“La necesidad que tenemos de Dios”

Homilía de Mons. Javier Martínez en el Sacramento de la Confirmación en la parroquia de Regina Mundi.

Habéis estado preparando este momento con cariño y con mucha ilusión. Solo con ver lo elegante de vuestros peinados y de vuestros trajes, se nota que es un día especial. Pero podríamos pensar que es un día especial, como un día de fiesta, sencillamente, o como fuegos artificiales, o una cosa así; como un momento emocionante que luego pasará.

Y quisiera deciros que no es eso. Os decía que, aunque no nos conozcamos mucho, pero somos una familia y lo que sucede esta tarde es un acontecimiento de familia que, en primer lugar, pone de manifiesto lo importante que es cada una de vuestras personas. Lo voy a decir muy a lo bruto: el Señor os desea. Es más, el Señor quiere estar en vosotros, quiere sostener vuestras vidas, desde dentro, por dentro. Quiere ser vuestra tierra firme y esa tierra firme la necesitamos en el mundo en el que vivimos, y no me refiero a España ni a sus circunstancias, que son muy poco diferentes a las circunstancias de Estados Unidos o de la mayoría de los demás países del mundo.

Vivimos en un sinsentido. Leía yo a un pensador norteamericano que decía, lo leía hace unos días, “cuando uno empieza a desarraigar, se desarraiga todo y lo único que nos queda son la necesidad de las raíces”. Yo quiero hablaros de la necesidad de las raíces, es decir, que la Confirmación y la vida de la Iglesia, la vida cristiana, no es como una especie de adorno opcional, voluntario; como una vida humana que se puede desenvolver exactamente igual sin Dios.

La necesidad que tenemos de raíces es la necesidad de poder saber quiénes somos. ¿Quién soy yo? ¿Qué hago en este mundo? ¿Para qué es mi vida? Se puede vivir sin darle respuesta a esas preguntas, pero no se vive bien. Uno puede demorar, dilatar la respuesta, diciendo: “Bueno, ya se la daré cuando sea más grande”. Y, sin embargo, vamos viviendo, vamos tomando decisiones que orientan nuestra vida. Si estuviéramos solos y tuviéramos mucho rato, os preguntaría: “¿Qué vais a hacer después de 2º de Bachillerato?”, y estoy seguro de que la mayoría de vosotros sabéis lo que queréis hacer después. Pero habría algunas personas que no, que a lo mejor me decía “pues no lo sé”, dependiendo de lo que salga de esa ruleta rusa que se llama la Selectividad. Pero eso que hacemos con la Selectividad y que es un error, porque es bueno ir con un objetivo, y si uno quisiera hacer medicina y luego las notas no le dan para entrar en medicina, pues que entre en Formación Profesional de Pediatría y en segundo o tercero ya se colará en Medicina. Como conozco el caso de una médico estupenda que hizo eso y dijo: “Pues, lo siento mucho, pero yo voy a hacer Medicina”, y es una médico estupenda. Quiero decir: tener una determinación, saber los para qués, y lo que quiero en la vida y que eso que quiero corresponde a los anhelos hondos de mi corazón… Porque anhelos tenemos de muchas cosas, pero no todos son hondos. Anhelos tenemos de tener muchos seguidores en Instagram, otras personas tienen anhelo de sacar una nota estupenda en el curso, otras personas tienen anhelos de ser famosos… No son esos los anhelos más profundos. Nunca.

Si os gusta el cine, hay una película que se llama “La verdad” y que mercería la pena que la vierais. La película pone de manifiesto lo que es verdaderamente una necesidad de todo ser humano, y no es una película hecha por un cristiano, para nada. Ni es una película que la gente llamaría religiosa, que normalmente suelen ser malas y a mí no me gustan demasiado; pero pone de manifiesto, de una manera muy patente, la necesidad que tenemos todos, en palabras de Edith Stein, Santa Benedicta de la Cruz, escribiéndole a un compañero suyo: “El que busca la verdad busca a Dios, aunque no lo sepa”. Y si eso vale para la verdad, vale para el bien y vale para la belleza. Yo creo que, en la búsqueda de esas raíces, buscamos a Dios, porque otras raíces no nos valen. Y muchas personas se creen que no buscan a Dios y piensan que buscan otras cosas, y otras cosas no sosiegan el anhelo del corazón. Tenemos necesidad de esas raíces. Decimos, “¡no, si somos frutos de la evolución!”… Para imaginarse que somos fruto de la evolución es creer en un misterio que es mucho más complicado que la Encarnación del Hijo de Dios, que la Trinidad y todos los misterios de la Iglesia juntos. (…)

