El verano del cristiano

Verano tiempo de Dios

 

EL VERANO DEL CRISTIANO

 

«Tengan cuidado de ustedes, no sea que se emboten sus corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se les eche encima de repente aquel día…»

(Evangelio de san Lucas 21,34)

 

«Hombre prudente recoge en verano»

(Libro de los Proverbios 10, 5)

 

¿Pero es que existe un verano «cristiano»?

¿No es acaso el tiempo de descanso igual para todos? 

Ante estas cuestiones hay que ser claros: Para el cristiano también el verano es tiempo de Dios. No es un paréntesis en la vida ni un descanso de la vivencia de Dios. Es casi todo lo contrario…

En la Biblia no existe el concepto de «vacaciones» personales tal y como nosotros lo conocemos hoy. Eran otros tiempos y otras realidades. Pero sí existe el descanso como respuesta a los agobios y dificultades de la vida que nos pueden separar de Dios.

La institución del «sábado» nos enseña que es el día de Dios:

 «Pero el séptimo día es día de descanso, consagrado al Señor, tu Dios».

(Éxodo 20,10)

En los textos bíblicos del libro del Éxodo cada vez que se habla del «día de descanso» siempre se añade seguidamente «consagrado al Señor». De esta manera para el creyente también el descanso es tiempo consagrado a Dios.

En la vida de Jesús tenemos muchos momentos donde el Señor busca el descanso humano y nos ofrece el descanso espiritual a cada uno de los que le seguimos. Él se convierte en respuesta a los agobios, inquietudes y cansancios de la vida:

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.

Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.

Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.”

(Mt 11, 28-30) 

El descanso aparece en Jesús como una de las recompensas a su seguimiento. Él es nuestro descanso…

¿Qué es «descansar»?

 «Descansar» viene del prefijo de negación «des» sobre el verbo «cansar». Significa por tanto «quitarse la fatiga» y es que la vida con sus ajetreos y problemas nos cansa, nos fatiga, nos desanima y nos desalienta…

Para la mayoría de las personas las vacaciones son días para romper con la aburrida rutina diaria. El descanso estival son días para adueñarse del tiempo sin las interferencias del trabajo o de las obligaciones de cada momento. El descanso veraniego hace felices a muchas personas porque les hace tomar el ritmo de su vida tal y como ellos desean no como la vida les impone…

Para los cristianos las vacaciones, el descanso, supone también otras muchos elementos que no se dan en los que no son creyentes. Mientras que para el cristiano su vida es tiempo de Dios y para Dios, para el no creyente su tiempo es suyo y él es su único dueño y administrador…

 

¿Qué nos cansa?

 «Tengan cuidado de ustedes…» (Evangelio de san Lucas 21,34).

Un buen ejercicio cristiano para comenzar y vivir las vacaciones estivales es descubrir nuestro punto de partida hacia el descanso. Tenemos que aprender sobre qué es lo que nos cansa y qué nos descansa en nuestra vida diaria. En ese aprendizaje encontraremos personas, situaciones, problemáticas concretas que de una u otra manera nos afectan positiva o negativamente.

 ¿Qué situaciones de mi vida me tensionan y agobian?

¿Qué personas son las que provocan en mí un gran nivel de estrés?

¿Cuáles son las realidades de mi vida que me inquietan y me quitan la paz y el sosiego?

¿Qué tengo que hacer en el verano para liberarme o descargarme de estas preocupaciones?

 De alguna manera estamos hablando de la necesidad de una preparación al descanso veraniego antes de disfrutar del mismo. Así como cada año hacemos un programa de vida también nos puede ayudar el hacernos un breve programa para nuestras vacaciones.

 ¿Qué nos cansa?

Además de nuestra propia realidad interior,  los cristianos también vivimos rodeados de situaciones que nos pueden producir abatimiento por las situaciones se dan en el mundo que nos rodea y en la Iglesia de nuestro tiempo. Algunas de ellas pueden ser…

– Las realidades del mundo.

– Las propias incoherencias personales y comunitarias.

– El estar siempre empezando y la sensación de que no avanzamos…

– El sentirnos abandonados por seguridades emocionales, afectivas, racionales, eclesiales… que antes parecíamos tener y ahora no.

– El pensar que seguir al Señor en este tiempo ya no tiene sentido, es estéril…

– El no ver ni recoger frutos…

– El sentirse solo aunque estemos rodeados de personas…

– Los problemas y dificultades de la existencia humana.

– Las pruebas que la vida nos pone delante.

