Cristo Rey, en la clausura del Año de la Fe

No imaginábamos que el Año de la Fe diera tanto de sí. Cuando Dios nos anuncia una gracia nueva, hemos de abrirnos a la misma con toda esperanza, dispuestos a lo imprevisible. Y lo imprevisible sucede. El Año de la fe que clausuramos con la fiesta de Cristo Rey del Universo nos ha traído gracias abundantes que hemos podido constatar, además de otras muchas que no podemos verificar en este momento.

El acontecimiento más sonoro de todo este Año ha sido sin duda la renuncia del Papa Benedicto XVI a la Sede de Pedro. Lo anunciaba el 11 de febrero y lo realizaba el 28 de ese mismo mes. Un hecho insólito en toda la historia de la Iglesia, del que hemos sido testigos y contemporáneos. Un acontecimiento que nos ha llenado de asombro por el amor a la Iglesia que lleva consigo, por la humildad y el desprendimiento que suponen y por la generosidad tan grande de este gesto final. ¡Gracias, Papa Benedicto! Y a continuación, el regalo del Papa Francisco. Toda una sorpresa de Dios por la rapidez de la elección, por la persona elegida y por el nombre. Abiertos a esta nueva gracia, vivimos cada día la sorpresa del Evangelio, en las palabras y en los gestos del Papa Francisco, que atraen a tantas personas que estaban lejos de la Iglesia. Demos gracias a Dios, que guía a su Iglesia con renovada frescura.

Se abría el Año de la Fe en pleno Sínodo de los Obispos (11 de octubre), que se había inaugurado con la proclamación de San Juan de Ávila como doctor de la Iglesia universal (7 de octubre). Para nuestra diócesis de Córdoba, todo el Año de la Fe ha coincidido con el primer año jubilar de San Juan de Ávila (que continúa hasta un trienio, otros dos años más). Una efeméride y la otra unidas, nos han dado la ocasión de peregrinar a Montilla, hasta el sepulcro del clericus cordubensis Juan de Ávila para obtener las gracias del jubileo, el perdón de Dios y la comunión con Dios y con los hermanos. Parroquias, familias, grupos de jóvenes, sacerdotes, seminarios enteros, obispos y cardenales, la Conferencia Episcopal Española en pleno. Miles y miles de personas han venido hasta el sepulcro del nuevo Doctor para invocar su intercesión, dar gracias a Dios por su doctorado y conocer más a fondo su doctrina y su estilo de vida. Realmente, Montilla se ha convertido en un foco de fe por ser el lugar de la vida, de la muerte y del sepulcro de San Juan de Ávila.

Esto nos ha brindado la ocasión de celebrar un Congreso Internacional acerca del Apóstol de Andalucía a finales de abril, reuniendo a grandes especialistas en el tema y convocando a un numeroso grupo de participantes. Así como ofrecer en el mes de octubre, al cumplirse el aniversario de su doctorado, un curso sobre la «Identidad del presbítero diocesano secular» a la luz de sus enseñanzas. La figura de este nuevo Doctor ha brillado con la luz de Cristo, alumbrando a todos los de la Casa. Continuemos en la tarea de dar a conocer esta figura señera de la Iglesia por todos los lugares a donde peregrinan las reliquias de su corazón y acogiendo a todos los peregrinos que llegan hasta Montilla.

El Año de la Fe ha sido la ocasión para expresar esa fe católica que se vive y se confiesa en la piedad popular de nuestra diócesis en torno a Cristo Redentor y a su Madre bendita. El Viacrucis Magno de la Fe (14 de septiembre) supuso un encuentro multitudinario de fieles, peregrinando por las calles de la capital, como si de una semana santa concentrada se tratara. Córdoba vivió una jornada histórica en esa jornada e hizo vibrar en el corazón de muchos las raíces de la fe cristiana. Y algo parecido ha sucedido con el Rocío Magno de la Fe (16 de noviembre), congregando a los devotos de María Santísima del Rocío, portada en sus respectivas carretas y capitaneadas por el Sinpecado de la Hermandad Matriz de Almonte. Una y otra jornada nos hicieron ver que la fe de nuestro pueblo no es un barniz superficial ni una emoción pasajera, sino que brota de un corazón creyente, que se vive y se expresa con tintes cofrades.

Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Los que pensaban que España o que Andalucía había dejado de ser católica se encuentran con estas sorpresas que no brotan por generación espontánea. Y estos acontecimientos a su vez alimentan en muchos una fe quizá vacilante, pero que encuentra en estas ocasiones un refuerzo para afrontar el drama de la vida con esperanza. Ojalá que el Año de la Fe haya dejado huella en el corazón de muchos para vivir la vida cotidiana con la esperanza del Evangelio. Una esperanza que tiene los ojos puestos en el cielo y por eso se atreve a trabajar por la transformación del mundo presente.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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