Acoger en nuestro interior la llamada de Cristo

IV domingo de Pascua

El evangelista san Juan directamente nos describe a Jesús como el Buen Pastor bajando a los detalles de lo que lleva consigo ser buen pastor. Esta figura es muy descriptiva y a los oyentes les abría la mente para la comprensión de la tarea esencial de Jesús. Frecuentemente el Papa Francisco ha utilizado esta figura y por eso pide a los sacerdotes que huelan a oveja, que se impliquen incondicionalmente en la evangelización estando muy cercanos a la gente. Pero volvamos al significado según el texto de san Juan: ser buen pastor lleva consigo saber entregar la vida, como el Señor Jesús, que siempre es el punto de referencia nuestra, sencillamente, nuestro modelo. Cristo hizo de su vida una donación total según los designios salvíficos del Padre en el amor del Espíritu Santo: dándose a sí mismo (pobreza), sin pertenecerse (obediencia), como esposo o consorte de la vida de cada persona humana (virginidad o castidad). Realmente implica una entrega de la vida en un proyecto que hay que asumir con convencimiento, ya no hay dudas sobre la identidad, porque está claro que se trata de ser de Cristo y parecerse a Cristo.

Este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y no debemos dejar que pase de largo, más cuando en muchas iglesias particulares se constata una cierta sequía de respuestas a la llamada del Señor. Os propongo pedir al Señor por las vocaciones, una sincera oración al que puede mover los corazones; pero algo más habrá que hacer, al menos, debemos crear todas las condiciones favorables en nuestras comunidades para que puedan aflorar muchas respuestas a la llamada del amor de Dios. Crear las condiciones necesarias. Promover las vocaciones sacerdotales o a la vida religiosa es tarea de toda la Iglesia, sacerdotes y laicos, y estas surgen cuando se dan las condiciones necesarias: la Palabra de Dios, la oración y la Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino. Cuando uno acoge en lo más hondo de su ser la llamada de Dios, contagia a los demás la alegría y el gozo de sentirse tocado por el dedo de Dios e invita a otros a que sigan ese mismo camino. Es que ves cómo pasa Dios por tu vida, especialmente cuando creas un clima de silencio, de escucha y de contemplación, porque Dios sigue hablando. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga.

Acercándonos a la Eucaristía, que es el encuentro real con el Buen Pastor, humilde y confiadamente renovemos a Cristo nuestra adhesión con las palabras del salmo: «Nosotros somos (¡y queremos ser!) tu pueblo, Señor, la grey de tu pastoreo» (cf. Sal. 79, 13).

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