– Nuestras propias confusiones interiores y exteriores…

 

Y llega el verano…

Ya hemos tomado el pulso a nuestra ajetreada vida y somos conscientes de aquellas cosas que nos cansan y abaten con cierta facilidad. Pero llega el verano, las vacaciones que quieren interrumpir la monotonía diaria y hacernos retomar nuevas fuerzas…

Hay una expresión de uso anticuado que ya no se utiliza en nuestro idioma pero que siempre procuro tenerla presente en las vacaciones estivales. Me refiero a la palabra «dedeificar». Esta expresión significa suprimir, eliminar o descartar el número determinado de deidades, dioses e ídolos… y procuro tenerla en cuenta porque en la vida las personas nos creamos muchos dioses, ídolos y demás que en lugar de hacernos crecer como personas y como cristianos lo que hacen es justamente lo contrario. Verano, tiempo de dedeificar…

 Hay ocasiones en las que endiosamos a las personas, al trabajo, el dinero, el tener… y todo ello ni nos hace felices ni nos deja descansar bien. Tenemos que aprender a descubrir que tal y como dice la Biblia «hay un tiempo para cada cosa…» y romper con aquello que no nos deja centrarnos y concentrarnos en el descanso veraniego.

 Para los cristianos el verano tiene que ser un tiempo de reposo, de calma, de sosiego, de alivio… y todo ello sin caer en la trampa de creer que en este tiempo también Dios se toma sus días de descanso…

 Para el cristiano no hay una ruptura veraniega de su vida de fe, todo lo contrario. Es justo en ese tiempo cuando la fe se serena de los ajetreos de la vida y es un tiempo para sentarnos con el Señor a repasar nuestros momentos y todo ello sin prisas, sin reloj, sin las preocupaciones de llegar tarde. Vivir el verano en cristiano significa que Dios va a la playa o al campo con nosotros, que se ríe y divierte con nosotros, que incluso hasta nos ayuda a llevar las maletas del equipaje…

 

El verano del cristiano

 No nos tenemos que sentir acomplejados porque nuestro verano tenga otros contenidos distintos al verano de los no creyentes. El verano es el mismo para todos, la única diferencia está en cómo lo vivimos y aprovechamos.

 «Hombre prudente recoge en verano» (Proverbios 10,5)

 Algunas características del verano que vive el cristiano son…

– Hacer también del verano tiempo de Dios.

– Tiempo del diálogo sereno y reposado de quien está con el Señor sin prisas, disfrutando de su presencia y amistad.

– Tiempo de oración que nos descansa, serena y anima.

– Estar libres de horarios y de otras esclavitudes cotidianas. Somos más libres para mirar al Señor y con el Señor lo que    nos rodea.

– Descubrir que la naturaleza es también presencia de Dios.

– Tiempo para meditar la Palabra con mayor serenidad y acogida.

– Tenemos más tiempo libre para centrarnos más y mejor en el Señor.

– Tiempo de lecturas espirituales que nos mueva por dentro y por fuera.

– Tiempo para visitar museos, monumentos, monasterios… y hacer en ellos la vivencia espiritual de lo que las piedras y  las obras de arte nos transmiten.

– Aprovechar algunos días para hacer algún retiro o ejercicios espirituales.

– Tiempo para entrar en contacto con otras personas, culturas y formas de vida e ir descubriendo lo que de Dios hay en ellas.

– Tiempo de saber recoger y percibir las bondades de Dios en nuestra vida.

– Aprender a utilizar el tiempo libre de manera creativa y constructiva.

– Visitar a esas personas que viven solas y enfermas y para las que nunca tenemos el tiempo suficiente.

– Colaborar con algún proyecto en los países en desarrollo…

– Tiempo para conocer y relacionarnos con las nuevas personas que aparecen en nuestros lugares de descanso.

– Libre de horarios y de otras esclavitudes cotidianas somos más libres para mirar al Señor cara a cara y que nada ni nadie nos distraiga.

– El verano es tiempo de «tener» y saber acoger lo que Dios nos da. Tenemos más tiempo, tenemos ilusión, tenemos  independencia de nuestras obligaciones…

– Tener cuidado de uno mismo de todos los aspectos de nuestra vida: espiritual, salud, psicológica, emocional, etc. y buscar la manera de disfrutarlo.

– Dedicar más tiempo a aquellos a los que no atiendes durante el año: familia, amigos…

– Descubrir la presencia de los pobres y débiles que nos rodean incluso en las vacaciones…

– El verano para el cristiano no es tiempo ni para el aburrimiento ni para la holgazanería. Para el cristiano el tiempo siempre tiene que ser útil para su vida de fe.

– Practicar deporte, nadar, jugar, divertirse, reír… expandir el alma llena de alegría.

– Renovar nuestra pertenencia a la comunidad de la Iglesia en cada hermano en la fe con el que nos encontramos. Hacer   una experiencia de encuentros fraternos. Compartir la Eucaristía con espíritu eclesial.

– Ejercer la libertad desde Jesús.

– Vivir el sacramental de la alegría.

– Tratar de humanizar lo deshumanizado…

– Revisar nuestra vida con la serenidad del descanso.

– Ilusionarnos con volver a nuestros quehaceres diarios porque también en ellos Dios es nuestro descanso…

 Cuando termine el estío muchas personas volverán a su realidad cotidiana mucho más morenos, con unos kilos de más y con muchas experiencias que contar… Para nosotros los cristianos, además de lo anterior, llevaremos una experiencia de Dios que nos ha enriquecido para todo el año…

¡Feliz y cristiano verano!

Mario Santana Bueno

2019

 

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