Palabras de vida: la ascensión de Jesucristo

Jesús asciende ante el asombro de los ángeles a lo más alto del cielo. No falta razón a quienes, en la antigüedad cristiana, se refieren a la Liturgia como “vida del cielo en la tierra”. ¿Cómo podríamos conocer el asombro de los ángeles si el cielo no hubiera entrado en la tierra? En la Solemnidad de la Ascensión del Señor, la Liturgia nos habla de victoria, esperanza y alegría exultante. Lo que asombra a los ángeles, llena de vida a los hombres.

     La ascensión de Jesucristo es ya nuestra victoria. Cuarenta días después de mostrarse a los discípulos bajo los rasgos de una humanidad ordinaria, que velaba su gloria de Resucitado, Jesús sube a los cielos y se sienta a la derecha del Padre. La ascensión es “subida” porque conlleva elevación: la humanidad corruptible participa para siempre de la gloria incorruptible de Dios. La ascensión es para “sentarse a la derecha”, es decir, para que el Hijo reciba en su humanidad la gloria y el honor que posee desde siempre por ser Dios. Mientras aguardamos su venida en gloria, la vigilancia nos hace partícipes de su victoria.

     La ascensión de Jesucristo fortalece nuestra esperanza. Donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo. El Señor cumple sus promesas. Su fidelidad sostiene nuestra esperanza: el que ha comenzado en nosotros la obra buena, también la llevará a término. Anterior a la ascensión es la misión: los discípulos predicarán la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos en nombre del Señor. Jesús convierte a los suyos en portadores de esperanza. Para los discípulos de Jesucristo, esperar significa actuar en su nombre.

     La ascensión de Jesucristo llena a los discípulos de gran alegría. Extraña paradoja: el Maestro se aleja para permanecer de una forma nueva. No se llora la ausencia de quien se queda. Se celebra el gozo de la nueva presencia. Jesús se separa mientras bendice a los suyos y los discípulos se postran ante Él. La alegría necesita adoración y reconocimiento. El acontecimiento de la ascensión, a la vez histórico y trascendente, supone el paso a una situación nueva. Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo. Así, por el sacerdocio eterno de Cristo el mundo entero se desborda de alegría y también los coros celestiales, que no esconden su asombro.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

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