Joven inmigrante, la parroquia sale a tu encuentro

Carta semanal de D. Juan José Asenjo, Obispo de Córdoba. Queridos hermanos y hermanas:

El próximo domingo, día 20, celebraremos la Jornada Mundial de las Migraciones, que este año tiene como lema “Joven inmigrante, la parroquia sale a tu encuentro”. El fenómeno de la inmigración ha adquirido en España ingentes proporciones. En estos momentos tenemos entre nosotros cuatro millones y medio de personas venidas de otros países, de las que 750.000 han llegado en el año 2007. Vienen a servir a nuestros ancianos y enfermos y a incrementar nuestro bienestar, desempeñando tareas que nosotros rehusamos. Los inmigrantes representan ya un 10 % de la población española. Estas cifras tan elocuentes son una invitación a la reflexión y al compromiso de las comunidades cristianas ante un fenómeno que a todos nos interpela y que no nos debe dejar indiferentes.
Un alto porcentaje de nuestros inmigrantes son jóvenes e, incluso, adolescentes. Huyen del hambre y de la pobreza extrema, a veces jugándose la vida y pereciendo en el intento, como nos dicen a diario los medios de comunicación. Buscan un futuro mejor para ellos y sus familias. Su condición de ilegales los hace sumamente vulnerables. Con frecuencia, son víctimas de empleadores sin escrúpulos que se aprovechan de su situación para explotarlos, cosa que sucede especialmente con las mujeres, que representan un porcentaje elevado entre los inmigrantes en  España. Los que obtienen un trabajo estable y consiguen legalizar su estancia entre nosotros, experimentan lo que el Papa llama en su mensaje para la jornada de este año “la dificultad de la doble pertenencia”: por una parte, sienten la necesidad de no perder su propia idiosincrasia y tradiciones, mientras tratan de insertarse en nuestra sociedad. A menudo, vienen con una escasa formación y corren el riesgo de perder los mejores valores de su cultura, entre ellos los valores religiosos, mientras casi sin darse cuenta van incorporando a su modo de vivir los contravalores de nuestra sociedad hedonista y secularizada.
Las dificultades  y sufrimientos de los inmigrantes, sobre todo de los indocumentados, los jóvenes, los adolescentes y las mujeres que vienen solas, golpean nuestra conciencia de cristianos y nos invitan a adoptar actitudes iluminadas por la fe y la palabra de Jesús, especialmente desde nuestras comunidades cristianas y desde la parroquia, la familia de los hijos de Dios, que debe ser siempre una comunidad abierta y dispuesta a acoger y servir. Lo exige la dignidad de toda persona y sus derechos inalienables. Lo exige especialmente nuestra condición de discípulos de Jesús, que se identifica con el pobre, el enfermo, el preso y el inmigrante, y a quien acogemos y servimos cuando lo hacemos con estos hermanos nuestros (Mt 25,35-36). Los inmigrantes deben tener la posibilidad de encontrar en nuestras parroquias su hogar, pues en la Iglesia nadie es extranjero.
Como afirman los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones en el mensaje para esta jornada, las parroquias pueden y deben ser el primer espacio de acogida y encuentro de los inmigrantes católicos con la Iglesia. La fe sencilla y fervorosa de muchos inmigrantes latinoamericanos, y su apego a los valores auténticos que se están perdiendo entre nosotros, renueva y refresca nuestras parroquias, tal vez demasiado envejecidas y acomodadas. Son muchos los campos en los que podemos ayudarles y servirles y es grande la riqueza y dinamismo que  pueden aportar a nuestras celebraciones litúrgicas, a la catequesis, el apostolado y la acción social, como he podido comprobar con gozo en mis visitas a las parroquias.
A nuestros pueblos y ciudades llegan también inmigrantes de otras confesiones cristianas e, incluso, de religiones no cristianas. También deben ser acogidos y ayudados por nuestras parroquias y nuestras Caritas en sus necesidades fundamentales, evitando cualquier tipo de discriminación y de proselitismo injustificable. Pero la Iglesia vive para evangelizar. Por ello, las parroquias no deben olvidar el anuncio del Evangelio a los inmigrantes, tanto a través de la palabra explicita como, sobre todo, por el testimonio de los cristianos.
A la Delegación Diocesana de Migraciones y a sus voluntarios corresponde dinamizar este sector pastoral, ofreciendo servicios a los inmigrantes, impulsando la acción de las parroquias y brindando criterios de actuación, en estrecha colaboración con Caritas Diocesana y las Caritas parroquiales. Es tarea suya también defender la dignidad y los derechos fundamentales de los inmigrantes y ejercer la misión profética, denunciando posibles injusticias. Al mismo tiempo que agradezco a la Delegación y a los voluntarios cuanto están haciendo, quiero manifestar también mi gratitud a los miembros de la vida consagrada y a cuantos desde otras instituciones, confesionales o no, sirven a estos hermanos. Pido al Señor que sostenga con su gracia su compromiso fraterno, al mismo tiempo que rezo por todos los inmigrantes de nuestra Diócesis, para que el Señor les conforte en la lejanía de su patria y de sus seres queridos y  sientan el calor de nuestra familia diocesana y de nuestras comunidades parroquiales.
Para ellos y sus familias y para todos los diocesanos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Obispo de Córdoba

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