El orden, la belleza de nuestro rostro, la belleza de vuestros rostros, Dios mío, y de todo rostro humano, sólo es imaginable como fruto de una inteligencia y de una inteligencia llena de afecto por la Creación, llena de amor por la Creación. Buscamos nuestras raíces… El fondo de esa película, como el fondo de un montón de buenísimas películas que ha habido en la historia del cine, como en el fondo de un montón de vidas literarias, está la necesidad que tenemos de Dios. Dicho con las palabras de otro filósofo francés del siglo XX, también vivo todavía: “La pregunta primera del ser humano no es la que decía Heidegger, ‘¿por qué existe Dios?, ¿por qué existe el ser en lugar de la nada?’; la pregunta es si existe un afecto capaz de dar sentido a todas las fatigas de una vida”. Bueno, pues nosotros los cristianos, que no somos mejores que nadie –y muchas veces somos muy torpes y muy mediocres y no vivimos nuestra fe, ni nos la tomamos en serio–, sabemos que sí, que existe ese afecto y que ese afecto es lo que Dios nos regala en Jesucristo y lo que Dios nos regala en la vida de la Iglesia mediante los signos pequeños de los Sacramentos. Y ese afecto es lo que el Señor os regala esta tarde una vez más, no sólo os lo regala –ya os lo ha regalado–, sino que lo confirma, lo ratifica.

El cristianismo no son cosas que nosotros hacemos por Dios; son cosas que Dios hace por nosotros. La religión no son cosas que nosotros tenemos que hacer por Dios. La religión es el reconocimiento de un lazo, de una liga, “re-ligare”, de un vínculo que, cuando pensamos en nuestro ser tenemos que reconocer, que nos une a alguien que nos ha dado el ser y que nos ha dado la vida, que nos lo está dando en este momento; y el cristianismo es la Revelación del Dios que es Amor, de que esa realidad infinita que podemos concebir vagamente, sin ser capaces de representárnosla nunca, que estamos ligados, unidos, a esas raíces que buscamos y que podemos, a veces, como a tientas, medio reconocer, se ha hecho visible, se ha hecho carne en Jesucristo y permanece en esa carne, que es su Cuerpo, que es la Iglesia. La carne es frágil y su Cuerpo también es frágil, pero en ese Cuerpo permanece siempre la fidelidad del Señor.

De aquí a un rato diréis: “Creo en la Iglesia Santa, Católica y Apostólica”. Pues, es santa, no porque nosotros seamos santos. Santo sólo es Dios, lo dice el Señor, pero el Señor permanece con nosotros. El Señor se dio a nosotros en la cruz para siempre y para todos. Nos rescató a todos y cada uno, a todos los hombres y mujeres de la historia. En su Cuerpo, que es la Iglesia, desea hacerse compañero de camino de cada hombre, de cada mujer. Y en la Confirmación, quienes hemos recibido el Bautismo cuando éramos niños, antes de que tuviéramos conciencia, el Señor ratifica, en una edad en que podemos darnos cuenta de lo que eso significa, la Promesa, la Alianza, el amor infinito que Jesucristo es para cada uno de nosotros.

