“Cristo habita en nosotros, y el Espíritu y la comunión del Espíritu nos hacen uno”

Homilía en la Eucaristía del Corpus Christi, celebrada en la S.A.I Catedral el jueves, en la que Mons. Martínez habla del amor frente al sentimentalismo y del cuerpo de Cristo que somos los bautizados.

Queridísima Iglesia del Señor, Pueblo santo de Dios, Esposa amada de Nuestro Señor Jesucristo, Iglesia del Señor;
muy queridos sacerdotes concelebrantes, religiosos, religiosas, seminaristas;
queridas autoridades, militares y civiles;
queridos hermanos y amigos, seáis de donde seáis (sé que en un día como hoy muchos venís desde fuera, tal vez desde lejos, simplemente a participar con nosotros en este día grande de la Iglesia de Granada y de su ciudad, que es el día del Corpus):
Sólo dos pensamientos que pienso pueden ayudarnos a todos a vivir esta celebración, esta Eucaristía y renovar de algún modo también nuestra vida.
El primero tiene que ver con la palabra amor. Todo el designio de Dios, desde la Creación hasta la comunicación del Espíritu Santo, hasta el final de los tiempos, está regido por lo que Dios es. Las acciones siguen a quien las hace, reflejan siempre a quien las hace. Y las acciones de Dios todas están regidas por su amor infinito: Dios es amor. Dios ha creado por amor. Nos ha creado, nos mantiene en la vida y mantiene el mundo en su Ser con toda su inmensidad -la inmensidad de las galaxias, pero también la inmensidad del corazón humano-, los mantiene en el Ser, en un gesto presente, que tiene lugar en este momento, de amor; de amor sin límites, de amor incondicional.
Pero la palabra amor es una de las palabras más gastadas del vocabulario humano. Se usa para muchas cosas, a veces para cosas que tienen muy poquito que ver con el amor. En todo caso, puede ayudar y recordar algunas diferencias. El amor significa gratuidad; significa deseo del bien del otro; significa lo que no es debido; es lo contrario del sentimentalismo. El amor tiene que ver con un juicio acerca del bien y del destino del otro, y una decisión libre y racional, inteligente, de donación al bien y al destino del otro. El sentimentalismo no es amor. Es una de sus contrahechuras, de sus deformaciones más corrientes. Y vivimos en una sociedad llena de sentimentalismo, donde se suple, a veces la falta de razón, la falta de lógica, la falta de una comprensión inteligente y profunda de lo que es la vida y lo que es la realidad, a base de fogonazos sentimentales del estilo de los fuegos artificiales. El sentimentalismo no es amor. El amor lleva consigo a veces sentimientos. No siempre, pero a veces lleva consigo sentimientos. Pero el sentimentalismo es casi, y no hay nada más parecido a un milagro verdadero que un milagro falso, y por lo tanto no hay nada que pueda engañarnos más fácil como aquello que parece amor pero no lo es, porque cuando la deformación del amor es muy bruta, muy hosca, una se da cuenta fácilmente. Pero en el caso del sentimentalismo, el sentimentalismo rige muchas veces más nuestra vida, hasta nuestra relación con Dios. Alguien dijo una vez que el verdadero peligro para el cristianismo en el mundo del futuro no era el ateísmo, sino el sentimentalismo.
No somos cristianos por una vivencia sentimental. Somos cristianos por una decisión humana, consciente, libre. El amor es gratuidad. El amor es fruto de una decisión plenamente humana, en la que entran en juego todas las facultades del hombre; repito, a veces también el sentimiento. Pero el sentimiento es la más superficial, la más voluble, la más ligera de nuestras capacidades. Otra cosa a la que se opone el amor es el interés. Por eso en nuestra sociedad hay tanta soledad y tanto desamor, y tanta violencia. Porque estamos hechos para el amor. Y sin embargo, se nos enseña de mil maneras que el progreso sólo tiene lugar cuando cada cual busca su interés, cuando cada individuo busca su interés particular. Cómo contrasta eso, por ejemplo, con la enseñanza bellísima de Benedicto XVI, cuando decía en una de sus encíclicas –Caritas in veritate- “la caridad es el motor de la historia”. El interés puede conseguir avances económicos a corto plazo, pero nada más. Es tal el nivel de destrucción que genera, la violencia que genera. La distancia que genera entre los seres humanos, en el seno de las misas familias. A cuántas familias hemos visto romperse por conflictos de intereses que surgen en el seno del mismo matrimonio, entre los padres y los hijos, acompañadas de torpezas que tienen que ver con nuestra historia, desde el origen, nuestra historia de pecado. Pero es que se nos ha enseñado que el interés es una cosa buena, cuando es lo contrario del amor gratuito. Y de nuevo, igual que en el sentimentalismo: nada hay más parecido a un milagro verdadero que un milagro falso. Nada hay más peligroso que esos intereses que se justifican en nombre de Dios, en nombre de la religión, en nombre incluso del apostolado, en nombre incluso muchas veces de querer que la otra persona obre bien o que las otras personas, aunque sean los propios hijos, obren bien. Ese interés es falso, siempre es falso. Cuando a Dios se le usa para algo que no es Él mismo –su Gloria, la Gloria de Dios es la Belleza de su Amor, por lo tanto su gratuidad; su Misericordia; su Perdón-; cuando a Dios se le usa de una manera o de otra, aunque sea para el bien de los demás, se está haciendo un daño, se hace un daño a los demás, se hace un daño a Dios. A veces, se roza la blasfemia.
