“La unidad de una nación es un bien moral”

Homilía en la Santa Misa con motivo de la festividad de la Patrona de la Guardia Civil, la Virgen del Pilar, y los 175 años de su fundación.

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo;

muy queridos ministros del altar, sacerdotes concelebrantes y diácono;

Querido Teniente General, mandos de la Guardia Civil y autoridades militares, miembros de las otras Fuerzas de Seguridad del Estado, autoridades civiles; queridos hermanos y amigos todos:

Voy a saludar de manera especial también a la Presidenta de las víctimas del terrorismo que nos acompaña también en esta Eucaristía y lo hago con mucho gusto también porque hace muchos años, alrededor de 30, su madre me dio el testimonio de fe conmovedor de una mujer cristiana. Me dijo: “Yo vi el atentado de mi marido junto con mis hijos. Hemos perdonado. Rezamos todos los días por los asesinos y estamos en paz; con mucho dolor, pero en paz”. Y eso, un pastor de la Iglesia no lo deja, vosotros tampoco, lo dejáis pasar desapercibido esta mañana.

Un gesto. Cuando estaba yo incensando el altar, estaba pensando que probablemente pensaríais que la liturgia hace gestos protocolarios que no tienen significado o que no comprendemos inmediatamente (…). Pero me ha parecido que podría ser importante explicar dos gestos con los que empiezan todas las misas, por lo menos las que son un poco más solemnes, y que no hay nada en la liturgia que se haga sin tener un porqué. Como vosotros en vuestros protocolos, sabéis que el protocolo siempre tiene un porqué, no es puro adorno.

El beso al altar del sacerdote que el obispo, o el Papa, tienen que besar quitándose la mitra, es decir, dejando de hacer función de presidente para hacer función de representante del pueblo cristiano que ora, o que hace las dos funciones, el obispo cuando está con mitra que sin mitra, besa el altar. Decía un Papa hace muchos siglos que, en representación de la Iglesia, Esposa de Cristo, el sacerdote besa el lecho nupcial donde el Hijo de Dios va a dar la vida por Ella. Uno comprende entonces qué es lo que va a suceder aquí. Qué es, cuál es el significado profundo de lo que sucede. Es decir, el Hijo de Dios viene a nosotros, viene a renovar Su sacrificio por nosotros, Su entrega por nosotros. La Misa es un acontecimiento que se vive y el primer gesto de todos ya pone la profundidad de lo que sucede en su verdadera dimensión. El Hijo de Dios entrega Su vida por nosotros, por la humanidad que Él ama infinitamente más que el mejor de los esposos podría amar a su esposa. Y ése es el motivo de la Encarnación. Y ése es el motivo de la Pasión y muerte de Jesús. Ése es el motivo del don del Espíritu Santo que infunde una vida nueva en nosotros. Y ése es el motivo de los Sacramentos por el que Cristo vivo nos comunica, una y otra vez, Su perdón, Su Gracia, Su Espíritu, para afrontar nuestra vida.

La incensación del altar, que se produce al principio de la Eucaristía, tiene ese mismo sentido: se perfuma ese lecho nupcial. Pero concebir el altar como un lecho nupcial nos pone en un orden de cosas muy diferente al que estamos acostumbrados a pensar de la Misa y de la Eucaristía. También es verdad que hace de la Misa una escuela de matrimonio. Ahora hay cursillos prematrimoniale, pero antes, ¿dónde aprendían los esposos a ser esposos, los padres a ser padres, los hijos a ser hijos? Lo aprendían todo en la Eucaristía. A través de los gestos y de las palabras de los Sacramentos aprendíamos lo que significa la vida humana en profundidad.

Mis queridos miembros de la Guardia Civil, paso a otro tema. A vosotros. Desde que estoy en Granada todos los años habéis tenido siempre la delicadeza y el honor, igual que las otras Fuerzas de Seguridad del Estado, de invitarme a la celebración de vuestra patrona. Siempre que he podido asistir cuando no había causa mayor que lo impidiera lo he hecho con mucho gusto. Este año lo hago todavía con más gusto. Son 175 años que me permiten expresar en nombre del pueblo cristiano a quien presido nuestra gratitud por vuestro servicio al pueblo español.