¿Eso nos transforma de repente, como por arte de Harry Potter, en personas absolutamente sin defectos? Pues, no (…) La Confirmación no nos hace más buenos. Yo no quisiera que os hagáis ilusiones, si os hicierais esa ilusión… yo sé que el primer día que metáis la pata un poco en serio y tengáis un broncazo de aquí a tres semanas. ¿Vais a volver a catequesis de Primera Comunión? No. ¿Cuál será la conclusión que vuestra inteligencia sacará de eso? “Pues, no ha funcionado, llevo toda la vida formándome y no ha funcionado”. Y eso va generando en la superficie del corazón una capa de una cosa que es una especie de ácido corrosivo que se llama escepticismo. Decir: “Es que está muy bien porque nos han ayudado a tener unos cuantos valores y a portarnos no tan mal como podríamos portarnos si no los hubiéramos tenido, pero tomárselo en serio es imposible tomárselo en serio, porque he tenido tres broncas en casa…”. Cristo no ha venido para conseguir de manera mágica y sin nuestro corazón, sin el deseo de nuestro corazón, que seamos buenos. Va a sonar un poco salvaje: Cristo ha venido, para que podamos vivir contentos. Cristo ha derramado Su Sangre por cada uno de nosotros para que podamos vivir contentos.

Es verdad que cuando somos bien amados podemos estar contentos y cuando estamos contentos resulta que sacamos más fácilmente lo mejor de nosotros mismos: somos más capaces de querer, de perdonar, de tener ternura, de conmovernos, de amar la tierra, de reconocer el misterio que hay en cada rostro humano y poder mirarlo con afecto, por el mismo afecto con el que somos mirados con el amor infinito de Dios. Lo que el Señor hace esta tarde es confirmar ese amor, que cambia nuestro corazón, repito, no de una manera mágica, sino que nos da la certeza de que no estamos solos en la vida. Y de ese amor os puedo jurar que el amor con el que Jesucristo os ama, no se puede apartar de vosotros y no se apartará jamás. ¿Significa eso que no vais a tener enfermedades? ¿Significa eso que la vida va a ser la Casa de la Pradera o cualquier cosa de ese tipo, todo dulce, todo bonito, todo rosa..? No. ¿Significa que en vuestras vidas no vais a tener que afrontar el drama de vivir? No, en absoluto. Significa que uno puede afrontar todo eso con la conciencia de que no estamos solos y de que hay un amor infinito que jamás me abandona.

Hay una lectura en una Carta de San Pablo que recordamos muy poco los cristianos porque siempre pensamos que Dios nos premia si somos buenos y si somos malos nos va a tratar a palos, y no es así. Eso puede ser la imagen que los paganos tenían de Dios, pero en esa Carta dice: “Si somos infieles, Dios es fiel y no puede negarse a Sí mismo”. Todos nosotros somos infieles a ese lazo originario, que es que Dios nos ha dado la vida y que nos ha entregado a Su Hijo. Todos, todos somos infieles, sin excepción. Unos más, otros menos, pero nadie está a la altura del amor de Dios. Pero, “Dios es fiel y no puede negarse a Sí mismo”. Dice también San Pablo en otro lugar: Jesucristo no ha sido para vosotros “sí y no”, sino que es un “sí” sin condiciones.

Lo que Jesucristo repite esta tarde por mis pobres manos, y no solo lo repite, sino que os da para quedarse con vosotros, por mis pobres manos, es Su amor infinito por cada uno de vosotros. Y Él conoce que os gusta muchísimo la literatura y no soportáis las matemáticas, o conoce que os encantan las matemáticas y no soportáis la literatura, o conoce que os gusta todo y la vida es un lío porque no sabes nunca qué elegir…; quiero decir, que os conoce mejor que os conocéis vosotros; os conoce mejor que os conocen vuestros padres. Para el Señor vuestro corazón es transparente: sabe las veces que habéis metido la pata, sabe las veces que habéis conseguido meterla y disimularlo, sabe todo. Todo lo sabe el Señor y, sabiéndolo todo, os dice esta tarde “yo te quiero y te quiero con un amor infinito, y te querré para siempre”. En cada Misa a la que vamos nos dice eso el Señor. Habla de una Alianza nueva y eterna, cuando dice: “Tomad, comed este es mi Cuerpo; bebed, esta es mi Sangre, que se ofrece y entrega por vosotros para el perdón de los pecados, pero en una Alianza nueva y eterna”. ¡Creemos que los matrimonios es una tradición que nace del hombre y de la mujer, pero no! La percepción de un matrimonio como un lazo hasta la vida eterna nace de aquí, y este don de la vida de Cristo, misteriosamente se renueva para cada uno de nosotros en cada Eucaristía.