El amor se manifiesta en nuestro mundo de pecado, más que nada, en la misericordia infinita de Dios. Estamos celebrando el Año Jubilar de la Misericordia y esta celebración es una celebración jubilar. No hay signo más divinamente humano y más humanamente divino de que una vida está movida por el amor, de que un acto esté movido por el amor que el gesto de perdonar. Y de perdonar no a cambio de nada, ni siquiera de la conversión o del afecto a la otra persona. Cuando el amor se comprende así, se comprende también que a veces puede tener aristas, puede poner a las personas frente a su propia verdad, el “amor” sentimental o el “amor” interesado. Al final, el amor siempre termina cediendo a los intereses de la otra persona. No. El amor que es como el de Dios no teme a la verdad. Sólo teme a la hipocresía. ¿No os ha llamado la atención que el único gesto en el que el Señor se indigna es ante los fariseos, nunca ante los pecadores? Es como si ante los fariseos perdiera la paz o la paciencia. Y ante los mercadores del templo, coge un látigo, por amor, porque el Señor todo lo hace por amor. Por amor creó el mundo. Por amor se hizo hombre en las entrañas de la Virgen María. Por amor ha vivido los pocos años de su vida pública y los 30 años de vida oculta, ofreciéndose al Señor por nosotros, ofreciéndose al Padre por la vida del mundo, y creciendo en edad, sabiduría y gracia, para anunciar el Reino de Dios a los hombre. Por amor, dio su vida en la Pasión e hizo con todos los hombres, con todos nosotros, con toda la humanidad, una alianza nueva y eterna de amor sin límites. Por amor nos ha entregado su Espíritu y nos ha hecho hijos de Dios, de tal manera que el Espíritu de Dios habita en nosotros los bautizados, para que podamos vivir como hijos de Dios, a semejanza de Cristo, con la vida de Cristo. No somos nosotros, vive Cristo en nosotros. Y por amor ha prometido
el Señor quedarse con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y por amor, se ha quedado en ese Misterio, en ese Pan y ese Vino consagrados, en los que misteriosamente está el Señor verdadera y plenamente presente para comunicarnos, una y otra vez, como alimento, de la misma que nos alimentamos, necesitamos -porque somos sólo criaturas humanas- alimentarnos todos los días; alimentarnos todos los días también de la vida divina que el Señor nos ha comunicado en la cruz, en la Resurrección, en el don del Espíritu Santo y en el Bautismo, y por amor con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Mis queridos hermanos, que hoy nosotros nos reunamos para cantar ese amor, para dar gracias a ese amor, para sacarlo a nuestras calles y que ese amor llegue a todos los sitios donde haga falta, a todos los sitios donde sea necesario y todos los sitios donde los hombres libremente quieran acogerlo. Eso es un don precioso que tenemos y que nosotros hacemos llenos de alegría, llenos de gratitud, llenos de una especie de santo orgullo (si me es posible llamarlo así) de haber sido objeto de una gracia tan grande que quisiéramos compartir con todos los hombres.
El segundo pensamiento os lo anuncio. La fiesta de hoy se llama la fiesta del Corpus (corpus es cuerpo). Es curioso: el Señor cuando se encarna, se hace carne, toma cuerpo. El modo de su permanencia entre nosotros es Su Cuerpo y Su Sangre. Y Su Cuerpo y Su Sangre vienen al altar para comunicarnos esa vida y hacer de nosotros también un cuerpo. El Cuerpo de Cristo. Somos el Cuerpo de Cristo. No somos la suma de unos individuos que tienen unas creencias. No somos la suma de unos individuos que tienen una misma manera de pensar, unos mismos criterios morales o principios morales. No somos eso. Somos el Cuerpo de Cristo. Somos los granos de trino para hacer una sola forma que será el Cuerpo de Cristo. Somos las personas miembros de Cristo. Pero si miembros de Cristo, miembros los unos de los otros. En el mundo moderno la Iglesia se ha descorporalizado mucho. Se ha tratado de hacer que todo lo que nos unen sean cosas espirituales, pero se ha perdido mucho la conciencia de que somos el Cuerpo de Cristo. Y lo somos en la medida en que estamos también unidos; unidos por lazos humanos, corporales, visibles. La idea de una Iglesia espiritual es una idea de reforma protestante, no es una idea católica. Nosotros somos el cuerpo visible de Cristo en la historia. Cristo habita en nosotros, y el Espíritu y la comunión del Espíritu nos hacen uno.
Vamos a dar gracias al Señor por su amor, por ese amor que rompe lo más difícil de romper en nuestro mundo, que es nuestra soledad, y nos vincula unos a otros en una relación también de amor, como la Suya: “Amaos los unos a los otros como yo os amo”. Y esa relación de amor quisiéramos que se extendiera a todos los hombres. Por eso, el día de hoy es un día vinculado también a Cáritas y a esa expresión nuestra del deseo de que el amor que hemos recibido gratuitamente y sin merecerlo pueda extenderse al mundo entero. Que a nadie le falte nuestra ayuda, y la ayuda más importante de todas es nuestro amor. Que a nadie le falte nuestro amor.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Eucaristía en el día del Corpus Christi
26 de mayo de 2016
S.A.I Catedral
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