He estado en los años que llevo de obispo, que no son pocos, en lugares que porque eran demasiado pequeños, porque había poca población, pues había que cerrar un cuartel de la Guardia Civil. Y siempre he sido testigo del dolor y del sufrimiento de la gente, y de las peticiones, y a veces del llanto de la gente, porque no seguíais allí. Son innumerables vuestros servicios generosos y gratuitos al pueblo. Accidentes en los que estáis con realidades sumamente desagradables. Delitos y crímenes que evitáis y de los que no hay normalmente noticia pública pero donde hay -pienso no sólo en las autopistas o en las carreteras, pienso en las montañas, en tantos y tantos lugares- tantas llamadas y vosotros aparecéis en socorro de la gente arriesgando vuestras vidas. La referencia a las víctimas del terrorismo pone claro que sois los que más la arriesgáis y en cualquier situación de conflicto y de dificultad lo hacéis una y otra vez. Sois Fuerzas de Seguridad del Estado, pero dais mucha más seguridad al pueblo que al propio Estado. Es el pueblo el que agradece vuestro servicio, vuestro riesgo, vuestro lema “Todo por la patria”, claro que sí. Todo por esa unidad que es una unidad humana, que, a lo largo de los siglos, es claro que las fronteras han cambiado pero son unidades humanas que la Tradición cristiana siempre veía vinculada a la virtud de la religión. El nombre de patria y la relación con la patria estaba vinculada, como la relación con nuestros padres, a la noción religiosa de que uno hay algo que recibe antes de empezar a vivir, y eso que recibe es la patria con su lengua, cultura, historia, y esa historia común es un tesoro porque no podemos tener más que gratitud. Y yo creo que los españoles, incluso en el marco de la historia del mundo, podemos sentirnos agradecidos, muy agradecidos. Y sin fisuras, y sin doblez de corazón de ninguna clase. Muy agradecidos por la historia de la que somos hijos. Es una historia de amor. Es una historia de santidad. Es una historia de entrega, de generosidad y de servicio.

También pienso en la historia de América; que América vive momentos muy difíciles, que ha habido explotaciones sin duda. En qué obra humana no hay errores, límites y pecados. Los cristianos al menos empezamos la Eucaristía pidiendo perdón por nuestros pecados. Pero qué pueblo puede presentar el Descubrimiento y la Conquista de unas extensiones tan grande, y presentar un mestizaje, una realidad tan humana como se puede hablar de la historia de España en América. Pues, algo parecido ocurre con vosotros. Dios mío, formáis parte de la historia de España y lo formareis para siempre. En nombre del pueblo cristiano, creo hablar con toda verdad, agradecer vuestro trabajo, vuestro servicio entregado. Que también ha habido momentos en los que ha podido haber abusos. Si es que no hay ninguna obra humana, o errores, o limitaciones…, no hay ninguna realidad humana que no las tenga. Pero mientras que esos errores pesen lo que una mota de polvo, vuestra entrega y vuestro servicio no hay toneladas que lo puedan agradecer suficientemente. Por lo tanto, la Eucaristía siempre es un gesto de gratitud a Dios por nuestro Señor Jesucristo que nos ha descubierto que la gratuidad y la generosidad y el arriesgar la vida por los demás no es una tontería, no es una estupidez, no es un signo de que uno no ha entendido la realidad y el mundo bien, sino que es lo más razonable y lo más bello que uno puede hacer, lo más humano, y eso nace de nuestra Tradición cristiana. Y si un día se pierde esa Tradición cristiana, se perderá el sentido de la gratuidad en la vida social y de la generosidad en la vida social; y si se pierde la vida será invivible. Será un lugar de tortura y de barbarie de unos para con otros.

Damos gracias por vuestra insistencia con toda claridad. Damos gracias por vuestras virtudes. Damos gracias por vuestro servicio. Damos gracias por vuestras vidas arriesgadas por el bien de todos. Damos gracias por vuestra defensa de la unidad de España en un momento en el que esa unidad está amenazada por tantos motivos que al final son intereses humanos.

