nos decía la primera lectura de hoy) amigo de la vida.

Jesús dijo en más de una ocasión (está recogido en el Evangelio): no quiere el Señor la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y que viva, que acceda a la vida, porque los mandamientos de Dios no son unas reglas para ver si somos capaces de saltar el salto de altura como para las olimpiadas. Los mandamientos de Dios son el camino de la vida, son algo que el Señor nos propone, nos señala para encontrarnos a nosotros mismos, y la vida en nuestro corazón, en el fondo del corazón de todo ser humano: todos anhelamos, todos deseamos, todos quisiéramos un mundo vivido así.

Jesús irrumpe en la historia anunciando el Reino de Dios, es decir, la Casa de Dios abierta a todos los hombres sin límites, y especialmente a los pecadores. Porque había anunciado el sábado en la sinagoga ese Reino de Dios que estaba abierto para todos, aquella mujer que había pecado mucho tuvo el valor de acercarse a Él para darle las gracias. Zaqueo no tuvo más que curiosidad por ver a Jesús, y Jesús bendijo aquella curiosidad. Como bendijo a Juan y Andrés (…).

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

3 de noviembre de 2013. S. I Catedral

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