¿Sigue teniendo sentido la actividad misionera y evangelizadora de la Iglesia?

Carta semanal del Obispo de Córdoba, D. Juan José Asenjo. Queridos hermanos y hermanas:

A la pregunta que encabeza esta carta semanal acaba de responder autorizadamente la Congregación para la Doctrina de la Fe con una “Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización”, hecha pública el pasado 3 de diciembre, fiesta de San Francisco Javier, patrono de las misiones, con el respaldo del Papa. Su punto de partida es el valor perenne del mandato misionero de Cristo a los Apóstoles y a toda la Iglesia: “Como el Padre me envió, os envío yo a vosotros” (Jn 20,21). Por ello, toda la toda actividad de la Iglesia debe tener una esencial impronta misionera, pues su fin fundamental y primero es ayudar a todos los hombres a encontrar a Cristo en la fe. La nota subraya que para la cultura moderna todo intento de convencer a otros en cuestiones religiosas supone una falta de respeto a su libertad, es un signo de intolerancia y un desprecio del pluralismo religioso. Por ello, la actividad misionera de la Iglesia hoy carece de sentido, pues pone incluso en peligro la paz entre los pueblos.

El documento trata de aclarar la relación entre el mandato misionero del Señor y el respeto a la conciencia y a la libertad religiosa de los demás. Contra quienes afirman que no existe la verdad objetiva, puesto que puede encontrarse en doctrinas distintas y aún contradictorias, afirma que la verdad existe, como existe también la capacidad del hombre para llegar a ella, que además es para todos una necesidad y un deber moral. En consecuencia, no es un atentado contra la libertad del otro la propuesta clara y convencida, legítima y argumentada, de aquello que consideramos verdadero para nosotros mismos.

Afirma también la nota que “la verdad no se impone sino por la fuerza de la verdad misma” (DH 3), al tiempo que subraya que el hombre ha sido creado para conocer y seguir la verdad, acogiendo todo lo que es verdadero, noble y bueno. Por ello, motivar honestamente la inteligencia y la libertad de una persona para que se encuentre con Cristo y con su Evangelio no es una intromisión indebida en su intimidad, sino una oferta legítima y un servicio de caridad impagable.

A partir de aquí, la nota contiene una clara invitación a volver a la evangelización, a redoblar la actividad misionera y a repetir de nuevo con San Pablo "¡Ay de mi si no evangelizare!" (1 Cor 9,16). Conquistados por el amor de Cristo, debemos arder en deseo de comunicar a nuestros hermanos el don recibido, compartiendo con ellos lo más grande, bello y amado que tenemos, Cristo mismo, que no podemos reservar en exclusiva para nosotros mismos. En cualquier caso se trata de un ofrecimiento, no de una imposición o coacción, de un ofrecimiento realizado en libertad y a la libertad del otro, hecho por amor a Cristo y a nuestros  hermanos.

Consiguientemente, hemos de liberarnos de la timidez injustificada y del falso respeto por la libertad de los demás, como si el anuncio del Evangelio, la verdad que salva, fuera una interferencia indiscreta en su vida, como si fuera indiferente para su existencia conocer o no a Jesucristo. No es indiferente para nosotros, convencidos de que nuestro encuentro con el Señor es lo más importante que nos ha sucedido en la vida. Tampoco debe serlo para ellos, pues “la plena adhesión a Cristo, que es la Verdad, y el ingreso en su Iglesia no disminuyen sino que exaltan la libertad humana” (n. 7).

La nota pone mucho énfasis en la urgencia de la evangelización, tarea confiada por el Señor a los Apóstoles y que concierne a todos los bautizados. Las palabras de Jesús, «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20), interpelan a todos los cristianos, a cada uno según su propia vocación. Hoy son muchas las personas que viven en el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío existencial y de una vida sin sentido y sin rumbo. Por ello, como nos dijera el Papa  Benedicto XVI en la homilía de inicio de su pontificado, “la Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud”. Todos ellos están llamados a la conversión, palabra ésta que no está pasada de moda; y a todos hemos de acercarnos, desde el amor a Cristo, con ardor, confianza y valentía, de persona a persona, apoyados en la fuerza del Evangelio y en el poder de Dios y también en el testimonio elocuente y luminoso de nuestra propia vida.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina 
Obispo de Córdoba

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