“La Alianza nueva y eterna”. ¿Os podéis imaginar siquiera lo que es ser amados con un amor infinito y eterno que no nos va a faltar nunca? Repito, eso no garantiza que si me atropella en un coche, no me pasa nada; eso no garantiza que no me atropelle un coche, pero me garantiza que nunca jamás en ninguna circunstancia de la vida el Señor me va a dejar solo. Aunque os faltara el mundo entero, Él estará a vuestro lado y estará de parte vuestra. Es decir, estará para defenderos con sus brazos, incluso delante de la Justicia de Dios. Tremendo. Lo que aprendemos en Jesucristo es que el secreto de la vida humana, esas raíces que buscamos, lo que buscan los personajes de la película que os he dicho y del 80% de las buenas películas, es encontrar un amor verdadero, ser queridos con un amor de verdad, con un amor que no sea falso, que no sea una representación sobre el que uno pueda construir la vida. Eso es lo que los seres humanos buscamos. Eso es lo que estoy seguro, aunque no lo dijerais con estas palabras, si estuviéramos hablando y pudiéramos hablar un rato largo; eso es lo que todos reconoceríais que anheláis en vuestra vida. Y al servicio de eso, que es lo que da sentido a toda vuestra vida, está todo lo demás.

Dos cosas. Una, en la primera canción que cantabais cuando yo llegaba hablabais de San Vicente y de Santa Luisa, que son dos vidas resplandecientes de amor por los hombres, que resplandecen porque están llenas de Jesucristo. Cuando uno acoge a Jesucristo, vuestra propia humanidad, que es diferente en cada uno, florece de una manera única, con una expresividad riquísima, inagotable, porque sois imagen de Dios, ¡imagen y semejanza de Dios! Y el Señor se nos da. Y se nos da para que florezcamos. ¿Y cuál es el secreto de ese florecimiento? El amor. Y las figuras de San Vicente y de Santa Luisa son figuras que desbordan humanidad, desbordan el amor de Dios revelado y entregado a nosotros en Jesucristo.

Y la última cosa, los gestos por los que suceden la Confirmación son muy pequeños, pero yo os suplico que no los despreciéis. Un gesto pequeñísimo es una sonrisa, ¿no? No hay que hacer más que abrir un poquito los labios y lo hacéis mil veces para sacaros un selfie, y sin embargo una sonrisa puede haber cambiado la vida de una persona, una sonrisa verdadera. Otro gesto bien pequeño es una caricia. Cuando una persona está agonizando, una caricia tiene un valor infinito casi. Una mirada, un guiño… qué gestos. Los gestos humanos son pequeños y, sin embargo, la vida entera puede cambiar con un gesto así de pequeño. Hay sonrisas falsas y besos falsos, pero cuando Dios dice “te quiero”, Dios no sabe mentir. Dios es fiel y no puede negarse a Sí mismo. Cuando Dios dice “te quiero”, Dios no repite los actos, simplemente sus actos son eternos, que te quiere desde toda la eternidad. ¿Podéis representaros la eternidad? ¡Desde toda la eternidad y para toda la eternidad! Y no puede dejar de quereros, porque es fiel. Eso es lo que celebramos esta tarde y eso claro que merece vuestros peinados y vuestros trajes y vuestros pendientes y vuestra alegría, cualquier otra cosa no merecería una alegría verdadera, pero una alegría así es una alegría que puede durar siempre y si mañana habéis metido la pata, no hay motivo para perder la alegría, sólo para empezar de nuevo, ¡siempre!

Que no despreciéis lo pequeño de los gestos y que acojáis el amor con el que sois amados. Y os aseguro que uno puede pasar por cualquier vericueto de la vida sin perder nunca ni la paz ni la alegría.
¿Sería eso un regalo bonito? ¿Saber que uno no tiene nunca motivos para perder la paz y la alegría?

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

7 de febrero de 2020

Catedral de Granada

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