Carta Pastoral semanal del Administrador Apostólico de Córdoba, Mons. Juan José Asenjo Pelegrina. Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos en este domingo la solemnidad de Cristo Rey. La Palabra de Dios que escucharemos en la Eucaristía nos muestra la realeza de Cristo en tres secuencias complementarias: en la primera lectura (Daniel) es presentado como el Hijo del Hombre, ungido por el Padre antes de los tiempos como Mesías, profeta, sacerdote y rey del universo. En la segunda lectura (Apocalipsis) se muestra el misterio pascual como el fundamento primero de su realeza, idea en la que abunda el Evangelio: en la hora de su pasión, el rey rechazado por los judíos, es exaltado, entronizado y coronado como rey de la historia humana y de la historia de la salvación, para ser "centro de la humanidad, gozo del corazón y plenitud total de sus aspiraciones" (GS, 45).
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que ante la realeza de Cristo, "la adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura… Es la actitud de humillar el espíritu ante el "Rey de la gloria" y el silencio respetuoso ante Dios, "siempre mayor" (n. 2628). Pero no basta la adoración. En este día es preciso además dar un paso al frente para romper con aquellos ídolos que nos esclavizan o degradan, porque ocupan el lugar del único Señor de nuestras vidas, el orgullo, el egoísmo insolidario, el consumismo, el placer, el confort o el dinero. "Desde el comienzo de la historia cristiana -nos dice el Catecismo- la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino a Dios Padre y al Señor Jesucristo" (n. 450). Por ello, en esta solemnidad es preciso tomar muy en serio aquello que nos dice una canción bien conocida: “No adoréis a nadie, a nadie más que a Él. No fijéis los ojos en nadie más que en Él; porque sólo Él nos da la salvación; porque sólo Él nos da la libertad; porque sólo Él nos puede sostener”.
En la solemnidad de Cristo Rey no es suficiente dejarnos fascinar por la doctrina de Jesús. Es necesario dejarnos conquistar por su persona, para amarlo con todas nuestras fuerzas, poniéndolo no sólo el primero, porque ello significaría que entra en competencia con otros afectos, sino como el único que realmente llena y plenifica nuestras vidas. Es ésta una fecha muy apta para iniciar o proseguir el seguimiento del Señor con decisión y radicalidad renovadas, para entregarle nuestra vida para que Él la posea y oriente y la haga fecunda al servicio de su Reino. Aceptemos con gozo la realeza y la soberanía de Cristo sobre nosotros y nuestras familias, entronizándolo de verdad en nuestro corazón, como Señor y dueño de nuestros afectos, de nuestros anhelos y proyectos, de nuestro tiempo, nuestros planes y nuestra vida entera. Que hagamos verdad hoy y siempre aquello que cantamos en el Gloria: “…porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo”.
Pero no basta con aceptar la soberanía de Cristo sobre nuestras vidas. La realeza de Cristo tiene también una dimensión pública, imposible en una sociedad aconfesional y secularizada como la nuestra, sin el compromiso y la presencia vigorosa de los cristianos en la vida social. A vosotros los laicos os corresponde informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que vivís (AA, 13). Hoy es ésta una de las urgencias más apremiantes de la Iglesia en España, que necesita más que nunca, laicos enamorados de Jesucristo, con una vida espiritual profunda, que no escondan su fe y que lleven su compromiso cristiano al mundo de la escuela, de la economía y del trabajo, de la cultura y de los medios de comunicación social, y también al mundo de la política, para enderezar todas estas realidades temporales según el corazón de Dios, de modo que Jesucristo reine también en la vida social de nuestros pueblos y ciudades.
La aceptación de la soberanía de Cristo en nuestras vidas y la dimensión social de su realeza nos emplazan además en esta solemnidad al testimonio de la caridad. Jesucristo ejerce su realeza atrayendo hacia Él a todos los hombres por su muerte y resurrección. Él, rey y Señor del universo, no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos. Por ello, para el cristiano servir a los pobres y a los que sufren, imagen de Cristo pobre y sufriente, es reinar (LG 36). Sólo así la Iglesia podrá ser en este mundo, como rezaremos en el prefacio de este domingo el “reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”, anticipo en este mundo del Reino de los cielos.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Administrador Apostólico de Córdoba