La primera frase del Concilio Vaticano II, de su documento más importante que es sobre la Iglesia dice: “Cristo es la luz de las gentes”. Justo porque nos da ese sentido de la gratuidad y del amor sin los que la vida humana se hace imposible o se vuelve barbarie simplemente. Y la Iglesia es en Cristo como un sacramento señal de la unidad de todos los hombres, y de la unidad de todo el género humano. Por lo tanto, cualquier unidad que se ha construido con tanto esfuerzo, a veces con sangre, a veces como fruto de una violencia inicial, pero se ha construido a lo largo de siglos, es una unidad a cuidar, es un bien moral a cuidar. El que divide es el diablo siempre. Quien divide a los hombres, a los matrimonios, a las familias, a los grupos sociales es siempre el Enemigo. Los que somos cristianos tenemos que ser creadores de unidad, fomentadores de unidad, no fomentadores de división. La unidad de todo el género humano, tendiendo a ello por la unidad empezando por los más próximos. Por lo tanto, la unidad de una nación es un bien moral. La unidad de una patria es un bien moral grandísimo que hay que proteger y preservar.

Pedimos al Señor por vosotros. Que os sostenga en las virtudes que han caracterizado a vuestro Cuerpo. Que os dé la fuerza para seguirlas defendiendo y viviendo. Viviendo con sencillez y sufriendo a veces durísimamente las consecuencias de ese servicio como lo habéis sufridos tantas veces con atentados terroristas, de tantas maneras, y como las seguís sufriendo.

Que el Señor os sostenga, que nos sostenga a todos. Y que nos sostenga a todos en un trabajo, porque la unidad y la cohesión social no es sólo fruto de unos cuerpos especializados que tienen eso como misión, sino que es una función de todos. Todos podemos contribuir a la unidad, al bien y al bienestar, que no es el bienestar material, que no es simplemente un nivel de vida económico. Es, sobre todo, el bien, el sosiego, la paz del corazón, la fraternidad, que estamos todos llamados a construir por muchas dificultades. Si es que la comunión es un don de Dios. No es casualidad que el Señor pusiera la comunión como signo de la verdad. Dijo: “Padre que todos sean uno como Tú estás en Mi y Yo en Ti; que todos sean uno para que el mundo crea”. El mundo sólo cree porque todos tenemos conciencia de que la unidad hasta dentro de un matrimonio es un don de Dios, necesita a Dios. Si no está Dios, por mucho atractivo que el Señor haya puesto entre el hombre y la mujer, eso no produce ni fidelidad, ni estabilidad ni nada. Pero todos somos constructores de esa unidad. Por tanto, que el Señor os fortalezca a vosotros y fortalezca a la sociedad en el sentido más amplio de la palabra. A todos, a cada uno de nosotros. Todos somos constructores de la convivencia que tenemos.

Por último, pedimos que el Señor haya acogido a todas las víctimas de vuestro servicio y de vuestro trabajo con su misericordia infinita. El amor de Dios es infinito y es incondicional. (…)

Dios mío, nosotros suplicamos hoy que Tu misericordia los haya acogido en el Banquete del Reino y que un día nos reunamos de nuevo con nuestros hermanos ya reconciliados por ese amor infinito de Dios que aguardamos.

Se lo suplicamos a la Virgen, modelo de la humanidad redimida, apoyada en el pilar de la fe, de la esperanza y del amor como hemos pedido en esta Eucaristía.

Sé Tú, Señora, la Madre que nos sostiene y nos mantiene en esta vida nueva que Jesucristo nos ha dado; que nos permite servir a cada uno según su vocación y profesión al bien de todos los hombres, de toda la humanidad; y en primer lugar, al bien de aquellos que están cerca de nosotros, que son nuestros compatriotas, hermanos conciudadanos, que son con los que nos encontramos normalmente.

Que el Señor os bendiga y os fortalezca en vuestra misión.

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

11 de octubre de 2020

Almanjáyar (Granada)

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